Después de la caída del socialismo en Europa del Este y las crisis del Período Especial en Cuba, se dejó de hablar del tema. Hace unos años, me llamó la atención el hecho de que en la medida que se reestructuraba la economía cubana y comenzaban a publicarse las reflexiones sobre este proceso, se comenzó también a utilizar el concepto de equidad como criterio de distribución[2] y se omitía el mencionado principio aunque en el discurso político se afirmaba que seguíamos en la construcción del socialismo.
Luego del impacto en la sociedad cubana de los últimos cambios en la política salarial del país y a partir del debate abierto por la Revolución Bolivariana sobre el Socialismo del siglo xxi, he visto continuas referencias a la necesidad de restablecer el valor del trabajo humano como principal criterio de distribución, reconocimiento y diferenciación social y recuperar el principio de distribución socialista, «de cada cual según sus capacidades, a cada cual según su trabajo». Así, volví sobre el texto de Marx y diversas reflexiones de Lenin sobre el mismo y como no encontré el llamado principio decidí finalmente exponer mis consideraciones.
Marx comienza la Crítica al Programa de Gotha refutando la idea de Lasalle del «trabajo como fuente de toda riqueza y cultura». Está tan arraigada y aceptada en el sentido común que se subestima el hecho de que ella fue el punto de partida de la crítica marxiana. Detrás de esta afirmación de Lasalle se oculta la verdadera esencia de la producción capitalista: maximizar las ganancias y las tasas de beneficios socavando al mismo tiempo las dos fuentes originales de toda riqueza: la naturaleza y el ser humano.
El capitalismo explota y agota todas las posibilidades creadoras de la vida natural y humana y junto a ellas despoja a las personas de la capacidad de proyectar sus sueños, fantasías e ideales. Por eso, Marx insiste en el sentido abstracto de la frase, que retoma Lasalle del liberalismo para convertir en ideal socialista, frase que silencia las condiciones en que el trabajo humano produce riquezas y las formas de apropiación de las verdaderas fuentes de riquezas.
«Los burgueses tienen razones muy fundadas para atribuirle al trabajo una fuerza creadora sobrenatural, pues precisamente del hecho de que el trabajo está condicionado por la naturaleza se deduce que el hombre que no dispone de más propiedad que su fuerza de trabajo, tiene que ser, necesariamente, en todo estado social y de civilización, esclavo de otros hombres, de aquellos que se han adueñado de las condiciones materiales de trabajo. Y no podrá trabajar, y por consiguiente, vivir, más que con su permiso».[3]
Esta crítica de Marx apunta a las esencias del sistema de explotación capitalista. El capitalismo bajo la psicosis de la competencia cambia los significados del trabajo, convirtiéndose este en un bien escaso preñado de un fuerte componente de incertidumbre. El trabajo bajo el poder del capital contribuye a fortalecer las desigualdades entre los ciudadanos y dar vitalidad a la competencia. La instauración de un ejército de reserva de trabajo permanente sigue siendo un elemento propulsor y dinamizador de la economía neoliberal.
«El argumento es que el pleno empleo, como valor orientador de la economía, pondría en peligro la situación general del empleo. Se desarrolla así una conciencia de que es prioritario salvar la situación general del empleo aunque ello implique un desempleo estructural creciente, empleos menos estables, peor pagados, etc. El tributo que se brinda en nombre del valor supremo de la competencia, se paga con sacrificios humanos en la modalidad de desempleo, inseguridad económica y social y retrocesos en conquistas alcanzadas».[4]
Si para Marx es importante hacer conceptualizaciones, también le resulta necesario esclarecer cuestiones sobre los mecanismos sociales de regulación del trabajo para armar teóricamente a la clase obrera en su lucha contra el capitalismo y la construcción consciente de la sociedad futura. En la Crítica al Programa de Gotha, Marx refuta el planteamiento de Lasalle acerca de que el trabajo pueda ser regulado colectivamente con un reparto equitativo de su fruto.
Marx arremete contra Lasalle por lo dañino que resulta para la teoría y práctica revolucionaria reproducir esquemas de pensamiento que legitiman la lógica de funcionamiento de la sociedad capitalista en la proyección de la sociedad futura y crean una visión idílica de las posibilidades inminentes del cambio social al margen del desarrollo de la nueva sociedad en su totalidad real.[5]
Asimismo el autor demuestra en su Crítica… que el socialismo es un proceso de deconstrucción y construcción al unísono de viejas y nuevas formas de relaciones y convivencias humanas. En la sociedad socialista siguen existiendo aspectos económicos, morales y culturales que llevan el sello de la vieja sociedad de la cual han salido, y aunque en las nuevas condiciones «nadie puede dar sino su trabajo», y nada puede pasar a ser propiedad privada «fuera de los medios individuales de consumo», reina el mismo principio de distribución que en el intercambio de mercancías equivalentes: «se cambia una cantidad de trabajo, bajo una forma, por otra cantidad igual de trabajo, bajo otra forma distinta». La igualdad y la equidad se miden por el mismo rasero: por el trabajo, y consecuentemente siguen llevando la limitación del derecho burgués.[6]
Este derecho sigue siendo un «derecho desigual» pues no reconoce el trabajo fuera de la esfera de la producción, ni las diferencias físicas e intelectuales de los individuos, sus condiciones de vida o su situación familiar. Pero, como reconoce el propio Marx, el derecho no puede ser nunca superior al desarrollo socioeconómico y cultural de la sociedad que lo condiciona, por consiguiente, estos defectos son inevitables en la primera fase de la sociedad comunista.
Esta igualdad desigual solo será superada, según Marx, en la fase superior de la sociedad comunista
«[…] cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora, de los individuos a la división del trabajo, y con ella, la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, solo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués, y la sociedad podrá escribir en sus banderas: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual, según sus necesidades!».[7]
Este criterio o principio de distribución se sustenta en cambios esenciales en el modo de producción y tiene como fundamento concebir el trabajo humano no como medio de vida, sino como la primera necesidad vital. Entender el trabajo como necesidad vital no es lo que vulgarmente se entiende en la frase «el que no trabaja se muere»; se refiere a aquel trabajo humano que ha dejado de ser una obligación, una aversión, una enajenación y se convierte en actividad consciente, creativa, participativa, disfrutable y transforma al individuo en sujeto emancipado.
El cambio en la actitud hacia el trabajo no es espontáneo ni casual, hay que crear condiciones que lo favorezcan y que tributan, como señala Marx, a cambios esenciales en las diferentes esferas de la vida humana, no de manera fragmentada sino como totalidad armónica y coherente. Es un reto para la práctica del socialismo, especialmente en Cuba, restablecer el trabajo como principal criterio de distribución, reconocimiento y diferenciación social, y para ello se hace necesario, entre otras cuestiones, fortalecer económica, jurídica, política e ideológico-culturalmente la autoridad y el poder efectivo de los colectivos laborales en la toma de decisiones y el control sobre los procesos productivos, dar más participación y responsabilidad individual y colectiva a los trabajadores en los procesos laborales y sociales, potenciar y estimular las iniciativas y la creatividad, facilitar la superación y calificación de los trabajadores, involucrarlos en los programas esenciales de transformación social como sujetos activos.
Se hace imprescindible para nuestra práctica socialista dar mayor coherencia a las formas de distribución en correspondencia con las condiciones reales del desarrollo productivo cubano, considerando las necesidades materiales y espirituales concretas de los trabajadores. Ya alertaba Marx en este texto, sin haber vivido la experiencia socialista, cómo se reproduce la lógica burguesa cuando se fragmenta la distribución de la producción y se trata como momento independiente del modo de producción, «¿por qué volver a marchar hacia atrás?».[8]
Si aceptamos, de acuerdo al mencionado principio de distribución socialista, que todos los miembros de la sociedad pueden dar de sí toda su capacidad pero reciben a cambio solo la equivalencia de lo que entregan en energías físicas e intelectuales con fines productivos, caemos en la trampa de fragmentar la realidad a conveniencia. Para que el ser humano entregue el máximo de sus capacidades requiere tener lo necesario para ello.
Es ingenuo e irresponsable pensar que elevar el nivel técnico, modernizar los medios de producción, los niveles alcanzados de mecanización en procesos tecnológicos importantes, la calificación técnico-profesional alta de la fuerza de trabajo, sean premisas económicas suficientes para que desaparezca una de las fuentes más importantes de desigualdad social: el contraste entre el trabajo físico e intelectual y la subordinación a la división social del trabajo. Estas condiciones hablan solo del comienzo de una nueva etapa, como escribió Lenin a los obreros rusos, «[…] más difícil, más radical, más esencial y más decisiva que el derrocamiento de la burguesía, pues es una victoria obtenida sobre la propia rutina y la indisciplina, sobre el egoísmo pequeñoburgués, sobre todos esos hábitos que el maldito capitalismo ha dejado en herencia al obrero y al campesino».[9]
Las revoluciones socialistas son procesos de pasiones y fuerzas donde los sujetos sociales sienten la necesidad de hacer por el cambio social. Che Guevara, analizando la experiencia del socialismo, llamó la atención sobre el hecho de que:
«[...] nosotros no hemos logrado todavía que el hombre entregue, sino que hemos colocado un aparato donde la sociedad succiona [...] que el hombre sienta la necesidad de hacer trabajo voluntario es una cosa interna y que el hombre sienta la necesidad de hacer trabajo voluntario por el ambiente es otra. Las dos deben estar unidas. El ambiente debe ayudar a que el hombre sienta la necesidad de hacer trabajo voluntario, pero si es solamente el ambiente, las presiones morales las que obliguen a hacer al hombre trabajo voluntario, entonces continúa aquello que mal se llama la enajenación del hombre, es decir no realiza algo que sea una cosa íntima, una cosa nueva, hecha en libertad y no que sigue esclavo».[10]
Las formas activas de emergencia del sujeto social en los procesos de cambios no son juegos formales ni planteos burocráticos, ellas obedecen a un conjunto de factores de estabilidad y conflicto sociohistóricos y culturales que se entrecruzan y condicionan el sentido y la dirección del proceso de transformación social. Al mismo tiempo, la construcción socialista es un proceso paulatino de transformación y creación continua de vínculos de solidaridad y justicia. ¿Cómo resolver este antagonismo en el socialismo que requiere, para convertirse en proyecto aceptado y de construcción de vida digna y justa, avanzar en la satisfacción de las necesidades humanas?
La respuesta, más que en la teoría, está en las experiencias de los Sábados Comunistas de los obreros rusos en 1919, los Trabajos Voluntarios del pueblo cubano en los años 60 y los Contingentes Obreros de la construcción y la agricultura en los años difíciles del Período Especial para la Revolución Cubana, en la década del 90 del siglo xx. Estas experiencias sentaron pautas para la creación de nuevas relaciones sociales y de una nueva organización del trabajo que conjugara la introducción de la ciencia y la tecnología con el fortalecimiento de la autoridad y el poder efectivo del colectivo de trabajadores en la vida social. Estas prácticas pretendieron superar los marcos estrechos de un modo de producción todavía ineficiente y de una distribución equivalente al trabajo entregado, de acuerdo con la fórmula «a igual cantidad de trabajo, igual cantidad de productos». Ellas introducen un nuevo elemento como criterio de medida del trabajo: el aporte colectivo a la sociedad a partir de la concientización por los trabajadores de la importancia de su trabajo para la vida de todos y todas.
Acerca del significado histórico de los Sábados Comunistas reflexionó Lenin: «Los Sábados Comunistas, tienen una magna importancia histórica precisamente porque nos muestran la iniciativa consciente y voluntaria de los obreros en el desarrollo de la productividad del trabajo, en el paso a una nueva disciplina laboral y en la creación de las condiciones socialistas en la economía y en la vida».[11]
Lenin alertó sobre no aprovecharse de esta experiencia para identificar cualquier otro tipo de trabajo que desvirtuara la esencia de lo nuevo creado. No es el nombre lo que define la cualidad de esta iniciativa obrera, sino el proceso de trabajo diferente, los éxitos prácticos y la manera prolongada y ejemplar de dirigir, organizar y controlar el propio trabajo. Esta iniciativa obrera se insertó también en la vida política y sentó nuevas pautas para el ejercicio de la democracia socialista.
El teleologismo que se impuso a las prácticas socialistas soviéticas cercenó esta experiencia en aras de un futuro que exigía perder el sentido histórico del momento y sacrificar la vida cotidiana de los propios actores sociales. Se insistió más en conocer la realidad que en la necesidad de los cambios sociales subestimándose en el proceso el papel activo, participativo y transformador del sujeto en el devenir social de acuerdo a sus necesidades e intereses.
Lamentablemente en la experiencia histórica del socialismo se ha pasado muchas veces por alto que:
«La práctica más severa confirma que el carácter de un proceso solo está determinado por las contradicciones sociales que resuelve y no por un supuesto protagonista que puede ser virtual (como lo ha sido en la mayor parte de la historia) y que ha defendido un proyecto como suyo, pero que en realidad lo han convertido, por exclusión, en un proyecto que nada o muy poco tiene que ver con él».[12]
Desde los inicios de la Revolución Cubana, Che Guevara criticó la determinación mecánica de objetivos sociales sin la participación consciente de los trabajadores.
Al pensar la revolución y la construcción socialista Che insiste en la relación entre las necesidades e intereses sociales e individuales. Hace énfasis en que el socialismo se fundamenta en la satisfacción de las necesidades básicas y los deseos de realización individual y colectiva. Así arremete contra los discursos político-ideológicos que intentan promover un socialismo al margen de las necesidades e intereses de la sociedad y de los individuos recurriendo, solo, a experiencias históricas o culturales fuera del contexto de la vida cotidiana de los hombres y las mujeres que construyen la sociedad socialista.
«Y si conocemos el rumbo por donde tenemos que caminar nos falta solamente conocer la parte diaria del camino a realizar. Y esa parte no se la puede enseñar nadie, esa parte es el camino propio de cada individuo, es lo que todos los días harán, lo que recogerá en su experiencia individual y lo que dará de sí en el ejercicio de su profesión, dedicado al bienestar del pueblo».[13]
Los Trabajos Voluntarios resignificaron los sentidos económicos, éticos y políticos de la Revolución Cubana y de la propia práctica socialista. El trabajo voluntario, necesario aunque no imprescindible para el proceso de producción, promovía valores diferentes para los trabajadores: instalarse en el poder, sentirse dueño de lo que hace, saber que crea nuevas riquezas para ofrecer a los demás, asumir una responsabilidad compartida y un compromiso colectivo, sentir la alegría y el disfrute por el trabajo y reconocerse importante dentro de la sociedad.[14]
El socialismo pensado por el Che apunta a la creación de nuevos valores humanistas a la par del desarrollo de nuevas relaciones económicas. Pero para esto es necesario establecer una relación armónica entre el saber, el hacer y el desear, de modo que se interprete correctamente la realidad histórica, se utilicen de forma adecuada las fuerzas que intervienen en ella y se incorporen, cada vez más, elementos de distintas tendencias que, no obstante, coincidan en la acción y los objetivos revolucionarios y socialistas.[15]
«En este período de construcción del socialismo podemos ver al hombre nuevo que va naciendo, su imagen no está todavía acabada, no podría estarlo nunca ya que el proceso marcha paralelo al desarrollo de las formas económicas nuevas [...]. Lo importante es que los hombres van adquiriendo cada día más conciencia de la necesidad de su incorporación a la sociedad y, al mismo tiempo, de su importancia como motores de las mismas».[16]
A partir de 1985, con la celebración del III Congreso del Partido Comunista de Cuba, se comienza a hacer críticas agudas y profundas a las ineficiencias económicas y a las manifestaciones de mercantilismo, burocratismo y formalismos en el sector laboral.[17] En el discurso en ocasión del XXV Aniversario de la Victoria de Playa Girón, el 19 de abril de 1986, Fidel hace un análisis de las principales tendencias negativas y errores de la gestión económica y el trabajo político e ideológico.[18] Este discurso abrió el proceso de «rectificación de errores y tendencias negativas» en la sociedad cubana que tenía como objetivo recuperar y desarrollar principios esenciales del proceso de construcción socialista.
Es en este período que se promueve en el país la experiencia de los Contingentes agrícolas de obreros de la construcción y según la referencia de los Sábados Comunistas y los Trabajos Voluntarios, además de tener un carácter más sistemático y permanente, los Contingentes intentaron vincular nuevas formas organizativas y de dirección de la producción al aplicar lo más avanzado en la ciencia y la tecnología; promover el multioficio; potenciar el control obrero sobre las decisiones administrativas, los costos y la rentabilidad; establecer la «atención al hombre» más allá del estímulo material y moral, y fortalecer la participación obrera en el proceso productivo con la introducción de nuevos elementos para la autodirección y la democracia dentro del colectivo laboral.[19]
Las experiencias de los Sábados Comunistas, los Trabajos Voluntarios y los Contingentes se intentaron extender de manera esquemática a toda la sociedad mediante mecanismos formales, estructuras políticas y utilizando su nombre como garantía de eficiencia. Además se sobrevaloró el momento de la concientización al punto de creer que solo por el hecho de que se participara de esta experiencia era suficiente para elevar la conciencia de los trabajadores hacia el trabajo. Se olvidó que la consagración al trabajo «debe ser conquistada mediante una labor prolongada y tenaz, mediante éxitos prácticos concretos en la edificación verdaderamente comunista».[20]
Tomar conciencia de que somos actores sociales de la construcción socialista desencadena siempre un proceso crítico que insta a confrontar las aspiraciones de los sujetos con las posibilidades de instrumentarlas y hacerlas efectivas dentro del sistema en que están inmersos. Ese es un modo de participación consciente de los individuos en su devenir. Pero no siempre la correspondencia entre las aspiraciones humanas y las posibilidades prácticas de su realización es armónica. Por eso, el sentido y la dirección de la crítica social dependerán, en gran medida, de las formas específicas en que se manifiesta la participación de aquellos como grupos sociales y clases.
El debate sobre los temas de la economía y la política en el socialismo no escapan a una retórica que se mueve en posiciones extremas y contrapuestas. La idea por la que abogamos es que no se trata de definir un principio que solucione la contradicción entre la producción y la distribución en el socialismo, o creer que la conciencia socialista se forma por sí sola y una vez establecida superará los males «pendientes» del sistema. Solo el ejercicio de una cultura verdaderamente democrática, desenajenante, libre de toda forma discriminatoria y hegemonista, puede ser capaz de ayudar a construir esa conciencia que le otorga capacidad a la clase trabajadora y al movimiento popular para imponer o llevar adelante el proyecto social que crea posible.
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