¿Sociedad civil o sociedad burguesa?. Ambivalencia o dialéctica de un concepto clave
texto de Wolfgang Fritz Haug
publicado en mayo de 2014 en Marx desde cero
en el foro en varios mensajes
1. Introducción
Pocos conceptos, sin duda, han sido utilizados en el último siglo y medio de una manera tan ilusoria por unos y equívoca por otros como el de sociedad civil. Pero, ¿qué se sigue de esto? ¿Es así pues inservible como concepto analítico? ¿Habría por tanto que prescindir de él en la elaboración de orientaciones y proyectos emancipatorios? Creo que antes de regalárselo a la ideología neoliberal a la vista de las posibilidades de uso impropio que ofrece, deberíamos detenernos un momento a examinar el catálogo de conceptos de los que más se ha abusado en nuestra época. Porque resulta que cuando se llevan a cabo guerras de agresión contrarias al derecho internacional en nombre de los derechos humanos y de la democracia, estos mismos conceptos –derechos humanos y democracia- se sitúan justo en el encabezamiento de ese catálogo. O cuando, en nombre de la seguridad, se promueve la “globalización de la inseguridad” (Altvater/Mahnkopf), el concepto de seguridad se hace merecedor también de un lugar muy destacado en la lista, justo al lado del de libertad e incluso del de justicia, concepto este del que se ha hecho una caricatura blasfema con la llamada infinite justice. ¿Y qué pasa con las ideas de “responsabilidad, efectividad, flexibilidad e iniciativa” que adornan el catálogo de virtudes del neoliberalismo? De todos estos conceptos, y de tantos otros, que designan los llamados “valores”, se ha abusado lo indecible. Pero no podemos renunciar a ellos. Expresan aspiraciones irrenunciables. Justamente porque aquello que designan es deseable y atractivo, no prescinde de ellos ninguna ideología de dominación moderna. Su uso para la legitimación de las relaciones de dominación tiene como finalidad precisamente arrebatar a los dominados el lenguaje en el que éstos expresan sus anhelos de emacipación.
Así sucedió a mediados de los años ochenta con el concepto de “sociedad civil”. Cuando en Polonia se impuso la dictadura militar al proletariado en nombre del proletariado, se extendió como un espectro a través del partido comunista de allí la exigencia rebelde de “estructuras horizontales”. De ahí en adelante, bajo el régimen esclerotizado de los partidos de la revolución institucionalizada de Europa central y oriental, que se denominaban “comunistas”, empezó a brillar en el horizonte la expectativa de la “sociedad civil” como una especie de fata morgana de las relaciones democráticas propias de una “asociación de hombres libres”. Luego, con Gorbachov la dirección soviética asumió esta fórmula bajo el signo de la perestroika.
Democratización era la gran consigna. Había que construir un estado de derecho socialista. Pero el socialismo de estado debía dejar paso a un socialismo de la sociedad civil. Debía estallar una primavera de los pueblos, había que repartir los dividendos de la paz. Un Nuevo Pensamiento debía plantear los problemas de la paz -que afectaban a toda la humanidad- más allá de todos los antagonismos y luchas de clases, sobre la base de una política social mundial y en conexión con un giro ecológico global. “Desarme para el desarrollo”, era el mensaje que se emitía desde Moscú para el mundo entero.
Recordar todo esto es doloroso, como lo es recordar un amor no correspondido. Era demasiado bello para ser verdad. De los gobiernos occidentales vinieron nobles palabras, pero hechos no tan nobles. El golpe contra Gorbachov y el contragolpe de Yeltsin contra ambas partes, la de los golpistas y la del último presidente soviético, desembocaron en una capitulación incondicional ante el neoliberalismo, la llamada “terapia de choque”. El autodesarme soviético se convirtió en entrega, la apertura en toma de posesión. Al estado social paternalista con su omnipresente policía secreta le sucedió un capitalismo asocial con un doble poder compuesto por la policía secreta y la mafia. Lo que Djilas denunciara en Yugoslavia medio siglo atrás, el surgimiento de una “nueva clase” dominante, iba a tener su epílogo histórico en forma de la transformación de grandes porciones de la llamada nomenklatura del socialismo de estado en la nueva clase dominante de un capitalismo salvaje y mafioso. No todos esos nuevos ricos empezaron tan a pequeña escala como el tesorero de la organización juvenil comunista, que se ha convertido en multimillonario. La fórmula que David Harvey ha acuñado a propósito del neoliberalismo -”acumulación a través de la expropiación”- cosechaba grandes éxitos en Rusia. ¡Nitschevo sociedad civil! ¡De sociedad civil, nada de nada! La miseria de masas se extendía por el país, las guerras civiles nutrían grandes fortunas.
Desde entonces ha ido perdiendo color, cada vez más, la promesa de la sociedad civil. Bajo ella lo que aparece es la sociedad burguesa como la sociedad de una burguesía que, como se dice en el Manifiesto, “no deja en pie, entre hombre y hombre, ningún otro vínculo que el interés desnudo, que el insensible ‘pago al contado’”, que “ha reducido la dignidad personal al valor de cambio, situando, en lugar de las incontables libertades estatuidas y bien conquistadas, una única desalmada libertad de comercio”, etc. (MEW 4, 464 y s.). Rosa Luxemburg describió muy bien, en la época de la Primera Guerra Mundial, los excesos de los que es capaz.
¿Qué hacer, así pues, con el concepto de sociedad civil? La cuestión adquiere nuevos perfiles desde el momento en que los zapatistas se han definido positivamente con respecto a la sociedad civil mexicana. Atilio A. Boron ha recordado la atmósfera académica que predominaba en México desde los años de 1980 y a la que sólo puso fin el primer levantamiento zapatista, mientras en otros países se prolongaría aún algunos años más: una atmósfera “envuelta en los nada inocentes vapores embriagantes del posmodernismo, el ‘giro lingüístico’, el posmarxismo, el individualismo metodológico y otras extravagancias por el estilo, la problemática de los sujetos y del conflicto social que en su extravío teórico había sido abandonada por los intelectuales poseídos por eso que Platón denominaba ‘el afán de novedad’.”
El levantamiento zapatista, sin embargo, no ha sido importante sólo para México, sino que ha sido observado y analizado en casi todo el mundo con los ojos y los oídos bien abiertos. El “movimiento de movimientos” mundial de los “altermundialistas” difícilmente se podría entender sin la experiencia zapatista. Digámoslo con claridad: a partir de una posición de inferioridad casi desesperada es un éxito enorme de este movimiento haberse mantenido pronto hará diez años y, más aún, demostrar su vitalidad sin falla con un nuevo acto creativo de gran alcance como la construcción de una nueva forma de autogobierno desde abajo. Atilio Borón ha expresado el temor de que “expresiones tan ambiguas como ‘humanidad’ y ‘sociedad civil’, caras al acervo doctrinario del zapatismo y a ciertas variedades del pensamiento político latinoamericano contemporáneo” puedan conducir, con su “uso y abuso”, a “serios equívocos y, por qué no, a catastróficas derrotas”. En particular de la “sociedad civil” dice: “se trata de una categoría profusamente utilizada en el discurso político latinoamericano desde los años noventa y no sería una exageración afirmar que, en su significado actual, es una de las más confusas y enmarañadas de las ciencias sociales.”
A lo que hay que añadir que parecería que la autoridad del gran Karl Marx podría decantarse también contra un uso progresista, crítico-democrático, de este concepto. Esta cuestión lleva a una especie de quiproquo lingüístico, a una comedia de enredo en el ir y venir intercultural de la teoría marxista. Como las consecuencias podrían ser fatales, vale tal vez la pena intentar una clarificación.
2. Sociedad civil y sociedad burguesa en Marx
Acudamos así a la filología, esa veterana traductora y aliada fiel de la filosofía desde la Antigüedad. La filología es una especie de agente de mediación interlingüística, intercultural e incluso, diríamos, etnofilosófica. Es competente en tareas de traducción y de interpretación a la vez. Hay que recurrir a ella cuando el sujeto hermenéutico se libera de la hegemonía de la hermenéutica y hay que refrenarlo. Boaventura de Sousa Santos ha destacado que los zapatistas se sirven de un concepto ampliado de traducción (2001, 39). Esto estaba ya, en cierto modo, en Gramsci. La traducción y la traducibilidad son conceptos clave de sus Cuadernos de la cárcel. Más aún: “la teoría y la praxis de la crítica filológica” constituyen para Gramsci, como señala Josef Buttigieg, su traductor y editor estadounidense, “como tales una aportación de enorme importancia para la elaboración de una filosofía antidogmática de la praxis” (1991, 26). Gramsci traslada incluso el concepto de la filología al modo de obrar práctico de los “partidos de masas y sus conexiones orgánicas con la más profunda vida (productivo-económica) de las masas mismas”; no se trata sólo, a este respecto, “del conocimiento y el juicio sobre el significado” de los sentimientos que se manifiestan con vehemencia en las masas, sino de la capacidad de influir en éstos “a través del organismo colectivo, a través de la ‘implicación activa y consciente’, a través de la ‘compasión’, a través de la experiencia de los detalles inmediatos, a través de un sistema que podríamos llamar una ‘filología viva’. Así se forma un estrecho vínculo entre las grandes masas, el partido, el grupo dirigente, y todo el conjunto bien articulado puede moverse como un ‘individuo colectivo’.” (Cuad. 11, 25). Aunque los zapatistas, ciertamente, no se consideran un partido, algunos aspectos cruciales de su praxis pueden entenderse a partir de estas indicaciones de Gramsci.
Transformémonos así pues durante un par de minutos en filólogos, aunque sea en el sentido más modesto que atribuye a la filología la condición de ciencia auxiliar que facilita la traducibilidad de las teorías críticas y de las experiencias de nuestros países y regiones. En 1989, en un encuentro de traductores de Gramsci, formulé la siguiente cuestión: imaginemos por un momento que el llamamiento de La Marsellesa “Aux armes, citoyens!” se sustituye por “Aux armes, bourgeois!”. ¿Cuál es el problema? Pues que la palabra alemana ‘Bürger’ significa tanto citoyen como bourgeois. Por causas históricas la lengua alemana no permite hacer esta distinción. En las traducciones anglosajonas de Marx y consecuentemente en los debates marxistas del ámbito anglosajón eso ha llevado a confusiones. Y así la expresión alemana bürgerliche Gesellschaft, que a veces significa società borghese y a veces società civile, ha sido a menudo traducida mecánicamente como civil society. Lo mismo pasa con Hegel. Bürgerliche Gesellschaft es en éste la esfera de las relaciones mercancía-dinero, de la valorización del capital. Por eso la sociedad burguesa tiende a los ojos de Hegel a la autodestrucción, porque produce por una parte riqueza y por otra pobreza masiva. El Estado debe por tanto regularla. Las corporaciones y asociaciones las entiende Hegel como agencias del Estado en la bürgerliche Gesellschaft y la familia, en la que rige el amor, es la base natural de todo. Por consiguiente es más correcto traducir el concepto de Hegel como bourgeois society. Si se quiere introducir también el factor más directamente político habría que hablar, como hace el germanista y traductor francés de El Capital Jean-Pierre Lefèbvre, cuanto menos de “société civile bourgeoise bajo un Estado autoritario”. Muy otra cosa es en Kant. En él bürgerliche Gesellschaft es el nombre de algo que es todavía una utopía, a saber: una sociedad mundial cosmopolita dotada de un estado de derecho mundial. Kant toma el concepto de bürgerliche Gesellschaft de la traducción alemana del Essay on the History of Civil Society (1767) de Adam Ferguson. Quien crea que en Ferguson se encuentra la base y el cimiento del concepto neoliberal de civil-society se quedará perplejo al comprobar que en esta obra los capitalistas están excluidos y se concibe la sociedad civil como opuesta a la commercial society, de tal manera que la economía debe subordinarse estrictamente a la política. Oímos aquí todavía los ecos de la polis griega clásica, cuyas concepciones fueron idealizadas por Aristóteles en el momento de su decadencia. La implicación en negocios con el dinero, y no digamos ya la valorización del capital, descalificaban para formar parte de la polis. La pertenencia a ésta se limita a los hombres libres, titulares de la ciudadanía. Pero para éstos la polis significa autogobierno. La koinonía politikée, traducida por Cicerón como societas civilis y elaborada como concepto en su teoría del estado, representa la democracia particular de una minoría, que domina sobre una sociedad no democrática, basada en la esclavitud. Cuando se hace saltar la particularidad, aparece el concepto del “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.
Desde sus orígenes es, así pues, la sociedad civil un concepto que connota autogobierno. Hay que tener en cuenta que Marx no sólo sabía griego y dedicó su tesis doctoral a la comparación entre dos filósofos griegos, sino que también conformó su pensamiento en estrecha discusión con el que durante toda su vida admiró como “gigante intelectual”, Aristóteles, una influencia que suele oscurecerse ante la influencia de Hegel. Su definición del objetivo de una “asociación de hombres libres”, en todo caso, está profundamente influída por la koinonía politikée.
De esta manera, cuando Marx declara el el prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política que sus estudios le habían convencido de que había que “buscar la anatomía de la bürgerliche Gesellschaft en la economía política” (13, , a mí me parece que lo correcto es traducir aquí bürgerlich por burguesa, pues el contexto remite a la relación con la filosofía del derecho de Hegel. Antonio Gramsci, que en la cárcel, entre otras cosas, tradujo algunos pequeños textos de Marx del alemán, traslada primero este paso como società borghese, pero luego tacha ese borghese y escribe encima civile. Tal vez fue la influencia de Gramsci lo que indujo a un filólogo tan meticuloso como Maximilien Rubel a realizar para la edición de La Pléiade de los escritos económicos de Marx la siguiente traducción: “et c’est dans l’économie politique qu’il convient de chercher l’anatomie de la société civile” (272).
Si Gramsci se mostraba dubitativo en este punto, ante la Tesis X {Décima} sobre Feurbach no duda y escribe: “il punto di vista del vecchio materialismo è la società borghese”, mientras que por ejemplo en las Collected Works, que mecánicamente traducen siempre que aparece la palabra bürgerlich por civil, se dice: “The standpoint of the old materialism is civil society”. Gramsci tenía razón y la traducción inglesa es absurda.
Si la confusión, sobre todo en la recepción anglosajona de Marx, parece hasta aquí casi total, encuentra sin embargo un límite en las traducciones de El Capital. Así, donde Marx escribe “Für die bürgerliche Gesellschaft ist aber die warenform des Arbeitsprodukts (…) die ökonomische Zellenform” (23/12), la traducción de bürgerlich por burguesa cuenta con un consenso general. La razón de ello es simple: Marx consignó de la siguiente manera este paso en la traducción francesa de Joseph Roy revisada por él: “Or, pour la société bourgeoise actuelle, la forme marchandise du produit du travail (…) est la forme cellulaire économique” (II. 7, 12). 1 Y la primera traducción inglesa, de la que Friedrich Engels señaló que “de cuyo texto soy, en última instancia, responsable yo” (25/ 7), reza así: “But in bourgeois society the commodity-form of the product of labour (…) is the economic cell-form” (II.9/ 16).2 Pedro Scarón, en su excelente edición “semi-crítica” de 1975 en Siglo XXI -¡no hay una edición tan buena como esta en alemán!- conserva incluso las cursivas que sólo se encuentran en la versión francesa de Marx y Roy: “Para la sociedad burguesa la forma de mercancía, adoptada por el producto del trabajo, (…) es la forma celular económica” (I. 1, 6). Con mayor exactitud traduce Manuel Sacristán en la edición de las OME de 1976: “Pero para la sociedad burguesa la forma económica celular es la forma mercancía del producto del trabajo…” (OME 40, 6).3
Por otra parte, Engels criticó de la edición inglesa del Manifiesto comunista la traducción de bürgerliche Gesellschaft por middle-class society. En lugar de eso habría debido figurar bourgeois Society o, a veces, commercial and industrial society (Carta a Marx, 23-9-1862).
A despecho de estas puntualizaciones John Ehrenberg, por ejemplo, aventura la afirmación de que toda la crítica de la economía política de Marx se resumía en el desenmascaramiento de la “civil society as a market-organized sphere of compulsion”.4 Y Jean L. Cohen y Andrew Arato se creen autorizados a hablar, en Civil Society and Political Theory (1992), de la “well-known marxian identification of civil and bourgeois society”; Marx sería según esta versión “the peerless nineteenth-century critic of modern civil society” (véase 97, 228, 231 y passim). Cómo podría compatibilizarse esto con el principio de autogobierno comunal elogiado por Marx o con su identificación con la idea de la “libre asociación”, eso no se lo preguntan Cohen y Arato. En cuanto a Gramsci, Ehrenberg afirma que reclamaba “to consider civil society an aspecto of bourgeois class rule”. No se pregunta cómo, en tal caso, podría haber esbozado el autogobierno de una sociedad sin clases como un estado de cosas en el que el estado y el derecho serían “assorbiti dalla società civile” (Cuad. 8, 2).
Nuestro pequeño excurso filológico permite defender la tesis de que la deslegitimación del concepto de sociedad civil desde la izquierda no puede realmente apoyarse en Marx.
3. Un espacio de disputa
La teoría y la praxis de los zapatistas representan un gran desafío para las concepciones tradicionales de reforma y revolución, movimiento y organización, poder y dominio, estrategia y táctica, etc. Todo lo anterior resulta cuestionado. No es sorprendente, así, que la interpretación y la valoración de la experiencia zapatista haya dado lugar a controvesias. De particular interés, que además reviste dimensión internacional, es el debate que se ha desarrollado en la revista Chiapas. Es especialmente significativa la controversia entre Atilio A. Borón y John Holloway. El segundo interpreta la política de los zapatistas como una ruptura con la “ilusión estatal”, expresión en la que resume la idea según la cual “el Estado es la instancia central de la transformación radical”. Insiste positivamente en la pretensión zapatista de “cambiar el mundo sin tomar el poder”. “No es un proyecto de hacernos poderosos”, dice Holloway, “sino de disolver las relaciones de poder” (Holloway, 2001a: p. 174). Borón ha manifestado su discrepancia, como se sabe. “¿Será posible que la revolución requerida para fundar esas formas alternativas ‘avance preguntando’? ¿Basta sólo con preguntar, con imaginar, con sonar?” Su crítica culmina en esta pregunta: “Si es así (…), ¿cómo es que la revolución no se ha consumado ya?” Entiende que la revolución se oculta “como los rostros de los zapatistas, detrás de un discurso bellamente poético”.
La duda de Borón se dirige no sólo contra la interpretación del zapatismo que hace Holloway sino, con todo respeto, también contra el propio discurso zapatista. Sus dudas surgen no en último término a propósito del estatuto que confiere este discurso a la sociedad civil. “En las versiones contemporáneas”, escribe Atilio Borón, “la ‘sociedad civil’ aparece precisamente como la expresión del agotamiento (o la futilidad) de la lucha anticapitalista”. Eso puede aplicarse a la corriente central de corte neoliberal. Pero ¿qué pasa si el uso predominante del concepto de ‘sociedad civil’ y de todos los otros a los que me he referido al principio está deformado ideológicamente? ¿Si en unos es ilusorio mientras que los otros creen conveniente desenmascararlo como un mero eufemismo que alude a la sociedad del dinero y a la globalización neoliberal?.
---continúa---
texto de Wolfgang Fritz Haug
publicado en mayo de 2014 en Marx desde cero
en el foro en varios mensajes
1. Introducción
Pocos conceptos, sin duda, han sido utilizados en el último siglo y medio de una manera tan ilusoria por unos y equívoca por otros como el de sociedad civil. Pero, ¿qué se sigue de esto? ¿Es así pues inservible como concepto analítico? ¿Habría por tanto que prescindir de él en la elaboración de orientaciones y proyectos emancipatorios? Creo que antes de regalárselo a la ideología neoliberal a la vista de las posibilidades de uso impropio que ofrece, deberíamos detenernos un momento a examinar el catálogo de conceptos de los que más se ha abusado en nuestra época. Porque resulta que cuando se llevan a cabo guerras de agresión contrarias al derecho internacional en nombre de los derechos humanos y de la democracia, estos mismos conceptos –derechos humanos y democracia- se sitúan justo en el encabezamiento de ese catálogo. O cuando, en nombre de la seguridad, se promueve la “globalización de la inseguridad” (Altvater/Mahnkopf), el concepto de seguridad se hace merecedor también de un lugar muy destacado en la lista, justo al lado del de libertad e incluso del de justicia, concepto este del que se ha hecho una caricatura blasfema con la llamada infinite justice. ¿Y qué pasa con las ideas de “responsabilidad, efectividad, flexibilidad e iniciativa” que adornan el catálogo de virtudes del neoliberalismo? De todos estos conceptos, y de tantos otros, que designan los llamados “valores”, se ha abusado lo indecible. Pero no podemos renunciar a ellos. Expresan aspiraciones irrenunciables. Justamente porque aquello que designan es deseable y atractivo, no prescinde de ellos ninguna ideología de dominación moderna. Su uso para la legitimación de las relaciones de dominación tiene como finalidad precisamente arrebatar a los dominados el lenguaje en el que éstos expresan sus anhelos de emacipación.
Así sucedió a mediados de los años ochenta con el concepto de “sociedad civil”. Cuando en Polonia se impuso la dictadura militar al proletariado en nombre del proletariado, se extendió como un espectro a través del partido comunista de allí la exigencia rebelde de “estructuras horizontales”. De ahí en adelante, bajo el régimen esclerotizado de los partidos de la revolución institucionalizada de Europa central y oriental, que se denominaban “comunistas”, empezó a brillar en el horizonte la expectativa de la “sociedad civil” como una especie de fata morgana de las relaciones democráticas propias de una “asociación de hombres libres”. Luego, con Gorbachov la dirección soviética asumió esta fórmula bajo el signo de la perestroika.
Democratización era la gran consigna. Había que construir un estado de derecho socialista. Pero el socialismo de estado debía dejar paso a un socialismo de la sociedad civil. Debía estallar una primavera de los pueblos, había que repartir los dividendos de la paz. Un Nuevo Pensamiento debía plantear los problemas de la paz -que afectaban a toda la humanidad- más allá de todos los antagonismos y luchas de clases, sobre la base de una política social mundial y en conexión con un giro ecológico global. “Desarme para el desarrollo”, era el mensaje que se emitía desde Moscú para el mundo entero.
Recordar todo esto es doloroso, como lo es recordar un amor no correspondido. Era demasiado bello para ser verdad. De los gobiernos occidentales vinieron nobles palabras, pero hechos no tan nobles. El golpe contra Gorbachov y el contragolpe de Yeltsin contra ambas partes, la de los golpistas y la del último presidente soviético, desembocaron en una capitulación incondicional ante el neoliberalismo, la llamada “terapia de choque”. El autodesarme soviético se convirtió en entrega, la apertura en toma de posesión. Al estado social paternalista con su omnipresente policía secreta le sucedió un capitalismo asocial con un doble poder compuesto por la policía secreta y la mafia. Lo que Djilas denunciara en Yugoslavia medio siglo atrás, el surgimiento de una “nueva clase” dominante, iba a tener su epílogo histórico en forma de la transformación de grandes porciones de la llamada nomenklatura del socialismo de estado en la nueva clase dominante de un capitalismo salvaje y mafioso. No todos esos nuevos ricos empezaron tan a pequeña escala como el tesorero de la organización juvenil comunista, que se ha convertido en multimillonario. La fórmula que David Harvey ha acuñado a propósito del neoliberalismo -”acumulación a través de la expropiación”- cosechaba grandes éxitos en Rusia. ¡Nitschevo sociedad civil! ¡De sociedad civil, nada de nada! La miseria de masas se extendía por el país, las guerras civiles nutrían grandes fortunas.
Desde entonces ha ido perdiendo color, cada vez más, la promesa de la sociedad civil. Bajo ella lo que aparece es la sociedad burguesa como la sociedad de una burguesía que, como se dice en el Manifiesto, “no deja en pie, entre hombre y hombre, ningún otro vínculo que el interés desnudo, que el insensible ‘pago al contado’”, que “ha reducido la dignidad personal al valor de cambio, situando, en lugar de las incontables libertades estatuidas y bien conquistadas, una única desalmada libertad de comercio”, etc. (MEW 4, 464 y s.). Rosa Luxemburg describió muy bien, en la época de la Primera Guerra Mundial, los excesos de los que es capaz.
¿Qué hacer, así pues, con el concepto de sociedad civil? La cuestión adquiere nuevos perfiles desde el momento en que los zapatistas se han definido positivamente con respecto a la sociedad civil mexicana. Atilio A. Boron ha recordado la atmósfera académica que predominaba en México desde los años de 1980 y a la que sólo puso fin el primer levantamiento zapatista, mientras en otros países se prolongaría aún algunos años más: una atmósfera “envuelta en los nada inocentes vapores embriagantes del posmodernismo, el ‘giro lingüístico’, el posmarxismo, el individualismo metodológico y otras extravagancias por el estilo, la problemática de los sujetos y del conflicto social que en su extravío teórico había sido abandonada por los intelectuales poseídos por eso que Platón denominaba ‘el afán de novedad’.”
El levantamiento zapatista, sin embargo, no ha sido importante sólo para México, sino que ha sido observado y analizado en casi todo el mundo con los ojos y los oídos bien abiertos. El “movimiento de movimientos” mundial de los “altermundialistas” difícilmente se podría entender sin la experiencia zapatista. Digámoslo con claridad: a partir de una posición de inferioridad casi desesperada es un éxito enorme de este movimiento haberse mantenido pronto hará diez años y, más aún, demostrar su vitalidad sin falla con un nuevo acto creativo de gran alcance como la construcción de una nueva forma de autogobierno desde abajo. Atilio Borón ha expresado el temor de que “expresiones tan ambiguas como ‘humanidad’ y ‘sociedad civil’, caras al acervo doctrinario del zapatismo y a ciertas variedades del pensamiento político latinoamericano contemporáneo” puedan conducir, con su “uso y abuso”, a “serios equívocos y, por qué no, a catastróficas derrotas”. En particular de la “sociedad civil” dice: “se trata de una categoría profusamente utilizada en el discurso político latinoamericano desde los años noventa y no sería una exageración afirmar que, en su significado actual, es una de las más confusas y enmarañadas de las ciencias sociales.”
A lo que hay que añadir que parecería que la autoridad del gran Karl Marx podría decantarse también contra un uso progresista, crítico-democrático, de este concepto. Esta cuestión lleva a una especie de quiproquo lingüístico, a una comedia de enredo en el ir y venir intercultural de la teoría marxista. Como las consecuencias podrían ser fatales, vale tal vez la pena intentar una clarificación.
2. Sociedad civil y sociedad burguesa en Marx
Acudamos así a la filología, esa veterana traductora y aliada fiel de la filosofía desde la Antigüedad. La filología es una especie de agente de mediación interlingüística, intercultural e incluso, diríamos, etnofilosófica. Es competente en tareas de traducción y de interpretación a la vez. Hay que recurrir a ella cuando el sujeto hermenéutico se libera de la hegemonía de la hermenéutica y hay que refrenarlo. Boaventura de Sousa Santos ha destacado que los zapatistas se sirven de un concepto ampliado de traducción (2001, 39). Esto estaba ya, en cierto modo, en Gramsci. La traducción y la traducibilidad son conceptos clave de sus Cuadernos de la cárcel. Más aún: “la teoría y la praxis de la crítica filológica” constituyen para Gramsci, como señala Josef Buttigieg, su traductor y editor estadounidense, “como tales una aportación de enorme importancia para la elaboración de una filosofía antidogmática de la praxis” (1991, 26). Gramsci traslada incluso el concepto de la filología al modo de obrar práctico de los “partidos de masas y sus conexiones orgánicas con la más profunda vida (productivo-económica) de las masas mismas”; no se trata sólo, a este respecto, “del conocimiento y el juicio sobre el significado” de los sentimientos que se manifiestan con vehemencia en las masas, sino de la capacidad de influir en éstos “a través del organismo colectivo, a través de la ‘implicación activa y consciente’, a través de la ‘compasión’, a través de la experiencia de los detalles inmediatos, a través de un sistema que podríamos llamar una ‘filología viva’. Así se forma un estrecho vínculo entre las grandes masas, el partido, el grupo dirigente, y todo el conjunto bien articulado puede moverse como un ‘individuo colectivo’.” (Cuad. 11, 25). Aunque los zapatistas, ciertamente, no se consideran un partido, algunos aspectos cruciales de su praxis pueden entenderse a partir de estas indicaciones de Gramsci.
Transformémonos así pues durante un par de minutos en filólogos, aunque sea en el sentido más modesto que atribuye a la filología la condición de ciencia auxiliar que facilita la traducibilidad de las teorías críticas y de las experiencias de nuestros países y regiones. En 1989, en un encuentro de traductores de Gramsci, formulé la siguiente cuestión: imaginemos por un momento que el llamamiento de La Marsellesa “Aux armes, citoyens!” se sustituye por “Aux armes, bourgeois!”. ¿Cuál es el problema? Pues que la palabra alemana ‘Bürger’ significa tanto citoyen como bourgeois. Por causas históricas la lengua alemana no permite hacer esta distinción. En las traducciones anglosajonas de Marx y consecuentemente en los debates marxistas del ámbito anglosajón eso ha llevado a confusiones. Y así la expresión alemana bürgerliche Gesellschaft, que a veces significa società borghese y a veces società civile, ha sido a menudo traducida mecánicamente como civil society. Lo mismo pasa con Hegel. Bürgerliche Gesellschaft es en éste la esfera de las relaciones mercancía-dinero, de la valorización del capital. Por eso la sociedad burguesa tiende a los ojos de Hegel a la autodestrucción, porque produce por una parte riqueza y por otra pobreza masiva. El Estado debe por tanto regularla. Las corporaciones y asociaciones las entiende Hegel como agencias del Estado en la bürgerliche Gesellschaft y la familia, en la que rige el amor, es la base natural de todo. Por consiguiente es más correcto traducir el concepto de Hegel como bourgeois society. Si se quiere introducir también el factor más directamente político habría que hablar, como hace el germanista y traductor francés de El Capital Jean-Pierre Lefèbvre, cuanto menos de “société civile bourgeoise bajo un Estado autoritario”. Muy otra cosa es en Kant. En él bürgerliche Gesellschaft es el nombre de algo que es todavía una utopía, a saber: una sociedad mundial cosmopolita dotada de un estado de derecho mundial. Kant toma el concepto de bürgerliche Gesellschaft de la traducción alemana del Essay on the History of Civil Society (1767) de Adam Ferguson. Quien crea que en Ferguson se encuentra la base y el cimiento del concepto neoliberal de civil-society se quedará perplejo al comprobar que en esta obra los capitalistas están excluidos y se concibe la sociedad civil como opuesta a la commercial society, de tal manera que la economía debe subordinarse estrictamente a la política. Oímos aquí todavía los ecos de la polis griega clásica, cuyas concepciones fueron idealizadas por Aristóteles en el momento de su decadencia. La implicación en negocios con el dinero, y no digamos ya la valorización del capital, descalificaban para formar parte de la polis. La pertenencia a ésta se limita a los hombres libres, titulares de la ciudadanía. Pero para éstos la polis significa autogobierno. La koinonía politikée, traducida por Cicerón como societas civilis y elaborada como concepto en su teoría del estado, representa la democracia particular de una minoría, que domina sobre una sociedad no democrática, basada en la esclavitud. Cuando se hace saltar la particularidad, aparece el concepto del “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.
Desde sus orígenes es, así pues, la sociedad civil un concepto que connota autogobierno. Hay que tener en cuenta que Marx no sólo sabía griego y dedicó su tesis doctoral a la comparación entre dos filósofos griegos, sino que también conformó su pensamiento en estrecha discusión con el que durante toda su vida admiró como “gigante intelectual”, Aristóteles, una influencia que suele oscurecerse ante la influencia de Hegel. Su definición del objetivo de una “asociación de hombres libres”, en todo caso, está profundamente influída por la koinonía politikée.
De esta manera, cuando Marx declara el el prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política que sus estudios le habían convencido de que había que “buscar la anatomía de la bürgerliche Gesellschaft en la economía política” (13, , a mí me parece que lo correcto es traducir aquí bürgerlich por burguesa, pues el contexto remite a la relación con la filosofía del derecho de Hegel. Antonio Gramsci, que en la cárcel, entre otras cosas, tradujo algunos pequeños textos de Marx del alemán, traslada primero este paso como società borghese, pero luego tacha ese borghese y escribe encima civile. Tal vez fue la influencia de Gramsci lo que indujo a un filólogo tan meticuloso como Maximilien Rubel a realizar para la edición de La Pléiade de los escritos económicos de Marx la siguiente traducción: “et c’est dans l’économie politique qu’il convient de chercher l’anatomie de la société civile” (272).
Si Gramsci se mostraba dubitativo en este punto, ante la Tesis X {Décima} sobre Feurbach no duda y escribe: “il punto di vista del vecchio materialismo è la società borghese”, mientras que por ejemplo en las Collected Works, que mecánicamente traducen siempre que aparece la palabra bürgerlich por civil, se dice: “The standpoint of the old materialism is civil society”. Gramsci tenía razón y la traducción inglesa es absurda.
Si la confusión, sobre todo en la recepción anglosajona de Marx, parece hasta aquí casi total, encuentra sin embargo un límite en las traducciones de El Capital. Así, donde Marx escribe “Für die bürgerliche Gesellschaft ist aber die warenform des Arbeitsprodukts (…) die ökonomische Zellenform” (23/12), la traducción de bürgerlich por burguesa cuenta con un consenso general. La razón de ello es simple: Marx consignó de la siguiente manera este paso en la traducción francesa de Joseph Roy revisada por él: “Or, pour la société bourgeoise actuelle, la forme marchandise du produit du travail (…) est la forme cellulaire économique” (II. 7, 12). 1 Y la primera traducción inglesa, de la que Friedrich Engels señaló que “de cuyo texto soy, en última instancia, responsable yo” (25/ 7), reza así: “But in bourgeois society the commodity-form of the product of labour (…) is the economic cell-form” (II.9/ 16).2 Pedro Scarón, en su excelente edición “semi-crítica” de 1975 en Siglo XXI -¡no hay una edición tan buena como esta en alemán!- conserva incluso las cursivas que sólo se encuentran en la versión francesa de Marx y Roy: “Para la sociedad burguesa la forma de mercancía, adoptada por el producto del trabajo, (…) es la forma celular económica” (I. 1, 6). Con mayor exactitud traduce Manuel Sacristán en la edición de las OME de 1976: “Pero para la sociedad burguesa la forma económica celular es la forma mercancía del producto del trabajo…” (OME 40, 6).3
Por otra parte, Engels criticó de la edición inglesa del Manifiesto comunista la traducción de bürgerliche Gesellschaft por middle-class society. En lugar de eso habría debido figurar bourgeois Society o, a veces, commercial and industrial society (Carta a Marx, 23-9-1862).
A despecho de estas puntualizaciones John Ehrenberg, por ejemplo, aventura la afirmación de que toda la crítica de la economía política de Marx se resumía en el desenmascaramiento de la “civil society as a market-organized sphere of compulsion”.4 Y Jean L. Cohen y Andrew Arato se creen autorizados a hablar, en Civil Society and Political Theory (1992), de la “well-known marxian identification of civil and bourgeois society”; Marx sería según esta versión “the peerless nineteenth-century critic of modern civil society” (véase 97, 228, 231 y passim). Cómo podría compatibilizarse esto con el principio de autogobierno comunal elogiado por Marx o con su identificación con la idea de la “libre asociación”, eso no se lo preguntan Cohen y Arato. En cuanto a Gramsci, Ehrenberg afirma que reclamaba “to consider civil society an aspecto of bourgeois class rule”. No se pregunta cómo, en tal caso, podría haber esbozado el autogobierno de una sociedad sin clases como un estado de cosas en el que el estado y el derecho serían “assorbiti dalla società civile” (Cuad. 8, 2).
Nuestro pequeño excurso filológico permite defender la tesis de que la deslegitimación del concepto de sociedad civil desde la izquierda no puede realmente apoyarse en Marx.
3. Un espacio de disputa
La teoría y la praxis de los zapatistas representan un gran desafío para las concepciones tradicionales de reforma y revolución, movimiento y organización, poder y dominio, estrategia y táctica, etc. Todo lo anterior resulta cuestionado. No es sorprendente, así, que la interpretación y la valoración de la experiencia zapatista haya dado lugar a controvesias. De particular interés, que además reviste dimensión internacional, es el debate que se ha desarrollado en la revista Chiapas. Es especialmente significativa la controversia entre Atilio A. Borón y John Holloway. El segundo interpreta la política de los zapatistas como una ruptura con la “ilusión estatal”, expresión en la que resume la idea según la cual “el Estado es la instancia central de la transformación radical”. Insiste positivamente en la pretensión zapatista de “cambiar el mundo sin tomar el poder”. “No es un proyecto de hacernos poderosos”, dice Holloway, “sino de disolver las relaciones de poder” (Holloway, 2001a: p. 174). Borón ha manifestado su discrepancia, como se sabe. “¿Será posible que la revolución requerida para fundar esas formas alternativas ‘avance preguntando’? ¿Basta sólo con preguntar, con imaginar, con sonar?” Su crítica culmina en esta pregunta: “Si es así (…), ¿cómo es que la revolución no se ha consumado ya?” Entiende que la revolución se oculta “como los rostros de los zapatistas, detrás de un discurso bellamente poético”.
La duda de Borón se dirige no sólo contra la interpretación del zapatismo que hace Holloway sino, con todo respeto, también contra el propio discurso zapatista. Sus dudas surgen no en último término a propósito del estatuto que confiere este discurso a la sociedad civil. “En las versiones contemporáneas”, escribe Atilio Borón, “la ‘sociedad civil’ aparece precisamente como la expresión del agotamiento (o la futilidad) de la lucha anticapitalista”. Eso puede aplicarse a la corriente central de corte neoliberal. Pero ¿qué pasa si el uso predominante del concepto de ‘sociedad civil’ y de todos los otros a los que me he referido al principio está deformado ideológicamente? ¿Si en unos es ilusorio mientras que los otros creen conveniente desenmascararlo como un mero eufemismo que alude a la sociedad del dinero y a la globalización neoliberal?.
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