EL PENSAMIENTO FASCISTA : Notas Para el Estudio del Fascismo Peruano
Por José Ignacio López Soria*
Los vi marchar, “prietas las filas”, en escuadras “recias, marciales”, cara a un mañana que creían
hecho de promesas de ”patria, justicia y paz”. Los vi soñar amaneceres de grandeza, desfilando
“cara al sol” y haciendo “guardia sobre los luceros”. Hablaban siempre del brotar de una nueva
primavera, de su vocación de estrella, de su condición de elegidos, de su destino mesiánico. Pero se
decían también “novios de la muerte”, dispuestos al sacrificio por una patria a la que querían “una,
grande y libre”.
El fascismo es, en primer lugar, un gesto, una actitud que trata de dar forma a la vida y sentido a la
muerte. Exaltación del “eros” y del “thanatos”, del principio de vida y del principio de muerte,
primacía simultánea de lo épico y de lo trágico. Para el fascista la vida es agonía combate a muerte
entre las fuerzas de la civilización (Dios, patria, familia, tradición) y las de la barbarie (comunismo)
y la anarquía (capitalismo). El fascista entiende la vida como un combate que no sabe de descanso,
como un desafío entre el orden y el caos, entre el derecho y la anarquía, entre la tradición y la
modernidad. La historia toda es una epopeya, y cada acontecimiento de la vida un episodio de ella.
Y si, en la luchas, le “llega la muerte”, pelea con ella como el héroe trágico, a sabiendas que está
empeñado en un combate con fuerzas superiores pero a las que no se abandona, como el mártir,
porque sólo cayendo en la lucha se gana como héroe cabal. La lucha da forma a su vida, y si ésta
acaba en el momento trágico, entonces no muere porque se va “al puesto que tiene allí”, junto a los
luceros. Al pasar por la muerte trágica, la vida queda transformada en una vida verdadera. Su
nombre es, por eso, esculpido en piedra en el “valle de los caídos”.
Exaltación del “eros” y del “thanatos”, síntesis conflictiva y siempre en tensión. Porque el fascismo,
como forma de vida, es un gesto, un lenguaje, un sueño de grandeza, una añoranza de pasadas
glorias, un empeño terco de restauración, un embellecimiento del atraso. Por ser épico, el fascismo
necesita volver a los tiempos viejos: en Alemania, a la época fundacional de la germanidad; en
Italia, a los días en que las legiones romanas se paseaban triunfales por los campos europeos; en
España, al recuerdo de los hombres que ganaron al moro el solar patrio y surcaron luego los mares
en busca de tierras que “descubrir”. Se trata, es cierto, de rememorar viejas hazañas para alimentar
una especie de orgullo colectivo, pero principalmente lo que se busca es elevar esos tiempos y esas
hazañas a la categoría de paradigma, de modelo en la lucha entre civilización y barbarie, entre las
fuerzas del orden y las dela disgregación.
La tradición se presenta entonces como fuente de toda posible regeneración frente a los dos peligros que amenazan a la civilización : la anarquía del liberalismo occidental y la barbarie del despotismo oriental. No es ciertamente casual que los diversos fascismos coincidan en la proclamación de la “Decadencia de Occidente” y en la recusación de la “nueva barbarie” del Oriente comunista. Fui educado en la España fascista y me enseñaron a creer que al otro lado de los Pirineos comenzaba la anarquía y a este lado de los Urales el despotismo bárbaro y sin Dios. Había que superar el liberalismo sin caer en el comunismo, había que poner freno al voraz apetito de ganancia del individualismo capitalista para impedir que, por oposición, se desembocase en el colectivismo socialista. Europa estaba entonces amenazada por el “fantasma del comunismo”, y el liberalismo occidental, el Estado policía del “laissez faire, laissez passer”, era ya incapaz de frenar la posible invasión. Se hacía, pues, necesario superar el “liberalismo caduco” con un Estado intervencionista, con un Estado corporativo que, asociado a patronos y obreros, mantuviese a raya los afanes de ganancia de los unos y los anhelos reivindicacionistas de los otros. Armonía era la palabra, cooperación, liquidación de las causas de la lucha de clases, apertura de una vía sin rupturas hacia un progreso hecho de reconciliación impuesta desde el Estado.
Así vieron los fascistas el problema de la restauración : en lo económico, cooperación de capital y
trabajo; en lo social, armonía de las clases; en lo político, primacía de un Estado corporativo y
planificador y veneración al héroe carismático; en lo artístico, exaltación romántica de lo épico y de
lo trágico; y en lo ideológico, destronización de la razón. Pero debajo de esta apariencia ¬que sirvió
a los fascistas para dar forma a normas jurídicas, actitudes vitales, cánones de comportamiento,
jerarquía de valores y expresiones políticas, artísticas e ideológicas¬ la esencia del problema tenía
que ver con el paso necesario del capitalismo industrial, todavía competitivo, al capitalismo
imperialista, ya monopólico. Y no es casual a este respecto que el fascismo surgiese y se afirmase
en aquellos países europeos que habían llegado con retraso al desarrollo capitalista (Alemania,
Italia, España, Hungría) y no habían tenido nunca colonias o las habían perdido. La crisis de 1929
contribuyó a que se tomase conciencia de la incapacidad de la forma demoliberal de organización
social para conciliar las contradicciones generadas por el capitalismo competitivo. El retraso de
estos países en el desarrollo capitalista había quedado plasmado en su historia de mil maneras :
carencia de una burguesía pujante y creadora, inexistencia de tradiciones democráticas enraizadas
en la vida cotidiana y en las formas de organización social, incapacidad de sus respectivas clases
dominantes para elaborar una ideología acorde con la racionalidad burguesa y que permitiese ganar
el “consenso espontáneo” de las demás clases sociales, exaltación de lo dionisiaco en los dominios
del arte, permanencia de restos señoriales en la visión del mundo y en la jerarquía de valores, largos
periodos históricos de autoritarismo, vigencia de lo reaccionario en sus respectivas tradiciones,
acumulación de una muy variada experiencia en el asalto a la razón, etc. Mucho de esto puede
resumirse en una sola idea: el divorcio entre nacionalismo y capitalismo. Mientras en Francia e
Inglaterra, por aludir a los casos más claros, las tradiciones burguesas habían penetrado toda la vida
social e individual, desde la vida cotidiana y las formas de organización hasta las “objetivaciones
del espíritu”, en los países que serán tierra fértil del sembrío fascista la concepción y los modos de
vida burguesa habían quedado en un nivel tan superficial que no afectaba a la esencia de la
nacionalidad. Existía, es cierto, en estos pueblos una tradición democrática, pero ella había sido
enterrada por sus respectivas clases dominantes. El concepto de nacionalidad esgrimido por estas
clases para legitimar su dominio tenía más señorial que de burgués. El término nación no incluía, ni
siquiera postulativamente, al pueblo; su connotación decía referencia a un conjunto de cualidades
que era propias de la vieja aristocracia y de la nueva burguesía coligada con ella. Definitivamente,
en estos pueblos, la ideología del nacionalismo no tenía nada en común con las tradiciones
burguesas ni con las luchas democráticas del pueblo. Sus clases dominantes entienden entonces el
nacionalismo como una cobertura ideológica que trata de legitimar privilegios y justificar su
“destino histórico”, su misión restauradora.
Consecuencia de este divorcio entre el pueblo y la nación, entre nacionalismo y democratismo, son,
entre otras, el recorte de todo el vestigio de modernidad en sus tradiciones y la exaltación de lo
reaccionario que había en sus propias historias. Surgen así la ideología de la “Decadencia de
Occidente”, el mito del voluntarismo faústico, la apología del superhombre, la acentuación del polo
de la irracionalidad, la creencia en la superioridad de la raza, en la misión histórica que había que
cumplir contra la “barbarie socialista” y contra la “anarquía liberal”.
Hemos dicho que estos países habían llegado con retraso al desarrollo capitalista y que,
consecuentemente, las tradiciones burguesas no habían penetrado las ideologías de las clases
dominantes ni las formas de organización social. Alemania, a pesar de su evidente desarrollo
material, sufría también las consecuencias ideológicas e institucionales de ese retraso. Dadas estas
condiciones objetivas de existencia social, la ola revolucionaria que se extendió por Europa después
de 1917 causó un impacto especial en estos países. Algunos de ellos se vieron al borde del
socialismo. Hungría y Alemania conocieron breves periodos de república de consejos. En Italia
surge con Gramsci un marxismo creativo; el mismo Mussolini y sus primeros adherentes procedían
de las filas socialistas. En España, la proclamación de la república puso en serio peligro la tradición
señorial y comenzó a sentar las bases de la modernidad. Hitler, Mussolini y Primo de Rivera, y en
menor medida Salazar, Franco y Horthy, supieron utilizar una demagogia socialistizante para
elaborar su lenguaje fascista. Es que el socialismo en estos pueblos fue un peligro cercano al que
había que combatir. Pero como ellos no había tradiciones burguesas, se hizo necesario acudir a lo
que en su propia historia había de antiburgués y antiliberal. También los países más avanzados
tuvieron que librar su batalla contra el socialismo, pero la libraron desde sus propias tradiciones
burguesas y desde los marcos de la racionalidad capitalista. El fascismo terminó siendo,
ideológicamente, una lucha agónica contra el socialismo desde la tradición autoritaria, señorialista,
antiburguesa y reaccionaria de pueblos que habían llegado con retraso al desarrollo capitalista. El
recurso a la irracionalidad no es, pues, en los fascismos algo adjetivo sino un componente esencial
que hunde sus raíces en las condiciones objetivas de existencia de clases que tratan de superar el
capitalismo y evitar el socialismo desde una perspectiva, la tradición reaccionaria, que no era
expresión de las fuerzas progresivas en el proceso histórico.
Lejos de nosotros la pretensión de haber agotado, con las breves notas que anteceden, la
presentación del fascismo y de sus modalidades. Quisimos solamente resaltar aquellos aspectos,
que, siendo importantes y comunes a los diversos fascismos, parece que influyeron más en la
modelación del fascismo peruano. Y digo “parece” porque el tema del fascismo, no gratuitamente
por cierto, es uno de los que nuestra historiografía ha venido dejando de lado. Es lógico entender
que la historiografía tradicional tenga más interés en ocultar que en descubrir antecedentes de los
que hoy se avergüenza. Los nuevos científicos sociales, más atraídos por lo popular y por los
fenómenos de contestación, suelen también dejar de lado aspectos importantes de las clases
dominantes. No obstante, sobre el fascismo peruano se han ido haciendo apuntamientos sueltos
(Basadre, Quijano, Cotler), pero carecemos todavía de un estudio sistemático y abarcador sobre la
ideología y las organizaciones fascistas en el Perú de los años 30. algo ha comenzado a hacer el
historiador húngaro Adam Anderle en su estudio, que ganó recientemente el “premio Mariátegui” de
Casa de las Américas y será pronto publicado, sobre el movimiento antiimperialista peruano entre
las dos guerras mundiales. Por lo que respecta al fascismo, el trabajo de Anderle alude
principalmente a la organización y a las posiciones ideológicas de la Unión Revolucionaria. En
1978 apareció el folleto de Willy Pinto Gamboa, titulado Sobre fascismo y literatura (Lima, Ed.
EUNAFEV, 1978; 50 p.). Pinto más interesado en la manifestación literaria del fascismo peruano,
hace un recorrido por La Prensa, El Comercio y La Crónica de 1936 a 1939, en busca del tema de
de la Guerra Civil Española en nuestro periodismo. A pesar de lo reducido del tema y de las fuentes
de información, el trabajo de Willy Pinto constituye un valioso aporte y una primera aproximación a
un aspecto del fascismo peruano. La publicación de sus ficha bibliográficas ¬cuya consulta le
agradecemos aquí¬ podría constituir una eficaz ayuda a otros estudiosos para continuar el análisis
del tema. Tengo también que agradecer las sugerencias recibidas de Jorge Bravo Bresani, Francisco
Moncloa y Aníbal Quijano.
Cuando comencé el trabajo de recopilación pensaba, por la escasez de estudios al respecto, que me
sería difícil reunir materiales suficientes para un volumen. Pero me bastó abrir las páginas de “El
Comercio” de los años 30 para convencerme de lo errado de mi apreciación. Empezaron entonces a
aparecer nombres que iban desde fascistas convictos y confesos como José de la Riva-Agüero, Luis
A. Flores, Alfredo Herrera, Carlos Sayán, Octavio Alva, Guillermo Hoyos Osores, Felipe Sassone,
Carlos Miró Quesada Laos, José E. Ruete, Luis Humberto Delgado, Raúl Ferrero Rebagliati,
Guillermo Lohmann Villena, Pedro M. Benvenutto Murrieta, etc. hasta escritores propagandistas y
apologetas como Arturo Montoya, José Fiansón, Victor Andrés Belaunde, Roberto Mac Lean
Estenos, Alfonso Tealdo Simi, Aurelio Miró Quesada Sosa, Juan Miguel Pérez Manzanares, el P.
Francisco Jambrina, Gonzalo de Sandoval (seudónimo), Raúl de Mugaburu, Fernando A. Franco,
Miguel Pascuale, José Jaime Aicua, Luis Doreste, César Miró, Cristóbal Losada y Puga, Carlos
Pareja y Paz Soldán, Gonzalo Herrera, Mario Alzamora, César Arróspide, J. Ismael Bielich, Jorge
del Busto, J. Dammert, Eulogio Romero Romaña y tantos otros. Y a éstos habría que añadir los
miembros de las colonias italianas, españolas y alemana relacionados directamente con
organizaciones fascistas. Tales por ejemplo, en el caso del fascismo italiano, Toto Giurato, Vittorio
Bianchi, Bartolomé Boggio, Donato Di Malio, Massimo Gaetani, Mario Gambini, Flavio y
Giacomo Gerbolini, Landi, Magnani, Mazzini, Nosiglia, Nicolini, Carlos Radicati di Primeglio,
Juan Francisco Raffo, Gino Salocchi, el P. Ciro Simoni y muchos más. La falange española,
extendida aquí gracias a la prédica ferviente de peruanos como Felipe Sassone y a las frecuentes
delegaciones llegadas desde la península, encontró en los colegios de religiosos españoles
¬especialmente en La Inmaculada¬, en los claustros de la Universidad Católica y en los ambientes
de la Acción Católica un clima propicio para el sembrío fascista. Las delegaciones españolas
(Ramón de Rato, Eugenio Montes, etc.) eran recibidas y agasajadas en Lima por Riva-Agüero,
Antonio Pinilla Rambaud, Oswaldo Hoyos Osores, Manuel Mujica Gallo, Aurelio Miró Quesada,
Oscar Miró Quesada, Froylán Miranda Nieto, José Carlos Llosa G.P., José Torres de Vidaurre,
Guillermo Hoyos Osores, Raúl y Rómulo Ferrero Rebagliati, Ramón Aspíllaga, Aurelio García
Sayán, Fernán Moncloa, Luis Picasso Rodríguez, Alberto Wagner de Reyna, etc. Entre los
propagandistas españoles sobresale el P. Lebrún, un jesuita que actuaba desde el Colegio de la
Inmaculada con el apoyo de monseñor Pedro Pascual Farfán, arzobispo de Lima, y de monseñor
Cento, nuncio del Vaticano. Por el mencionado trabajo de Pinto sabemos también que la colonia
alemana tenía aquí una agrupación nazi que presidía Carl Dedering, cónsul alemán, y que contaba
con la ayuda propagandística de Edith Fauppel, representante en el Perú del Instituto de Cultura
Latinoamericana de Berlín y Hamburgo.
Había, pues, abundancia de materiales, más de los que podemos incluir en una antología que trata
sólo de ofrecer una muestra significativa del “pensamiento fascista” y, paralelamente, abrir un rubro
de investigación descuidado hasta ahora. Para presentar ordenadamente estos materiales e intentar
una primera aproximación a la ideología fascista, los hemos agrupado en tres apartados : fascismo
aristocrático, fascismo mesocrático y fascismo popular; y dos breves apéndices : propaganda
fascista y colonias extranjeras. En cada caso incluimos solamente lo más significativo, e incluso
preferimos ofrecer textos de pocos autores para que se vea mejor la estructura del pensamiento y su secuencia. La antología, por lo demás, recoge solamente textos publicados entre 1930 y 1945;
dentro de este periodo, los años 1934-1939 son aquellos en los que el fascismo peruano conoce su
mayor despliegue; naturalmente el acercamiento del gobierno de Benavides a las potencias fascistas
tuvo que ver no poco con ese despliegue, que supuso para el Perú privarse de una afluencia de
republicanos españoles, que tantos beneficios culturales y económicos reportó a países como
México o Argentina.
El fascismo aristocrático tiene en José de la Riva-Agüero, quien había rehabilitado su título
nobiliario colonial de Marqués de Monte Alegre de Aulestia, su mejor y más apasionado exponente.
En Riva-Agüero el fascismo, confesado sin eufemismo alguno y profesado con fervor, coincide con
su vuelta a la fe católica. Para Riva-Agüero la democracia era el “señorío de la hez”, el “gobierno
de la chusma”, y el fascismo, cristianizado en la pila bautismal de un catolicismo ultramontano, la
única ideología capaz ya de poner freno al socialismo ateo y al liberalismo protestante. En la
palabra, dura siempre y siempre valiente, de Riva-Agüero se expresan los temores de la vieja
oligarquía ante el peligro de perder el control político de manera definitiva. Son los herederos de la
“república aristocrática”, agrupados hasta entonces alrededor del civilismo, que vuelven a la caída
de Leguía para hacerse nuevamente del control del aparato estatal. Como fascistas del más viejo
cuño e hijos espirituales de la ideología elitista de Bartolomé Herrera y Alejandro Déustua, plantean
críticas al liberalismo, reniegan de nuestra escasa tradición democrática, califican al “siglo de las
luces” de madre nutricia de todos los males sociales, desprecian a las masas, “la hez”, y arremeten
con todos sus bríos contra el comunismo. Pero Rva-Agüero no fue propiamente un ideólogo del
fascismo, como Raúl Ferrero Rebagliati, ni un tenaz propagandista, como Carlos Miró Quesada
Laos y Guillermo Hoyos Osores, ni tampoco un organizador de “camisas negras”, como Luis
A.Flores. Fue ante todo un profundo sentidor de los ideales fascistas y un trasmisor de sus vigencias
fundamentales. En Riva-Agüero el fascismo es una actitud sin duda gallarda, una prodesión de fe
mantenida con entereza, un gesto que recoge las angustias y tardías aspiraciones de una clase que se bate en retirada, una nueva dación de forma a nuestra vieja tradición autoritaria. Y hablo de
gallardía, de entereza y de gesto porque el fascismo de Riva-Agüero no sabe de medias tintas ni de
fáciles acomodos. Basta leer sus escritos de estos años, basta incluso conocer el título del más
característico de sus libros a este respecto: Por la verdad, la tradición y la patria. El título mismo
es ya un slogan fascista. El Riva-Agüero de estos años ¬sabemos que hay en la evolución de su
pensamiento una larga etapa prefascista que aquí no presentamos¬ confiesa públicamente su
devoción por Mussolini, su adhesión a la Italia fascista, su admiración por José Antonio Primo de
Rivera, el fundador ideológico de la falange española. Y si algo lo separó de Hitler y del nazismo
fue el racismo abiertamente confesado y los maltratos a la Iglesia Católica. El recurso a la tradición
es en Riva-Agüero un intento por extraer de nuestro pasado autoritario ¬borrando de él todo lo que
hubiese de democrático y progresivo¬ fuerzas de restauración. Y restauración significaba, frente al
incipiente desarrollo capitalista y frente al peligro del socialismo y del populismo aprista,
recuperación del control total por parte de la vieja aristocracia de la tierra y de los sectores más
autoritarios de la nueva burguesía financiera. Era nuevamente el civilismo en acción, intentando
ahora agrupar a “las derechas” y recurriendo al fascismo como elemento ideológico de cohesión.
Riva-Agüero fracasó en sus intentos de unificación, pero su gesto quedó como símbolo de los
esfuerzos agónicos de restauración del antiguo orden por parte de un sector social que comenzaba a batirse en retirada.
Al calor de las posiciones de Riva-Agüero y de la prédica de religiosos italianos y españoles fue
surgiendo un fascismo mesocrático que recogía las aspiraciones de los sectores medios urbanos y
les daba una forma ideológica. El fascismo mesocrático arraigó en los claustros de la Universidad
Católica, en las filas de los miembros de la Acción Católica y en los colegios regentados por
religiosos. Este fascismo no es sólo un gesto, es también un intento de elaboración ideológica de la
experiencia histórica peruana desde los intereses y aspiraciones de la “intelligentzia” y de las capas
medias profesionalizadas. Cuando se leen con atención sus textos ¬especialmente los de su
máximo ideólogo, Raúl Frrero Rebagliati¬, se advierte que se trataba de una juventud ganosa de
ideales, de una juventud que no cree ya en la capacidad de la vieja clase dominante para dar
respuesta a las urgencias del momento y que no está dispuesto a dejarse ganar por el populismo y el socialismo. Ni capitalismo depredador de las riquezas nacionales y superexplotativo, ni socialismo
ateo y aniquilador del individuo. En comparación con el fascismo aristocrático, el fascismo
mesocrático es mucho más que una simple justificación del autoritarismo. No se trataba sólo de
legitimar la represión sino más bien de elaborar una ideología que pudiese presentarse como
alternativa entre la desnuda violencia de las clases dominantes y el cercano peligro del populismo.
Desde esta posición, los fascistas de las capas medias urbanas aciertan a denunciar las lacras
producidas por un capitalismo a medias, dependiente y superexplotativo, pero su acierto en la
denuncia se transforma en debilidad en el momento de la proposición. El recurso a lo autóctono y a
lo que en nuestra historia había de oposición había sido ya capitalizado por el movimiento
indigenista, por el aprismo y por el socialismo. Al fascismo mesocrático no le quedaban sino la
conquista, la colonia y momentos aislados de la república, encarnados en determinados personajes.
Una historia fragmentada, hecha de episodios sin continuidad. Pero lo fragmentario no se condice
con una visión del mundo. Fue, por eso, necesario recubrir la discontinuidad con una apariencia
ideológica. Y surgió así la ideología del mestizaje. A pesar de su aparente intención de conciliar a
los diversos componentes de la sociedad peruana, la ideología del mestizaje no pasó de ser el velo
ideológico que encubría las aspiraciones a integrar lo andino en el mundo occidental y cristiano.
Pero bastó la presencia, aunque fuese como velo, de la ideología del mestizaje para que el fascismo
mesocrático mantuviese ante lo épico una actitud moderada y no de exaltación. Lo épico, visto
desde sus perspectivas, se encarnaba en las hazañas y proezas de los conquistadores españoles, pero si hubiesen exaltado a los hacedores de la conquista, difícilmente habrían podido esgrimir el
mestizaje como arma ideológica. El fascismo en el Perú carece, pues, de una tradición a la que
acudir en busca de inspiración. No es raro, por tanto, que la inspiración le venga de más allá de
nuestras fronteras. Raúl Ferrero es sin duda el ideólogo más importante de los fascistas peruanos,
pero su fascismo fue sólo “copia y calco”, mezcla asistemática de elementos del nazismo alemán,
del fascismo español y del falangismo español. Y no es ciertamente casual que este fascismo, a
pesar de contar con el apoyo directo de la Iglesia, no consiguiese traspasar los marcos de las capas
medias urbanas y profesionalizadas. E incluso en este terreno se vio forzado a competir con el
APRA y con la Unión Revolucionaria.
Más importante que la oposición civilización-barbarie fue, en el fascismo mesocrático la de orden
anarquía. La lucha por el orden es entendida aquí como freno ante la dispersión generada por el
capitalismo competitivo y como muro de contención frente al peligro de penetración comunista.
Pero la mayor preocupación de los fascistas de las capas medias se centra en la contención del
peligro comunista. Presentamos aquí como muestra sólo textos de Raúl Ferrero, pero un ligero
recorrido por las revistas de la época (Mercurio Peruano, Revista de la Universidad Católica,
Boletines de la Junta Nacional de la Acción Católica, Patria, Ora et labora, Verdades, Revista del
Foro, etc.) bastaría para hacer notar que Ferrero no está solo. Junto a él están E. Alayza Grundy, M. Alzamora Valdés, C. Arróspide, J. Avendaño, V.A. Belaúnde, Pedro Benvenutto Murrieta, I. Bielich
Flórez, J. Del Busto, E.A. Cipriani Vargas, J. Dammert Bellido, Rómulo Ferrero Rebagliati, G
Herrera, C. Losada y Puga, J.L. Madueño, C. Pareja y Paz Soldán, J. Pareja y Paz Soldán, R. Pérez
Araníbar, C. Rodríguez Pastor, E. Romero Romaña, S. Sánchez Checa, C. Scudellari, J.T. Ibarra
Samanez, E. Indacochea Zaráuz, R. Oyague de Zavala, M.L. Montori, M. Cobián Elmore, C. Remy
de G.C., J. Elmore de Thorndike, etc. Preocupaba por entonces a la Acción Católica formar una
“milicia universal” al servicio de “Cristo Rey” para extender su “reinado supremo universal”. Para
ello había que considerar al catolicismo como perteneciente a las “esencias de la nacionalidad”,
había que recristianizar el matrimonio y la familia, había que frenar la expansión del protestantismo
recurriendo a “un sano y vigoroso despertar de los mejores resortes del alma nacional”, había que
vigorizar “la conciencia ética colectiva” y defender la educación católica frente a los embajadores
del comunismo ateo y del capitalismo materialista, etc. No queremos con esto decir que todo lo
católico fuese entonces fascista, pero sí que el catolicismo combativo, agrupado alrededor de la
Acción Católica, fue quedando cada vez más trascendido de ideología fascista.
A la muerte de Sánchez Cerro, la Unión Revolucionaria, conducida por Luis A. Flores, fue girando
hacia posiciones que hemos calificado como fascismo popular. El partido contaba ya con un héroe
carismático y con un mártir, Luis M. Sánchez Cerro, con un programa ideológico, El Manifiesto de
Arequipa, con un líder, Luis A. Flores, con algunos ideólogos y propagandistas, Alfredo Herrera,
Guillermo Hoyos Osores y Carlos Sayán Alvarez, y con masas desesperadas y hechas a ver en
Sánchez Cerro la encarnación de sus anhelos y frustraciones. Diversos medios de comunicación
contribuían a ensalzar la figura del héroe carismático y a poner en él, y luego en su memoria, la
posibilidad de realización de toda esperanza. Primero La Opinión, órgano del sanchecerrismo, que
dirige Isaac Alcocer Alzamora, suplido a veces por Victor A. Maúrtua, Raúl Castrillón y Tomás
Manrique. Y más tarde, por nombrar sólo algunos, Crisol, órgano de los “camisas negras”, que
dirige José Amador Añazgo; Acción, dirigido por César A. Meza, secundado por Glicerio Tassara
Baillet; La Batalla, bajo la dirección de Juan Picón Pinzás. Unión Revolucionaria contaba, además,
con una estructura partidaria, vertical y rígidamente jerarquizada, que iba desde el comité nacional
hasta los comités locales. Y para darse un rostro definido, los fascistas de Unión Revolucionaria
acuñaron o copiaron himnos, emblemas y gestos, hicieron de la tumba de Sánchez Cerro un lugar de
peregrinaje y desfilaron por las calles de Lima luciendo sus “camisas negras”. Una consigna decía
guiar sus pasos: “Verdad, justicia, integridad, patriotismo. ¡Sólo los camisas negras salvarán al
Perú!” Desde bambalinas eran apoyados por Mario Cánepa y Cia., Klinge, Oeschle, Berckemeyer
and Co., Banco Alemán Transatlántico, Casino “Pigall”, Armando Coz, Dr. Rubín, International
Petroleum Co., Panagra, Editorial “Inca”, Ferrocarril Central, Compañía Italo Peruana de Seguros
Generales, Empresas Eléctricas Asociadas, etc. En el aparato estatal tienen a sus propios
representantes, y cuentan con la aprobación de Riva-Agüero y del mismo Benavides, quienes los
utilizan como muro de contención de las aspiraciones populares.
Más que un sistema elaborado de principios ideológicos, el fascismo popular de Unión
Revolucionaria es una suma de consignas y de actitudes que tiene por objeto mantener a raya las
aspiraciones populares y propiciar un clima de “paz y concordia” entre las clases sociales. “En
política, las ideas no valen nada si no se sabe poner a su servicio la fuerza material”, decían ya en
1934 copiando un slogan de Goebbels. Y en 1936: “A los obreros de Lima. La Unión
Revolucionaria está con vosotros. Es el auténtico partido del pueblo... Los trabajadores...
encuentran en la Unión Revolucionaria el partido de mayor capacidad constructiva y organizadora.
Por eso, en la hora de la prueba, los obreros deben salir juntos con las demás clases sociales a
esgrimir la bandera de la Unión Revolucionaria...” Hasta 1933, el enemigo principal de la U.R. Es
el partido comunista. Pero muy pronto, por los avances del APRA precisamente en el terreno que
habría sido área natural de expansión del fascismo popular, se comienza a ver en el aprismo el
principal enemigo, sin que ello signifique que disminuya los ataques al socialismo y a la Rusia
soviética.
De los fascismos europeos y de Riva-Agüero aprenden los miembros de la U.R. un lenguaje
directo, intransigente, valiente en la denuncia y ajeno al compromiso. Aprenden también el gesto
gallardo, la defensa de lo nacional, el recurso a la irracionalidad, la importancia del autoritarismo.
Pero el fascismo popular no maneja ideas sino sentimientos, manipula la esperanza de los
desesperanzados de siempre, recurre a un nacionalismo agresivo y chauvinista para proteger a la
pequeña industria y a los nuevos pobladores de las ciudades, difunde los ideales y aspiraciones de
grandeza de la Italia fascista, de la Alemania nazi y del falangismo español, se presenta como
defensor de los desocupados y de los empleados urbanos, incentiva los ánimos para la guerra y
exige poner a los jóvenes en pie de lucha, predica el moralismo frente a la inmoralidad de las clases
dominantes, crea cuerpos paramilitares que entran en conflicto con la policía, funda en fin la
Sociedad Antiasiática del Perú para poner un freno al peligro de “invasión amarilla” que amenaza al
país. La prédica anticomunista recorre todas las páginas de las publicaciones de la U.R. Pero hay
una diferencia importante entre el anticomunismo del fascismo popular y el del fascismo
mesocrático. Raúl Ferrero y las gentes de Acción Católica relievan en sus ataques el ateismo y la
conculcación de la libertad individual burguesa en los regímenes comunistas. Flores y los miembros
de la U.R. prefieren destacar la hambruna de las masas en el comunismo y la incapacidad de éste
para dar respuesta a las exigencias de las masas en cuanto a educación, vivienda, vestido,
alimentación, etc. Los primeros hablan a intelectuales y a capas medias profesionalizadas, y
naturalmente se cuidan de no herir a las clases dominantes. Los miembros de la U.R. quieren llegar
a las masas populares y para ello tienen que decir que “en cada bocado de su ración, los
hambrientos engullen un poco de rencor”. Es necesario, por tanto, eliminar las causas de ese rencor,
alimentado a las masas de “pan y circo”. El pan vendrá como consecuencia del establecimiento de
un Estado cooperativo que “concilia” los intereses de las diversas clases sociales interviniendo
directamente para poner un freno a la depredación de nuestros recursos por el capitalismo
internacional, para regular la explotación del trabajo por el capital y para defender a la industria
nacional. El circo era la Unión Revolucionaria con su deificación de Sánchez Cerro, sus “camisas
negras”, sus desfiles, emblemas y canciones, su pose arrogante, su gesto viril, su prédica
grandilocuente y sus sueños de grandeza nacional.
El fascismo popular diseñó su rostro con nitidez en la “selva política” del Perú de los años 30. Pero
más que el rostro del descontento de las masas, era el suyo el rostro de la desesperación de una
pequeña burguesía que pugnaba por reacomodarse en las cambiantes condiciones socioeconómicas
y políticas del Perú de entonces. Su éxito relativo se debió, sin embargo, a la protección abierta o
velada de los sectores sociales que tenían en sus manos el poder del Estado. Porque el fascismo
popular, posiblemente a pesar de sí mismo, fue utilizado por la clase dominante como freno de la
creciente movilización popular y como desfogue de tensiones.
Con el apéndice que titulamos propaganda fascista pretendemos solamente ofrecer una pequeña
muestra de algo que debería ser investigado más a fondo. Propagandistas y apologetas del fascismo
hubo, como ha mostrado Willy Pinto en Sobre fascismo y literatura, en los más importantes
periódicos del momento, comenzando naturalmente por sus directores y jefes de redacción. “El
Comercio”, por ejemplo, se encarga gustoso de recoger y difundir los pronunciamientos, discursos,
conferencias y artículos de los fascistas europeos enviados por sus gobiernos en “gira cultural” por
los países de América Latina. La orientación de las noticias internacionales en favor de los
regímenes y de las ideas fascistas es otra manera de propaganda y apología que utilizan con destreza “La Prensa”, “El Comercio” y “La Crónica”. Incluso el arte es utilizado como medio de expresión de ideas y vigencias fascistas. Recuérdese ¬sólo como ejemplo que habría que estudiar más detenidamente¬ los ensayos de César Miró y Alfonso Tealdo, y los poemas de Francisco Jambrina, Aurelio Miró Quesada, Jorge Fiansón, José E. Ruete, Miguel Pascuale, José Jaime Aicua, Luis Doreste y Gregorio M. Romero. Hasta el anuncio de las películas es aprovechada para la
propaganda fascista. “Alas sobre Etiopía”, un film italiano que trata de justificar las pretenciones
del Duce en Africa, es anunciado en “El Comercio” como “un relato lleno de peligrosas aventuras
de unos expedicionarios que arriesgan sus vidas por entrar en regiones extrañas pobladas de
fantásticos ritos y amenazantes sortilegios... las regiones donde impera Haile Selassie, el exótico rey
de reyes que opuso su voluntad a una de las más grandes potencias europeas”. Y para que lo
entendiesen los italianos: “La prima pellicola dei selvaggi guerrieri è dei loro costumi barbari: Una
storia completa di una nazione che si e opposta alla volontà del Duce”. No es fácil encontrar una
expresión tan clara de la oposición civilización-barbarie, tan del gusto del fascismo. Y un año antes,
cuando todavía no había estallado la guerra, “El Comercio”, apelando sin duda al sentimiento
católico de los peruanos, hace saber que “El Papa está orando porque se cumpla el deseo de Italia
sin guerras. Autorizadamente se sabe que el Papa sigue orando porque se cumplan las ambiciones
coloniales de Italia, sin recurrir a la guerra”. Y junto a la justificación ideológica de la agrasión, la
justificación económica, esta vez en palabras de Alfonso Tealdo Simi, un hombre que, familiarizado
“con los secretos de la filosofía de la historia”, predica la cruzada del “fusil y la cruz” y la redención
por la sangre y el dolor, porque ha descubierto las bondades del fascismo y la necesidad ineludible
de su expansión: “Llegamos así a la proyección de la entente ítalo-germánico; Japón se une a ella.
Obsérvese bién, se trata de tres pueblos a los que no se les deja vivir; Alemania despoja; Italia
olvidada y Japón encerrado en su isla insignificante. Tres naciones que necesitan vitalmente de
materias primas. Por eso Italia conquista Etiopía, Alemania pide sus colonias y Japón trata de
instalarse en China...” Sobra todo comentario.
La lista de quienes hacen propaganda y apología del fascismo a través de los medios de
comunicación es demasiado larga. Bástenos referirnos a algunos de ellos, además de los ya
señalados. En “El Comercio” sobresalen Guillermo Hoyos Osores, Felipe Sassone, René Túpic y,
principalmente, Carlos Miró Quesada Laos, un hombre a quien volantes sueltos y panfletos de la
época acusan de agente directo del Führer y del Duce. En “La Crónica” se distingue Viracocha
(Roberto Mac Lean Estenós), Fernando A. Franco, Gonzalo de Sandoval (posiblemente un
seudónimo) y Raúl Mugaburu. (posiblemente un seudónimo) y Raúl Mugaburu. “La Prensa”
prefiere recurrir a fascistas extranjeros, como el español Wenceslao Fernández Flores, pero ofrece
tambiénsus páginas a los peruanos, como Ayax (Victor Andrés Belaúnde) con su serie “Mirador”.
De todos los propagandistas y apologetas el más constante y fervoroso es, sin duda, Carlos Miró
Quesada (garrotín). Desde finales de 1935 hasta comienzos de 1937 escribe Carlos Miró Quesada
en “El Comercio”, todos los domingos, la serie “Problemas del mundo” que dedica a la reseña de
libros de fascistas y sobre el fascismo. En los días de semana aparecían, además, sus notas,
comentarios y entrevistas a personalidades prominentes del fascismo internacional. Una parte de los
artículos de reseña, concretamente los dedicados a Italia y al Duce, apareció en 1937 en italiano con el título Intorno agli scritti e discorsi di Mussolini (Milán, Fratelli Treves Ed., 1937). El libro iba
precedido de un largo prólogo de Riva-Agüero ¬parte del cual incluimos en esta antología¬ y de
una nota de los editores. De Miro Quesada y de su libro se dice lo siguiente en la nota de los
editores: “el valiente periodista ha sabido poner tan eficazmente de relieve a través de las palabras
mismas del Duce, la figura del Jefe, el desarrollo del fascismo y la historia de la renovación italiana
desde los orígenes del movimiento hasta hoy, que sus escritos han tenido el más merecido éxito.
Estamos seguros de que incluso en Italia el libro... tendrá la mejor acogida, en primer lugar
porqueconstituye verdaderamente un breviario de la teoría y de la acción del fascismo y del
pensamiento de Mussolini, y en segundo lugar porque no puede dejar de agradar este vivaz
documento de clara comprensión y viva simpatía...” Y sobre el prólogo de Riva-Agüero dice el
editor italiano: Es difícil encontrar en el escrito de un extraño tanto conocimiento y al mismo
tiempo tanta comprensión de nuestras cosas como se encuentran en las páginas del prólogo” :
Nuestros mejores fascistas podían, pues, aspirar a ser maestros de fascismo incluso en la tierra natal de las ideas fascistas.
Finalmente, ofrecemos una breve muestra del fascismo de las colonias extranjeras. También aquí
hay que repetir que se trata de un tema dejado de lado por la investigación. Nos atrevemos, sin
embargo, a adelantar algunos conocimientos basándonos en nuestra incipiente pesquisa.
La colonia italiana contó desde temprano con el “fascio” y con órganos de expresión fascistas. Los
órganos de expresión del sector fascista de la colonia italiana cumplían principalmente una función
propagandística. Italia nuova, por ejemplo, se publicaba semanalmente en italiano y en castellano.
Al principio se subtituló “Settimanale fascista”, luego “Settimanale dell'Imperio”, y finalmente
“Settimanale degli italiani del Perú”. El director y principal redactor del semanario era Toto
Giurato, dirigente además del “fascio italiano”. En la dirección del fascio, creado bajo los auspicios
del gobierno del Duce, figuraron también Massimo Gaetani, Donato Di Malio, Landi, Nosiglia,
Radicati di Primeglio, Gino Salocchi y otros. El fascio contaba con los servicios espirituales del P.
Ciro Simoni y con el apoyo de instituciones como los colegios Raimondi de Lima y Regina
Margherita del Callao, Compañía italiana de bomberos “Garibaldi” del Callao, Circolo Sportivo
Italiano, etc. Con sus anuncios comerciales, contribuyen al sostenimiento de Italia nouva el Banco
Italiano, Borghessi, Angelo Cairati, Carozzi, Compagnia d'Assicurazioni “Italia”, Derossi e Perroni,
D'Onofrio, Angel Fasce, Fábrica de Tejidos San Jacinto, Empresa Eléctrica Asociadas, Flavio
Gerbolini, Hotel Maury, Tintorería Italia “Iris”, Compañía de Navegación “Italia”, La Cerveza,
Magazzini di Santa Catalina, Nicolini, Ernesto Raffo, Reiser Curioni e Carozzi, Riccardi, Filippo
Risso, J. Tomas Rivarola, Tejidos del Pacífico, Zunini, etc.
La misión fundamental del fascio italiano y del semanario Italia nuova se centraba en sembrar la
ideología fascista y en hacerla fructificar entre los miembros de la colonia italiana. Frutos esperados
de este sembrío eran el apoyo incondicional al gobierno del Duce y la justificación de las gresiones
italianas en Africa. Se preparaban así los ánimos para la guerra. Por otra parte, la difusión de la
ideología de la “latinidad”, que fascistas italianos y peruanos se encargaron de introducir en nuestro
medio, pretendía justificar la necesidad de relación de los países de “Latinoamerica” ¬término muy
del gusto de los fascistas italianos e italianizantes¬ con Italia, madre de la latinidad y “abuela”
(Riva-Agüero) de los pueblos latinoamericanos. De lo que se trataba, en realidad, era de presentar el
fascismo no sólo como fruto originario de lo latino sino como componente esencial de nuestro ser
histórico. Téngase en cuenta que en la búsqueda de su originalidad, los diversos fascismos se
entendieron a sí mismos como opuestos a las tradiciones burguesas y democráticas de Occidente”¬
y al despotismo bárbaro de Oriente. Es en este contexto en donde hay que entender la ideología de
la latinidad esgrimida por fascistas italianos y españoles.
Italia nuova fue, sin embargo, más un medio de propaganda que un taller de elaboración ideológica.
Interesaba a Toto Giurato, director del semanario y miembro prominente de fascio, difundir los
postulados básicos del fascismo, dar a conocer las posiciones de Mussolini y ganar la aprobación de
italianos y peruanos con respecto a las campañas internacionales de Italia. Que el sembrío de Italia
nuova y de los fascistas de la colonia italiana no cayó en terreno pedregoso lo muestra la acogida
que no pocos peruanos dieron a las ideas fascistas de tipo italiano. Riva-Agüero y Miró Quesada
Laos, por hablar sólo de los más destacados, se convirtieron en eficaces y convencidos
propagandistas del fascismo italiano y en fervientes admiradores de Mussolini.
El fascismo de la colonia española ha sido de alguna manera estudiado por Willy Pinto en el trabajo
al que nos hemos referido. Como muestra de este fascismo ofrecemos unas páginas del entonces
Cónsul de España en el Perú, Antonio Pinilla Rambaud. Pinilla Rambaud desconoció pronto al
gobierno legal y se puso de parte de la insurrección que encabeza el general Franco. Entusiasmado
por las delegaciones de falangistas que llegaron al Perú con una misión propagandística, se animó a
escribir una loa a la España rebelde que tituló Gloria al himno de Falange y que fue festejada y
aplaudida en los medios fascistas peruanos, especialmente en los claustros de la Universidad
Católica.
Sabemos que lo que ofrecemos en esta antología es sólo una muestra del pensamiento y de los
tópicos fundamentales del fascismo en el Perú. Con la “nota” introductoria, por otra parte, vamos
más allá del mero muestreo para arriesgar una ordenación de los materiales consultados. Lejos sin
embargo, de nosotros la pretensión de haber dicho la última palabra. Se trata sólo de un primer
acercamiento a un tema hasta ahora dejado de lado por los investigadores. Si hemos insistido en el
señalamiento de personas, instituciones y medios de expresión fascistas, ha sido con el propósito de
abrir caminos precisos para la continuación de la búsqueda. Por otra parte, no desconocemos que el
autoritarismo, el racismo y la irracionalidad tienen en nuestra historia viejos antecedentes. No es
ciertamente gratuito, por ejemplo, que nuestros fascistas pretendan reivindicar la figura de
Bartolomé Herrera, el hombre que a mediados del siglo pasado se constituyó en defensor
desembozado del autoritarismo y del elitismo. Pero el estudio de los antecedentes es algo que no
nos propusimos como objetivo en esta nota. Finalmente, pero no en último lugar, no desconocemos
que el fascismo, como ideología y como modo de vida y de organización, dejó también indelebles
huellas en otros sectores sociales y políticos, como el APRA, por ejemplo. Pero hemos declarado ya
que esta primera aproximación no pretende agotar el tema y que la carencia de investigaciones de
base nos impide trascender los límites del planteamiento del problema y de la elaboración de una
hipótesis de trabajo.
*LOPÉZ SORIA, José Ignacio (Selección y prólogo). El Pensamiento Fascista (1930-1945):
Antología. Mosca Azul Editores : Lima, 1981. Pág. 9-37. Serie: Biblioteca del Pensamiento
Peruano.
Por José Ignacio López Soria*
Los vi marchar, “prietas las filas”, en escuadras “recias, marciales”, cara a un mañana que creían
hecho de promesas de ”patria, justicia y paz”. Los vi soñar amaneceres de grandeza, desfilando
“cara al sol” y haciendo “guardia sobre los luceros”. Hablaban siempre del brotar de una nueva
primavera, de su vocación de estrella, de su condición de elegidos, de su destino mesiánico. Pero se
decían también “novios de la muerte”, dispuestos al sacrificio por una patria a la que querían “una,
grande y libre”.
El fascismo es, en primer lugar, un gesto, una actitud que trata de dar forma a la vida y sentido a la
muerte. Exaltación del “eros” y del “thanatos”, del principio de vida y del principio de muerte,
primacía simultánea de lo épico y de lo trágico. Para el fascista la vida es agonía combate a muerte
entre las fuerzas de la civilización (Dios, patria, familia, tradición) y las de la barbarie (comunismo)
y la anarquía (capitalismo). El fascista entiende la vida como un combate que no sabe de descanso,
como un desafío entre el orden y el caos, entre el derecho y la anarquía, entre la tradición y la
modernidad. La historia toda es una epopeya, y cada acontecimiento de la vida un episodio de ella.
Y si, en la luchas, le “llega la muerte”, pelea con ella como el héroe trágico, a sabiendas que está
empeñado en un combate con fuerzas superiores pero a las que no se abandona, como el mártir,
porque sólo cayendo en la lucha se gana como héroe cabal. La lucha da forma a su vida, y si ésta
acaba en el momento trágico, entonces no muere porque se va “al puesto que tiene allí”, junto a los
luceros. Al pasar por la muerte trágica, la vida queda transformada en una vida verdadera. Su
nombre es, por eso, esculpido en piedra en el “valle de los caídos”.
Exaltación del “eros” y del “thanatos”, síntesis conflictiva y siempre en tensión. Porque el fascismo,
como forma de vida, es un gesto, un lenguaje, un sueño de grandeza, una añoranza de pasadas
glorias, un empeño terco de restauración, un embellecimiento del atraso. Por ser épico, el fascismo
necesita volver a los tiempos viejos: en Alemania, a la época fundacional de la germanidad; en
Italia, a los días en que las legiones romanas se paseaban triunfales por los campos europeos; en
España, al recuerdo de los hombres que ganaron al moro el solar patrio y surcaron luego los mares
en busca de tierras que “descubrir”. Se trata, es cierto, de rememorar viejas hazañas para alimentar
una especie de orgullo colectivo, pero principalmente lo que se busca es elevar esos tiempos y esas
hazañas a la categoría de paradigma, de modelo en la lucha entre civilización y barbarie, entre las
fuerzas del orden y las dela disgregación.
La tradición se presenta entonces como fuente de toda posible regeneración frente a los dos peligros que amenazan a la civilización : la anarquía del liberalismo occidental y la barbarie del despotismo oriental. No es ciertamente casual que los diversos fascismos coincidan en la proclamación de la “Decadencia de Occidente” y en la recusación de la “nueva barbarie” del Oriente comunista. Fui educado en la España fascista y me enseñaron a creer que al otro lado de los Pirineos comenzaba la anarquía y a este lado de los Urales el despotismo bárbaro y sin Dios. Había que superar el liberalismo sin caer en el comunismo, había que poner freno al voraz apetito de ganancia del individualismo capitalista para impedir que, por oposición, se desembocase en el colectivismo socialista. Europa estaba entonces amenazada por el “fantasma del comunismo”, y el liberalismo occidental, el Estado policía del “laissez faire, laissez passer”, era ya incapaz de frenar la posible invasión. Se hacía, pues, necesario superar el “liberalismo caduco” con un Estado intervencionista, con un Estado corporativo que, asociado a patronos y obreros, mantuviese a raya los afanes de ganancia de los unos y los anhelos reivindicacionistas de los otros. Armonía era la palabra, cooperación, liquidación de las causas de la lucha de clases, apertura de una vía sin rupturas hacia un progreso hecho de reconciliación impuesta desde el Estado.
Así vieron los fascistas el problema de la restauración : en lo económico, cooperación de capital y
trabajo; en lo social, armonía de las clases; en lo político, primacía de un Estado corporativo y
planificador y veneración al héroe carismático; en lo artístico, exaltación romántica de lo épico y de
lo trágico; y en lo ideológico, destronización de la razón. Pero debajo de esta apariencia ¬que sirvió
a los fascistas para dar forma a normas jurídicas, actitudes vitales, cánones de comportamiento,
jerarquía de valores y expresiones políticas, artísticas e ideológicas¬ la esencia del problema tenía
que ver con el paso necesario del capitalismo industrial, todavía competitivo, al capitalismo
imperialista, ya monopólico. Y no es casual a este respecto que el fascismo surgiese y se afirmase
en aquellos países europeos que habían llegado con retraso al desarrollo capitalista (Alemania,
Italia, España, Hungría) y no habían tenido nunca colonias o las habían perdido. La crisis de 1929
contribuyó a que se tomase conciencia de la incapacidad de la forma demoliberal de organización
social para conciliar las contradicciones generadas por el capitalismo competitivo. El retraso de
estos países en el desarrollo capitalista había quedado plasmado en su historia de mil maneras :
carencia de una burguesía pujante y creadora, inexistencia de tradiciones democráticas enraizadas
en la vida cotidiana y en las formas de organización social, incapacidad de sus respectivas clases
dominantes para elaborar una ideología acorde con la racionalidad burguesa y que permitiese ganar
el “consenso espontáneo” de las demás clases sociales, exaltación de lo dionisiaco en los dominios
del arte, permanencia de restos señoriales en la visión del mundo y en la jerarquía de valores, largos
periodos históricos de autoritarismo, vigencia de lo reaccionario en sus respectivas tradiciones,
acumulación de una muy variada experiencia en el asalto a la razón, etc. Mucho de esto puede
resumirse en una sola idea: el divorcio entre nacionalismo y capitalismo. Mientras en Francia e
Inglaterra, por aludir a los casos más claros, las tradiciones burguesas habían penetrado toda la vida
social e individual, desde la vida cotidiana y las formas de organización hasta las “objetivaciones
del espíritu”, en los países que serán tierra fértil del sembrío fascista la concepción y los modos de
vida burguesa habían quedado en un nivel tan superficial que no afectaba a la esencia de la
nacionalidad. Existía, es cierto, en estos pueblos una tradición democrática, pero ella había sido
enterrada por sus respectivas clases dominantes. El concepto de nacionalidad esgrimido por estas
clases para legitimar su dominio tenía más señorial que de burgués. El término nación no incluía, ni
siquiera postulativamente, al pueblo; su connotación decía referencia a un conjunto de cualidades
que era propias de la vieja aristocracia y de la nueva burguesía coligada con ella. Definitivamente,
en estos pueblos, la ideología del nacionalismo no tenía nada en común con las tradiciones
burguesas ni con las luchas democráticas del pueblo. Sus clases dominantes entienden entonces el
nacionalismo como una cobertura ideológica que trata de legitimar privilegios y justificar su
“destino histórico”, su misión restauradora.
Consecuencia de este divorcio entre el pueblo y la nación, entre nacionalismo y democratismo, son,
entre otras, el recorte de todo el vestigio de modernidad en sus tradiciones y la exaltación de lo
reaccionario que había en sus propias historias. Surgen así la ideología de la “Decadencia de
Occidente”, el mito del voluntarismo faústico, la apología del superhombre, la acentuación del polo
de la irracionalidad, la creencia en la superioridad de la raza, en la misión histórica que había que
cumplir contra la “barbarie socialista” y contra la “anarquía liberal”.
Hemos dicho que estos países habían llegado con retraso al desarrollo capitalista y que,
consecuentemente, las tradiciones burguesas no habían penetrado las ideologías de las clases
dominantes ni las formas de organización social. Alemania, a pesar de su evidente desarrollo
material, sufría también las consecuencias ideológicas e institucionales de ese retraso. Dadas estas
condiciones objetivas de existencia social, la ola revolucionaria que se extendió por Europa después
de 1917 causó un impacto especial en estos países. Algunos de ellos se vieron al borde del
socialismo. Hungría y Alemania conocieron breves periodos de república de consejos. En Italia
surge con Gramsci un marxismo creativo; el mismo Mussolini y sus primeros adherentes procedían
de las filas socialistas. En España, la proclamación de la república puso en serio peligro la tradición
señorial y comenzó a sentar las bases de la modernidad. Hitler, Mussolini y Primo de Rivera, y en
menor medida Salazar, Franco y Horthy, supieron utilizar una demagogia socialistizante para
elaborar su lenguaje fascista. Es que el socialismo en estos pueblos fue un peligro cercano al que
había que combatir. Pero como ellos no había tradiciones burguesas, se hizo necesario acudir a lo
que en su propia historia había de antiburgués y antiliberal. También los países más avanzados
tuvieron que librar su batalla contra el socialismo, pero la libraron desde sus propias tradiciones
burguesas y desde los marcos de la racionalidad capitalista. El fascismo terminó siendo,
ideológicamente, una lucha agónica contra el socialismo desde la tradición autoritaria, señorialista,
antiburguesa y reaccionaria de pueblos que habían llegado con retraso al desarrollo capitalista. El
recurso a la irracionalidad no es, pues, en los fascismos algo adjetivo sino un componente esencial
que hunde sus raíces en las condiciones objetivas de existencia de clases que tratan de superar el
capitalismo y evitar el socialismo desde una perspectiva, la tradición reaccionaria, que no era
expresión de las fuerzas progresivas en el proceso histórico.
Lejos de nosotros la pretensión de haber agotado, con las breves notas que anteceden, la
presentación del fascismo y de sus modalidades. Quisimos solamente resaltar aquellos aspectos,
que, siendo importantes y comunes a los diversos fascismos, parece que influyeron más en la
modelación del fascismo peruano. Y digo “parece” porque el tema del fascismo, no gratuitamente
por cierto, es uno de los que nuestra historiografía ha venido dejando de lado. Es lógico entender
que la historiografía tradicional tenga más interés en ocultar que en descubrir antecedentes de los
que hoy se avergüenza. Los nuevos científicos sociales, más atraídos por lo popular y por los
fenómenos de contestación, suelen también dejar de lado aspectos importantes de las clases
dominantes. No obstante, sobre el fascismo peruano se han ido haciendo apuntamientos sueltos
(Basadre, Quijano, Cotler), pero carecemos todavía de un estudio sistemático y abarcador sobre la
ideología y las organizaciones fascistas en el Perú de los años 30. algo ha comenzado a hacer el
historiador húngaro Adam Anderle en su estudio, que ganó recientemente el “premio Mariátegui” de
Casa de las Américas y será pronto publicado, sobre el movimiento antiimperialista peruano entre
las dos guerras mundiales. Por lo que respecta al fascismo, el trabajo de Anderle alude
principalmente a la organización y a las posiciones ideológicas de la Unión Revolucionaria. En
1978 apareció el folleto de Willy Pinto Gamboa, titulado Sobre fascismo y literatura (Lima, Ed.
EUNAFEV, 1978; 50 p.). Pinto más interesado en la manifestación literaria del fascismo peruano,
hace un recorrido por La Prensa, El Comercio y La Crónica de 1936 a 1939, en busca del tema de
de la Guerra Civil Española en nuestro periodismo. A pesar de lo reducido del tema y de las fuentes
de información, el trabajo de Willy Pinto constituye un valioso aporte y una primera aproximación a
un aspecto del fascismo peruano. La publicación de sus ficha bibliográficas ¬cuya consulta le
agradecemos aquí¬ podría constituir una eficaz ayuda a otros estudiosos para continuar el análisis
del tema. Tengo también que agradecer las sugerencias recibidas de Jorge Bravo Bresani, Francisco
Moncloa y Aníbal Quijano.
Cuando comencé el trabajo de recopilación pensaba, por la escasez de estudios al respecto, que me
sería difícil reunir materiales suficientes para un volumen. Pero me bastó abrir las páginas de “El
Comercio” de los años 30 para convencerme de lo errado de mi apreciación. Empezaron entonces a
aparecer nombres que iban desde fascistas convictos y confesos como José de la Riva-Agüero, Luis
A. Flores, Alfredo Herrera, Carlos Sayán, Octavio Alva, Guillermo Hoyos Osores, Felipe Sassone,
Carlos Miró Quesada Laos, José E. Ruete, Luis Humberto Delgado, Raúl Ferrero Rebagliati,
Guillermo Lohmann Villena, Pedro M. Benvenutto Murrieta, etc. hasta escritores propagandistas y
apologetas como Arturo Montoya, José Fiansón, Victor Andrés Belaunde, Roberto Mac Lean
Estenos, Alfonso Tealdo Simi, Aurelio Miró Quesada Sosa, Juan Miguel Pérez Manzanares, el P.
Francisco Jambrina, Gonzalo de Sandoval (seudónimo), Raúl de Mugaburu, Fernando A. Franco,
Miguel Pascuale, José Jaime Aicua, Luis Doreste, César Miró, Cristóbal Losada y Puga, Carlos
Pareja y Paz Soldán, Gonzalo Herrera, Mario Alzamora, César Arróspide, J. Ismael Bielich, Jorge
del Busto, J. Dammert, Eulogio Romero Romaña y tantos otros. Y a éstos habría que añadir los
miembros de las colonias italianas, españolas y alemana relacionados directamente con
organizaciones fascistas. Tales por ejemplo, en el caso del fascismo italiano, Toto Giurato, Vittorio
Bianchi, Bartolomé Boggio, Donato Di Malio, Massimo Gaetani, Mario Gambini, Flavio y
Giacomo Gerbolini, Landi, Magnani, Mazzini, Nosiglia, Nicolini, Carlos Radicati di Primeglio,
Juan Francisco Raffo, Gino Salocchi, el P. Ciro Simoni y muchos más. La falange española,
extendida aquí gracias a la prédica ferviente de peruanos como Felipe Sassone y a las frecuentes
delegaciones llegadas desde la península, encontró en los colegios de religiosos españoles
¬especialmente en La Inmaculada¬, en los claustros de la Universidad Católica y en los ambientes
de la Acción Católica un clima propicio para el sembrío fascista. Las delegaciones españolas
(Ramón de Rato, Eugenio Montes, etc.) eran recibidas y agasajadas en Lima por Riva-Agüero,
Antonio Pinilla Rambaud, Oswaldo Hoyos Osores, Manuel Mujica Gallo, Aurelio Miró Quesada,
Oscar Miró Quesada, Froylán Miranda Nieto, José Carlos Llosa G.P., José Torres de Vidaurre,
Guillermo Hoyos Osores, Raúl y Rómulo Ferrero Rebagliati, Ramón Aspíllaga, Aurelio García
Sayán, Fernán Moncloa, Luis Picasso Rodríguez, Alberto Wagner de Reyna, etc. Entre los
propagandistas españoles sobresale el P. Lebrún, un jesuita que actuaba desde el Colegio de la
Inmaculada con el apoyo de monseñor Pedro Pascual Farfán, arzobispo de Lima, y de monseñor
Cento, nuncio del Vaticano. Por el mencionado trabajo de Pinto sabemos también que la colonia
alemana tenía aquí una agrupación nazi que presidía Carl Dedering, cónsul alemán, y que contaba
con la ayuda propagandística de Edith Fauppel, representante en el Perú del Instituto de Cultura
Latinoamericana de Berlín y Hamburgo.
Había, pues, abundancia de materiales, más de los que podemos incluir en una antología que trata
sólo de ofrecer una muestra significativa del “pensamiento fascista” y, paralelamente, abrir un rubro
de investigación descuidado hasta ahora. Para presentar ordenadamente estos materiales e intentar
una primera aproximación a la ideología fascista, los hemos agrupado en tres apartados : fascismo
aristocrático, fascismo mesocrático y fascismo popular; y dos breves apéndices : propaganda
fascista y colonias extranjeras. En cada caso incluimos solamente lo más significativo, e incluso
preferimos ofrecer textos de pocos autores para que se vea mejor la estructura del pensamiento y su secuencia. La antología, por lo demás, recoge solamente textos publicados entre 1930 y 1945;
dentro de este periodo, los años 1934-1939 son aquellos en los que el fascismo peruano conoce su
mayor despliegue; naturalmente el acercamiento del gobierno de Benavides a las potencias fascistas
tuvo que ver no poco con ese despliegue, que supuso para el Perú privarse de una afluencia de
republicanos españoles, que tantos beneficios culturales y económicos reportó a países como
México o Argentina.
El fascismo aristocrático tiene en José de la Riva-Agüero, quien había rehabilitado su título
nobiliario colonial de Marqués de Monte Alegre de Aulestia, su mejor y más apasionado exponente.
En Riva-Agüero el fascismo, confesado sin eufemismo alguno y profesado con fervor, coincide con
su vuelta a la fe católica. Para Riva-Agüero la democracia era el “señorío de la hez”, el “gobierno
de la chusma”, y el fascismo, cristianizado en la pila bautismal de un catolicismo ultramontano, la
única ideología capaz ya de poner freno al socialismo ateo y al liberalismo protestante. En la
palabra, dura siempre y siempre valiente, de Riva-Agüero se expresan los temores de la vieja
oligarquía ante el peligro de perder el control político de manera definitiva. Son los herederos de la
“república aristocrática”, agrupados hasta entonces alrededor del civilismo, que vuelven a la caída
de Leguía para hacerse nuevamente del control del aparato estatal. Como fascistas del más viejo
cuño e hijos espirituales de la ideología elitista de Bartolomé Herrera y Alejandro Déustua, plantean
críticas al liberalismo, reniegan de nuestra escasa tradición democrática, califican al “siglo de las
luces” de madre nutricia de todos los males sociales, desprecian a las masas, “la hez”, y arremeten
con todos sus bríos contra el comunismo. Pero Rva-Agüero no fue propiamente un ideólogo del
fascismo, como Raúl Ferrero Rebagliati, ni un tenaz propagandista, como Carlos Miró Quesada
Laos y Guillermo Hoyos Osores, ni tampoco un organizador de “camisas negras”, como Luis
A.Flores. Fue ante todo un profundo sentidor de los ideales fascistas y un trasmisor de sus vigencias
fundamentales. En Riva-Agüero el fascismo es una actitud sin duda gallarda, una prodesión de fe
mantenida con entereza, un gesto que recoge las angustias y tardías aspiraciones de una clase que se bate en retirada, una nueva dación de forma a nuestra vieja tradición autoritaria. Y hablo de
gallardía, de entereza y de gesto porque el fascismo de Riva-Agüero no sabe de medias tintas ni de
fáciles acomodos. Basta leer sus escritos de estos años, basta incluso conocer el título del más
característico de sus libros a este respecto: Por la verdad, la tradición y la patria. El título mismo
es ya un slogan fascista. El Riva-Agüero de estos años ¬sabemos que hay en la evolución de su
pensamiento una larga etapa prefascista que aquí no presentamos¬ confiesa públicamente su
devoción por Mussolini, su adhesión a la Italia fascista, su admiración por José Antonio Primo de
Rivera, el fundador ideológico de la falange española. Y si algo lo separó de Hitler y del nazismo
fue el racismo abiertamente confesado y los maltratos a la Iglesia Católica. El recurso a la tradición
es en Riva-Agüero un intento por extraer de nuestro pasado autoritario ¬borrando de él todo lo que
hubiese de democrático y progresivo¬ fuerzas de restauración. Y restauración significaba, frente al
incipiente desarrollo capitalista y frente al peligro del socialismo y del populismo aprista,
recuperación del control total por parte de la vieja aristocracia de la tierra y de los sectores más
autoritarios de la nueva burguesía financiera. Era nuevamente el civilismo en acción, intentando
ahora agrupar a “las derechas” y recurriendo al fascismo como elemento ideológico de cohesión.
Riva-Agüero fracasó en sus intentos de unificación, pero su gesto quedó como símbolo de los
esfuerzos agónicos de restauración del antiguo orden por parte de un sector social que comenzaba a batirse en retirada.
Al calor de las posiciones de Riva-Agüero y de la prédica de religiosos italianos y españoles fue
surgiendo un fascismo mesocrático que recogía las aspiraciones de los sectores medios urbanos y
les daba una forma ideológica. El fascismo mesocrático arraigó en los claustros de la Universidad
Católica, en las filas de los miembros de la Acción Católica y en los colegios regentados por
religiosos. Este fascismo no es sólo un gesto, es también un intento de elaboración ideológica de la
experiencia histórica peruana desde los intereses y aspiraciones de la “intelligentzia” y de las capas
medias profesionalizadas. Cuando se leen con atención sus textos ¬especialmente los de su
máximo ideólogo, Raúl Frrero Rebagliati¬, se advierte que se trataba de una juventud ganosa de
ideales, de una juventud que no cree ya en la capacidad de la vieja clase dominante para dar
respuesta a las urgencias del momento y que no está dispuesto a dejarse ganar por el populismo y el socialismo. Ni capitalismo depredador de las riquezas nacionales y superexplotativo, ni socialismo
ateo y aniquilador del individuo. En comparación con el fascismo aristocrático, el fascismo
mesocrático es mucho más que una simple justificación del autoritarismo. No se trataba sólo de
legitimar la represión sino más bien de elaborar una ideología que pudiese presentarse como
alternativa entre la desnuda violencia de las clases dominantes y el cercano peligro del populismo.
Desde esta posición, los fascistas de las capas medias urbanas aciertan a denunciar las lacras
producidas por un capitalismo a medias, dependiente y superexplotativo, pero su acierto en la
denuncia se transforma en debilidad en el momento de la proposición. El recurso a lo autóctono y a
lo que en nuestra historia había de oposición había sido ya capitalizado por el movimiento
indigenista, por el aprismo y por el socialismo. Al fascismo mesocrático no le quedaban sino la
conquista, la colonia y momentos aislados de la república, encarnados en determinados personajes.
Una historia fragmentada, hecha de episodios sin continuidad. Pero lo fragmentario no se condice
con una visión del mundo. Fue, por eso, necesario recubrir la discontinuidad con una apariencia
ideológica. Y surgió así la ideología del mestizaje. A pesar de su aparente intención de conciliar a
los diversos componentes de la sociedad peruana, la ideología del mestizaje no pasó de ser el velo
ideológico que encubría las aspiraciones a integrar lo andino en el mundo occidental y cristiano.
Pero bastó la presencia, aunque fuese como velo, de la ideología del mestizaje para que el fascismo
mesocrático mantuviese ante lo épico una actitud moderada y no de exaltación. Lo épico, visto
desde sus perspectivas, se encarnaba en las hazañas y proezas de los conquistadores españoles, pero si hubiesen exaltado a los hacedores de la conquista, difícilmente habrían podido esgrimir el
mestizaje como arma ideológica. El fascismo en el Perú carece, pues, de una tradición a la que
acudir en busca de inspiración. No es raro, por tanto, que la inspiración le venga de más allá de
nuestras fronteras. Raúl Ferrero es sin duda el ideólogo más importante de los fascistas peruanos,
pero su fascismo fue sólo “copia y calco”, mezcla asistemática de elementos del nazismo alemán,
del fascismo español y del falangismo español. Y no es ciertamente casual que este fascismo, a
pesar de contar con el apoyo directo de la Iglesia, no consiguiese traspasar los marcos de las capas
medias urbanas y profesionalizadas. E incluso en este terreno se vio forzado a competir con el
APRA y con la Unión Revolucionaria.
Más importante que la oposición civilización-barbarie fue, en el fascismo mesocrático la de orden
anarquía. La lucha por el orden es entendida aquí como freno ante la dispersión generada por el
capitalismo competitivo y como muro de contención frente al peligro de penetración comunista.
Pero la mayor preocupación de los fascistas de las capas medias se centra en la contención del
peligro comunista. Presentamos aquí como muestra sólo textos de Raúl Ferrero, pero un ligero
recorrido por las revistas de la época (Mercurio Peruano, Revista de la Universidad Católica,
Boletines de la Junta Nacional de la Acción Católica, Patria, Ora et labora, Verdades, Revista del
Foro, etc.) bastaría para hacer notar que Ferrero no está solo. Junto a él están E. Alayza Grundy, M. Alzamora Valdés, C. Arróspide, J. Avendaño, V.A. Belaúnde, Pedro Benvenutto Murrieta, I. Bielich
Flórez, J. Del Busto, E.A. Cipriani Vargas, J. Dammert Bellido, Rómulo Ferrero Rebagliati, G
Herrera, C. Losada y Puga, J.L. Madueño, C. Pareja y Paz Soldán, J. Pareja y Paz Soldán, R. Pérez
Araníbar, C. Rodríguez Pastor, E. Romero Romaña, S. Sánchez Checa, C. Scudellari, J.T. Ibarra
Samanez, E. Indacochea Zaráuz, R. Oyague de Zavala, M.L. Montori, M. Cobián Elmore, C. Remy
de G.C., J. Elmore de Thorndike, etc. Preocupaba por entonces a la Acción Católica formar una
“milicia universal” al servicio de “Cristo Rey” para extender su “reinado supremo universal”. Para
ello había que considerar al catolicismo como perteneciente a las “esencias de la nacionalidad”,
había que recristianizar el matrimonio y la familia, había que frenar la expansión del protestantismo
recurriendo a “un sano y vigoroso despertar de los mejores resortes del alma nacional”, había que
vigorizar “la conciencia ética colectiva” y defender la educación católica frente a los embajadores
del comunismo ateo y del capitalismo materialista, etc. No queremos con esto decir que todo lo
católico fuese entonces fascista, pero sí que el catolicismo combativo, agrupado alrededor de la
Acción Católica, fue quedando cada vez más trascendido de ideología fascista.
A la muerte de Sánchez Cerro, la Unión Revolucionaria, conducida por Luis A. Flores, fue girando
hacia posiciones que hemos calificado como fascismo popular. El partido contaba ya con un héroe
carismático y con un mártir, Luis M. Sánchez Cerro, con un programa ideológico, El Manifiesto de
Arequipa, con un líder, Luis A. Flores, con algunos ideólogos y propagandistas, Alfredo Herrera,
Guillermo Hoyos Osores y Carlos Sayán Alvarez, y con masas desesperadas y hechas a ver en
Sánchez Cerro la encarnación de sus anhelos y frustraciones. Diversos medios de comunicación
contribuían a ensalzar la figura del héroe carismático y a poner en él, y luego en su memoria, la
posibilidad de realización de toda esperanza. Primero La Opinión, órgano del sanchecerrismo, que
dirige Isaac Alcocer Alzamora, suplido a veces por Victor A. Maúrtua, Raúl Castrillón y Tomás
Manrique. Y más tarde, por nombrar sólo algunos, Crisol, órgano de los “camisas negras”, que
dirige José Amador Añazgo; Acción, dirigido por César A. Meza, secundado por Glicerio Tassara
Baillet; La Batalla, bajo la dirección de Juan Picón Pinzás. Unión Revolucionaria contaba, además,
con una estructura partidaria, vertical y rígidamente jerarquizada, que iba desde el comité nacional
hasta los comités locales. Y para darse un rostro definido, los fascistas de Unión Revolucionaria
acuñaron o copiaron himnos, emblemas y gestos, hicieron de la tumba de Sánchez Cerro un lugar de
peregrinaje y desfilaron por las calles de Lima luciendo sus “camisas negras”. Una consigna decía
guiar sus pasos: “Verdad, justicia, integridad, patriotismo. ¡Sólo los camisas negras salvarán al
Perú!” Desde bambalinas eran apoyados por Mario Cánepa y Cia., Klinge, Oeschle, Berckemeyer
and Co., Banco Alemán Transatlántico, Casino “Pigall”, Armando Coz, Dr. Rubín, International
Petroleum Co., Panagra, Editorial “Inca”, Ferrocarril Central, Compañía Italo Peruana de Seguros
Generales, Empresas Eléctricas Asociadas, etc. En el aparato estatal tienen a sus propios
representantes, y cuentan con la aprobación de Riva-Agüero y del mismo Benavides, quienes los
utilizan como muro de contención de las aspiraciones populares.
Más que un sistema elaborado de principios ideológicos, el fascismo popular de Unión
Revolucionaria es una suma de consignas y de actitudes que tiene por objeto mantener a raya las
aspiraciones populares y propiciar un clima de “paz y concordia” entre las clases sociales. “En
política, las ideas no valen nada si no se sabe poner a su servicio la fuerza material”, decían ya en
1934 copiando un slogan de Goebbels. Y en 1936: “A los obreros de Lima. La Unión
Revolucionaria está con vosotros. Es el auténtico partido del pueblo... Los trabajadores...
encuentran en la Unión Revolucionaria el partido de mayor capacidad constructiva y organizadora.
Por eso, en la hora de la prueba, los obreros deben salir juntos con las demás clases sociales a
esgrimir la bandera de la Unión Revolucionaria...” Hasta 1933, el enemigo principal de la U.R. Es
el partido comunista. Pero muy pronto, por los avances del APRA precisamente en el terreno que
habría sido área natural de expansión del fascismo popular, se comienza a ver en el aprismo el
principal enemigo, sin que ello signifique que disminuya los ataques al socialismo y a la Rusia
soviética.
De los fascismos europeos y de Riva-Agüero aprenden los miembros de la U.R. un lenguaje
directo, intransigente, valiente en la denuncia y ajeno al compromiso. Aprenden también el gesto
gallardo, la defensa de lo nacional, el recurso a la irracionalidad, la importancia del autoritarismo.
Pero el fascismo popular no maneja ideas sino sentimientos, manipula la esperanza de los
desesperanzados de siempre, recurre a un nacionalismo agresivo y chauvinista para proteger a la
pequeña industria y a los nuevos pobladores de las ciudades, difunde los ideales y aspiraciones de
grandeza de la Italia fascista, de la Alemania nazi y del falangismo español, se presenta como
defensor de los desocupados y de los empleados urbanos, incentiva los ánimos para la guerra y
exige poner a los jóvenes en pie de lucha, predica el moralismo frente a la inmoralidad de las clases
dominantes, crea cuerpos paramilitares que entran en conflicto con la policía, funda en fin la
Sociedad Antiasiática del Perú para poner un freno al peligro de “invasión amarilla” que amenaza al
país. La prédica anticomunista recorre todas las páginas de las publicaciones de la U.R. Pero hay
una diferencia importante entre el anticomunismo del fascismo popular y el del fascismo
mesocrático. Raúl Ferrero y las gentes de Acción Católica relievan en sus ataques el ateismo y la
conculcación de la libertad individual burguesa en los regímenes comunistas. Flores y los miembros
de la U.R. prefieren destacar la hambruna de las masas en el comunismo y la incapacidad de éste
para dar respuesta a las exigencias de las masas en cuanto a educación, vivienda, vestido,
alimentación, etc. Los primeros hablan a intelectuales y a capas medias profesionalizadas, y
naturalmente se cuidan de no herir a las clases dominantes. Los miembros de la U.R. quieren llegar
a las masas populares y para ello tienen que decir que “en cada bocado de su ración, los
hambrientos engullen un poco de rencor”. Es necesario, por tanto, eliminar las causas de ese rencor,
alimentado a las masas de “pan y circo”. El pan vendrá como consecuencia del establecimiento de
un Estado cooperativo que “concilia” los intereses de las diversas clases sociales interviniendo
directamente para poner un freno a la depredación de nuestros recursos por el capitalismo
internacional, para regular la explotación del trabajo por el capital y para defender a la industria
nacional. El circo era la Unión Revolucionaria con su deificación de Sánchez Cerro, sus “camisas
negras”, sus desfiles, emblemas y canciones, su pose arrogante, su gesto viril, su prédica
grandilocuente y sus sueños de grandeza nacional.
El fascismo popular diseñó su rostro con nitidez en la “selva política” del Perú de los años 30. Pero
más que el rostro del descontento de las masas, era el suyo el rostro de la desesperación de una
pequeña burguesía que pugnaba por reacomodarse en las cambiantes condiciones socioeconómicas
y políticas del Perú de entonces. Su éxito relativo se debió, sin embargo, a la protección abierta o
velada de los sectores sociales que tenían en sus manos el poder del Estado. Porque el fascismo
popular, posiblemente a pesar de sí mismo, fue utilizado por la clase dominante como freno de la
creciente movilización popular y como desfogue de tensiones.
Con el apéndice que titulamos propaganda fascista pretendemos solamente ofrecer una pequeña
muestra de algo que debería ser investigado más a fondo. Propagandistas y apologetas del fascismo
hubo, como ha mostrado Willy Pinto en Sobre fascismo y literatura, en los más importantes
periódicos del momento, comenzando naturalmente por sus directores y jefes de redacción. “El
Comercio”, por ejemplo, se encarga gustoso de recoger y difundir los pronunciamientos, discursos,
conferencias y artículos de los fascistas europeos enviados por sus gobiernos en “gira cultural” por
los países de América Latina. La orientación de las noticias internacionales en favor de los
regímenes y de las ideas fascistas es otra manera de propaganda y apología que utilizan con destreza “La Prensa”, “El Comercio” y “La Crónica”. Incluso el arte es utilizado como medio de expresión de ideas y vigencias fascistas. Recuérdese ¬sólo como ejemplo que habría que estudiar más detenidamente¬ los ensayos de César Miró y Alfonso Tealdo, y los poemas de Francisco Jambrina, Aurelio Miró Quesada, Jorge Fiansón, José E. Ruete, Miguel Pascuale, José Jaime Aicua, Luis Doreste y Gregorio M. Romero. Hasta el anuncio de las películas es aprovechada para la
propaganda fascista. “Alas sobre Etiopía”, un film italiano que trata de justificar las pretenciones
del Duce en Africa, es anunciado en “El Comercio” como “un relato lleno de peligrosas aventuras
de unos expedicionarios que arriesgan sus vidas por entrar en regiones extrañas pobladas de
fantásticos ritos y amenazantes sortilegios... las regiones donde impera Haile Selassie, el exótico rey
de reyes que opuso su voluntad a una de las más grandes potencias europeas”. Y para que lo
entendiesen los italianos: “La prima pellicola dei selvaggi guerrieri è dei loro costumi barbari: Una
storia completa di una nazione che si e opposta alla volontà del Duce”. No es fácil encontrar una
expresión tan clara de la oposición civilización-barbarie, tan del gusto del fascismo. Y un año antes,
cuando todavía no había estallado la guerra, “El Comercio”, apelando sin duda al sentimiento
católico de los peruanos, hace saber que “El Papa está orando porque se cumpla el deseo de Italia
sin guerras. Autorizadamente se sabe que el Papa sigue orando porque se cumplan las ambiciones
coloniales de Italia, sin recurrir a la guerra”. Y junto a la justificación ideológica de la agrasión, la
justificación económica, esta vez en palabras de Alfonso Tealdo Simi, un hombre que, familiarizado
“con los secretos de la filosofía de la historia”, predica la cruzada del “fusil y la cruz” y la redención
por la sangre y el dolor, porque ha descubierto las bondades del fascismo y la necesidad ineludible
de su expansión: “Llegamos así a la proyección de la entente ítalo-germánico; Japón se une a ella.
Obsérvese bién, se trata de tres pueblos a los que no se les deja vivir; Alemania despoja; Italia
olvidada y Japón encerrado en su isla insignificante. Tres naciones que necesitan vitalmente de
materias primas. Por eso Italia conquista Etiopía, Alemania pide sus colonias y Japón trata de
instalarse en China...” Sobra todo comentario.
La lista de quienes hacen propaganda y apología del fascismo a través de los medios de
comunicación es demasiado larga. Bástenos referirnos a algunos de ellos, además de los ya
señalados. En “El Comercio” sobresalen Guillermo Hoyos Osores, Felipe Sassone, René Túpic y,
principalmente, Carlos Miró Quesada Laos, un hombre a quien volantes sueltos y panfletos de la
época acusan de agente directo del Führer y del Duce. En “La Crónica” se distingue Viracocha
(Roberto Mac Lean Estenós), Fernando A. Franco, Gonzalo de Sandoval (posiblemente un
seudónimo) y Raúl Mugaburu. (posiblemente un seudónimo) y Raúl Mugaburu. “La Prensa”
prefiere recurrir a fascistas extranjeros, como el español Wenceslao Fernández Flores, pero ofrece
tambiénsus páginas a los peruanos, como Ayax (Victor Andrés Belaúnde) con su serie “Mirador”.
De todos los propagandistas y apologetas el más constante y fervoroso es, sin duda, Carlos Miró
Quesada (garrotín). Desde finales de 1935 hasta comienzos de 1937 escribe Carlos Miró Quesada
en “El Comercio”, todos los domingos, la serie “Problemas del mundo” que dedica a la reseña de
libros de fascistas y sobre el fascismo. En los días de semana aparecían, además, sus notas,
comentarios y entrevistas a personalidades prominentes del fascismo internacional. Una parte de los
artículos de reseña, concretamente los dedicados a Italia y al Duce, apareció en 1937 en italiano con el título Intorno agli scritti e discorsi di Mussolini (Milán, Fratelli Treves Ed., 1937). El libro iba
precedido de un largo prólogo de Riva-Agüero ¬parte del cual incluimos en esta antología¬ y de
una nota de los editores. De Miro Quesada y de su libro se dice lo siguiente en la nota de los
editores: “el valiente periodista ha sabido poner tan eficazmente de relieve a través de las palabras
mismas del Duce, la figura del Jefe, el desarrollo del fascismo y la historia de la renovación italiana
desde los orígenes del movimiento hasta hoy, que sus escritos han tenido el más merecido éxito.
Estamos seguros de que incluso en Italia el libro... tendrá la mejor acogida, en primer lugar
porqueconstituye verdaderamente un breviario de la teoría y de la acción del fascismo y del
pensamiento de Mussolini, y en segundo lugar porque no puede dejar de agradar este vivaz
documento de clara comprensión y viva simpatía...” Y sobre el prólogo de Riva-Agüero dice el
editor italiano: Es difícil encontrar en el escrito de un extraño tanto conocimiento y al mismo
tiempo tanta comprensión de nuestras cosas como se encuentran en las páginas del prólogo” :
Nuestros mejores fascistas podían, pues, aspirar a ser maestros de fascismo incluso en la tierra natal de las ideas fascistas.
Finalmente, ofrecemos una breve muestra del fascismo de las colonias extranjeras. También aquí
hay que repetir que se trata de un tema dejado de lado por la investigación. Nos atrevemos, sin
embargo, a adelantar algunos conocimientos basándonos en nuestra incipiente pesquisa.
La colonia italiana contó desde temprano con el “fascio” y con órganos de expresión fascistas. Los
órganos de expresión del sector fascista de la colonia italiana cumplían principalmente una función
propagandística. Italia nuova, por ejemplo, se publicaba semanalmente en italiano y en castellano.
Al principio se subtituló “Settimanale fascista”, luego “Settimanale dell'Imperio”, y finalmente
“Settimanale degli italiani del Perú”. El director y principal redactor del semanario era Toto
Giurato, dirigente además del “fascio italiano”. En la dirección del fascio, creado bajo los auspicios
del gobierno del Duce, figuraron también Massimo Gaetani, Donato Di Malio, Landi, Nosiglia,
Radicati di Primeglio, Gino Salocchi y otros. El fascio contaba con los servicios espirituales del P.
Ciro Simoni y con el apoyo de instituciones como los colegios Raimondi de Lima y Regina
Margherita del Callao, Compañía italiana de bomberos “Garibaldi” del Callao, Circolo Sportivo
Italiano, etc. Con sus anuncios comerciales, contribuyen al sostenimiento de Italia nouva el Banco
Italiano, Borghessi, Angelo Cairati, Carozzi, Compagnia d'Assicurazioni “Italia”, Derossi e Perroni,
D'Onofrio, Angel Fasce, Fábrica de Tejidos San Jacinto, Empresa Eléctrica Asociadas, Flavio
Gerbolini, Hotel Maury, Tintorería Italia “Iris”, Compañía de Navegación “Italia”, La Cerveza,
Magazzini di Santa Catalina, Nicolini, Ernesto Raffo, Reiser Curioni e Carozzi, Riccardi, Filippo
Risso, J. Tomas Rivarola, Tejidos del Pacífico, Zunini, etc.
La misión fundamental del fascio italiano y del semanario Italia nuova se centraba en sembrar la
ideología fascista y en hacerla fructificar entre los miembros de la colonia italiana. Frutos esperados
de este sembrío eran el apoyo incondicional al gobierno del Duce y la justificación de las gresiones
italianas en Africa. Se preparaban así los ánimos para la guerra. Por otra parte, la difusión de la
ideología de la “latinidad”, que fascistas italianos y peruanos se encargaron de introducir en nuestro
medio, pretendía justificar la necesidad de relación de los países de “Latinoamerica” ¬término muy
del gusto de los fascistas italianos e italianizantes¬ con Italia, madre de la latinidad y “abuela”
(Riva-Agüero) de los pueblos latinoamericanos. De lo que se trataba, en realidad, era de presentar el
fascismo no sólo como fruto originario de lo latino sino como componente esencial de nuestro ser
histórico. Téngase en cuenta que en la búsqueda de su originalidad, los diversos fascismos se
entendieron a sí mismos como opuestos a las tradiciones burguesas y democráticas de Occidente”¬
y al despotismo bárbaro de Oriente. Es en este contexto en donde hay que entender la ideología de
la latinidad esgrimida por fascistas italianos y españoles.
Italia nuova fue, sin embargo, más un medio de propaganda que un taller de elaboración ideológica.
Interesaba a Toto Giurato, director del semanario y miembro prominente de fascio, difundir los
postulados básicos del fascismo, dar a conocer las posiciones de Mussolini y ganar la aprobación de
italianos y peruanos con respecto a las campañas internacionales de Italia. Que el sembrío de Italia
nuova y de los fascistas de la colonia italiana no cayó en terreno pedregoso lo muestra la acogida
que no pocos peruanos dieron a las ideas fascistas de tipo italiano. Riva-Agüero y Miró Quesada
Laos, por hablar sólo de los más destacados, se convirtieron en eficaces y convencidos
propagandistas del fascismo italiano y en fervientes admiradores de Mussolini.
El fascismo de la colonia española ha sido de alguna manera estudiado por Willy Pinto en el trabajo
al que nos hemos referido. Como muestra de este fascismo ofrecemos unas páginas del entonces
Cónsul de España en el Perú, Antonio Pinilla Rambaud. Pinilla Rambaud desconoció pronto al
gobierno legal y se puso de parte de la insurrección que encabeza el general Franco. Entusiasmado
por las delegaciones de falangistas que llegaron al Perú con una misión propagandística, se animó a
escribir una loa a la España rebelde que tituló Gloria al himno de Falange y que fue festejada y
aplaudida en los medios fascistas peruanos, especialmente en los claustros de la Universidad
Católica.
Sabemos que lo que ofrecemos en esta antología es sólo una muestra del pensamiento y de los
tópicos fundamentales del fascismo en el Perú. Con la “nota” introductoria, por otra parte, vamos
más allá del mero muestreo para arriesgar una ordenación de los materiales consultados. Lejos sin
embargo, de nosotros la pretensión de haber dicho la última palabra. Se trata sólo de un primer
acercamiento a un tema hasta ahora dejado de lado por los investigadores. Si hemos insistido en el
señalamiento de personas, instituciones y medios de expresión fascistas, ha sido con el propósito de
abrir caminos precisos para la continuación de la búsqueda. Por otra parte, no desconocemos que el
autoritarismo, el racismo y la irracionalidad tienen en nuestra historia viejos antecedentes. No es
ciertamente gratuito, por ejemplo, que nuestros fascistas pretendan reivindicar la figura de
Bartolomé Herrera, el hombre que a mediados del siglo pasado se constituyó en defensor
desembozado del autoritarismo y del elitismo. Pero el estudio de los antecedentes es algo que no
nos propusimos como objetivo en esta nota. Finalmente, pero no en último lugar, no desconocemos
que el fascismo, como ideología y como modo de vida y de organización, dejó también indelebles
huellas en otros sectores sociales y políticos, como el APRA, por ejemplo. Pero hemos declarado ya
que esta primera aproximación no pretende agotar el tema y que la carencia de investigaciones de
base nos impide trascender los límites del planteamiento del problema y de la elaboración de una
hipótesis de trabajo.
*LOPÉZ SORIA, José Ignacio (Selección y prólogo). El Pensamiento Fascista (1930-1945):
Antología. Mosca Azul Editores : Lima, 1981. Pág. 9-37. Serie: Biblioteca del Pensamiento
Peruano.