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Hubo muchas cosas que Marilyn Monroe hizo en contra de su voluntad. Encasillada en papeles de rubia seductora, curvilínea y de pocas entendederas, su insatisfacción la convirtió en un juguete que se acabó de romper hace medio siglo, con su muerte a solas en su casa, a los 36 años de edad. Se sabe ahora que por aquel entonces el FBI también quería hacer de Monroe algo que no era: un agente comunista encubierto.
Eran los duros días del macartismo, la sospecha era moneda corriente, Washington consideraba a Hollywood una Babilonia marxista, y los agentes del FBI debieron creerse lo de que Monroe era una muñeca vulnerable y fácil de manipular. Hasta indagaron en su matrimonio con el dramaturgo Arthur Miller, por si era una tapadera para que este, investigado por el Comité de Actividades Antiamericanas Estadounidense, popularizara la causa socialista.
El FBI hizo públicos la semana pasada una serie de documentos relativos a la actriz, que hasta ahora se creían perdidos. El Gobierno norteamericano ya había difundido en Internet unos informes incompletos, editados con numerosas tachaduras. En las nuevas revelaciones queda patente que los agentes del cuerpo de policía judicial norteamericana se interesaron por la amistad de la actriz con célebres operativos comunistas en Estados Unidos y en el exilio.
La principal revelación: algunos amigos personales de Monroe -no identificados en los documentos- estaban preocupados por su amistad con Frederick Vanderbilt Field, nacido en el rancio abolengo de la millonaria familia Vanderbilt, pero convertido en oveja negra por sus ideas izquierdistas. Vanderbilt Field se exilió en México en los años 60 y allí recibió una visita casi accidental de Monroe, que había viajado al país a comprar muebles y quedó fascinada por él.
“La situación provocó una gran consternación entre el grupo que acompañaba a la señorita Monroe y también entre el grupo [de comunistas exiliados en México]”, asegura uno de los informes del FBI. Los agentes controlaron los viajes y las relaciones personales de Monroe desde 1955 hasta su muerte. Era el estilo del entonces director del cuerpo, J. Edgar Hoover, obsesionado con investigar a estrellas como Monroe, Charles Chaplin o Frank Sinatra.
En 1983 Field Vanderbilt publicó una autobiografía, titulada ‘De izquierda a derecha, en la que dio su versión de su encuentro con Monroe. “Habló sobre todo de ella misma”, escribió, “y nos contó su gran apoyo por los derechos civiles, la igualdad de los negros, su admiración por lo que sucedía en China, su rabia por la persecución de los rojos y el macartismo y su odio a J. Edgar Hoover”. Era lógico. A su exmarido el FBI lo había sometido a un duro acoso.
Miller y Monroe estuvieron casados entre 1956 y 1961. En 1956 Miller fue llamado a testificar ante el Comité de Actividades Antiamericanas. Habló sobre él mismo y sobre sus propias ideas, pero se negó a responder a dos preguntas relativas a otras personas, para no delatar a nadie. Un juez le declaró culpable de desacato en 1957, un veredicto que fue revocado un año después.
El FBI se llegó a interesar por una llamada -anónima, por supuesto- al diario New York Daily News en la que se acusaba a Miller de ser un comunista, y de haber logrado atraer a Monroe, un icono de masas y del cine, “hacia la órbita comunista”. “Arthur Miller ha sido y es un miembro del Partido Comunista y es su líder cultural”, dijo el autor del supuesto chivatazo.
En claro contraste, el FBI no se interesó excesivamente por las dudas proyectadas por la muerte de Monroe hace medio siglo. Los agentes de policía de Los Ángeles determinaron que era un probable suicidio, por uso de barbitúricos. Muchos conocidos y seguidores de la actriz pusieron en duda esas conclusiones, pero desaparecida Monroe, el FBI prefirió interesarse por otras cosas, más políticas.
Hubo muchas cosas que Marilyn Monroe hizo en contra de su voluntad. Encasillada en papeles de rubia seductora, curvilínea y de pocas entendederas, su insatisfacción la convirtió en un juguete que se acabó de romper hace medio siglo, con su muerte a solas en su casa, a los 36 años de edad. Se sabe ahora que por aquel entonces el FBI también quería hacer de Monroe algo que no era: un agente comunista encubierto.
Eran los duros días del macartismo, la sospecha era moneda corriente, Washington consideraba a Hollywood una Babilonia marxista, y los agentes del FBI debieron creerse lo de que Monroe era una muñeca vulnerable y fácil de manipular. Hasta indagaron en su matrimonio con el dramaturgo Arthur Miller, por si era una tapadera para que este, investigado por el Comité de Actividades Antiamericanas Estadounidense, popularizara la causa socialista.
El FBI hizo públicos la semana pasada una serie de documentos relativos a la actriz, que hasta ahora se creían perdidos. El Gobierno norteamericano ya había difundido en Internet unos informes incompletos, editados con numerosas tachaduras. En las nuevas revelaciones queda patente que los agentes del cuerpo de policía judicial norteamericana se interesaron por la amistad de la actriz con célebres operativos comunistas en Estados Unidos y en el exilio.
La principal revelación: algunos amigos personales de Monroe -no identificados en los documentos- estaban preocupados por su amistad con Frederick Vanderbilt Field, nacido en el rancio abolengo de la millonaria familia Vanderbilt, pero convertido en oveja negra por sus ideas izquierdistas. Vanderbilt Field se exilió en México en los años 60 y allí recibió una visita casi accidental de Monroe, que había viajado al país a comprar muebles y quedó fascinada por él.
“La situación provocó una gran consternación entre el grupo que acompañaba a la señorita Monroe y también entre el grupo [de comunistas exiliados en México]”, asegura uno de los informes del FBI. Los agentes controlaron los viajes y las relaciones personales de Monroe desde 1955 hasta su muerte. Era el estilo del entonces director del cuerpo, J. Edgar Hoover, obsesionado con investigar a estrellas como Monroe, Charles Chaplin o Frank Sinatra.
En 1983 Field Vanderbilt publicó una autobiografía, titulada ‘De izquierda a derecha, en la que dio su versión de su encuentro con Monroe. “Habló sobre todo de ella misma”, escribió, “y nos contó su gran apoyo por los derechos civiles, la igualdad de los negros, su admiración por lo que sucedía en China, su rabia por la persecución de los rojos y el macartismo y su odio a J. Edgar Hoover”. Era lógico. A su exmarido el FBI lo había sometido a un duro acoso.
Miller y Monroe estuvieron casados entre 1956 y 1961. En 1956 Miller fue llamado a testificar ante el Comité de Actividades Antiamericanas. Habló sobre él mismo y sobre sus propias ideas, pero se negó a responder a dos preguntas relativas a otras personas, para no delatar a nadie. Un juez le declaró culpable de desacato en 1957, un veredicto que fue revocado un año después.
El FBI se llegó a interesar por una llamada -anónima, por supuesto- al diario New York Daily News en la que se acusaba a Miller de ser un comunista, y de haber logrado atraer a Monroe, un icono de masas y del cine, “hacia la órbita comunista”. “Arthur Miller ha sido y es un miembro del Partido Comunista y es su líder cultural”, dijo el autor del supuesto chivatazo.
En claro contraste, el FBI no se interesó excesivamente por las dudas proyectadas por la muerte de Monroe hace medio siglo. Los agentes de policía de Los Ángeles determinaron que era un probable suicidio, por uso de barbitúricos. Muchos conocidos y seguidores de la actriz pusieron en duda esas conclusiones, pero desaparecida Monroe, el FBI prefirió interesarse por otras cosas, más políticas.