SOCIALISMO Y SOCIEDAD INDUSTRIAL: SAINT-SIMON
texto de ANTONIO PORRAS NADALES, catedrático de derecho constitucional de la Universidad de Sevilla
publicado en junio de 2014 en el blog Marx desde cero
publicado en el foro en tres mensajes
Considerado como gran padre espiritual de todo el impulso industrial y tecnocrático que posibilitó el triunfo de la Revolución industrial en Francia durante la época de Napoleón III, la personalidad y el pensamiento de Saint-Simón presentan un poderoso atractivo ante el pensamiento social contemporáneo en cuanto precedente teórico de las estructuras históricas que han predominado en las sociedades industriales avanzadas: Saint-Simón fue el primero en analizar el proceso histórico de las sociedades occidentales desde el prisma de la «producción industrial»; destacó la decisiva importancia de la nueva clase de los tecnócratas e intuyó las transformaciones en el poder político del Estado contemporáneo hacia nuevas formas de poder económico y burocrático. Su pensamiento nos enfrenta al auténtico «hecho nuevo» que ha caracterizado el desarrollo histórico de las sociedades contemporáneas: la capacidad de producción industrial y las transformaciones subsiguientes en el sistema social en su conjunto.
Su categoría de maestro pensador de las nuevas formas de dependencia y dinamismo social características de las sociedades industriales avanzadas no ha sido, sin embargo, suficientemente destacada. Razones no faltan: Saint-Simón murió demasiado pronto, en 1825, mucho antes de que el capitalismo industrial francés pudiera acceder en forma madura a los sectores claves del dominio social; sus numerosos discípulos, enfrentados tras 1830 a las contradicciones que en la obra del maestro apenas estaban implícitamente esbozadas, se vieron inmersos en un cisma centrífugo, aproximándose unos a un cierto romanticismo utópico, cayendo otros en el más prosaico tecnocratismo al servicio de sectores específicos del capital industrial francés. La gran revisión del pensamiento socialista llevada a cabo a partir de mediados de siglo por Carlos Marx contribuyó a dejar en el olvido una obra genial, intuitiva y fecunda, escondida en la confusa categoría engelsiana de «socialismo utópico».
En la actualidad los problemas del «desarrollo económico», tras casi dos siglos de expansión industrial, siguen revistiendo una gran importancia en el análisis de las crisis de los sistemas sociales, con un interés que se reactualiza constantemente al agudizarse los conflictos a largo plazo desencadenados por la civilización occidental: la cuestión del desigual intercambio internacional y el «círculo vicioso» del subdesarrollo, la crisis energética y ambiental, el malestar cultural y la crisis de las instituciones democráticas, constituyen elementos aparentemente dispersos que se ordenan unitariamente en la perspectiva del modelo occidental de desarrollo industrial.
Históricamente, la nueva dinámica tiene su origen en ese fenómeno de extraordinario y acelerado crecimiento económico que conocemos con el nombre de Revolución industrial. Antes de la Revolución industrial ese «espíritu de progreso» hoy triunfante en todo el mundo civilizado aparecía restringido a una minoría social, selecta e ilustrada, próxima a los sectores progresistas del capital industrial y a las nacientes capas de científicos y técnicos, hijos del racionalismo y el cientifismo del siglo XVIII.
El pensamiento social popular permanecía de alguna manera al margen de este espíritu de los tiempos modernos. Sus planteamientos teóricos se movían entre los ideales de la igualdad, de la liquidación de la miseria, en un contexto de «reparto de la escasez» donde el desarrollo tecnológico se aceptaba como una mejora para el trabajo de los hombres y no como una fuente inacabable de riquezas y progreso. Todavía en 1828 Bounarroti, el nexo de unión entre el radicalismo revolucionario sans-culotte y el primer socialismo de los años treinta, enfrentaba en su Conspiration pour l’Égalité (1) ese espíritu de opulencia, común a la aristocracia ilustrada y a la triunfante burguesía (y al que denominaba systéme d’égoisme), frente al sisteme d’égalité defendido por las clases populares. Para el «sistema de egoísmo», promovido por las clases dominantes, la prosperidad de las naciones se basaría en el desarrollo de una inmensa industria y un comercio ilimitado, la diversidad creciente de disfrutes materiales, la aceleración en la circulación de la moneda y la multiplicidad de necesidades. Constituía claramente una ideología de las clases dominantes hijas de la Ilustración, para quienes el triunfo industrial suponía el fruto maduro de todo el avance tecnológico del siglo XVIII y de la capacidad innovadora de los capitalistas industriales; era claramente el nuevo hecho histórico que renovaría los presupuestos para el análisis de la sociedad, permitiendo entrever las características mínimas de una futura sociedad industrial. Por el contrario, para Bounarroti, como en general para el pensamiento social popular, las nuevas posibilidades históricas deberían basarse en el triunfo inmediato de la igualdad, la garantía de la subsistencia para todos y la reducción de la esclavitud del trabajo mediante el perfeccionamiento des instruments et des machines.
El impacto de la Revolución industrial inglesa a comienzos del siglo XIX y la creación de unas condiciones más favorables al desarrollo francés (una vez liquidadas las trabas feudales del Ancien Régime) vinculaban así el pensamiento de Q. Henri de Rouvroy, conde de Saint-Simón y aristócrata ilustrado, a aquel espíritu de progreso del siglo de las luces, hecho milagrosamente realidad por la esplendorosa ofensiva de los sectores más avanzados del capital industrial.
Saint-Simón podrá ya aspirar a revolucionar radicalmente el pensamiento social de su época al intuir las posibilidades productivas que el nuevo dominio del hombre y la técnica sobre la naturaleza permitían emprender. Iniciar el análisis de las formaciones sociales a partir del estudio de los distintos sistemas de organización de las fuerzas productivas constituye efectivamente una auténtica «novedad» en todo el pensamiento occidental. Para Saint-Simon la sociedad es «l’ensemble et l’union des hommes livrés á des travaux útiles», y la historia puede ser periodificada de acuerdo con las relaciones existentes entre la «clase industrial» y la «clase militar» a través de los tiempos. La liquidación del viejo régimen ha supuesto precisamente el paso de la dominación de las «fuerzas militares» en la sociedad feudal a un nuevo proceso en gestación en el que se va consagrando el dominio de las fuerzas «productivas» en la futura sociedad industrial. Tal proceso, para Saint-Simon, marca igualmente el paso de la dispersión de la organización productiva feudal hacia la unificación de los procesos productivos y la constitución de auténticas fuerzas colectivas: la sociedad en su conjunto tiende a convertirse en una gran fábrica.
1. PROPIEDAD, PRODUCCIÓN Y PODER POLÍTICO
Esta interpretación tiene la importancia de concebir el proceso histórico contemporáneo como una superación progresiva de unos sistemas de poder esencialmente ajenos a la naturaleza intrínsecamente productiva del todo social: la liquidación de ese poder «militar» característico de las formaciones preindustriales habría de dar lugar a una paulatina integración de las contradicciones sociales en un sistema de producción esencialmente más racional.
Esto suponía de algún modo la «desaparición» de los poderes políticos o, al menos, el surgimiento de un nuevo concepto de poder. En Saint-Simón, este punto, el estudio de la política, parece tener ciertamente una importancia secundaria: «Nous attachons trop d’importance á la forme des gouvernements» (2). Según él, el elemento determinante en última instancia de todo el sistema social no puede residir en la esfera política: a partir de la deducción de la primordialidad de la capacidad productiva y de la organización de la producción, el análisis de Saint-Simón pasa a concebir a la propiedad como el elemento estructural determinante de la totalidad social. El problema, en su planteamiento, se reduce a investigar cómo debe estar constituida la sociedad «pour le plus grand bien de la société entiére, sous le xfouble rapport de la liberté et de la richesse». Cuestión que Saint-Simón plantea pero no resuelve claramente: el saintsimonismo no llega jamás a hacer una crítica de la propiedad en vida del propio Saint-Simón; serán sus discípulos los encargados de plantear objetivamente la posibilidad de un rechazo de la propiedad privada. Sin embargo, como ha indicado Henri Michel, el fundador de la escuela se limitará a hacer dos observaciones que evidentemente dejan una vía abierta a este posible análisis crítico:
Primera. Que el derecho de propiedad individual se basa en «Futilité commune et genérale de l’exercice de ce droit, utilité que peut varier selon les temps».
Segunda. Que existe la posibilidad de que el régimen de propiedad sea modificado conforme el progreso general de las ideas y de las costumbres; dando por sentado que es indispensable al buen orden y a la propia existencia de las sociedades que haya un derecho de propiedad sancionado por la ley, no es necesario, sin embargo, que «ce soit toujours invariablement telle forme de ce droit» (3).
Saint-Simón introduce, pues, en el análisis de la propiedad, una concepción basada en su papel de infraestructura dentro del organismo social: en su perspectiva se trata de conseguir una ordenación racional de esa propiedad como fuerza productiva, y para ello urge eliminar ante todo las limitaciones supervivientes del Ancien Régime, en el cual la propiedad —fundamentalmente la propiedad de la tierra— se basaba precisamente en la detentación de ese poder «militar» y no en su adecuación a las necesidades productivas de la sociedad.
2. LA CRISIS DEL ESTADO FEUDAL
Así, pues, el desarrollo de la capacidad industrial ha liquidado progresivamente la ordenación social y productiva del feudalismo primitivo: la «separación» de los procesos productivos ha dado lugar a una progresiva integración de las fuerzas colectivas y a la quiebra de la ideología divina y metafísica a lo largo del siglo XVIII debido al desarrollo del «espíritu científico» y al auge del estudio de la naturaleza.
A medida que se ha ido extendiendo la producción, los miembros de la clase industrial se han ido haciendo más numerosos, multiplicando progresivamente sus relaciones recíprocas. Esta extensión de las actividades productivas engendra un doble fenómeno de adquisición de poder social por parte de les industriéis y simultánea pérdida de poder político de las «clases feudales». La dialéctica histórica empieza a ser concebida a partir de ahora como un fenómeno de lucha de clases.
Sin embargo, la contraposición de estas dos clases con intereses antagónicos pasa por un múltiple juego de intereses y alianzas; y en último término viene determinada por la intervención de un «tercer poder» que predomina por encima de ambas: el del monarca absoluto.
El poder real es concebido en su origen como una institución típicamente feudal. Pero al no aparecer directamente vinculado a un determinado régimen de propiedad, dispone libremente, según Saint-Simón, de la posibilidad de adecuarse a la dinámica dominante del proceso histórico:
«La monarquía ha sido en su origen una institución puramente feudal. Pero tras la emancipación de las ciudades ha ido modificándose constantemente; se ha transformado parcialmente en industrial. El carácter industrial de la monarquía ha ido adquiriendo cada vez mayor extensión e importancia; por el contrario, el carácter feudal la ha ido perdiendo progresivamente a medida que los progresos de la civilización han aumentado la industria y disminuido el feudalismo; de tal manera que el destino final de la monarquía es, por su propia naturaleza, perder todo vestigio de feudalismo para reconstituirse y florecer para siempre como institución puramente industrial» (4).
En su fase primitiva, la organización política del sistema feudal se basaba en una situación histórica caracterizada por el escaso nivel de desarrollo económico y por la pobreza de conocimientos científicos: «Un sistema mejor no podía establecerse en esta época, pues siendo todos los conocimientos que poseíamos entonces vagos y superficiales, sólo la metafísica general contenía los únicos principios que pudieran servir de guía a nuestros antepasados en la edad media» (5).
En esta situación el poder político feudal se ejerce en su mayor pureza como auténtica fuerza de opresión, de violencia contra los gobernados; la extracción de un excedente económico tiene que llevarse a cabo a través de medios extra económicos. La organización política feudal se correspondía, pues, con una situación de débil desarrollo económico en la que era imposible constituir una «fuerza productora» suficiente para organizar racionalmente la lucha contra la naturaleza. El poder se ejercía en su forma más pura como dominio de las personas sobre las personas, y la clase detentadora de la autoridad era lógicamente la clase feudal que disponía de un poder militar.
En consecuencia, el estado feudal aparece como la manifestación más pura del poder «político», en cuanto prevalece por encima de todo su carácter represivo y arbitrario, y en cuanto se desvincula por completo de la ordenación de la actividad social de producción: es un instrumento de dominación de clase.
Esta concepción del estado feudal vincula el pensamiento de Saint-Simón a la interpretación general que la ideología burguesa realiza del orden político del Ancien Régime: la idea de un poder arbitrario, violento, represivo, respaldado por una fuerza «militar» y no por una preponderancia económica. La interpretación saintsimoniana enlaza el fenómeno de la muerte de las clases feudales con la liquidación definitiva del poder «político»: ambos procesos son estudiados conjuntamente y demostrados históricamente por la represión de las funciones militares y el desarrollo de las relaciones sociales del sistema industrial.
Sin embargo, entre uno y otro orden histórico, el caso concreto de Francia viene presidido por el gran acontecimiento de la Revolución. Teóricamente, conforme a su dinámica, el proceso revolucionario se operaba «en faveur de l’industrie»; sin embargo, en la práctica, los resultados fueron distintos porque «ne furent pas les industrieux qui agitérent la question» (6); es decir, se produjo una interposición de «elementos no industriales», de esos hombres políticos «qui font métier de traiter les affaires des autres et qui passionnent beaucoup moins pour des realités et pour des choses que pour des idees et des abstractions».
En la historia del pensamiento social occidental esta interpretación adquiere una importancia trascendental en cuanto supone el efectivo apartamiento de Saint-Simón de la línea revolucionaria radical que predomina en el socialismo anterior. El «socialismo» saintsimoniano permanece mucho más cercano del enciclopedismo del siglo de las luces que del igualitarismo radical del movimiento revolucionario popular. La interpretación de la historia en favor de la industria y del desarrollo productivo es evidentemente la interpretación en favor de la burguesía propietaria y no de las masas hambrientas de la Revolución.
Precisamente este «impacto» del proceso revolucionario obligará a Saint-Simon en L’industrie a transigir ante la necesidad de un poder político que ponga una barrera ante la violación indiscriminada de la propiedad privada. Según él, en el período álgido de la Revolución «apenas se tardó en oír predicar sobre el derecho imprescriptible de la libertad, lo que condujo por su propia dinámica a esta conclusión fecunda en desorden: ¿por qué deliberar sobre el precio de lo que nos pertenece? ¿Por qué pagar lo que es nuestro? ¿Por qué pedir lo que se puede tomar?». Así, aunque hasta cierto punto la lógica histórica de las fuerzas industriales impulsaba a la desaparición del poder político, habrá que claudicar aceptándolo como un mal menor: «étre gouverné c’est une chose génante…», pero «… L’absence de tout gouvernement est un mal encoré pire, et l’experience dispense ici de toute raison». La conclusión, en 1817-18, cuando se escribe L’industrie, es bien sencilla: «Un gouvernement est un besoin, c’est-á-dire un mal nécessaire» (7).
Sin embargo, la superposición de un poder político tras la liquidación del régimen feudal, el de la Monarquía restaurada, implicaba un obstáculo a la ordenación del todo social conforme a los verdaderos intereses de la producción. En tal fase de transición Saint-Simón se ve obligado a invocar la alianza del poder del monarca con las clases industriales: «Le caractére industrielde la royauté a pris de plus en plus d’extension et d’importance…» Es evidente que esta fórmula de compromiso llevaría al monarca a desempeñar un papel secundario en la totalidad de los asuntos públicos; funciones subalternas o de policía, puesto que en un sistema industrial plenamente maduro la ejecución de los proyectos racionalmente acordados tan sólo exigiría una débil autoridad social entre sus miembros. La administración de las cosas al sustituir al gobierno sobre las personas, daría lugar a una actividad colectiva integrada, a un «orden» social determinado por el grado de desarrollo de las capacidades y los conocimientos y por el grado de ordenación de las fuerzas colectivas, y en el cual los hombres tendrían una relación de asociación y no de obediencia.
3. HACIA UN NUEVO TIPO DE PODER
Sin embargo, la liquidación del poder «político» feudal no ha supuesto en ningún momento la supresión definitiva de todo tipo de autoridad, sino en todo caso la sustitución del entorno, los medios y los objetivos a través de los cuales tal autoridad se ejerce.
El nacimiento del nuevo sistema industrial no implica una radical transformación de las estructuras productivas, sino precisamente la realización y generalización de toda la potencialidad industrial que se ha ido desarrollando desde la misma Edad Media. Tal generalización exige un encauzamiento de las actividades colectivas en un sentido muy determinado: la lucha contra la naturaleza con fines esencialmente productivos. El objetivo de la nueva fase industrial será el aumento de la producción y el consumo, la extensión a todas las actividades parciales de las exigencias generales de la organización y de la racionalidad económica, la maximización de la producción y la disminución de los costos: «El principio fundamental de una gestión administrativa es que los intereses de los administrados deben estar encaminados de tal modo que hagan prosperar lo más posible el capital de la sociedad y obtengan el apoyo de la mayoría de los miembros de la sociedad» [8]. Y en tal sistema industrial, la dirección y administración de la actividad productiva general requerirá la ordenación de toda la actividad social (con la instrumentación coactiva que sea necesaria) en un objetivo específico: la administración racional de las cosas.
Esta «ordenación» de la producción social supone claramente un conflicto con el mantenimiento de la libre iniciativa de los individuos. El tema de la libertad, radicalmente mantenido por el pensamiento revolucionario más característico, resultaría difícilmente encuadrable en una estructura social caracterizada por el dominio exclusivo de la producción racionalmente planificada. Saint-Simón traslada entonces el problema de la lucha por la libertad a una fase histórica anterior, en la que el mantenimiento de la misma surgía ante la necesidad de oponerse a los poderes «arbitrarios» establecidos:«El mantenimiento de la libertad tuvo que ser un tema de primordial importancia mientras el sistema feudal y teológico conservaba cierta fuerza, porque entonces la libertad estaba expuesta a ataques graves y continuos» (9). Esta justificación «histórica» del rechazo de la libertad es bien distinta de la justificación «teórica» (mediante su reducción a una categoría meramente formal, enfrentada al Estado) a través de la famosa duplicación de las categorías burguesas característica de la corriente kantiana y hegeliana, que constituirá la base de crítica a la ideología capitalista del joven Marx.
Obsérvese cómo en este sentido Saint-Simón representa un desarrollo y un gran paso adelante en el proceso teórico de justificación por parte del pensamiento social occidental del predominio de la sociedad (y el Estado) sobre la libertad del individuo, ya sea por tratarse de una categoría «formal» -que se ejerce frente al Estado, ya sea por considerarla un fenómeno característico de la lucha contra los poderes arbitrarios del Ancien Régime. Este segundo supuesto, que es el que nos ocupa, representa además un traslado de la justificación del predominio del poder frente a la libertad individual, de la instancia política o ideológica a la instancia puramente económica: en su interpretación es la esencialidad productiva la que exige la constitución de ese nuevo centro de control y dirección frente al cual la lucha por la libertad carece ya de un contenido histórico y social. Saint-Simón da un paso adelante en el proceso de rectificación y rechazo de los famosos ideales de la revolución, libertad e igualdad: el desarrollo racional de las posibilidades de progreso que la nueva clase industrial traía consigo impediría lógicamente la consecución de los viejos slogans revolucionarios. El proceso revolucionario había cumplido ya su misión liquidando definitivamente el Antiguo Régimen, y ahora las nuevas potencialidades industriales eran las que marcaban el ritmo de la historia. Además, en su análisis el desarrollo de esa capacidad industrial está necesariamente ligado a la aplicación de la razón y la ciencia al sistema de producción. «Productividad» y «racionalidad» constituyen los dos requisitos del nuevo momento histórico y a la vez sus dos condicionamientos: sólo el desencadenamiento de las primeras crisis estrictamente capitalistas permitirá a Proudhon y a Marx enfrentarse críticamente contra el sistema de producción capitalista.
En el sistema industrial de Saint-Simón el concepto de libertad sufre, pues, un proceso de «socialización», lo cual supondrá, en definitiva, su más radical transformación: la verdadera libertad habrá de ser entendida en relación con un mayor desarrollo de las posibilidades materiales e intelectuales, y este desarrollo exigirá por su propia lógica el sometimiento del individuo a las necesidades productivas y consumistas del sistema en su conjunto.
Sin embargo, en el análisis saintsimoniano esta dinámica histórica de expansión de las fuerzas productivas no reposa, como sucederá en Marx, en la existencia de unas relaciones antagónicas de producción en virtud de las cuales el desarrollo de esa nueva riqueza surge precisamente de la explotación de la mayoría trabajadora; para Saint-Simón los enfrentamientos entre clases son también un elemento característico de los sistemas sociales anteriores en los que la capacidad industrial y científica no estaban suficientemente desarrolladas, ni las fuerzas colectivas suficientemente integradas: la extracción de un excedente económico en estos sistemas se basaba, pues, en la existencia de un poder extraeconómico. Estas relaciones antagónicas desaparecerán, según Saint-Simón, con el desarrollo de la industria, extinguiéndose los poderes «políticos» y consagrándose el predominio social de la clase «industrial».
Ahora bien, esto no significa que en el mismo seno de la clase «industrial» no se produzcan potenciales enfrentamientos o al menos relaciones de poder y dependencia económica. Dentro de la clase «industrial», según la doble interpretación del Catecismo de los industriales y de La industria, habrían de integrarse los propietarios, los técnicos y científicos, y los obreros. La dimensión de propietario, en su perspectiva, hace referencia directa al capital «productivo» y no a la propiedad muerta de nobles y burgueses, capital industrial y financiero, es decir, aquel sector específico de la burguesía que gestiona y promueve los sectores clave del desarrollo industrial. Junto a ella, en segundo lugar, los detentadores de los conocimientos científicos y técnicos, «clase social» que aparece particularmente idealizada en la obra de Saint-Simón como corresponde, en definitiva, a sus antecedentes «ilustrados» y a la hipervaloración de la función revolucionaria de los intelectuales que se atribuye a todo el movimiento científico del siglo XVIII. Los sabios e intelectuales, a pesar de la especial misión que desempeñan dentro del proceso social de producción, constituyen, sin embargo, una «clase» carente de capacidad productiva «autónoma», actuando siempre en situación de dependencia frente al Gobierno o frente a la clase de los propietarios; su función revolucionaria depende siempre de su grado de vinculación o control sobre los medios de producción. Por último, los obreros son considerados siempre en una situación claramente subordinada porque su función productiva está sometida a la dirección de los industriales y técnicos, de la que son simples ejecutores.
—fin del primer mensaje—
texto de ANTONIO PORRAS NADALES, catedrático de derecho constitucional de la Universidad de Sevilla
publicado en junio de 2014 en el blog Marx desde cero
publicado en el foro en tres mensajes
Considerado como gran padre espiritual de todo el impulso industrial y tecnocrático que posibilitó el triunfo de la Revolución industrial en Francia durante la época de Napoleón III, la personalidad y el pensamiento de Saint-Simón presentan un poderoso atractivo ante el pensamiento social contemporáneo en cuanto precedente teórico de las estructuras históricas que han predominado en las sociedades industriales avanzadas: Saint-Simón fue el primero en analizar el proceso histórico de las sociedades occidentales desde el prisma de la «producción industrial»; destacó la decisiva importancia de la nueva clase de los tecnócratas e intuyó las transformaciones en el poder político del Estado contemporáneo hacia nuevas formas de poder económico y burocrático. Su pensamiento nos enfrenta al auténtico «hecho nuevo» que ha caracterizado el desarrollo histórico de las sociedades contemporáneas: la capacidad de producción industrial y las transformaciones subsiguientes en el sistema social en su conjunto.
Su categoría de maestro pensador de las nuevas formas de dependencia y dinamismo social características de las sociedades industriales avanzadas no ha sido, sin embargo, suficientemente destacada. Razones no faltan: Saint-Simón murió demasiado pronto, en 1825, mucho antes de que el capitalismo industrial francés pudiera acceder en forma madura a los sectores claves del dominio social; sus numerosos discípulos, enfrentados tras 1830 a las contradicciones que en la obra del maestro apenas estaban implícitamente esbozadas, se vieron inmersos en un cisma centrífugo, aproximándose unos a un cierto romanticismo utópico, cayendo otros en el más prosaico tecnocratismo al servicio de sectores específicos del capital industrial francés. La gran revisión del pensamiento socialista llevada a cabo a partir de mediados de siglo por Carlos Marx contribuyó a dejar en el olvido una obra genial, intuitiva y fecunda, escondida en la confusa categoría engelsiana de «socialismo utópico».
En la actualidad los problemas del «desarrollo económico», tras casi dos siglos de expansión industrial, siguen revistiendo una gran importancia en el análisis de las crisis de los sistemas sociales, con un interés que se reactualiza constantemente al agudizarse los conflictos a largo plazo desencadenados por la civilización occidental: la cuestión del desigual intercambio internacional y el «círculo vicioso» del subdesarrollo, la crisis energética y ambiental, el malestar cultural y la crisis de las instituciones democráticas, constituyen elementos aparentemente dispersos que se ordenan unitariamente en la perspectiva del modelo occidental de desarrollo industrial.
Históricamente, la nueva dinámica tiene su origen en ese fenómeno de extraordinario y acelerado crecimiento económico que conocemos con el nombre de Revolución industrial. Antes de la Revolución industrial ese «espíritu de progreso» hoy triunfante en todo el mundo civilizado aparecía restringido a una minoría social, selecta e ilustrada, próxima a los sectores progresistas del capital industrial y a las nacientes capas de científicos y técnicos, hijos del racionalismo y el cientifismo del siglo XVIII.
El pensamiento social popular permanecía de alguna manera al margen de este espíritu de los tiempos modernos. Sus planteamientos teóricos se movían entre los ideales de la igualdad, de la liquidación de la miseria, en un contexto de «reparto de la escasez» donde el desarrollo tecnológico se aceptaba como una mejora para el trabajo de los hombres y no como una fuente inacabable de riquezas y progreso. Todavía en 1828 Bounarroti, el nexo de unión entre el radicalismo revolucionario sans-culotte y el primer socialismo de los años treinta, enfrentaba en su Conspiration pour l’Égalité (1) ese espíritu de opulencia, común a la aristocracia ilustrada y a la triunfante burguesía (y al que denominaba systéme d’égoisme), frente al sisteme d’égalité defendido por las clases populares. Para el «sistema de egoísmo», promovido por las clases dominantes, la prosperidad de las naciones se basaría en el desarrollo de una inmensa industria y un comercio ilimitado, la diversidad creciente de disfrutes materiales, la aceleración en la circulación de la moneda y la multiplicidad de necesidades. Constituía claramente una ideología de las clases dominantes hijas de la Ilustración, para quienes el triunfo industrial suponía el fruto maduro de todo el avance tecnológico del siglo XVIII y de la capacidad innovadora de los capitalistas industriales; era claramente el nuevo hecho histórico que renovaría los presupuestos para el análisis de la sociedad, permitiendo entrever las características mínimas de una futura sociedad industrial. Por el contrario, para Bounarroti, como en general para el pensamiento social popular, las nuevas posibilidades históricas deberían basarse en el triunfo inmediato de la igualdad, la garantía de la subsistencia para todos y la reducción de la esclavitud del trabajo mediante el perfeccionamiento des instruments et des machines.
El impacto de la Revolución industrial inglesa a comienzos del siglo XIX y la creación de unas condiciones más favorables al desarrollo francés (una vez liquidadas las trabas feudales del Ancien Régime) vinculaban así el pensamiento de Q. Henri de Rouvroy, conde de Saint-Simón y aristócrata ilustrado, a aquel espíritu de progreso del siglo de las luces, hecho milagrosamente realidad por la esplendorosa ofensiva de los sectores más avanzados del capital industrial.
Saint-Simón podrá ya aspirar a revolucionar radicalmente el pensamiento social de su época al intuir las posibilidades productivas que el nuevo dominio del hombre y la técnica sobre la naturaleza permitían emprender. Iniciar el análisis de las formaciones sociales a partir del estudio de los distintos sistemas de organización de las fuerzas productivas constituye efectivamente una auténtica «novedad» en todo el pensamiento occidental. Para Saint-Simon la sociedad es «l’ensemble et l’union des hommes livrés á des travaux útiles», y la historia puede ser periodificada de acuerdo con las relaciones existentes entre la «clase industrial» y la «clase militar» a través de los tiempos. La liquidación del viejo régimen ha supuesto precisamente el paso de la dominación de las «fuerzas militares» en la sociedad feudal a un nuevo proceso en gestación en el que se va consagrando el dominio de las fuerzas «productivas» en la futura sociedad industrial. Tal proceso, para Saint-Simon, marca igualmente el paso de la dispersión de la organización productiva feudal hacia la unificación de los procesos productivos y la constitución de auténticas fuerzas colectivas: la sociedad en su conjunto tiende a convertirse en una gran fábrica.
1. PROPIEDAD, PRODUCCIÓN Y PODER POLÍTICO
Esta interpretación tiene la importancia de concebir el proceso histórico contemporáneo como una superación progresiva de unos sistemas de poder esencialmente ajenos a la naturaleza intrínsecamente productiva del todo social: la liquidación de ese poder «militar» característico de las formaciones preindustriales habría de dar lugar a una paulatina integración de las contradicciones sociales en un sistema de producción esencialmente más racional.
Esto suponía de algún modo la «desaparición» de los poderes políticos o, al menos, el surgimiento de un nuevo concepto de poder. En Saint-Simón, este punto, el estudio de la política, parece tener ciertamente una importancia secundaria: «Nous attachons trop d’importance á la forme des gouvernements» (2). Según él, el elemento determinante en última instancia de todo el sistema social no puede residir en la esfera política: a partir de la deducción de la primordialidad de la capacidad productiva y de la organización de la producción, el análisis de Saint-Simón pasa a concebir a la propiedad como el elemento estructural determinante de la totalidad social. El problema, en su planteamiento, se reduce a investigar cómo debe estar constituida la sociedad «pour le plus grand bien de la société entiére, sous le xfouble rapport de la liberté et de la richesse». Cuestión que Saint-Simón plantea pero no resuelve claramente: el saintsimonismo no llega jamás a hacer una crítica de la propiedad en vida del propio Saint-Simón; serán sus discípulos los encargados de plantear objetivamente la posibilidad de un rechazo de la propiedad privada. Sin embargo, como ha indicado Henri Michel, el fundador de la escuela se limitará a hacer dos observaciones que evidentemente dejan una vía abierta a este posible análisis crítico:
Primera. Que el derecho de propiedad individual se basa en «Futilité commune et genérale de l’exercice de ce droit, utilité que peut varier selon les temps».
Segunda. Que existe la posibilidad de que el régimen de propiedad sea modificado conforme el progreso general de las ideas y de las costumbres; dando por sentado que es indispensable al buen orden y a la propia existencia de las sociedades que haya un derecho de propiedad sancionado por la ley, no es necesario, sin embargo, que «ce soit toujours invariablement telle forme de ce droit» (3).
Saint-Simón introduce, pues, en el análisis de la propiedad, una concepción basada en su papel de infraestructura dentro del organismo social: en su perspectiva se trata de conseguir una ordenación racional de esa propiedad como fuerza productiva, y para ello urge eliminar ante todo las limitaciones supervivientes del Ancien Régime, en el cual la propiedad —fundamentalmente la propiedad de la tierra— se basaba precisamente en la detentación de ese poder «militar» y no en su adecuación a las necesidades productivas de la sociedad.
2. LA CRISIS DEL ESTADO FEUDAL
Así, pues, el desarrollo de la capacidad industrial ha liquidado progresivamente la ordenación social y productiva del feudalismo primitivo: la «separación» de los procesos productivos ha dado lugar a una progresiva integración de las fuerzas colectivas y a la quiebra de la ideología divina y metafísica a lo largo del siglo XVIII debido al desarrollo del «espíritu científico» y al auge del estudio de la naturaleza.
A medida que se ha ido extendiendo la producción, los miembros de la clase industrial se han ido haciendo más numerosos, multiplicando progresivamente sus relaciones recíprocas. Esta extensión de las actividades productivas engendra un doble fenómeno de adquisición de poder social por parte de les industriéis y simultánea pérdida de poder político de las «clases feudales». La dialéctica histórica empieza a ser concebida a partir de ahora como un fenómeno de lucha de clases.
Sin embargo, la contraposición de estas dos clases con intereses antagónicos pasa por un múltiple juego de intereses y alianzas; y en último término viene determinada por la intervención de un «tercer poder» que predomina por encima de ambas: el del monarca absoluto.
El poder real es concebido en su origen como una institución típicamente feudal. Pero al no aparecer directamente vinculado a un determinado régimen de propiedad, dispone libremente, según Saint-Simón, de la posibilidad de adecuarse a la dinámica dominante del proceso histórico:
«La monarquía ha sido en su origen una institución puramente feudal. Pero tras la emancipación de las ciudades ha ido modificándose constantemente; se ha transformado parcialmente en industrial. El carácter industrial de la monarquía ha ido adquiriendo cada vez mayor extensión e importancia; por el contrario, el carácter feudal la ha ido perdiendo progresivamente a medida que los progresos de la civilización han aumentado la industria y disminuido el feudalismo; de tal manera que el destino final de la monarquía es, por su propia naturaleza, perder todo vestigio de feudalismo para reconstituirse y florecer para siempre como institución puramente industrial» (4).
En su fase primitiva, la organización política del sistema feudal se basaba en una situación histórica caracterizada por el escaso nivel de desarrollo económico y por la pobreza de conocimientos científicos: «Un sistema mejor no podía establecerse en esta época, pues siendo todos los conocimientos que poseíamos entonces vagos y superficiales, sólo la metafísica general contenía los únicos principios que pudieran servir de guía a nuestros antepasados en la edad media» (5).
En esta situación el poder político feudal se ejerce en su mayor pureza como auténtica fuerza de opresión, de violencia contra los gobernados; la extracción de un excedente económico tiene que llevarse a cabo a través de medios extra económicos. La organización política feudal se correspondía, pues, con una situación de débil desarrollo económico en la que era imposible constituir una «fuerza productora» suficiente para organizar racionalmente la lucha contra la naturaleza. El poder se ejercía en su forma más pura como dominio de las personas sobre las personas, y la clase detentadora de la autoridad era lógicamente la clase feudal que disponía de un poder militar.
En consecuencia, el estado feudal aparece como la manifestación más pura del poder «político», en cuanto prevalece por encima de todo su carácter represivo y arbitrario, y en cuanto se desvincula por completo de la ordenación de la actividad social de producción: es un instrumento de dominación de clase.
Esta concepción del estado feudal vincula el pensamiento de Saint-Simón a la interpretación general que la ideología burguesa realiza del orden político del Ancien Régime: la idea de un poder arbitrario, violento, represivo, respaldado por una fuerza «militar» y no por una preponderancia económica. La interpretación saintsimoniana enlaza el fenómeno de la muerte de las clases feudales con la liquidación definitiva del poder «político»: ambos procesos son estudiados conjuntamente y demostrados históricamente por la represión de las funciones militares y el desarrollo de las relaciones sociales del sistema industrial.
Sin embargo, entre uno y otro orden histórico, el caso concreto de Francia viene presidido por el gran acontecimiento de la Revolución. Teóricamente, conforme a su dinámica, el proceso revolucionario se operaba «en faveur de l’industrie»; sin embargo, en la práctica, los resultados fueron distintos porque «ne furent pas les industrieux qui agitérent la question» (6); es decir, se produjo una interposición de «elementos no industriales», de esos hombres políticos «qui font métier de traiter les affaires des autres et qui passionnent beaucoup moins pour des realités et pour des choses que pour des idees et des abstractions».
En la historia del pensamiento social occidental esta interpretación adquiere una importancia trascendental en cuanto supone el efectivo apartamiento de Saint-Simón de la línea revolucionaria radical que predomina en el socialismo anterior. El «socialismo» saintsimoniano permanece mucho más cercano del enciclopedismo del siglo de las luces que del igualitarismo radical del movimiento revolucionario popular. La interpretación de la historia en favor de la industria y del desarrollo productivo es evidentemente la interpretación en favor de la burguesía propietaria y no de las masas hambrientas de la Revolución.
Precisamente este «impacto» del proceso revolucionario obligará a Saint-Simon en L’industrie a transigir ante la necesidad de un poder político que ponga una barrera ante la violación indiscriminada de la propiedad privada. Según él, en el período álgido de la Revolución «apenas se tardó en oír predicar sobre el derecho imprescriptible de la libertad, lo que condujo por su propia dinámica a esta conclusión fecunda en desorden: ¿por qué deliberar sobre el precio de lo que nos pertenece? ¿Por qué pagar lo que es nuestro? ¿Por qué pedir lo que se puede tomar?». Así, aunque hasta cierto punto la lógica histórica de las fuerzas industriales impulsaba a la desaparición del poder político, habrá que claudicar aceptándolo como un mal menor: «étre gouverné c’est une chose génante…», pero «… L’absence de tout gouvernement est un mal encoré pire, et l’experience dispense ici de toute raison». La conclusión, en 1817-18, cuando se escribe L’industrie, es bien sencilla: «Un gouvernement est un besoin, c’est-á-dire un mal nécessaire» (7).
Sin embargo, la superposición de un poder político tras la liquidación del régimen feudal, el de la Monarquía restaurada, implicaba un obstáculo a la ordenación del todo social conforme a los verdaderos intereses de la producción. En tal fase de transición Saint-Simón se ve obligado a invocar la alianza del poder del monarca con las clases industriales: «Le caractére industrielde la royauté a pris de plus en plus d’extension et d’importance…» Es evidente que esta fórmula de compromiso llevaría al monarca a desempeñar un papel secundario en la totalidad de los asuntos públicos; funciones subalternas o de policía, puesto que en un sistema industrial plenamente maduro la ejecución de los proyectos racionalmente acordados tan sólo exigiría una débil autoridad social entre sus miembros. La administración de las cosas al sustituir al gobierno sobre las personas, daría lugar a una actividad colectiva integrada, a un «orden» social determinado por el grado de desarrollo de las capacidades y los conocimientos y por el grado de ordenación de las fuerzas colectivas, y en el cual los hombres tendrían una relación de asociación y no de obediencia.
3. HACIA UN NUEVO TIPO DE PODER
Sin embargo, la liquidación del poder «político» feudal no ha supuesto en ningún momento la supresión definitiva de todo tipo de autoridad, sino en todo caso la sustitución del entorno, los medios y los objetivos a través de los cuales tal autoridad se ejerce.
El nacimiento del nuevo sistema industrial no implica una radical transformación de las estructuras productivas, sino precisamente la realización y generalización de toda la potencialidad industrial que se ha ido desarrollando desde la misma Edad Media. Tal generalización exige un encauzamiento de las actividades colectivas en un sentido muy determinado: la lucha contra la naturaleza con fines esencialmente productivos. El objetivo de la nueva fase industrial será el aumento de la producción y el consumo, la extensión a todas las actividades parciales de las exigencias generales de la organización y de la racionalidad económica, la maximización de la producción y la disminución de los costos: «El principio fundamental de una gestión administrativa es que los intereses de los administrados deben estar encaminados de tal modo que hagan prosperar lo más posible el capital de la sociedad y obtengan el apoyo de la mayoría de los miembros de la sociedad» [8]. Y en tal sistema industrial, la dirección y administración de la actividad productiva general requerirá la ordenación de toda la actividad social (con la instrumentación coactiva que sea necesaria) en un objetivo específico: la administración racional de las cosas.
Esta «ordenación» de la producción social supone claramente un conflicto con el mantenimiento de la libre iniciativa de los individuos. El tema de la libertad, radicalmente mantenido por el pensamiento revolucionario más característico, resultaría difícilmente encuadrable en una estructura social caracterizada por el dominio exclusivo de la producción racionalmente planificada. Saint-Simón traslada entonces el problema de la lucha por la libertad a una fase histórica anterior, en la que el mantenimiento de la misma surgía ante la necesidad de oponerse a los poderes «arbitrarios» establecidos:«El mantenimiento de la libertad tuvo que ser un tema de primordial importancia mientras el sistema feudal y teológico conservaba cierta fuerza, porque entonces la libertad estaba expuesta a ataques graves y continuos» (9). Esta justificación «histórica» del rechazo de la libertad es bien distinta de la justificación «teórica» (mediante su reducción a una categoría meramente formal, enfrentada al Estado) a través de la famosa duplicación de las categorías burguesas característica de la corriente kantiana y hegeliana, que constituirá la base de crítica a la ideología capitalista del joven Marx.
Obsérvese cómo en este sentido Saint-Simón representa un desarrollo y un gran paso adelante en el proceso teórico de justificación por parte del pensamiento social occidental del predominio de la sociedad (y el Estado) sobre la libertad del individuo, ya sea por tratarse de una categoría «formal» -que se ejerce frente al Estado, ya sea por considerarla un fenómeno característico de la lucha contra los poderes arbitrarios del Ancien Régime. Este segundo supuesto, que es el que nos ocupa, representa además un traslado de la justificación del predominio del poder frente a la libertad individual, de la instancia política o ideológica a la instancia puramente económica: en su interpretación es la esencialidad productiva la que exige la constitución de ese nuevo centro de control y dirección frente al cual la lucha por la libertad carece ya de un contenido histórico y social. Saint-Simón da un paso adelante en el proceso de rectificación y rechazo de los famosos ideales de la revolución, libertad e igualdad: el desarrollo racional de las posibilidades de progreso que la nueva clase industrial traía consigo impediría lógicamente la consecución de los viejos slogans revolucionarios. El proceso revolucionario había cumplido ya su misión liquidando definitivamente el Antiguo Régimen, y ahora las nuevas potencialidades industriales eran las que marcaban el ritmo de la historia. Además, en su análisis el desarrollo de esa capacidad industrial está necesariamente ligado a la aplicación de la razón y la ciencia al sistema de producción. «Productividad» y «racionalidad» constituyen los dos requisitos del nuevo momento histórico y a la vez sus dos condicionamientos: sólo el desencadenamiento de las primeras crisis estrictamente capitalistas permitirá a Proudhon y a Marx enfrentarse críticamente contra el sistema de producción capitalista.
En el sistema industrial de Saint-Simón el concepto de libertad sufre, pues, un proceso de «socialización», lo cual supondrá, en definitiva, su más radical transformación: la verdadera libertad habrá de ser entendida en relación con un mayor desarrollo de las posibilidades materiales e intelectuales, y este desarrollo exigirá por su propia lógica el sometimiento del individuo a las necesidades productivas y consumistas del sistema en su conjunto.
Sin embargo, en el análisis saintsimoniano esta dinámica histórica de expansión de las fuerzas productivas no reposa, como sucederá en Marx, en la existencia de unas relaciones antagónicas de producción en virtud de las cuales el desarrollo de esa nueva riqueza surge precisamente de la explotación de la mayoría trabajadora; para Saint-Simón los enfrentamientos entre clases son también un elemento característico de los sistemas sociales anteriores en los que la capacidad industrial y científica no estaban suficientemente desarrolladas, ni las fuerzas colectivas suficientemente integradas: la extracción de un excedente económico en estos sistemas se basaba, pues, en la existencia de un poder extraeconómico. Estas relaciones antagónicas desaparecerán, según Saint-Simón, con el desarrollo de la industria, extinguiéndose los poderes «políticos» y consagrándose el predominio social de la clase «industrial».
Ahora bien, esto no significa que en el mismo seno de la clase «industrial» no se produzcan potenciales enfrentamientos o al menos relaciones de poder y dependencia económica. Dentro de la clase «industrial», según la doble interpretación del Catecismo de los industriales y de La industria, habrían de integrarse los propietarios, los técnicos y científicos, y los obreros. La dimensión de propietario, en su perspectiva, hace referencia directa al capital «productivo» y no a la propiedad muerta de nobles y burgueses, capital industrial y financiero, es decir, aquel sector específico de la burguesía que gestiona y promueve los sectores clave del desarrollo industrial. Junto a ella, en segundo lugar, los detentadores de los conocimientos científicos y técnicos, «clase social» que aparece particularmente idealizada en la obra de Saint-Simón como corresponde, en definitiva, a sus antecedentes «ilustrados» y a la hipervaloración de la función revolucionaria de los intelectuales que se atribuye a todo el movimiento científico del siglo XVIII. Los sabios e intelectuales, a pesar de la especial misión que desempeñan dentro del proceso social de producción, constituyen, sin embargo, una «clase» carente de capacidad productiva «autónoma», actuando siempre en situación de dependencia frente al Gobierno o frente a la clase de los propietarios; su función revolucionaria depende siempre de su grado de vinculación o control sobre los medios de producción. Por último, los obreros son considerados siempre en una situación claramente subordinada porque su función productiva está sometida a la dirección de los industriales y técnicos, de la que son simples ejecutores.
—fin del primer mensaje—