Sobre la llamada Teoria de Las Fuerzas, el economicismo, el renegado Kautsky y la bancarrota de la II internacional.
2) Crítica de la "teoría" de la espontaneidad, o sobre el papel de la vanguardia en el movimiento. La "teoría" de la espontaneidad es la teoría del oportunismo, la teoría de la prosternación ante la espontaneidad en el movimiento obrero, la teoría de la negación práctica del papel dirigente de la vanguardia de la clase obrera, del Partido de la clase obrera.
La teoría de la prosternación ante la espontaneidad es una teoría decididamente contraria al carácter revolucionario del movimiento obrero, contraria a la orientación del movimiento hacia la lucha contra los fundamentos del capitalismo; aboga por que el movimiento marche exclusivamente por la senda de las reivindicaciones "posibles", "aceptables" para el capitalismo, aboga de manera absoluta por la "vía de la menor resistencia". La teoría de la espontaneidad es la ideología del tradeunionismo.
La teoría de la prosternación ante la espontaneidad es decididamente contraria a que se imprima al movimiento espontáneo un carácter consciente, regular, es contraria a que el Partido marche al frente de la clase obrera, a que el Partido haga conscientes a las masas, a que el Partido marche a la cabeza del movimiento; aboga por que los elementos conscientes del movimiento no impidan a éste seguir su camino, aboga por que el Partido no haga más que prestar oído al movimiento espontáneo y se arrastre a la zaga de él. La teoría de la espontaneidad es la teoría de la subestimación del papel del elemento consciente en el movimiento, es la ideología del "seguidismo", la base lógica de todo oportunismo.
Prácticamente, esta teoría, que salió a escena ya antes de la primera revolución rusa, llevó a que sus adeptos, los llamados "economistas", negaran la necesidad de un partido obrero independiente en Rusia, se manifestasen contra la lucha revolucionaría de la clase obrera por el derrocamiento del zarismo, predicaran una política tradeunionista en el movimiento, y, en general, abandonasen a la burguesía liberal la hegemonía en el movimiento obrero.
La lucha de la vieja "Iskra" y la brillante crítica de la teoría del "seguidismo" hecha por Lenin en su folleto "¿Qué hacer?" no sólo derrotaron al llamado "economismo" sino que, además, sentaron las bases teóricas para un movimiento realmente revolucionario de la clase obrera rusa.
Sin esta lucha, ni siquiera hubiera podido pensarse en crear en Rusia un partido obrero independiente, ni en el papel dirigente de éste en la revolución.
Pero la teoría de la prosternación ante la espontaneidad no es un fenómeno exclusivamente ruso. Esta teoría se halla muy extendida -cierto es que bajo una forma algo distinta- en todos los partidos de la II Internacional, sin excepción. Me refiero a la llamada teoría de las "fuerzas productivas", vulgarizada por los líderes de la II Internacional, teoría que lo justifica todo y reconcilia a todos, que registra los hechos, los explica cuando ya todo el mundo está harto de ellos y, después de registrarlos, se da por satisfecha. Marx decía que la teoría materialista no puede limitarse a interpretar el mundo, sino que, además, debe transformarlo. Pero a Kautsky y Cía. no les preocupa esto y prefieren no rebasar la primera parte de la fórmula de Marx.
He aquí uno de tantos ejemplos de aplicación de esta "teoría". Dícese que, antes de la guerra imperialista, los partidos de la II Internacional amenazaban con declarar la "guerra a la guerra", en el caso de que los imperialistas la comenzaran. Dícese que, en vísperas de la guerra, estos partidos metieron bajo el tapete la consigna de "guerra a la guerra" y aplicaron la consigna contraria, la consigna de "guerra por la patria imperialista". Dícese que este cambio de consignas causó millones de víctimas entre los obreros. Pero sería un error pensar que alguien tuvo la culpa de ello, que alguien fue infiel o traidor a la clase obrera. ¡Nada de eso! Ocurrió lo que tenía que ocurrir. En primer lugar, porque resulta que la Internacional es un "instrumento de paz", y no de guerra; y, en segundo lugar, porque, dado el "nivel de las fuerzas productivas" en aquel entonces, ninguna otra cosa podía hacerse. La "culpa" es de las "fuerzas productivas". Así, exactamente, "nos" lo explica la "teoría de las fuerzas productivas" del señor Kautsky. Y quien no crea en esta "teoría", no es marxista. ¿El papel de los partidos? ¿Su importancia en el movimiento? Pero ¿qué puede hacer un partido ante un factor tan decisivo como el "nivel de las fuerzas productivas"?...
Podríamos citar todo un montón de ejemplos semejantes de falsificación del marxismo.
No creo que sea necesario demostrar que este "marxismo" contrahecho, destinado a cubrir las vergüenzas del oportunismo, no es más que una variante a la europea de esa misma teoría del "seguidismo" combatida por Lenin ya antes de la primera revolución rusa.
No creo que sea necesario demostrar que demoler esa falsificación teórica es una condición preliminar para la creación de partidos verdaderamente revolucionarios en el Occidente.
3) Teoría de la revolución proletaria. La teoría leninista de la revolución proletaria parte de tres tesis fundamentales.
Primera tesis. La dominación del capital financiero en los países capitalistas adelantados; la emisión de títulos de valor, como una operación importantísima del capital financiero; la exportación de capitales a las fuentes de materias primas, como una de las bases del imperialismo; la omnipotencia de la oligarquía financiera, como resultado de la dominación del capital financiero; todo esto pone al descubierto el burdo carácter parasitario del capitalismo monopolista, hace cien veces más doloroso el yugo de los trusts y de los sindicatos capitalistas, acrecienta la indignación de la clase obrera contra los fundamentos del capitalismo y lleva las masas a la revolución proletaria como única salvación. (v. "El imperialismo", de Lenin).
De aquí se desprende la primera conclusión: agudización de la crisis revolucionaria en los países capitalistas; acrecentamiento de los elementos de un estallido en el frente interior, en el frente proletario de las "metrópolis".
Segunda tesis. La exportación intensificada de capitales a las colonias y los países dependientes; la extensión de las "esferas de influencia" y de los dominios coloniales, que llegan a abarcar todo el planeta; la transformación del capitalismo en un sistema mundial de esclavización financiera y de opresión colonial de la gigantesca mayoría de la población del Globo por un puñado de países "adelantados"; todo esto, de una parte, ha convertido las distintas economías nacionales y los distintos territorios nacionales en eslabones de una misma cadena, llamada economía mundial; de otra parte, ha dividido a la población del planeta en dos campos: el de un puñado de países capitalistas "adelantados", que explotan y oprimen vastas colonias y vastos países dependientes, y el de la enorme mayoría de colonias y países dependientes, que se ven obligados a luchar por liberarse del yugo imperialista (v. "El imperialismo").
De aquí se desprende la segunda conclusión: agudización de la crisis revolucionaria en las colonias; acrecentamiento de la indignación contra el imperialismo en el frente exterior, en el frente colonial.
Tercera tesis. La posesión monopolista de las "esferas de influencia" y de las colonias; el desarrollo desigual de los países capitalistas, que lleva a una lucha furiosa por un nuevo reparto del mundo entre los países que ya se han apoderado de los territorios y los que desean obtener su "parte"; las tierras imperialistas, como único medio de restablecer el "equilibrio" roto; todo esto conduce al fortalecimiento del tercer frente, del frente intercapitalista, que debilita al imperialismo y facilita la unión de los dos primeros frentes -el frente proletario revolucionario y el frente de la liberación nacional contra el imperialismo" (v. "El imperialismo").
De ahí se desprende la tercera conclusión: ineluctabilidad de las guerras bajo el imperialismo e inevitabilidad de la coalición de la revolución proletaria de Europa con la revolución colonial del Oriente, formando un solo frente mundial de la revolución contra el frente mundial del imperialismo.
Lenin suma todas estas conclusiones en una conclusión general: "El imperialismo es la antesala de la revolución socialista" (v. t. XIX, pág. 71).
Stalin, "Los fundamentos del Leninismo"
La falsa teoría de las fuerzas productivas
Tan erróneo es concebir la pedagogía sin la economía como ésta sin aquella. Los que creen que la formación de un “hombre nuevo” es una labor puramente educativa, de persuasión, se equivoca. La mejor pedagogía para las masas es la práctica, su participación activa en la revolución y en la construcción del socialismo.
Es bastante común identificar al marxismo con una especie de “determinismo económico”, como si la historia fuera un carro empujado por un par de mulas llamadas “fuerzas productivas” y “relaciones de producción” respectivamente. A veces esa caricatura se presenta en forma de edificio en donde la planta baja la ocupa la economía y el piso superior es una superestructura, es decir, todo lo demás. Casi nada.
En cualquier caso los marxistas siempre damos la impresión de otorgar alguna clase de preferencia a la economía, por encima de cualquier otra actividad humana. Por fin, la economía parece ser una colección de cifras y porcentajes relativos a conceptos poco menos que cabalísticos, tales como producto interior bruto, inflación o balanza de pagos.
Si eso es así, si la explicación de los fenómenos históricos se pretende hacer depender de tales variables, me borrare inmediatamente de las filas del marxismo. No digo que eso sea una simplificación del marxismo, sino que el marxismo es totalmente ajeno a esa clase de “explicaciones”.
En primer lugar, el marxismo no solo no diferencia la economía de las demás actividades humanas sino que habla explícitamente de “economía política”, siguiendo una larga tradición científica que sólo la burguesía ha intentado eliminar. Esa expresión no destaca sólo la unidad entre economía y la política sino que quiere decir además, que la economía está igualmente unida a cualquier otra actividad humana de manera indisoluble.
Se trata justamente de eso: de la economía como actividad, es decir, como práctica y, en consecuencia, en este punto el marxismo es consecuente consigo mismo, con la primacía de la práctica. Pero sucede que si la noción de la economía está adulterada, la de la práctica no lo está menos por lo que habría que pasar a precisar su significado. A los efectos que aquí nos interesan, basta decir que la economía es una actividad productiva, trabajo, lo que sugiere por si misma la noción de movimiento, cambio y transformación, es decir, de dinamismo. Pero además el trabajo, como cualquier otro tipo de práctica (científica, cultural, política, sindical) reúne otra serie de circunstancias, entre las cuales quizá habría que recordar que, como parece obvio, se trata de una actividad social y, por tanto, del hombre en colectividad y no de ningún “fenómeno natural”. Cabe añadir también que el trabajo es algo inmediato, concreto y no una entelequia. Para terminar, quizá no sea ocioso consignar, también, que cuando los marxistas aludimos a la práctica no es sólo en oposición a la teoría sino para huir de la “teoría” tal y como aparece en el pensamiento burgués, es decir, de la teoría como la racionalidad, el saber o el conocimiento científico limpio y depurado de connotaciones ajenas y peyorativas como lo irracional, lo subjetivo o lo emocional. La noción de práctica no sólo separa sino que une el saber a la ignorancia, lo consciente a lo inconsciente, etc.
En segundo lugar, como consecuencia de una concepción mecanicista de la economía política (y de la practica) aparece una concepción igualmente mecanicista de la noción de fuerzas de productivas, reducidas a los medios de producción y al materias primas, a la tierra, a las herramientas, a las maquinas, al combustible, etc. Indudablemente todo eso son fuerzas productivas, pero no son las únicas fuerzas productivas. Además de ellas, también lo son:
a) los trabajadores
b) la organización del trabajo
c) la ciencia y la tecnología
Todo eso son las fuerzas productivas, un concepto lo suficientemente amplio como para que no podamos entrar a detallar con un mínimo detenimiento cada uno de sus componentes. Pero esa simple enumeración si nos permite aclarar a que nos referimos los marxistas cuando hablamos de “desarrollar las fuerzas productivas” como uno de los objetivos importantes del socialismo, en el sentido preciso de que los humanistas burgueses nos reprochan que nosotros descuidamos al hombre y que solo nos preocupamos de las cosas materiales. El mismo hecho de plantear así el fenómeno, ya es falso porque los hombres no estamos separados ni nos oponemos a las cosas, o lo que es lo mismo: sólo puede transformarse al hombre transformando las cosas que le rodean y, a su vez, para transformar estas cosas hay que transformar al hombre mismo. Esa transformación (del hombre y de las cosas) es justamente el trabajo, es decir, la actividad productiva. Durante el trabajo el hombre se transforma a si mismo transformando las cosas. Esto es importante destacarlo porque la burguesía opone el trabajo productivo a la educación y considera que ésta sí transforma al hombre, pero el trabajo no porque el trabajo embrutece, aliena. Naturalmente la burguesía no puede reconocer que lo que embrutece es el trabajo explotado.
Otro equivoco es el enfrentar el desarrollo de las fuerzas productivas a la revolución y, más concretamente, a la revolución socialista y al propio socialismo, con la peregrina idea de que en toda revolución los trabajadores tienen que “salir a la calle”, es decir, tienen que dejar de trabajar o declararse en huelga. Por eso concluyen que toda revolución, como el “gran salto adelante” o la “revolución cultural” en China, destruyen las fuerzas productivas porque para desarrollarlas hay que imponer una disciplina estricta en las fábricas, sacar el látigo e imponer jornadas laborales agotadoras. Hay quien quiere hacer creer que el “milagro” económico soviético, una vez que no les queda otro remedio que reconocerlo, no tuvo otro fundamento que ése: el stajanovismo y el trabajo forzoso, lo cual cuadra bastante bien con la imagen de laboratorio que la burguesía nos quiere legar: en la Unión Soviética tanto el trabajo como la colectivización fueron forzosos; allá todo era forzoso.
Eso es una completa falsedad; las fuerzas productivas no se pueden desarrollar en unas condiciones laborales que no se aceptan conscientemente después de una campaña política e ideológica entre la clase obrera. Por decirlo en términos de la Revolución Cultural, se trata de “hacer la revolución y promover la producción”, de que una cosa es imposible sin la otra. Si no se lleva adelante y no se profundiza en la revolución, es imposible la participación de la clase obrera en las tareas económicas de una manera consciente; en esos casos, el socialismo degenera en una imposición guiada por una élite burocrática de expertos que elaboran sus planes sin contar con las aspiraciones y con los intereses de la clase obrera; es la antesala del capitalismo y de la reacción. El socialismo no sólo nutre el estómago sino también la cabeza de las masas, que padecen tanto el hambre como el analfabetismo. Finalmente, hay que insistir en que no se trata de que nadie lleve la cuchara a la boca de los trabajadores sino de que ellos mismos lo hagan, de que ellos sean protagonistas: “la liberación de la clase obrera será obra de la misma clase obrera”, decía la Primera Internacional.
Ahora bien, eso no tiene nada que ver con el espontaneísmo. El socialismo no se improvisa; exige la organización de las masas (que es una autoorganización), incluida su vanguardia comunista, su partido, y exige también la planificación y, por tanto, la socialización de los medios de producción. Todo esto se puede resumir diciendo que el socialismo es una creación consciente y como tal supone que la conciencia (política, ideológica, cultural) debe desarrollarse incesantemente. Lo que debe quedar claro es que ese desarrollo no es un mero crecimiento cuantitativo, sino que, como sabemos, es un proceso dialéctico, es decir, que esos cambios cuantitativos conducen a saltos cualitativos siempre, esto es, conducen a la revolución o, por decirlo de otra forma, a una revolución dentro de la revolución.
Tan erróneo es concebir la pedagogía sin la economía como ésta sin aquella. Los que creen que la formación de un “hombre nuevo” es una labor puramente educativa, de persuasión, se equivoca. La mejor pedagogía para las masas es la práctica, su participación activa en la revolución y en la construcción del socialismo. Es la práctica la que nos educa y cualquier tipo de formación debe estar ligada a aquella. Por eso los países socialistas y todos aquellos que han vivido procesos revolucionarios han sido los primeros (y estoy tentado de decir que los únicos) que han alfabetizado a las masas, que han creado escuelas nocturnas para los obreros y que han facilitado el acceso de las masas a la universidad y los estudios superiores. No se puede construir el socialismo sin un elevado nivel cultural de las masas. Eso quiere decir que la cultura es una fuerza productiva y que la ignorancia, el analfabetismo y el fracaso escolar son lacras del capitalismo.
Eso es importante que lo tomen en consideración los que equiparan la cultura a las “humanidades” a las carreras “de letras”, por oposición a las “científicas” o “técnicas”. Es imposible esa separación y, como también se decía durante la Revolución Cultural, los comunistas queremos “rojos y expertos” o, en otras palabras, queremos convertir a los obreros en “ingenieros de almas”, como decía Stalin, en ingenieros con conciencia de clase. No nos vale un experto que no sea rojo ni un rojo que no sea experto.
De todo esto se desprenden varias conclusiones muy importantes, de las que voy a enumerar dos. La primera es que el socialismo pretende la eliminación del desfase existente entre el trabajo manual y el trabajo intelectual. La segunda es que para superar el propio socialismo hay que superar las clases sociales sobre la base de convertir a toda la humanidad en trabajadores.
Para terminar, cuando los comunistas hablamos de fuerzas productivas no podemos olvidar que, como decía Stalin, “el hombre es el capital más precioso” o lo que es lo mismo, que no sólo hablamos de maquinas, sino de los trabajadores que las utilizan.
Juan Manuel Olarieta Alberdi