—Marx y la fractura en el metabolismo universal de la naturaleza
escrito por John Bellamy Foster
Traducción de Francisco T. Sobrino
Nota del autor: Este artículo es una versión ampliada y levemente alterada de una ponencia bajo el mismo título, presentada en la Conferencia de Marxismo 2013 en Estocolmo, el 20/10/2013. Ese discurso partía de ideas introducidas en la Conferencia del autor, presentada en el Rosa Luxemburg Stiftung, Berlín, el 28/05/2013.
Nota de la redacción de Herramienta: El artículo ha sido publicado en Monthly Review, Vol. 65, Nro. 7, diciembre de 2013, y agradecemos al autor, actual director de Monthly Review, por haberlo cedido gentilmente para su traducción y publicación en Herramienta.
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El redescubrimiento durante la última década y media de la teoría de la fractura metabólica en Marx ha llevado a muchos izquierdistas a pensar que esta teoría brinda una potente crítica de la relación entre la naturaleza y la sociedad capitalista contemporánea. El resultado ha sido el desarrollo de una perspectiva mundial ecológica más unificada, trascendiendo las divisiones entre la ciencia natural y la ciencia social, que nos permite percibir las formas concretas en las que las contradicciones de la acumulación del capital están generando crisis y catástrofes ecológicas.
Sin embargo, esta recuperación de la discusión ecológica marxiana ha dado lugar a más preguntas y críticas. Su análisis del metabolismo de la naturaleza y la sociedad, ¿cómo se relaciona con la cuestión de la “dialéctica de la naturaleza”, tradicionalmente considerada una línea de falla en la teoría marxista? ¿La teoría de la fractura metabólica viola la lógica dialéctica, y cae presa en un dualismo cartesiano simplista, como han acusado recientemente varios críticos de izquierda?[i] ¿Es realmente concebible, como han preguntado otros, que Marx, escribiendo en el siglo XIX, pudiera haber proporcionado ideas ecológicas que son importantes para nosotros hoy para comprender la relación humana con los ecosistemas y la complejidad ecológica? ¿No es más razonable que sus reflexiones en el siglo XIX sobre el metabolismo de la naturaleza y la sociedad hayan quedado “anticuadas” en nuestra era tecnológica y científicamente más desarrollada?[ii]
En lo que sigue trataremos de responder resumidamente cada una de estas preguntas. En ese proceso también haremos hincapié en lo que consideramos que es la importancia crucial del materialismo ecológico de Marx para ayudarnos a comprender la Gran Fractura que está emergiendo en el sistema terráqueo, y la necesidad resultante de una transformación de época, extremadamente importante, en el metabolismo naturaleza-sociedad.
La dialéctica de la naturaleza
El estatus problemático de la dialéctica de la naturaleza en la teoría marxiana tiene su fuente clásica en la famosa nota al pie de Georg Lukács en Historia y consciencia de clase, en el que afirmaba con respecto a la dialéctica:
Esta limitación del método a la realidad histórico-social es muy importante. Los equívocos dimanantes de la exposición engelsiana de la dialéctica se deben esencialmente a que Engels –siguiendo el mal ejemplo de Hegel– amplía el método dialéctico también al conocimiento de la naturaleza. Pero las determinaciones decisivas de la dialéctica –interacción de sujeto y objeto, unidad de teoría y práctica, trasformación histórica del sustrato de las categorías como fundamento de su transformación en el pensamiento, etc.– no se dan en el conocimiento de la naturaleza.[iii]
Dentro de lo que pasó a conocerse como “marxismo occidental”, esto se interpretaba como que la dialéctica se aplicaba solo a la sociedad y a la historia humana, y no a la naturaleza independiente de la historia humana.[iv] De acuerdo a esta concepción, Engels se había equivocado en su Dialéctica de la naturaleza, al tratar de aplicar la lógica dialéctica a la naturaleza directamente, así como también los científicos y teóricos marxistas que adoptaron la misma posición.[v]
Resultaría difícil exagerar la importancia de esta crítica para el marxismo occidental, que la consideraba como uno de los elementos claves que separaban a Marx de Engels y al marxismo occidental del marxismo de la Segunda y Tercera Internacionales. Preludió el alejamiento del interés directo por cuestiones de naturaleza material y la ciencia natural que hasta entonces había caracterizado a gran parte del pensamiento marxiano. Como observó Lucio Colletti en El marxismo y Hegel, una vasta literatura “ha estado siempre de acuerdo” en que las diferencias sobre el materialismo/realismo filosófico y la dialéctica de la naturaleza constituían “los principales rasgos distintivos entre el ‘marxismo occidental’ y el ‘materialismo dialéctico.’” De acuerdo a Russell Jacoby, los “marxistas occidentales”, casi por definición “circunscribían al marxismo a la realidad social e histórica”, distanciándolo de las cuestiones relacionadas con la naturaleza exterior y la ciencia natural.[vi]
Lo que hizo de la crítica contra la dialéctica de la naturaleza algo tan central para la tradición marxista occidental fue que se consideraba que el materialismo dialéctico (en el sentido en que se lo atribuía a Engels y adoptado por la Segunda y Tercera Internacionales) quitaba importancia al rol del factor subjetivo (o al sujeto humano), reduciendo al marxismo a una mera conformidad con las leyes naturales objetivas, originando una especie de materialismo mecanicista, o aun un positivismo. Chocando frontalmente con esto, muchos de esos materialistas históricos que continuaron reivindicando, aunque sea en una forma limitada, una dialéctica de la naturaleza, consideraban a su rechazo absoluto como algo que amenazaba con la pérdida del materialismo de conjunto, y con una reversión hacia las estructuras idealistas del pensamiento.[vii]
Paradójicamente, fue el mismo Lukács, quien, en un cambio teórico importante, tomó la postura más firme contra el abandono total de la dialéctica de la naturaleza, sosteniendo que esto afectaba al centro mismo no sólo de la ontología de Engels, sino también a la de Marx. Incluso en Historia y consciencia de clase, Lukács, siguiendo a Hegel, había reconocido la existencia de una limitada, “dialéctica, meramente objetiva, del movimiento de la naturaleza”, que consistía en una “dialéctica de un movimiento referido a un espectador que no interviene en él.”[viii] En su famoso prefacio a la nueva edición de esta obra, en la que se distanció de algunas de sus primeras posiciones, declaraba que su argumento original tenía el defecto de su crítica exagerada de la dialéctica de la naturaleza, dado que, como él escribió, “al eliminar (…) su fundamental categoría marxista, a saber, el trabajo en cuanto mediador del intercambio de la sociedad con la naturaleza. (…) Se entiende sin más que desaparezca la objetividad ontológica de la naturaleza, la cual constituye el fundamento óntico de ese intercambio o metabolismo”.[ix] Como lo explicó en su conocidas Conversaciones de ese mismo año, “dado que la vida humana está basada en un metabolismo con la naturaleza, no hace decir que ciertas verdades que adquirimos en el proceso de consumar este metabolismo tienen una validez general; por ejemplo las verdades de la matemáticas, la geometría, la física, etcétera.”[x]
Entonces, para el Lukács posterior a Historia y consciencia de clases, la clave para la comprensión dialéctica del mundo natural era la concepción del trabajo y la producción como la relación metabólica entre los seres humanos y la naturaleza exterior en Marx. Los seres humanos podían comprehender dialécticamente a la naturaleza dentro de ciertos límites porque eran orgánicamente parte de ella, a través de sus relaciones metabólicas. Hasta un crítico tan severo de la dialéctica de la naturaleza como Alfred Schmidt en su Concepto de la naturaleza en Marx, reconoció que sólo en relación al uso por Marx del “concepto de ‘metabolismo’”, en el que él “presentaba un enfoque completamente nuevo de la relación del hombre con la naturaleza”, era que podemos “hablar con sentido de una ‘dialéctica de la naturaleza’”[xi]
El notable descubrimiento en los archivos soviéticos del manuscrito de Lukács Seguidismo y dialéctica, unos setenta años luego de haber sido escrito, a mediados de la década de 1920 (pocos años luego de escribir la misma Historia y consciencia de clase) evidencia que para esa época, Lukács ya había experimentado este cambio crítico en su interpretación, a través del concepto en Marx del metabolismo social y ecológico. En ese artículo explicaba que “el intercambio metabólico con la naturaleza” estaba “mediado socialmente” a través del trabajo y la producción. El proceso del trabajo, como una forma de metabolismo entre la humanidad y la naturaleza posibilitó a los seres humanos percibir (en formas que eran limitadas por el desarrollo histórico de la producción) ciertas condiciones objetivas de existencia. Ese “intercambio de materia” metabólico entre la naturaleza y la sociedad, según Lukács, “posiblemente no se lo puede llevar a cabo – aún en el nivel más primitivo – sin poseer un cierto grado de conocimiento objetivamente correcto sobre los procesos de la naturaleza (que existen antes que los seres humanos y funcionan independientemente de ellos).” Fue precisamente el desarrollo de este metabólico “intercambio de materia” por medios de producción lo que formó, según la interpretación por Lukács de la dialéctica marxiana, “la base material de la ciencia moderna.”[xii]
El énfasis de Lukács sobre la centralidad del concepto del metabolismo social en Marx iba a ser continuado por su asistente y colega más joven, István Mészáros, en La teoría de la alienación de Marx. Para Mészáros, la “estructura conceptual” de la teoría de la alienación de Marx implicaba la relación tríadica de la humanidad-producción-naturaleza, donde la producción constituía una forma de mediación entre la humanidad y la naturaleza. De esta manera los seres humanos podrían ser concebidos como los seres “auto-mediadores” de la naturaleza. En consecuencia, no debería sorprendernos que haya sido Mészáros quien presentó la primera crítica marxista comprehensiva de la crisis ecológica planetaria emergente en su Discurso del Premio Deutscher 1971, publicado un año antes del estudio sobre Los límites del crecimiento del Club de Roma. En Más allá del capital él iba a desarrollar más este tema en relación con una crítica a fondo del metabolismo social alienado del capital, incluyendo sus efectos ecológicos, en su discusión sobre “la activación de los límites absolutos del capital”, asociada con la “destrucción de las condiciones de reproducción metabólica social.”[xiii]
De este modo, Lukács y Mészáros consideraron a la discusión del metabolismo social en Marx como una forma de superar las divisiones en el marxismo que habían fracturado a la dialéctica y la ontología social (y natural) de Marx. Esto permitió un enfoque basado en la praxis que integrara a la naturaleza y la sociedad, la historia social y la historia natural, sin reducir a uno totalmente al otro. En nuestra época ecológica presente esta compleja comprensión (compleja porque abarca dialécticamente las relaciones entre la parte y el todo, el sujeto y el objeto), se convierte en un elemento indispensable en toda transición social racional.
Marx y el metabolismo universal de la naturaleza
Para entender esto en forma más completa a las dimensiones ecológicas reales del pensamiento de Marx. El uso del concepto del metabolismo por éste en su obra no fue simplemente (ni siquiera principalmente) un intento de resolver un problema filosófico sino más bien una tentativa de fundamentar su crítica de la economía en forma materialista en una comprensión de las relaciones entre los seres humanos y la naturaleza procedente de la ciencia natural de su época. Era algo central para su análisis de la producción de valores de uso y el proceso de trabajo. Fue a partir de esta metodología que Marx iba a desarrollar su principal crítica ecológica, la de la fractura metabólica, o, tal como él mismo lo señaló, “un desgarramiento insanable en la continuidad del metabolismo social, prescrito por las leyes naturales de la vida.”[xiv]
Esta perspectiva crítica fue consecuencia natural de las contradicciones históricas en la agricultura industrial del siglo XIX y la consecuente revolución en la química agrícola, particularmente en la comprensión de las propiedades químicas de la tierra, durante este mismo período. En la química agrícola, Justus von Liebig en Alemania y James F. W. Johnston en Gran Bretaña hicieron fuertes críticas por la pérdida de los nutrientes de la tierra desde principios hasta mediados del siglo XIX debido a la agricultura capitalista, culpando especialmente a la agricultura intensiva británica. En efecto, esto se extendió al robo de tierras de algunos países por parte de otros.
En los Estados Unidos, figuras como uno de los primeros planificadores ambientalistas, George Waring, en su análisis del despojo de la tierra en la agricultura, y el economista político Henry carey, quien estaba influenciado por Waring, hicieron hincapié en que el alimento y la fibra, que contienen los constituyentes elementales de la tierra, estaban siendo transportados a largas distancias en un movimiento en un solo sentido del campo a la ciudad, dando lugar a que la tierra perdiera sus nutrientes, que tuvieron que ser reemplazados por fertilizantes naturales (y posteriormente sintéticos). En su gran obra de 1840, Organic Chemistry and its Application to Agriculture and Physiology (Química orgánica y su aplicación a la agricultura y a la fisiología), Liebig había diagnosticado que el problema se debía al agotamiento del nitrógeno, el fósforo y el potasio, pues estos nutrientes esenciales de la tierra iban a parar a las ciudades cada vez más pobladas, donde contribuían a la contaminación urbana. En 1842, el químico agrícola británico J. B. Lawes desarrolló un medio para hacer solubles a los fosfatos y construyó una fábrica para producir sus superfosfatos en el primer paso para la creación de fertilizantes sintéticos. Pero durante el siglo XIX, la mayoría de los países dependían casi totalmente de los fertilizantes naturales para restaurar la tierra.
Fue durante este período de agravamiento de las dificultades en la agricultura, debido al agotamiento de los nutrientes de los suelos, que Gran Bretaña fue la pionera en el arrebato a escala mundial de los fertilizantes naturales, incluyendo, como lo señaló Liebig, el desentierro y el transporte de los huesos humanos de los campos de batallas napoleónicas y las catacumbas de Europa, y lo que fue más importante, la extracción, por medio del trabajo forzado, del guano (del excremento de las aves marinas) en las islas cercanas a las costas del Perú, desatando a nivel mundial una “fiebre del guano”.[xv] En la introducción a la edición de 1862 de su Química orgánica, Liebig escribió una crítica mordaz de la agricultura industrial capitalista en su modelo británico, observando que “si no logramos que el agricultor tome una mejor consciencia de las condiciones bajo las cuales produce, y no le damos los medios necesarios para el aumento de su producción, las guerras, la emigración, las hambrunas y las epidemias, necesariamente crearán las condiciones de un nuevo equilibrio que socavará el bienestar de todos y finalmente conducirá a la ruina de la agricultura.”[xvi]
Marx estaba profundamente preocupado por las tendencias a la crisis ecológica, relacionadas con el agotamiento del suelo. En 1866, un año antes de la publicación del primer tomo de El capital, escribió a Engels que al desarrollar la crítica de la renta de la tierra en el Tomo III, “he tenido que trabajarme la nueva química agrícola que se está haciendo en Alemania, en particular Liebig y Schönbein, que tiene más importancia para esta cuestión que todos los economistas juntos.”[xvii] Marx, que había estado estudiando la obra de Liebig desde la década de 1850, estaba impresionado por la introducción crítica a la edición de 1862 de su Química orgánica, integrándola con su propia crítica de la economía política.
Desde los Grundrisse en 1857-1858, había puesto al concepto de metabolismo (Stoffwechsel), que había sido desarrollado primero en la década de 1830 por científicos que participaban en los nuevos descubrimientos de la biología y la fisiología celulares y luego los aplicaban a la química (especialmente por Liebig), y la física, en un lugar central en su explicación de la interacción entre la naturaleza y la sociedad a través de la producción. Definió al proceso de trabajo como la relación metabólica entre la humanidad y la naturaleza. Para los seres humanos este metabolismo necesariamente tomó una forma mediada socialmente, abarcando las condiciones orgánicas comunes a toda vida, pero también tomando un carácter claramente humano-histórico a través de la producción.[xviii]
Basándose en este marco, Marx destacó en El capital que el rompimiento del ciclo de la tierra en la agricultura capitalista industrializada constituía nada menos que “una fractura” en la relación metabólica entre los seres humanos y la naturaleza:
Con la preponderancia incesantemente creciente de la población urbana, acumulada en grandes centros por la producción capitalista, ésta por una parte acumula la fuerza motriz histórica de la sociedad, y por otra perturba el metabolismo entre el hombre y la tierra, esto es, el retorno al suelo de aquellos elementos constitutivos del mismo que han sido consumidos por el hombre bajo la forma de alimentos y vestimenta, retorno que es condición natural eterna de la fertilidad permanente del suelo. (…) Pero a la vez, mediante la destrucción de las circunstancias de ese metabolismo, (…) obliga a reconstituirlo sistemáticamente como ley reguladora de la producción social y bajo una forma adecuada al desarrollo pleno del hombre.(…) Todo progreso de la agricultura capitalista no es sólo un progreso en el arte de esquilmar al obrero, sino a la vez en el arte de esquilmar el suelo; todo avance en el acrecentamiento de la fertilidad de éste durante un lapso dado, un avance en el agotamiento de las fuentes duraderas de esa fertilidad. (…) La producción capitalista, por consiguiente no desarrolla la técnica y la técnica y la combinación del proceso social de producción sino socavando, al mismo tiempo, los dos manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajador.[xix]
Citando a Liebig, Marx destacó el carácter global de esta fractura en el metabolismo entre la naturaleza y la sociedad, argumentando, por ejemplo, que “desde hace siglo y medio Inglaterra exporta indirectamente el suelo de Irlanda sin otorgar a sus cultivadores ni siquiera los medios para reemplazar los componentes de aquel.”[xx] E incorporó a su análisis un llamado a la sustentabilidad, es decir, la preservación de “toda la gama de condiciones permanentes de la vida que exige la cadena de las generaciones humanas.” En su definición más exhaustiva de la naturaleza de la producción bajo el socialismo afirmó: “La libertad, en este terreno, sólo puede consistir en que el hombre socializado, los productores asociados, regulen racionalmente ese metabolismo suyo con la naturaleza poniéndolo bajo su control colectivo (…) con el mínimo empleo de fuerzas y bajo las condiciones más dignas y adecuadas a su naturaleza humana.”[xxi]
Durante la última década y media los investigadores ecológicos han utilizado la perspectiva teórica del análisis de Marx sobre la fractura metabólica para estudiar las contradicciones capitalistas que se desarrollan en una amplia variedad de áreas: los límites del planeta, el metabolismo del carbono, el agotamiento del suelo, la producción de fertilizantes, el metabolismo oceánico, la explotación indiscriminada de la pesca, la desforestación, la utilización de los incendios forestales, los ciclos hidrológicos, la megaminería a cielo abierto, la cría de ganado, los agro-combustibles, la apropiación de tierras a nivel mundial, y la contradicción entre la ciudad y el campo.[xxii]
Sin embargo, una cierta cantidad de críticos de izquierda recientemente han objetado teóricamente a esta visión. Una de esas críticas sugiere que el punto de vista de la fractura metabólica cae en un “dualismo cartesiano”, en el que se conciben en forma dualista a la naturaleza y la sociedad como entidades distintas o independientes.[xxiii] Por consiguiente, se considera que dicho punto de vista viola los principios del análisis dialéctico. Una crítica relacionada con estas objeciones acusa de “no reflexivo” al mismo concepto de una fractura en el metabolismo entre la naturaleza y la sociedad, pues niega “la reciprocidad dialéctica del medio ambiente biofísico.”[xxiv] Otros más han sugerido que la realidad de dicha fractura en sí genera también una “fractura epistémica” o una visión dualista del mundo, que termina contagiando a la teoría del valor de Marx, haciéndole minimizar a las relaciones ecológicas en sus análisis.[xxv]
Es importante subrayar aquí que la teoría de la fractura metabólica en Marx, tal como se la expone comúnmente, es una teoría de la crisis ecológica, de la fractura de lo que para él era la permanente dependencia de la sociedad humana respecto de sus condiciones de existencia orgánica. Esto representaba, en su opinión, una contradicción insuperable, asociada a la producción mercantil capitalista, cuyas plenas implicancias, sin embargo, sólo pueden comprenderse con una teoría más amplia, la del metabolismo entre la naturaleza y la sociedad.
Para explicar el vasto ámbito natural en el que había surgido la sociedad humana, y en el que existía necesariamente, Marx empleó el concepto del “metabolismo universal de la naturaleza”. La producción mediaba entre la existencia humana y este “metabolismo universal”. Al mismo tiempo, la sociedad y la producción humana seguían estando en el interior de este metabolismo terrenal mayor y dependían del mismo, que había precedido a la aparición de la vida humana misma. Marx explicaba que esto constituía “la condición universal para la interacción entre la naturaleza y el hombre, y como tal, una condición natural de la vida humana.” La humanidad, a través de su producción, “extrae” sus valores de uso naturales y materiales de este “metabolismo universal de la naturaleza”, al mismo tiempo “insuflando una [nueva] vida” a estas condiciones naturales “como elementos de una nueva formación [social]”, generando por ese motivo una especie de segunda naturaleza. Sin embargo, en una economía mercantil capitalista esta segunda naturaleza asume una forma alienada, dominada por el valor de cambio antes que por el valor de uso, conduciendo a una fractura en este metabolismo universal.[xxvi]
Esto, creemos, ofrece un esbozo básico para una comprensión materialista dialéctica de la relación entre naturaleza y sociedad, que notablemente concuerda en forma estrecha no sólo con la ciencia más desarrollada (incluyendo la termodinámica que estaba surgiendo) de la época de Marx, sino también con el conocimiento ecológico más avanzado de hoy en día.[xxvii] En esa concepción no hay nada que sea “dualista” o “no reflexivo”. Es verdad que en la dialéctica materialista de Marx, ni la sociedad (el sujeto/consciencia) ni la naturaleza (el objeto) están totalmente subsumidas entre sí, evitando de este modo las dificultades del idealismo absoluto y la ciencia mecanicista.[xxviii] Los seres humanos transforman la naturaleza a través de su producción, pero no lo hacen como les plazca, sino bajo las condiciones heredadas del pasado (de la historia natural y social), y siguen dependiendo de la dinámica básica de la vida y la existencia material.
Sin dudas, la principal razón por la que un grupo de críticos de izquierda, luchando con esta estructura conceptual, ha caracterizado a la teoría de la fractura metabólica como una forma del dualismo cartesiano se debe a que no logran percibir que desde un punto de vista materialista dialéctico es imposible analizar el mundo de una manera efectiva, si no es mediante el uso de la abstracción que aísla temporalmente, con el objetivo del análisis, a un “momento” (o mediación) en una totalidad.[xxix]
Esto significa emplear concepciones que a primera vista, cuando están separadas de la dinámica general, pueden parecer unilaterales, mecánicas, dualistas, o reduccionistas. Al referirse, como lo hace Marx, a “la interacción metabólica entre la naturaleza y el hombre”, no debería suponerse jamás que “el hombre” (la humanidad) existe realmente en forma completamente independiente de “la naturaleza”, o fuera de ella; o incluso que hoy la naturaleza existe completamente independiente de (o no afectada por) la humanidad. El objeto de ese tipo de abstracción es simplemente abarcar a la mayor totalidad concreta a través del análisis de esas mediaciones específicas, de las que puede racionalmente decirse que la integran en un contexto histórico en desarrollo.[xxx] Para Marx, nuestro propio conocimiento de la naturaleza es también un producto de nuestro metabolismo humano-social, es decir, nuestra relación productiva con el mundo natural.
Lejos de representar un enfoque dualístico o no-reflexivo sobre el mundo, el análisis de Marx del “metabolismo de la naturaleza y la sociedad” era eminentemente dialéctico, para abarcar a la mayor totalidad concreta. Coincido con David Harvey cuando señaló, en su conferencia del Deutscher Prize 2011, que la “universalidad” asociada a la concepción de Marx de “la relación metabólica con la naturaleza” constituía una especie de conjunto de condiciones exterior o marginal a su concepción de la realidad en la que todos los “diferentes ‘momentos’” de su crítica de la economía política estaban potencialmente interrelacionados. Es verdad también, como dice Harvey, que Marx parece haber dejado de lado en su crítica del capital a estos grandes problemas, dejando para tratar más adelante las cuestiones de la economía mundial y el metabolismo universal de la naturaleza.[xxxi] Es más, la concepción ecológica más amplia de Marx, en ciertos aspectos quedó necesariamente plasmada en una forma indiferenciada y abstracta, sin poder alcanzar el nivel de la totalidad concreta. Esto se debió a que había una cantidad aparentemente interminable de textos científicos para explorar y analizar antes de que fuera posible discutir las mediaciones distintivas e históricas asociadas con la dialéctica co-evolutiva de la naturaleza y la sociedad.
Aún así, Marx no vaciló frente a la gran envergadura de esta tarea y lo encontramos al final de su vida tomando notas cuidadosamente sobre cómo los cambios en las isotermas (las líneas que unen zonas con la misma temperatura media anual de la tierra) asociadas con el cambio climático en eras geológicas anteriores condujeron a las grandes extinciones en la historia de la Tierra. Es este cambio en las isotermas que James Hansen, el eminente climatólogo estadounidense considera como la principal amenaza que hoy enfrentan la flora y la fauna, como resultado del calentamiento global, con las isotermas desplazándose hacia los polos más rápidamente que las especies.[xxxii] Otro ejemplo de esta profunda preocupación por las ciencias naturales es el interés de Marx en las conferencias de John Tyndall en la Royal Institution sobre los experimentos que estaba llevando a cabo sobre la interrelación de la radiación solar y diversos gases en la determinación del clima de la Tierra. Era muy posible que Marx, que asistió a algunas de esas conferencias, haya estado presente cuando Tyndall presentó la primera explicación empírica del efecto invernadero que influía sobre el clima.[xxxiii] Semejante concentración en las condiciones naturales por parte de Marx evidencia que había tomado muy seriamente la cuestión del metabolismo universal de la naturaleza y de la más específica interacción socio-metabólica de la sociedad y la naturaleza en la producción. El futuro de la humanidad y la vida en general dependía, como claramente lo reconoció, de la sustentabilidad de estas relaciones en relación con “la cadena de las generaciones humanas.”[xxxiv]
La fractura en el metabolismo de la Tierra
Todo esto nos deja con la tercera objeción a la teoría de la citada fractura en Marx, la que considera anticuada a dicha teoría, sin ninguna utilidad directa para analizar nuestra actual ecología mundial, dado que hoy hay condiciones y análisis más desarrollados. De este modo, la crítica a la fractura metabólica es que “describir fracturas en trayectorias y procesos naturales, es una forma anticuada, a no ser que se la siga desarrollando para abordar ecosistemas y ciclos naturales dinámicos, y tener en cuenta el proceso de trabajo.[xxxv]
Esa síntesis dialéctica, sin embargo, fue un punto fuerte de la teoría de la fractura metabólica en Marx desde el principio, que estaba explícitamente basada en una comprensión del proceso de trabajo como el intercambio metabólico entre los seres humanos y la naturaleza, y apuntaba así a la importancia de la sociedad humana en relación a los ciclos bio-geo-químicos, y a los intercambios de materia y energía en general.[xxxvi] El concepto de ecosistema mismo tuvo su origen en este enfoque dialéctico-sistemático, en el que el amigo de Marx, E. Ray Lankester, el destacado biólogo darwiniano en Inglaterra en la generación posterior a Darwin y un admirador de El capital, iba a jugar un papel importante. Lankester introdujo primero la palabra “aecología” en inglés en 1873, en la traducción que supervisó de History of Creation, de Ernst Haeckel. Luego desarrollo un complejo análisis ecológico, comenzando en la década de 1880, bajo su propio concepto de “bionomics”, un término considerado como sinónimo de ecología. Fue un discípulo suyo, Arthur Tansley, quien, influenciado por los estudios bionómicos de su maestro (y por la temprana teoría de los sistemas del matemático marxista británico Hyman Levy), iba a presentar el concepto del ecosistema como una explicación materialista de las relaciones ecológicas en 1935.[xxxvii]
En el siglo XX el concepto de metabolismo se iba a convertir en la base de la ecología de sistemas, particularmente en la obra transcendental de Eugene y Howard Odum. Fue Howard Odum, como explica Frank Golley en su libro A History of the Ecosystem Concept in Ecology, quien “fundó un método de estudiar la dinámica de [eco] sistemas midiendo (…) la diferencia de insumo y producto, bajo condiciones de equilibrio estacionario,” para determinar “el metabolismo de todo el sistema.” Basado en la obra fundacional de los hermanos Odum, ahora se usa el metabolismo para referirse a todos los niveles biológicos, comenzando con la célula individual y terminando con el ecosistema (y más allá de eso el sistema terrestre). En sus posteriores intentos de incorporar a la sociedad humana en esta amplia teoría de sistemas ecológicos, Howard Odum iba a basarse en gran medida en la obra de Marx, particularmente en el desarrollo de una teoría de lo que llamó ecológicamente “intercambio desigual”, enraizado en el “capitalismo imperial”.[xxxviii]
Ciertamente, si volviéramos hoy al tema original en Marx del metabolismo humano-social y el problema del ciclo nutriente de la tierra, considerándolo desde el punto de vista de la ciencia ecológica, el argumento sería el siguiente. Los organismos vivientes, en sus interacciones normales entre sí y el mundo inorgánico, obtienen constantemente nutrientes y energía del consumo de otros organismos, o, para las plantas verdes, a través de la fotosíntesis y absorción de nutrientes de la tierra, que son transmitidos luego a otros organismos en una compleja “red alimentaria” en la que los nutrientes son reciclados hasta acercarse al sitio donde se originaron. En el proceso la energía extraída es consumida en el funcionamiento del organismo aunque finalmente queda una porción en la forma de materia orgánica difícil de descomponer. Las plantas están constantemente intercambiando productos con la tierra a través de sus raíces, tomando nutrientes y entregando compuestos ricos en energía, lo que produce una activa zona microbiológica cercana a las raíces. Los animales que comen plantas u otros animales, generalmente usan solo una pequeña fracción de los nutrientes que comen y depositan el resto como heces y orina en las cercanías. Cuando mueren, los organismos del suelo usan sus nutrientes y la energía contenida en sus cuerpos. Las interacciones de los organismos vivos con la materia (mineral o viva o previamente viva) son tales que generalmente afectan solo levemente al ecosistema y los nutrientes se reciclan y se acercan adonde originalmente se habían obtenido. También en una escala temporal geológica, el deterioro de los nutrientes encerrados en minerales los hace disponibles para el uso de futuros organismos. De este modo, los ecosistemas naturales normalmente no se “degradan” debido al agotamiento de nutrientes o la pérdida de otros aspectos de ambientes saludables, como los suelos productivos.
—fin del mensaje nº 1—
escrito por John Bellamy Foster
Traducción de Francisco T. Sobrino
Nota del autor: Este artículo es una versión ampliada y levemente alterada de una ponencia bajo el mismo título, presentada en la Conferencia de Marxismo 2013 en Estocolmo, el 20/10/2013. Ese discurso partía de ideas introducidas en la Conferencia del autor, presentada en el Rosa Luxemburg Stiftung, Berlín, el 28/05/2013.
Nota de la redacción de Herramienta: El artículo ha sido publicado en Monthly Review, Vol. 65, Nro. 7, diciembre de 2013, y agradecemos al autor, actual director de Monthly Review, por haberlo cedido gentilmente para su traducción y publicación en Herramienta.
en el foro en 3 mensajes
El redescubrimiento durante la última década y media de la teoría de la fractura metabólica en Marx ha llevado a muchos izquierdistas a pensar que esta teoría brinda una potente crítica de la relación entre la naturaleza y la sociedad capitalista contemporánea. El resultado ha sido el desarrollo de una perspectiva mundial ecológica más unificada, trascendiendo las divisiones entre la ciencia natural y la ciencia social, que nos permite percibir las formas concretas en las que las contradicciones de la acumulación del capital están generando crisis y catástrofes ecológicas.
Sin embargo, esta recuperación de la discusión ecológica marxiana ha dado lugar a más preguntas y críticas. Su análisis del metabolismo de la naturaleza y la sociedad, ¿cómo se relaciona con la cuestión de la “dialéctica de la naturaleza”, tradicionalmente considerada una línea de falla en la teoría marxista? ¿La teoría de la fractura metabólica viola la lógica dialéctica, y cae presa en un dualismo cartesiano simplista, como han acusado recientemente varios críticos de izquierda?[i] ¿Es realmente concebible, como han preguntado otros, que Marx, escribiendo en el siglo XIX, pudiera haber proporcionado ideas ecológicas que son importantes para nosotros hoy para comprender la relación humana con los ecosistemas y la complejidad ecológica? ¿No es más razonable que sus reflexiones en el siglo XIX sobre el metabolismo de la naturaleza y la sociedad hayan quedado “anticuadas” en nuestra era tecnológica y científicamente más desarrollada?[ii]
En lo que sigue trataremos de responder resumidamente cada una de estas preguntas. En ese proceso también haremos hincapié en lo que consideramos que es la importancia crucial del materialismo ecológico de Marx para ayudarnos a comprender la Gran Fractura que está emergiendo en el sistema terráqueo, y la necesidad resultante de una transformación de época, extremadamente importante, en el metabolismo naturaleza-sociedad.
La dialéctica de la naturaleza
El estatus problemático de la dialéctica de la naturaleza en la teoría marxiana tiene su fuente clásica en la famosa nota al pie de Georg Lukács en Historia y consciencia de clase, en el que afirmaba con respecto a la dialéctica:
Esta limitación del método a la realidad histórico-social es muy importante. Los equívocos dimanantes de la exposición engelsiana de la dialéctica se deben esencialmente a que Engels –siguiendo el mal ejemplo de Hegel– amplía el método dialéctico también al conocimiento de la naturaleza. Pero las determinaciones decisivas de la dialéctica –interacción de sujeto y objeto, unidad de teoría y práctica, trasformación histórica del sustrato de las categorías como fundamento de su transformación en el pensamiento, etc.– no se dan en el conocimiento de la naturaleza.[iii]
Dentro de lo que pasó a conocerse como “marxismo occidental”, esto se interpretaba como que la dialéctica se aplicaba solo a la sociedad y a la historia humana, y no a la naturaleza independiente de la historia humana.[iv] De acuerdo a esta concepción, Engels se había equivocado en su Dialéctica de la naturaleza, al tratar de aplicar la lógica dialéctica a la naturaleza directamente, así como también los científicos y teóricos marxistas que adoptaron la misma posición.[v]
Resultaría difícil exagerar la importancia de esta crítica para el marxismo occidental, que la consideraba como uno de los elementos claves que separaban a Marx de Engels y al marxismo occidental del marxismo de la Segunda y Tercera Internacionales. Preludió el alejamiento del interés directo por cuestiones de naturaleza material y la ciencia natural que hasta entonces había caracterizado a gran parte del pensamiento marxiano. Como observó Lucio Colletti en El marxismo y Hegel, una vasta literatura “ha estado siempre de acuerdo” en que las diferencias sobre el materialismo/realismo filosófico y la dialéctica de la naturaleza constituían “los principales rasgos distintivos entre el ‘marxismo occidental’ y el ‘materialismo dialéctico.’” De acuerdo a Russell Jacoby, los “marxistas occidentales”, casi por definición “circunscribían al marxismo a la realidad social e histórica”, distanciándolo de las cuestiones relacionadas con la naturaleza exterior y la ciencia natural.[vi]
Lo que hizo de la crítica contra la dialéctica de la naturaleza algo tan central para la tradición marxista occidental fue que se consideraba que el materialismo dialéctico (en el sentido en que se lo atribuía a Engels y adoptado por la Segunda y Tercera Internacionales) quitaba importancia al rol del factor subjetivo (o al sujeto humano), reduciendo al marxismo a una mera conformidad con las leyes naturales objetivas, originando una especie de materialismo mecanicista, o aun un positivismo. Chocando frontalmente con esto, muchos de esos materialistas históricos que continuaron reivindicando, aunque sea en una forma limitada, una dialéctica de la naturaleza, consideraban a su rechazo absoluto como algo que amenazaba con la pérdida del materialismo de conjunto, y con una reversión hacia las estructuras idealistas del pensamiento.[vii]
Paradójicamente, fue el mismo Lukács, quien, en un cambio teórico importante, tomó la postura más firme contra el abandono total de la dialéctica de la naturaleza, sosteniendo que esto afectaba al centro mismo no sólo de la ontología de Engels, sino también a la de Marx. Incluso en Historia y consciencia de clase, Lukács, siguiendo a Hegel, había reconocido la existencia de una limitada, “dialéctica, meramente objetiva, del movimiento de la naturaleza”, que consistía en una “dialéctica de un movimiento referido a un espectador que no interviene en él.”[viii] En su famoso prefacio a la nueva edición de esta obra, en la que se distanció de algunas de sus primeras posiciones, declaraba que su argumento original tenía el defecto de su crítica exagerada de la dialéctica de la naturaleza, dado que, como él escribió, “al eliminar (…) su fundamental categoría marxista, a saber, el trabajo en cuanto mediador del intercambio de la sociedad con la naturaleza. (…) Se entiende sin más que desaparezca la objetividad ontológica de la naturaleza, la cual constituye el fundamento óntico de ese intercambio o metabolismo”.[ix] Como lo explicó en su conocidas Conversaciones de ese mismo año, “dado que la vida humana está basada en un metabolismo con la naturaleza, no hace decir que ciertas verdades que adquirimos en el proceso de consumar este metabolismo tienen una validez general; por ejemplo las verdades de la matemáticas, la geometría, la física, etcétera.”[x]
Entonces, para el Lukács posterior a Historia y consciencia de clases, la clave para la comprensión dialéctica del mundo natural era la concepción del trabajo y la producción como la relación metabólica entre los seres humanos y la naturaleza exterior en Marx. Los seres humanos podían comprehender dialécticamente a la naturaleza dentro de ciertos límites porque eran orgánicamente parte de ella, a través de sus relaciones metabólicas. Hasta un crítico tan severo de la dialéctica de la naturaleza como Alfred Schmidt en su Concepto de la naturaleza en Marx, reconoció que sólo en relación al uso por Marx del “concepto de ‘metabolismo’”, en el que él “presentaba un enfoque completamente nuevo de la relación del hombre con la naturaleza”, era que podemos “hablar con sentido de una ‘dialéctica de la naturaleza’”[xi]
El notable descubrimiento en los archivos soviéticos del manuscrito de Lukács Seguidismo y dialéctica, unos setenta años luego de haber sido escrito, a mediados de la década de 1920 (pocos años luego de escribir la misma Historia y consciencia de clase) evidencia que para esa época, Lukács ya había experimentado este cambio crítico en su interpretación, a través del concepto en Marx del metabolismo social y ecológico. En ese artículo explicaba que “el intercambio metabólico con la naturaleza” estaba “mediado socialmente” a través del trabajo y la producción. El proceso del trabajo, como una forma de metabolismo entre la humanidad y la naturaleza posibilitó a los seres humanos percibir (en formas que eran limitadas por el desarrollo histórico de la producción) ciertas condiciones objetivas de existencia. Ese “intercambio de materia” metabólico entre la naturaleza y la sociedad, según Lukács, “posiblemente no se lo puede llevar a cabo – aún en el nivel más primitivo – sin poseer un cierto grado de conocimiento objetivamente correcto sobre los procesos de la naturaleza (que existen antes que los seres humanos y funcionan independientemente de ellos).” Fue precisamente el desarrollo de este metabólico “intercambio de materia” por medios de producción lo que formó, según la interpretación por Lukács de la dialéctica marxiana, “la base material de la ciencia moderna.”[xii]
El énfasis de Lukács sobre la centralidad del concepto del metabolismo social en Marx iba a ser continuado por su asistente y colega más joven, István Mészáros, en La teoría de la alienación de Marx. Para Mészáros, la “estructura conceptual” de la teoría de la alienación de Marx implicaba la relación tríadica de la humanidad-producción-naturaleza, donde la producción constituía una forma de mediación entre la humanidad y la naturaleza. De esta manera los seres humanos podrían ser concebidos como los seres “auto-mediadores” de la naturaleza. En consecuencia, no debería sorprendernos que haya sido Mészáros quien presentó la primera crítica marxista comprehensiva de la crisis ecológica planetaria emergente en su Discurso del Premio Deutscher 1971, publicado un año antes del estudio sobre Los límites del crecimiento del Club de Roma. En Más allá del capital él iba a desarrollar más este tema en relación con una crítica a fondo del metabolismo social alienado del capital, incluyendo sus efectos ecológicos, en su discusión sobre “la activación de los límites absolutos del capital”, asociada con la “destrucción de las condiciones de reproducción metabólica social.”[xiii]
De este modo, Lukács y Mészáros consideraron a la discusión del metabolismo social en Marx como una forma de superar las divisiones en el marxismo que habían fracturado a la dialéctica y la ontología social (y natural) de Marx. Esto permitió un enfoque basado en la praxis que integrara a la naturaleza y la sociedad, la historia social y la historia natural, sin reducir a uno totalmente al otro. En nuestra época ecológica presente esta compleja comprensión (compleja porque abarca dialécticamente las relaciones entre la parte y el todo, el sujeto y el objeto), se convierte en un elemento indispensable en toda transición social racional.
Marx y el metabolismo universal de la naturaleza
Para entender esto en forma más completa a las dimensiones ecológicas reales del pensamiento de Marx. El uso del concepto del metabolismo por éste en su obra no fue simplemente (ni siquiera principalmente) un intento de resolver un problema filosófico sino más bien una tentativa de fundamentar su crítica de la economía en forma materialista en una comprensión de las relaciones entre los seres humanos y la naturaleza procedente de la ciencia natural de su época. Era algo central para su análisis de la producción de valores de uso y el proceso de trabajo. Fue a partir de esta metodología que Marx iba a desarrollar su principal crítica ecológica, la de la fractura metabólica, o, tal como él mismo lo señaló, “un desgarramiento insanable en la continuidad del metabolismo social, prescrito por las leyes naturales de la vida.”[xiv]
Esta perspectiva crítica fue consecuencia natural de las contradicciones históricas en la agricultura industrial del siglo XIX y la consecuente revolución en la química agrícola, particularmente en la comprensión de las propiedades químicas de la tierra, durante este mismo período. En la química agrícola, Justus von Liebig en Alemania y James F. W. Johnston en Gran Bretaña hicieron fuertes críticas por la pérdida de los nutrientes de la tierra desde principios hasta mediados del siglo XIX debido a la agricultura capitalista, culpando especialmente a la agricultura intensiva británica. En efecto, esto se extendió al robo de tierras de algunos países por parte de otros.
En los Estados Unidos, figuras como uno de los primeros planificadores ambientalistas, George Waring, en su análisis del despojo de la tierra en la agricultura, y el economista político Henry carey, quien estaba influenciado por Waring, hicieron hincapié en que el alimento y la fibra, que contienen los constituyentes elementales de la tierra, estaban siendo transportados a largas distancias en un movimiento en un solo sentido del campo a la ciudad, dando lugar a que la tierra perdiera sus nutrientes, que tuvieron que ser reemplazados por fertilizantes naturales (y posteriormente sintéticos). En su gran obra de 1840, Organic Chemistry and its Application to Agriculture and Physiology (Química orgánica y su aplicación a la agricultura y a la fisiología), Liebig había diagnosticado que el problema se debía al agotamiento del nitrógeno, el fósforo y el potasio, pues estos nutrientes esenciales de la tierra iban a parar a las ciudades cada vez más pobladas, donde contribuían a la contaminación urbana. En 1842, el químico agrícola británico J. B. Lawes desarrolló un medio para hacer solubles a los fosfatos y construyó una fábrica para producir sus superfosfatos en el primer paso para la creación de fertilizantes sintéticos. Pero durante el siglo XIX, la mayoría de los países dependían casi totalmente de los fertilizantes naturales para restaurar la tierra.
Fue durante este período de agravamiento de las dificultades en la agricultura, debido al agotamiento de los nutrientes de los suelos, que Gran Bretaña fue la pionera en el arrebato a escala mundial de los fertilizantes naturales, incluyendo, como lo señaló Liebig, el desentierro y el transporte de los huesos humanos de los campos de batallas napoleónicas y las catacumbas de Europa, y lo que fue más importante, la extracción, por medio del trabajo forzado, del guano (del excremento de las aves marinas) en las islas cercanas a las costas del Perú, desatando a nivel mundial una “fiebre del guano”.[xv] En la introducción a la edición de 1862 de su Química orgánica, Liebig escribió una crítica mordaz de la agricultura industrial capitalista en su modelo británico, observando que “si no logramos que el agricultor tome una mejor consciencia de las condiciones bajo las cuales produce, y no le damos los medios necesarios para el aumento de su producción, las guerras, la emigración, las hambrunas y las epidemias, necesariamente crearán las condiciones de un nuevo equilibrio que socavará el bienestar de todos y finalmente conducirá a la ruina de la agricultura.”[xvi]
Marx estaba profundamente preocupado por las tendencias a la crisis ecológica, relacionadas con el agotamiento del suelo. En 1866, un año antes de la publicación del primer tomo de El capital, escribió a Engels que al desarrollar la crítica de la renta de la tierra en el Tomo III, “he tenido que trabajarme la nueva química agrícola que se está haciendo en Alemania, en particular Liebig y Schönbein, que tiene más importancia para esta cuestión que todos los economistas juntos.”[xvii] Marx, que había estado estudiando la obra de Liebig desde la década de 1850, estaba impresionado por la introducción crítica a la edición de 1862 de su Química orgánica, integrándola con su propia crítica de la economía política.
Desde los Grundrisse en 1857-1858, había puesto al concepto de metabolismo (Stoffwechsel), que había sido desarrollado primero en la década de 1830 por científicos que participaban en los nuevos descubrimientos de la biología y la fisiología celulares y luego los aplicaban a la química (especialmente por Liebig), y la física, en un lugar central en su explicación de la interacción entre la naturaleza y la sociedad a través de la producción. Definió al proceso de trabajo como la relación metabólica entre la humanidad y la naturaleza. Para los seres humanos este metabolismo necesariamente tomó una forma mediada socialmente, abarcando las condiciones orgánicas comunes a toda vida, pero también tomando un carácter claramente humano-histórico a través de la producción.[xviii]
Basándose en este marco, Marx destacó en El capital que el rompimiento del ciclo de la tierra en la agricultura capitalista industrializada constituía nada menos que “una fractura” en la relación metabólica entre los seres humanos y la naturaleza:
Con la preponderancia incesantemente creciente de la población urbana, acumulada en grandes centros por la producción capitalista, ésta por una parte acumula la fuerza motriz histórica de la sociedad, y por otra perturba el metabolismo entre el hombre y la tierra, esto es, el retorno al suelo de aquellos elementos constitutivos del mismo que han sido consumidos por el hombre bajo la forma de alimentos y vestimenta, retorno que es condición natural eterna de la fertilidad permanente del suelo. (…) Pero a la vez, mediante la destrucción de las circunstancias de ese metabolismo, (…) obliga a reconstituirlo sistemáticamente como ley reguladora de la producción social y bajo una forma adecuada al desarrollo pleno del hombre.(…) Todo progreso de la agricultura capitalista no es sólo un progreso en el arte de esquilmar al obrero, sino a la vez en el arte de esquilmar el suelo; todo avance en el acrecentamiento de la fertilidad de éste durante un lapso dado, un avance en el agotamiento de las fuentes duraderas de esa fertilidad. (…) La producción capitalista, por consiguiente no desarrolla la técnica y la técnica y la combinación del proceso social de producción sino socavando, al mismo tiempo, los dos manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajador.[xix]
Citando a Liebig, Marx destacó el carácter global de esta fractura en el metabolismo entre la naturaleza y la sociedad, argumentando, por ejemplo, que “desde hace siglo y medio Inglaterra exporta indirectamente el suelo de Irlanda sin otorgar a sus cultivadores ni siquiera los medios para reemplazar los componentes de aquel.”[xx] E incorporó a su análisis un llamado a la sustentabilidad, es decir, la preservación de “toda la gama de condiciones permanentes de la vida que exige la cadena de las generaciones humanas.” En su definición más exhaustiva de la naturaleza de la producción bajo el socialismo afirmó: “La libertad, en este terreno, sólo puede consistir en que el hombre socializado, los productores asociados, regulen racionalmente ese metabolismo suyo con la naturaleza poniéndolo bajo su control colectivo (…) con el mínimo empleo de fuerzas y bajo las condiciones más dignas y adecuadas a su naturaleza humana.”[xxi]
Durante la última década y media los investigadores ecológicos han utilizado la perspectiva teórica del análisis de Marx sobre la fractura metabólica para estudiar las contradicciones capitalistas que se desarrollan en una amplia variedad de áreas: los límites del planeta, el metabolismo del carbono, el agotamiento del suelo, la producción de fertilizantes, el metabolismo oceánico, la explotación indiscriminada de la pesca, la desforestación, la utilización de los incendios forestales, los ciclos hidrológicos, la megaminería a cielo abierto, la cría de ganado, los agro-combustibles, la apropiación de tierras a nivel mundial, y la contradicción entre la ciudad y el campo.[xxii]
Sin embargo, una cierta cantidad de críticos de izquierda recientemente han objetado teóricamente a esta visión. Una de esas críticas sugiere que el punto de vista de la fractura metabólica cae en un “dualismo cartesiano”, en el que se conciben en forma dualista a la naturaleza y la sociedad como entidades distintas o independientes.[xxiii] Por consiguiente, se considera que dicho punto de vista viola los principios del análisis dialéctico. Una crítica relacionada con estas objeciones acusa de “no reflexivo” al mismo concepto de una fractura en el metabolismo entre la naturaleza y la sociedad, pues niega “la reciprocidad dialéctica del medio ambiente biofísico.”[xxiv] Otros más han sugerido que la realidad de dicha fractura en sí genera también una “fractura epistémica” o una visión dualista del mundo, que termina contagiando a la teoría del valor de Marx, haciéndole minimizar a las relaciones ecológicas en sus análisis.[xxv]
Es importante subrayar aquí que la teoría de la fractura metabólica en Marx, tal como se la expone comúnmente, es una teoría de la crisis ecológica, de la fractura de lo que para él era la permanente dependencia de la sociedad humana respecto de sus condiciones de existencia orgánica. Esto representaba, en su opinión, una contradicción insuperable, asociada a la producción mercantil capitalista, cuyas plenas implicancias, sin embargo, sólo pueden comprenderse con una teoría más amplia, la del metabolismo entre la naturaleza y la sociedad.
Para explicar el vasto ámbito natural en el que había surgido la sociedad humana, y en el que existía necesariamente, Marx empleó el concepto del “metabolismo universal de la naturaleza”. La producción mediaba entre la existencia humana y este “metabolismo universal”. Al mismo tiempo, la sociedad y la producción humana seguían estando en el interior de este metabolismo terrenal mayor y dependían del mismo, que había precedido a la aparición de la vida humana misma. Marx explicaba que esto constituía “la condición universal para la interacción entre la naturaleza y el hombre, y como tal, una condición natural de la vida humana.” La humanidad, a través de su producción, “extrae” sus valores de uso naturales y materiales de este “metabolismo universal de la naturaleza”, al mismo tiempo “insuflando una [nueva] vida” a estas condiciones naturales “como elementos de una nueva formación [social]”, generando por ese motivo una especie de segunda naturaleza. Sin embargo, en una economía mercantil capitalista esta segunda naturaleza asume una forma alienada, dominada por el valor de cambio antes que por el valor de uso, conduciendo a una fractura en este metabolismo universal.[xxvi]
Esto, creemos, ofrece un esbozo básico para una comprensión materialista dialéctica de la relación entre naturaleza y sociedad, que notablemente concuerda en forma estrecha no sólo con la ciencia más desarrollada (incluyendo la termodinámica que estaba surgiendo) de la época de Marx, sino también con el conocimiento ecológico más avanzado de hoy en día.[xxvii] En esa concepción no hay nada que sea “dualista” o “no reflexivo”. Es verdad que en la dialéctica materialista de Marx, ni la sociedad (el sujeto/consciencia) ni la naturaleza (el objeto) están totalmente subsumidas entre sí, evitando de este modo las dificultades del idealismo absoluto y la ciencia mecanicista.[xxviii] Los seres humanos transforman la naturaleza a través de su producción, pero no lo hacen como les plazca, sino bajo las condiciones heredadas del pasado (de la historia natural y social), y siguen dependiendo de la dinámica básica de la vida y la existencia material.
Sin dudas, la principal razón por la que un grupo de críticos de izquierda, luchando con esta estructura conceptual, ha caracterizado a la teoría de la fractura metabólica como una forma del dualismo cartesiano se debe a que no logran percibir que desde un punto de vista materialista dialéctico es imposible analizar el mundo de una manera efectiva, si no es mediante el uso de la abstracción que aísla temporalmente, con el objetivo del análisis, a un “momento” (o mediación) en una totalidad.[xxix]
Esto significa emplear concepciones que a primera vista, cuando están separadas de la dinámica general, pueden parecer unilaterales, mecánicas, dualistas, o reduccionistas. Al referirse, como lo hace Marx, a “la interacción metabólica entre la naturaleza y el hombre”, no debería suponerse jamás que “el hombre” (la humanidad) existe realmente en forma completamente independiente de “la naturaleza”, o fuera de ella; o incluso que hoy la naturaleza existe completamente independiente de (o no afectada por) la humanidad. El objeto de ese tipo de abstracción es simplemente abarcar a la mayor totalidad concreta a través del análisis de esas mediaciones específicas, de las que puede racionalmente decirse que la integran en un contexto histórico en desarrollo.[xxx] Para Marx, nuestro propio conocimiento de la naturaleza es también un producto de nuestro metabolismo humano-social, es decir, nuestra relación productiva con el mundo natural.
Lejos de representar un enfoque dualístico o no-reflexivo sobre el mundo, el análisis de Marx del “metabolismo de la naturaleza y la sociedad” era eminentemente dialéctico, para abarcar a la mayor totalidad concreta. Coincido con David Harvey cuando señaló, en su conferencia del Deutscher Prize 2011, que la “universalidad” asociada a la concepción de Marx de “la relación metabólica con la naturaleza” constituía una especie de conjunto de condiciones exterior o marginal a su concepción de la realidad en la que todos los “diferentes ‘momentos’” de su crítica de la economía política estaban potencialmente interrelacionados. Es verdad también, como dice Harvey, que Marx parece haber dejado de lado en su crítica del capital a estos grandes problemas, dejando para tratar más adelante las cuestiones de la economía mundial y el metabolismo universal de la naturaleza.[xxxi] Es más, la concepción ecológica más amplia de Marx, en ciertos aspectos quedó necesariamente plasmada en una forma indiferenciada y abstracta, sin poder alcanzar el nivel de la totalidad concreta. Esto se debió a que había una cantidad aparentemente interminable de textos científicos para explorar y analizar antes de que fuera posible discutir las mediaciones distintivas e históricas asociadas con la dialéctica co-evolutiva de la naturaleza y la sociedad.
Aún así, Marx no vaciló frente a la gran envergadura de esta tarea y lo encontramos al final de su vida tomando notas cuidadosamente sobre cómo los cambios en las isotermas (las líneas que unen zonas con la misma temperatura media anual de la tierra) asociadas con el cambio climático en eras geológicas anteriores condujeron a las grandes extinciones en la historia de la Tierra. Es este cambio en las isotermas que James Hansen, el eminente climatólogo estadounidense considera como la principal amenaza que hoy enfrentan la flora y la fauna, como resultado del calentamiento global, con las isotermas desplazándose hacia los polos más rápidamente que las especies.[xxxii] Otro ejemplo de esta profunda preocupación por las ciencias naturales es el interés de Marx en las conferencias de John Tyndall en la Royal Institution sobre los experimentos que estaba llevando a cabo sobre la interrelación de la radiación solar y diversos gases en la determinación del clima de la Tierra. Era muy posible que Marx, que asistió a algunas de esas conferencias, haya estado presente cuando Tyndall presentó la primera explicación empírica del efecto invernadero que influía sobre el clima.[xxxiii] Semejante concentración en las condiciones naturales por parte de Marx evidencia que había tomado muy seriamente la cuestión del metabolismo universal de la naturaleza y de la más específica interacción socio-metabólica de la sociedad y la naturaleza en la producción. El futuro de la humanidad y la vida en general dependía, como claramente lo reconoció, de la sustentabilidad de estas relaciones en relación con “la cadena de las generaciones humanas.”[xxxiv]
La fractura en el metabolismo de la Tierra
Todo esto nos deja con la tercera objeción a la teoría de la citada fractura en Marx, la que considera anticuada a dicha teoría, sin ninguna utilidad directa para analizar nuestra actual ecología mundial, dado que hoy hay condiciones y análisis más desarrollados. De este modo, la crítica a la fractura metabólica es que “describir fracturas en trayectorias y procesos naturales, es una forma anticuada, a no ser que se la siga desarrollando para abordar ecosistemas y ciclos naturales dinámicos, y tener en cuenta el proceso de trabajo.[xxxv]
Esa síntesis dialéctica, sin embargo, fue un punto fuerte de la teoría de la fractura metabólica en Marx desde el principio, que estaba explícitamente basada en una comprensión del proceso de trabajo como el intercambio metabólico entre los seres humanos y la naturaleza, y apuntaba así a la importancia de la sociedad humana en relación a los ciclos bio-geo-químicos, y a los intercambios de materia y energía en general.[xxxvi] El concepto de ecosistema mismo tuvo su origen en este enfoque dialéctico-sistemático, en el que el amigo de Marx, E. Ray Lankester, el destacado biólogo darwiniano en Inglaterra en la generación posterior a Darwin y un admirador de El capital, iba a jugar un papel importante. Lankester introdujo primero la palabra “aecología” en inglés en 1873, en la traducción que supervisó de History of Creation, de Ernst Haeckel. Luego desarrollo un complejo análisis ecológico, comenzando en la década de 1880, bajo su propio concepto de “bionomics”, un término considerado como sinónimo de ecología. Fue un discípulo suyo, Arthur Tansley, quien, influenciado por los estudios bionómicos de su maestro (y por la temprana teoría de los sistemas del matemático marxista británico Hyman Levy), iba a presentar el concepto del ecosistema como una explicación materialista de las relaciones ecológicas en 1935.[xxxvii]
En el siglo XX el concepto de metabolismo se iba a convertir en la base de la ecología de sistemas, particularmente en la obra transcendental de Eugene y Howard Odum. Fue Howard Odum, como explica Frank Golley en su libro A History of the Ecosystem Concept in Ecology, quien “fundó un método de estudiar la dinámica de [eco] sistemas midiendo (…) la diferencia de insumo y producto, bajo condiciones de equilibrio estacionario,” para determinar “el metabolismo de todo el sistema.” Basado en la obra fundacional de los hermanos Odum, ahora se usa el metabolismo para referirse a todos los niveles biológicos, comenzando con la célula individual y terminando con el ecosistema (y más allá de eso el sistema terrestre). En sus posteriores intentos de incorporar a la sociedad humana en esta amplia teoría de sistemas ecológicos, Howard Odum iba a basarse en gran medida en la obra de Marx, particularmente en el desarrollo de una teoría de lo que llamó ecológicamente “intercambio desigual”, enraizado en el “capitalismo imperial”.[xxxviii]
Ciertamente, si volviéramos hoy al tema original en Marx del metabolismo humano-social y el problema del ciclo nutriente de la tierra, considerándolo desde el punto de vista de la ciencia ecológica, el argumento sería el siguiente. Los organismos vivientes, en sus interacciones normales entre sí y el mundo inorgánico, obtienen constantemente nutrientes y energía del consumo de otros organismos, o, para las plantas verdes, a través de la fotosíntesis y absorción de nutrientes de la tierra, que son transmitidos luego a otros organismos en una compleja “red alimentaria” en la que los nutrientes son reciclados hasta acercarse al sitio donde se originaron. En el proceso la energía extraída es consumida en el funcionamiento del organismo aunque finalmente queda una porción en la forma de materia orgánica difícil de descomponer. Las plantas están constantemente intercambiando productos con la tierra a través de sus raíces, tomando nutrientes y entregando compuestos ricos en energía, lo que produce una activa zona microbiológica cercana a las raíces. Los animales que comen plantas u otros animales, generalmente usan solo una pequeña fracción de los nutrientes que comen y depositan el resto como heces y orina en las cercanías. Cuando mueren, los organismos del suelo usan sus nutrientes y la energía contenida en sus cuerpos. Las interacciones de los organismos vivos con la materia (mineral o viva o previamente viva) son tales que generalmente afectan solo levemente al ecosistema y los nutrientes se reciclan y se acercan adonde originalmente se habían obtenido. También en una escala temporal geológica, el deterioro de los nutrientes encerrados en minerales los hace disponibles para el uso de futuros organismos. De este modo, los ecosistemas naturales normalmente no se “degradan” debido al agotamiento de nutrientes o la pérdida de otros aspectos de ambientes saludables, como los suelos productivos.
—fin del mensaje nº 1—