—Un manifiesto para justificar que las tripas se queden vacías
artículo de Juan Manuel Olarieta Alberdi – julio de 2014
Hace un par de siglos las corrientes más avanzadas de la burguesía eran ateas, de manera que acabaron con lo sobrenatural para quedarse sólo con lo natural, aunque no fueron capaces de llegar a una concepción científica de lo que es la naturaleza, y mucho menos de la relación entre lo natural y lo social, una tarea que incumbió al marxismo.
La concepción burguesa de la naturaleza es paisajística, o sea, estética. El burgués no es el campesino que trabaja la tierra de sol a sol y huye de ella a la menor oportunidad. A pesar de que es una clase social urbana, que siempre ha vivido de espaldas del campo, la burguesía ha impuesto sus puntos de vista sobre la naturaleza, como tantos otros que forman parte de la ideología dominante.
El capitalismo nos ha traido a una ciudad asfaltada, con viviendas de ladrillo y aire acondicionado en el coche, pero soportamos una contradicción: vivimos en una ciudad aunque nos gusta engañarnos y creer que lo que en realidad nos gusta es todo lo contrario, el césped, pasear por el campo los domingos por la mañana y respirar aire puro. Mientras históricamente la humanidad ha huido siempre del campo a la ciudad, la burguesía "alternativa" quiere recorrer ahora el camino inverso... eso sí, en coche, con paraguas por si llueve, crema para que el sol no nos queme la piel, spray contra los mosquitos y un iPod en el bolsillo.
Para la burguesía, lo mismo que para la mayor parte de nosotros, la naturaleza representa el paraíso perdido. Es idílica y su prototipo sigue siendo el viejo romanticismo de 1800, el mito del buen salvaje de Rousseau: frente a la ciudad donde vivimos, que es la cuna de todos los males, la gente "de campo" es depositaria de los mejores valores de la humanidad.
Nuestra concepción de la naturaleza forma parte de una ideología burguesa arraigada a la conciencia como una hiedra. Por su origen romántico, está repleta de sentimentalismo: dado que la naturaleza es, por sí misma, algo bueno y bonito, hay que conservarla tal cual porque todo lo que el hombre ha hecho siempre con ella es destruirla. Y cuando me refiero "al hombre" en general también estoy hablando de ese "hombre" típico del idealismo alemán del siglo XIX del que no se sabe ni de dónde viene ni a dónde va.
Sujeta a una decadencia imparable, para la burguesía actual el progreso ya no existe, y si existe hay que acabar con él porque destruye la naturaleza. En 1973 los imperialistas del Club de Roma lo llamaron "límites del crecimiento" y ayer un manifiesto firmado por relevantes personajes de la farándula política nos llamaron a poner coto a la supuesta "crisis ecológica", entre ellos Xosé Manuel Beiras, Alberto Garzón, Cayo Lara, Pablo Iglesias, Esther Vivas y López de Uralde.
El manifiesto asume todos los tópicos seudoecologistas que el imperialismo lleva predicando desde hace décadas para encubrir y, al mismo tiempo, justificar la profunda crisis que atraviesa y que se resume últimamente en la consigna del decrecimiento. Hablan de la "vida buena" por no decirlo más claramente: la buena vida, que debe ser la de los firmantes. Los burgueses que tienen la tripa llena miran a los demás con sus propios ojos y dicen que consumimos demasiado. Por consiguiente, que no tengamos trabajo, que quienes lo tienen ganen menos, los desahucios de viviendas, los recortes en educación o la liquidación de la sanidad, no es algo malo sino algo saludable, o dicho de otra manera: no es algo bueno para nosotros, pero sí para el planeta, para la naturaleza y para la ecología. Por lo tanto, ya sabéis: hay que resignarse a tener el plato cada vez más vacío o, como decía antiguamente el movimiento obrero, a apretarse el cinturón.
El manifiesto es un resumen de todos y cada uno de los topicazos de la posmodernidad burguesa más actual, más a la moda, que hay que mencionar aunque ni ellos mismos sepan lo que significa: caos, colapso de la civilización, barbarie, crecimiento demográfico, genocidio, agotamiento de los recursos, cambio climático, transversalidad... Para no repetir siempre las mismas frases grandielocuentes proponen algo tan infantil como "hacer las paces con la naturaleza".
El modelo es el 15-M, "que abre posibilidades para otras formas de organización social". La alternativa no es ya el socialismo sino "una nueva civilización" porque, como es bien sabido, el socialismo es "desarrollista", cree en el progreso, en el incremento de las fuerzas productivas y del bienestar de la humanidad.
A la burguesía "alternativa" el socialismo se le ha quedado pequeño. El próximo cambio tiene que ser del tamaño del neolítico. Lo que no saben es que con el neolítico es cuando aparecieron las grandes ciudades precisamente...
artículo de Juan Manuel Olarieta Alberdi – julio de 2014
Hace un par de siglos las corrientes más avanzadas de la burguesía eran ateas, de manera que acabaron con lo sobrenatural para quedarse sólo con lo natural, aunque no fueron capaces de llegar a una concepción científica de lo que es la naturaleza, y mucho menos de la relación entre lo natural y lo social, una tarea que incumbió al marxismo.
La concepción burguesa de la naturaleza es paisajística, o sea, estética. El burgués no es el campesino que trabaja la tierra de sol a sol y huye de ella a la menor oportunidad. A pesar de que es una clase social urbana, que siempre ha vivido de espaldas del campo, la burguesía ha impuesto sus puntos de vista sobre la naturaleza, como tantos otros que forman parte de la ideología dominante.
El capitalismo nos ha traido a una ciudad asfaltada, con viviendas de ladrillo y aire acondicionado en el coche, pero soportamos una contradicción: vivimos en una ciudad aunque nos gusta engañarnos y creer que lo que en realidad nos gusta es todo lo contrario, el césped, pasear por el campo los domingos por la mañana y respirar aire puro. Mientras históricamente la humanidad ha huido siempre del campo a la ciudad, la burguesía "alternativa" quiere recorrer ahora el camino inverso... eso sí, en coche, con paraguas por si llueve, crema para que el sol no nos queme la piel, spray contra los mosquitos y un iPod en el bolsillo.
Para la burguesía, lo mismo que para la mayor parte de nosotros, la naturaleza representa el paraíso perdido. Es idílica y su prototipo sigue siendo el viejo romanticismo de 1800, el mito del buen salvaje de Rousseau: frente a la ciudad donde vivimos, que es la cuna de todos los males, la gente "de campo" es depositaria de los mejores valores de la humanidad.
Nuestra concepción de la naturaleza forma parte de una ideología burguesa arraigada a la conciencia como una hiedra. Por su origen romántico, está repleta de sentimentalismo: dado que la naturaleza es, por sí misma, algo bueno y bonito, hay que conservarla tal cual porque todo lo que el hombre ha hecho siempre con ella es destruirla. Y cuando me refiero "al hombre" en general también estoy hablando de ese "hombre" típico del idealismo alemán del siglo XIX del que no se sabe ni de dónde viene ni a dónde va.
Sujeta a una decadencia imparable, para la burguesía actual el progreso ya no existe, y si existe hay que acabar con él porque destruye la naturaleza. En 1973 los imperialistas del Club de Roma lo llamaron "límites del crecimiento" y ayer un manifiesto firmado por relevantes personajes de la farándula política nos llamaron a poner coto a la supuesta "crisis ecológica", entre ellos Xosé Manuel Beiras, Alberto Garzón, Cayo Lara, Pablo Iglesias, Esther Vivas y López de Uralde.
El manifiesto asume todos los tópicos seudoecologistas que el imperialismo lleva predicando desde hace décadas para encubrir y, al mismo tiempo, justificar la profunda crisis que atraviesa y que se resume últimamente en la consigna del decrecimiento. Hablan de la "vida buena" por no decirlo más claramente: la buena vida, que debe ser la de los firmantes. Los burgueses que tienen la tripa llena miran a los demás con sus propios ojos y dicen que consumimos demasiado. Por consiguiente, que no tengamos trabajo, que quienes lo tienen ganen menos, los desahucios de viviendas, los recortes en educación o la liquidación de la sanidad, no es algo malo sino algo saludable, o dicho de otra manera: no es algo bueno para nosotros, pero sí para el planeta, para la naturaleza y para la ecología. Por lo tanto, ya sabéis: hay que resignarse a tener el plato cada vez más vacío o, como decía antiguamente el movimiento obrero, a apretarse el cinturón.
El manifiesto es un resumen de todos y cada uno de los topicazos de la posmodernidad burguesa más actual, más a la moda, que hay que mencionar aunque ni ellos mismos sepan lo que significa: caos, colapso de la civilización, barbarie, crecimiento demográfico, genocidio, agotamiento de los recursos, cambio climático, transversalidad... Para no repetir siempre las mismas frases grandielocuentes proponen algo tan infantil como "hacer las paces con la naturaleza".
El modelo es el 15-M, "que abre posibilidades para otras formas de organización social". La alternativa no es ya el socialismo sino "una nueva civilización" porque, como es bien sabido, el socialismo es "desarrollista", cree en el progreso, en el incremento de las fuerzas productivas y del bienestar de la humanidad.
A la burguesía "alternativa" el socialismo se le ha quedado pequeño. El próximo cambio tiene que ser del tamaño del neolítico. Lo que no saben es que con el neolítico es cuando aparecieron las grandes ciudades precisamente...
Última edición por Chus Ditas el Jue Jul 10, 2014 9:30 pm, editado 1 vez