Primero de Mayo de 1886: Los ocho mártires de Chicago
Durante los últimos años de la década de 1870, una organización denominada
Noble Orden de los Caballeros del Trabajo (NOCT) cobró notable
influencia en los barrios obreros de la ciudad de Chicago, sobre todo
en el extrarradio, donde se habían levantado cientos de casetas,
barracas y otras infraviviendas en las que se hacinaban miles de
campesinos sin tierra llegados del centro del país, familias enteras
empobrecidas y hambientas que en su mayoría hallaban trabajo en la
pujante metrópoli de los Grandes Lagos.
Los caballeros, entre cuyos dirigentes eran mayoría los militantes de la futura Federación
Americana del Trabajo [American Federation of Labor; la AFL fue
constituida formalmente én 1886 y sus miembros eran conocidos por el
apelativo laboristas], se ganaron el aprecio y el respeto de miles de
personas debido a sus comentarios, a los valores que preconizaban en sus
charlas y arengas, así como por el apoyo que se prestaban entre ellos y
a los asalariados que estaban en apuros o caían enfermos, a los que
habían sido despedidos o a los que sufrían algún tipo de sanción o
castigo por parte de los empresarios.
En los debates que acostumbraban a suscitarse en los actos y reuniones que convocaba la
NOCT, casi siempre destacaba un asunto: las largas jornadas laborales
que cubrían los trabajadores en los tajos y en las fábricas: 10, 12, 14 y
en numerosas ocasiones hasta ¡más de 24 horas!, con breves descansos de
media hora o una hora para echar una cabezada y reponerse.
Así, tras años de penurias y abusos crecientes, en la primavera de 1886 y
cumpliendo el mandato aprobado en el cuarto congreso de la Federation of
Organized Trades and Labor Unions celebrado dos años antes --que
precisamente en 1886 se convirtió en la AFL--, los laboristas de Chicago
celebraron varias reuniones, establecieron contacto con otros
colectivos y convocaron una marcha para cumplir la promesa que se
autoimpusieron en 1884 y emplazar a los empresarios y a las autoridades a
que a partir del 1 de mayo aceptaran que la jornada laboral ordinaria
fuera de 8 horas diarias, so pena de ir a la huelga indefinida.
Durante las jornadas previas al día 1, tanto la AFL como los empresarios
llevaron a cabo sendas campañas; los primeros intentaban convencer al
mayor número posible de asalariados de que se sumaran al llamamiento, en
tanto que la mayoría de los segundos amenazaban con despidos masivos e
incluso con el cierre de fábricas; es decir, un cierre patronal que,
para colmo y de forma premonitoria, en algunos casos era anunciado como
paso previo a la deslocalización de la fábrica.
Para sorpresa de todos --también de los convocantes-- a la marcha por las 8
horas acudieron en torno a 75.000 personas, que pasearon por las
principales calles de la ciudad anunciando la nueva jornada laboral. Por
si fuera poco, en Chicago y sus alrededores más de 150.000 trabajadores
se declararon en huelga y lo que es más importante, en torno al 30% de
empresas aceptaron la propuesta e instauraron las 8 horas.
[En la mayoría de empresas las 8 horas apenas se mantuvieron una semana
--más adelante se verán las causas-- y al paso de un mes todos los
empresarios volvieron a imponer 10 o más horas]
En un encuentro con los laboristas previo al día 1, los anarquistas se habían negado a
participar en la convocatoria alegando que desde su punto de vista lo
procedente era exigir la ilegalización de la propiedad privada de los
medios de producción y la abolición del trabajo asalariado, añadiendo
que solicitudes como la de limitar el horario solo servían para paliar
males, no para solucionarlos. Sin embargo, el seguimiento de la
convocatoria fue tal que el día 2 de mayo se sumaron al movimiento, cuyo
líder más significado era el laborista Albert Parsons.
El día 2, seguros del éxito tras el alto grado de participación de la jornada
anterior y con el valioso apoyo de los ácratas, las huelgas
prosiguieron, se extendieron --incluso a otras ciudades de EE. UU.-- y
en Chicago se celebraron decenas de reuniones y mítines.
Primera matanza, en McCormick
El día 3, el anarquista August Spies pronunció una arenga ante unos 5.000 huelguistas y propuso acudir
en masa a la planta industrial McCormick, fabricante de maquinaria
agrícola, cuyos trabajadores estaban en huelga desde hacía tres meses
porque el propietario había decidido restarles parte del salario para
financiar la construcción de una iglesia. Pero McCormick contrató
pistoleros y esquiroles, logrando mantener un notable ritmo de
producción; motivo por el que la intención de los cientos de huelguistas
que siguieron el llamamiento de Spies era lógica y más que previsible:
paralizar la industria.
Ya delante del portón de acceso a McCormick, sonó la sirena de la fábrica y cuando salieron los
rompehuelgas contratados se desató una batalla campal. Inesperadamente,
compareció una compañía de la policía que, nada más llegar y sin previo
aviso, disparó contra las filas de los manifestantes, causando seis
muertos y un número indeterminado de heridos.
[Las cifras que se barajaron y de las que queda constancia van de los 40 a los 90 heridos
por arma de fuego]
Segunda matanza, en Haymarket Square
Apenas dos horas después, varios trabajadores
--todos ellos militantes o simpatizantes anarquistas-- del periódico
Arbeiter Zeitung, fundado por emigrantes germanófonos, editaron y
repartieron por la ciudad miles de octavillas informando de la masacre.
La frase inicial de la octavilla decía: “Trabajadores, la guerra de
clases se ha iniciado”. El texto finalizaba con este emplazamiento:
“¡Tened coraje, esclavos, levantaos!”, más un llamamiento para acudir a
las siete y media de la tarde del día siguiente a una concentración de
protesta en el parque de Haymarket Square.
El alcalde de Chicago asumió su cuota de responsabilidad por la actuación policial en
los incidentes de McCormick y autorizó la concentración para evitar
males mayores. Es más, el regidor acudió a la cita y escuchó a los
oradores.
[Las crónicas no coinciden en la cifra de reunidos,
que varía entre los 18.000 y los 25.000].
El acto terminó poco después de las nueve de la noche. Un cuarto de hora después de
finalizar el último parlamento, el inspector jefe de policía John
Bonfield consideró que los asistentes tardaban demasiado en abandonar el
parque y ordenó a los 180 agentes --¡que habían acudido para evitar
desordenes!-- que cargaran contra los reunidos. Apenas un par de minutos
después de iniciarse la refriega estalló una bomba lanzada contra la
policía, causando la muerte a un oficial e hiriendo a media docena de
agentes, cuyos compañeros recurrieron a las armas de fuego y dispararon a
bulto.
Pese a que se intentó, nunca fue posible establecer el
número exacto de muertos y heridos.
[Tomando como base tres fuentes distintas, cabe apuntar que hubo 40 muertos y 250 heridos de
mayor o menor gravedad, prácticamente todos baleados]
Las autoridades declararon el estado de sitio. En los días sucesivos se
efectuaron decenas de registros y la policía dijo haber descubierto
varios arsenales que guardaban desde revólveres hasta ametralladoras,
también se anunció el hallazgo de una fábrica de bombas y otra de
¡torpedos submarinos!, varios refugios subterráneos e incluso pasadizos
entre inmuebles… En resumen, las autoridades alimentaron la patraña de
que habían logrado desmantelar los preparativos de una insurrección
armada.
¿Quiénes cree usted que eran los peligrosos
instigadores de esa revolución? ¡Por supuesto, los anarquistas!, no en
vano constituían el colectivo obrero mejor organizado y el que en más
ocasiones había recurrido a la violencia para defender sus actos y
manifestaciones; amén de haber propinado palizas a esquiroles y a varios
empresarios que trataban a sus trabajadores cual esclavos.
Tercera matanza, la de la Justicia
El 21 de junio de ese mismo año, sin instrucción regular e incumpliendo numerosos preceptos
procesales, 8 de los 31 anarquistas inicialmente acusados fueron
juzgados por todos los delitos que usted pueda imaginar. Tres de los
reos fueron condenados a largas penas de prisión y los otros cinco, a
morir ahorcados.
Los ocho mártires de Chicago, así fueron
bautizados y así son históricamente conocidos, fueron:
Engel, Georg (50 años, alemán, tipógrafo), condenado a la horca;
Fielden,Samuel (39 años, inglés, obrero del textil), cadena perpetua;
Fischer, Adolf (30 años, alemán, periodista) a la horca;
Linng, Louis (22 años, alemán, carpintero), a la horca (se suicidó en su celda antes de
ser ejecutada la sentencia);
Neebe, Oscar (36 años, estadounidense, agente comercial), quince años de trabajos forzados;
Parsons, Albert (39 años, estadounidense, periodista), a la horca;
Schwab, Michael (33 años, alemán, tipógrafo), cadena perpetua, y
Spies, Auguste (31 años, alemán, periodista), a la horca.
El juicio y las condenas provocaron un escándalo de alcance internacional,
sobre todo en Alemania, pues cinco de los ocho condenados eran
ciudadanos germanos; otro era inglés y sólo dos, estadounidenses.
Tres años más tarde, el primer congreso de la Internacional Socialista, en
París, decidió que todos los días 1 de mayo se conmemorara el Día de la
Solidaridad Internacional --tal es la denominación original--, que más
tarde pasó a denominarse Día Internacional de la Clase Trabajadora. Ya
recientemente, la mayoría de los sindicatos de casi todos los países han
asumido explícita o implícitamente la supuesta inconveniencia de apelar
al internacionalismo y, además, en muchos casos han retirado el
concepto clase y el título de la conmemoración más habitual es un simple
Día de los Trabajadores. [Durante la dictadura franquista, en España la
denominación oficial era Día del Trabajo]. Sin embargo, en Norteamérica
--incluido Canadá-- el 1 de mayo se celebra el Día de la Ley.
Siete años después de dictar sentencia, el juicio fue oficialmente declarado
nulo y los tres encarcelados fueron liberados.
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Durante los últimos años de la década de 1870, una organización denominada
Noble Orden de los Caballeros del Trabajo (NOCT) cobró notable
influencia en los barrios obreros de la ciudad de Chicago, sobre todo
en el extrarradio, donde se habían levantado cientos de casetas,
barracas y otras infraviviendas en las que se hacinaban miles de
campesinos sin tierra llegados del centro del país, familias enteras
empobrecidas y hambientas que en su mayoría hallaban trabajo en la
pujante metrópoli de los Grandes Lagos.
Los caballeros, entre cuyos dirigentes eran mayoría los militantes de la futura Federación
Americana del Trabajo [American Federation of Labor; la AFL fue
constituida formalmente én 1886 y sus miembros eran conocidos por el
apelativo laboristas], se ganaron el aprecio y el respeto de miles de
personas debido a sus comentarios, a los valores que preconizaban en sus
charlas y arengas, así como por el apoyo que se prestaban entre ellos y
a los asalariados que estaban en apuros o caían enfermos, a los que
habían sido despedidos o a los que sufrían algún tipo de sanción o
castigo por parte de los empresarios.
En los debates que acostumbraban a suscitarse en los actos y reuniones que convocaba la
NOCT, casi siempre destacaba un asunto: las largas jornadas laborales
que cubrían los trabajadores en los tajos y en las fábricas: 10, 12, 14 y
en numerosas ocasiones hasta ¡más de 24 horas!, con breves descansos de
media hora o una hora para echar una cabezada y reponerse.
Así, tras años de penurias y abusos crecientes, en la primavera de 1886 y
cumpliendo el mandato aprobado en el cuarto congreso de la Federation of
Organized Trades and Labor Unions celebrado dos años antes --que
precisamente en 1886 se convirtió en la AFL--, los laboristas de Chicago
celebraron varias reuniones, establecieron contacto con otros
colectivos y convocaron una marcha para cumplir la promesa que se
autoimpusieron en 1884 y emplazar a los empresarios y a las autoridades a
que a partir del 1 de mayo aceptaran que la jornada laboral ordinaria
fuera de 8 horas diarias, so pena de ir a la huelga indefinida.
Durante las jornadas previas al día 1, tanto la AFL como los empresarios
llevaron a cabo sendas campañas; los primeros intentaban convencer al
mayor número posible de asalariados de que se sumaran al llamamiento, en
tanto que la mayoría de los segundos amenazaban con despidos masivos e
incluso con el cierre de fábricas; es decir, un cierre patronal que,
para colmo y de forma premonitoria, en algunos casos era anunciado como
paso previo a la deslocalización de la fábrica.
Para sorpresa de todos --también de los convocantes-- a la marcha por las 8
horas acudieron en torno a 75.000 personas, que pasearon por las
principales calles de la ciudad anunciando la nueva jornada laboral. Por
si fuera poco, en Chicago y sus alrededores más de 150.000 trabajadores
se declararon en huelga y lo que es más importante, en torno al 30% de
empresas aceptaron la propuesta e instauraron las 8 horas.
[En la mayoría de empresas las 8 horas apenas se mantuvieron una semana
--más adelante se verán las causas-- y al paso de un mes todos los
empresarios volvieron a imponer 10 o más horas]
En un encuentro con los laboristas previo al día 1, los anarquistas se habían negado a
participar en la convocatoria alegando que desde su punto de vista lo
procedente era exigir la ilegalización de la propiedad privada de los
medios de producción y la abolición del trabajo asalariado, añadiendo
que solicitudes como la de limitar el horario solo servían para paliar
males, no para solucionarlos. Sin embargo, el seguimiento de la
convocatoria fue tal que el día 2 de mayo se sumaron al movimiento, cuyo
líder más significado era el laborista Albert Parsons.
El día 2, seguros del éxito tras el alto grado de participación de la jornada
anterior y con el valioso apoyo de los ácratas, las huelgas
prosiguieron, se extendieron --incluso a otras ciudades de EE. UU.-- y
en Chicago se celebraron decenas de reuniones y mítines.
Primera matanza, en McCormick
El día 3, el anarquista August Spies pronunció una arenga ante unos 5.000 huelguistas y propuso acudir
en masa a la planta industrial McCormick, fabricante de maquinaria
agrícola, cuyos trabajadores estaban en huelga desde hacía tres meses
porque el propietario había decidido restarles parte del salario para
financiar la construcción de una iglesia. Pero McCormick contrató
pistoleros y esquiroles, logrando mantener un notable ritmo de
producción; motivo por el que la intención de los cientos de huelguistas
que siguieron el llamamiento de Spies era lógica y más que previsible:
paralizar la industria.
Ya delante del portón de acceso a McCormick, sonó la sirena de la fábrica y cuando salieron los
rompehuelgas contratados se desató una batalla campal. Inesperadamente,
compareció una compañía de la policía que, nada más llegar y sin previo
aviso, disparó contra las filas de los manifestantes, causando seis
muertos y un número indeterminado de heridos.
[Las cifras que se barajaron y de las que queda constancia van de los 40 a los 90 heridos
por arma de fuego]
Segunda matanza, en Haymarket Square
Apenas dos horas después, varios trabajadores
--todos ellos militantes o simpatizantes anarquistas-- del periódico
Arbeiter Zeitung, fundado por emigrantes germanófonos, editaron y
repartieron por la ciudad miles de octavillas informando de la masacre.
La frase inicial de la octavilla decía: “Trabajadores, la guerra de
clases se ha iniciado”. El texto finalizaba con este emplazamiento:
“¡Tened coraje, esclavos, levantaos!”, más un llamamiento para acudir a
las siete y media de la tarde del día siguiente a una concentración de
protesta en el parque de Haymarket Square.
El alcalde de Chicago asumió su cuota de responsabilidad por la actuación policial en
los incidentes de McCormick y autorizó la concentración para evitar
males mayores. Es más, el regidor acudió a la cita y escuchó a los
oradores.
[Las crónicas no coinciden en la cifra de reunidos,
que varía entre los 18.000 y los 25.000].
El acto terminó poco después de las nueve de la noche. Un cuarto de hora después de
finalizar el último parlamento, el inspector jefe de policía John
Bonfield consideró que los asistentes tardaban demasiado en abandonar el
parque y ordenó a los 180 agentes --¡que habían acudido para evitar
desordenes!-- que cargaran contra los reunidos. Apenas un par de minutos
después de iniciarse la refriega estalló una bomba lanzada contra la
policía, causando la muerte a un oficial e hiriendo a media docena de
agentes, cuyos compañeros recurrieron a las armas de fuego y dispararon a
bulto.
Pese a que se intentó, nunca fue posible establecer el
número exacto de muertos y heridos.
[Tomando como base tres fuentes distintas, cabe apuntar que hubo 40 muertos y 250 heridos de
mayor o menor gravedad, prácticamente todos baleados]
Las autoridades declararon el estado de sitio. En los días sucesivos se
efectuaron decenas de registros y la policía dijo haber descubierto
varios arsenales que guardaban desde revólveres hasta ametralladoras,
también se anunció el hallazgo de una fábrica de bombas y otra de
¡torpedos submarinos!, varios refugios subterráneos e incluso pasadizos
entre inmuebles… En resumen, las autoridades alimentaron la patraña de
que habían logrado desmantelar los preparativos de una insurrección
armada.
¿Quiénes cree usted que eran los peligrosos
instigadores de esa revolución? ¡Por supuesto, los anarquistas!, no en
vano constituían el colectivo obrero mejor organizado y el que en más
ocasiones había recurrido a la violencia para defender sus actos y
manifestaciones; amén de haber propinado palizas a esquiroles y a varios
empresarios que trataban a sus trabajadores cual esclavos.
Tercera matanza, la de la Justicia
El 21 de junio de ese mismo año, sin instrucción regular e incumpliendo numerosos preceptos
procesales, 8 de los 31 anarquistas inicialmente acusados fueron
juzgados por todos los delitos que usted pueda imaginar. Tres de los
reos fueron condenados a largas penas de prisión y los otros cinco, a
morir ahorcados.
Los ocho mártires de Chicago, así fueron
bautizados y así son históricamente conocidos, fueron:
Engel, Georg (50 años, alemán, tipógrafo), condenado a la horca;
Fielden,Samuel (39 años, inglés, obrero del textil), cadena perpetua;
Fischer, Adolf (30 años, alemán, periodista) a la horca;
Linng, Louis (22 años, alemán, carpintero), a la horca (se suicidó en su celda antes de
ser ejecutada la sentencia);
Neebe, Oscar (36 años, estadounidense, agente comercial), quince años de trabajos forzados;
Parsons, Albert (39 años, estadounidense, periodista), a la horca;
Schwab, Michael (33 años, alemán, tipógrafo), cadena perpetua, y
Spies, Auguste (31 años, alemán, periodista), a la horca.
El juicio y las condenas provocaron un escándalo de alcance internacional,
sobre todo en Alemania, pues cinco de los ocho condenados eran
ciudadanos germanos; otro era inglés y sólo dos, estadounidenses.
Tres años más tarde, el primer congreso de la Internacional Socialista, en
París, decidió que todos los días 1 de mayo se conmemorara el Día de la
Solidaridad Internacional --tal es la denominación original--, que más
tarde pasó a denominarse Día Internacional de la Clase Trabajadora. Ya
recientemente, la mayoría de los sindicatos de casi todos los países han
asumido explícita o implícitamente la supuesta inconveniencia de apelar
al internacionalismo y, además, en muchos casos han retirado el
concepto clase y el título de la conmemoración más habitual es un simple
Día de los Trabajadores. [Durante la dictadura franquista, en España la
denominación oficial era Día del Trabajo]. Sin embargo, en Norteamérica
--incluido Canadá-- el 1 de mayo se celebra el Día de la Ley.
Siete años después de dictar sentencia, el juicio fue oficialmente declarado
nulo y los tres encarcelados fueron liberados.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]