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    ( PCE - ML ) ORGANIZACIÓN Y ORGANIZACIÓN DE CLASE.

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    Mensaje por Trabant Mar Sep 09, 2014 3:54 pm

    Junto a la indeterminación política, la moda pequeñoburguesa del “ciudadanismo” proclama la obsolescencia de la organización de clase, centralizada y permanente: las plataformas ciudadanas, dicen, permiten que la gente (los ciudadanos) participen en sus problemas reales; los partidos son estructuras esclerotizadas que no facilitan la participación de la gente en sus asuntos; los grandes objetivos políticos, los ideales (la ideología), hacen que la ciudadanía pierda interés en los problemas “que tienen solución”; la rigidez de la organización política les aleja de la política, por eso se necesitan formas más flexibles y más difusas de militancia.

    Ahora bien, la tendencia pequeñoburguesa en la organización no es nueva, ni es propia de España. La hemos visto aparecer en otros países, en situaciones de crisis política: Los Verdes alemanes (1), el Partido Radical Transnacional de Marco Pannella en Italia, el Movimiento de los Forajidos en Ecuador (2), son otros tantos ejemplos de “nuevos modelos organizativos”. Su resultado ha quedado probado: se diluyeron o derivaron en formaciones políticas rígidamente centralizadas e implicadas objetivamente en el sostenimiento del capitalismo. Y en todos los casos contribuyeron a desviar al proletariado de su objetivo revolucionario.

    Todos estos ejemplos usaron como banderín de enganche el rechazo a la política y al modelo de partido “tradicionales”, el desprecio a los políticos como casta de técnicos ineficientes, la exaltación de las formas espontáneas de intervención política, la dispersión de sus objetivos, la exacerbación de las formas “democráticas” burguesas y la aceptación del sistema, que únicamente se proponen hacer más eficiente, etc.

    ¿Es necesaria la organización?

    Que la organización centralizada es imprescindible para intervenir en la vida política no lo decimos solo los leninistas. Incluso un abanderado de las formas más dispersas de organización, como J.C. Monedero, señalaba recientemente: «Si alguien en un círculo dice una cosa, otro la contraria en otro lado y cada uno dice lo que le viene en gana… qué bien, qué libres somos, pero esto no es entonces una formación política. …la tensión justa entre ejecución y participación sólo se encuentra de manera dialéctica con mucha deliberación» (entrevista en Público.es, 1/6/2014). Cabría añadir que tras esa fórmula mágica (la deliberación), finalmente, la tensión dialéctica solo puede resolverse con la ejecución de lo acordado; por lo que, al final, su modelo de organización sirve para lo que todos: establecer unas normas de adopción de las decisiones (que necesariamente deben incorporar una estructura orgánica), priorizar los objetivos acordados, controlar su aplicación, garantizar la participación de los militantes y delegar la dirección de los asuntos en órganos específicos (3).

    Claro que la táctica política está sujeta a cambios y, por tanto, es preciso garantizar un debate constante en la organización para adecuarla a las modificaciones que se producen, máxime en situaciones tan fluidas como la actual; pero las decisiones deben ser aplicadas si se quiere hacerlas viables y contrastar su idoneidad con la realidad.

    ¿Es necesaria la organización de clase?

    Para el “ciudadanismo”, la lucha política se reduce a un problema técnico: determinar cuál es la opinión de la mayoría y aplicar su decisión. Se olvida que, en una sociedad dividida en clases, una de ellas (la que ostenta el poder político) impone a las demás no solo un determinado modelo económico, social, cultural, ideológico, etc., sino unas reglas jurídicas e instituciones que condicionan totalmente las relaciones políticas.

    Por esa razón, los intereses de los distintos sectores deben articularse de forma permanente en estructuras orgánicas con reglas claras y unificadas para establecer los objetivos colectivos, de clase. Sólo así podrán expresar en la lucha política sus propias reivindicaciones. Lenin señalaba: «…Los marxistas entienden… que… para que las masas de determinada clase puedan comprender sus intereses y su situación, aprender a aplicar su política, es necesaria, cuanto antes y por encima de todo, la organización de los elementos más avanzados de la clase, aunque al principio sólo constituyan una parte ínfima de la misma».

    Y, si las formas de organización están mediadas por los intereses de la clase a los que sirven, toda organización que se defina a sí misma como ajena a la división de clases podemos calificarla como burguesa, porque sólo la burguesía considera que el modelo social actual, el capitalista, es el único realmente posible, y por lo tanto entiende que no existen intereses de clase que deban organizarse de forma independiente. Esa es la razón por la que la burguesía ve “ciudadanos” y no trabajadores, y considera tanto la organización como la lucha política algo ajeno a la lucha de clases.

    No nos engañemos: la lucha de la clase obrera por su objetivo central, el derrocamiento revolucionario del capitalismo, le enfrenta a una clase, la burguesía, que lleva decenios controlando un poderoso aparato de coerción, tiene a su servicio un ejército de especialistas en las más diversas materias capaces de legislar, crear opinión, intoxicar y desinformar, conoce los “secretos” de la administración, dispone de una red de relaciones e interconexiones internacionales enorme, etc. Y la mejor prueba de lo que decimos la dan los medios de comunicación ligados a sectores “más inteligentes” de la oligarquía, que están promoviendo activamente alguna de estas corrientes pequeñoburguesas, para intentar debilitar la organización independiente del proletariado.

    Por eso, enfrentarse a ella requiere determinación y firmeza políticas y una organización centralizada que las garanticen, que establezca qué objetivos son los prioritarios en cada momento y supedite a ellos los demás, mediante el análisis, la toma de decisiones y el control de su aplicación colectivos y una rígida disciplina consciente que garantice el cumplimiento de los acuerdos, etc. (ver artículo «Sobre el centralismo democrático» en Octubre, nº 74).

    El modelo leninista de partido entiende la organización proletaria como un instrumento que agrupa al sector más lúcido, de vanguardia, del proletariado; como algo más y distinto a una suma de sectores y sensibilidades: su función es dotar de objetivos emancipadores a las luchas parciales, orientándolas hacia la superación revolucionaria del capitalismo, dirigir y centralizar todos los esfuerzos hacia este objetivo. Puede, por tanto, llegar a acuerdos tácticos con otras organizaciones ajenas a la clase obrera, pero no diluirse en ellos.

    Sin embargo, para los oportunistas de todo tipo, no existe una identidad única para toda la clase y, por tanto, la organización central y centralizada, expresión de esa identidad de clase, se fragmenta en una suma de identidades parciales que se constituyen en centro del interés y de la actividad de cada militante. Y esta dispersión de objetivos tiene una lógica relación con la renuncia de todas estas corrientes al objetivo central del proletariado, que es la superación del capitalismo.

    El modelo leninista es, por esa razón, centro de los ataques de las diversas corrientes oportunistas y pequeñoburguesas que intervienen en el campo popular. Frente a la organización centralizada, ellas levantan el “libre pensamiento”, la dispersión organizativa, la militancia sin compromiso, con asambleas decisorias “no presenciales” u otras fórmulas de moda según los tiempos; frente a los principios de clase, ellas propugnan el interclasismo: tendencias todas que llevan a la inoperancia o a una mayor centralización, por cuanto no garantizan unas reglas claras que permitan al militante participar realmente en la vida orgánica.

    Alguna de estas corrientes se define como “anticapitalista”, pero no se plantean la superación revolucionaria del capitalismo, sino únicamente su reforma: solo quieren corregir sus imperfecciones, volver, como señalaba Lenin, al capitalismo “bueno” de libre competencia que respeta las libertades democráticas (esa fue la bandera de la burguesía en su lucha contra el Antiguo Régimen, hasta que logró controlar el estado y convertirlo en su instrumento de dominación de clase). Para evitar las crisis y recuperar la normalidad democrática, basta con atajar las imperfecciones concretas del capitalismo: no es necesario destruirlo, basta con eliminar la casta ineficiente que sirve al estado capitalista, castigar la ineficiencia de los “políticos”, y establecer métodos novedosos para que opine la mayoría. No comprenden (o no quieren comprender) que, para garantizar estas cuestiones, es preciso ejercer una presión política contra la minoría oligárquica y echar abajo el régimen que sustenta su dominio.

    ¿Es más democrático el modelo disperso de organización?

    No faltan experiencias históricas de que la aparente libertad orgánica del anarquismo, por ejemplo, contradice frontalmente su obsesión conspirativa, que le llevó, ya en los albores de la organización proletaria, en el s. XIX, a depender de pequeños núcleos de activistas y de la personalidad de un reducidísimo número de dirigentes. Su tendencia a la dispersión y su rechazo de la lucha política condujeron, por otra parte, a dolorosas derrotas frente al enemigo de clase.

    Tampoco faltan ejemplos recientes que apuntan en ese mismo sentido. Así, en España, tras la muerte de Franco, conforme la izquierda “marxista” abandonaba el principio leninista de organización, fue imponiéndose un modelo más liberal (en el pleno sentido burgués del término). En él, cada “jefe de filas” marcaba su propia línea y establecía compromisos con sus pares, formando familias y capillas que han terminado por minar la vida democrática interna; los grupos de representación institucional se independizaron del control de la organización (si cada “barón” era libre de decidir si aplicaba o no los acuerdos colectivos, ¿por qué razón los diputados o alcaldes debían sujetarse a ellos?), y terminaron controlando la actividad política de la organización, etc.

    En definitiva, desde hace muchos años, amparado en una liberalización formal de la militancia, en un relajamiento de la disciplina, se impuso en realidad un modelo de organización disperso, en el que cada militante tenía formalmente la posibilidad de intervenir sin sujetarse a ningún cauce orgánico, pero el control real y efectivo pasaba cada vez en mayor medida a un aparato reducido y dividido, sin objetivos comunes: un modelo antidemocrático, además de ineficaz.

    Frente a las modas que diluyen la fuerza política del proletariado en una indeterminación constante y pretenden convertir su organización en un instrumento inútil, los comunistas no debemos olvidar ni por un instante lo que señalaba Lenin: «la inevitabilidad de la lucha de clase del proletariado por el socialismo contra la burguesía y la pequeña burguesía más democráticas y republicanas… de la que se desprende la necesidad absoluta de que tenga un partido propio, independiente y rigurosamente clasista» (Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática). Política y organización de clase son conceptos dialécticamente relacionados.



    (1) La evolución del Partido Verde alemán queda perfectamente definida al decir que, nacida como una formación ecopacifista, fue un ministro de ese partido, Joschka Fischer, el que ordenó el despliegue de un contingente militar alemán para intervenir en acciones de combate fuera de sus fronteras, por primera vez desde la II Guerra Mundial.

    (2) En Ecuador, al calor de la lucha popular contra Lucio Gutiérrez, se aireó el éxito (que resultó efímero) de un movimiento pretendidamente “espontáneo”, contra la tiranía de la partitocracia. Este movimiento de los Forajidos, potenciado y articulado por la socialdemocracia y la democracia cristiana, con medios controlados por la burguesía (radios, periódicos, etc.), fue saludado por algunas fuerzas españolas de izquierda como ejemplo de una nueva corriente política capaz de articular a las más amplias masas populares y situarlas bajo la dirección de “movimientos sociales” libres del control de los partidos “tradicionales”. Terminó preparando el terreno para que Rafael Correa y su “revolución ciudadana” dirigida por el “Movimiento Alianza País”, se hicieran con el gobierno de Ecuador, sobre unas bases “ciudadanistas”. La política populista de Correa ha ido derivando paulatinamente hacia formas autoritarias y la represión de las organizaciones de la clase obrera ecuatoriana son una constante de su actuación.

    (3) «…Corresponde a la Asamblea Ciudadana Estatal, o los órganos en los que delegue, todas las decisiones relativas a las líneas básicas de acción política general, los objetivos organizativos, las vías de financiación, la representación…, la planificación de las estrategias electorales en todos los niveles territoriales, la definición de acuerdos o eventuales alianzas con otros grupos sociales o políticos». Principios Organizativos de Podemos. Pre-borrador, punto 9 (el subrayado es nuestro).

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