De qué hablamos cuando hablamos de religión
publicado en 2008 en el blog argentino El jinete insomne
En un artículo aparecido en diciembre de 2007 en el semanario italiano "L'espresso", con el título de "Un mundo sin religiones", Umberto Eco, partiendo de la idea de -entre otros- Niccoló Maquiavelo (1469-1527) y Jean Jacques Rousseau (1712-1778) acerca de una "religión civil" de los romanos entendida como un conjunto de creencias y deberes capaces de mantener unida a la sociedad, señaló que a partir de esa concepción, en sí misma virtuosa, se llegaba fácilmente a la idea de la religión como un instrumento que es usado por un poder político para tener controlados a sus propios súbditos.
"La idea ya estaba presente en autores que conocieron la religión civil de los romanos" -dice Eco, y cita al historiador griego Polibio de Megalópolis (200 a.C.-118 a.C.): "En una nación formada sólo por gente sabia sería inútil recurrir a medios como estos, pero como la multitud, por su naturaleza voluble y sometida, tiene pasiones de todo género, deseos irrefrenables, ira violenta, no queda más alternativa que contenerla con aparatos diversos y con temores misteriosos".
Varios siglos después, el filósofo holandés Baruch Spinoza (1632-1677) opinó sobre este instrumento en su "Tractatus theologico politicus" (Tratado teológico político, 1670): "Es cierto que el secreto más grande y el máximo interés del régimen monárquico consiste en mantener a los hombres en el engaño y en esconder bajo el especioso nombre de religión el miedo con el que deben tenerse sometidos, para que combatan por su esclavitud como si fuese su salvación. Por otro lado se verá que en una comunidad libre, no se podría ni pensar ni intentar nada más funesto".
Karl Marx (1818-1883) en "Zur kritik der Hegelschen rechtsphilosophie" (Contribución a la crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, 1844) lanzó su celebérrima definición: "la religión es el opio de los pueblos", y sesenta y cinco años más tarde, en el periódico "Iskra" n° 16 del 14 de febrero de 1909, Vladimir Lenin (1870-1924) publicó un artículo titulado "Para qué sirve la religión", en el que, entre otras cosas, puede leerse: "Gracias a la religión, tememos y evitamos el pecado y cumplimos nuestras obligaciones sin quejarnos, por severas que puedan ser, porque hallamos la fuerza y el valor para conllevar las penas y las privaciones y no caer en la tentación del orgullo en tiempos de triunfo y prosperidad". Más adelante, Lenin ironiza: "Así que de eso se trata, ¿no? ¡La fe ortodoxa les es cara porque les enseña a soportar la desdicha con estoicismo! ¡Que fe provechosa, en realidad… para las clases gobernantes!. En una sociedad organizada de forma que una insignificante minoría goza de la riqueza y del poder, en tanto que las masas sufren constantemente privaciones y soportan severas obligaciones, es completamente natural para los explotadores el que simpaticen con la religión que nos enseña a conllevar estoicamente las penas del infierno en la tierra, en la esperanza de ganar un pretendido paraíso en el cielo. Escuchad, ¿no comprenden que, gracias a esta ilusión, ellos comen bien, duermen apaciblemente y viven felices y contentos. ¡Esta es la sagrada verdad!. Así es, en efecto. Es gracias a la vasta propagación de las ilusiones religiosas entre las masas del pueblo como todos nuestros capitalistas que viven del trabajo de estas masas, pueden dormir tranquilos".
Sumamente categórico, el psicólogo estadounidense William James (1842-1910), aseveró en "The varieties of religious experience" (La diversidad de la experiencia religiosa, 1902) que: "la religión, en resumen, es un monumental capítulo del egoísmo humano". Un siglo después, el escritor portugués José Saramago (1922), manifestó que "las religiones, todas sin excepción, lejos de servir para unir y reconciliar a los hombres, por el contrario, han sido y siguen siendo causa de sufrimientos inenarrables, de estragos, de monstruosa violencia física y espiritual, que constituyen uno de los más tenebrosos capítulos de la mísera historia humana".
Umberto Eco señala que el papa Benedicto XVI en su encíclica "Spe salvi" de noviembre de 2007, en cierto modo le contesta al premio Nobel de Literatura en 1998, al decir que "el ateísmo de los siglos XIX y XX, aunque se presentaba como protesta contra las injusticias del mundo y de la historia universal, hizo que de tales premisas hayan resultado las más grandes crueldades y violaciones de la justicia". "Tengo la sospecha -continúa el semiólogo italiano- de que Ratzinger pensaba en esos ateos de Lenin y Stalin, pero olvidaba que en las banderas nazis estaba escrito 'Gott mit uns' (Dios con nosotros), que falanges de capellanes militares bendecían a los gallardetes fascistas, que el masacrador Francisco Franco estaba inspirado en principios religiosos y era sostenido por los Guerreros de Cristo Rey, que católicos y protestantes se masacraron alegremente durante años y años, que tanto los cruzados como sus adversarios estaban motivados por razones religiosas, que por defender la religión romana se lanzó a los cristianos a los leones, que por razones religiosas se han quemado muchos en la hoguera, que son religiosísimos los fundamentalistas musulmanes, los que atentaron contra las Torres Gemelas, Osama y los talibanes que bombardearon el Buda, que por razones religiosas se enfrentan India y Paquistán y que, en fin, invocando 'God bless America', Bush invadió Irak".
La religión, evidentemente, no es un credo inofensivo, y puede pasar a ser una estupidez letalmente peligrosa. Peligrosa porque le da a los creyentes una confianza ciega en su propia rectitud, imprimiéndoles el falso coraje de matarse a sí mismos, lo que automáticamente elimina las barreras para matar a otros. Peligrosa porque les inculca enemistad hacia otras personas etiquetadas como diferentes -y hasta enemigas- únicamente por una diferencia en sus tradiciones heredadas. Y peligrosa porque todos hemos adquirido un extraño respeto que protege con exclusividad a la religión de la crítica común y corriente. Es común ver a la religión como una actividad inocente, un manojo de creencias que carecen de toda evidencia, pero completamente inofensivo. La idea más corriente es aceptar que mucha gente necesita una especie de consuelo, una clase de credo donde apoyarse en determinados momentos de su vida. Evidentemente hay muchas razones para la persistencia de las creencias religiosas; su función moral seguramente es de gran significancia. Porque incluso aunque la adoración a algún dios en cualquiera de sus versiones -cristiana, musulmana, judía, hinduísta, etc.- no haya sido derrotada por la modernidad, las instituciones religiosas tienen otra función principal, como lo es la de suministrar un sistema de reglas y normas de conducta por medio de los Diez Mandamientos, el Sermón de la Montaña, las Virtudes del Corán o las Cuatro Nobles Verdades Budistas.
Las religiones no son simplemente un sistema de creencias, también definen un modo de vida. En ellas están las normas de conducta que regulan las formas de comportamiento. Ellas pueden gobernar la relación entre los sexos y determinar qué conducta sexual es virtuosa o pecaminosa, lo que también se aplica a la estructura de la familia, delineando el rol apropiado del padre, la madre y los hijos. De la misma manera, operan sobre las instituciones sociales complejas, las cuales introducen tabúes y fobias.
Además, las ideas religiosas de salvación, cielo, resurrección, juicio final, etc., son profundamente problemáticas y la vida siguiendo estas ideas es absurda en términos de la definición ordinaria del diccionario (Absurdo: dicho o hecho contrario a la razón o al buen sentido; disparatado). Asimismo, si nos atenemos a los análisis filosóficos de lo absurdo realizados, por ejemplo, por el francés Albert Camus (1913-1960) en "Le mythe de Sisyphe" (El mito de Sísifo, 1942) y por el norteamericano Thomas Nagel (1937-1999) en "The Absurd" (Lo absurdo, 1971), parece estar demostrado que la religiosidad no es mejor que el ateísmo.
El biólogo británico Richard Dawkins (1941) afirma en "Viruses of the mind" (Los virus de la mente, 1991): "La conducta religiosa puede ser una falla, una manifestación desafortunada de una propensión psicológica subyacente que en otras circunstancias fue una vez útil. La selección darwiniana establece que el cerebro en la niñez tiene una tendencia a creer en sus ancianos, a imitar, por lo tanto, indirectamente, a extender rumores, leyendas urbanas y a creer en religiones. La selección natural construye los cerebros de los niños con una tendencia a creer lo que sus padres y ancianos de la tribu les digan. Y esta cualidad los hace automáticamente vulnerables a la infección. Por excelentes razones de supervivencia, los cerebros de los niños necesitan confiar en sus padres y en los ancianos a los cuales sus padres les dijeron que debían confiar".
En "The God delusion" (La ilusión de Dios, 2006), el mismo Dawkins profundiza: "La gente cree ciertas cosas sólo porque mucha gente ha creído lo mismo durante siglos. Eso es la tradición. El problema con la tradición es que, por muy antigua que sea una historia, es igual de cierta o de falsa que cuando se inventó la idea original. Si uno se inventa una historia que no es verdad, no se hará más verdadera porque se trasmita durante siglos, por muchos siglos que sean".
Es el caso, por ejemplo, del don de la Torá a Moisés en el monte Sinaí, del advenimiento de Cristo o de la aparición del arcángel Gabriel a Mahoma. Resulta absolutamente comprensible que una persona crea en algo a raíz de las evidencias irrefutables que tenga a su favor aunque no lo comprenda claramente. Por ejemplo, muchísima gente desconoce que el aparato digestivo es un conjunto de órganos –entre ellos el estómago- que se encargan del proceso de la transformación de glúcidos, lípidos y proteínas a través de las enzimas, para que puedan ser absorbidos y utilizados por las células del organismo. Tampoco entiende el fenómeno que hace posible la transmisión y recepción de las ondas de radio, la difusión de pulsos eléctricos de audio y vídeo que son convertidos en figuras y sonido televisados. Sin embargo, a nadie se le ocurriría negar la existencia del estómago porque no entiende su funcionamiento y hasta el mayor analfabeto cree en la realidad de la radio y la televisión. Estos ejemplos podrían considerarse misterios, pero no tiene sentido negar su existencia o ridiculizar a quienes creen en ellos ya que están basados y fundamentados en evidencias irrefutables.
Del mismo modo se acepta que pueda existir una actitud mucho más indulgente en relación con muchos misterios que existen en forma de dogmas religiosos. Un gran número de seres humanos creen en tales dogmas sin ser capaces de entenderlos o explicarlos. Heredan tales doctrinas a través de las sucesivas generaciones y aceptan sin más lo que contienen. Cuando en estos dogmas religiosos aparecen contradicciones, ninguna excusa es aceptable, con el argumento de que la creencia en los misterios sorprendentes también nos proporciona justificación para creer en las paradojas.
Se puede creer en algo que no se entiende, pero no se puede creer en algo que es contradictorio consigo mismo. Por ejemplo, se puede no entender como funciona una llave de luz, pero no se puede creer que cuando la luz está apagada simultáneamente está encendida. No se trataría de un dogma misterioso sino de una simple y manifiesta contradicción. Cuando existe alguna contradicción entre dos o más atributos de Dios, o cuando existe inconsistencia entre su supuesta palabra y sus pretendidos actos, se transgreden ampliamente los límites del misterio para pasar a los de la fantasía.
Hubo un principio y habrá un fin, dicen las diversas historias "sagradas". Esta concepción de la historia, que desemboca en un pretendido Juicio Final, genera una angustia personal y colectiva cuyas implicaciones políticas pueden ser temibles. Mientras que las ciencias modernas, la Historia, la Geología, la Biología y la Física no han conseguido convencer a los creyentes, bastan las palabras de imanes, califas, rabinos, obispos, papas, patriarcas, pastores, etc. para que miles de personas crean que un arcángel descendió a la tierra para traer mensajes celestiales; que otro dejó embarazada a una virgen que parió a un hombre que luego fue asesinado, resucitó y ascendió a los cielos; que el primer hombre fue creado con barro y la primera mujer con una costilla de aquél o que Dios es un ser único que existe simultáneamente como tres personas distintas.
Invariablemente, el creyente de una religión considera a la suya como la más tolerante y cree que toda la población del planeta excepto aquellos con los que comparte creencias, sin contar a los de las sectas rivales, pasarán la eternidad en un infierno de sufrimiento infinito."Si me pregunto qué es la religión -dijo Albert Einstein (1879-1955)- no logro encontrar una respuesta adecuada. Así, pues, en lugar de plantear qué es la religión, preferiría elucidar lo que caracteriza las aspiraciones de una persona que a mi me parece religiosa".
Las aspiraciones de la Iglesia Católica, por ejemplo, son, entre otras, administrar las inversiones en los bancos Morgan, Chase Manhatann, Allianz, BNP Paribas, Royal Bank of Scotland, Lloyds, First National Bank of New York, Bankers Trust Company, Santander y Credit Suisse o en las poderosas corporaciones internacionales Gulf Oil, Shell, General Motors, Betlehem Steel, Telefónica, Repsol YPF, Pfizer, General Electric, IBM, TWA o Endesa. Y por supuesto, manejar las donaciones que llegan de todas partes del mundo para afrontar los gastos originados por el elevado costo de las indemnizaciones pagadas por abusos sexuales y el aumento de las relaciones diplomáticas de la Santa Sede.
Por otra parte, la afluencia de petrodólares, que debería significar un avance del progreso moderno en los dominios del Islam, no parece haber eliminado esta parálisis. Sólo un puñado de emires, sheiks y sultanes derrocha millones en lujos exhibicionistas, en general de mal gusto y frecuentemente inmorales, mientras la masa de la población -siguiendo las enseñanzas del profeta- vegeta a la sombra del festín de los millonarios.
En cuanto a la relación de la religión judía con el mundo del dinero, al repasar los últimos tres milenios de su historia económica, política y religiosa, se advierte la omnipresencia de príncipes, banqueros y mercaderes que financiaron el nacimiento del capitalismo, se convirtieron a través de algunos de sus hijos, en su principal agente y también en su primer banquero. Los libros del Antiguo Testamento se corresponden aproximadamente con el Tanaj judío. En uno de ellos puede leerse: "Y tu prestarás a muchas naciones y tu no pedirás prestado. Y tu reinarás sobre muchas naciones y ellas no reinarán sobre ti" (Deuteronomio 15.16). Allí, la usura es definida como un método para ganar poder sobre otra gente: "Tu prestarás a muchas naciones y el Señor te hará la cabeza y no la cola y solamente tu estarás arriba y tu no estarás debajo" (Deuteronomio 28.12).
Marx, en "Zur judenfrage" (La cuestión judía, 1843) argumenta: "¿Cuál es la mundana razón de ser del judaísmo?. La necesidad práctica del judaísmo es el egoísmo. ¿Cuál es la religión mundana de los judíos?. Es el regateo mezquino del vendedor ambulante. ¿Cuál es su Dios mundano?. Es el dinero. Así que en el judaísmo reconocemos un fenómeno contemporáneo universal antisocial, que ha llegado a su presente estado a través de un proceso de desarrollo histórico con el cual los judíos han cooperado celosamente. Los judíos se han emancipado a la manera judía. No sólo han dominado el poder del dinero sino que el dinero se ha convertido en un poder mundial. El dinero es el más celoso Dios de Israel y ningún otro dios puede competir con él. El dinero degrada a todos los dioses humanos y los transforma en mercancías. El dinero es el valor universal de todo. El Dios de los Judíos se ha secularizado y se ha transformado en un Dios Mundial. La tasa de cambio es el Dios real de los judíos. El judaísmo llega a su clímax en la consumación de la sociedad burguesa y la sociedad burguesa ha llegado a su punto más alto en el mundo cristiano".
No hace falta ser tan tajante. Existe un axioma contemporáneo que expresa que si alguien dice que los cristianos tienen poder, dice sencillamente que los cristianos tienen poder. Lo mismo para los musulmanes, los budistas o los hindúes. Ahora bien, si alguien dice que los judíos tienen poder, automáticamente se convierte en un antisemita.
El poeta cubano Cintio Vitier (1921), ganador del premio Juan Rulfo 2002 ha dicho: "Solo hay dos cosas: comercio y poesía". A la luz de los hechos, si nos atenemos a esta definición, muy lejos parecen estar las religiones de la poesía, así que lo más probable es que sólo sean un mero comercio.
publicado en 2008 en el blog argentino El jinete insomne
En un artículo aparecido en diciembre de 2007 en el semanario italiano "L'espresso", con el título de "Un mundo sin religiones", Umberto Eco, partiendo de la idea de -entre otros- Niccoló Maquiavelo (1469-1527) y Jean Jacques Rousseau (1712-1778) acerca de una "religión civil" de los romanos entendida como un conjunto de creencias y deberes capaces de mantener unida a la sociedad, señaló que a partir de esa concepción, en sí misma virtuosa, se llegaba fácilmente a la idea de la religión como un instrumento que es usado por un poder político para tener controlados a sus propios súbditos.
"La idea ya estaba presente en autores que conocieron la religión civil de los romanos" -dice Eco, y cita al historiador griego Polibio de Megalópolis (200 a.C.-118 a.C.): "En una nación formada sólo por gente sabia sería inútil recurrir a medios como estos, pero como la multitud, por su naturaleza voluble y sometida, tiene pasiones de todo género, deseos irrefrenables, ira violenta, no queda más alternativa que contenerla con aparatos diversos y con temores misteriosos".
Varios siglos después, el filósofo holandés Baruch Spinoza (1632-1677) opinó sobre este instrumento en su "Tractatus theologico politicus" (Tratado teológico político, 1670): "Es cierto que el secreto más grande y el máximo interés del régimen monárquico consiste en mantener a los hombres en el engaño y en esconder bajo el especioso nombre de religión el miedo con el que deben tenerse sometidos, para que combatan por su esclavitud como si fuese su salvación. Por otro lado se verá que en una comunidad libre, no se podría ni pensar ni intentar nada más funesto".
Karl Marx (1818-1883) en "Zur kritik der Hegelschen rechtsphilosophie" (Contribución a la crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, 1844) lanzó su celebérrima definición: "la religión es el opio de los pueblos", y sesenta y cinco años más tarde, en el periódico "Iskra" n° 16 del 14 de febrero de 1909, Vladimir Lenin (1870-1924) publicó un artículo titulado "Para qué sirve la religión", en el que, entre otras cosas, puede leerse: "Gracias a la religión, tememos y evitamos el pecado y cumplimos nuestras obligaciones sin quejarnos, por severas que puedan ser, porque hallamos la fuerza y el valor para conllevar las penas y las privaciones y no caer en la tentación del orgullo en tiempos de triunfo y prosperidad". Más adelante, Lenin ironiza: "Así que de eso se trata, ¿no? ¡La fe ortodoxa les es cara porque les enseña a soportar la desdicha con estoicismo! ¡Que fe provechosa, en realidad… para las clases gobernantes!. En una sociedad organizada de forma que una insignificante minoría goza de la riqueza y del poder, en tanto que las masas sufren constantemente privaciones y soportan severas obligaciones, es completamente natural para los explotadores el que simpaticen con la religión que nos enseña a conllevar estoicamente las penas del infierno en la tierra, en la esperanza de ganar un pretendido paraíso en el cielo. Escuchad, ¿no comprenden que, gracias a esta ilusión, ellos comen bien, duermen apaciblemente y viven felices y contentos. ¡Esta es la sagrada verdad!. Así es, en efecto. Es gracias a la vasta propagación de las ilusiones religiosas entre las masas del pueblo como todos nuestros capitalistas que viven del trabajo de estas masas, pueden dormir tranquilos".
Sumamente categórico, el psicólogo estadounidense William James (1842-1910), aseveró en "The varieties of religious experience" (La diversidad de la experiencia religiosa, 1902) que: "la religión, en resumen, es un monumental capítulo del egoísmo humano". Un siglo después, el escritor portugués José Saramago (1922), manifestó que "las religiones, todas sin excepción, lejos de servir para unir y reconciliar a los hombres, por el contrario, han sido y siguen siendo causa de sufrimientos inenarrables, de estragos, de monstruosa violencia física y espiritual, que constituyen uno de los más tenebrosos capítulos de la mísera historia humana".
Umberto Eco señala que el papa Benedicto XVI en su encíclica "Spe salvi" de noviembre de 2007, en cierto modo le contesta al premio Nobel de Literatura en 1998, al decir que "el ateísmo de los siglos XIX y XX, aunque se presentaba como protesta contra las injusticias del mundo y de la historia universal, hizo que de tales premisas hayan resultado las más grandes crueldades y violaciones de la justicia". "Tengo la sospecha -continúa el semiólogo italiano- de que Ratzinger pensaba en esos ateos de Lenin y Stalin, pero olvidaba que en las banderas nazis estaba escrito 'Gott mit uns' (Dios con nosotros), que falanges de capellanes militares bendecían a los gallardetes fascistas, que el masacrador Francisco Franco estaba inspirado en principios religiosos y era sostenido por los Guerreros de Cristo Rey, que católicos y protestantes se masacraron alegremente durante años y años, que tanto los cruzados como sus adversarios estaban motivados por razones religiosas, que por defender la religión romana se lanzó a los cristianos a los leones, que por razones religiosas se han quemado muchos en la hoguera, que son religiosísimos los fundamentalistas musulmanes, los que atentaron contra las Torres Gemelas, Osama y los talibanes que bombardearon el Buda, que por razones religiosas se enfrentan India y Paquistán y que, en fin, invocando 'God bless America', Bush invadió Irak".
La religión, evidentemente, no es un credo inofensivo, y puede pasar a ser una estupidez letalmente peligrosa. Peligrosa porque le da a los creyentes una confianza ciega en su propia rectitud, imprimiéndoles el falso coraje de matarse a sí mismos, lo que automáticamente elimina las barreras para matar a otros. Peligrosa porque les inculca enemistad hacia otras personas etiquetadas como diferentes -y hasta enemigas- únicamente por una diferencia en sus tradiciones heredadas. Y peligrosa porque todos hemos adquirido un extraño respeto que protege con exclusividad a la religión de la crítica común y corriente. Es común ver a la religión como una actividad inocente, un manojo de creencias que carecen de toda evidencia, pero completamente inofensivo. La idea más corriente es aceptar que mucha gente necesita una especie de consuelo, una clase de credo donde apoyarse en determinados momentos de su vida. Evidentemente hay muchas razones para la persistencia de las creencias religiosas; su función moral seguramente es de gran significancia. Porque incluso aunque la adoración a algún dios en cualquiera de sus versiones -cristiana, musulmana, judía, hinduísta, etc.- no haya sido derrotada por la modernidad, las instituciones religiosas tienen otra función principal, como lo es la de suministrar un sistema de reglas y normas de conducta por medio de los Diez Mandamientos, el Sermón de la Montaña, las Virtudes del Corán o las Cuatro Nobles Verdades Budistas.
Las religiones no son simplemente un sistema de creencias, también definen un modo de vida. En ellas están las normas de conducta que regulan las formas de comportamiento. Ellas pueden gobernar la relación entre los sexos y determinar qué conducta sexual es virtuosa o pecaminosa, lo que también se aplica a la estructura de la familia, delineando el rol apropiado del padre, la madre y los hijos. De la misma manera, operan sobre las instituciones sociales complejas, las cuales introducen tabúes y fobias.
Además, las ideas religiosas de salvación, cielo, resurrección, juicio final, etc., son profundamente problemáticas y la vida siguiendo estas ideas es absurda en términos de la definición ordinaria del diccionario (Absurdo: dicho o hecho contrario a la razón o al buen sentido; disparatado). Asimismo, si nos atenemos a los análisis filosóficos de lo absurdo realizados, por ejemplo, por el francés Albert Camus (1913-1960) en "Le mythe de Sisyphe" (El mito de Sísifo, 1942) y por el norteamericano Thomas Nagel (1937-1999) en "The Absurd" (Lo absurdo, 1971), parece estar demostrado que la religiosidad no es mejor que el ateísmo.
El biólogo británico Richard Dawkins (1941) afirma en "Viruses of the mind" (Los virus de la mente, 1991): "La conducta religiosa puede ser una falla, una manifestación desafortunada de una propensión psicológica subyacente que en otras circunstancias fue una vez útil. La selección darwiniana establece que el cerebro en la niñez tiene una tendencia a creer en sus ancianos, a imitar, por lo tanto, indirectamente, a extender rumores, leyendas urbanas y a creer en religiones. La selección natural construye los cerebros de los niños con una tendencia a creer lo que sus padres y ancianos de la tribu les digan. Y esta cualidad los hace automáticamente vulnerables a la infección. Por excelentes razones de supervivencia, los cerebros de los niños necesitan confiar en sus padres y en los ancianos a los cuales sus padres les dijeron que debían confiar".
En "The God delusion" (La ilusión de Dios, 2006), el mismo Dawkins profundiza: "La gente cree ciertas cosas sólo porque mucha gente ha creído lo mismo durante siglos. Eso es la tradición. El problema con la tradición es que, por muy antigua que sea una historia, es igual de cierta o de falsa que cuando se inventó la idea original. Si uno se inventa una historia que no es verdad, no se hará más verdadera porque se trasmita durante siglos, por muchos siglos que sean".
Es el caso, por ejemplo, del don de la Torá a Moisés en el monte Sinaí, del advenimiento de Cristo o de la aparición del arcángel Gabriel a Mahoma. Resulta absolutamente comprensible que una persona crea en algo a raíz de las evidencias irrefutables que tenga a su favor aunque no lo comprenda claramente. Por ejemplo, muchísima gente desconoce que el aparato digestivo es un conjunto de órganos –entre ellos el estómago- que se encargan del proceso de la transformación de glúcidos, lípidos y proteínas a través de las enzimas, para que puedan ser absorbidos y utilizados por las células del organismo. Tampoco entiende el fenómeno que hace posible la transmisión y recepción de las ondas de radio, la difusión de pulsos eléctricos de audio y vídeo que son convertidos en figuras y sonido televisados. Sin embargo, a nadie se le ocurriría negar la existencia del estómago porque no entiende su funcionamiento y hasta el mayor analfabeto cree en la realidad de la radio y la televisión. Estos ejemplos podrían considerarse misterios, pero no tiene sentido negar su existencia o ridiculizar a quienes creen en ellos ya que están basados y fundamentados en evidencias irrefutables.
Del mismo modo se acepta que pueda existir una actitud mucho más indulgente en relación con muchos misterios que existen en forma de dogmas religiosos. Un gran número de seres humanos creen en tales dogmas sin ser capaces de entenderlos o explicarlos. Heredan tales doctrinas a través de las sucesivas generaciones y aceptan sin más lo que contienen. Cuando en estos dogmas religiosos aparecen contradicciones, ninguna excusa es aceptable, con el argumento de que la creencia en los misterios sorprendentes también nos proporciona justificación para creer en las paradojas.
Se puede creer en algo que no se entiende, pero no se puede creer en algo que es contradictorio consigo mismo. Por ejemplo, se puede no entender como funciona una llave de luz, pero no se puede creer que cuando la luz está apagada simultáneamente está encendida. No se trataría de un dogma misterioso sino de una simple y manifiesta contradicción. Cuando existe alguna contradicción entre dos o más atributos de Dios, o cuando existe inconsistencia entre su supuesta palabra y sus pretendidos actos, se transgreden ampliamente los límites del misterio para pasar a los de la fantasía.
Hubo un principio y habrá un fin, dicen las diversas historias "sagradas". Esta concepción de la historia, que desemboca en un pretendido Juicio Final, genera una angustia personal y colectiva cuyas implicaciones políticas pueden ser temibles. Mientras que las ciencias modernas, la Historia, la Geología, la Biología y la Física no han conseguido convencer a los creyentes, bastan las palabras de imanes, califas, rabinos, obispos, papas, patriarcas, pastores, etc. para que miles de personas crean que un arcángel descendió a la tierra para traer mensajes celestiales; que otro dejó embarazada a una virgen que parió a un hombre que luego fue asesinado, resucitó y ascendió a los cielos; que el primer hombre fue creado con barro y la primera mujer con una costilla de aquél o que Dios es un ser único que existe simultáneamente como tres personas distintas.
Invariablemente, el creyente de una religión considera a la suya como la más tolerante y cree que toda la población del planeta excepto aquellos con los que comparte creencias, sin contar a los de las sectas rivales, pasarán la eternidad en un infierno de sufrimiento infinito."Si me pregunto qué es la religión -dijo Albert Einstein (1879-1955)- no logro encontrar una respuesta adecuada. Así, pues, en lugar de plantear qué es la religión, preferiría elucidar lo que caracteriza las aspiraciones de una persona que a mi me parece religiosa".
Las aspiraciones de la Iglesia Católica, por ejemplo, son, entre otras, administrar las inversiones en los bancos Morgan, Chase Manhatann, Allianz, BNP Paribas, Royal Bank of Scotland, Lloyds, First National Bank of New York, Bankers Trust Company, Santander y Credit Suisse o en las poderosas corporaciones internacionales Gulf Oil, Shell, General Motors, Betlehem Steel, Telefónica, Repsol YPF, Pfizer, General Electric, IBM, TWA o Endesa. Y por supuesto, manejar las donaciones que llegan de todas partes del mundo para afrontar los gastos originados por el elevado costo de las indemnizaciones pagadas por abusos sexuales y el aumento de las relaciones diplomáticas de la Santa Sede.
Por otra parte, la afluencia de petrodólares, que debería significar un avance del progreso moderno en los dominios del Islam, no parece haber eliminado esta parálisis. Sólo un puñado de emires, sheiks y sultanes derrocha millones en lujos exhibicionistas, en general de mal gusto y frecuentemente inmorales, mientras la masa de la población -siguiendo las enseñanzas del profeta- vegeta a la sombra del festín de los millonarios.
En cuanto a la relación de la religión judía con el mundo del dinero, al repasar los últimos tres milenios de su historia económica, política y religiosa, se advierte la omnipresencia de príncipes, banqueros y mercaderes que financiaron el nacimiento del capitalismo, se convirtieron a través de algunos de sus hijos, en su principal agente y también en su primer banquero. Los libros del Antiguo Testamento se corresponden aproximadamente con el Tanaj judío. En uno de ellos puede leerse: "Y tu prestarás a muchas naciones y tu no pedirás prestado. Y tu reinarás sobre muchas naciones y ellas no reinarán sobre ti" (Deuteronomio 15.16). Allí, la usura es definida como un método para ganar poder sobre otra gente: "Tu prestarás a muchas naciones y el Señor te hará la cabeza y no la cola y solamente tu estarás arriba y tu no estarás debajo" (Deuteronomio 28.12).
Marx, en "Zur judenfrage" (La cuestión judía, 1843) argumenta: "¿Cuál es la mundana razón de ser del judaísmo?. La necesidad práctica del judaísmo es el egoísmo. ¿Cuál es la religión mundana de los judíos?. Es el regateo mezquino del vendedor ambulante. ¿Cuál es su Dios mundano?. Es el dinero. Así que en el judaísmo reconocemos un fenómeno contemporáneo universal antisocial, que ha llegado a su presente estado a través de un proceso de desarrollo histórico con el cual los judíos han cooperado celosamente. Los judíos se han emancipado a la manera judía. No sólo han dominado el poder del dinero sino que el dinero se ha convertido en un poder mundial. El dinero es el más celoso Dios de Israel y ningún otro dios puede competir con él. El dinero degrada a todos los dioses humanos y los transforma en mercancías. El dinero es el valor universal de todo. El Dios de los Judíos se ha secularizado y se ha transformado en un Dios Mundial. La tasa de cambio es el Dios real de los judíos. El judaísmo llega a su clímax en la consumación de la sociedad burguesa y la sociedad burguesa ha llegado a su punto más alto en el mundo cristiano".
No hace falta ser tan tajante. Existe un axioma contemporáneo que expresa que si alguien dice que los cristianos tienen poder, dice sencillamente que los cristianos tienen poder. Lo mismo para los musulmanes, los budistas o los hindúes. Ahora bien, si alguien dice que los judíos tienen poder, automáticamente se convierte en un antisemita.
El poeta cubano Cintio Vitier (1921), ganador del premio Juan Rulfo 2002 ha dicho: "Solo hay dos cosas: comercio y poesía". A la luz de los hechos, si nos atenemos a esta definición, muy lejos parecen estar las religiones de la poesía, así que lo más probable es que sólo sean un mero comercio.