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    El deporte en el capitalismo - Corriente Comunista Internacional - año 2013

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    Mensaje por lolagallego Vie Feb 12, 2021 11:07 pm

    El deporte en el capitalismo

    Corriente Comunista Internacional - año 2013


    •tres artículos:

    El deporte en la fase ascendente del capitalismo (1750-1914)

    El deporte en el capitalismo decadente (desde 1914 hasta hoy)

    Deporte, nacionalismo e imperialismo
     

    ▬ 8 mensajes


    El deporte en la fase ascendente del capitalismo (1750-1914)

    El deporte representa desde hace ya mucho tiempo, un fenómeno que nadie puede ignorar debido a su amplitud cultural y su lugar en la sociedad. Fenómeno de masas, nos es impuesto a través de los tentáculos de muchas instituciones y de un golpeteo ideológico permanente por parte de los medios de comunicación. ¿Qué significado le podemos dar desde el punto de vista del análisis histórico y de la clase obrera?

    En este primer artículo de la serie vamos a intentar dar algunas respuestas apoyándonos sobre los orígenes y la función del deporte en la sociedad capitalista ascendente.

    La palabra “deporte” (sport) es un término de origen inglés heredado de los juegos populares y de los entretenimientos aristocráticos. Nació en Inglaterra con el comienzo de la gran industria capitalista.

    Un producto puro del sistema capitalista

    El deporte moderno difiere notablemente de los juegos, entretenimientos y ejercicios físicos del pasado. Si heredó esas prácticas, fue para orientarse exclusivamente hacia la competencia: “Ha sido necesario que el desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas sea suficientemente importante para que la idea abstracta de rendimiento aparezca de la masa de trabajos concretos (...) de igual forma tuvo que haber un largo desarrollo de las prácticas físicas competitivas para que surgiera poco a poco la idea de la competencia física generalizada” ([1]). La equitación de la nobleza dará lugar a las carreras de caballos. También fue en ocasión de una carrera que se inventó el cronómetro en 1831. Desde 1750, el Jockey Club de Inglaterra promovió muchas carreras de caballos que continuaron desarrollándose. Sucedió lo mismo con las carreras de atletas y los otros deportes. La soule era un juego popular en el que se empleaba una vejiga de cerdo llena heno o una pelota de tela, madera o cuero. El fin era llevar la pelota al lugar indicado, entre peleas encarnizadas, atravesando prados, bosques, villas o estanques. Este popular juego dará origen a los partidos de fútbol (1848 en Cambridge y a la asociación de futbol en 1863), el juego de pelota con la palma de la mano y transformado más tarde, dará origen al primer torneo de tenis en 1876, etc. En resumen, todas las nuevas disciplinas fueron orientadas a la competencia: “el deporte se liberará así, poco a poco, de este confuso y complejo caos de gestos naturales para formar un cuerpo coherente y codificado de técnicas altamente especializadas y racionalizadas, adaptadas al modo de producción capitalista industrial” ([2]). De la misma manera que el trabajo asalariado está vinculado a la producción en la sociedad capitalista, el deporte va a encarnar la “materialización abstracta del rendimiento corporal” ([3]).

    Muy rápidamente, la búsqueda de rendimiento, de los récords, acompañados de apuestas y peleas va a alimentar una variedad de actividades deportivas, de las cuales mucha gente gozará ya que se convertirán en un entretenimiento popular que permite olvidar momentáneamente la fábrica. Este será el caso, por ejemplo, del ciclismo con el Tour de Francia (una especie de “fiesta gratuita”) en 1903, del boxeo, del fútbol, etc. Junto al desarrollo del sistema capitalista, del transporte y de las comunicaciones, el deporte creció en Europa y en el resto del mundo. La extensión e institucionalización del deporte, el nacimiento y multiplicación de federaciones nacionales coincidirán con el apogeo del sistema capitalista en la década de 1860, pero especialmente en las últimas décadas del siglo XIX y principios del siglo XX. Es en este momento que el deporte se va a internacionalizar realmente. El fútbol por ejemplo, fue introducido en Sudamérica por los obreros europeos que llegaron a trabajar en las líneas de ferrocarril. Por otra parte, el primer grupo deportivo internacional fue la Unión Internacional de Carreras de Yates en 1875. Luego prosperaron otros: el Club Internacional de Salto en 1878, la Federación Internacional de Gimnasia en 1881, el de remo y patinaje en 1892, etc. El COI (Comité Olímpico Internacional) será fundado en 1894, la FIFA (Federación Internacional de Fútbol) en 1904. Es decir, la mayor parte de los organismos internacionales se formarán antes de 1914.

    Al contrario de la opinión oficial, la versión capitalista del deporte no representa una simple “continuidad” con los juegos antiguos. Las Olimpiadas de los griegos no se basaban, absolutamente, en la idea del récord o la obsesión por la actuación y el cronómetro. Si bien existía confrontación entre los oponentes, era parte de un ritual religioso y de mitos que no tienen nada tienen que ver con el universo material e ideológico de los juegos contemporáneos, aún cuando el aspecto militar, la guerra entre ciudades, el uso de drogas y la dimensión mercantil ya estaban presentes. Los juegos olímpicos, como los de París en 1900 o Londres en 1908 son ya verdaderas ferias comerciales. Pero sobre todo, estos juegos se inscriben en un contexto creciente de tensiones guerreras y contribuyen a alimentar el ambiente nacionalista. ¡La institución de los Juegos Olímpicos creada en 1896, como continuación de la tradición de la antigua Grecia liberando a los esclavos, que debería coincidir con el ideal democrático de Pierre de Coubertin y su famoso adagio, “lo esencial es participar”, es sólo una farsa! Estos juegos modernos fueron reactivados para difundir la histeria chauvinista, el militarismo, pues se encuentran enmarcados en el ambiente de la alienación capitalista donde todo reposa sobre el elitismo y las relaciones de dominación ligados a la producción de mercancías.

    A principios del siglo XIX, el deporte era una práctica reservada exclusivamente para la élite de la clase burguesa, especialmente para los jóvenes educados en el medio universitario. Es una oportunidad para los burgueses de mostrarse, divertirse y rivalizar permitiendo al mismo tiempo a las mujeres lucir con ostentación sus nuevos retretes. Es la época de las grandes citas en los hipódromos, de los grandes lugares de canotaje, de los primeros deportes de invierno como Chamonix, de los clubs de golf que se multiplican. Estos clubes que se crean, por lo tanto, están reservados a una burguesía que prohíbe el acceso a los obreros ([4]).

    Debido a las condiciones de la explotación capitalista, a principios del siglo XIX, los trabajadores no tienen ni los medios ni el tiempo para el deporte. La explotación total en la fábrica o las minas y la miserable vida diaria apenas permiten la reconstrucción de la fuerza de trabajo. Incluso los niños de la clase obrera, abatidos por el raquitismo deben sacrificarse en la fábrica desde la edad de 6 o 7 años. La jornada de 10 horas se establecerá hasta 1900 y el día de descanso se obtendrá en 1906.

    Un reto de la lucha clases para los obreros

    En un primer momento, el movimiento obrero manifestó cierta desconfianza y distancia hacia la práctica deportiva de los burgueses. Pero en su voluntad de constituirse en clase autónoma y de desarrollar las luchas reivindicativas y las reformas sociales, los trabajadores lograron arrebatar a los capitalistas las actividades deportivas que antes les eran prohibidas e inaccesibles.

    El deporte de los obreros nace realmente tímidamente, antes de formar oficialmente clubes y federaciones deportivas obreras obtenidos por grandes luchas ([5]). Al principio, toda aglomeración a la salida de la fábrica, incluso reducida, era ilegal. Los juegos populares en la vía pública corrían el riesgo de desembocar en trastornos, como el juego de la “soule”, y fueron prohibidos por las autoridades (Acta de carreteras británica en 1835). El más mínimo intento de juego era visto como “peligroso” y sospechoso a los ojos de los patronos. La policía lo consideraba una “alteración del orden público”. Inicialmente confinado en un espacio cerrado y discreto, el deporte de los trabajadores nace bajo la esfera de influencia de los sindicatos y se desarrolla hasta la época victoriana. En los barrios obreros, un deporte informal se inscribía, por tanto, en todo un ambiente, una cultura, una socialización fundada sobre la pertenencia de clase. La actividad física se sentía como una necesidad que alimentaba los lazos sociales, la necesidad de estar juntos.
     
         


    Última edición por lolagallego el Vie Feb 12, 2021 11:28 pm, editado 3 veces
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    El deporte en el capitalismo - Corriente Comunista Internacional - año 2013 Empty Re: El deporte en el capitalismo - Corriente Comunista Internacional - año 2013

    Mensaje por lolagallego Vie Feb 12, 2021 11:09 pm

    En cierta forma, los trabajadores asociaban la actividad deportiva con el espíritu fraternal que le dio nacimiento, con la solidaridad y la asistencia mutua. Así, sobre estas bases, desde la década de 1890, los clubes obreros se multiplican (fútbol o ciclismo) y se desarrollarán más tarde en los barrios “rojos”. Se trata ahora para los trabajadores que se constituyen en clase autónoma, de encontrar una oportunidad para luchar contra el embrutecimiento en el trabajo, unirse para educar y desarrollar su conciencia por la actividad política y la propaganda. Así, en Francia, desde su creación en 1907, la Unión Deportiva Socialista afirma la necesidad de “hacerse conocer (...) por el partido, organizando festivales deportivos y participando en los diversos eventos atléticos a los que se convoque”. La Federación Deportiva Atlética Socialista, subrayó al año siguiente: “queremos crear centros de distracción al alcance de la clase obrera que se desarrollen junto al partido y que sean (...) centros de propaganda y reclutamiento” ([6]). A través de las actividades deportivas, los militantes de la clase obrera son conscientes de permitir al mismo tiempo una lucha preventiva contra los efectos nocivos del alcohol y los estragos de la delincuencia. En su plataforma, el USPS (Unión Deportiva del Partido Socialista) por ejemplo destacó la necesidad de “desarrollar la fuerza muscular y purificar los pulmones de la juventud proletaria, dar a los jóvenes entretenimiento sano y agradable, lo cual será un paliativo al alcoholismo y a las malas compañías, atraer hacia el partido a los jóvenes camaradas (...) desarrollar el espíritu de asociación y organización entre los jóvenes socialistas” ([7]).

    En Alemania, estas mismas preocupaciones fueron compartidas entre los años 1890 y 1914 por el muy influyente Partido Socialdemócrata (SPD), que participaba en la educación de las masas de trabajadores apoyando la constitución de clubes y federaciones deportivas además de las estructuras sindicales y las bolsas de trabajo. Así, en 1893, nace “La Unión de Gimnasia de los Trabajadores” y proporciona un contrapeso al nacionalismo ambiente. En aras de la unidad y del internacionalismo, los trabajadores llegaron incluso a plantear la necesidad de crear una “Internacional Socialista de Cultura Física” en Bélgica, en 1913.

    El deporte se convierte en un verdadero medio de control social

    Ante las iniciativas de la clase obrera, la burguesía no podía permanecer con los brazos cruzados y trató de atraer a los trabajadores a sus propias estructuras, especialmente a los más jóvenes. El movimiento obrero era completamente consciente de esto, como demuestra en Francia un artículo de L´humanité en 1908: “… los otros partidos políticos, especialmente los de la reacción, buscaban por todos los medios atraer a los jóvenes mediante la creación de patrocinios donde el atletismo tiene un lugar importante” ([8]).

    Para los patrones, con una actitud paternalista, recuperar la actividad física de los obreros para desviarla hacia su propio beneficio se convirtió rápidamente una gran preocupación, especialmente en la gran industria. El mismo barón Pierre de Coubertin estaba angustiado por la idea de un “deporte socialista”. Por lo tanto, el deporte se transformó una de las principales herramientas disponibles para restablecer la sumisión al orden establecido. Es así que los patrones crearon clubes donde los trabajadores fueron invitados a participar. Los clubes de las minas en Inglaterra, por ejemplo, permitían estimular el espíritu de competencia entre los trabajadores, evitar discusiones políticas y contribuyó a romper huelgas desde el inicio. Con este mismo espíritu, los patrones en Francia desarrollaron clubes, como el de ciclismo de las empresas de Lyon (1886), el de fútbol de Bon Marché (1887), el Omnisport Club de las fábricas de automóviles de Panhard-Levassor (1909). Está también el caso de Peugeot, en Sochaux, en Clermont-Ferrand con el Stade Michelin (1911), etc.: clubes destinados al control social, una forma de espiar a los trabajadores. Tomemos por ejemplo al director de las minas de Saint-Gobain: “… quien escribía en los registros de su compañía quién estaba presente, las actitudes durante la gimnasia y las opiniones políticas”. En el mismo espíritu, el fundador del Racing Club de París en 1897, Georges de Saint Clair, pensaba que era importante mantener ocupados en los deportes a los jóvenes en lugar de “… dejarlos ir a las tabernas, donde se ocupan de política y en fomentar huelgas” ([9]).

    Más fundamentalmente, y en un marco codificado, el deporte permitía al cuerpo de trabajadores convertirse más fácilmente en un apéndice de la máquina y de las tecnologías emergentes. El cuerpo del atleta como el del trabajador, era, en cierta forma, mecanizado, fragmentado, como en varios movimientos e entrenamiento. Era la imagen especular de la división del trabajo y de los movimientos realizados dentro de la fábrica. La energía del atleta era como la fuerza de trabajo en la fábrica; dividida por disciplina, y sometida al ritmo del trabajo industrial: “La competencia… presupone que el trabajo ha sido ecualizado por la subordinación del hombre a la máquina o por la extrema división del trabajo en el que los hombres son borrados por su trabajo; que el péndulo del reloj se ha convertido en la medida exacta de la actividad relativa de dos trabajadores como lo es la velocidad de dos locomotoras. Por tanto, no deberíamos decir que una hora de un hombre vale una hora de otro hombre, sino más bien, que un hombre durando una hora vale tanto como otro hombre durando una hora. El tiempo lo es todo, el hombre no es nada; por lo mucho es el esqueleto del tiempo” ([10]). El deporte moderno contribuye plenamente en la transformación del humano en un “esqueleto”, en una máquina para romper records. Permite al patrón ejercer presión sobre el trabajador que, al mismo tiempo, intensifica la disciplina que tiende a hacerlo más dócil y maleable al trabajo forzado. El movimiento obrero fue capaz de revelar y denunciar esta realidad capitalista del deporte. Lo haría, por ejemplo, a propósito del fútbol inglés (profesional desde 1885) que ya se ha transformado en una empresa comercial. La situación de los jugadores era considerada inaceptable y fue comparada a un tipo de esclavismo ([11]).

    El deporte moviliza y prepara para la guerra

    El deporte, en tanto que engranaje de la sociedad capitalista, fue también uno de los medios privilegiados de la clase dominante para desarrollar el patriotismo, el nacionalismo y la disciplina militar en las filas obreras. Es lo que mencionamos en relación a los primeros Juegos Olímpicos. Si, al margen, se desarrolló una corriente que buscaba la salud –bajo el impulso, por ejemplo, del Dr. Tissié (1852-1935)– preocupada por el bienestar de la población y más o menos relacionada con la eugenesia, el deporte sobre todo fue usado para reforzar el espíritu patriótico y para preparar la guerra. En Alemania Ludwig Jahn fundó en 1811 el Turplatz (Club de gimnastas) con un marcado espíritu patriótico y militar. Logró crear clandestinamente un verdadero ejército de reserva destinado a burlar la limitación de efectivos militares impuesto por el Estado francés. En los años 1860, las instituciones escolares militarizaron la gimnasia e inculcaron “el orden y la disciplina” (zucht und ordnung).

    En Francia, sucede lo mismo con una cultura militar chauvinista. La Unión de Sociedades de Gimnasia de Francia fue creada en 1873. Y no es por azar que se desarrollara al mismo tiempo el tiro como disciplina complementaria (La Unión de Sociedades de Tiro fue fundada en Francia en 1886). El 26 de junio de 1871, Gambetta declaraba: “Deberíamos tener en todas partes, al gimnasta y al soldado” para realizar “la labor de los patriotas” ([12]).

    Después de la derrota de Sedán y la anexión de Alsacia-Lorena, la burguesía francesa preparó su “venganza”. La gimnasia entró a las escuelas a través de La ley del 27 de enero de 1880. El famoso Jules Ferry va a ser un gran promotor de la educación militar para los jóvenes hijos de los trabajadores. Desde julio de 1881, las autoridades parisinas organizaron a los alumnos de las escuelas municipales de niños en “batallones escolares”. Cuatro “batallones” equipados (con uniformes azul marino y boinas de la flota) y armados hicieron maniobras en el bulevar Arago rodeados por un “Batallón del ejército territorial” y cuatro profesores de gimnasia. El 6 de julio de 1882, después del decreto para legalizar estas prácticas, Jules Ferry se dirigió a los niños de la siguiente manera: “Bajo la apariencia de algo divertido, ustedes están cumpliendo un papel profundamente serio. Ustedes están trabajando para la fuerza militar de mañana” ([13]).

    Esta “fuerza militar del futuro” con todas las formas de deporte, es la que sirvió de carne a cañón en la gran matanza de 1914 y llevó al director de “El auto”, Henri Desgranges, declarar el 05 de agosto de 1914 con ligereza y cinismo: “Todas nuestras pequeñas tropas que actualmente están en la frontera para defender el suelo patrio no hacen más que revivir el sentimiento adversario de la competencias internacionales?” ([14]).

    Durante las masacres, podemos recordar un episodio que estuvo por mucho tiempo en el olvido y puesto en escena por el filme “Feliz Navidad”: el de un partido de fútbol improvisado en la tierra de nadie del frente, entre soldados alemanes e ingleses que estaban tratando de fraternizar. Estos soldados fueron deportados y reprimidos brutalmente: ¡Este tipo de deporte es el que la burguesía y sus funcionarios no quieren¡ La única “contribución” del deporte a esta guerra monstruosa fue la importación del voleibol y del baloncesto por la tropas norteamericanas en 1917. Una muy pobre “consolación” ante más de 10 millones de muertos.
     
     
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    Mensaje por lolagallego Vie Feb 12, 2021 11:12 pm

    Notas de este primer artículo

    [1] J.-M. Brohm, Sociología política del deporte, 1976, nueva edición, Nancy, P.U.N., 1992.

    [2] Idem.

    [3] Idem.

    [4] Y luego habrá una división de clases en la elección y la práctica del deporte. En la disciplina del cricket se encuentra una división para escoger los puestos: así, el bateador era siempre de clase social elevada, mientras que el lanzador y los que recogían las pelotas eran de las clases populares.

    [5] Pierre Arnaud, Los orígenes del deporte obrero en Europa, L'Harmattan de 1994.

    [6] El socialista, no. 208, 9-16/05/1909.

    [7] P. Clastres y P. Dietschy, Deporte, sociedad y cultura en Francia, Hachette Carré Histoire.

    [8] Idem.

    [9] Idem.

    [10] Karl Marx, Miseria de la filosofía.

    [11] El Socialista de 8-15/12/1907. http: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]

    [12] http: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]

    [13] P. Clastres y P. Dietschy, op. cit.

    [14] J.-M. Brohm, op. cit.



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    Mensaje por lolagallego Vie Feb 12, 2021 11:17 pm

    El deporte en el capitalismo decadente (desde 1914 hasta hoy)

    En este segundo artículo veremos cómo en el período de decadencia de ese sistema, el deporte es un instrumento del Estado para sojuzgar y reprimir a los explotados.

    Antes de la Primera Guerra mundial el deporte ya poseía una dimensión planetaria. Y en pocos años se convertiría en fenómeno de masas.

    El capitalismo de Estado genera el deporte de masas

    A partir de 1914, el Estado toma a su cargo de manera totalitaria la organización de los grandes eventos deportivos en cada nación del mismo modo que organiza la movilización tras sus banderas en los conflictos mundiales: “El deporte mundial como totalidad se ha convertido en una enorme organización y una estructura administrativa, un asunto nacional del que se encargan los Estados en función de sus intereses diplomáticos” ([2]). Y así, entonces, los Estados se ponen a construir y financiar infraestructuras faraónicas: complejos deportivos, estadios de 80 a 100 mil plazas los mayores de los cuales alcanzaron incluso 200 mil (Maracaná en Brasil), gimnasios, pistas, circuitos (el Indianapolis Motor Speedway, por ejemplo en Estados Unidos con sus 400 mil plazas) etc. Se erigen auténticos parques gigantes, catedrales de acero y hormigón, llenos de hinchas o casi “fieles”, por decirlo así, en Olimpiadas, en Mundiales de fútbol, en Grandes Premios automovilísticos, etc., siempre con una organización y una logística de tipo militar y un verdadero ejército para producir espectáculo. Los medios de transporte y de comunicación bajo control del Estado, hacen posible canalizar las muchedumbres hacia esos templos modernos. Y en el siglo XX se desarrolló toda una prensa deportiva especializada con la que cubrir el menor acontecimiento. La radio, después la televisión, se convierten en herramientas privilegiadas de la propaganda de Estado para popularizar la práctica deportiva, para promover los espectáculos-mercancía y las apuestas. Uno de los síntomas de eso es también la burocratización de unas instituciones deportivas tentaculares: “hasta el punto que hoy no se puede hablar de deporte en los sitios donde no exista organización deportiva (federaciones, clubes, etc.)” ([3]). Así pues, ese cambio de escala hacia el deporte de masas, desde los años 1920, se realiza en un contexto en el que el Estado capitalista “se ha convertido en una máquina monstruosa, fría e impersonal que ha terminado por devorar la sustancia de la sociedad civil” ([4]). Todos los grandes eventos deportivos son auténticas ferias comerciales de Estados y siempre con una cobertura mediática hipertrofiada. Es lo que explica que los efectivos de deportistas y de espectadores se hayan inflado hasta niveles insospechados, sobre todo en estos últimos años. En Francia, por ejemplo, sólo había un millón de inscritos en federaciones deportivas en 1914. Cuarenta años más tarde serían el doble. En el año 2000, más de 14 millones o sea ¡siete veces más que en los años 1950! ([5]) Hoy, acontecimientos como los Juegos Olímpicos pueden movilizar e hipnotizar a más de 4 mil millones de telespectadores en el monde!

    Verdadero “opio del pueblo”

    Los Estados capitalistas son los sumos sacerdotes de esta nueva religión universal, el deporte; un verdadero “opio del pueblo”, una droga inoculada desde hace varias décadas a elevadas dosis. En la Antigüedad, los poderes se consolidaban mediante la religión, “el pan y el circo”. En la era del capitalismo decadente y del desempleo de masas, el deporte-mercancía está ahora también dedicado a consolar, distraer y controlar a las familias obreras empobrecidas. Más circo y menos pan, ¡ésa es la realidad capitalista de hoy! Para las poblaciones y las masas obreras que tienen todavía la suerte de tener trabajo, sometidas a ritmos insostenibles de oficina o de fábrica, al infierno de la explotación y a la despersonalización de los grandes centros urbanos, el espectáculo deportivo o la práctica del deporte se han vuelto, gracias a la propaganda y al marketing, en “ocio indispensable”. El deporte es uno de los medios privilegiados para abandonarse uno mismo en brazos de las “fuerzas invisibles del capital”. Y así, las actividades deportivas, asimiladas al “tiempo libre” no se limitan finalmente a ser un simple medio de subsistencia y de conservación fisiológica: “al degradar la actividad propia, la actividad libre, a la condición de medio, hace el trabajo enajenado de la vida genérica del hombre un medio para su existencia física” ([6]). Vivida como una especie de “relajación necesaria” por los asalariados, la práctica deportiva no es sino un medio de recuperación de la fuerza de trabajo, igual que dormir, beber y comer. El deporte permite además resistir físicamente a los ritmos infernales en el trabajo. Permite así hacer frente a la brutalidad de las condiciones de explotación, de “olvidar” un rato los padecimientos de la sociedad capitalista. La verdadera paradoja es que el propio deporte se asemeja a un trabajo arduo, cronometrado, con unos sufrimientos voluntarios que encadenan más todavía a los ritmos industriales y al rendimiento. Para muchos adeptos se ha convertido en una verdadera adicción. Hay asalariados que incluso se matriculan durante sus vacaciones en actividades deportivas colectivas cuyo contenido se parece más a cursillos de comando que a otra cosa. Repitámoslo, el deporte es expresión de una de las realidades de la alienación haciéndose, por lo masivo de su presencia, casi indispensable en la vida, acarreando al fin y al cabo una mayor sumisión al capital. Se sabe que el deporte permite incrementar la productividad y alienta el espíritu de competencia. En una vida laboral cotidiana en la que el trabajo heredado del taylorismo tiende a hacer sedentarios a los asalariados y a destrozarlos debido a los gestos repetitivos y a la “comida basura”, han surgido verdaderas campañas culpabilizadoras con discursos morales sobre la “salud” y la necesidad de “luchar contra la obesidad” mediante el deporte. Hay que ser ¡“competitivo”, “dinámico” y dar “buen rendimiento». Esos discursos están en perfecta coherencia con las necesidades de competitividad de las empresas, las cuales favorecen y patrocinan a clubes deportivos, a la vez que intentan vender sus porquerías “adelgazadoras” para el “bienestar” en general y demás mercancías valorizadas por la imagen del deporte. Durante el verano de 2012, por poner un ejemplo próximo, durante los JJOO de Londres, la capital británica se transformó en una feria comercial gigantesca, una especie de supermercado que nos inundó de productos comerciales de todo tipo. Por todas partes, en los estadios y demás recintos deportivos, en cada resquicio había carteles y pantallas publicitarias. Los deportistas eran hombres-anuncio cubiertos de eslóganes publicitarios de grandes marcas que procuraban salir en las fotos y ponerse ante las cámaras para exhibirlas mejor. Tal exhibición mercantil forma además parte íntegra de la estrategia de preparación, al igual que los ejercicios físicos y los entrenamientos. El deporte es una mercancía al servicio de una economía de casino, con sus derechos TV, sus productos derivados, sus managers, sus clubes cotizados en bolsa y demás. La multiplicación inflacionista de las competiciones se debe a que son los propios Estados y grupos comerciales los que se enfrentan directamente en un mercado saturado. Los deportistas ya no son personas, son mercancías de alto rendimiento, que se intercambian entre clubes de una federación a otra, a veces por cantidades astronómicas, casi sin pedirles opinión. La extrema comercialización a que se ha llegado con unos deportistas despersonalizados, o transformados en estrellas endiosadas, que incluso refuerzan las tendencias al culto a la personalidad, no son sino otras tantas expresiones del fetichismo de la mercancía. Convertido en un dios o en simple cosa, objeto de cambio o de explotación como capital, el deportista profesional está sometido de manera drástica a la ley del mercado y a la rentabilidad, con obligación de resultados. Y está constantemente forzado a la proeza extrema, estrujado y obligado a doparse, a la autodestrucción planificada (trataremos estos temas en el próximo artículo).

    Esos deportistas-máquina robotizados, en un contexto en el que el Estado planifica la despolitización y la sumisión, nutren espectáculos grandiosos y descomunales, en una especie de glorificación, de apología del orden establecido y del poder. Los hombres de Estado acuden a todas las grandes manifestaciones deportivas, colocándose en los palcos de honor para recoger los frutos políticos de esos embrutecimientos programados a gran escala. Desde los grandes espectáculos hitlerianos hasta las exhibiciones estalinianas de antaño, y ahora los mega-shows de las democracias actuales, esos ceremoniales deportivos fabrican sueños, favorecen la idolatría, promocionando, mediante el músculo, esfuerzo y sacrificio. Sirven sobre todo para aturdir las mentes, igual que la religión, desviándolas de toda reflexión sobre las condiciones de explotación del capitalismo. Procuran muchas veces ocultar la verdadera actualidad, todo lo que pueda ser crítico o se refiera a la lucha de clases, y eso cuando no sirven para alistar en las guerras, como así ocurrió en los años 1930.

    El deporte es claramente un desvío para toda forma de “subversión”, destinado en prioridad a la juventud, especialmente en las escuelas, para que se realice mejor el lavado y formateado de cerebros. Esto ya era evidente en los regímenes nazi y estalinista, pero sigue estando sutilmente presente en las democracias. Tras Mayo del 68 en Francia, “el efímero ministro de deportes M. Nungesser explicaba (…) que había que hacer obligatorio el deporte en la escuela” para mantener la paz social. En ese mismo sentido se expresaba J. Cornec, presidente de la Federación de padres de alumnos en 1969: “hace justo un año, Francia se vio trastornada por la rebelión juvenil. Todos aquellos que buscan soluciones a ese problema complejo deben saber que no se encontrará equilibrio alguno sin la solución previa del deporte escolar” ([7]). Con esa misma inspiración, los periódicos explicaban que era mejor “hacer deporte” que “enfrentar físicamente a la policía y Antidisturbios”. Domesticar, meter en cintura con el deporte, con sus símbolos y su mundo de supersticiones, todo eso entra muy bien en la óptica de la ideología democrática burguesa oficial por un verdadero control social, con unos educadores que deben promocionar el mito del “self made man”, el del deportista que puede salir del paso y “arreglárselas” individualmente gracias a unas cualidades obtenidas mediante una disciplina militar. Tal perspectiva igualitarista, en la que “cada uno tendría su oportunidad”, eso sí con trabajo y ascetismo, sirve para atontar los sentidos de quienes podrían buscar una crítica radical de la sociedad, de quienes intenten desarrollar un espíritu político para luchar contra el orden establecido.

    El deporte al servicio de la represión

    Además de contribuir en adormecer las mentes de esa manera, el deporte también prepara al mismo tiempo para la represión más directa. Los encuentros deportivos se han vuelto pretextos para desplegar fuerzas de policía cada vez más descomunales, so pretexto de defensa del “orden público” y de la “seguridad”. En un mundo en el que las poblaciones urbanas están ya sometidas a un control policial permanente, a una vigilancia total con presencia incluso militar patrullando ahora regularmente por los lugares públicos, como las estaciones por ejemplo ([8]), el reforzamiento de efectivos en los alrededores de los estadios puede parecer “normal”. Con la presencia regular de Antidisturbios y vehículos policiales, el Estado habitúa así gradualmente las mentes a aceptar la presencia masiva de unas fuerzas represivas cuyo monopolio posee. Cabe recordar lo que ocurría en los años 1970, cuando los Estados democráticos de Europa occidental estigmatizaban los “regímenes fascistas” y las “dictaduras de América latina”, precisamente porque eran demasiado visibles las fuerzas del orden y los militares en los lugares públicos, especialmente en el entorno de los estadios como se veía en aquel entonces en Argentina, Brasil o Chile. En 1972, en las Olimpiadas de Invierno de Sapporo en Japón, había 4 mil soldados nipones controlando el lugar. Y hoy, ya no es que esas mismas prácticas estén superadas con creces desde hace tiempo en los países democráticos tan propensos a dar lecciones, sino que se han reforzado con medidas más severas todavía. Con el pretexto de luchar contra el hooliganismo ya no es posible hoy acudir a un estadio sin tener que pasar por medio de un cordón sanitario de policías, sin que le registren a uno para luego ser “acompañado” por los llamados “estadieros” o sea, vigilantes “de estadio”.

    Los últimos Juegos Olímpicos de Londres del verano de 2012 han sido una ilustración impresionante de todo eso, una imagen de auténtica situación de guerra. Había 12 mil policías en servicio y 13 500 militares disponibles, o sea ¡más que las tropas inglesas desplegadas en Afganistán (9500 soldados)! ¡Más que los 20 mil soldados de la Wehrmacht en Múnich en 1936! A ello hay que añadir los 13 300 agentes de seguridad privados. Y ya para no quedar cortos, instalaron un dispositivo ultrarrápido de misil tierra-aire encima de un edificio, en una zona densamente poblada, cerca del emplazamiento olímpico principal para con él rematar, por decirlo así, un escudo antiaéreo. En las calles se acondicionaron carriles especiales para los vehículos oficiales, prohibidos para la gente “ordinaria” (135 libras esterlinas –170 euros– de multa a quien se le ocurriera meterse por ellos). En fin, les controles de seguridad eran la típica expresión de la paranoia ordinaria de todos los Estados: registros sistemáticos al entrar en los ámbitos deportivos, prohibición de llevar agua dentro de las zonas controladas, prohibición de “tweetear”, de compartir o enviar fotos de lo acontecido por el medio que fuera ([9]).

    Y en ese sentido, llama la atención, si se considera la historia con perspectiva amplia, que los recintos deportivos son como lugares neurálgicos que permiten encerrar a una parte de la población con fines represivos cuando no de aniquilamiento. Uno de los episodios más conocidos es el de la “Rafle du Vel’ d'Hiv’” ([10]) en París, organizada por la policía y las milicias francesas durante el verano de 1942. Aquel famoso velódromo sirvió entonces de campo cerrado adonde llevaron a los judíos para allí recluirlos hasta su deportación en el campo de exterminio de Auschwitz donde sufrieron el súmmum del horror. Tras la Segunda Guerra mundial, fueron numerosos los ejemplos de recintos deportivos al servicio de la muerte y de la represión estatal. En Francia, después de lo del Vel’ d'Hiv’, se utilizaron otras instalaciones deportivas cuando la matanza de oponentes argelinos en octubre de 1961. Se llevaron a unos 7 mil al Palacio de Deportes de Versalles y al estadio Pierre-de-Coubertin de París, donde les golpearon y a muchos de ellos los tiraron al Sena! En junio de 1966, en África, se ejecutó a adversarios al régimen de Mobutu ante la muchedumbre en el “Estadio de los Mártires” de Kinshasa. En América Latina, los estadios no sólo han servido de desfogue para poblaciones hambrientas. El Estadio nacional de Santiago de Chile, tras el golpe de Estado del general Pinochet de septiembre de 1973 sirvió de lugar de interrogatorios y de centro de “distribución” hacia campos de concentración o hacia la muerte. En Argentina, cuando la copa del mundo de 1978 con la junta militar en el poder, los gritos ampliados por los altavoces de las gradas servían para tapar los alaridos de los torturados. Hoy todavía muchos estadios siguen teniendo una historia macabra. En 1994, el estadio Amahoro de Kigali fue uno de los escenarios del genocidio ruandés, del que Francia fue, dicho sea de paso, cómplice de primer plano. Eso queda ilustrado en el testimonio del comandante R. Dallaire: “Cuando empezó la guerra, el estadio se llenó y en llegó un momento en que hubo hasta 12 mil personas, 12 mil personas que intentaban sobrevivir allí. Lo único que se ve son gente y ropa, pareciendo la situación estar fuera totalmente de control. Acabó siendo… una especie de campo de concentración... estábamos allí para protegerlos, pero durante todo ese tiempo lo que pasaba es que se iban muriendo en aquel gran estadio de Ruanda” ([11]).

    Últimamente, el campo de fútbol de Kabul ha sido escenario de cantidad de horrores: ahorcamientos en las barras transversales de las porterías, mutilaciones por robo, lapidaciones de mujeres adúlteras en el campo, etc. ([12]). En África del Sur, el nuevo estadio de Ciudad de El Cabo, inaugurado para el Mundial de fútbol de 2010, posee incluso celdas para encarcelar a los “hinchas excitados”.

    Si bien es cierto que la práctica deportiva no tiene por qué estar implicada, sí que existe un fuerte vínculo entre el control de las mentes por el deporte, las infraestructuras deportivas y la barbarie del capitalismo decadente. La agudización de las contradicciones entre las clases hace que los estadios son muy a menudo lugares de enfrentamientos violentos y de tensiones, incluso durante las pruebas deportivas. Se han visto auténticas matanzas y el estallido de motines en los campos de fútbol. A veces, como en Argentina, al menos los campos de fútbol han servido para mostrar desde las tribunas los retratos de los desaparecidos durante los encuentros. Pero lo que suele ocurrir es que en ellos se expresen las tensiones más virulentas, sobre todo en las salidas. Y son numerosas las situaciones en las que las peores ideologías, entre la xenofobia más brutal y el nacionalismo más desatinado, acaban llevando a los peores actos de barbarie.

    En el próximo y último artículo de esta serie, volveremos a tratar algunos de estos aspectos y profundizar el análisis.
     
     
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    Mensaje por lolagallego Vie Feb 12, 2021 11:18 pm

    Notas de este segundo artículo

    [1] Ver [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]

    [2] J-M Brohm, Sociologie politique du sport, 1976, reedición: Nancy (Francia), P.U.N., 1992.[existe una traducción en español, en Fondo de Cultura Económica, 1982].

    [3] Ídem.

    [4] Plataforma de la CCI, [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]

    [5] C. Sobry, Socioéconomie du sport, col. De Boek.

    [6] K. Marx, Manuscritos de 1844, [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]

    [7] Citado por J-M Brohm, Sociologie politique du sport, 1976, redición, Nancy (Francia), P.U.N., 1992

    [8] Esto ocurre en Francia de manera permanente con el dispositivo llamado “Vigie pirate” para “ahuyentar terroristas”, según dicen. Puede también mencionarse, en esta vigilancia permanente, la multiplicación en los últimos diez años de cámaras exteriores por todas las ciudades en una obsesiva carrera sin fin que, desde luego, tampoco solo sirven para “ahuyentar delincuentes”.

    [9] Ver nuestro artículo sobre los JJ OO de Londres en nuestra página web [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]

    [10] La « redada del Velódromo de Invierno » (Vel’ d’Hiv, en lenguaje popular)

    [11] [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]

    [12] [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
     
     
     
     
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    Mensaje por lolagallego Vie Feb 12, 2021 11:21 pm

    Deporte, nacionalismo e imperialismo

    En el artículo precedente de esta serie, veíamos cómo el deporte concentra la ideología nacionalista y por qué es un instrumento al servicio del imperialismo. Es la expresión de toda la monstruosidad del capitalismo decadente.

    ¡La “neutralidad política” del deporte es un mito! Es, gracias a los medias entre otras cosas, el caldo de cultivo de la identificación chovinista, del nacionalismo. De hecho el deporte es incluso un canal privilegiado para inocular ese veneno tan nocivo. Tras el traumatismo de la Primera Guerra mundial, “el deporte tendió un puente sobre el abismo que separaba el mundo privado del público. Entre las dos guerras mundiales el deporte como espectáculo de masas se transformó en una inacabable sucesión de encuentros de gladiadores protagonizados por personas y equipos que simbolizaban los estados-nación”[1].

    El deporte, un concentrado de nacionalismo

    El nacionalismo se ha cultivado siempre contra los explotados mediante el ritual y los símbolos que enmarcan esos encuentros. La puesta en escena con fines propagandísticos no es, como pretende hacerlo creer la historia oficial, algo propio del nazismo o el estalinismo, sino una práctica general de todos los países. Para cerciorarse de ello, basta con recordar los protocolos y las fastuosidades en la apertura de las Olimpiadas de Pekín en 2008 o en las de Londres de 2012, o el salto al campo de los equipos nacionales de fútbol en los grandes encuentros. Los grandes espectáculos deportivos permiten hacer surgir fuertes emociones colectivas que guían fácilmente las mentes hacia un universo de códigos y símbolos nacionales : “Lo que ha hecho del deporte un medio tan singularmente eficaz para inculcar sentimientos nacionales (…) es la facilidad con la que hasta los individuos (…) pueden identificarse con la nación tal como la simbolizan unas personas jóvenes… »[2] Acompañadas a menudo de músicas militares, las competiciones internacionales están siempre precedidas o clausuradas por los himnos: “Esas relaciones son las de enfrentamientos de todo tipo donde está en juego el prestigio nacional; el ritual deportivo es pues, a ese nivel, un ritual de confrontación entre naciones.»[3] En esos breves momentos de uniones sagradas, las clases sociales se “fusionan”, se niegan, con unos espectadores abiertamente convocados a ponerse en pie y cantar mirando fijamente la bandera nacional o el equipo que encarna sus colores.

    En África del Sur, por ejemplo, el ANC de Mandela en nombre de la lucha contra el apartheid, utilizó los colores del equipo de rugby para encauzar la lucha de clases hacia la mistificación nacional.[4] Las grandes victorias deportivas también pueden prolongar ese principio de sumisión ciega en una especie de histeria colectiva (como ha podido observarse con la victoria de la selección española en el mundial de fútbol de 2010, o la de Italia unos años antes, o la del equipo de Francia en 1998...), con demostraciones de júbilo infestadas de banderas y mitos nacionales prefabricados[5]. Finalmente, la guerra por los títulos, las medallas, nación contra nación, intenta mantener, igual que en los frentes durante los conflictos bélicos, esa dependencia de los espíritus, cultivando siempre el terreno de la xenofobia y de las violencias nacionalistas. El deporte es siempre encarnación de los intereses de los Estados, según el mismo ritual que el del ejército: decoraciones, citaciones, desfiles. Como decía Rosa Luxemburgo durante la Primera Guerra mundial: “Los intereses nacionales no son sino una mistificación cuyo fin es poner a las masas populares laboriosas al servicio de su enemigo mortal: el imperialismo.”[6]

    Un instrumento al servicio del imperialismo

    El deporte siempre ha sido instrumentalizado en los enfrentamientos imperialistas. Las Olimpiadas de Berlín, en 1936, por ejemplo, sirvieron de punta de lanza de la militarización, anticipando las manifestaciones de fuerza de las potencias del “Eje”, bloque militar que iba a luchar por su “espacio vital”. Para los nazis, los campeones debían ser “guerreros por Alemania, embajadores del IIIer Reich”. Según Hitler, el joven deportista alemán debía ser “resistente como el cuero, duro como el acero de Krupp”[7]. El deporte tenía que preparar la guerra imperialista y servir para evidenciar la “superioridad de la raza aria”, y eso a pesar de las victorias del velocista negro estadounidense Owens, que acabaron por sacar de quicio al Führer.[8] Todos los encuentros deportivos fueron un medio para el régimen nazi de hacer que ondeara simbólicamente su bandera sobre todos los territorios que codiciaba.

    Para lo que sería el campo bélico adverso, los encuentros deportivos iban también a servir para preparar física y mentalmente para la guerra a los “resistentes”. Las organizaciones estalinistas y social-patriotas intentaron incluso organizar una “contra-olimpiada” en Barcelona en julio de 1936, para alistar a los proletarios tras los estandartes del antifascismo. Aunque tal proyecto no pudo concretarse, debido al golpe de Estado franquista, sí que sirvió para incrementar la adhesión ideológica al bloque imperialista de los futuros “aliados”. El deporte aportó su pequeña contribución, de un lado y del otro, a lo que acabaría siendo una nueva carnicería mundial en la que hubo ¡más de 50 millones de muertos!

    Sobre las ruinas todavía humeantes de tan terrible conflicto, el ruedo deportivo mundial iba a estar dominado por la Guerra Fría hasta los inicios de los años 1990. Las competiciones internacionales estarán marcadas por la oposición Este-Oeste, oposición que a punto estuvo de desembocar en holocausto nuclear. Durante toda la fase de decadencia capitalista, los encuentros deportivos han estado todos marcados por rivalidades de carácter imperialista. La universalidad simbolizada por los anillos olímpicos no es más que una siniestra hipocresía; lo que sí representan son cestos de alacranes con intereses capitalistas divergentes. Ya en los años 1920, por ejemplo, los vencidos, como Alemania, quedaron fuera de las Olimpiadas por venganza y a modo de represalias. En 1948, Alemania y Japón quedaron excluidos. En los Juegos de 1956, en Melbourne, hubo un boicot de unos cuantos países (Holanda, España, Suiza...) reaccionando contra la invasión de los tanques soviéticos en Budapest y alimentando así las tensiones de la “Guerra Fría”. Digamos de paso que en México, en 1968, cuando hubo la represión y la matanza de 300 estudiantes en la plaza de las Tres Culturas, todas las grandes democracias invitadas participaron sin la menor objeción en esas Olimpiadas. En 1972, las Olimpiadas de Munich fueron escenario de acciones de guerra. Un comando palestino tomó de rehén a la delegación israelí. Resultado: un baño de sangre, la matanza de 17 personas. En 1976, una gran parte del continente africano estuvo ausente de las Olimpiadas en protesta por el apartheid. En los 80, los Juegos de Moscú, que fueron sobre todo un auténtico himno militar en honor del régimen estalinista, fueron boicoteados por cantidad de aliados occidentales del bloque rival regentado por EEUU, entre ellos China, para significar esta vez su oposición a la intervención rusa… ¡en Afganistán! Por cierto, cuando China cayó del lado del imperialismo americano, mucho se habló durante cierto tiempo refiriéndose a China, de la dimensión política del deporte, de su “diplomacia del ping-pong”. Y hoy, el incremento del poderío de China en el ruedo imperialista mundial, sobre todo esta vez frente a Estados Unidos, viene acompañado de récords deportivos muy agresivos y reveladores de unas ambiciones claramente expuestas.

    En todas las ocasiones, los Estados implicados en las contiendas deportivas, han presentado siempre a sus atletas, a menudo dopados a tope, como “en guerra” para retar al “enemigo”, ya en el marco de bloques militares rivales, ya en su propio seno de éstos, o, tras la desaparición de dichos bloques, entre naciones. El fútbol ha ilustrado con creces esas tensiones, nutriendo los odios entre la muchedumbre. Hay ejemplos a montones, pero solo mencionaremos el trágico episodio del partido entre El Salvador y Honduras, en 1969, calificativo para el Mundial de 1970. El partido fue el preludio de una guerra entre esos dos países que provocó como mínimo 4000 muertos!

    Un espejo de la barbarie del capitalismo en descomposición

    El deporte expresa con una claridad cada día más meridiana la putrefacción de raíz de una sociedad burguesa sin porvenir La ausencia de perspectivas, el desempleo y la miseria hicieron surgir a partir de los años 1970 y sobre todo al inicio de los 80, hordas de hooligans xenófobos casi siempre empapados de alcohol, sembrando el terror y el odio, especialmente en los estadios de las grandes metrópolis siniestradas por la crisis. Han infestado con regularidad las contiendas deportivas, en Inglaterra o en otros lugares, como así ocurrió por ejemplo en mayo de 1990 durante el partido que enfrentaba el Dynamo de Zagreb y el Estrella Roja de Belgrado, que acabó en batalla campal con cientos de muertos y heridos y contribuyó en envenenar las tensiones nacionalistas ya existentes que acabarían desembocando en la guerra en la ex Yugoslavia. Entre los forofos serbios más radicales estaba el jefe de guerra Arkan, especialista de la “depuración étnica”, nacionalista que más tarde sería buscado por la ONU por “crímenes contra la humanidad”!

    Además de otros episodios como ése, otros miles de ejemplos parecidos, la violencia creciente ha hecho decir al “sentido común” popular burgués que el deporte estaría cada día más “gangrenado por el dinero y las mafias”, cuando, en realidad, el deporte mismo es una mafia y un producto del capitalismo! Si ya el deporte está de por sí controlado por un sector financiero hipertrofiado, mediante sistemas ocultos que funcionan con “empresas fantasma”, a cuya cabeza están, al final de la cadena, los propios Estados, genera además, a causa de la crisis económica catastrófica, un auténtico juego de casino, expresión misma de un modo de producción en quiebra. Las grandes instancias internacionales deportivas, como el CIO (Comité Olímpico Internacional) o la FIFA (Federación Internacional de Fútbol Asociación), los grandes clubes, son un medio ambiente que favorece a pandilleros y al gangsterismo, del que algunos jugadores son eminentes representantes, a políticos y especuladores corruptos con escándalos a porrillo de los que las malversaciones de fondos sólo son la punta del iceberg.[9] Mencionemos los métodos brutales para la construcción de complejos deportivos, como en China o Sudáfrica en los últimos años, con la expropiación violenta de pobre gente a la que echan a la calle sin remisión.



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    Mensaje por lolagallego Vie Feb 12, 2021 11:23 pm

    Todos los Estados, las mafias, el mundillo “deportivo” podrido hasta el tuétano, especulan en el sector económico del deporte y de los Juegos. Algunos incluso se compran clubes, como Catar recientemente con el Paris-Saint-Germain y su ristra de vedettes, con unas inversiones astronómicas en ese sector improductivo. Así ocurre en Gran Bretaña con los grandes equipos. Durante el “mercato”, auténtica “feria de ganado” de futbolistas, las transacciones suelen servir para lavar dinero “sucio”. Según Noël Pons (especialista en criminalidad): “Los clubes de fútbol son empresas del tipo CAC 40 [índice bursátil de París], o sea que el fenómeno de blanqueo debe estar al mismo nivel que el de esas empresas”.[10]

    El reverso de la medalla es la sobreexplotación: junto a las estrellas con sueldos estratosféricos y los agentes corruptos, miles de jóvenes jugadores se encuentran sin contrato, miserables, sobre todo africanos muy jóvenes a los que se hace venir con promesas miríficas a Europa, y que los clubes acaban echando a la calle sin el menor escrúpulo.

    La otra gran especialidad es desde hace ya tiempo la de los partidos amañados para las apuestas, que afectan a cantidad de partidos en Europa y en el mundo. El fútbol italiano, el caso más conocido, muestra cómo cantidad de jugadores y directivos están claramente vinculados al mundillo político y al crimen organizado. Incluso hay deportes, que los medios han presentado como “limpios”, el balonmano en Francia por ejemplo, que se han visto involucrados en apuestas amañadas y otras corruptelas. Así ocurre también con el tenis, deporte en el que hay jugadores que se dejan “untar” entre bastidores para perder partidos y llevarse más “manteca”.

    Todas esas prácticas de rufián, que son en última instancia la de los propios Estados, van más lejos. Afectan incluso a veces a la seguridad de los espectadores, como así ocurrió en 1985 cuando la tragedia en el estadio de Heysel en Bélgica, donde, bajo el peso de unos ultras sobreexcitados, se hundió las vallas de separación provocando 39 muertos y más de 600 heridos. Las instalaciones baratas, la sobrecapacidad y los movimientos de la muchedumbre acarrean catástrofes como la de Sheffield, en Inglaterra, de abril de 1989: 96 muertos, 766 heridos… En el estadio Furiani de Bastia (Córcega), el 5 de mayo de 1992, por cuestiones de rentabilidad, justo antes de empezar el partido, se derrumbó una tribuna provisional construida a toda prisa: 18 muertos y 2 300 heridos.

    Dopaje: pura expresión de este mundo decadente

    No podemos terminar sin evocar la explotación brutal, virulenta y escandalosa de los propios atletas, especialmente mediante el dopaje, hasta los límites fisiológicos cuando no es hasta la muerte. Ya a principios del siglo XX se habían banalizado ciertas sustancias dopantes como la estricnina. Muy pronto, para los Estados, “el deporte se convirtió en la ciencia experimental del rendimiento corporal que requirió la creación de laboratorios de medicina deportiva, la puesta a punto de material experimental y aparatos diversos, la apertura de institutos deportivos especializados”[11]. En 1967, la muerte del ciclista británico Tom Simpson en las pendientes del Mont Ventoux (Sur de Francia) conmocionó a todo el mundo, pero el dopaje se había implantado desde hacía ya mucho tiempo. Como lo subraya el antiguo médico del Tour de Francia, el doctor Jean-Pierre de Mondenard: “El deporte de alto nivel es una escuela de tramposos”. Hoy, seguimiento médico y dopaje están íntimamente relacionados. Esteroides, anabolizantes, EPO, autotransfusiones se utilizan corrientemente en las competiciones, controlados por médicos en todos los grandes equipos. Ni que decir tiene que ese fenómeno afecta a todos los deportes y a fuertes dosis. En un deporte como el rugby, por ejemplo, el dopaje funciona desde la formación juvenil misma. Así lo demuestra el testimonio de un deportista de 24 años, hoy enfermo y con la carrera arruinada: “Llegas al centro de formación. Allí te hablan mucho del “verdadero” dopaje. Algunos de mis compañeros de equipo se inyectaban moléculas, productos veterinarios, abastecidos por un médico que merodeaba por el club. Te hablan de salbutamol, de anabolizantes de ternera y de toro. Ya no vas a andar comprando por Internet, sino que vas a intentar dar con la persona idónea. El médico te hace las primeras inyecciones y luego te deja hacer.” Y añade con mucha razón: “La ‘omertà’ [ley del silencio] es ya muy fuerte en el ámbito deportivo, lo es más todavía cuando se trata de adolescentes.”[12] Desgastados hasta la médula, destruidos prematuramente, los deportistas sufren trastornos gravísimos: accidentes cardiacos y circulatorios, insuficiencias renales y hepáticas, cánceres, impotencia, esterilidad, trastornos en la mujer embarazada, enfermedades musculo-esqueléticas, etc. Una importante cantidad de atletas de alto nivel fallecen antes de los 40 años. El ejemplo de las nadadoras de Alemania del Este, que ya reveló toda la brutalidad y el horror capitalista de la planificación estatal, ha sido, desde entonces superado con creces. Recordemos que, como a muchos otros atletas, se dopaba sistemáticamente y por la fuerza a aquellas nadadoras, a menudo sin que ellas mismas se enteraran. Vigiladas constantemente por los servicios especiales (Stasi, KGB) en todos sus desplazamientos, a esas atletas les estaba prohibido comunicar con gentes del Oeste so pena de represalias contra su familia. Convertidas en “hombres” en lo hormonal (fuerte pilosidad, trastornos en la libido, clítoris hipertrofiado...) gracias a las píldoras e inyecciones cotidianas inoculadas por médicos especializados[13], el Estado las condenaba a toda clase de chantajes y al silencio. ¡Se han censado más de 10 000 victimas! Muchas de ellas murieron prematuramente, gravemente enfermas[14].

    Hoy lo que más se conoce son los casos en el ciclismo, desde el caso Festina[15] hasta el montón de casos de corredores, tanto ejecutantes como víctimas o cabezas de turco, como el del ciclista Lance Amstrong, a quien acaban de retirarle sus 7 títulos del Tour de Francia, son testimonios de que las leyes del capital y de la ganancia no se arredran ante nada.

    ¡La ética del deporte es la del capitalismo! Se puede resumir en unas pocas palabras: ambición, trampas, corrupción, hipocresía, competencia a muerte, violencia y brutalidad. Ni siquiera el deporte paralímpico se salva de esa misma lógica: ha acabado siendo una sórdida competencia en una especia de “guerra de prótesis”.

    Querer hoy “moralizar” el deporte ya no solo es pura ilusión. Se trata como mínimo de una utopía reaccionaria cuando no de una estafa suplementaria.

    Deporte y comunismo, a modo de conclusión

    Los intentos de usar el deporte en la decadencia capitalista para la lucha obrera no hicieron sino incrementar la gangrena oportunista, estimular las fuerzas conservadoras. Ni ha existido ni puede existir un “deporte proletario”. Durante la oleada revolucionaria mundial de 1917-1923, el fracaso de la Internacional Roja del Deporte (ISR, fundada en 1921) se debió a las condiciones históricas y políticas de entonces, las del capitalismo decadente y del aislamiento trágico de la revolución en Rusia. Los Juegos de Asia Central que organizaron en lo deportivo los bolcheviques en Tashkent (Uzbekistán), al estimular y reforzar los Estados locales, verdadero mosaico del ex imperio ruso, lo único para lo que sirvieron fue para incrementar la confusión política. Peor todavía, iban a endurecer el cordón sanitario de las tropas de la coalición burguesa en torno a una Rusia soviética asediada. Las “Espartaquiadas” de Moscú, en 1928, iban a rematar la defensa de la “patria socialista” en esos juegos, que ya eran la expresión de la contrarrevolución. El único verdadero “triunfo” fue entonces el del estalinismo, haciendo arrogante alarde de sus “bolcheviques de acero”… Marx decía que la sociedad comunista haría “la demostración práctica de la posibilidad de unir enseñanza y gimnasia con el trabajo y viceversa”, con la perspectiva de la realización del “ser humano completo”[16]. Al principio, Lenin y los bolcheviques defendían esa visión, pero no les quedó tiempo ni posibilidad para realizarla. El estalinismo realizó lo contrario: una caricatura ultramedicada de robots monstruosos.

    Es evidentemente difícil vislumbrar la sociedad comunista del futuro. Lo que sí es seguro es que el deporte tal como existe hoy, tendrá que desaparecer en una sociedad sin clases sociales. Es tan difícil para un aficionado al deporte concebir ese futuro hoy como lo es para un drogodependiente imaginar un mundo sin adicciones. Un mundo humano, unitario, creativo y libre deberá sustituir a las separaciones artificiales entre actividades físicas e intelectuales, a las oposiciones forzadas entre deportistas y sedentarios. De ese modo, el “hombre completo” del que hablaba Marx, volverá a encontrar en el comunismo su verdadera naturaleza social: “(…) los sentidos del hombre social distintos de los del no social. Sólo a través de la riqueza objetivamente desarrollada del ser humano es, en parte cultivada, en parte creada, la riqueza de la sensibilidad humana subjetiva, un oído musical, un ojo para la belleza de la forma. En resumen, sólo así se cultivan o se crean sentidos capaces de goces humanos, sentidos que se afirman como fuerzas esenciales humanas. (…) la sociedad constituida produce, como su realidad durable, al hombre en esta plena riqueza de su ser, al hombre rica y profundamente dotado de todos los sentidos.”[17]

    Ese ser humano “profundamente dotado de todos sus sentidos” expresará su verdadera individualidad en una armonía superior: la de la unidad dialéctica que favorezca la belleza del cuerpo y de la mente.
     
     
     
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    Mensaje por lolagallego Vie Feb 12, 2021 11:25 pm

    Notas de este tercer artículo

    [1] E. Hobsbawm, Naciones y nacionalismo desde 1780, traduc. castellana de 1990, Ed. Mondadori, Barcelona.

    [2] Ídem.

    [3] J-M Brohm, Sociologie politique du sport, 1976, Nancy (Francia), P.U.N., 1992.

    [4] Nótese que ya se ha vuelto a ver ondear la bandera alemana entre la muchedumbre en los encuentros deportivos, en plena conformidad con las nuevas aspiraciones imperialistas alemanas; y eso tras años de cautelas impuestas por un incómodo pasado.

    [5] Como, por ejemplo, la ideología “black-blanc-beur” (negro/blanco/árabe) en Francia: alusión a la bandera tricolor “bleu-blanc-rouge” (azul/blanco/rojo) y a la unidad nacional por encima del color de piel o del origen, todos juntos tras el Estado republicano, en una especie de unión sagrada.

    [6] Folleto de Junius, 1915.

    [7] [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]

    [8] Dicho sea de paso, tampoco a la burguesía norteamericana de entonces le entusiasmaron tales victorias, una burguesía henchida de prejuicios raciales segregacionistas y mortíferos. En las Olimpiadas de San Luis de 1904, las minorías negras fueron marginalizadas. Se organizaron incluso competiciones espéciales, llamadas “jornadas antropológicas”, reservadas para aquellos que los organizadores consideraban como “subhumanos”. Víctimas de segregación y de linchamientos, las minorías negras reaccionarían más tarde en luchas parciales, entre las cuales las de los famosos “Black Panthers”, que en el podio de las Olimpiadas de México de 1968 quedaron simbolizadas en los puños levantados con guantes negros de los velocistas Smith y Carlos.

    [9] Los ejemplos de sobornos a la hora de nombrar la sede de las Olimpiadas o del país organizador de los Mundiales de Fútbol son múltiples, por ejemplo, para la candidatura de Salt Lake City a las Olimpiadas de Invierno de 2002.

    [10] [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]

    [11] J-M Brohm, Sociologie politique du sport, 1976, Nancy (Francia), P.U.N., 1992.

    [12] [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] periódico francés en línea.

    [13] Hubo incluso entrenadores en la antigua Alemania del Este que habrían embarazado a sus pupilas pues, al tercer mes de embarazo, al producir la mujer más testosterona, ¡sería más competitiva!

    [14] Para dar una idea de la progresión del fenómeno del dopaje hoy, un ejemplo, el récord de la australiana Stéphanie Rice (400 metros 4 estilos en Pekín 2008) es inferior en 7 segundos al de la excampeona alemana del Este, Petra Schneider, (1980, Moscú), conocida, sin embargo, por haberse “cargado” en cantidades industriales de esteroides!

    [15] En julio de 1998, el entrenador del equipo ciclista Festina, Willy Voet, era arrestado por la aduana francesa. Transportaba ampollas de eritropoyetina (EPO), capsulas de anfetaminas, soluciones de hormonas de crecimiento y frascos de testosterona.

    [16] Marx citado por J-M Brohm, ídem.

    [17] Marx, Manuscritos, “Propiedad privada y comunismo” [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
     
         

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