El deseo de los sublevados debe realizarse
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Hace 30 años, en la ciudad Kwangju del Sur de Corea tuvo
lugar la sublevación de masas para la independencia, la democracia y la
reunificación.
El pueblo surcoreano luchó en demanda de la nueva
política y nueva vida al terminar en octubre de 1979 el poder militar
fascista de “renovación”, que gobernó el Sur de Corea durante 18 años al
amparo de EE.UU.
A instigación de EE.UU. que quería mantener el sistema
de dominación colonial, la pandilla militar surcoreana acometió el 12 de
diciembre de 1979 el golpe de Estado para la purgación del ejército y
en mayo de 1980 fraguó el “comité de medidas urgentes para la defensa
del Estado” de carácter militar fascista. Y el 18 del mismo mes proclamó
en todo el país la “ley marcial de emergencia” y prohibió las
actividades de los partidos políticos, organizaciones sociales y órganos
de prensa.
Los jóvenes estudiantes y otros ciudadanos de Kwangju
efectuaron la manifestación pacífica en demanda de la revocación de la
“ley marcial de emergencia”, la realización de las reformas democráticas
y el establecimiento del gobierno democrático.
Los manifestantes, enojados ante la bárbara represión,
pasaron a la sublevación.
Más de 300 mil insurrectos atacaron las sedes de
administración provincial y municipal, organismos de gobernación y
estaciones de policía entre otros y tomaron miles de armas del arsenal y
armamentos del “ejército marcial”.
Toda la ciudad se puso bajo el control de los rebeldes.
Las llamas de resistencia se propagaron a varias
regiones, se organizaron el “comité de ciudadanos” y el “ejército civil”
y diariamente se llevaron a cabo mítines de gran dimensión contra la
dictadura fascista de “renovación”
La pandilla militar al amparo de EE.UU. movilizó en la
represión decenas de miles de efectivos del ejército regular con
tanques, carros blindados y helicópteros.
A los soldados de tropas especiales aerotransportadas
que tomaron alucinógenos les ordenó “matar sin miramiento alguno”
diciendo que “es permisible asesinar hasta el 70 % de los ciudadanos de
Kwangju”. Azuzados por Estados Unidos y sus títeres surcoreanos, los
soldados del “ejército marcial” asesinaron a los ciudadanos que salieron
a las calles, sin distinguir hombres, mujeres, viejos y niños, a tiros,
bayonetazo, atropello, quema y ahorcamiento. Su salvajismo llegó a tal
punto que abrieron con sable el vientre de mujer encinta en la
encrucijada, tiraron el feto al suelo y lo pisotearon con botas,
arrancaron de cuajo la barba de un viejo que les protestó y lo
asesinaron en el alcantarillado, desnudaron a jóvenes estudiantes y las
acribillaron a puñaladas y las colgaron al revés en la barra de
surtidores. Mataron con culatazos hasta a los niños que andaban en busca
de los padres desaparecidos y los que lloraban delante del cadáver de
su madre en la ribera del río Kwangju, culpándolos por ser “crías de los
insurrectos”.
Las calles de la ciudad se llenaron de cadáveres y por
el río Kwangju corría la sangre de los rebeldes.
En algunos días más de cinco mil habitantes perdieron la
vida y decenas de miles quedaron heridos. Al pie de la letra, Kwangju
se convirtió en enorme “baño de sangre” y “ciudad de muerte” y no
cesaron llantos de las mujeres que llamaban a sus hijos y maridos
muertos, y sollozos de niños que quedaron sin padres. La resistencia
popular de Kwangju manifestó la firme voluntad del pueblo surcoreano de
poner fin a la bárbara dominación militar y su aspiración a la nueva
política independiente y nueva vida.
Ha pasado mucho tiempo desde entonces.
Hoy muchas personas visitan incesantemente el cementerio
del barrio Mangwol donde fueron sepultados los caídos en la
resistencia. Su anhelo de la independencia, la democracia y la
reunificación, al que consagraron la sangre y la vida, no se ha
realizado aún debido a la dominación e intervención de las fuerzas
extranjeras y la política antipopular y traidora de las autoridades
surcoreanas.
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Hace 30 años, en la ciudad Kwangju del Sur de Corea tuvo
lugar la sublevación de masas para la independencia, la democracia y la
reunificación.
El pueblo surcoreano luchó en demanda de la nueva
política y nueva vida al terminar en octubre de 1979 el poder militar
fascista de “renovación”, que gobernó el Sur de Corea durante 18 años al
amparo de EE.UU.
A instigación de EE.UU. que quería mantener el sistema
de dominación colonial, la pandilla militar surcoreana acometió el 12 de
diciembre de 1979 el golpe de Estado para la purgación del ejército y
en mayo de 1980 fraguó el “comité de medidas urgentes para la defensa
del Estado” de carácter militar fascista. Y el 18 del mismo mes proclamó
en todo el país la “ley marcial de emergencia” y prohibió las
actividades de los partidos políticos, organizaciones sociales y órganos
de prensa.
Los jóvenes estudiantes y otros ciudadanos de Kwangju
efectuaron la manifestación pacífica en demanda de la revocación de la
“ley marcial de emergencia”, la realización de las reformas democráticas
y el establecimiento del gobierno democrático.
Los manifestantes, enojados ante la bárbara represión,
pasaron a la sublevación.
Más de 300 mil insurrectos atacaron las sedes de
administración provincial y municipal, organismos de gobernación y
estaciones de policía entre otros y tomaron miles de armas del arsenal y
armamentos del “ejército marcial”.
Toda la ciudad se puso bajo el control de los rebeldes.
Las llamas de resistencia se propagaron a varias
regiones, se organizaron el “comité de ciudadanos” y el “ejército civil”
y diariamente se llevaron a cabo mítines de gran dimensión contra la
dictadura fascista de “renovación”
La pandilla militar al amparo de EE.UU. movilizó en la
represión decenas de miles de efectivos del ejército regular con
tanques, carros blindados y helicópteros.
A los soldados de tropas especiales aerotransportadas
que tomaron alucinógenos les ordenó “matar sin miramiento alguno”
diciendo que “es permisible asesinar hasta el 70 % de los ciudadanos de
Kwangju”. Azuzados por Estados Unidos y sus títeres surcoreanos, los
soldados del “ejército marcial” asesinaron a los ciudadanos que salieron
a las calles, sin distinguir hombres, mujeres, viejos y niños, a tiros,
bayonetazo, atropello, quema y ahorcamiento. Su salvajismo llegó a tal
punto que abrieron con sable el vientre de mujer encinta en la
encrucijada, tiraron el feto al suelo y lo pisotearon con botas,
arrancaron de cuajo la barba de un viejo que les protestó y lo
asesinaron en el alcantarillado, desnudaron a jóvenes estudiantes y las
acribillaron a puñaladas y las colgaron al revés en la barra de
surtidores. Mataron con culatazos hasta a los niños que andaban en busca
de los padres desaparecidos y los que lloraban delante del cadáver de
su madre en la ribera del río Kwangju, culpándolos por ser “crías de los
insurrectos”.
Las calles de la ciudad se llenaron de cadáveres y por
el río Kwangju corría la sangre de los rebeldes.
En algunos días más de cinco mil habitantes perdieron la
vida y decenas de miles quedaron heridos. Al pie de la letra, Kwangju
se convirtió en enorme “baño de sangre” y “ciudad de muerte” y no
cesaron llantos de las mujeres que llamaban a sus hijos y maridos
muertos, y sollozos de niños que quedaron sin padres. La resistencia
popular de Kwangju manifestó la firme voluntad del pueblo surcoreano de
poner fin a la bárbara dominación militar y su aspiración a la nueva
política independiente y nueva vida.
Ha pasado mucho tiempo desde entonces.
Hoy muchas personas visitan incesantemente el cementerio
del barrio Mangwol donde fueron sepultados los caídos en la
resistencia. Su anhelo de la independencia, la democracia y la
reunificación, al que consagraron la sangre y la vida, no se ha
realizado aún debido a la dominación e intervención de las fuerzas
extranjeras y la política antipopular y traidora de las autoridades
surcoreanas.
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