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    Cómo revitalizar el movimiento obrero estadounidense

    pablo13
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    Cómo revitalizar el movimiento obrero estadounidense Empty Cómo revitalizar el movimiento obrero estadounidense

    Mensaje por pablo13 Dom Feb 28, 2016 10:39 pm

    En su libro Muerte y vida del movimiento obrero estadounidense (título original: The Death and Life of American Labor), el académico y activista Stanley Aronowitz ofrece una aguda apreciación de los problemas actuales del movimiento obrero en los Estados Unidos y propone una decálogo para su recomposición.

    El autor dirige su crítica más fuerte contra los sindicatos, señalando que sus direcciones no hacen más que “mendigar al partido demócrata” y apuestan a la vía electoral para resolver los problemas de los trabajadores. Según Aronowitz, la burocracia sindical capituló una y otra vez durante las últimas décadas a los ataques de la patronal, particularmente a través de los convenios colectivos de trabajo: contratos de larga duración, cláusulas que eliminan el derecho a huelga [1], sistemas de pago diferenciado y mayores costos para los trabajadores para financiar sus propios planes de salud y de pensiones jubilatorias.

    Las principales razones detrás de estas concesiones son el temor por parte de los sindicatos al cierre de la planta y su relocalización, y un “respeto sagrado por la ley”. En lugar de concentrarse en construir una fuerza militante entre los trabajadores para desafiar a los empresarios y al Estado a través de medidas de acción, sus esfuerzos se dirigieron convencer a los demócratas en el poder de que aprueben leyes protectoras o que suavicen los ataques sobre la clase trabajadora.

    Desde el punto de vista del autor, los sindicatos se cavaron su propia tumba y perdieron la posibilidad de “transformarse de una organización de servicios en una fuerza militante”. Por otro lado, Aronowitz también afirma que, una vez beneficiosos para los trabajadores, los convenios colectivos hoy benefician únicamente a los patrones.

    Sin embargo, al tomar esta posición el autor “tira el niño con el agua sucia”. Es cierto que la mayoría de los convenios colectivos hoy incluyen cláusulas antihuelga, y son absurdamente largos (¡3, 4 o 5 años!), socavando la capacidad de los trabajadores de luchar contra la patronal. Pero esto no es un componente ineludible de los acuerdos. El autor mezcla la herramienta de los convenios colectivos con los propios resultados de la negociación. No es correcto considerar todos los contratos como conquistas de los patrones. Tampoco sería acertado afirmar –como lo hace David Cohen [2]– que el contrato es una derrota automática para el empleador. Pero aunque las leyes y regulaciones son burguesas, y por lo tanto son las reglas de juego de los dueños del capital, la ausencia total de derechos legales es peor para los trabajadores. Comprometer al empleador a un acuerdo escrito de respeto a las condiciones de trabajo y a una determinada remuneración, es mejor que no tener nada.

    El problema aparece, por supuesto, cuando se resigna el derecho a huelga, o cuando otras concesiones, como la paga diferencial o el recorte de beneficios, se filtra en el contrato. Esto debe entenderse como el producto de una relación de fuerzas entre capital y trabajo, facilitado por décadas de sindicalismo empresarial/burocrático, más que como defectos inherentes de los convenios colectivos.

    Tecnología y trabajo

    Al tratar la influencia de la tecnología y la automatización sobre la producción industrial, Aronowitz discute contra la práctica (abrazada por progresistas y conservadores) de alabar el desarrollo tecnológico como intrínsecamente beneficioso. Con ejemplos históricos, explica cómo estos desarrollos, de hecho, han resultado en perjuicios para la clase trabajadora, ocasionando pérdida de puestos de trabajo, deterioro en las condiciones laborales y debilitando el poder de negociación de los trabajadores.

    Además, la reestructuración del trabajo facilitada por la innovación tecnológica ha profundizado las divisiones entre trabajadores de bajos salarios, los “no calificados”, y el estrato profesional. Aronowitz señala que se abren nuevas oportunidades producto de la creciente proletarización y la posición estratégica de los ingenieros y los informáticos, quienes ya en 1970 “no eran más emprendedores independientes, sino que se habían convertido en empleados”.

    Al respecto, sostiene que los profesionales que hacen andar a las máquinas están ahora en la posición clave para interrumpir la producción: “La necesidad de acción efectiva y apoyo organizado por parte de la clase obrera profesional pronto será urgente, ya que podemos esperar una mayor difusión de procesos productivos casi completamente automatizados en el futuro cercano”. Así, el autor propone a los profesionales (¡incluso a los empleados gerenciales!) como un sector clave para sindicalizar y ganar para una política revolucionaria.

    En este sentido, Aronowitz intenta reabrir un debate que ya fue en gran medida saldado. La ilusión de una industria completamente automatizada como destino inevitable de la tecnificación fue planteada por Rifkin hace más de 20 años y ampliamente refutada por la realidad, junto con las teorías del fin de la historia y de la muerte de la clase obrera [3].

    Esto trae como consecuencia su desprecio a la organización de los trabajadores de bajos salarios, que constituyen un 10% de la fuerza laboral estadounidense. Esta omisión es aún más grave a la luz de las huelgas y movilizaciones de las que ha sido protagonista este sector del proletariado. El movimiento contra la brutalidad policial impulsado por jóvenes afroamericanos y la lucha por aumentos de salario en el sector de comercio y de comidas rápidas, muestran el enorme potencial de los trabajadores “no calificados.” En esta línea, algunos autores han señalado recientemente la importancia de organizar los puntos de almacenamiento y distribución de mercancías.

    Reforma sindical versus sindicalismo radical

    Aronowitz afirma correctamente que la reforma sindical en sí misma no es suficiente para revertir el retroceso del movimiento obrero. No se trata solo de democratizar los sindicatos (aunque esto solo ya sea una enorme tarea): se trata de construir una “minoría militante” de trabajadores que vaya más allá del sindicalismo y critique el sistema capitalista en su conjunto.

    Para llevar adelante esta tarea, propone una reedición de la Liga de Educación Sindical (TUEL, por sus siglas en inglés), organismo del Partido Comunista en los años ‘20, en la forma de intelectuales que den formación sindical y política a los activistas obreros. De esta forma propone un espacio de formación compartido por “anarquistas, socialistas y comunistas”.

    Una nueva TUEL es una idea atractiva. Una generación de militantes de izquierda concentrados en ciertas estructuras consideradas estratégicas podrían comenzar a construir bastiones de militancia de base. El problema surge cuando nos preguntamos qué tipo de organización se cargará esta tarea. La pieza que falta, que Aronowitz no menciona ni siquiera al pasar, es el partido revolucionario. ¿Quién más podría proveer estos espacios, reunir trabajadores, estimular y facilitar la discusión teórica y política? Aún más, el desprecio por la lucha dentro de los sindicatos convierte la receta de Aronowitz en una búsqueda de la marginalidad como virtud en sí misma, de luchas aisladas en los lugares de trabajo, incapaz, en definitiva, de revitalizar el movimiento obrero.

    ¿Una transición gradual al socialismo?

    El entusiasmo de Aronowitz por las fábricas ocupadas y las cooperativas se acompaña de una equilibrada descripción de sus limitaciones como unidades productivas dentro de un sistema capitalista. Su llamado a “socializar los bancos, la industria, las instituciones de salud y educación” no es otra cosa que la “socialización de los medios de producción bajo control obrero”.

    Para alcanzar este objetivo, sin embargo, propone una apropiación paulatina de la industria en forma de cooperativas. Las empresas y tiendas se sumarían una a una a una red de cooperativas que en un punto reemplazaría al sistema capitalista de producción y distribución: “las cooperativas de trabajadores y consumidores, produciendo bienes y servicios competirían inicialmente con cadenas de supermercados y otras empresas privadas, y a la larga las reemplazarían”.

    Esta conquista gradual de “trincheras” dentro de la sociedad capitalista lleva la pelea por el socialismo al terreno de la competencia de mercado entre las cooperativas y el gran capital. Sinceramente, es que es difícil imaginar a las cooperativas ganando estas batallas de forma generalizada. ¿Cómo puede una cooperativa pequeña, pagando salarios decentes a sus trabajadores/dueños, ganarle a un gigante comercial como Walmart, cuyo modelo se basa en salarios de pobreza y economía de gran escala? Tampoco hay que pasar por alto el rol del estado garantizando las ganancias privadas y manteniendo un entramado de leyes y reglas que perpetúan la riqueza individual y la explotación capitalista. Cualquier estrategia para alcanzar el socialismo marcha al fracaso en tanto y en cuanto no critique, enfrente y derrote al Estado capitalista.

    ¿Cómo revitalizar al movimiento obrero?

    Hacia el final del libro, Aronowitz despliega sus propuestas para construir un “nuevo movimiento obrero”. Su “manifiesto de 10 puntos” incluye la eliminación de cláusulas antihuelga en los convenios colectivos, una campaña nacional por la renta universal, un sistema público de salud, la lucha contra la discriminación de género, racial y étnica, organizaciones de crédito para las cooperativas, y la construcción de un movimiento obrero internacional capaz de dar pelea a las multinacionales en distintos territorios, en lugar de competir con obreros de otros países. También propone una jornada laboral más corta, algo que está –aunque él no lo haga explícito– relacionado con la lucha por el producto de la innovación tecnológica y el aumento de la productividad.

    A pesar de algunas estas críticas, Muerte y vida del movimiento obrero estadounidense ofrece un análisis agudo del movimiento obrero y una sugestiva –y controvertida–estrategia para su revitalización, que puede abrir un debate interesante en la izquierda estadounidense.

    En Estados Unidos el derecho a huelga no está garantizado por la constitución, no es “inalienable”. Esto permite a las patronales exigir “cláusulas antihuelga” en los convenios colectivos, práctica que desafortunadamente se ha vuelto bastante frecuente. En caso de no cumplimiento, el sindicato está sujeto a multas costosísimas.

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