Como lo que suelo escribir son cosas a mitad de camino entre lo marxista y la música clásica no voy a repetir explicaciones de carácter económico y político a cerca del origen y perpetuación de la actual crisis. Personas mucho más cualificadas que yo lo hacen diariamente de forma clara, honesta y precisa, tanto que quien a estas alturas no se haya enterado es porque no quiere. Tal es así que incluso alguien tan incompetente para tales asuntos como el anterior presidente de la República Francesa Nicolás Sarkozy fue capaz de vislumbrarlo aunque por supuesto luego se le pasara la lucidez como si tal cosa: “Hay que refundar el capitalismo” vino a decir.
Lo que yo quiero contar es que cuando digo a alguien que al llegar a casa estuve echando un buen rato escuchando nocturnos de Chopin es frecuente que - también en ese asunto- tenga que escuchar reprobaciones que en el mejor de los casos no suelen pasar de amables diagnósticos de patetismo, pusilanimidad, pesimismo, carácter melancólico e incluso homosexualidad reprimida. El caso es que pese a mi afinidad con las disonancias de todo tipo – no solo musicales- me lo paso estupéndamente con la serenidad honda y reflexiva del polaco. En tales casos suelo pensar, eso si para mis adentros, que más bien son ellos los que deben tener algún desarreglillo emocional que el introspectivo Chopin lo único que ha hecho ha sido aflorar.
En mi ciudad escasean los días de cielos cubiertos – los lluviosos son casi ignotos- y sin embargo también es frecuente que buena parte de mis conciudadanos se “depriman muchísimo” en cuanto tenemos la suerte de mojarnos y con ello una excusa para luego no salir de casa. La salud mental presuntamente perdida por culpa de los preludios de Chopin, los libros de Elfriede Jelinek, la ausencia de ruido y los chubascos la tratan de recuperar con costosas terapias alternativas del antiguo Oriente o tan incontestables como reírse a mandíbula batiente con el humor grueso cuando no neofascista de la tele. Si los síntomas persisten salir a comprar cosas inútiles es un clásico que nunca falla. Si exclamo “¡fetichización de la mercancía!” me dicen que huelo a humedad.
Lo que vengo a decir con todo esto es que además de las causas más o menos conocidas de tipo económico-político hay también un problema ético-cultural. Con el retroceso de las ideologías, las religiones, la filosofía y la humanística en general la sociedad administrada de consumo adopta casi como único ideal el lucro. Ni tan siquiera interesa la emancipación sencillamente porque no se sabe que hacer con el tiempo libre más que realimentar la alienación con la industria del ocio o la molicie. La alienación es el símbolo de nuestro tiempo y la infelicidad la sintomatología de una enfermedad que está en ella misma. Las víctimas no son los culpables.
Hace unos años los propios trabajadores que no participaban en las huelgas tenían un cierto complejo de esquiroles ellos mismos sin que nadie se lo recordara. En la pasada huelga general fue al revés toda vez que por participar en ella tuve la sensación de que el “traidor” era yo por mantener una combatividad cuyos logros – en caso de haberlos- los demás también terminarían disfrutando . Quizás por más tiempo que yo mismo. No hay que ser muy listo para ver las enormes ventajas que las crisis tienen en materia de Derecho Laboral.
En clave marxista Dimitri Shostakovich hablaba maravillas de la concupiscencia, consanguinidad y carácter social de la música de Chopin. El no menos sabio José Luis Sampedro demuestra su enorme talento definiendo con su habitual claridad y precisión lo que es la felicidad: “Estar bien con uno mismo”. Esa es una misión para la que ya no nos forma nadie. Aún menos la publicidad. Si al escuchar un nocturno de Chopin usted siente que se va poniendo más triste de lo habitual quizás sea que usted y su sociedad estén necesitando de la revolución.
Lo que yo quiero contar es que cuando digo a alguien que al llegar a casa estuve echando un buen rato escuchando nocturnos de Chopin es frecuente que - también en ese asunto- tenga que escuchar reprobaciones que en el mejor de los casos no suelen pasar de amables diagnósticos de patetismo, pusilanimidad, pesimismo, carácter melancólico e incluso homosexualidad reprimida. El caso es que pese a mi afinidad con las disonancias de todo tipo – no solo musicales- me lo paso estupéndamente con la serenidad honda y reflexiva del polaco. En tales casos suelo pensar, eso si para mis adentros, que más bien son ellos los que deben tener algún desarreglillo emocional que el introspectivo Chopin lo único que ha hecho ha sido aflorar.
En mi ciudad escasean los días de cielos cubiertos – los lluviosos son casi ignotos- y sin embargo también es frecuente que buena parte de mis conciudadanos se “depriman muchísimo” en cuanto tenemos la suerte de mojarnos y con ello una excusa para luego no salir de casa. La salud mental presuntamente perdida por culpa de los preludios de Chopin, los libros de Elfriede Jelinek, la ausencia de ruido y los chubascos la tratan de recuperar con costosas terapias alternativas del antiguo Oriente o tan incontestables como reírse a mandíbula batiente con el humor grueso cuando no neofascista de la tele. Si los síntomas persisten salir a comprar cosas inútiles es un clásico que nunca falla. Si exclamo “¡fetichización de la mercancía!” me dicen que huelo a humedad.
Lo que vengo a decir con todo esto es que además de las causas más o menos conocidas de tipo económico-político hay también un problema ético-cultural. Con el retroceso de las ideologías, las religiones, la filosofía y la humanística en general la sociedad administrada de consumo adopta casi como único ideal el lucro. Ni tan siquiera interesa la emancipación sencillamente porque no se sabe que hacer con el tiempo libre más que realimentar la alienación con la industria del ocio o la molicie. La alienación es el símbolo de nuestro tiempo y la infelicidad la sintomatología de una enfermedad que está en ella misma. Las víctimas no son los culpables.
Hace unos años los propios trabajadores que no participaban en las huelgas tenían un cierto complejo de esquiroles ellos mismos sin que nadie se lo recordara. En la pasada huelga general fue al revés toda vez que por participar en ella tuve la sensación de que el “traidor” era yo por mantener una combatividad cuyos logros – en caso de haberlos- los demás también terminarían disfrutando . Quizás por más tiempo que yo mismo. No hay que ser muy listo para ver las enormes ventajas que las crisis tienen en materia de Derecho Laboral.
En clave marxista Dimitri Shostakovich hablaba maravillas de la concupiscencia, consanguinidad y carácter social de la música de Chopin. El no menos sabio José Luis Sampedro demuestra su enorme talento definiendo con su habitual claridad y precisión lo que es la felicidad: “Estar bien con uno mismo”. Esa es una misión para la que ya no nos forma nadie. Aún menos la publicidad. Si al escuchar un nocturno de Chopin usted siente que se va poniendo más triste de lo habitual quizás sea que usted y su sociedad estén necesitando de la revolución.
Última edición por Shostakovich el Miér Nov 21, 2012 11:48 pm, editado 2 veces