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    Apuntes para una autocrítica libertaria: Un caso práctico, el ámbito de salud mental

    lairy
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    Apuntes para una autocrítica libertaria: Un caso práctico, el ámbito de salud mental Empty Apuntes para una autocrítica libertaria: Un caso práctico, el ámbito de salud mental

    Mensaje por lairy Lun Dic 22, 2014 5:17 pm

    El pasado noviembre, Íñigo Errejón (segunda cara visible de Podemos) concedía una entrevista a Diagonal en la que se le preguntaba de manera explícita por la relación entre las propuestas de la nueva formación política y los llamados movimientos sociales. Esta es una pequeña parte de la entrevista:

       Pregunta: ¿Cómo creéis que podrían ayudar a gobernar estos movimientos?

       Respuesta: Si te soy sincero, creo que poco, porque están instalados en una cultura de la resistencia que no les obliga a mancharse con la discusión concreta de cómo se harían las cosas.

    Dejemos de lado el verbo “gobernar” y centrémonos en la idea de “cultura de la resistencia”. Veremos que hay mucho de cierto si de lo que se acusa a los movimientos sociales es de defenderse de las agresiones del capital. Y no hace falta haber estudiado ciencias políticas en Somosaguas para darse cuenta de que de alguna manera esas luchas están condicionadas por el hecho de estar a la defensiva. Las condiciones objetivas son como son, pero hay una gran diferencia entre la idea de que los movimientos sociales son incapaces por sí mismos de cualquier tipo de transformación y la idea de que tanto en su forma como en sus objetivos son insuficientes. La primera es la que parece defender Íñigo cuando explicita la necesidad de un gobierno que «haga» las cosas, la segunda es la crítica que podemos compartir nosotros pero que nos lleva a pensar que de cualquier manera son, o deberían ser, el germen de un sujeto colectivo capaz no solo de resistir sino de construir.

    El territorio está cambiando por momentos, y seguir como hasta ahora solo puede garantizar que nos extraviemos de manera irremediable

    Sin embargo, he querido comenzar a escribir a partir de esta cita para tratar de reflexionar sobre los lastres (naturales por otra parte) que acarrea el luchar sistemáticamente a la contra. Lastres que son más pesados si cabe cuando esa lucha se emprende desde una perspectiva libertaria, en la que, además de la denuncia de la injusticia social, se supone que hay (aunque lamentablemente no siempre es así) una apuesta en firme por un tipo de relaciones humanas que rompen con la lógica del poder imperante en nuestras sociedades. El resultado no puede ser otro que una radicalización del discurso, el cual con demasiada frecuencia se ha ido haciendo cada vez más “duro” y autorreferencial, sepultado tras una capa de incontables derrotas. Que no se me malinterprete, soy partidario de la radicalidad, de ir a la raíz de las cosas y todo ese tipo de consignas; el problema es que la radicalidad debe ser compartida, hecha común, y cuando esto no se produce es normal que nos perdamos en nuestras propias palabras y en nuestros propios conceptos.

    Como no estoy en condiciones de realizar un análisis de la cuestión propositiva y sus contradicciones en un contexto tan amplio como son los movimientos sociales, lo haré en el espectro de proyectos y prácticas libertarias, que al fin y al cabo es lo que conozco mejor.

    Distingamos pues entre dos tipos de luchas: las específicamente libertarias / autónomas (promovidas desde ese propio entorno) y las luchas sociales más amplias, dentro de las cuales se supone que participan o pueden llegar a participar personas que pertenecen al ámbito libertario y que se ven involucradas por el devenir mismo de la vida. Las más representativas de este tipo suelen ser las laborales, las barriales o las vinculadas a la defensa del territorio, pero hay y habrá bastantes más. Uno puede involucrarse en un conflicto no por profesar determinada opción política, sino tan solo porque es padre (cierran la guardería pública de la zona donde vives), asalariado (hay un ERE), usuario de sistema de salud público (el ambulatorio está colapsado), vecino (la nueva contrata de limpieza no recoge la basura de tu distrito), etc. Cuando uno participa de esas luchas no trata de vincularlas al colectivo al que pertenece ni de subsumirlas en una marca política (o al menos no debería ser así entre quienes denunciamos la recuperación y a la apropiación de luchas ajenas), pero sí trata de aportar su experiencia y manera de hacer las cosas: asamblearismo, trasparencia, revocabilidad, reparto de las tareas, horizontalidad, etc.

    La cuestión es que con demasiada frecuencia hemos formado parte de proyectos que enlazaban personas y códigos muy cercanos, y ahora que se dan muchas más tensiones y respuestas sociales tenemos una tendencia a preocuparnos por que se pierda cierta “pureza” ideológica. Un resquemor que a veces se expresa como “Ey, que antes ya había gente que peleaba… que hacía asambleas, manifestaciones y okupaba casas”. Parece que trabajar con otras personas que se salen del pequeño reducto en el que llevábamos años moviéndonos nos produce una mezcla de miedo, inseguridad y estrechez de miras. Huimos de las contradicciones como si fueran algo que pudiera evitarse, como si no hubiéramos vivido en ellas desde hace décadas, pidiendo, por ejemplo, la abolición de la cárcel a la vez que el cese de la dispersión penitenciaria (lo imposible, al menos en un futuro cercano, y lo posible a la vez). Quizás lo que sucede es tan solo que antes conocíamos nuestras contradicciones, eran cercanas, familiares, y ahora nos vemos arrojados a una situación política que a pesar de ser mucho más ilusionante (mayor conflictividad social), nos trae un montón de nuevas contradicciones a diario y nos obliga a hacer equilibrismos continuamente y a mirarnos a nosotros mismos antes de lanzar el anatema contra otros.

    No he dicho ni diré jamás que haya que dejar de lado el trabajo realizado hasta el momento, ni que se deban abandonar luchas por el hecho de haber sido históricamente marginales. La palabra "marginal", en el sentido de minoritario, no tiene por qué ser peyorativa. Simplemente ya es hora de echar un vistazo alrededor y ver lo que está sucediendo. Algunas cosas serán criticables, otras susceptibles de ser apoyadas con reservas y por unas pocas habrá que tomar partido de manera incondicional. Lo que en todo caso no tiene sentido es dejarse llevar por inercias. El territorio está cambiando por momentos, y en muchas ocasiones seguir como hasta ahora solo puede garantizar que nos extraviemos de manera irremediable.

    Hasta aquí la perorata más conceptual, más abstracta. Pasemos pues a un ejemplo concreto y dejemos abiertas algunas cuestiones que pueden producirse en un futuro más o menos cercano (al menos en calidad de hipótesis plausibles). Existe, para quien no lo sepa, un movimiento a nivel estatal y europeo de lo que se ha venido a llamar “usuarios” del sistema de salud mental. El término es bastante controvertido y no todo el mundo lo acepta; de hecho, hay quien habla también de supervivientes al sistema de salud metal. En todo caso, y para que nos entendamos, se diferencia entre los profesionales, los familiares y las personas que acuden o han acudido en el pasado a los servicios de salud mental. Estas últimas forman parte tanto de asociaciones legales y públicas como de grupos de afinidad o colectivos más politizados que trabajan de manera completamente autónoma.

    Pues bien, de unos años a esta parte lo cierto es que parte del asociacionismo ha ido tomando unos derroteros más reivindicativos, menos victimistas y se están abriendo nuevas perspectivas de lucha. Conscientes de que la administración de psicofármacos por sí misma no posibilita la recuperación, la gente se va organizando en espacios de gestión propia donde se socializan conocimientos y se establecen vínculos terapéuticos. Existen distintos modelos, y algunos implican la participación de profesionales en el papel de facilitadores, pero como este no es un artículo sobre el tema, trataré de simplificar lo más posible. El ejemplo más paradigmático de esta forma de organizarse son los grupos de ayuda mutua: espacios de relación entre iguales donde se fomenta la autonomía de los individuos que los forman frente a las limitaciones del paradigma psiquiátrico convencional. Asambleas de personas que comparten determinadas condiciones de existencia, algo que no es nuevo en términos generales, pero que en el campo de la salud mental se está expandiendo y está generando buenos resultados; de hecho, hay investigaciones de índole académica que reflejan su influencia positiva en la recuperación de individuos que sufren psíquicamente.

    Estos espacios y la tensión que generan en su ámbito de desarrollo no son en sí una lucha anarquista (y de hecho está bien que así sea), pero son una realidad que actualiza y encarna muchas de las propuestas teóricas que se propugnan desde el movimiento libertario (si es que puede considerarse que hoy en día existe como tal). En otras palabras, son proyectos en los que una sensibilidad libertaria tiene no solo cabida, sino que tiene mucho que aportar y otro tanto que recibir. De manera que pasemos ya a las cuestiones más sensibles…


    Planteaos simplemente el abismo entre fomentar asambleas de salud mental desde ateneos y centros sociales o hacerlo directamente en la planta de psiquiatría de un hospital.En determinados lugares del Estado español hay propuestas de este corte que están siendo promovidas por asociaciones que reciben dinero directamente de la comunidad autónoma pertinente. O dicho de otra manera: la organización de redes de grupos (viajes de coordinación, jornadas de encuentro, etc.), los espacios de formación e incluso, en ocasiones, los propios locales donde tienen lugar los encuentros de los grupos son sufragados indirectamente por el Estado (o por la Unión Europea, que tanto da). Y no vamos a entrar aquí a valorar por qué hay dinero para estas cosas, si porque les ha marcado un gol en un área de acción periférica (la salud mental lo es), porque este tipo de intervenciones son realmente económicas frente a otros modelos (compartir experiencias entre pares es algo que no implica a fin de cuentas grandes inversiones), o porque hay profesionales que se toman en serio su trabajo y buscan estrategias de mejora fuera del cerrado paradigma de la psiquiatría y la psicología dominantes (pocos, pero los hay). No tengo una respuesta al respecto, pero lo cierto es que por primera vez en más de una década de militancia veo propuestas con contenidos transformadores en espacios que podríamos llamar institucionales o parainstitucionales.

    Como persona que apuesta por la autoorganización, mi planteamiento pasa por trabajar al margen de Estado. Por promover herramientas que se puedan replicar en red de manera autónoma sin la necesidad de que intervengan elementos que puedan establecer condiciones de ningún tipo. Sin embargo, en este caso, como muchos otros (el mencionado de las cárceles, la situación de los niños en los centros de menores y tantos más), la reducción significativa de sufrimiento es algo que no admite cuestionamiento. Me explico: en una situación de emergencia social (expresión popularizada por Podemos, pero completamente operativa y fiel a la realidad), la articulación de mecanismos de contención y organización horizontal frente al sufrimiento siempre me va a parecer una buena noticia. Claro está que mi intención pasa por que se desborde esa situación y sea la propia gente la que se organice, pero también es igual de evidente que no estamos en condiciones de rechazar dichos mecanismos si los entendemos tan solo como un primer paso hacia algo mejor. Si no convence a nivel personal, bueno… pero emitir un juicio sería arrogarse una autoridad moral que nadie está en condiciones de ostentar. En la misma ciudad donde estoy escribiendo estas líneas, Madrid, hay situaciones desesperadas frente a las que hoy en día sencillamente no hay respuesta alguna: ni por parte de los sistemas de salud (la voluntad política de los políticos suele convertirse en humo cuando no hay rentabilidad de por medio), ni por parte de los movimientos sociales (no se dispone de la fuerza necesaria).

    Las relaciones sociales no son el escenario natural de las certezas, pero parece que nos habíamos acostumbrado a ciertas fórmulas conocidas. Existía hasta no hace demasiado la ilusión de un afuera y un adentro completamente delimitados. Ahora las contradicciones nos atraviesan de parte a parte. Personalmente prefiero la incomodidad que se está generando al estancamiento. Solo las iglesias tienen respuestas ya escritas para todas las cuestiones que el mundo arroja. El resto debemos ir escribiéndolas poco a poco, dotándonos de criterios que permitan establecer qué luchas contribuyen a la subversión del orden social y cuáles no. A título personal, diré que es fundamental que estas luchas contribuyan a la creación progresiva de un nosotros, de una comunidad. Que sean colectivas y dejen un sedimento tras su paso, una aportación a una cultura que afronte la existencia en unas claves distintas a las que ahora nos gobiernan. Generar espacios autónomos, relaciones horizontales, conquistar minuto a minuto el dominio de nuestras propias vidas. En este sentido, la existencia de grupos de apoyo mutuo vinculados a la salud mental tanto fuera como dentro de las asociaciones me parece algo que celebrar y apoyar. Su naturaleza y resultados (su eficacia en la reducción y en la prevención del dolor) me importan más que el hecho de que no todos ellos se gestionen estrictamente de la manera que defiendo. Es iluso pensar que la autoorganización cae del cielo, es algo que se promueve. Que lleva tiempo difundir. Y no es lo mismo difundir en espacios conocidos que en territorio hostil. No solo es una cuestión de dificultad, median muchas más cuestiones. Planteaos simplemente el abismo entre fomentar asambleas de salud mental desde ateneos y centros sociales (a partir del clásico formato de charla / jornadas, algo que por cierto debe seguir siendo potenciado) o hacerlo directamente en la planta de psiquiatría de un hospital. En este este segundo caso los pasos son muchos más y mucho más diferentes, se trata de un espacio vedado cuyo acceso implica activar otros resortes y poner en juego otras habilidades y recursos.

    No es cierto todo lo que decía Errejón en el fragmento reproducido al inicio de estos párrafos. Pese a que posiblemente no siempre los reconozcamos como tales, sí que existen en los movimientos sociales conocimientos concretos acerca de “cómo se harían las cosas”. Es jodido crecer y vivir momentos históricos en los que la tarea primordial ha sido y es no desaparecer, y ese es un peso que llevamos sobre los hombros, que nos condiciona a la hora de pensar y actuar. Pero todo debe ser pasado por el filo de la crítica, especialmente nosotros mismos, nuestras ideas y nuestras formas de incidir en la realidad que nos rodea. Por mi parte, he visto demasiadas situaciones extremas y he experimentado demasiada impotencia para seguir creyendo que existen pautas cerradas a la hora de articular un pensamiento y una acción transformadoras. Hacerlo sería renunciar a la propia potencia y entregarse a la fe.
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