La lucha (las luchas) por la transparencia, la de las cuentas claras de los tesoros públicos y privados y de los haceres que involucran la existencia de los demás, guarda un correlato -por lejano que parezca- entre intimidad personal y deseo de compartirla. Vivimos en contradicción: por un lado es deseable conocer todo, cuanto más se conozca de más elementos para la conciencia se dispone, de otro en cuanto alguien mete las narices en nuestra intimidad nos rebotamos y le exigimos que se mantenga a distancia. Es cierto, hay algo de lo íntimo que no se desea compartir con absolutamente nadie, tanto es así, que ese celo privativo se tiene ante los más próximos: ningún padre se lo dice todo a su hijo (ni al revés) ni ninguna persona sentimentalmente asociada se lo dice todo a su partner, para citar dos tipos de relaciones estrechas e intimas, que generalmente pasan por la conviencialidad diaria y el roce continuo. ¿qué decir pues del resto de la gama de relaciones humanas que están constituidas en otros órdenes de conexión menores: las relaciones de trabajo, las de empleados y empleadores, las vecinales, las viajeras, las comerciales…? La comunicabilidad entre seres que requiere una maximización de la transparentabilidad cursa con pautas de moderación y protocolos preventivos que dejan parte de la información en el escondite o en el no-decir. De la información tampoco se puede hacer un factor absoluto. Es una condición necesaria pero no suficiente para la comunicación. De hecho, en la sociedad ultramédiática se está demostrando que el exceso de información va en contra de la comunicación al sepultar las memorias humanas entre millones de datos no dándoles respiro para la reflexión.
Lo fundamental de la transparencia pasa por dar la información relevante, la decisiva, la que permite suficientar las demandas de un razonamiento situacional y construir juicios justos; lo superfluo es el exceso de palabras, y las entradas de ítems secundarios y prescindibles. Hay algo de la información de lo existente que es superfluo e innecesario. Se puede estar al día de las ligas deportivas y de los machs y campeonatos y encuentros y victorias futbolísticas y de la champion y del club y de la enseña de lo que es más que un club de pelota y sin embargo no tener ninguna noticia de verdad de la realidad en la que se vive. Sobre los medios de la comunicación y de las teorías informativas hay carreras universitarias a los que las vidas estudiantiles dedican bastantes años para aprender la técnica informativa sin revisar el concepto de la misma información en sus dos grandes bloques: la necesaria y la no necesaria, algo que para entrar en ello lleva a distinguir también la información esclarecedora de la tóxica.
El discurso crítico de la inteligencia humana repasa todo lo existente para desentrañar sus trampas y proponer otras formas de vivir la vida desde la autenticidad, sin sufrirla ni someterla a servidumbres que la amordacen y la esclavicen. La lucha contra el sistema capitalista como sistema que impide la plena expansión de los individuos en tanto que sedes de creación, es la continuación de una lucha histórica y hasta primitiva en la que se rebelaba contra el sojuzgamiento y la obediencia al amo. La figura del amo ha ido variando históricamente pero en esencia es la de quien, repitiéndose en su función, sojuzga a otro u otros a obedecerle y rendirle culto a cambio de la propia nulidad personal del obediente. Un amo solo existe en la medida en que concurre un esclavo. Para que uno se constituya como tal el otro tiene que aceptar malvender su supervivencia a cambio de prevalecer bajo una condición de indignidad. La actualidad de un mundo en el que hay mas saber acumulado y mas legislación para tratar las relaciones humanas (el campo de las relaciones laborales es uno de los que va sumando más legislación) no ha depurado actitudes serviles por parte de estos y actitudes de formas emperatrices por parte de aquellos. La dialéctica del dirigente y del seguidista es una forma de revival de la del amo-esclavo. Lo que coloca a cada cual en su lugar (el del gran empresario o el del asalariado sumiso, el del magnate o el del lacayo) o al menos un factor crucial es su conexión con la información general. La información que es saber proporciona poder. No es porque si que los contratos de funcione s(tanto en política como en puestos de la economía) obliguen a no facilitar información a la competencia. De la ley de la concurrencialidad como factor de superación reciproca se ha pasado a inaugurar un mundo de secretismos crecientes en el que impera antes el objetivo de los beneficios y éxitos comerciales que no el progreso de la tecnología, del conocimiento y –como consecuencia- del bienestar y confort humanos. El espía industrial (pero también el militar o el político) viene a ser la figura-puente que permite el reparto de un conocimiento entre todas las partes implicadas. De todas las figuras profesionales la del espía es de las mas detestables. Para serlo hay que tener tripas y tomarse las cosas con una baja dosis de escrupulosidad. Un espia por una causa (o por una empresa o grupo) que no sea la propia es considerado como un traidor y condenado a muerte. Al mismo tiempo todos los estados tienen sus espías de plantilla y hay muchas profesiones que se basan en ellos para adelantar sus investigaciones. Nombres pomposos como la brigada de investigación criminal o detective privado son eufemismos del espionaje. Si las policías de todo el mundo no tuvieran una base de confidencias vivirían ajenas a la realidad de las calles y a como se cuecen sus crímenes. Esa figura deplorable no deja de ser una función que sirve para el reparto de la información. Claro que repartirla no deja de ser un acto de delación.
Desde que somos criaturas en edades tempranas aprendemos que todo no se puede decir y que determinados asuntos que quedan entre hermanos no se pueden decir a los padres. Eso muestra algo que ya precede a la cultura de la relación desde antes que los niños nazcan y crezcan: los padres o los adultos tampoco dicen todos sus haceres a sus hijos y es de una obviedad pasmosa que tampoco se lo dicen entre ellos. Es así que una de las primeras lecciones de la vida desautoriza una de las primeras instrucciones de los adultos: la de decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Eso que un adulto (sea el maestro de la escuela, el padre o el tutor) le dirige a su/s hijo/s, sabe perfectamente que no es posible hacer en toda circunstancia y momento y que en su propia vida no hace ante (todos) los demás porque es literalmente imposible. Hay razones sobradas para callar ante el otro cuando ese otro utiliza la información en contra tuya. El doble discurso de defender un ideal de la comunicación (la sinceridad integral) y por otra parte, sufrir la limitación en el decir (lo que lleva a una sinceridad parcial) nos mantiene en una contradicción severa permanente ya que erosiona la potencialidad de confianza en el otro. A partir de ellos se deriva un trueque entre la inmediatez (comprobada y desestimada por el déficit de sus protagonistas) y la hipótesis de un grueso al que liberar (la clase, la sociedad o el pueblo) que como parámetro es inviolable y al que se le otorga un ideal de correspondencia que en el uno a uno, en la singularidad cotidiana no se da o no se puede dar dada la clase de humanos que tenemos (y somos).
Nos encontramos que el derecho universal a la información (que es un modo de mencionar la verdad o conjunto de verdades y sucesos) choca contra la imposibilidad de conseguirla en todos los casos (a la mayoría de informaciones sesgadas circulantes hay que completarlas con otras o contra informaciones que denuncien las mentiras o sesgos que cargan las anteriores) y contra la posibilidad de darla en todos los casos cuando desearíamos hacerlo, ya que no todo el mundo es confiable ni depositario de lo que sabes. La reivindicación, pues, de la transparencia a exigir a empresas, bancos, estados y a todo un sistema sobre sí mismo (trasiegos con belicismos, diplomacias entre estados, a parte de los asuntos turbios de mafias organizadas) tiene como frente de lucha en paralelo vivir vidas en la transparencia por transgresoras que sean de los corsés morales. Esa doble lucha militante por nuestras membrecías a una sociedad y por nuestras condiciones fundadoras de relaciones de proximidad (grupos de intimidad o de adhesión) lleva una doble actividad en paralelo.
La exigencia de las cuentas claras de los estados y en general de la pirámide social es tanto más legitima cuanto más capaz sea cada individuo de transparentarlo todo de sí. Como sabemos hay razones obvias (incluidas las de la propia seguridad personal) para no decir según qué cosas que nos comprometan. De hecho no se ha abandonado la clandestinidad del todo porque hay algo de las cartas magnas de los estados pseudodemocráticos que no son de crédito y hay quien vuelve a ella después de haber recibido exclusiones de espacios públicos por censura política (como ha sido en mi propio caso entre otros en Facebook). Puesto que lo que más importa es el discurso en sí mismo y la circulación de la crítica correcta y las ideas progresistas lo de menos es el nombre mientras prevalezca el qué.
Las dificultades pasan por un anhelo universal de una sociedad transparenta (atributo insustituible de una realidad paradisiaca) y el recelo en transparentarlo todo ya que 1, no toda información privada tiene porque ser entendida 2, es necesario comunicarla y 3, puede ser utilizada perversamente por quien la recibe para manipularla. Para diferenciar qué decir de lo qué no decir o que puede quedar en espera de decirlo propongo el criterio que permita distinguir las infos en función de su utilidad y necesidad de conocimiento público de las que son prescindibles. Cada hablante le puede exigir a otro: dime lo que he de saber de ti o de lo que sabes, no me digas aquello que no va a perjudicar nuestra sinergia. A escala de estado y del conjunto de un país o de un mundo es lo mismo: de las informaciones que se dan (muchas de ellas tardíamente y con resultados fatales, como navieros con cargamentos de petróleo o accidentes en plataformas petroleras con daños incalculables a la biosfera) una parte son semiinformaciones y otras muy sesgadas. La sociedad entera, es decir todos sus miembros, desde los primeros años de escolarización en los que aprender un método, debería acceder al conocimiento hasta el último detalle de las acciones que competen a la vida de todos los habitantes. Desde la lectura de los presupuestos de estados y beneficios de empresas a los usos que hacen las administraciones locales con gastos mal manejados.
Los actos de transparencia suelen ser mal llevados. Hay obreros que siguen siendo celosos con lo que cobran ante sus compañeros no sea que eso les perjudique los 3 puñeteros euros de mas que cobran o vecinos recién instalados en el bloque que n o contestan a la pregunta de cuánto pagaron por su piso porque lo consideran no un tema de mercado sino algo de su biografía que encintan a cal y canto para que nadie pueda opinar si pagaron el precio del momento o uno más alto (o bajo). Ese celo a la privacía es típico tradicionalmente de una cultura del subterfugio. Cuanto menos sepa el otro de ti te hace soñar con el simulacro de que estás mas a salvo. Es un simulacro, la información corre. La seguridad del estado depende en gran parte de conocer al día y al detalle lo que se cuece en la realidad. La única suerte de cada conspirador (desde las ideas y los anhelos de utopía) es que no le toca un solo espía para su figura y que los nuevos espías tienen que andar algo formados para enterarse de todo lo que se dice para poder medir la peligrosidad social de eso. Por cierto el concepto de peligrosidad social (que había existido bajo el franquismo como categoría delicita) sigue existiendo en países como Cuba donde todavía se detiene por la sospecha de potencial de no adhesión a su sistema.
La construcción de la transparencia en ese doble frente (el de la privacía personal y el de la sociedad) va directamente ligada a la creación de perspectivas para la autogestión colectiva de los asuntos comunitarios. Por ahora la crisis de asambleísmo y la falta crónica de iniciativas desde la base social deja las campañas reivindicando la claridad de los acontecimientos en campañas un tanto testimonialistas.
Lo fundamental de la transparencia pasa por dar la información relevante, la decisiva, la que permite suficientar las demandas de un razonamiento situacional y construir juicios justos; lo superfluo es el exceso de palabras, y las entradas de ítems secundarios y prescindibles. Hay algo de la información de lo existente que es superfluo e innecesario. Se puede estar al día de las ligas deportivas y de los machs y campeonatos y encuentros y victorias futbolísticas y de la champion y del club y de la enseña de lo que es más que un club de pelota y sin embargo no tener ninguna noticia de verdad de la realidad en la que se vive. Sobre los medios de la comunicación y de las teorías informativas hay carreras universitarias a los que las vidas estudiantiles dedican bastantes años para aprender la técnica informativa sin revisar el concepto de la misma información en sus dos grandes bloques: la necesaria y la no necesaria, algo que para entrar en ello lleva a distinguir también la información esclarecedora de la tóxica.
El discurso crítico de la inteligencia humana repasa todo lo existente para desentrañar sus trampas y proponer otras formas de vivir la vida desde la autenticidad, sin sufrirla ni someterla a servidumbres que la amordacen y la esclavicen. La lucha contra el sistema capitalista como sistema que impide la plena expansión de los individuos en tanto que sedes de creación, es la continuación de una lucha histórica y hasta primitiva en la que se rebelaba contra el sojuzgamiento y la obediencia al amo. La figura del amo ha ido variando históricamente pero en esencia es la de quien, repitiéndose en su función, sojuzga a otro u otros a obedecerle y rendirle culto a cambio de la propia nulidad personal del obediente. Un amo solo existe en la medida en que concurre un esclavo. Para que uno se constituya como tal el otro tiene que aceptar malvender su supervivencia a cambio de prevalecer bajo una condición de indignidad. La actualidad de un mundo en el que hay mas saber acumulado y mas legislación para tratar las relaciones humanas (el campo de las relaciones laborales es uno de los que va sumando más legislación) no ha depurado actitudes serviles por parte de estos y actitudes de formas emperatrices por parte de aquellos. La dialéctica del dirigente y del seguidista es una forma de revival de la del amo-esclavo. Lo que coloca a cada cual en su lugar (el del gran empresario o el del asalariado sumiso, el del magnate o el del lacayo) o al menos un factor crucial es su conexión con la información general. La información que es saber proporciona poder. No es porque si que los contratos de funcione s(tanto en política como en puestos de la economía) obliguen a no facilitar información a la competencia. De la ley de la concurrencialidad como factor de superación reciproca se ha pasado a inaugurar un mundo de secretismos crecientes en el que impera antes el objetivo de los beneficios y éxitos comerciales que no el progreso de la tecnología, del conocimiento y –como consecuencia- del bienestar y confort humanos. El espía industrial (pero también el militar o el político) viene a ser la figura-puente que permite el reparto de un conocimiento entre todas las partes implicadas. De todas las figuras profesionales la del espía es de las mas detestables. Para serlo hay que tener tripas y tomarse las cosas con una baja dosis de escrupulosidad. Un espia por una causa (o por una empresa o grupo) que no sea la propia es considerado como un traidor y condenado a muerte. Al mismo tiempo todos los estados tienen sus espías de plantilla y hay muchas profesiones que se basan en ellos para adelantar sus investigaciones. Nombres pomposos como la brigada de investigación criminal o detective privado son eufemismos del espionaje. Si las policías de todo el mundo no tuvieran una base de confidencias vivirían ajenas a la realidad de las calles y a como se cuecen sus crímenes. Esa figura deplorable no deja de ser una función que sirve para el reparto de la información. Claro que repartirla no deja de ser un acto de delación.
Desde que somos criaturas en edades tempranas aprendemos que todo no se puede decir y que determinados asuntos que quedan entre hermanos no se pueden decir a los padres. Eso muestra algo que ya precede a la cultura de la relación desde antes que los niños nazcan y crezcan: los padres o los adultos tampoco dicen todos sus haceres a sus hijos y es de una obviedad pasmosa que tampoco se lo dicen entre ellos. Es así que una de las primeras lecciones de la vida desautoriza una de las primeras instrucciones de los adultos: la de decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Eso que un adulto (sea el maestro de la escuela, el padre o el tutor) le dirige a su/s hijo/s, sabe perfectamente que no es posible hacer en toda circunstancia y momento y que en su propia vida no hace ante (todos) los demás porque es literalmente imposible. Hay razones sobradas para callar ante el otro cuando ese otro utiliza la información en contra tuya. El doble discurso de defender un ideal de la comunicación (la sinceridad integral) y por otra parte, sufrir la limitación en el decir (lo que lleva a una sinceridad parcial) nos mantiene en una contradicción severa permanente ya que erosiona la potencialidad de confianza en el otro. A partir de ellos se deriva un trueque entre la inmediatez (comprobada y desestimada por el déficit de sus protagonistas) y la hipótesis de un grueso al que liberar (la clase, la sociedad o el pueblo) que como parámetro es inviolable y al que se le otorga un ideal de correspondencia que en el uno a uno, en la singularidad cotidiana no se da o no se puede dar dada la clase de humanos que tenemos (y somos).
Nos encontramos que el derecho universal a la información (que es un modo de mencionar la verdad o conjunto de verdades y sucesos) choca contra la imposibilidad de conseguirla en todos los casos (a la mayoría de informaciones sesgadas circulantes hay que completarlas con otras o contra informaciones que denuncien las mentiras o sesgos que cargan las anteriores) y contra la posibilidad de darla en todos los casos cuando desearíamos hacerlo, ya que no todo el mundo es confiable ni depositario de lo que sabes. La reivindicación, pues, de la transparencia a exigir a empresas, bancos, estados y a todo un sistema sobre sí mismo (trasiegos con belicismos, diplomacias entre estados, a parte de los asuntos turbios de mafias organizadas) tiene como frente de lucha en paralelo vivir vidas en la transparencia por transgresoras que sean de los corsés morales. Esa doble lucha militante por nuestras membrecías a una sociedad y por nuestras condiciones fundadoras de relaciones de proximidad (grupos de intimidad o de adhesión) lleva una doble actividad en paralelo.
La exigencia de las cuentas claras de los estados y en general de la pirámide social es tanto más legitima cuanto más capaz sea cada individuo de transparentarlo todo de sí. Como sabemos hay razones obvias (incluidas las de la propia seguridad personal) para no decir según qué cosas que nos comprometan. De hecho no se ha abandonado la clandestinidad del todo porque hay algo de las cartas magnas de los estados pseudodemocráticos que no son de crédito y hay quien vuelve a ella después de haber recibido exclusiones de espacios públicos por censura política (como ha sido en mi propio caso entre otros en Facebook). Puesto que lo que más importa es el discurso en sí mismo y la circulación de la crítica correcta y las ideas progresistas lo de menos es el nombre mientras prevalezca el qué.
Las dificultades pasan por un anhelo universal de una sociedad transparenta (atributo insustituible de una realidad paradisiaca) y el recelo en transparentarlo todo ya que 1, no toda información privada tiene porque ser entendida 2, es necesario comunicarla y 3, puede ser utilizada perversamente por quien la recibe para manipularla. Para diferenciar qué decir de lo qué no decir o que puede quedar en espera de decirlo propongo el criterio que permita distinguir las infos en función de su utilidad y necesidad de conocimiento público de las que son prescindibles. Cada hablante le puede exigir a otro: dime lo que he de saber de ti o de lo que sabes, no me digas aquello que no va a perjudicar nuestra sinergia. A escala de estado y del conjunto de un país o de un mundo es lo mismo: de las informaciones que se dan (muchas de ellas tardíamente y con resultados fatales, como navieros con cargamentos de petróleo o accidentes en plataformas petroleras con daños incalculables a la biosfera) una parte son semiinformaciones y otras muy sesgadas. La sociedad entera, es decir todos sus miembros, desde los primeros años de escolarización en los que aprender un método, debería acceder al conocimiento hasta el último detalle de las acciones que competen a la vida de todos los habitantes. Desde la lectura de los presupuestos de estados y beneficios de empresas a los usos que hacen las administraciones locales con gastos mal manejados.
Los actos de transparencia suelen ser mal llevados. Hay obreros que siguen siendo celosos con lo que cobran ante sus compañeros no sea que eso les perjudique los 3 puñeteros euros de mas que cobran o vecinos recién instalados en el bloque que n o contestan a la pregunta de cuánto pagaron por su piso porque lo consideran no un tema de mercado sino algo de su biografía que encintan a cal y canto para que nadie pueda opinar si pagaron el precio del momento o uno más alto (o bajo). Ese celo a la privacía es típico tradicionalmente de una cultura del subterfugio. Cuanto menos sepa el otro de ti te hace soñar con el simulacro de que estás mas a salvo. Es un simulacro, la información corre. La seguridad del estado depende en gran parte de conocer al día y al detalle lo que se cuece en la realidad. La única suerte de cada conspirador (desde las ideas y los anhelos de utopía) es que no le toca un solo espía para su figura y que los nuevos espías tienen que andar algo formados para enterarse de todo lo que se dice para poder medir la peligrosidad social de eso. Por cierto el concepto de peligrosidad social (que había existido bajo el franquismo como categoría delicita) sigue existiendo en países como Cuba donde todavía se detiene por la sospecha de potencial de no adhesión a su sistema.
La construcción de la transparencia en ese doble frente (el de la privacía personal y el de la sociedad) va directamente ligada a la creación de perspectivas para la autogestión colectiva de los asuntos comunitarios. Por ahora la crisis de asambleísmo y la falta crónica de iniciativas desde la base social deja las campañas reivindicando la claridad de los acontecimientos en campañas un tanto testimonialistas.