Tuvieron que pasar 42 años para que Bélgica reconociera que detrás del asesinato de Patricio Lumumba hubo «algunos elementos del gobierno de entonces». El 17 de enero se cumplen 50 años exactos de su muerte. Será recordado en muchas ciudades del Congo (una lleva hoy su nombre: Lumumbashi), así como en otras parte de África. Aún hoy su historia tiene mucho que contarnos pues el colonialismo y los saqueos del Tercer Mundo nunca cesaron, sólo cambiaron rostro y métodos.
El Congo no es un país pobre, como le hemos oído decir recientemente a un periodista italiano que quizás lo confundía con el pequeño Togo o con Gabón; es uno de los países más ricos del mundo en recursos naturales. Se definió como «un escándalo geológico»: diamantes, recursos vegetales, oro, uranio (justo el que se usó para las primeras bombas atómicas), cobre, cobalto, radio, zinc, hasta el coltán que, si bien los profanos nunca lo hayan oído, mueve hoy sectores importantes de la economía global y causa guerras con millones de muertos.
Fue un gran negocio para el rey Leopoldo de Bélgica tener el Congo como «posesión personal». En el cruce del 1800 al 1900 suman más de diez millones –casi la mitad de la población- los congoleños muertos como esclavos recolectando caucho o en la represión de las revueltas. A uno de los escritores más famosos del mundo, Mark Twain, se le hizo difícil encontrar editores para su Soliloquio del Rey Leopoldo, una durísima acusación. Es 1905. Tres años antes sale El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, que cierra con la famosa frase de Kurz: «Exterminen a esas bestias», sintetizando la misión civilizadora de la «raza» blanca. El término genocidio aún no existe, pero es a la masacre sistemática de aquellos «no humanos» a lo que se refiere Kurz.
Las acusaciones internacionales contra Leopoldo lo obligan a retroceder, o mejor a un juego de prestidigitación: renuncia a «su» posesión para cederla a Bélgica. Los genocidios continúan. Cuando nace Patricio Lumumba (el 2 de julio de 1925) las «bestias» congoleñas no tienen derecho alguno. En 1950, sólo 1.500 personas de 14 millones se consideran «evolucionadas», es decir, tienen un librito en el cual se les reconoce una especie de derechos, aún no completos. El joven Lumumba se forma en Rousseau, pero también en Jaques Maritain y en las voces del orgullo africano como Senghor. Empieza a visualizar un «Congo unido en una África unida» y ésta será luego una de sus consignas.
Inicia su compromiso político, lo detienen por primera vez y en los primeros meses de 1958 se muda a la capital Leopoldville, hoy Kinshasa. Da vida al MNC (Movimiento Nacional Congoleño) que exige la independencia inmediata por medio de negociaciones pacíficas y el respeto a los derechos humanos. Lumumba es casi un desconocido cuando va a la Conferencia Panafricana de Accra, pero sale de ella como un líder. Puesto que Bélgica no presta atención, empiezan manifestaciones y revueltas en Congo. Se solicita la independencia antes de 1961 y se anuncia la «no colaboración» a ultranza. Las tropas belgas disparan: el resultado, centenares de muertos y Lumumba es condenado a seis meses de cárcel.
Finalmente se llega al voto el 22 de mayo de 1960. Lumumba resulta elegido y su movimiento conquista casi la tercera parte de los votos. El 30 de junio el rey Balduino declara la independencia del Congo y Lumumba es el jefe del gobierno. Ha afirmado en varias ocasiones no reconocerse en ninguno de los dos bloques, sino en el movimiento de los No Alineados.
Sin embargo las compañías mineras belgas, de acuerdo con la CIA (como consta en los documentos desclasificados estadounidenses) ya tienen preparada la secesión de Katanga, una de las regiones más ricas. La independencia del Congo se convierte en un elemento central del nuevo tablero internacional. El 14 de julio de 1960 la ONU solicita la retirada de las tropas belgas y confía a su secretario, Dag Hammarskjold, la tarea de cooperar con el gobierno congoleño. Mientras crece el caos y la CIA acelera sus acciones antes de la toma de posesión del nuevo presidente John Kennedy, de quien desconfían, Hammarskjold –después de algunos titubeos– se alinea con decisión a una real independencia del Congo. Pagará con su vida, como Lumumba, su honestidad. El asesinato de Lumumba se conoció un mes más tarde: las imágenes de ese hombre atado darán la vuelta al mundo. Sólo varios años después se conocerá que fueron los rebeldes, en complicidad con militares belgas, los que apalearon a Lumumba, lo remataron a golpes de bayoneta y disolvieron luego su cuerpo en ácido.
Algunos meses después le toca a Hammerskjold: el 18 de septiembre cae el avión que lo llevaba al Congo a una nueva conferencia de paz. Apenas en 1992 una investigación establecerá que hubo sabotaje, probablemente por agentes estadounidenses a cuenta de la Union Miniere belga.
No nos llegó mucho de lo que escribió Lumumba; algunas poesías y un par de discursos. Probablemente el del 30 de junio, día de la independencia, pronunciado frente al rey belga, fue el que le costó la vida: Balduino esperaba agradecimientos y humildad, y no que se le recordaran 80 años de «trabajo agotador a cambio de salarios de hambre», 80 años de «ironías, insultos y golpes porque éramos negros», 80 años de tiroteos, injusticias, opresión y explotación.
Tras la muerte de Lumumba –y la advertencia a la ONU– el Congo se precipita en el caos, luego –desde 1965– en una larga dictadura, la «cleptocracia» de Mobutu que en 32 años deparará grandes servicios (es decir, dinero) a Bélgica, Francia y USA mientras los congoleños empobrecen cada vez más.
Sólo al final de los 80 los reflectores de la prensa mundial vuelven a enfocar algunos instantes el Congo señalando dos guerras que descalabran al país y acaban involucrnado a medio continente; hay 4 millones de muertos y 16 millones más son víctimas de violaciones, hambrunas, enfermedades y desplazamientos (cifras de Amnistía Internacional). En el «corazón de las tinieblas» son los nuevos Kurz los que manejan los hilos. Los reportes de las Naciones Unidas (sólo parcialmente desvelados) señalan en la guerra por el coltán, financiada por las compañías occidentales, las verdaderas razones de esta tragedia que los medios prefieren no contar.
En 2006 regresa algo de paz al Congo y por fin se convocan elecciones, pero parece sólo una tregua: en las zonas mineras siguen los choques y sobre todo la explotación. El Congo es cada vez más pobre porque se saquean sin tregua sus riquezas.
Respecto al mea culpa antes citado por parte del gobierno belga, es importante señalar que se dio sólo por presión de la opinión pública, impactada primero por el film Lumumba (en Italia tuvo muy poca circulación) del director haitiano Raoul Peck, y luego por un libro de Ludo De Witte que, a partir de documentos desclasificados, ha establecido las responsabilidades de las compañías mineras y los poderes políticos de la época.
Franz Fanon, un gran intelectual caribeño de nacimiento y argelino por elección, había escrito: «si África se representara como una pistola, el gatillo estaría en el Congo». Una profecía que se tornó realidad para Lumumba y continúa pesando 50 años después.
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El Congo no es un país pobre, como le hemos oído decir recientemente a un periodista italiano que quizás lo confundía con el pequeño Togo o con Gabón; es uno de los países más ricos del mundo en recursos naturales. Se definió como «un escándalo geológico»: diamantes, recursos vegetales, oro, uranio (justo el que se usó para las primeras bombas atómicas), cobre, cobalto, radio, zinc, hasta el coltán que, si bien los profanos nunca lo hayan oído, mueve hoy sectores importantes de la economía global y causa guerras con millones de muertos.
Fue un gran negocio para el rey Leopoldo de Bélgica tener el Congo como «posesión personal». En el cruce del 1800 al 1900 suman más de diez millones –casi la mitad de la población- los congoleños muertos como esclavos recolectando caucho o en la represión de las revueltas. A uno de los escritores más famosos del mundo, Mark Twain, se le hizo difícil encontrar editores para su Soliloquio del Rey Leopoldo, una durísima acusación. Es 1905. Tres años antes sale El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, que cierra con la famosa frase de Kurz: «Exterminen a esas bestias», sintetizando la misión civilizadora de la «raza» blanca. El término genocidio aún no existe, pero es a la masacre sistemática de aquellos «no humanos» a lo que se refiere Kurz.
Las acusaciones internacionales contra Leopoldo lo obligan a retroceder, o mejor a un juego de prestidigitación: renuncia a «su» posesión para cederla a Bélgica. Los genocidios continúan. Cuando nace Patricio Lumumba (el 2 de julio de 1925) las «bestias» congoleñas no tienen derecho alguno. En 1950, sólo 1.500 personas de 14 millones se consideran «evolucionadas», es decir, tienen un librito en el cual se les reconoce una especie de derechos, aún no completos. El joven Lumumba se forma en Rousseau, pero también en Jaques Maritain y en las voces del orgullo africano como Senghor. Empieza a visualizar un «Congo unido en una África unida» y ésta será luego una de sus consignas.
Inicia su compromiso político, lo detienen por primera vez y en los primeros meses de 1958 se muda a la capital Leopoldville, hoy Kinshasa. Da vida al MNC (Movimiento Nacional Congoleño) que exige la independencia inmediata por medio de negociaciones pacíficas y el respeto a los derechos humanos. Lumumba es casi un desconocido cuando va a la Conferencia Panafricana de Accra, pero sale de ella como un líder. Puesto que Bélgica no presta atención, empiezan manifestaciones y revueltas en Congo. Se solicita la independencia antes de 1961 y se anuncia la «no colaboración» a ultranza. Las tropas belgas disparan: el resultado, centenares de muertos y Lumumba es condenado a seis meses de cárcel.
Finalmente se llega al voto el 22 de mayo de 1960. Lumumba resulta elegido y su movimiento conquista casi la tercera parte de los votos. El 30 de junio el rey Balduino declara la independencia del Congo y Lumumba es el jefe del gobierno. Ha afirmado en varias ocasiones no reconocerse en ninguno de los dos bloques, sino en el movimiento de los No Alineados.
Sin embargo las compañías mineras belgas, de acuerdo con la CIA (como consta en los documentos desclasificados estadounidenses) ya tienen preparada la secesión de Katanga, una de las regiones más ricas. La independencia del Congo se convierte en un elemento central del nuevo tablero internacional. El 14 de julio de 1960 la ONU solicita la retirada de las tropas belgas y confía a su secretario, Dag Hammarskjold, la tarea de cooperar con el gobierno congoleño. Mientras crece el caos y la CIA acelera sus acciones antes de la toma de posesión del nuevo presidente John Kennedy, de quien desconfían, Hammarskjold –después de algunos titubeos– se alinea con decisión a una real independencia del Congo. Pagará con su vida, como Lumumba, su honestidad. El asesinato de Lumumba se conoció un mes más tarde: las imágenes de ese hombre atado darán la vuelta al mundo. Sólo varios años después se conocerá que fueron los rebeldes, en complicidad con militares belgas, los que apalearon a Lumumba, lo remataron a golpes de bayoneta y disolvieron luego su cuerpo en ácido.
Algunos meses después le toca a Hammerskjold: el 18 de septiembre cae el avión que lo llevaba al Congo a una nueva conferencia de paz. Apenas en 1992 una investigación establecerá que hubo sabotaje, probablemente por agentes estadounidenses a cuenta de la Union Miniere belga.
No nos llegó mucho de lo que escribió Lumumba; algunas poesías y un par de discursos. Probablemente el del 30 de junio, día de la independencia, pronunciado frente al rey belga, fue el que le costó la vida: Balduino esperaba agradecimientos y humildad, y no que se le recordaran 80 años de «trabajo agotador a cambio de salarios de hambre», 80 años de «ironías, insultos y golpes porque éramos negros», 80 años de tiroteos, injusticias, opresión y explotación.
Tras la muerte de Lumumba –y la advertencia a la ONU– el Congo se precipita en el caos, luego –desde 1965– en una larga dictadura, la «cleptocracia» de Mobutu que en 32 años deparará grandes servicios (es decir, dinero) a Bélgica, Francia y USA mientras los congoleños empobrecen cada vez más.
Sólo al final de los 80 los reflectores de la prensa mundial vuelven a enfocar algunos instantes el Congo señalando dos guerras que descalabran al país y acaban involucrnado a medio continente; hay 4 millones de muertos y 16 millones más son víctimas de violaciones, hambrunas, enfermedades y desplazamientos (cifras de Amnistía Internacional). En el «corazón de las tinieblas» son los nuevos Kurz los que manejan los hilos. Los reportes de las Naciones Unidas (sólo parcialmente desvelados) señalan en la guerra por el coltán, financiada por las compañías occidentales, las verdaderas razones de esta tragedia que los medios prefieren no contar.
En 2006 regresa algo de paz al Congo y por fin se convocan elecciones, pero parece sólo una tregua: en las zonas mineras siguen los choques y sobre todo la explotación. El Congo es cada vez más pobre porque se saquean sin tregua sus riquezas.
Respecto al mea culpa antes citado por parte del gobierno belga, es importante señalar que se dio sólo por presión de la opinión pública, impactada primero por el film Lumumba (en Italia tuvo muy poca circulación) del director haitiano Raoul Peck, y luego por un libro de Ludo De Witte que, a partir de documentos desclasificados, ha establecido las responsabilidades de las compañías mineras y los poderes políticos de la época.
Franz Fanon, un gran intelectual caribeño de nacimiento y argelino por elección, había escrito: «si África se representara como una pistola, el gatillo estaría en el Congo». Una profecía que se tornó realidad para Lumumba y continúa pesando 50 años después.
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