Si se habla de “revolución”, como lo hacían Hugo Chávez y el chavismo en su conjunto, esto no fue más que la búsqueda de cambios de amplios sectores de masas, una “revolución” en las aspiraciones de los postergados y oprimidos, pero en modo alguno una transformación radical de las estructuras económicas del país ni del régimen de dominio de clase. Mediante concesiones en los momentos de auge económico, y la ascendencia de Chávez entre las masas, se fueron desarrollando políticas de pasivización y de contención cuando el pueblo quiso ir más allá. Antes de la llegada a la presidencia de Chávez había un importante proceso de luchas y despertar de masas, así como también después hubo grandes movilizaciones de masas en los momentos más difíciles para el chavismo, cuando su continuidad en el gobierno estuvo en vilo, como se expresó en la resistencia durante el golpe de Estado de abril del 2002 o en los meses del paro de saboteo petrolero, para mencionar dos momentos claves. Con pasivización entonces, nos referimos a que las masas terminaron confiando en que la resolución de las demandas se lograrían no luchando con los métodos y organismos propios en combate directo contra los capitalistas y su Estado, sino movilizándose en apoyo a ese Estado y al gobierno “revolucionario” que lo administra.
El fallecimiento de Chávez aceleró un proceso de agotamiento político que ya se venía desarrollando producto del inicio de la frustración de las masas, la acumulación de problemas económicos que amenazaban estallar con el derrumbe de los precios del petróleo, el surgimiento de una burocracia estatal con intereses económicos propios (y por tanto cada vez más antiobrera) –incluyendo a las Fuerzas Armadas, que alcanzaron niveles altos de politización y adoptaron intereses materiales–, la corrupción, el surgimiento de nuevos sectores económicos de la mano del rentismo petrolero, entre otras.
Por eso sería un error confundir las palabras con los hechos, las apariencias con la realidad. Existieron experiencias a lo largo del siglo XX, donde la “revolución” en las aspiraciones de cambio chocó con fenómenos nacionalistas burgueses, que no fueron capaces de dar respuesta a ellas. Esta nunca fue la perspectiva de Chávez, que aspiraba contar con una burguesía “productiva” y “patriota”, y siempre buscó “conciliar” con sus intereses de clase. Ni en los momentos de ataques más rabiosos de la burguesía nacional, cuando el pueblo trabajador desplegó grandes energías y disposición al combate, Chávez se propuso despojar de su poder a los capitalistas. Por eso decía cosas como que: “Si no fuera por este proceso de revolución democrática y pacífica no sé qué estaría pasando en Venezuela, no sé cuántos Caracazos tendríamos (…) No estarían los burgueses viviendo plácidamente como ahora” [1]. Así, preservó a la misma burguesía nacional que hoy chantajea al pueblo trabajador, mientras sus representantes políticos más genuinos –la oposición de derecha– buscan demagógicamente recoger los frutos del descontento y se preparan para volver a gobernar.
El gobierno de Maduro y el fin de la etapa de la “revolución bolivariana”
No pretendemos abordar aquí estos quince años, pero es categórico decir que la crisis que afronta el actual presidente Nicolás Maduro no surge con su llegada al poder. Un hipotético gobierno de Chávez hubiera enfrentado una situación similar, aunque por su figura, su peso en las Fuerzas Armadas, su ascendencia en las masas, hubiera tenido contornos diferentes.
La salida de escena del gran articulador del proyecto político abrió un escenario de inestabilidad política, de mayores crisis y tensiones. Todo esto en medio de una crisis económica que corroe cada vez más el débil gobierno de Maduro, acelerada por la violenta caída de los precios petroleros, alta inflación, contracción económica, caída de las reservas internacionales, mermas en las divisas, sobreendeudamiento, desabastecimiento, escasez, etc.
Al cumplirse el segundo año de la muerte de Chávez, el país vuelve a estar cruzado por una situación de gran tensión, esta vez por la combinación de dos grandes crisis: la crisis política por la desaparición de Chávez y la crisis económica. Sumado a esto, cuando aún no terminan de definirse los contornos de la “transición no gradual” del poschavismo, ni cuáles serán los cauces que terminará atravesando, el gobierno es asediado nuevamente por la derecha y el imperialismo.
Pero es de destacar que el chavismo, ya en vida de Chávez, había entrado en un proceso de debilidad estratégica, incapaz de regenerar las condiciones políticas, económicas y sociales que le permitían impactar entre las masas. En las condiciones actuales podemos sostener claramente que se ha llegado al fin de la etapa que fue conocida como “revolución bolivariana”. El chavismo podrá seguir en el gobierno pero ya administrando un proyecto político en fase terminal. El fin de la “revolución bolivariana” no significa el fin del chavismo como corriente en la vida política nacional, todo lo contrario: continuará siendo un actor fundamental, ya sea como sobrevida del gobierno o en la oposición en un eventual gobierno de la derecha. Más aún, su influencia en las Fuerzas Armadas, que juegan un papel preponderante, seguirá siendo importante.
El bonapartismo, las camarillas y las Fuerzas Armadas
La actual situación es consecuencia de la crisis abierta con la muerte de la figura fuerte de Chávez, que se propuso elevarse por encima de las clases, e incluso por encima de las distintas fracciones de la clase dominante; lo que llamamos bonapartismo, basado en unas Fuerzas Armadas altamente politizadas. Pero un bonapartismo muy particular, con fuertes rasgos sui generis con “el hombre fuerte de la nación orientándose a izquierda”, utilizando la definición de León Trotsky cuando analizaba el fenómeno de Lázaro Cárdenas en México y otros procesos en Latinoamérica durante los años ‘30. El bonapartismo venezolano constituyó también un gobierno que implicó posponer enfrentamientos entre las clases.
Pero del bonapartismo, como una vez afirmó Engels “no es tan fácil desembarazarse”: ha tenido una sobrevida bajo Maduro, pero se articula ahora en un bloque político, que ha cerrado filas alrededor del actual presidente. Pero si la fortaleza del ascenso de masas en las primeras etapas del gobierno obligó al bonapartismo chavista a otorgar determinadas concesiones, o a enfrentarse con el imperialismo, su política terminó significando una mayor subordinación de los trabajadores, campesinos y sectores populares al Estado y al liderazgo del propio Chávez. Ejemplo de esta política fue el impulso de la central sindical CBST, incluyendo al principal sindicato petrolero de PDVSA, atados y cooptados por el gobierno, pero también con los movimientos populares, casi todos estatizados vía los “consejos comunales”.
Se abre una situación traumática, porque el papel de árbitro de Chávez no puede ser desempeñado por ninguna figura, y Nicolás Maduro ha estado lejísimos de jugarlo. El equilibrio de fuerzas en que se basaba su gobierno tenía una base de inestabilidad permanente, ya que el bonapartismo personal de Chávez, por su propio carácter, iba a ser un generador de caos tras su desaparición física. Estos dos años lo han confirmado plenamente. Como hemos explicado en otros artículos [2], las tensiones que sacuden al país están en el marco de la transición abierta tras su muerte, lo que, aunado al agotamiento económico, es la base de una crisis de conjunto de la forma de dominio que adquirió el régimen político bajo el chavismo.
Las Fuerzas Armadas juegan un papel clave en la crisis. Además de la altísima presencia en la vida política, ocupan importantes cargos en la estructura gubernamental y en las grandes empresas estatales. Incluso bajo el gobierno de Maduro la presencia militar en la administración pública aumentó ampliamente, como parte de los pactos que el presidente se vio obligado a hacer entre las distintas camarillas dentro del chavismo. Son un fuerte factor actuante, e incluso pueden jugar un papel preponderante en cómo se desarrolle el poschavismo.
El capitalismo rentístico dependiente
Con el ascenso del chavismo al poder, si bien el país ganó importantes márgenes de soberanía política, saliendo de la órbita de alineamiento con Washington, no cambió su carácter de capitalismo rentístico y dependiente, dos rasgos estructurales del Estado venezolano que en toda esta década y media nunca fueron superados: por su dependencia del capital financiero y extranjero, la deuda externa, su carácter monoproductor, sometido a las fuertes demandas internacionales, etc., se mantuvo dependiente en el plano económico, aunque no subordinado como una semicolonia más al imperialismo en el plano político.
El chavismo mantuvo grados mayores de soberanía, en su política exterior, comparado con otros países de América latina, incluso con otros gobiernos posneoliberales surgidos en la última década. Pero, como escribiera Lenin,
El capital financiero es una fuerza tan considerable, por decirlo así tan decisiva en todas las relaciones económicas e internacionales, que es capaz de subordinar, y en efecto subordina, incluso a los Estados que gozan de una independencia política completa (…). Pero, naturalmente, para el capital financiero la subordinación más beneficiosa y más ‘cómoda’ es aquella que trae aparejada consigo la pérdida de la independencia política de los países y de los pueblos sometidos (El imperialismo, fase superior del capitalismo).
Fue uno de los primeros fenómenos “progresistas” del continente que cuestionó de alguna forma las propias bases de la decadencia del régimen anterior. La pelea por la reestructuración de la principal fuente de ingresos (PDVSA) le costó un golpe de Estado clásico que lo obligó a radicalizar posiciones [3].
Chávez retomó la bandera levantada por sectores de la intelectualidad desarrollista nacional en los años ‘30 de “sembrar el petróleo” [4], es decir, convertir la renta en capital, para pasar del capitalismo rentístico a uno productivo, llamándolo “socialismo del siglo XXI”. Usar parte de los ingresos de la actividad primario-exportadora para “diversificar el aparato productivo”, producir en el país lo que se importa e, incluso, desarrollar la “capacidad exportadora” no petrolera. Sin embargo, no hubo industrialización ni mucho menos se diversificaron las exportaciones del país. Continúa la dependencia de las importaciones, y de cada 100 dólares que ingresan por exportación, 96 son por petróleo. El rentismo está intacto, el Estado está cada vez más endeudado y faltan dólares para cubrir las necesidades de la economía nacional. Venezuela como vendedor de productos petroleros ha caído, y no podía ser de otra forma, bajo la dependencia de los países centrales.
La decisión política de endeudarse en base a la bonanza petrolera es permanente, y Venezuela no podía escapar a eso, pretendiendo cobrar por adelantado la renta futura, una renta que cuando caen los precios se desploma. Solo en el trimestre que va entre marzo, abril y mayo Venezuela tiene que realizar pagos de bonos de deuda externa que suman $ 3.129,37 millones. El 16/3 se cancelaron 1.450,75 millones de dólares, y el país deberá afrontar mayores compromisos del orden de los 10 mil millones de dólares durante 2015. En 2016, se pagarán 10.792 millones y en 2017, 12.730 millones de dólares, según proyecciones del propio Banco Central de Venezuela (BCV). ¿Cómo se hará frente a todo esto, cuando las reservas internacionales no llegan a los 22.000 millones de dólares, si los precios del petróleo –única fuente de divisas– se han derrumbado? He allí el dilema del país rentístico por excelencia en nuestro continente.
En Venezuela continuaron operando cientos de empresas imperialistas que giran ganancias a sus casas matrices, la penetración de capital extranjero no cesó, se “diversificó” hacia capitales chinos, rusos, etc. De China se han recibido más de 56 mil millones de dólares, bajo el compromiso de ser pagados con petróleo. Las “expropiaciones” puntuales (varias de las cuales son reestatizaciones, es decir, volver a la órbita del Estado lo que era estatal y había sido entregado a capitales extranjeros), fueron en realidad compras, debiendo el país pagar grandes sumas de dólares a esos pulpos extranjeros. Junto a esto, se mantuvo intacto un mecanismo clásico de dependencia y expoliación como la deuda externa: el país destina religiosamente millones de dólares para alimentar la especulación y usura de los “buitres” del capital financiero internacional.
La situación actual y las perspectivas
El gobierno de Maduro se encuentra en una fuerte crisis política y económica; no se avizoran salidas, ni siquiera desde el propio gobierno, aumentando el nivel de incertidumbre e insatisfacción de las masas. El Gobierno impulsa políticas en medio de una fuerte recesión económica que amenaza profundizarse; los precios son arreciados por una alta inflación, que oficialmente cerró en 68,5% para 2014, donde los alimentos alcanzaron el 86,7%, y relacionada con la inflación anualizada de 2013, tenemos un salto del 124% en el costo de vida. El BCV no ha publicado los índices mensuales de inflación en los tres meses y medio que va del año. Se vive una aguda escasez, agravada en los primeros tres meses de 2015 (a tal nivel que el Gobierno ya no publica este indicador). El desabastecimiento va en aumento, obligando a miles de personas a hacer colas en busca de bienes básicos. La cesta básica se fue por las nubes mientras los salarios e ingresos de los hogares populares se devalúan permanentemente. Hoy, el cambio de ciclo de las commodities a nivel global, fundamentalmente la caída abrupta del petróleo, impacta fuertemente al país.
A este escenario se suma la presencia siempre acosadora del imperialismo estadounidense. La declaración de Obama de que Venezuela “constituye una amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional y a la política externa de Estados Unidos” es parte de la escalada imperialista que busca debilitar el gobierno de Maduro, porque no es su aliado y es parte de los gobiernos que ganaron autonomía política frente a Washington. El imperialismo busca también fortalecer a sus aliados, la oposición de derecha, que hace demagogia con los padecimientos del pueblo, pero cuyo programa no solo es abiertamente proempresarial, sino también de subordinación a los intereses políticos y económicos de EE. UU. y los imperialismos europeos, y que se prepara para capitalizar la crisis del propio chavismo.
En este marco de crisis no pueden descartarse explosiones sociales, huelgas y descontento en las calles, si el gobierno no encuentra alguna salida que le permita disminuir al menos las tensiones. Pero la clase obrera venezolana tiene una gran debilidad para enfrentar la actual situación con una perspectiva propia. En primer lugar, sufre una gran fragmentación sindical, más grande que cuando llegó Chávez al gobierno, con varias centrales nacionales; dos impulsadas por el chavismo, como la actual CBST o la UNT, que luego de ser “su” central se fragmentó, por otro lado la burocracia tradicional de la CTV opositora, actualmente un cascarón vacío, y otros reagrupamientos sindicales opositores menores. Aunque existe una infinidad de sindicatos por empresas, esta gran dispersión debilita sus fuerzas, en un marco en que no se desarrollaron alas combativas, a no ser pequeños intentos regionales de reorganización sindical que pueden abrir nuevas perspectivas.
Hacia finales de año hay elecciones parlamentarias. Por fuera del Gobierno, pocos vaticinan que el chavismo pueda ganar, lo que discuten es con qué nivel y magnitud pueda ser derrotado. Si ganara la derecha por un fuerte margen, y tomando en cuenta que el sistema político del país permite el revocatorio a mitad de mandato, en abril del próximo año, cuando se cumple la mitad del período presidencial, podría estar cruzado por un referéndum nacional, que de perderlo el chavismo, establecería nuevas elecciones presidenciales. Por eso entramos en un período más decisorio en toda la transición del poschavismo. Incluso el resultado electoral puede impactar en la cohesión interna del chavismo, pudiendo llegar a mover el centro de gravedad interno y haciendo quizá más agria la disputa interna. Por el lado de la derecha, en el marco de su gran división, al ver la factibilidad de su ansiado deseo de sacar al chavismo del gobierno, pueden verse aceleradas sus disputas, que ya se observan para la ubicación de los cargos a las parlamentarias.
Pero una cosa es clara: cualquier nuevo régimen que surja en el país va a tener problemas para asentarse. La etapa del poschavismo entonces continuará siendo marcada por las grandes tensiones políticas, donde todas las variables de la ecuación algebraica venezolana están abiertas, pues el chavismo, si bien no parece que pueda tener la durabilidad de fenómenos como el peronismo en Argentina, ha marcado su impronta en la historia venezolana, y está por verse aún como se desarrollará toda la transición abierta.
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