Por Joaquín García Igual
[1] Debería ser hora ya de dejar de emplear este tan manido término (“austericidio”), pues si asumimos que el homicidio es el asesinato de otra persona, el parricidio el asesinato del padre, etc. entonces deberíamos deducir que el “austericidio” es la muerte de la austeridad. Es decir, ¡exactamente lo contrario de lo que se pretende decir con este novedoso término!
[2] IU cree que el Brexit es consecuencia de una UE que no da respuesta a las necesidades de las clases populares y llama a reconstruir Europa, 24 de junio de 2016 [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] <http://www.izquierda-unida.es/node/16139>
[3] Bernard-Henri Lévy, Etrange défaite à Londres, Le Monde, 25 de junio de 2016.
[4] Enrique Castells Turia, Izquierda Europeísta, políticas de traición nacional y de guerra contra los trabajadores. Tsipras y el pinochetismo de izquierdas, 18 de julio de 2015.
[5] Parce qu'il n'aime pas cette Europe, Sarkozy votera oui, Libération, 22 de abril de 2005.
[6] Pablo Iglesias defiende a Tsipras: ‘Ha cedido muy poco y ha llegado a un buen acuerdo’, El Diario, 23 de junio de 2015
[7] Pablo Iglesias cierra la campaña griega: ‘Tsipras es un león. Podemos está con él’, El Mundo, 18 de septiembre de 2015.
[8] Enrique Castells Turia, op. cit.
[9] El PCE, que es integrante de Izquierda Unida, y a su vez parte de la coalición electoral Unidos Podemos, apuesta desde su XX Congreso por romper con la UE, pero esta posición resulta ser una voz muy pequeña ahogada en el magma de la coalición con Podemos.
[10] Pablo Iglesias, resignado: “Lo que ha ocurrido en Grecia es la verdad del poder”, Europa Press, 16 de julio de 2015.
[11] También nos invita a pensar lo mismo el silencio cómplice de aquellos sectores de la izquierda que en su día ensalzaron a Tsipras, llegaron a afirmar que su victoria en las elecciones de 2015 supondría “el fin de la austeridad”, pero que ahora eluden condenar su gestión ultra-neoliberal en Grecia.
[12] En el momento de escribir estas líneas, el Parlamento Europeo imponía privatizar todo el sistema de ferrocarriles de la UE. El Parlamento Europeo aprueba privatizar el sector ferroviario, La República, 14 de diciembre de 2016.
[13] En el momento de escribir estas líneas, el gobierno de Tsipras aprobaba la privatización de la compañía de aguas de Atenas y Tesalónica y de la industria de vehículos del metro de Atenas.
[14] Marta Harnecker, La izquierda en el umbral del siglo XXI, Ed. Siglo XXI, 1999.
[15] Ibíd.
[16] Así se podría explicar que en la recta final de su campaña para las elecciones de diciembre de 2015, Izquierda Unida se dedicara a repartir preservativos donde se podía leer el lema “dale duro a la derecha”. [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] Como podemos ver, hoy los partidos de la izquierda no se presentan como portadores de ideologías y de intereses de clase, sino como instituciones que desean suministrar determinados servicios a la “ciudadanía” compitiendo en el mercado de los partidos políticos por arrancar votos a la competencia, apelando como vemos a los instintos libidinales. Esta ideología está unida al europeísmo como uña y carne: en 2009, un spot electoral de las juventudes del PS francés con el eslogan “¡Haz vibrar a Europa!” mostraba a un joven copular con su pareja después de sacar un preservativo de un envoltorio donde ponía “PSE” (Partido Socialista Europeo). En 2013, después de una decisión del gobierno de Hollande de bajar el IVA sobre los preservativos, un cartel de esas mismas juventudes decía: “La izquierda te protege”. Cuando la izquierda radical reproduce los mismos métodos de imbecilización de la socialdemocracia, tiene motivos más que suficientes para reflexionar.
[17] El filósofo francés Michel Clouscard desenmascaró esta patraña, al explicar que lo que los freudo-marxistas realmente reprochaban a la clase obrera era la adquisición de bienes de equipamiento –bienes funcionales, como coches, lavavajillas, frigoríficos, etc., que son productos necesarios para la vida– que ellos confundían con los bienes de consumo. Añadiendo que, además: a) la clase obrera no tendría nada que reprocharse por acceder a esos bienes de consumo, puesto que ella es quien los ha producido y b) de todas maneras las pretensiones de los freudo-marxistas es falsa, pues la única “sociedad de consumo” que puede existir es el comunismo.
[18] “Burocratización” que en última instancia será, sin falta, culpa del “estalinismo”.
[19] Nótese que el filósofo francés André Gorz, también popular en 1968, llegaba a afirmar que la clase obrera era una “minoría privilegiada”.
[20] Michel Clouscard, Néo-fascisme et idéologie du désir, 1973, Ed. Delga.
[21] Se puede explicar en parte el surgimiento de movimientos ecologistas al margen de todo proyecto de transformación socialista –por regla general movimientos anticomunistas y otánicos, como se puede constatar en un Daniel Cohn-Bendit– y la fijación de la izquierda post-marxista en querer etiquetarse sistemáticamente como “ecologista” –dentro de su larga serie de “ista-ista”– en el hecho de que Marcuse teorizaba que una sociedad no-represiva para con el deseo implicaba un cambio en las técnicas –fuerzas productivas– en oposición al clásico planteamiento del “mecánico” Marx, que creía que bastaba con un cambio en las relaciones de producción. Como resultado, tenemos un ecologismo que se basa en simples cuestiones técnicas de gestión del capitalismo.
[22] Con la retrospectiva, podemos afirmar sin dudarlo un instante que el estructuralismo, surgido en Francia en los años 60, no era una corriente de pensamiento más, sino un instrumento para des-marxistizar (extirpándole al marxismo su médula hegeliana) a los círculos académicos y la intelectualidad francesa dentro de la contra-ofensiva neo-liberal del capitalismo para recuperar el terreno perdido a partir de 1945. Así se explica que “intelectuales” otánico-sionistas como Alexandre Adler y Bernard-Henri Levy hayan sido discípulos de Althusser sin renegar nunca de él. Para profundizar en esta cuestión, ver el artículo de Juan Manuel Olarrieta Althusser o la miseria del estructuralismo burgués.
[23] Etudes Marxistes nº109, Daniel Zamora sur Foucault, 2015.
[24] Que no nos hagan decir lo que no hemos dicho. Lo que pretendemos no es menospreciar la cuestión de la mujer en el movimiento obrero o las discriminaciones contra ciertas minorías sociales. Lo que proponemos es una denuncia de una cierta reutilización que hace el capitalismo de estas cuestiones para integrar a la izquierda en el sistema europeísta. Retomando las palabras del filósofo francés Dominique Pagani, el combate de la mujer obrera por obtener igual salario y derechos es, objetivamente, progresista. Pero decir “los y las” o decir “Madame la ministre” le hace cosquillas al capital. La izquierda europeísta es más pose y reclamo que lucha real, lo cual se inscribe en la tradición de la posmodernidad que señala que con el lenguaje se puede crear la verdad.
[25] Oxandabaratz, “Ecumenismo”, ¿Nueva arma ideológica del imperialismo? (sobre algunas taras del 1968) [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
[26] Scott Jay, The “Postmodern Left” and the Success of Neoliberalism, Global Research, 5 de enero de 2016.
[27] “La izquierda se ha autodestruido aceptando las intervenciones humanitarias”, Público, 24 de noviembre de 2016.
[28] Michel Onfray: “Nous sommes déjà en guerre civile”, 2 de junio de 2016 [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
[29] Michel Clouscard, op. cit.
[30] Efectivamente, como hemos dicho anteriormente, no podría haber connivencia de intereses entre la mujer burguesa, rentista o aristócrata del sector terciario que puede pagarse una baby-sitter y la cajera del supermercado que debe dejar el niño al cuidado del abuelo mientras se va a trabajar. O entre el homosexual directivo de empresa y el homosexual con contrato por obra y servicio. Por mucho que la izquierda “ista-ista” lo asuma de palabra (“somos feministas, sí, pero de clase”), no lo suele llevar a la práctica.
[31] Michel Clouscard, op. cit
[32] El hecho, realmente aberrante, de que la izquierda europeísta no muestra con países como Siria –pues limitarse a “condenar” la guerra imperialista en Siria sin defender su gobierno legítimo es una falta grave–, Libia, RPDC e inclusive Rusia o China ni una centésima parte de la solidaridad que muestran con Cuba, Venezuela o Bolivia sólo se puede interpretar como una reminiscencia del colonialismo español.
[33] François Asselineau, Les origines cachées de la construction européenne, conferencia ofrecida el 24 de abril de 2014. [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
[34] Ibíd.
[35] Ibíd.
[36] Programa establecido entre 1929 y 1930 para resolver el problema de las reparaciones de guerra impuestas a Alemania al finalizar la Primera Guerra Mundial, que llevaba el nombre del banquero estadounidense Owen D. Young.
[37] Curiosamente, Schacht fue absuelto en 1946 por el Tribunal de Nuremberg pese a ser acusado de crímenes contra la paz por su contribución a la militarización de la economía alemana. Fue condenado no obstante a 8 años de trabajos forzados por un tribunal alemán de desnazificación, pero de nuevo liberado en 1948. En 1953 volvió a los negocios financieros fundando la Deutsche Außenhandelsbank Schacht & Co., que dirigió hasta 1963.
[38] François Asselineau, op. cit.
[39] Portada del diario Paris Soir, 1º de febrero de 1941.
[40] Cecile Von Renthe-Fink, Nota sobre el establecimiento de una confederación europea, agosto de 1943, citado por John Laughland, La libertad de las naciones, 2001.
[41] Citado en François Asselineau, op. cit.
[42] Prueba de ello es que el régimen de Vichy nunca dejó de tener embajada de los Estados Unidos. Se sabe que el mariscal Pétain se reunía muy frecuentemente con el embajador estadounidense, a quien no dudaba en subrayar que Estados Unidos podría contar con el régimen de Vichy si el viento viniera a soplar de otra parte.
[43] [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
[44] Thomas Freiberger, Der friedliche Revolutionär: Walter Hallsteins Epochenbewusstsein, en Entscheidung für Europa: Erfahrung, Zeitgeist und politische Herausforderungen am Beginn der europäischen Integration, de Gruyter, 2010
“Los pueblos de Europa representan una sola familia en el mundo. No es muy inteligente imaginarse que en un espacio tan estrecho como el de Europa, una comunidad de pueblos pueda por mucho tiempo mantener sistemas de leyes que descansen sobre concepciones diferentes.”
Adolfo Hitler, discurso ante el Reichstag, 7 de marzo de 1936
Es algo comúnmente aceptado por parte de la izquierda que la Unión Europea (UE) es sinónimo de ultra-liberalismo, creciente pobreza, privatizaciones y deslocalizaciones en el terreno económico, y de dictadura feroz al servicio del gran capital en el político. Es más, la opinión compartida por casi todo el espectro político es que no funciona como debería. Sin embargo, tras hacer un diagnóstico correcto, la práctica totalidad de los partidos políticos, desde la extrema derecha hasta cierta izquierda “radical” –con honrosas excepciones– llega a la conclusión de que el remedio a la enfermedad no pasa por romper con la UE, como sería lógico, sino por “cambiar Europa”.
Un ejemplo paradigmático de esta miopía política, que vuelve incapaz de ver más allá de la UE, se pudo ver en las declaraciones de la portavoz de Izquierda Unida en el parlamento europeo Marina Albiol después el ‘Brexit’. Después de declarar que la salida del Reino Unido de la UE era “fruto de las políticas económicas austericidas[1] impuestas desde Bruselas y Berlín”, Albiol hacía un llamamiento a “construir un nuevo modelo de integración que ponga a las clases populares en el centro de las decisiones”.[2] En nuestra opinión, este tipo de postura viene a ser lo mismo que si, haciendo un símil, en el periodo 1939-1945 un líder de la resistencia señalase que la ocupación de los ejércitos nazis era una opresión insoportable, pero hubiese concluido que hacía falta por lo tanto construir otro III Reich “que ponga a las clases populares en el centro de las decisiones”.
Más asombroso aún era que Albiol añadía que “la solución no pasa por salidas aisladas en clave nacionalista, que alimentan la xenofobia”, reproduciendo así el discurso del establishment europeísta sobre el ‘Brexit’, que criminalizaba al pueblo británico por haber votado incorrectamente (como si todos los que hubiesen votado a favor del ‘Brexit’ hubiesen sido votantes del UKIP). Esta afirmación no es gratuita. Al día siguiente del ‘Brexit’, el “filósofo” multimillonario Bernard-Henri Levy –que, recordémoslo, es un agente israelí y un criminal de guerra– escribía en el diario Le Monde un artículo donde afirmaba que el ‘Brexit’ es “la victoria de la derecha dura sobre la derecha moderada –entiéndase que los Cameron, Merkel y Sarkozy son la “derecha moderada”– y de la izquierda radical sobre la izquierda liberal. Es la victoria, en los dos campos, de la xenofobia, del odio por tiempo recocinado del inmigrante y la obsesión con el ‘enemigo interior’”.[3]
Esta coincidencia en lo discursivo entre Marina Albiol y Bernard-Henri Levy se debe al fuerte calado que ha tenido la ideología europeísta en la izquierda. Esta ideología tiene carácter ecuménico porque resulta ser compartida por casi todas las fuerzas del arco parlamentario –ya sean de izquierdas o de derechas–, que asumen que la construcción europea es un proceso natural –incluyendo a los que afirman estar a favor de “otra Europa”–, cosa que les impide pensar en cualquier proyecto político más allá de las coordenadas de la UE.
En un artículo escrito en 2015, Enrique Castells Turia definía la naturaleza de la ideología europeísta con estas palabras:
“El objetivo de la izquierda europeísta es hacer calar entre los trabajadores y los pueblos el mensaje de que es posible una unidad europea que contemple los derechos sociales y laborales sin necesidad de romper el marco político y económico vigente. Se trataría de una Europa democrática donde los intereses de los trabajadores defenderían sus propuestas de igual a igual con los grandes poderes –públicos y privados–, las instituciones y el mundo de los grandes negocios y las altas finanzas en el marco de un corporativismo europeo harmonioso.”[4]
Identificamos tres tipos de europeístas:
1) los europeístas convencidos, cuya filiación política puede abarcar desde los conservadores hasta la socialdemocracia, pasando por los liberales y los ecologistas del tipo Daniel Cohn-Bendit (otanista convencido). Son los políticos profesionales y tecnócratas a sueldo del capital financiero y las transnacionales que llevan a toda marcha la construcción europea por encima de la voluntad de los pueblos.
2) los europeístas ingenuos o hipócritas. Son aquellos que por democratismo infantil o pura hipocresía reconocen que la UE no es lo que debería ser, que está “mal gobernada” o que incluso es una “buena idea mal aplicada”, pero cuya posición final es que es posible “otra Europa”. De hecho, en este grupo se podrían incluir a políticos de prácticamente todas las familias. Así, mientras la extrema derecha habla de una “Europa de las naciones”, la socialdemocracia habla de una “Europa social”, y la izquierda radical-europeísta habla de una “Europa de los trabajadores”. Hasta los conservadores no tienen reparos en emplear el discurso sobre “cambiar Europa”. En 2005, interrogado sobre el referéndum sobre la Constitución Europea, Nicolás Sarkozy –en aquel momento ministro de interior francés– declaraba al diario Libération: “¿Queréis cambiar Europa? ¡Votad sí!”.[5]
En el campo de la izquierda, un ejemplo de libro de este tipo de europeísmo lo tenemos en el dirigente de Podemos Pablo Iglesias Turrión, que después de la capitulación del gobierno de Tsipras en julio de 2015, declaraba:
“Nosotros no definimos nuestra política exterior por cuestiones electorales, sino porque pensamos que hace falta una Europa más democrática y más justa. Creemos que los ciudadanos españoles saben perfectamente que hace falta una Europa más democrática y diferente a la Europa de la austeridad que nos ha llevado al desastre”.[6]
Por si no quedaba claro, pocos días después Iglesias lo aclaraba:
“Somos europeístas pero también demócratas. Los que están destruyendo Europa son instituciones como la Troika”.[7]
Cuando es exactamente al revés: la ‘Troika’ es quien precisamente está llevando el proyecto europeo a implementación.
3) los europeístas muy a pesar de ellos. Son los más sutiles. Es hasta posible que algunos lo sean inconscientemente, aunque a efectos prácticos el resultado sea el mismo. Se trata de sectores de la izquierda que han asumido que la UE es irreformable y que no es posible llevar a cabo un programa de transformación social en el seno de la UE, pero que por algún motivo eluden sistemáticamente hablar de la conclusión lógica a esta premisa, a saber la salida de la UE.
Enrique Castells Turia también mencionaba el caso de euroescépticos o incluso anti-europeístas, cuya
“influencia dentro de las organizaciones europeístas es insignificante y acaban tolerando el europeísmo en nombre de la unidad porque no se considera un grave problema que deba provocar discrepancias internas”, haciendo que “a efectos prácticos, la izquierda europeísta presenta su propio proyecto de unidad europea sin fisuras”.[8]
En resumen, estos europeístas dicen no querer la UE, pero en la práctica la defienden.
Izquierda postmoderna y europeísmo
Como ya hemos avanzado, en nuestro país la pertenencia a la UE no se cuestiona por prácticamente ninguna de las fuerzas parlamentarias.[9] El Congreso de los Diputados se convierte en un teatro de monigotes donde izquierdas y derechas escenifican una disputa por ideas y programas políticos cuando, llegado el momento de la verdad, si la izquierda europeísta venciera en las elecciones, implementaría las mismas directrices impuestas por Bruselas –unos colaborando plácidamente, otros haciendo gala de una resistencia más o menos “heroica” para terminar haciendo lo mismo– que ya habían implementado tanto PP como PSOE. Pablo Iglesias lo dejó muy claro cuando justificó la traición de Tsipras diciendo que “lo que ha hecho el Gobierno griego es, tristemente, lo único que podía hacer”,[10] dándonos a entender que si él se encontrase en la misma tesitura, no le temblaría la mano a la hora de firmar lo mismo que Tsipras.[11]
Es por ello que resulta lamentable ver cómo partidos de izquierda y sindicatos cargan única y exclusivamente contra el gobierno de Rajoy, cuando éste no más que el gauleiter de la provincia España del IV Reich euro-atlantista, y no hace más que cumplir con las directrices que le exige Bruselas. Esto, por supuesto, no quiere decir que todos los males de España sean culpa de la UE. Por ejemplo, la UE no explica forzosamente el nivel de fraude fiscal en España, ni los niveles de corrupción, ni la especulación inmobiliaria, ni los altos niveles de precariedad en el mundo del trabajo desde hace muchos años, ni la nula elevación del poder adquisitivo (incluso en años de bonanza económica). Pero por ejemplo las grandes orientaciones en materia de déficit público, privatizaciones[12], mercado laboral , pensiones, gasto sanitario, etc., son imposiciones que provienen de Bruselas. Por lo que es notoria la hipocresía de cierta izquierda que carga únicamente contra el gobierno de Rajoy por los recortes sociales, sin plantear en ningún momento romper con la UE.
El momento culminante de la evolución de la izquierda en izquierda europeísta fue alcanzado en julio de 2015 con la aceptación por parte de Syriza del tercer rescate de la llamada ‘Troika’, convirtiendo a Grecia en una colonia de los poderes imperialistas, en la que se implementa el neoliberalismo más desenfrenado.[13] Los acontecimientos de Grecia nos demuestran que, en el marco de la UE, sean cuales sean las intenciones iniciales de los dirigentes de la izquierda europeísta, existe una tendencia hacia la dilución de las fronteras entre izquierda y derecha, que a efectos prácticos se distinguen cada vez menos, excepto por:
a) la manera de gestionar el capitalismo contra los intereses de los trabajadores, y
b) una mayor inquietud por parte de la izquierda de cuestiones relativas a “identidades” supuestamente olvidadas por el “marxismo ortodoxo” (lo que la estructuralista Marta Harnecker llama “problemas étnico-culturales”[14]).
Es en base a esta constatación que creemos que la aceptación por parte de la izquierda de la construcción europea como un proceso natural ha acompañada por una fijación con la defensa de colectividades definidas por cuestiones de orientación sexual, género, raza, edad (los “jóvenes”), etc. que en palabras de Marta Harnecker representan “los sectores sociales discriminados y excluidos económica, política, social y culturalmente”.[15] Según el reformismo europeísta y el post-marxismo, estos sectores eran menospreciados por el “reduccionismo clasista” del marxismo-leninismo.
Pero en nuestra opinión estas ideas se convirtieron en el pretexto para justificar el progresivo abandono por parte de la izquierda del análisis marxista, la política de clase y el deber de organizar la resistencia contra los ataques del capital, dándose un barniz “progresista” que ayudara a mantener una consciencia tranquila mientras la izquierda aceptaba, sumisa, su absorción dentro de la vorágine europeísta. El lector nos disculpará si nos alejamos temporalmente del tema de Europa, pero creemos que la cuestión de la degeneración de la izquierda –sobre todo a partir de 1968– tiene suficiente importancia como para ser abordada, y que además está estrechamente relacionada con la ideología europeísta.
Las desviaciones que denunciamos guardan mucha relación con las teorizaciones de los freudo-marxistas adeptos del “marxista occidental” Herbert Marcuse, teórico que tuvo mucha influencia en los movimientos de contestación del año 1968, sobre todo tras la publicación de su obra El hombre unidimensional. Los freudo-marxistas colocaban como problemática principal lo que Marcuse llamaba la “desublimación del instinto libidinal”, convirtiendo los problemas psicológicos en problemas políticos. Denunciaban la inhumanidad represiva del principio (freudiano) de realidad bajo el capitalismo, abogando por la eclosión del deseo y la transformación de la sexualidad en Eros.[16] Criticaban lo que ellos llamaban la “falsificación de los instintos” –en la que según ellos había caído la clase obrera tradicional, al abandonarse por completo a la sociedad de consumo[17]– y la represión de las “potencialidades humanas”, cosa que denunciaban tanto en las sociedades capitalistas de Occidente –por crear necesidades ilusorias– como en los países socialistas del Este por la “burocratización”.[18]
El freudo-marxismo hizo particularmente daño al denunciar la supuesta “integración” de la clase obrera industrial en la sociedad de consumo y el Estado del bienestar –conseguido gracias a una durísima lucha y mucha sangre derramada– que así habría “traicionado” a la revolución por su conformismo.[19] Menospreciando el papel central de la clase obrera en el proceso de transformación de la sociedad, realzaron la fuerza de los “colectivos no-integrados” por su poder de contestación contra el sistema capitalista: las “minorías”, los “outsiders” y la “intelligentsia radical” (así, por ejemplo, un Daniel Cohn-Bendit en el 68 o un Pablo Iglesias hoy en día) para nutrir las filas del pensamiento crítico.
El filósofo francés Michel Clouscard, calificaba esta oposición entre “marginales del sistema” y poder de “contradicción interna” en el seno de la propia burguesía: entre una burguesía tradicional, ahorradora, reaccionaria en lo social, y una nueva pequeña burguesía –a los que se añaden nuevos estratos acomodados del sector terciario– surgida al calor del Capitalismo Monopolista de Estado, que estaba accediendo a nuevos bienes de consumo surgidos en la nueva sociedad “permisiva” que sustituiría a la sociedad “autoritaria” de De Gaulle a partir de 1968.
Clouscard denunciaba de los freudo-marxistas el hecho de que hacían pasar dicha “contradicción interna” como contradicción principal –lo que los marxistas sitúan como contradicción capital-trabajo– como la nueva “revolución”, pretendiendo así sustituir el papel revolucionario de la clase obrera. En su genial obra Neo-fascismo e ideología del deseo, Clouscard denunciaba este papel contrarrevolucionario del freudo-marxismo:
“[el freudo-marxismo] busca asegurarse un control político sobre sectores del trabajo por una ideología radicalmente liberal (por lo tanto libertaria) que pretenderá superar el “dogmatismo marxista-leninista”. Este reformismo oportunista no consiste en oponerse al marxismo (como hacía la ideología de papá), sino en aparentar aprobar el corpus marxista para modificarlo tendencialmente.”[20]
Marcuse tuvo una gran influencia en la corriente de la “Nueva Izquierda” que surgió en los años 60 y 70, que a su vez tuvo cierta responsabilidad en la conversión de la izquierda marxista en lo que hoy denominamos izquierda “ista-ista” y “anti-anti”. Con Angela Davis como cabeza visible, la “Nueva Izquierda”, muy ligada a los movimientos de agitación estudiantil de 1968, criticaba el enfoque “dogmático” de la izquierda considerada “tradicional” porque sus análisis se focalizaban principalmente en el mundo del trabajo (sin embargo el único criterio serio para definir socialmente a un individuo es su posición de clase). Así, esta “Nueva Izquierda” creía necesario redefinir el concepto de contestación, que ya no sería solamente contestación a una opresión de clase, sino que se haría extensivo a los movimientos basados en el “género”, la “raza”, la “identidad sexual”, e incluso movimientos por la protección del medio ambiente.
Movimientos de protección del medio ambiente que, fuera de toda perspectiva de transformación socialista, resultaron ser en realidad uno de los mejores instrumentos de control de la contestación, pues el ecologismo ha sido en no pocos casos –sobre todo en el caso del ecologismo no-socialista– la mejor forma de abstenerse de hacer política seria.[21] Y en la actualidad es un ariete contra la República Popular China.
También tuvieron gran parte de culpa los filósofos vinculados al llamado estructuralismo,[22] como Michel Foucault, Jacques Derrida, Claude Levi-Strauss, y Roland Barthes. Foucault, por ejemplo, que es un intelectual idolatrado en cierta izquierda radical, sacó a la luz a colectivos de “marginales” (excluidos, presos, enfermos mentales, minorías sexuales, etc.) que estaban siendo injustamente olvidados por la izquierda. Pero otorgó a estos “marginales” una centralidad política que llegaba a sustituir el papel de la clase obrera como sujeto de la transformación social. Al igual que para los freudo-marxistas, para Foucault la clase obrera estaba “aburguesada” e integrada en el sistema gracias a las conquistas sociales obtenidas tras la II Guerra Mundial, lo que la convertía incluso en un freno para la revolución.[23] Esas conclusiones contribuyeron a que el mundo del trabajo perdiera la centralidad, para dejar paso a las “luchas contra la marginalización” de minorías sociales y étnicas. Incluso el lumpenproletariado (los “nuevos plebeyos”, según la terminología foucaltiana) pasaron a convertirse en sujeto genuinamente revolucionario. Y hoy tenemos incluso al “precariado”.
Las luchas a favor del reconocimiento de estas distintos colectivos, que perfectamente podría entenderse como un complemento de la lucha económica y política de los trabajadores contra el capital –por no decir que son parte integrante de un tronco común que es la lucha por el socialismo– han ido paulatinamente desalojando el contenido ideológico de los partidos de izquierda como partidos de clase, para justificar precisamente su traición a la clase obrera en el marco de su sumisión al europeísmo.
Quisiéramos aclarar que el problema no está en la lucha de minorías oprimidas. El problema es cuando estas luchas llegar a ocupar un lugar de preeminencia o incluso de igualdad, en la escala de prioridades, con respecto a la lucha de clase obrera como sujeto de la transformación social. Los marxistas nunca han negado la importancia de las discriminaciones por motivos de raza, género u orientación sexual –la URSS fue el primer país que sancionó la persecución contra la homosexualidad– dentro de las clases, pero ponen el énfasis en el sistema social –sistema capitalista– que genera las diferencias y la necesidad de unir a la clase obrera con el fin de eliminar las desigualdades, tanto en el centro de trabajo, como en el barrio o en el seno de la familia. Los marxistas se oponen a que las desigualdades de género y raza sean analizadas y resueltas fuera del análisis de clase. Se oponen a creer por ejemplo que una mujer terrateniente con sirvientes tenga algún tipo de connivencia con mujeres campesinas empleadas por sueldos de hambre.
Por lo tanto, contrariamente a lo que ocurría en el pasado, cuando los partidos de izquierdas se definían como “marxistas”, “socialistas” o “comunistas”–cuando ello significaba asumir la defensa del mundo del trabajo en la perspectiva del socialismo, sin que ello fuera incompatible, ni mucho menos, con la defensa de las libertades democráticas de ciertas minorías–, hoy es muy frecuente que las organizaciones de la izquierda –en particular las más europeístas y otánicas– se definan ideológicamente como “ista-ista”: ya no se es solamente “marxista” –no digamos ya marxista-leninista– o sencillamente “de izquierdas”, sino que además se es anticapitalista, feminista, ecologista, pro-LGTB, etc.[24] Esta izquierda “ista-ista” tiene luego su reflejo inverso en cierto neo-trotskismo que se define sistemáticamente como “anti-anti”: anti-capitalista, anti-fascista, anti-machista, etc. Excepto anti-europeísta.
No nos resistimos a citar lo que decía al respecto un excelente artículo del blog Euskal Herriko Antinperialistak:
“La izquierda radical, que no ha conseguido ni una sola victoria en Europa desde 1990 (con la excepción parcial de Novorossiya, la cual no suscita consenso entre toda la izquierda radical), no tiene ni siquiera capacidad para tener un proyecto propio; debido a ello está totalmente imbuida de una ideología “anti”. El análisis ha sido sustituido por el deseo.”[25]
Efectivamente, la izquierda radical-postmoderna, incapaz de plantear ningún proyecto alternativo a la UE al someterse a la ideología europeísta, puede hacer poco más que declararse “anti”. La izquierda post-moderna no hace más que vender imagen.
En un excelente artículo titulado La izquierda posmoderna y el éxito del neoliberalismo,[26] escrito con ocasión de la capitulación de Syriza, el canadiense Scott Jay escribía:
“Frente al neoliberalismo implacable, la Izquierda internacional ha abrazado el posmodernismo, no en teoría sino en la práctica, dando más importancia al estilo que a la sustancia y a los momentos que hacen sentir bien y a los líderes llamativos que a la realidad brutal de oponer resistencia a la explotación capitalista. […] la izquierda posmoderna evita construir un movimiento con verdadero poder entre los pobres y oprimidos, en vez de ello se centra en espectáculos de autopromoción que se viven como lucha y poder pero que están completamente vacíos”.
La retahíla de “ista-istas” y “anti-antis” resulta ser, en definitiva, la máscara tras la cual la izquierda esconde su nula operatividad a la hora de construir un contrapoder obrero.
El sociólogo estadounidense James Petras también abordó esta cuestión en un artículo en el que resumía de la siguiente manera los principales argumentos del post-marxismo:
“1.El socialismo fue un fracaso y todas las teorías generales de sociedades están condenadas a repetir ese proceso […] 2. El énfasis marxista sobre las clases sociales es reduccionista, porque las clases se están disolviendo. Los principales puntos políticos de partida son culturales y están arraigados en diversas identidades (raza, género, etnicidad, preferencia sexual) […] 7. La solidaridad de clases es parte de ideología pasada y refleja política y realidades anteriores. Las clases ya no existen. Hay comunidades fragmentadas en las que grupos específicos (identidades) participan de labores y relaciones recíprocas para la supervivencia basadas en cooperación con partidarios externos. La solidaridad es un fenómeno que trasciende las clases, un gesto humanitario.”
Recientemente, el intelectual belga Jean Bricmont decía en una entrevista al diario Público:
“Mientras que la “vieja izquierda” se basaba en la clase obrera y sus dirigentes procedían de esa clase social, la nueva izquierda está enteramente dominada por intelectuales pequeño-burgueses. Estos intelectuales no son “burguesía”, en el sentido de que no poseen los medios de producción, ni son tampoco explotados.
Su función social es la de proporcionar una ideología que pueda servir de justificación cómoda a un sistema económico y a una serie de relaciones internacionales que están basadas, en última instancia, en la fuerza bruta. La ideología de los derechos humanos es perfecta desde ese punto de vista.”[27]
Esta ideología de los “derechos humanos”, que ha legitimado las “intervenciones humanitarias” en Yugoslavia, Libia, Siria, etc. entronca perfectamente con la transmutación ideológica de la izquierda de clase en “izquierda de los colectivos minoritarios” que apenas es capaz de concebir el ser de izquierdas más que como la asunción de una ideología en busca de los “transgresivo” que considera como causa principal la lucha contra las “violaciones de los derechos” de tal o cual minoría. Esto va de la mano de la disgregación del sentido de solidaridad de clase en beneficio de distintas “identidades”, para diluirse en un magma individualista donde se afirma la diferencia del “yo” y nadan los conceptos abstractos de “igualdad”, “libertad”, “derechos humanos” y “democracia” –así, la democracia euro-atlántica se percibe como modelo universal– en tanto que abstracciones puras fuera de la división en clases sociales.
En una entrevista a Russia Today, el filósofo libertario –en el sentido de anarquista– Michel Onfray, nada sospechoso de “estalinismo”, ilustraba muy bien lo que pretendemos decir con estas palabras:
“…Hemos cambiado de pueblo, lo que yo llamaba el pueblo ‘old school’, es decir el pueblo a la antigua usanza, el “proletariado”. Yo sigo creyendo que es una bonita palabra, y que aún deberíamos poder utilizarla, aunque hayan cambiado las cosas… un proletario es también es un joven que para poder pagar sus estudios entrega pizzas en moto hasta la una de la madrugada…
Por lo tanto, el proletariado sigue existiendo. Y la izquierda consideró que había que cambiar de pueblo, que este pueblo, al haberse ido con Marine Le Pen, había que dejarlo allí. Y eligió a un pueblo fabricado por las élites intelectuales estructuralistas, derridianas, foucaltianas, etc…
Entonces tuvimos a los ‘marginales’ de Deleuze, de Foucault, de Derrida y otros, y tuvimos al inmigrante, al homosexual, al transgénero, a los sin-papeles, etc… Evidentemente que son minorías que hay que tomar en consideración. Pero estas minorías, por definición, no son mayoritarias. Hay que tomarlas en consideración, sin hacer de ellas mayorías que impongan su ley a la mayoría del pueblo, que descubre efectivamente que no nunca hay dinero, que nunca hay posibilidad de aumentar los salarios, pero que siempre hay dinero para entretener el clientelismo electoral.”[28]
Y este régimen de clientelismo de minorías, en el cual se ha apoyado la socialdemocracia para justificar su abandono del proletariado, es lo que Michel Clouscard llamaba “socialdemocracia libertaria”. La izquierda radical, que pretende estar a la izquierda de la izquierda, ha sido contaminada por esta ideología.
De hecho, si existe un intelectual de izquierdas –marxista– que mejor supo explicar –y de hecho fue el primero– el origen de esta degeneración, ése ha sido sin duda Michel Clouscard. En Neo-fascismo e ideología del deseo, Clouscard identificaba cuál era la nueva clientela virtual del mercado permisivo del neo-capitalismo instaurado a partir de 1968, es decir,
“las mujeres, los jóvenes, los intelectuales, los artistas, los marginales… y los neuróticos (como objetivos de la seducción del modelo neo-capitalista del consumo).”[29]
Y después:
“¿Es necesario apuntar que definiremos los seis objetivos citados según los criterios de la ideología neo-capitalista que, por ejemplo, hace de entidades ontológicas (la mujer, el joven) unos términos políticos? –cuando la izquierda habla de “la juventud”, “las mujeres” o “los inmigrantes” como categorías políticas en igualdad de condiciones con las clases sociales (proletariado-burguesía), su destino es irremediablemente alejarse del marxismo y por lo tanto del socialismo– ¿Es necesario subrayar lo grotesco de estas terminologías que identifican, por ejemplo, juventud y revolución (y el neo-fascismo italiano)?
Las clases sociales se han redistribuido, lo hemos visto, en la nueva sociedad, al igual que ésta redistribuye a los jóvenes, las mujeres, según las clases sociales (¿hace falta subrayar también que entre los ideólogos al servicio del neo-capitalismo y sus víctimas, sus presas, e incluso sus manipulados, no podría haber ninguna identificación?) [30]
Definiremos estos términos como expresiones de un condicionamiento socio-cultural determinantes de un modo diferente a las atribuciones (cuan ideológicas) que se le otorgan al sexo, a las edades de la vida, etc.
Las mujeres, los jóvenes, los intelectuales-artistas, los marginales… los neuróticos susceptibles de ser integrados en la nueva sociedad lo son:
- en tanto que mayor alejamiento posible del proceso posible del proceso de producción (marginalidad para la producción),
- en cuanto mayor alejamiento posible del salariado,
- en función de la jerarquía social (cuanto más se asciende en la jerarquía, más tiende a producirse esta integración),
Mujeres, jóvenes, intelectuales, marginales, neuróticos no están efectivamente en situaciones similares cuando no son productores, asalariados, y cuando entonces están bajo la tutela económica, política, cultural de la burguesía como tutela del hombre-burgués, del padre-burgués, del filisteo-burgués, del mercader-burgués, del institucional-burgués.
¡Estos términos (mujeres, jóvenes, intelectuales, marginales, neuróticos) pueden entonces considerar su emancipación transgresiva como la revolución! Y para ellos, en efecto, se trata de un cambio enorme. ¡Para esta gente, el modelo de emancipación-transgresión (de la nueva sociedad) es la inmediata, espontánea, existencial expresión!
¡La rebelión más íntima toma entonces la forma de integración a la nueva sociedad! Y veremos hasta qué punto este razonamiento será contrarrevolucionario.” [31]
En resumen, con honrosas excepciones, la conversión de la izquierda marxista o de tradición comunista en izquierda europeísta ha ido de la mano con su auto-identificación como izquierda posmoderna “ista-ista” o “anti-anti”, es decir en una izquierda principalmente de minorías y menos del pueblo trabajador (¿cuándo fue la última vez que oímos a un dirigente de la izquierda oficial hablar de “proletariado”?). Y ello en detrimento de la organización de la lucha obrera en los centros de trabajo y el trabajo militante extra-institucional en aras de la lucha por el socialismo, y la solidaridad anti-imperialista consecuente con los países agredidos por el imperialismo que no hablan español[32] –ese anti-imperialismo consecuente parece ser otro “anti” que no llame la atención de la izquierda post-moderna– para mayor satisfacción de Bruselas (y Washington, lo que viene a ser lo mismo).
Tesis sobre los orígenes de la construcción europea
Este humilde trabajo pretende contribuir a la lucha contra la ideología europeísta y debate sincero sobre la necesidad de asumir la ruptura con la UE como punto programático de primer orden. Para ello ofreceremos algunas informaciones relativamente desconocidas sobre los orígenes de la construcción europea y refutaremos algunos lugares comunes relativos a la UE.
Los sectores más euroescépticos de la izquierda en España suelen considerar que la UE es una herramienta al servicio de los monopolios europeos para garantizar un mercado cada vez mayor y más desregulado –cosa que no es falsa–, es decir un proyecto exclusivamente endógeno de las élites europeas al servicio de los capitales europeos. Por ejemplo, en las tesis de su IX congreso, el PCPE definía a la UE de la siguiente manera:
“Lo que hoy conocemos como Unión Europea es el resultado de un proceso iniciado hace ya más de cincuenta años por los dirigentes de las economías más importantes de la Europa capitalista.
Al finalizar la II Guerra Mundial, con una Europa devastada tras la guerra desencadenada por el nazifascismo, los sectores oligárquicos de Europa Occidental decidieron poner en marcha un proceso de unificación de mercados. Lo que inicialmente era la eliminación de las restricciones al comercio de carbón, acero y energía atómica entre los países miembros, fue ampliándose hasta convertirse en la apertura de mercados a todos los ámbitos de la economía tal y como la conocemos hoy, comprendiendo el libre tránsito de trabajadores, capitales, mercancías y servicios.”
No pretendemos explicar que estas afirmaciones sean erróneas: esta caracterización de la UE es parte de la explicación. Pero creemos que solamente enseña parte de la verdad, pues ignora que la UE es al mismo tiempo y sobre todo un proceso tutelado de la A a la Z por los Estados Unidos de América. Esto será comentado más adelante.
No obstante, hay parte de verdad en lo que dice el PCPE, y es que los monopolios europeos tienen mucho que ver con el proyecto de construcción europea. Lo que quisiéramos recalcar en primer lugar, es que este proyecto estuvo perfectamente en armonía con la geopolítica del III Reich.
Tesis 1: el primer intento de construcción europea fue llevado a cabo por el nazismo
Ante todo, hay que aclarar que si bien es cierto que los nazis fueron los primeros en querer llevar el proyecto europeísta hasta las últimas consecuencias, la idea de construir una “nueva Europa” ya había sido defendida desde los años 20 por los grandes trusts alemanes (los llamados konzern) para ampliar su escala de producción y crear un gran mercado europeo e incluso euro-americano. Se podrían citar varios ejemplos, pero queremos centrarnos en los dos grandes carteles alemanes que defendieron la idea de “nueva Europa” y tuvieron un papel clave en el ascenso de Hitler al poder.
El primero de ellos es el cartel de la industria química IG Farben (del cual la empresa Bayer formó parte), que en 1927 concluyó un acuerdo para un programa conjunto de investigación y desarrollo con la Standard Oil de Rockefeller. En 1928, IG Farben fusionó sus activos con los de Henry Ford, y el 9 de noviembre 1929 se creó un gran cartel petroquímico internacional con la fusión de las británicas ICI y Shell, y las estadounidenses Standard Oil y Dupont. Se podría decir que se trataba de los antecedentes de los actuales TTIP y CETA (que son en realidad no son más que la culminación del proyecto europeísta). En el momento de iniciarse la II Guerra Mundial, IG Farben había firmado acuerdos con unas 2.000 empresas, incluyendo Ford, Alcoa, General Motors, Texaco o Procter & Gamble.[33]
El otro gran cartel que fue decisivo en el ascenso del nacionalsocialismo alemán fue el cartel internacional del acero, que abrió sus oficinas en Luxemburgo en 1926. Su componente alemana, Vereinigte Stahlwerke, reunía los cuatro mayores productores alemanes, dirigidos entre otros por Fritz Thyssen, Ernst Poensgen y Otto Wolf. Este grupo llegaría a recibir 100 millones de dólares de parte de inversores estadounidenses.[34]
Durante la firma del primer acuerdo internacional para la conformación del cartel, el 30 de septiembre de 1926, los grandes industriales del acero declararon que dicho acuerdo era el primer paso hacia la formación “de los Estados Unidos económicos de Europa”. 12 años más tarde, más del 90% del hierro y del acero comercializado en el mundo estaba bajo el control del cartel. Las industrias del acero de Austria, Polonia, Checoslovaquia, Reino Unido y Estados Unidos formaban parte del cartel. Eso sí, bajo hegemonía alemana.[35]
Para demostrar que la voluntad de utilizar a Hitler para la creación de estos “Estados Unidos de Europa” no provenía solamente del capital de origen alemán, es preciso citar también el caso del Banco de Pagos Internacionales (BPI), con sede en Basilea y conocido como el “banco de los bancos centrales”, que descansaba en el modelo anglo-holandés de banco central que escapa totalmente al control de los Estados-naciones (curiosamente lo que ocurre con el Banco Central Europeo).
El BPI fue creado en 1930 en el marco del plan Young[36] por los bancos centrales internacionales, notablemente el Banco de Inglaterra y la Reserva Federal de los Estados Unidos, a iniciativa de Hjalmar Schacht, que por entonces era el directo de la Reichsbank, el banco central alemán. Schacht ocuparía más tarde el puesto de ministro de economía del III Reich entre 1934 y 1937.[37] Este banco, que era co-dirigido por instancias estadounidenses y británicas –el estadounidense Thomas H. McKittrick fue su presidente entre 1940 y 1946– tuvo en su equipo directivo a individuos como:
§el baron Kurt von Schröder, director de la JH Stein Bank de Colonia y principal financiador de la Gestapo y de las SS-Totenkopfverbände (“unidad calavera”).
§ el director de la Reichsbank Walther Funk y el economista nazi Emil Puhl, ambos nombrados personalmente por Hitler al consejo de administración del BPI.
Pues bien, hay que saber que los fondos estadounidenses y británicos destinados a financiar el acceso al poder de Hitler y posteriormente su maquinaria de guerra transitaban por el BPI. Debido a ello, en la conferencia de Bretton Woods de 1944 se emitieron dos resoluciones, una para disolver el BPI y otra para investigar sus cuentas. La primera resolución fue retirada después de presiones, y en cuanto a la segunda, nunca ha habido investigaciones hasta el momento actual, en el que el BPI sigue activo.[38]
Con la ocupación de la casi totalidad de Europa por parte del III Reich y aliados, el proyecto de fusión económica que defendieron los grandes carteles alemanes encontró su mejor expresión política. Más allá de las ideas de supremacía racial defendida por Hitler, el sueño del canciller del III Reich era construir una “Europa de las naciones” bajo hegemonía alemana para defender la “civilización” frente a la barbarie judeo-bolchevique. Por ejemplo, el 1 de febrero de 1941, con Francia ya ocupada por las tropas alemanas, Adolfo Hitler declaraba: “1941 será el año histórico del gran reagrupamiento de Europa”.[39]
En 1943, el ministro alemán de Asuntos Extranjeros declaraba: “Europa es ahora demasiado pequeña para soberanías pendencieras e independientes. Una Europa fragmentada es demasiado pequeña para preservar su naturaleza individual y mantenerse en paz, manteniéndose al mismo tiempo como potencial mundial.”[40] Esto es exactamente lo que se nos dice hoy para justificar la construcción europea.
En 1943, el jurista nazi Roland Freisler, nombrado por Hitler para ser presidente del Tribunal Popular del Pueblo del III Reich, escribió una obra titulada El pensamiento jurídico de la joven Europa, donde decía cosas como las que siguen:
“De la historia de Alemania, Italia, España y de muchos pueblos de Europa […] podríamos invocar épocas enteras de la historia de estos pueblos bajo la marca innegable del cumplimiento de una misión paneuropea. Entre el tumultuoso ruido de las luchas de nuestra época, luchas en las que la providencia nos ha encomendado tomar parte, surge ante nuestra mirada y por nuestros esfuerzos una nueva Europa […] Esta Europa debe estar unida. Porque sólo cuando esté unida podría conservar su libertad. Y esta unidad debe ser integrada orgánicamente. Porque solamente así podrá desafiar vientos y tempestades.”[41]
Roland Freisler mostraba ser así un precursor de los Tratados de Roma, Maastricht y Lisboa.
Por supuesto, el proyecto europeísta de los nazis también fue defendido por el régimen colaboracionista francés de Vichy. De hecho, los vichystas eran ante todo europeístas, mucho más que pro-nazis. Su colaboración con los alemanes era un asunto circunstancial.[42] En los años 1941-1942, un cartel de propaganda del régimen de Vichy titulado “La Francia europea” explicaba cuáles eran los planes de Francia después de la victoria alemana en la guerra, que en aquella época se creía inminente. El cartel mostraba un mapa de Europa occidental, en el que en un rincón se notificaba “la construcción de Europa”.[43]
El 20 de agosto de 1941, en un discurso ante el Consejo de Estado, el mariscal Pétain declaraba: “Estoy convencido de que la Revolución Nacional –fascista– triunfará para mayor gloria de Francia, de Europa y del mundo.”
El 10 de noviembre de 1941, el diario francés Le Petit Parisien anunciaba en su portada las siguientes declaraciones de Hitler: “La lucha actual no interesa solamente a Alemania, sino a toda Europa.”
En una obra titulada Primeros contactos Francia-Alemania, escrita por uno de los grandes intelectuales colaboracionistas, Jules Gros (que publicaba sus obras bajo el seudónimo de Géo Vallis) y publicada a finales de 1941, se dice:
“El mariscal Pétain se reúnen en Francia. Mi corazón late al conocer esta información. Me parece que al fin el amanecer de una época realmente nueva. La paz se instala en Europa. La raza blanca está a salvo.”
Es inevitable hablar también del caso del jurista alemán Walter Hallstein (1901-1982), al que mencionaremos en más de una ocasión. Profesor de derecho en la Universidad de Rostock durante el III Reich, Hallstein fue un “demócrata de toda la vida” que después de la II Guerra Mundial resultó ser uno de los “padres fundadores” de la UE (en aquella época Comunidad Económica Europea – CEE). No se tiene constancia de que Hallstein fuera alguna vez miembro del partido nazi, pero se sabe que en 1935 declaró formar parte de la Asociación de Juristas Alemanes Nacional-Socialistas (Bund Nationalsozialistischer Deutscher Jurister – BNSDJ) y de la Asociación Nacional-Socialista de Enseñantes (Nationalsozialistischer Lehrerbund – NSLB).[44] En 1936 fue elegido decano de la Facultad de Rostock. No hace falta pues ser brillante para deducir que, ocupando tales cargos, Hallstein no era precisamente un marxista-leninista.
Walter Hallstein, hitleriano e importante funcionario de la Alemania nazi, reconvertido en demócrata y en uno de los padres de la unidad europea de postguerra. No fue un caso excepcional, ya que otros nazis destacados participaron del nuevo proyecto de unidad europea.
El 9 de mayo de 1938, Adolf Hitler se entrevistó en Roma con Benito Mussolini. Ambos dirigentes fascistas decidieron poner las bases de una “Nueva Europa” bajo su hegemonía. Después de este encuentro, Walter Hallstein representó en Roma al gobierno nazi entre el 21 y el 25 de junio de 1938 durante las negociaciones con la Italia fascista para el establecimiento del marco jurídico de la “Nueva Europa” en la que la soberanía de los pueblos fuera arrebatada por los industriales y financieros. Al igual que ocurre hoy.
Posteriormente, siendo oficial de la Wehrmacht, Walter fue capturado por los estadounidenses en la ciudad francesa de Cherbourg el 26 de junio de 1944. A partir de allí, su evolución sería realmente asombrosa y tendría mucho que ver con la actual construcción europea.
Ver el resto del artículo en el siguiente enlace: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]Un ejemplo paradigmático de esta miopía política, que vuelve incapaz de ver más allá de la UE, se pudo ver en las declaraciones de la portavoz de Izquierda Unida en el parlamento europeo Marina Albiol después el ‘Brexit’. Después de declarar que la salida del Reino Unido de la UE era “fruto de las políticas económicas austericidas[1] impuestas desde Bruselas y Berlín”, Albiol hacía un llamamiento a “construir un nuevo modelo de integración que ponga a las clases populares en el centro de las decisiones”.[2] En nuestra opinión, este tipo de postura viene a ser lo mismo que si, haciendo un símil, en el periodo 1939-1945 un líder de la resistencia señalase que la ocupación de los ejércitos nazis era una opresión insoportable, pero hubiese concluido que hacía falta por lo tanto construir otro III Reich “que ponga a las clases populares en el centro de las decisiones”.
Más asombroso aún era que Albiol añadía que “la solución no pasa por salidas aisladas en clave nacionalista, que alimentan la xenofobia”, reproduciendo así el discurso del establishment europeísta sobre el ‘Brexit’, que criminalizaba al pueblo británico por haber votado incorrectamente (como si todos los que hubiesen votado a favor del ‘Brexit’ hubiesen sido votantes del UKIP). Esta afirmación no es gratuita. Al día siguiente del ‘Brexit’, el “filósofo” multimillonario Bernard-Henri Levy –que, recordémoslo, es un agente israelí y un criminal de guerra– escribía en el diario Le Monde un artículo donde afirmaba que el ‘Brexit’ es “la victoria de la derecha dura sobre la derecha moderada –entiéndase que los Cameron, Merkel y Sarkozy son la “derecha moderada”– y de la izquierda radical sobre la izquierda liberal. Es la victoria, en los dos campos, de la xenofobia, del odio por tiempo recocinado del inmigrante y la obsesión con el ‘enemigo interior’”.[3]
Esta coincidencia en lo discursivo entre Marina Albiol y Bernard-Henri Levy se debe al fuerte calado que ha tenido la ideología europeísta en la izquierda. Esta ideología tiene carácter ecuménico porque resulta ser compartida por casi todas las fuerzas del arco parlamentario –ya sean de izquierdas o de derechas–, que asumen que la construcción europea es un proceso natural –incluyendo a los que afirman estar a favor de “otra Europa”–, cosa que les impide pensar en cualquier proyecto político más allá de las coordenadas de la UE.
En un artículo escrito en 2015, Enrique Castells Turia definía la naturaleza de la ideología europeísta con estas palabras:
“El objetivo de la izquierda europeísta es hacer calar entre los trabajadores y los pueblos el mensaje de que es posible una unidad europea que contemple los derechos sociales y laborales sin necesidad de romper el marco político y económico vigente. Se trataría de una Europa democrática donde los intereses de los trabajadores defenderían sus propuestas de igual a igual con los grandes poderes –públicos y privados–, las instituciones y el mundo de los grandes negocios y las altas finanzas en el marco de un corporativismo europeo harmonioso.”[4]
Identificamos tres tipos de europeístas:
1) los europeístas convencidos, cuya filiación política puede abarcar desde los conservadores hasta la socialdemocracia, pasando por los liberales y los ecologistas del tipo Daniel Cohn-Bendit (otanista convencido). Son los políticos profesionales y tecnócratas a sueldo del capital financiero y las transnacionales que llevan a toda marcha la construcción europea por encima de la voluntad de los pueblos.
2) los europeístas ingenuos o hipócritas. Son aquellos que por democratismo infantil o pura hipocresía reconocen que la UE no es lo que debería ser, que está “mal gobernada” o que incluso es una “buena idea mal aplicada”, pero cuya posición final es que es posible “otra Europa”. De hecho, en este grupo se podrían incluir a políticos de prácticamente todas las familias. Así, mientras la extrema derecha habla de una “Europa de las naciones”, la socialdemocracia habla de una “Europa social”, y la izquierda radical-europeísta habla de una “Europa de los trabajadores”. Hasta los conservadores no tienen reparos en emplear el discurso sobre “cambiar Europa”. En 2005, interrogado sobre el referéndum sobre la Constitución Europea, Nicolás Sarkozy –en aquel momento ministro de interior francés– declaraba al diario Libération: “¿Queréis cambiar Europa? ¡Votad sí!”.[5]
En el campo de la izquierda, un ejemplo de libro de este tipo de europeísmo lo tenemos en el dirigente de Podemos Pablo Iglesias Turrión, que después de la capitulación del gobierno de Tsipras en julio de 2015, declaraba:
“Nosotros no definimos nuestra política exterior por cuestiones electorales, sino porque pensamos que hace falta una Europa más democrática y más justa. Creemos que los ciudadanos españoles saben perfectamente que hace falta una Europa más democrática y diferente a la Europa de la austeridad que nos ha llevado al desastre”.[6]
Por si no quedaba claro, pocos días después Iglesias lo aclaraba:
“Somos europeístas pero también demócratas. Los que están destruyendo Europa son instituciones como la Troika”.[7]
Cuando es exactamente al revés: la ‘Troika’ es quien precisamente está llevando el proyecto europeo a implementación.
3) los europeístas muy a pesar de ellos. Son los más sutiles. Es hasta posible que algunos lo sean inconscientemente, aunque a efectos prácticos el resultado sea el mismo. Se trata de sectores de la izquierda que han asumido que la UE es irreformable y que no es posible llevar a cabo un programa de transformación social en el seno de la UE, pero que por algún motivo eluden sistemáticamente hablar de la conclusión lógica a esta premisa, a saber la salida de la UE.
Enrique Castells Turia también mencionaba el caso de euroescépticos o incluso anti-europeístas, cuya
“influencia dentro de las organizaciones europeístas es insignificante y acaban tolerando el europeísmo en nombre de la unidad porque no se considera un grave problema que deba provocar discrepancias internas”, haciendo que “a efectos prácticos, la izquierda europeísta presenta su propio proyecto de unidad europea sin fisuras”.[8]
En resumen, estos europeístas dicen no querer la UE, pero en la práctica la defienden.
Izquierda postmoderna y europeísmo
Como ya hemos avanzado, en nuestro país la pertenencia a la UE no se cuestiona por prácticamente ninguna de las fuerzas parlamentarias.[9] El Congreso de los Diputados se convierte en un teatro de monigotes donde izquierdas y derechas escenifican una disputa por ideas y programas políticos cuando, llegado el momento de la verdad, si la izquierda europeísta venciera en las elecciones, implementaría las mismas directrices impuestas por Bruselas –unos colaborando plácidamente, otros haciendo gala de una resistencia más o menos “heroica” para terminar haciendo lo mismo– que ya habían implementado tanto PP como PSOE. Pablo Iglesias lo dejó muy claro cuando justificó la traición de Tsipras diciendo que “lo que ha hecho el Gobierno griego es, tristemente, lo único que podía hacer”,[10] dándonos a entender que si él se encontrase en la misma tesitura, no le temblaría la mano a la hora de firmar lo mismo que Tsipras.[11]
Es por ello que resulta lamentable ver cómo partidos de izquierda y sindicatos cargan única y exclusivamente contra el gobierno de Rajoy, cuando éste no más que el gauleiter de la provincia España del IV Reich euro-atlantista, y no hace más que cumplir con las directrices que le exige Bruselas. Esto, por supuesto, no quiere decir que todos los males de España sean culpa de la UE. Por ejemplo, la UE no explica forzosamente el nivel de fraude fiscal en España, ni los niveles de corrupción, ni la especulación inmobiliaria, ni los altos niveles de precariedad en el mundo del trabajo desde hace muchos años, ni la nula elevación del poder adquisitivo (incluso en años de bonanza económica). Pero por ejemplo las grandes orientaciones en materia de déficit público, privatizaciones[12], mercado laboral , pensiones, gasto sanitario, etc., son imposiciones que provienen de Bruselas. Por lo que es notoria la hipocresía de cierta izquierda que carga únicamente contra el gobierno de Rajoy por los recortes sociales, sin plantear en ningún momento romper con la UE.
El momento culminante de la evolución de la izquierda en izquierda europeísta fue alcanzado en julio de 2015 con la aceptación por parte de Syriza del tercer rescate de la llamada ‘Troika’, convirtiendo a Grecia en una colonia de los poderes imperialistas, en la que se implementa el neoliberalismo más desenfrenado.[13] Los acontecimientos de Grecia nos demuestran que, en el marco de la UE, sean cuales sean las intenciones iniciales de los dirigentes de la izquierda europeísta, existe una tendencia hacia la dilución de las fronteras entre izquierda y derecha, que a efectos prácticos se distinguen cada vez menos, excepto por:
a) la manera de gestionar el capitalismo contra los intereses de los trabajadores, y
b) una mayor inquietud por parte de la izquierda de cuestiones relativas a “identidades” supuestamente olvidadas por el “marxismo ortodoxo” (lo que la estructuralista Marta Harnecker llama “problemas étnico-culturales”[14]).
Es en base a esta constatación que creemos que la aceptación por parte de la izquierda de la construcción europea como un proceso natural ha acompañada por una fijación con la defensa de colectividades definidas por cuestiones de orientación sexual, género, raza, edad (los “jóvenes”), etc. que en palabras de Marta Harnecker representan “los sectores sociales discriminados y excluidos económica, política, social y culturalmente”.[15] Según el reformismo europeísta y el post-marxismo, estos sectores eran menospreciados por el “reduccionismo clasista” del marxismo-leninismo.
Pero en nuestra opinión estas ideas se convirtieron en el pretexto para justificar el progresivo abandono por parte de la izquierda del análisis marxista, la política de clase y el deber de organizar la resistencia contra los ataques del capital, dándose un barniz “progresista” que ayudara a mantener una consciencia tranquila mientras la izquierda aceptaba, sumisa, su absorción dentro de la vorágine europeísta. El lector nos disculpará si nos alejamos temporalmente del tema de Europa, pero creemos que la cuestión de la degeneración de la izquierda –sobre todo a partir de 1968– tiene suficiente importancia como para ser abordada, y que además está estrechamente relacionada con la ideología europeísta.
Las desviaciones que denunciamos guardan mucha relación con las teorizaciones de los freudo-marxistas adeptos del “marxista occidental” Herbert Marcuse, teórico que tuvo mucha influencia en los movimientos de contestación del año 1968, sobre todo tras la publicación de su obra El hombre unidimensional. Los freudo-marxistas colocaban como problemática principal lo que Marcuse llamaba la “desublimación del instinto libidinal”, convirtiendo los problemas psicológicos en problemas políticos. Denunciaban la inhumanidad represiva del principio (freudiano) de realidad bajo el capitalismo, abogando por la eclosión del deseo y la transformación de la sexualidad en Eros.[16] Criticaban lo que ellos llamaban la “falsificación de los instintos” –en la que según ellos había caído la clase obrera tradicional, al abandonarse por completo a la sociedad de consumo[17]– y la represión de las “potencialidades humanas”, cosa que denunciaban tanto en las sociedades capitalistas de Occidente –por crear necesidades ilusorias– como en los países socialistas del Este por la “burocratización”.[18]
El freudo-marxismo hizo particularmente daño al denunciar la supuesta “integración” de la clase obrera industrial en la sociedad de consumo y el Estado del bienestar –conseguido gracias a una durísima lucha y mucha sangre derramada– que así habría “traicionado” a la revolución por su conformismo.[19] Menospreciando el papel central de la clase obrera en el proceso de transformación de la sociedad, realzaron la fuerza de los “colectivos no-integrados” por su poder de contestación contra el sistema capitalista: las “minorías”, los “outsiders” y la “intelligentsia radical” (así, por ejemplo, un Daniel Cohn-Bendit en el 68 o un Pablo Iglesias hoy en día) para nutrir las filas del pensamiento crítico.
El filósofo francés Michel Clouscard, calificaba esta oposición entre “marginales del sistema” y poder de “contradicción interna” en el seno de la propia burguesía: entre una burguesía tradicional, ahorradora, reaccionaria en lo social, y una nueva pequeña burguesía –a los que se añaden nuevos estratos acomodados del sector terciario– surgida al calor del Capitalismo Monopolista de Estado, que estaba accediendo a nuevos bienes de consumo surgidos en la nueva sociedad “permisiva” que sustituiría a la sociedad “autoritaria” de De Gaulle a partir de 1968.
Clouscard denunciaba de los freudo-marxistas el hecho de que hacían pasar dicha “contradicción interna” como contradicción principal –lo que los marxistas sitúan como contradicción capital-trabajo– como la nueva “revolución”, pretendiendo así sustituir el papel revolucionario de la clase obrera. En su genial obra Neo-fascismo e ideología del deseo, Clouscard denunciaba este papel contrarrevolucionario del freudo-marxismo:
“[el freudo-marxismo] busca asegurarse un control político sobre sectores del trabajo por una ideología radicalmente liberal (por lo tanto libertaria) que pretenderá superar el “dogmatismo marxista-leninista”. Este reformismo oportunista no consiste en oponerse al marxismo (como hacía la ideología de papá), sino en aparentar aprobar el corpus marxista para modificarlo tendencialmente.”[20]
Marcuse tuvo una gran influencia en la corriente de la “Nueva Izquierda” que surgió en los años 60 y 70, que a su vez tuvo cierta responsabilidad en la conversión de la izquierda marxista en lo que hoy denominamos izquierda “ista-ista” y “anti-anti”. Con Angela Davis como cabeza visible, la “Nueva Izquierda”, muy ligada a los movimientos de agitación estudiantil de 1968, criticaba el enfoque “dogmático” de la izquierda considerada “tradicional” porque sus análisis se focalizaban principalmente en el mundo del trabajo (sin embargo el único criterio serio para definir socialmente a un individuo es su posición de clase). Así, esta “Nueva Izquierda” creía necesario redefinir el concepto de contestación, que ya no sería solamente contestación a una opresión de clase, sino que se haría extensivo a los movimientos basados en el “género”, la “raza”, la “identidad sexual”, e incluso movimientos por la protección del medio ambiente.
Movimientos de protección del medio ambiente que, fuera de toda perspectiva de transformación socialista, resultaron ser en realidad uno de los mejores instrumentos de control de la contestación, pues el ecologismo ha sido en no pocos casos –sobre todo en el caso del ecologismo no-socialista– la mejor forma de abstenerse de hacer política seria.[21] Y en la actualidad es un ariete contra la República Popular China.
También tuvieron gran parte de culpa los filósofos vinculados al llamado estructuralismo,[22] como Michel Foucault, Jacques Derrida, Claude Levi-Strauss, y Roland Barthes. Foucault, por ejemplo, que es un intelectual idolatrado en cierta izquierda radical, sacó a la luz a colectivos de “marginales” (excluidos, presos, enfermos mentales, minorías sexuales, etc.) que estaban siendo injustamente olvidados por la izquierda. Pero otorgó a estos “marginales” una centralidad política que llegaba a sustituir el papel de la clase obrera como sujeto de la transformación social. Al igual que para los freudo-marxistas, para Foucault la clase obrera estaba “aburguesada” e integrada en el sistema gracias a las conquistas sociales obtenidas tras la II Guerra Mundial, lo que la convertía incluso en un freno para la revolución.[23] Esas conclusiones contribuyeron a que el mundo del trabajo perdiera la centralidad, para dejar paso a las “luchas contra la marginalización” de minorías sociales y étnicas. Incluso el lumpenproletariado (los “nuevos plebeyos”, según la terminología foucaltiana) pasaron a convertirse en sujeto genuinamente revolucionario. Y hoy tenemos incluso al “precariado”.
Las luchas a favor del reconocimiento de estas distintos colectivos, que perfectamente podría entenderse como un complemento de la lucha económica y política de los trabajadores contra el capital –por no decir que son parte integrante de un tronco común que es la lucha por el socialismo– han ido paulatinamente desalojando el contenido ideológico de los partidos de izquierda como partidos de clase, para justificar precisamente su traición a la clase obrera en el marco de su sumisión al europeísmo.
Quisiéramos aclarar que el problema no está en la lucha de minorías oprimidas. El problema es cuando estas luchas llegar a ocupar un lugar de preeminencia o incluso de igualdad, en la escala de prioridades, con respecto a la lucha de clase obrera como sujeto de la transformación social. Los marxistas nunca han negado la importancia de las discriminaciones por motivos de raza, género u orientación sexual –la URSS fue el primer país que sancionó la persecución contra la homosexualidad– dentro de las clases, pero ponen el énfasis en el sistema social –sistema capitalista– que genera las diferencias y la necesidad de unir a la clase obrera con el fin de eliminar las desigualdades, tanto en el centro de trabajo, como en el barrio o en el seno de la familia. Los marxistas se oponen a que las desigualdades de género y raza sean analizadas y resueltas fuera del análisis de clase. Se oponen a creer por ejemplo que una mujer terrateniente con sirvientes tenga algún tipo de connivencia con mujeres campesinas empleadas por sueldos de hambre.
Por lo tanto, contrariamente a lo que ocurría en el pasado, cuando los partidos de izquierdas se definían como “marxistas”, “socialistas” o “comunistas”–cuando ello significaba asumir la defensa del mundo del trabajo en la perspectiva del socialismo, sin que ello fuera incompatible, ni mucho menos, con la defensa de las libertades democráticas de ciertas minorías–, hoy es muy frecuente que las organizaciones de la izquierda –en particular las más europeístas y otánicas– se definan ideológicamente como “ista-ista”: ya no se es solamente “marxista” –no digamos ya marxista-leninista– o sencillamente “de izquierdas”, sino que además se es anticapitalista, feminista, ecologista, pro-LGTB, etc.[24] Esta izquierda “ista-ista” tiene luego su reflejo inverso en cierto neo-trotskismo que se define sistemáticamente como “anti-anti”: anti-capitalista, anti-fascista, anti-machista, etc. Excepto anti-europeísta.
No nos resistimos a citar lo que decía al respecto un excelente artículo del blog Euskal Herriko Antinperialistak:
“La izquierda radical, que no ha conseguido ni una sola victoria en Europa desde 1990 (con la excepción parcial de Novorossiya, la cual no suscita consenso entre toda la izquierda radical), no tiene ni siquiera capacidad para tener un proyecto propio; debido a ello está totalmente imbuida de una ideología “anti”. El análisis ha sido sustituido por el deseo.”[25]
Efectivamente, la izquierda radical-postmoderna, incapaz de plantear ningún proyecto alternativo a la UE al someterse a la ideología europeísta, puede hacer poco más que declararse “anti”. La izquierda post-moderna no hace más que vender imagen.
En un excelente artículo titulado La izquierda posmoderna y el éxito del neoliberalismo,[26] escrito con ocasión de la capitulación de Syriza, el canadiense Scott Jay escribía:
“Frente al neoliberalismo implacable, la Izquierda internacional ha abrazado el posmodernismo, no en teoría sino en la práctica, dando más importancia al estilo que a la sustancia y a los momentos que hacen sentir bien y a los líderes llamativos que a la realidad brutal de oponer resistencia a la explotación capitalista. […] la izquierda posmoderna evita construir un movimiento con verdadero poder entre los pobres y oprimidos, en vez de ello se centra en espectáculos de autopromoción que se viven como lucha y poder pero que están completamente vacíos”.
La retahíla de “ista-istas” y “anti-antis” resulta ser, en definitiva, la máscara tras la cual la izquierda esconde su nula operatividad a la hora de construir un contrapoder obrero.
El sociólogo estadounidense James Petras también abordó esta cuestión en un artículo en el que resumía de la siguiente manera los principales argumentos del post-marxismo:
“1.El socialismo fue un fracaso y todas las teorías generales de sociedades están condenadas a repetir ese proceso […] 2. El énfasis marxista sobre las clases sociales es reduccionista, porque las clases se están disolviendo. Los principales puntos políticos de partida son culturales y están arraigados en diversas identidades (raza, género, etnicidad, preferencia sexual) […] 7. La solidaridad de clases es parte de ideología pasada y refleja política y realidades anteriores. Las clases ya no existen. Hay comunidades fragmentadas en las que grupos específicos (identidades) participan de labores y relaciones recíprocas para la supervivencia basadas en cooperación con partidarios externos. La solidaridad es un fenómeno que trasciende las clases, un gesto humanitario.”
Recientemente, el intelectual belga Jean Bricmont decía en una entrevista al diario Público:
“Mientras que la “vieja izquierda” se basaba en la clase obrera y sus dirigentes procedían de esa clase social, la nueva izquierda está enteramente dominada por intelectuales pequeño-burgueses. Estos intelectuales no son “burguesía”, en el sentido de que no poseen los medios de producción, ni son tampoco explotados.
Su función social es la de proporcionar una ideología que pueda servir de justificación cómoda a un sistema económico y a una serie de relaciones internacionales que están basadas, en última instancia, en la fuerza bruta. La ideología de los derechos humanos es perfecta desde ese punto de vista.”[27]
Esta ideología de los “derechos humanos”, que ha legitimado las “intervenciones humanitarias” en Yugoslavia, Libia, Siria, etc. entronca perfectamente con la transmutación ideológica de la izquierda de clase en “izquierda de los colectivos minoritarios” que apenas es capaz de concebir el ser de izquierdas más que como la asunción de una ideología en busca de los “transgresivo” que considera como causa principal la lucha contra las “violaciones de los derechos” de tal o cual minoría. Esto va de la mano de la disgregación del sentido de solidaridad de clase en beneficio de distintas “identidades”, para diluirse en un magma individualista donde se afirma la diferencia del “yo” y nadan los conceptos abstractos de “igualdad”, “libertad”, “derechos humanos” y “democracia” –así, la democracia euro-atlántica se percibe como modelo universal– en tanto que abstracciones puras fuera de la división en clases sociales.
En una entrevista a Russia Today, el filósofo libertario –en el sentido de anarquista– Michel Onfray, nada sospechoso de “estalinismo”, ilustraba muy bien lo que pretendemos decir con estas palabras:
“…Hemos cambiado de pueblo, lo que yo llamaba el pueblo ‘old school’, es decir el pueblo a la antigua usanza, el “proletariado”. Yo sigo creyendo que es una bonita palabra, y que aún deberíamos poder utilizarla, aunque hayan cambiado las cosas… un proletario es también es un joven que para poder pagar sus estudios entrega pizzas en moto hasta la una de la madrugada…
Por lo tanto, el proletariado sigue existiendo. Y la izquierda consideró que había que cambiar de pueblo, que este pueblo, al haberse ido con Marine Le Pen, había que dejarlo allí. Y eligió a un pueblo fabricado por las élites intelectuales estructuralistas, derridianas, foucaltianas, etc…
Entonces tuvimos a los ‘marginales’ de Deleuze, de Foucault, de Derrida y otros, y tuvimos al inmigrante, al homosexual, al transgénero, a los sin-papeles, etc… Evidentemente que son minorías que hay que tomar en consideración. Pero estas minorías, por definición, no son mayoritarias. Hay que tomarlas en consideración, sin hacer de ellas mayorías que impongan su ley a la mayoría del pueblo, que descubre efectivamente que no nunca hay dinero, que nunca hay posibilidad de aumentar los salarios, pero que siempre hay dinero para entretener el clientelismo electoral.”[28]
Y este régimen de clientelismo de minorías, en el cual se ha apoyado la socialdemocracia para justificar su abandono del proletariado, es lo que Michel Clouscard llamaba “socialdemocracia libertaria”. La izquierda radical, que pretende estar a la izquierda de la izquierda, ha sido contaminada por esta ideología.
De hecho, si existe un intelectual de izquierdas –marxista– que mejor supo explicar –y de hecho fue el primero– el origen de esta degeneración, ése ha sido sin duda Michel Clouscard. En Neo-fascismo e ideología del deseo, Clouscard identificaba cuál era la nueva clientela virtual del mercado permisivo del neo-capitalismo instaurado a partir de 1968, es decir,
“las mujeres, los jóvenes, los intelectuales, los artistas, los marginales… y los neuróticos (como objetivos de la seducción del modelo neo-capitalista del consumo).”[29]
Y después:
“¿Es necesario apuntar que definiremos los seis objetivos citados según los criterios de la ideología neo-capitalista que, por ejemplo, hace de entidades ontológicas (la mujer, el joven) unos términos políticos? –cuando la izquierda habla de “la juventud”, “las mujeres” o “los inmigrantes” como categorías políticas en igualdad de condiciones con las clases sociales (proletariado-burguesía), su destino es irremediablemente alejarse del marxismo y por lo tanto del socialismo– ¿Es necesario subrayar lo grotesco de estas terminologías que identifican, por ejemplo, juventud y revolución (y el neo-fascismo italiano)?
Las clases sociales se han redistribuido, lo hemos visto, en la nueva sociedad, al igual que ésta redistribuye a los jóvenes, las mujeres, según las clases sociales (¿hace falta subrayar también que entre los ideólogos al servicio del neo-capitalismo y sus víctimas, sus presas, e incluso sus manipulados, no podría haber ninguna identificación?) [30]
Definiremos estos términos como expresiones de un condicionamiento socio-cultural determinantes de un modo diferente a las atribuciones (cuan ideológicas) que se le otorgan al sexo, a las edades de la vida, etc.
Las mujeres, los jóvenes, los intelectuales-artistas, los marginales… los neuróticos susceptibles de ser integrados en la nueva sociedad lo son:
- en tanto que mayor alejamiento posible del proceso posible del proceso de producción (marginalidad para la producción),
- en cuanto mayor alejamiento posible del salariado,
- en función de la jerarquía social (cuanto más se asciende en la jerarquía, más tiende a producirse esta integración),
Mujeres, jóvenes, intelectuales, marginales, neuróticos no están efectivamente en situaciones similares cuando no son productores, asalariados, y cuando entonces están bajo la tutela económica, política, cultural de la burguesía como tutela del hombre-burgués, del padre-burgués, del filisteo-burgués, del mercader-burgués, del institucional-burgués.
¡Estos términos (mujeres, jóvenes, intelectuales, marginales, neuróticos) pueden entonces considerar su emancipación transgresiva como la revolución! Y para ellos, en efecto, se trata de un cambio enorme. ¡Para esta gente, el modelo de emancipación-transgresión (de la nueva sociedad) es la inmediata, espontánea, existencial expresión!
¡La rebelión más íntima toma entonces la forma de integración a la nueva sociedad! Y veremos hasta qué punto este razonamiento será contrarrevolucionario.” [31]
En resumen, con honrosas excepciones, la conversión de la izquierda marxista o de tradición comunista en izquierda europeísta ha ido de la mano con su auto-identificación como izquierda posmoderna “ista-ista” o “anti-anti”, es decir en una izquierda principalmente de minorías y menos del pueblo trabajador (¿cuándo fue la última vez que oímos a un dirigente de la izquierda oficial hablar de “proletariado”?). Y ello en detrimento de la organización de la lucha obrera en los centros de trabajo y el trabajo militante extra-institucional en aras de la lucha por el socialismo, y la solidaridad anti-imperialista consecuente con los países agredidos por el imperialismo que no hablan español[32] –ese anti-imperialismo consecuente parece ser otro “anti” que no llame la atención de la izquierda post-moderna– para mayor satisfacción de Bruselas (y Washington, lo que viene a ser lo mismo).
Tesis sobre los orígenes de la construcción europea
Este humilde trabajo pretende contribuir a la lucha contra la ideología europeísta y debate sincero sobre la necesidad de asumir la ruptura con la UE como punto programático de primer orden. Para ello ofreceremos algunas informaciones relativamente desconocidas sobre los orígenes de la construcción europea y refutaremos algunos lugares comunes relativos a la UE.
Los sectores más euroescépticos de la izquierda en España suelen considerar que la UE es una herramienta al servicio de los monopolios europeos para garantizar un mercado cada vez mayor y más desregulado –cosa que no es falsa–, es decir un proyecto exclusivamente endógeno de las élites europeas al servicio de los capitales europeos. Por ejemplo, en las tesis de su IX congreso, el PCPE definía a la UE de la siguiente manera:
“Lo que hoy conocemos como Unión Europea es el resultado de un proceso iniciado hace ya más de cincuenta años por los dirigentes de las economías más importantes de la Europa capitalista.
Al finalizar la II Guerra Mundial, con una Europa devastada tras la guerra desencadenada por el nazifascismo, los sectores oligárquicos de Europa Occidental decidieron poner en marcha un proceso de unificación de mercados. Lo que inicialmente era la eliminación de las restricciones al comercio de carbón, acero y energía atómica entre los países miembros, fue ampliándose hasta convertirse en la apertura de mercados a todos los ámbitos de la economía tal y como la conocemos hoy, comprendiendo el libre tránsito de trabajadores, capitales, mercancías y servicios.”
No pretendemos explicar que estas afirmaciones sean erróneas: esta caracterización de la UE es parte de la explicación. Pero creemos que solamente enseña parte de la verdad, pues ignora que la UE es al mismo tiempo y sobre todo un proceso tutelado de la A a la Z por los Estados Unidos de América. Esto será comentado más adelante.
No obstante, hay parte de verdad en lo que dice el PCPE, y es que los monopolios europeos tienen mucho que ver con el proyecto de construcción europea. Lo que quisiéramos recalcar en primer lugar, es que este proyecto estuvo perfectamente en armonía con la geopolítica del III Reich.
Tesis 1: el primer intento de construcción europea fue llevado a cabo por el nazismo
Ante todo, hay que aclarar que si bien es cierto que los nazis fueron los primeros en querer llevar el proyecto europeísta hasta las últimas consecuencias, la idea de construir una “nueva Europa” ya había sido defendida desde los años 20 por los grandes trusts alemanes (los llamados konzern) para ampliar su escala de producción y crear un gran mercado europeo e incluso euro-americano. Se podrían citar varios ejemplos, pero queremos centrarnos en los dos grandes carteles alemanes que defendieron la idea de “nueva Europa” y tuvieron un papel clave en el ascenso de Hitler al poder.
El primero de ellos es el cartel de la industria química IG Farben (del cual la empresa Bayer formó parte), que en 1927 concluyó un acuerdo para un programa conjunto de investigación y desarrollo con la Standard Oil de Rockefeller. En 1928, IG Farben fusionó sus activos con los de Henry Ford, y el 9 de noviembre 1929 se creó un gran cartel petroquímico internacional con la fusión de las británicas ICI y Shell, y las estadounidenses Standard Oil y Dupont. Se podría decir que se trataba de los antecedentes de los actuales TTIP y CETA (que son en realidad no son más que la culminación del proyecto europeísta). En el momento de iniciarse la II Guerra Mundial, IG Farben había firmado acuerdos con unas 2.000 empresas, incluyendo Ford, Alcoa, General Motors, Texaco o Procter & Gamble.[33]
El otro gran cartel que fue decisivo en el ascenso del nacionalsocialismo alemán fue el cartel internacional del acero, que abrió sus oficinas en Luxemburgo en 1926. Su componente alemana, Vereinigte Stahlwerke, reunía los cuatro mayores productores alemanes, dirigidos entre otros por Fritz Thyssen, Ernst Poensgen y Otto Wolf. Este grupo llegaría a recibir 100 millones de dólares de parte de inversores estadounidenses.[34]
Durante la firma del primer acuerdo internacional para la conformación del cartel, el 30 de septiembre de 1926, los grandes industriales del acero declararon que dicho acuerdo era el primer paso hacia la formación “de los Estados Unidos económicos de Europa”. 12 años más tarde, más del 90% del hierro y del acero comercializado en el mundo estaba bajo el control del cartel. Las industrias del acero de Austria, Polonia, Checoslovaquia, Reino Unido y Estados Unidos formaban parte del cartel. Eso sí, bajo hegemonía alemana.[35]
Para demostrar que la voluntad de utilizar a Hitler para la creación de estos “Estados Unidos de Europa” no provenía solamente del capital de origen alemán, es preciso citar también el caso del Banco de Pagos Internacionales (BPI), con sede en Basilea y conocido como el “banco de los bancos centrales”, que descansaba en el modelo anglo-holandés de banco central que escapa totalmente al control de los Estados-naciones (curiosamente lo que ocurre con el Banco Central Europeo).
El BPI fue creado en 1930 en el marco del plan Young[36] por los bancos centrales internacionales, notablemente el Banco de Inglaterra y la Reserva Federal de los Estados Unidos, a iniciativa de Hjalmar Schacht, que por entonces era el directo de la Reichsbank, el banco central alemán. Schacht ocuparía más tarde el puesto de ministro de economía del III Reich entre 1934 y 1937.[37] Este banco, que era co-dirigido por instancias estadounidenses y británicas –el estadounidense Thomas H. McKittrick fue su presidente entre 1940 y 1946– tuvo en su equipo directivo a individuos como:
§el baron Kurt von Schröder, director de la JH Stein Bank de Colonia y principal financiador de la Gestapo y de las SS-Totenkopfverbände (“unidad calavera”).
§ el director de la Reichsbank Walther Funk y el economista nazi Emil Puhl, ambos nombrados personalmente por Hitler al consejo de administración del BPI.
Pues bien, hay que saber que los fondos estadounidenses y británicos destinados a financiar el acceso al poder de Hitler y posteriormente su maquinaria de guerra transitaban por el BPI. Debido a ello, en la conferencia de Bretton Woods de 1944 se emitieron dos resoluciones, una para disolver el BPI y otra para investigar sus cuentas. La primera resolución fue retirada después de presiones, y en cuanto a la segunda, nunca ha habido investigaciones hasta el momento actual, en el que el BPI sigue activo.[38]
Con la ocupación de la casi totalidad de Europa por parte del III Reich y aliados, el proyecto de fusión económica que defendieron los grandes carteles alemanes encontró su mejor expresión política. Más allá de las ideas de supremacía racial defendida por Hitler, el sueño del canciller del III Reich era construir una “Europa de las naciones” bajo hegemonía alemana para defender la “civilización” frente a la barbarie judeo-bolchevique. Por ejemplo, el 1 de febrero de 1941, con Francia ya ocupada por las tropas alemanas, Adolfo Hitler declaraba: “1941 será el año histórico del gran reagrupamiento de Europa”.[39]
En 1943, el ministro alemán de Asuntos Extranjeros declaraba: “Europa es ahora demasiado pequeña para soberanías pendencieras e independientes. Una Europa fragmentada es demasiado pequeña para preservar su naturaleza individual y mantenerse en paz, manteniéndose al mismo tiempo como potencial mundial.”[40] Esto es exactamente lo que se nos dice hoy para justificar la construcción europea.
En 1943, el jurista nazi Roland Freisler, nombrado por Hitler para ser presidente del Tribunal Popular del Pueblo del III Reich, escribió una obra titulada El pensamiento jurídico de la joven Europa, donde decía cosas como las que siguen:
“De la historia de Alemania, Italia, España y de muchos pueblos de Europa […] podríamos invocar épocas enteras de la historia de estos pueblos bajo la marca innegable del cumplimiento de una misión paneuropea. Entre el tumultuoso ruido de las luchas de nuestra época, luchas en las que la providencia nos ha encomendado tomar parte, surge ante nuestra mirada y por nuestros esfuerzos una nueva Europa […] Esta Europa debe estar unida. Porque sólo cuando esté unida podría conservar su libertad. Y esta unidad debe ser integrada orgánicamente. Porque solamente así podrá desafiar vientos y tempestades.”[41]
Roland Freisler mostraba ser así un precursor de los Tratados de Roma, Maastricht y Lisboa.
Por supuesto, el proyecto europeísta de los nazis también fue defendido por el régimen colaboracionista francés de Vichy. De hecho, los vichystas eran ante todo europeístas, mucho más que pro-nazis. Su colaboración con los alemanes era un asunto circunstancial.[42] En los años 1941-1942, un cartel de propaganda del régimen de Vichy titulado “La Francia europea” explicaba cuáles eran los planes de Francia después de la victoria alemana en la guerra, que en aquella época se creía inminente. El cartel mostraba un mapa de Europa occidental, en el que en un rincón se notificaba “la construcción de Europa”.[43]
El 20 de agosto de 1941, en un discurso ante el Consejo de Estado, el mariscal Pétain declaraba: “Estoy convencido de que la Revolución Nacional –fascista– triunfará para mayor gloria de Francia, de Europa y del mundo.”
El 10 de noviembre de 1941, el diario francés Le Petit Parisien anunciaba en su portada las siguientes declaraciones de Hitler: “La lucha actual no interesa solamente a Alemania, sino a toda Europa.”
En una obra titulada Primeros contactos Francia-Alemania, escrita por uno de los grandes intelectuales colaboracionistas, Jules Gros (que publicaba sus obras bajo el seudónimo de Géo Vallis) y publicada a finales de 1941, se dice:
“El mariscal Pétain se reúnen en Francia. Mi corazón late al conocer esta información. Me parece que al fin el amanecer de una época realmente nueva. La paz se instala en Europa. La raza blanca está a salvo.”
Es inevitable hablar también del caso del jurista alemán Walter Hallstein (1901-1982), al que mencionaremos en más de una ocasión. Profesor de derecho en la Universidad de Rostock durante el III Reich, Hallstein fue un “demócrata de toda la vida” que después de la II Guerra Mundial resultó ser uno de los “padres fundadores” de la UE (en aquella época Comunidad Económica Europea – CEE). No se tiene constancia de que Hallstein fuera alguna vez miembro del partido nazi, pero se sabe que en 1935 declaró formar parte de la Asociación de Juristas Alemanes Nacional-Socialistas (Bund Nationalsozialistischer Deutscher Jurister – BNSDJ) y de la Asociación Nacional-Socialista de Enseñantes (Nationalsozialistischer Lehrerbund – NSLB).[44] En 1936 fue elegido decano de la Facultad de Rostock. No hace falta pues ser brillante para deducir que, ocupando tales cargos, Hallstein no era precisamente un marxista-leninista.
Walter Hallstein, hitleriano e importante funcionario de la Alemania nazi, reconvertido en demócrata y en uno de los padres de la unidad europea de postguerra. No fue un caso excepcional, ya que otros nazis destacados participaron del nuevo proyecto de unidad europea.
El 9 de mayo de 1938, Adolf Hitler se entrevistó en Roma con Benito Mussolini. Ambos dirigentes fascistas decidieron poner las bases de una “Nueva Europa” bajo su hegemonía. Después de este encuentro, Walter Hallstein representó en Roma al gobierno nazi entre el 21 y el 25 de junio de 1938 durante las negociaciones con la Italia fascista para el establecimiento del marco jurídico de la “Nueva Europa” en la que la soberanía de los pueblos fuera arrebatada por los industriales y financieros. Al igual que ocurre hoy.
Posteriormente, siendo oficial de la Wehrmacht, Walter fue capturado por los estadounidenses en la ciudad francesa de Cherbourg el 26 de junio de 1944. A partir de allí, su evolución sería realmente asombrosa y tendría mucho que ver con la actual construcción europea.
[1] Debería ser hora ya de dejar de emplear este tan manido término (“austericidio”), pues si asumimos que el homicidio es el asesinato de otra persona, el parricidio el asesinato del padre, etc. entonces deberíamos deducir que el “austericidio” es la muerte de la austeridad. Es decir, ¡exactamente lo contrario de lo que se pretende decir con este novedoso término!
[2] IU cree que el Brexit es consecuencia de una UE que no da respuesta a las necesidades de las clases populares y llama a reconstruir Europa, 24 de junio de 2016 [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] <http://www.izquierda-unida.es/node/16139>
[3] Bernard-Henri Lévy, Etrange défaite à Londres, Le Monde, 25 de junio de 2016.
[4] Enrique Castells Turia, Izquierda Europeísta, políticas de traición nacional y de guerra contra los trabajadores. Tsipras y el pinochetismo de izquierdas, 18 de julio de 2015.
[5] Parce qu'il n'aime pas cette Europe, Sarkozy votera oui, Libération, 22 de abril de 2005.
[6] Pablo Iglesias defiende a Tsipras: ‘Ha cedido muy poco y ha llegado a un buen acuerdo’, El Diario, 23 de junio de 2015
[7] Pablo Iglesias cierra la campaña griega: ‘Tsipras es un león. Podemos está con él’, El Mundo, 18 de septiembre de 2015.
[8] Enrique Castells Turia, op. cit.
[9] El PCE, que es integrante de Izquierda Unida, y a su vez parte de la coalición electoral Unidos Podemos, apuesta desde su XX Congreso por romper con la UE, pero esta posición resulta ser una voz muy pequeña ahogada en el magma de la coalición con Podemos.
[10] Pablo Iglesias, resignado: “Lo que ha ocurrido en Grecia es la verdad del poder”, Europa Press, 16 de julio de 2015.
[11] También nos invita a pensar lo mismo el silencio cómplice de aquellos sectores de la izquierda que en su día ensalzaron a Tsipras, llegaron a afirmar que su victoria en las elecciones de 2015 supondría “el fin de la austeridad”, pero que ahora eluden condenar su gestión ultra-neoliberal en Grecia.
[12] En el momento de escribir estas líneas, el Parlamento Europeo imponía privatizar todo el sistema de ferrocarriles de la UE. El Parlamento Europeo aprueba privatizar el sector ferroviario, La República, 14 de diciembre de 2016.
[13] En el momento de escribir estas líneas, el gobierno de Tsipras aprobaba la privatización de la compañía de aguas de Atenas y Tesalónica y de la industria de vehículos del metro de Atenas.
[14] Marta Harnecker, La izquierda en el umbral del siglo XXI, Ed. Siglo XXI, 1999.
[15] Ibíd.
[16] Así se podría explicar que en la recta final de su campaña para las elecciones de diciembre de 2015, Izquierda Unida se dedicara a repartir preservativos donde se podía leer el lema “dale duro a la derecha”. [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] Como podemos ver, hoy los partidos de la izquierda no se presentan como portadores de ideologías y de intereses de clase, sino como instituciones que desean suministrar determinados servicios a la “ciudadanía” compitiendo en el mercado de los partidos políticos por arrancar votos a la competencia, apelando como vemos a los instintos libidinales. Esta ideología está unida al europeísmo como uña y carne: en 2009, un spot electoral de las juventudes del PS francés con el eslogan “¡Haz vibrar a Europa!” mostraba a un joven copular con su pareja después de sacar un preservativo de un envoltorio donde ponía “PSE” (Partido Socialista Europeo). En 2013, después de una decisión del gobierno de Hollande de bajar el IVA sobre los preservativos, un cartel de esas mismas juventudes decía: “La izquierda te protege”. Cuando la izquierda radical reproduce los mismos métodos de imbecilización de la socialdemocracia, tiene motivos más que suficientes para reflexionar.
[17] El filósofo francés Michel Clouscard desenmascaró esta patraña, al explicar que lo que los freudo-marxistas realmente reprochaban a la clase obrera era la adquisición de bienes de equipamiento –bienes funcionales, como coches, lavavajillas, frigoríficos, etc., que son productos necesarios para la vida– que ellos confundían con los bienes de consumo. Añadiendo que, además: a) la clase obrera no tendría nada que reprocharse por acceder a esos bienes de consumo, puesto que ella es quien los ha producido y b) de todas maneras las pretensiones de los freudo-marxistas es falsa, pues la única “sociedad de consumo” que puede existir es el comunismo.
[18] “Burocratización” que en última instancia será, sin falta, culpa del “estalinismo”.
[19] Nótese que el filósofo francés André Gorz, también popular en 1968, llegaba a afirmar que la clase obrera era una “minoría privilegiada”.
[20] Michel Clouscard, Néo-fascisme et idéologie du désir, 1973, Ed. Delga.
[21] Se puede explicar en parte el surgimiento de movimientos ecologistas al margen de todo proyecto de transformación socialista –por regla general movimientos anticomunistas y otánicos, como se puede constatar en un Daniel Cohn-Bendit– y la fijación de la izquierda post-marxista en querer etiquetarse sistemáticamente como “ecologista” –dentro de su larga serie de “ista-ista”– en el hecho de que Marcuse teorizaba que una sociedad no-represiva para con el deseo implicaba un cambio en las técnicas –fuerzas productivas– en oposición al clásico planteamiento del “mecánico” Marx, que creía que bastaba con un cambio en las relaciones de producción. Como resultado, tenemos un ecologismo que se basa en simples cuestiones técnicas de gestión del capitalismo.
[22] Con la retrospectiva, podemos afirmar sin dudarlo un instante que el estructuralismo, surgido en Francia en los años 60, no era una corriente de pensamiento más, sino un instrumento para des-marxistizar (extirpándole al marxismo su médula hegeliana) a los círculos académicos y la intelectualidad francesa dentro de la contra-ofensiva neo-liberal del capitalismo para recuperar el terreno perdido a partir de 1945. Así se explica que “intelectuales” otánico-sionistas como Alexandre Adler y Bernard-Henri Levy hayan sido discípulos de Althusser sin renegar nunca de él. Para profundizar en esta cuestión, ver el artículo de Juan Manuel Olarrieta Althusser o la miseria del estructuralismo burgués.
[23] Etudes Marxistes nº109, Daniel Zamora sur Foucault, 2015.
[24] Que no nos hagan decir lo que no hemos dicho. Lo que pretendemos no es menospreciar la cuestión de la mujer en el movimiento obrero o las discriminaciones contra ciertas minorías sociales. Lo que proponemos es una denuncia de una cierta reutilización que hace el capitalismo de estas cuestiones para integrar a la izquierda en el sistema europeísta. Retomando las palabras del filósofo francés Dominique Pagani, el combate de la mujer obrera por obtener igual salario y derechos es, objetivamente, progresista. Pero decir “los y las” o decir “Madame la ministre” le hace cosquillas al capital. La izquierda europeísta es más pose y reclamo que lucha real, lo cual se inscribe en la tradición de la posmodernidad que señala que con el lenguaje se puede crear la verdad.
[25] Oxandabaratz, “Ecumenismo”, ¿Nueva arma ideológica del imperialismo? (sobre algunas taras del 1968) [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
[26] Scott Jay, The “Postmodern Left” and the Success of Neoliberalism, Global Research, 5 de enero de 2016.
[27] “La izquierda se ha autodestruido aceptando las intervenciones humanitarias”, Público, 24 de noviembre de 2016.
[28] Michel Onfray: “Nous sommes déjà en guerre civile”, 2 de junio de 2016 [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
[29] Michel Clouscard, op. cit.
[30] Efectivamente, como hemos dicho anteriormente, no podría haber connivencia de intereses entre la mujer burguesa, rentista o aristócrata del sector terciario que puede pagarse una baby-sitter y la cajera del supermercado que debe dejar el niño al cuidado del abuelo mientras se va a trabajar. O entre el homosexual directivo de empresa y el homosexual con contrato por obra y servicio. Por mucho que la izquierda “ista-ista” lo asuma de palabra (“somos feministas, sí, pero de clase”), no lo suele llevar a la práctica.
[31] Michel Clouscard, op. cit
[32] El hecho, realmente aberrante, de que la izquierda europeísta no muestra con países como Siria –pues limitarse a “condenar” la guerra imperialista en Siria sin defender su gobierno legítimo es una falta grave–, Libia, RPDC e inclusive Rusia o China ni una centésima parte de la solidaridad que muestran con Cuba, Venezuela o Bolivia sólo se puede interpretar como una reminiscencia del colonialismo español.
[33] François Asselineau, Les origines cachées de la construction européenne, conferencia ofrecida el 24 de abril de 2014. [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
[34] Ibíd.
[35] Ibíd.
[36] Programa establecido entre 1929 y 1930 para resolver el problema de las reparaciones de guerra impuestas a Alemania al finalizar la Primera Guerra Mundial, que llevaba el nombre del banquero estadounidense Owen D. Young.
[37] Curiosamente, Schacht fue absuelto en 1946 por el Tribunal de Nuremberg pese a ser acusado de crímenes contra la paz por su contribución a la militarización de la economía alemana. Fue condenado no obstante a 8 años de trabajos forzados por un tribunal alemán de desnazificación, pero de nuevo liberado en 1948. En 1953 volvió a los negocios financieros fundando la Deutsche Außenhandelsbank Schacht & Co., que dirigió hasta 1963.
[38] François Asselineau, op. cit.
[39] Portada del diario Paris Soir, 1º de febrero de 1941.
[40] Cecile Von Renthe-Fink, Nota sobre el establecimiento de una confederación europea, agosto de 1943, citado por John Laughland, La libertad de las naciones, 2001.
[41] Citado en François Asselineau, op. cit.
[42] Prueba de ello es que el régimen de Vichy nunca dejó de tener embajada de los Estados Unidos. Se sabe que el mariscal Pétain se reunía muy frecuentemente con el embajador estadounidense, a quien no dudaba en subrayar que Estados Unidos podría contar con el régimen de Vichy si el viento viniera a soplar de otra parte.
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[44] Thomas Freiberger, Der friedliche Revolutionär: Walter Hallsteins Epochenbewusstsein, en Entscheidung für Europa: Erfahrung, Zeitgeist und politische Herausforderungen am Beginn der europäischen Integration, de Gruyter, 2010