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    Biografia de Carlos Marx

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    Biografia de Carlos Marx Empty Biografia de Carlos Marx

    Mensaje por RDC Sáb Dic 26, 2009 7:05 pm

    Carlos Marx
    (1818-1883)


    — Introducción
    — Los años jóvenes
    — Demócrito y Epicuro en el país de los idealistas
    — Una prensa de agitación política
    — La penetración de la alienación en la filosofía materialista
    — La crítica del idealismo histórico
    — Vivir trabajando o morir combatiendo
    — Contra el socialismo utópico
    — La organización del partido obrero
    — En las luchas revolucionarias
    — Las enseñanzas de la revolución
    — Los años de la reacción
    — El auge de los movimientos democrático-burgueses
    — Su obra cumbre
    — La I Internacional
    — La última década de la vida de Marx
    — La doctrina de Marx es todopoderosa porque es exacta

    Introducción

    Carlos Marx, genial pensador y dirigente del proletariado, ocupa un lugar destacado entre las grandes figuras cuyas obras y cuyos nombres perviven a través de los siglos. El 17 de julio de 2005 el programa de la BBC In our time organizó una votación entre los espectadores para elegir al mayor filósofo de la historia, y éste fue el resultado:

    1. Carlos Marx 27,93%
    2. David Hume 12,67%
    3. Wittgenstein 6,80%
    4. Nietzsche 6,49%
    5. Platón 5,65%
    6. Immanuel Kant 5,61%

    A estos pensadores les siguen Tomás de Aquino, Sócrates, Aristóteles, Karl Popper y otros. Por tanto, a pesar de todos los esfuerzos propagandísticos de la burguesía acerca de la muerte del pensamiento marxista, sigue más vivo que nunca. Sus ideas transcienden la letra escrita y han ejercido una poderosa influencia histórica, especialmente a lo largo de todo el siglo XX. Ningún otro autor tiene tan ingente número de seguidores como él repartidos por todo el mundo y, desde luego, absolutamente nadie entre los explotados y oprimidos. Marx era un pensador como ha habido muy pocos en la historia. Como escribió Engels, Marx era un genio; los demás, a lo sumo, somos hombres de talento. Sin él, la teoría no sería hoy, ni con mucho, lo que es. Por eso ostenta legítimamente su nombre.

    El mayor mérito histórico de Marx consiste en haber forjado la ciencia que trata de las leyes más generales que rigen el desarrollo de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento humano, esto es, el materialismo dialéctico y el materialismo histórico. Con ello mostró el camino no sólo para la comprensión del mundo, sino también para su transformación por la vía revolucionaria.

    Marx demostró de manera científica que la muerte del capitalismo y el triunfo de la sociedad comunista son inevitables. Gracias a él, el socialismo dejó de ser un sueño estéril en un futuro mejor de la humanidad y se convirtió en una ciencia.

    Junto con su amigo Federico Engels, Marx fundamentó científicamente la misión histórica del proletariado como la clase más avanzada, revolucionaria hasta el fin, que, al liberarse a sí misma, libera de todo yugo y de toda explotación al conjunto de la humanidad.

    Marx señaló que el camino que conduce a la sociedad socialista es el de la revolución proletaria y la dictadura del proletariado. La principal diferencia del marxismo con las ideologías burguesas más progresistas y avanzadas es la teoría de la dictadura del proletariado.

    La doctrina de Marx es la ideología de la clase obrera, la expresión teórica de sus intereses vitales, la ciencia de la transformación del mundo por vía revolucionaria. Los fundadores del marxismo enseñaban que el proletariado no podría cumplir su misión histórica de sepulturero del capitalismo y creador de la nueva sociedad si no organizaba su propio partido proletario.

    Si echamos una mirada retrospectiva al espacio creciente de tiempo que nos separa del período en el que Marx vivía, queda claro el hecho irrebatible de que, en el curso de la lucha de clases revolucionaria, la influencia de la teoría creada por él sobre las masas trabajadoras aumenta cada vez más. La clase obrera -la más avanzada, la que orienta a todos las masas oprimidas- va influyendo cada vez más en la marcha de la historia universal, transformando el mundo de una manera activa y conscientemente, apoyándose en las leyes objetivas del progreso social, descubiertas por Marx y Engels y desarrolladas posteriormente por Lenin. La doctrina de Marx, desarrollada por Lenin y empleada de manera creadora y constantemente enriquecida por los partidos comunistas de todo el mundo, demuestra cada vez con mayor claridad su enorme fuerza vital.

    Los años jóvenes

    Marx nació el 5 de mayo de 1818 en Treveris, una antigua ciudad medieval enclavada en la Prusia renana. En el siglo X fue, con Roma, uno de los centros de la cristiandad. Poseía establecimientos de curtido y fábricas textiles, pero la industria manufacturera no estaba muy desarrollada en comparación con las zonas septentrionales de Renania. Treveris conservaba hasta cierto punto las costumbres de una ciudad medieval, encuadrada en una región vinícola donde los campesinos eran en su mayoría pequeños propietarios, vinateros, amantes de la alegría y el buen vino. Marx siempre se interesó entonces por la situación de aquellos campesinos. Realizaba excursiones a los pueblos de los alrededores y se documentaba a fondo sobre su vida. Los artículos que publicó años más tarde en la prensa demuestran que conocía perfectamente los detalles de la vida rural, el régimen de la propiedad del campo, y los procedimientos de cultivo de los campesinos de la comarca.

    Su padre, Enrique Marx, era un abogado de origen judío, culto y libre de prejuicios religiosos que admiraba la filosofía del siglo XVIII y enseñó a su hijo a leer las obras de librepensadores como Locke, Diderot, Voltaire pero sobre todo Kant.

    Mientras algunos biógrafos han negado casi totalmente la influencia de su origen judío sobre Marx, otros se han dedicado a subrayar su enorme trascendencia. Es indudable que en la historia del socialismo alemán cuatro judíos, Börne, Heine, Marx y Lassalle tuvieron un papel muy importante. Pero ahí el origen judío no tuvo influencia en evolución política. No fueron motivos religiosos sino políticos, como el propio Marx explicó en sus artículos sobre la Cuestión judía. Estas ligados a la situación semifeudal de Alemania donde, como otros, los judios carecían de derechos civiles y políticos, agravados en su caso porque les alcanzaba aunque se tratara de burgueses. Lo verdaderamente importante y lo que se ha tratado de silenciar con el recuerdo de la raíces judías de Marx, es la situación semifeudal de Alemania y la privacion de derechos políticos de las amplias masas. El padre de Marx, que desde hacía mucho tiempo no practicaba, seguía siendo judío, se convirtió en 1824 al cristianismo para escapar a la descriminación que sufrían los judíos tras la reincorporación de Renania a Prusia. Por su parte, Marx escribió el 13 de marzo de 1843 en una carta a Arnold Ruge: La religión israelita me inspira repulsión.

    Aunque no estuviera ligado espiritualmente en absoluto con el medio, Marx se interesó por la cuestión judía durante su juventud. Mantenía relaciones con la comunidad judía de Treveris. Los judíos enviaban frecuentemente peticiones para solicitar la desaparición de diversas medidas humillantes. A petición de sus parientes próximos y de la comunidad de Tréveris, Marx, que entonces tenía veinticuatro años, escribió una de estas peticiones. Marx no despreciaba en absoluto a sus antiguos correligionarios; se interesaba por la cuestión judía y participaba en la lucha por la emancipación de los judíos. Ello no le impedía distinguir perfectamente entre los judíos pobres y los representantes de las altas finanzas, aunque, a decir verdad, había pocos judíos ricos en la región donde vivía Marx. La aristocracia judía estaba concentrada entonces en Hamburgo y Frankfurt.

    Buena prueba de la ausencia de aquella influencia religiosa es el segundo de los tres ejercicios escolares que tuvo que presentar para aprobar su bachillerato. Se titulaba Una demostración, según el evangelio de San Juan, naturaleza, necesidad y efectos de la unión de los creyentes de Cristo. Expresa todavía la persistencia confesional del cristianismo que imperaba en el ambiente escolar que, en todo caso, no era el judaísmo sino el protestantismo, también minoritario en Treveris, donde la mayoría era católica.

    Lo mismo cabe decir del supuesto carácter prusiano de Marx, que significa ignorar por completo que aquella Renania era cualquier cosa menos prusiana. No sólo por su temporal adscripción francesa sino porque la reincorporación a Prusia significaba la pertenencia formal a un régimen administrativo que en absoluto suponía que los renanos fuesen, desde el punto de vista social, prusianos. Algunos autores pretenden enlazar esa genética prusiana con Hegel para destacar la sobrevaloración de Marx hacia el Estado y la burocracia. Pero nadie como Marx puso a la sociedad por delante del Estado, dando la vuelta al pensamiento hegeliano y enfrentándose luego a Lassalle a causa de la veneración de éste por el Estado. En cuanto a Prusia, tanto los escritos de Marx como los de Engels testimonian que no hubo mayores adversarios de la unificacón de Alemania por la vía prusiana que ellos. Por tanto, esas ideas son ajenas por completo a Marx a lo largo de toda su trayectoria, en las que demostró que su programa tenía por objeto la desaparición del Estado.

    En cualquier caso, el origen -y más si ese origen es lejano- no determina el rumbo de ninguna persona. Influye, pero seguramente influyen mucho más otras cicunstancias, algunas de las cuales la propia biografía personal se encarga de superar y olvidar. Otras permanecen. Entre éstas fue importante para Marx la propia ubicación geográfica de su Renania natal. A orillas del río que le da el nombre y próxima a la frontera francesa, en Renania la influencia de la revolución de 1789 fue muy importante. Estuvo en manos de los franceses y no fue entregada a Prusia hasta después de 1815. Los franceses abolieron en Renania las cargas feudales y la región se convirtió en una de las más industrializadas de Prusia. Las riquezas naturales de la región (carbón y hierro) contribuyeron al surgimiento de una gran industria capitalista metalúrgica y textil que, a su vez, ocasionó la ruina de los campesinos y los artesanos y la formación de una nueva clase: el proletariado.

    El desarrollo del capitalismo también hizo cada vez más insoportables los vestigios de las relaciones feudales de servidumbre que perduraban aún en muchos países de Europa. Acostumbrados a una relativa libertad bajo el régimen francés, los renanos reaccionaron contra el régimen prusiano al cual se vieron sometidos. En 1832 se organizó una gran fiesta en Hambach en la cual Börne defendió la necesidad de una Alemania libre y unificada. Entre ellos se encontraba un obrero de 23 años, Johann Becker, un revolucionario que realizaba agitación y propaganda y posteriormente se convirtió en escritor.

    Pero Becker era sobre todo un hombre de acción que organizó fugas de los revolucionarios encarcelados. Estando en prisión, su círculo organizó en 1833 un ataque armado contra la guarnición de Frankfurt, sede entonces de la Dieta de la Confederación Germánica. Los estudiantes y obreros afiliados a este círculo estaban convencidos de que una insurrección en esta ciudad produciría una fortísima impresión en Alemania, pero fracasaron. Carlos Schapper participó activamente en aquella insurrección y, después del fracaso, consiguió huir a París donde, junto con Schuster y otros, fundaron una sociedad secreta: la Liga de los Proscritos.

    Entonces Marx, que conocería luego a muchos aquellos revolucionarios, estudiaba en el instituto de Treveris, donde permaneció de 1830 a 1835, reconociendo sus maestros que era uno de los alumnos más brillantes. Encargado por su profesor de escribir una composición sobre la elección de una profesión por los jóvenes, Marx argumentó que no se puede elegir libremente una profesión, que el hombre nace en unas condiciones que condicionan la elección así como su concepción del mundo. Se podría adivinar ya el embrión de la concepción materialista de la historia. Pero es necesario ver en ello únicamente la prueba de que, ya durante su juventud, Marx, influenciado por su padre, había penetrado en las ideas fundamentales del materialismo francés.

    Después de terminar los estudios en el instituto, en 1836 se matriculó en la Facultad de Derecho de la Universidad de Bonn, donde estuvo un año, pasando luego a la de Berlín. En aquella época habían cesado los disturbios revolucionarios y reinaba establecía una cierta calma en la vida universitaria, presidida por la represión y los confidentes de la policía; la práctica había dejado paso a la teoría. Aunque se había matriculado en derecho su interés estaba en la filosofía y la historia.

    De esta época poseemos un documento interesante sobre él: una carta en la que se dirige a su padre como a un amigo íntimo, al cual explica claramente sus ideas. Enrique Marx apreciaba y comprendía muy bien a su hijo, y basta leer su respuesta para poder juzgar su profunda cultura. En el espíritu de este tiempo, Marx busca unas concepciones, unas doctrinas, que le permitan motivar teóricamente el odio que ya siente por el régimen político y social dominante. Posteriormente estudiará esta cuestión con mayor detalle.

    Las ideas científicas y políticas de Marx cristalizaron en una época en que en Alemania y otros países de Europa maduraban importantes acontecimientos históricos. El fortalecimiento del capitalismo en los países de Europa occidental llevaba a la agudización de la lucha de clases, al impulso de los movimientos democrático-burgueses y de liberación nacional. Si bien espontánea e inconscientemente, el proletariado se rebelaba ya contra la opresión capitalista, haciendo su entrada en la escena histórica. En la Alemania atrasada y semifeudal, fraccionada económica y políticamente, donde las masas trabajadoras sufrían un doble yugo -el de los vestigios del feudalismo y el del capitalismo naciente- maduraba la revolución democrático-burguesa. El fin de los años 30 y comienzo de los 40 se caracterizaban en Alemania por el aumento del descontento de las masas populares, la animación de la vida social y el surgimiento de diversos grupos y tendencias oposicionistas en la burguesía y la intelectualidad.

    Demócrito y Epicuro en el país de los idealistas

    En la Universidad de Berlín, Marx leyó de todo pero estuvo muy influido por el pensamiento de Hegel que, convenientemente manipulado, era la doctrina oficial del Estado prusiano. Hegel había muerto en 1831 y no era en absoluto responsable del modo en que quienes decían ser sus herederos, retorcían sus postulados, especialmente aquel de que todo lo real es racional. Más que cualquier otra cosa, Hegel es el filósofo del cambio, de la evolución, de que todo lo real tiene que convertirse en racional, lo cual es precisamente lo contrario de lo anterior. Bajo Hegel se cobijó tanto la reacción como la revolución; en una expresión no del todo correcta pero gráfica se ha dicho que los unos se aferraron al sistema, los otros al método. Lo realmente importante es que aquellas disputas no eran más que el envoltorio de una lucha política entre el viejo feudalismo alemán y la nueva burguesía revolucionaria. Pero aquello duró muy poco. Hegel no podía ser nunca un pilar sólido del orden establecido. La presencia de Hegel en la burocracia prusiana y alemana ha sido muy exagerada por la posteridad. La misma existencia de unos revolucionarios que se refugiaban en el hegelianismo, desencadenó una reacción contra todo lo que tuviera algo que ver con el pensamiento de Hegel y el gobierno tuvo que liquidar hasta su misma memoria.

    Aunque Hegel glorificaba a la burocracia prusiana, esto sólo podía ir en detrimento de la religión, que era el núcleo de la tradición feudal y fue en el terreno religioso donde sobrevino el primer choque entre ambas corrientes que se reclamaban hegelianas. Hegel había sostenido que las historias sagradas de la Biblia debían ser consideradas como profanas porque a la fe no le compete el conocimiento de la historia. En 1835 David Strauss se aferró a esa idea para someter la historia evangélica a la crítica histórica escribiendo una Vida de Jesús que provocó una enorme sensación. La Biblia no era la palabra de dios sino un libro de historia. Así Strauss entroncaba con el luteranismo y el racionalismo burgués. Su planteamiento hubiera sido inconcebible en un país dominado por el catolicismo y el dogma pero resultaba lógico en aquellos países donde la vinculación del hombre con dios se establecía a través de una lectura propia de la Biblia.

    Hasta Strauss, la filosofía hegeliana y la religión habían vivido en buena armonía. Marx escribió, pocos años después: La crítica de la religión es la condición necesaria de toda crítica. El fundamento de la crítica irreligiosa es el siguiente: el hombre hace la religión, la religión no hace al hombre. Pero el hombre no es un ser abstracto, exterior al mundo real. El hombre es e1 mundo del hombre, es el Estado, la sociedad. Ese Estado, esa sociedad, que son un mundo absurdo, producen la religión, absurda concepción del mundo. La religión es la realización fantástica del ser humano, porque el ser humano no tiene verdadera realidad. La lucha contra la religión es, pues, indirectamente, la lucha contra un mundo del que ella es el aroma espiritual.

    Políticamente, Strauss era inofensivo, como lo siguió siendo durante toda su vida. Pero había abierto la veda; sólo había que explotar aquel filón y para eso ni siquiera eran necesarios pensadores profundos y gruesos libros de filosofía sino, más que nada, divulgadores y agitadores. Entre éstos encajaba a la perfección Arnold Ruge (1802-1880), quien había estado encarcelado de 1824 a 1830. En 1832 entró como profesor en Halle, donde comenzó a publicar los Anales de Halle entre 1838 y 1841, el órgano de la izquierda hegeliana. Gracias a un matrimonio afortunado, disfrutaba de una existencia apacible. Ruge nunca fue más allá del liberalismo burgués, por más radical que fuera su apariencia. Aunque luego tuviera que refugiarse, en sendas ocasiones, en Francia y en Inglaterra, él mismo se calificó alguna vez, bastante acertadamente, de comerciante en espíritu al por mayor. Sin ser ningún pensador original, ni mucho menos un revolucionario, Ruge tenía, sin embargo, la cultura, la ambición, el celo y el ardor combativo que hacían falta para dirigir bien una revista o un periódico científico. Él aseguraba a la burocracia prusiana que sus Anales de Halle eran cristianos y prusianos de Hegel pero, por mucho que se lo suplicó, el Estado prusiano no le correspondió en aquel momento, tardó un poco más, lo que tardó Ruge en abandonar cualquier veleidad agitadora. Finalmente, Ruge acabó a los pies de Bismarck, quien en 1877 le gratificó con un pensión para pagar y apagar su conciencia. Es de aquellos que pasó de vivir el presente a vivir del pasado y, naturalmente a recordarlo: escribió unas memorias tituladas Recuerdos del tiempo pasado, 1862-1867. Pero eso sucedió bastante después...

    En Halle los Anales de Ruge se convirtieron en un centro de reunión para todos los espíritus inquietos, especialmente todos los neohegelianos de Berlín, entre los que había docentes, profesores y escritores de edad juvenil. De ellos destacaremos a cuatro: Eduardo Meyen, Adolfo Rutenberg, el más íntimo de los amigos berlineses de Marx, Carlos Federico Köppen y, sobre todo, Bruno Bauer. No se sabe si también pertenecía a aquel círculo Max Stirner, profesor en un colegio de señoritas. Nada hay que permita afirmar que Marx le conociera personalmente, pero entre ambos no medió nunca la menor afinidad espiritual.

    El más importante de todos ellos era Bruno Bauer (1809-1882), hijo de un pintor en una fábrica de porcelana. Estudió filosofía y teología en la Universidad de Berlín directamente con Hegel hasta que éste murió en 1831. En una ocasión Hegel otorgó al joven Bauer un premio académico por un ensayo filosófico criticando a Kant. Tras obtener la licenciatura en teología, comenzó a enseñar en la Universidad de Berlín en 1834 y se ocupó, sobre todo, de crítica bíblica. Próximo entonces a las posiciones de la derecha hegeliana, criticó a Strauss afirmando la autoridad indiscutible de la revelación divina, lo que desató una réplica por parte de éste y de la reacción prusiana. Fue este debate el que empujó a Bauer a cambiar de alineamiento filosófico, pasándose a la izquierda hegeliana. Al mismo tiempo, en el curso de esta polémica la reacción se dio cuenta que aquel peligroso proceso tenía sus raíces en Hegel y que había que acabar con todo el hegelianismo. A la inversa, Bauer se aprecibió de que la única manera de defender Hegel de aquel ataque generalizado era desde las posiciones de la izquierda.

    En 1836, durante sus primeros días como profesor, Bauer impartió clases a Marx del mismo modo que, una generación después, también fue mentor de otro joven: Friedrich Nietzsche. Ambos acabaron abandonando a Bauer. En 1838 publicó en dos volúmenes su Kritische Darstellung der Religion des Alten Testaments que muestran que, aún siendo muy superior a Strauss desde el punto de vista intelectual, seguía fiel a la derecha hegeliana. Pero muy pronto su opinión sufrió un vuelco y, en tres trabajos, uno sobre el cuarto evangelio, el de Juan, otro sobre los tres sinópticos (Marcos, Mateo y Lucas) y el tercero titulado Herr Hengstenberg, kritische briefe uber den Gegensatz des Gesetzes und des Evangeliums, anunció su ruptura con la derecha hegeliana.

    Las aportaciones de Bauer a la historia evangélica fueron muy importantes, limpiando los últimos residos teológicos que Strauss había dejado en pie. Elaboró un profundo análisis de la literatura cristiana del siglo I para demostrar que en los Evangelios no existía la verdad histórica, que todo en ellos era obra de la imaginación de los evangelistas. Asimismo argumentó que la religión cristiana no le había sido impuesta, como se pensaba, al mundo greco-romano, sino que era el más genuino producto de este mundo. De este modo, abría la única senda por la que se podían investigar científicamente los orígenes del cristianismo. Sostuvo que muchos temas centrales del Nuevo Testamento, especialmente los que eran opuestos al Antiguo Testamento, ya se encontraban en la literatura greco-romana de aquella época. Bauer demostró que la influencia judía en Roma había sido mucho más importante de lo que los historiadores habían creído hasta entonces y que el judaísmo se había introducido en Roma en la época de los Macabeos, incrementando su población.

    Pero en 1839 el prestigio de Bauer, el giro radical que dio a la teología y, sobre todo, su incorporación al círculo de la izquierda hegeliana forzaron su traslado a la Universidad de Bonn. Era un intento de descabezar al grupo, privarlo de su dirección para dispersarlo. La vinculación entre Bauer y Marx era muy estrecha entonces. Apenas se estableció aquel en Bonn, intentó que Marx se trasladara con él. Entonces Marx trabajaba en su tesis doctoral sobre la Diferencia entre la filosofía natural de Demócrito y la de Epicuro. Para Bauer aquello no tenía demasiado interés. Para él, fuera de Aristóteles, Spinoza y Leibniz, no había otra filosofía en el mundo. En una carta le aconsejaba a Marx que acabase de una vez con aquel despreciable examen y que no le dedicase tanto tiempo, lo cual demostraba que ya entonces Marx hacía gala de su estilo de escribir concienzudo y, por tanto, exasperantemente lento, lo que fue una desolación para todos los que le conocieron, especialmente Bauer, que era una máquina de escribir, casi de manea automática. En la carta Bauer le decía, además, que Ruge le daba pena y calificaba de lánguidos sus Anales de Halle aceptando, a cambio, la publicación de una revista radical que Marx le había propuesto, dirigida por ambos.

    Bauer era el campeón de la crítica. Si existe el arte por el arte, Bauer sería el representante de la crítica por la crítica, un verdadero precursor de la Escuela de Frankfurt. La palabra nihilismo apareció entonces bajo estas influencias perdidas en la abstracción. Lo de Bauer era una revolución pero sólo en el terreno de la filosofía, para la que Bauer contaba más con la ayuda que con la oposición del gobierno. La miopía política de Bauer no era otra cosa que el reverso de su agudeza de visión filosófica, escribió Mehring. Bauer atacaba a la teología pero sólo para entronizar al Estado prusiano sobre fundamentos más sólidos. Separando a la Iglesia del Estado se fortalecía el Estado y más concretamente sus instituciones educativas, especialmente la universidad, algo en lo que los académicos como Bauer estaban muy interesados en una época en la que aún estaban obligados a llevar peluca. Como Ruge, Bauer acabó sus días siendo otro de aquellos aduladores de Bismarck.

    Muy influido entonces por Bauer, Marx presentó su tesis doctoral sobre Demócrito y Epicuro, dos filósofos que Hegel había tratado con bastante desdén porque no podían competir con Platón ni compararse con Aristóteles. Los escépticos, epicúreos y estoicos formaron escuelas filosóficas griegas que brotaron en su decadencia, contribuyendo más que ninguna otra a fecundar el cristianismo. Su meta común era hacer al hombre individual, independiente de todo lo exterior a él, retrotrayéndole a su vida interior, llevándole a buscar su dicha en la paz del espíritu, asilo inconmovible aunque el mundo se derrumbase. En suma, eran filosofías de la autoconciencia. Pero luego el cristianismo, sostenía Bauer, había enajenado la autoconciencia en beneficio del Señor de los Evangelios. La humanidad había sido educada en la esclavitud de la religión cristiana para, de este modo, preparar mejor el advenimiento de la libertad y abrazarla con tanta o mayor fuerza cuando por fin ese día llegase. La propia conciencia del hombre, al recobrar su autoconciencia, recobraría un poder infinito sobre los frutos de su prolongado renunciamiento.

    Como había escrito Köppen, en este abigarado galimatías filosófico de la época no subyacía otra cosa que el racionalismo burgués del siglo XVIII, que también había bebido de las fuentes de la duda de los escépticos, el ateísmo de los epicúreos y la convicción republicana de los estoicos. Aunque no tenían la talla de Platón o Aristóteles, estos filósofos griegos habían dejado una huella muy profunda en la historia. Habían abierto al espíritu humano nuevas perspectivas, rompiendo las fronteras sociales de la esclavitud y las fronteras nacionales del helenismo, habían fecundado el cristianismo primitivo, la religión de los dolientes y los oprimidos, que en Platón y Aristóteles se trocaba en la Iglesia explotadora y opresora de los dominadores.

    Esta es la médula que Marx quiso explotar. Entonces, aunque seguía compartiendo la concepción idealista, empezaba ya a extraer de la ambigua filosofía de Hegel conclusiones ateas y revolucionarias. Mientras Hegel criticaba el materialismo y el ateísmo de Epicuro, Marx hablaba con admiración de la valiente lucha que el filósofo griego había sostenido contra la religión y los prejuicios. Mientras todos los filósofos se habían burlado de Epicuro por su absurda tesis de la declinación de los átomos, Marx le considera como el más grande racionalista griego que había introducido un absurdo entre las leyes ciegas de la naturaleza por el que se filtraba la libertad humana.

    Naturalmente, en medio de un ambiente idealista, que era también el de Marx entonces, éste traía el materialismo, el atomismo y el ateísmo como notas discordantes, otra declinación de los átomos. Además del materialismo, Demócrito y Epicuro tenían en común su atomismo, y Marx expone así la diferencia entre ambos: para Demócrito se trata tan sólo de la existencía material del átomo, mientras Epicuro pone de relieve el concepto del átomo al lado de su realidad, la forma al lado de la materia; no le basta la existencia; investiga también la esencia, y no ve en el átomo solamente la base material del mundo sino también el símbolo del individuo aislado. Si Demócrito deducía de la caída perpendicular de los átomos la necesidad de cuanto acaecía, Epicuro los desviaba un poco de la línea recta para dejar sitio al libre arbitrio. Es una contradicción entre el átomo como fenómeno y como esencia. La filosofía de Epicuro introduce así una explicación ilimitadamente arbitraria de los fenómenos físicos.

    Es también sorprendente la superioridad que Marx observa en Epicuro sobre Demócrito porque éste no hizo más que aventurar una hipótesis que era el resultado de la experiencia, pero no su principio dinámico, un defecto capital que luego Marx siempre denunció en todo el materialismo anterior que no captaba la realidad más que bajo una forma pasiva, no como práctica, no como actividad humana. Con esto adelantaba la importancia que luego dio al movimiento y a la práctica. Demócrito era un teórico y Epicuro un político, como se demuestra en el desafío de éste a la religión. Epicuro le atrajo a Marx porque era un luchador, un filósofo se alzaba contra el peso oprimente de la religión y la desafiaba.

    Fue la primera obra extensa de Marx, de la que Mehring concluye: Con este estudio, el discípulo de Hegel se extiende a sí mismo el certificado de mayoría de edad: su pulso firme domina el método dialéctico, y el lenguaje acredita esa fuerza medular de expresión que había tenido, a pesar de todo, el maestro, pero que hacía mucho tiempo que no se veía en el séquito de sus discípulos.

    Marx tenía la oportunidad de consagrarse a la actividad científica y hacerse profesor de la Universidad de Bonn junto a Bauer. Pero él prefería a Epicuro antes que a Demócrito. Era un militante, no un teórico. No quería convertirse en un pensador solitario que escribía en el remanso de una biblioteca. Era un demócrata, un revolucionario que luego evolucionaría hacia el comunismo bajo la atracción de una clase, el proletariado, que supo hacer suyos el indudable talento de Marx como pensador en la lucha por un mundo nuevo. La concepción de los revolucionarios nunca ha sido invención de un ideólogo individual, sino la expresión teórica de un movimiento vivo.

    El ministro de Educación Altenstein había trasladado a Bauer a la Universidad de Bonn con la promesa verbal de condederle una plaza de profesor titular, pero murió en mayo de 1840 casi al mismo tiempo que Federico Guillermo III y su sustituto, Eichhorn, no estaba por la labor. Se iniciaba una etapa de dura reacción acompañada de represión política. Le propusieron que se dedicara a escribir con la promesa del apoyo financiero del Estado pero Bauer no aceptó y se aprestó a librar una batalla con la ayuda de Marx en una nueva revista de agitación. El nuevo ministro mantuvo el pulso inundando la Universidad de Berlín de reaccionarios prestos a librar toda clase de batallas. Llevó allí al viejo Schelling, que se había convertido en portaestandarte de la revelación divina, para dar el golpe de gracia al hegelianismo. En medio de violentas manifestaciones de protesta, Julius Stahl, un absolutista, sucedió al hegeliano Gans, fallecido el año anterior. El forjador de escuela histórica del derecho, Savigny, amigo personal del nuevo monarca Federico Guillermo IV, depuró a universidad de las tesis jurídicas hegelianas. Por tanto, en 1840 Prusia había declarado la guerra al hegelianismo, que apenas había podido reinar una década. El título de un folleto de Bauer resumía el final de aquella época: La trompeta del juicio final contra Hegel, el ateo y el anticristo. Marx participó en la redacción de ese folleto; formaba parte de esa corriente y, aunque lo hubiera pretendido, las aulas estaban vetadas para él.

    Marx decidió doctorarse en la pequeña Universidad de Jena y publicar luego la tesis doctoral, acompañado de un prólogo retadoramente audaz, como testimonio de sus conocimientos para luego instalarse en Bonn y editar allí con Bauer, la proyectada revista. Además, como doctor por una Universidad extranjera, la de Jena, las universidades prusianas no podrían cerrarle sus puertas y tendrían que permitirle profesar la enseñanza por libre.

    El 15 de abril de 1840 Marx recibió la investidura de doctor por la Universidad de Jena, sin su presencia personal, previa presentación de una tesis que no era más que un fragmento de una magna obra en la que se proponía estudiar la evolución de la filosofía epicúrea, estoica y escéptica, poniéndolas en relación con toda la filosofía griega.


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    Mensaje por RDC Sáb Dic 26, 2009 7:06 pm

    Una prensa de agitación política

    Cerrada la vía de la docencia, Marx se lanzó al periodismo, que era una forma de agitación política desconocida hasta entonces en Alemania. Desde abril de 1842 empezó a colaborar con la Gaceta Renana que convirtió en una tribuna para propagar las ideas avanzadas y luchar contra la reacción política y el oscurantismo.

    En el periódico Marx empezó a caer del cielo a la tierra, de lo abstracto a lo concreto. Su puesto de observación le permitió conocer de cerca la situación de los trabajadores. El contacto directo con la lucha de las amplias masas de Alemania y su conocimiento del movimiento obrero de otros países influyeron grandemente en el joven Marx y le hicieron comprender la necesidad de profundizar sobre problemas nuevos para él, los problemas económico-sociales. La aparición de una nueva clase, el proletariado, en la palestra de la lucha hizo que Marx sintiese curiosidad por las publicaciones socialistas que habían aparecido en Inglaterra y Francia. Engels dice que Marx le habló posteriormente más de una vez de que el estudio de la ley sobre la tala ilícita y de la situación de los campesinos de Mosela le indujeron a pasar de la política a la economía y, de este modo, al socialismo.

    Como correspondía a un demócrata revolucionario, en una serie de artículos, Marx asumió la defensa de los intereses materiales de las masas populares. Aquí se perfila el paso de Marx del idealismo al materialismo y de la democracia revolucionaria al comunismo. Pero aún faltaba un trecho. Cuando el periódico fue acusado de comunismo, Marx respondió anunciando la próxima publicación de una crítica fundamental del comunismo. Se negó a adoptar las teorías comunistas tal y como existían entonces de una manera superficial. Pensaba que las formas de comunismo expuestas eran burdas y poco desarrolladas, presentándose como abstracciones dogmáticas. En una carta a Arnold Ruge de noviembre de 1842 escribía que consideraba inadmisible y hasta inmoral el contrabando de dogmas comunistas y socialistas, es decir, de una nueva manera de ver el mundo, en las críticas teatrales corrientes, etc., y que exigía, si se trataba el tema, un estudio totalmente distinto y más a fondo del comunismo.

    Además, Marx tampoco era aún materialista; estaba convencido de que para cambiar la sociedad primero había que cambiar el pensamiento. Para ello había que influir en la opinión general, desarrollar nuevas ideas y desplegar vastas campañas de propaganda. Sus preocupaciones entonces estaban en la prensa, en la defensa de la libertad de expresión. La política también la concebía como un debate de ideas. Por eso uno de sus artículos más importantes, realmente demoledor, es el que analiza las nuevas normas sobre censura. Compuesto de seis largos artículos, analizaba entonces los debates de la Dieta renana sobre la libertad de prensa que habían sido divulgados públicamente pero sin mencionar los nombres de los participantes. Decía que la Dieta no soportaba la luz del día y que si, al elegir a sus representantes, los lectores confiaron en ellos, al ocultarse en el anonimato no confíaban en el juicio de quienes les otorgaron su confianza.

    Uno de los oradores había reclamado la libertad de prensa como parte integrante de la libertad de industria, y Marx respondió: ¿Acaso es libre la prensa degradada a industria? Es innegable que el escritor tiene que ganar con el trabajo de su pluma para existir y escribir, pero jamás existir y escribir para ganar. La primera libertad de la prensa consiste precisamente en no ser una industria. Al escritor que prostituye esa libertad de prensa, convirtiéndola en medio material, le está bien empleada como castigo de esa esclavitud exterior de la censura; o por mejor decir, ya su propia existencia es su castigo. Marx también hablaba de sí mismo, exponiendo una norma a la que se ajustaría durante toda su vida. Sus trabajos fueron siempre fin y jamás un medio, hasta tal punto que llegó a dedicarles su propia existencia.

    En sus artículos Marx se mantiene aún en un punto de vista humanista abstracto, antropocéntrico. Para aquel Marx, el problema reside en saber quien es el sujeto real que, para el hombre, es el hombre mismo. Con la Gaceta Renana Marx lucha contra la opresión social, política y espiritual imperante en Prusia y en el resto de Alemania. Al observar, en numerosas ocasiones, la actitud desalmada del gobierno prusiano y sus funcionarios hacia las necesidades vitales del pueblo, Marx llegó a la conclusión de que dicho gobierno, sus funcionarios y sus leyes no reflejaban ni defendían los intereses del pueblo, sino los de las capas dominantes: la nobleza y el clero.

    En la redacción de la Gaceta Renana, Marx había asistido, en las oficinas del periódico en Colonia, a las reuniones de un círculo de discusión animado por Moses Hess (1812-1875), el primer hegeliano que se pasó a las filas del comunismo. Los historiadores no han valorado suficientemente esta temprana influencia de Hess, anterior a la de Weitling y Proudhon. También de origen burgués y con una vasta cultura, Hess había viajado de joven por Francia e Inglaterra y destacó entre los primeros revolucionarios renanos. Aunque reclamaba el sufragio universal, Hess denominó anarquía a su filosofía social expuesta primero en su Triarquía europea y en 1843 en Die Philosophie der Tat.

    Hess era un hombre muy influenciable y su doctrina, muy primitiva, acusa su eclecticismo, por no decir confusión. Se declaraba atraído por Spinoza; ponía a Saint-Simon a la altura de Hegel, aunque también se le puede considerar próximo a Stirner al declarar que todas las acciones libres deben surgir de los impulsos individuales, no contaminados por ninguna influencia externa. Este híbrido no podía satisfacer a Marx, que no se comprometió con Hess a la ligera. Era la época dorada del socialismo utópico cuyas diversas variantes se basaban, casi todas, en especulaciones abstractas acerca de la forma de alcanzar una nueva sociedad más igualitaria, y no tenían ninguna, relación con las luchas que se desarrollaban ante sus ojos. Es por lo que Marx rechaza la mayor parte de esos tipos de socialismo que le son contemporáneos y los considera como formas dogmáticas que encaran el mundo con esquemas preestablecidos y que consideran indignas de su atención las luchas políticas prácticas. No se trata de aportar la conciencia a cualquier cosa inconsciente -la esencia del idealismo- sino de hacer consciente un proceso que evoluciona ya en esa dirección, un proceso conducido por una necesidad material que contiene también la necesidad de hacerse consciente de sí mismo. Es la formulación de la Ideología alemana que define al comunismo como el movimiento real que suprime el estado de cosas existentes, que sitúa la conciencia revolucionaria en la existencia de una clase revolucionaria y que define explícitamente la conciencia revolucionaria como una emanación histórica del proletariado explotado.

    No obstante, durante un tiempo los caminos y Hess y Marx caminos corrieron en paralelo. En setiembre de 1841 Hess escribió a Berthold Auerbach una carta para presentarle a Marx:

    Te alegrarás de conocer a un hombre que es ahora amigo nuestro, aunque vive en Bonn, donde muy pronto será encargado de curso [...] Me ha producido una impresión extraordinaria y, sin embargo, mi actividad está muy próxima a la suya; en resumen, disponte a conocer al más grande y quizá al único verdadero filósofo vivo. Muy pronto, cuando sea conocido del público (por sus escritos al mismo tiempo que por su curso en la Universidad), atraerá sobre él las miradas de Alemania entera [...] El doctor Marx -así se llama mi ídolo- es todavía un hombre muy joven (apenas tiene veinticuatro años). Dará el golpe de gracia a la religión y a la política medievales; une el espíritu más mordaz a la más profunda gravedad filosófica: imagina a Rousseau, a Voltaire, a Holbach, a Lessing, a Heine y a Hegel fundidos en una sola persona, y digo fundidos y no arrojados al mismo saco [...] ese es el doctor Marx.

    A Marx su suegro ya le había insistido en la importancia de Saint-Simon, pero fue Hess quien acercó a los últimos utopistas franceses a Alemania. Hasta ese momento sólo llegaban noticias muy vagas acerca de sociedades secretas que circulaban por los periódicos alemanes. Cuando al cabo de poco tiempo Hess y Marx coincideron en París, conocieron a Proudhon y a Bakunin y compartieron varios proyectos políticos. La Ideología alemana es una respuesta contra un ataque de los hegelianos contra Marx, Engels y Hess, hasta el punto de que parece ser que éste escribió una parte del texto. Pese a su anarquismo nominal, Hess nunca estuvo próximo a Proudhon y sus relaciones con Bakunin terminaron más tarde en una disputa encarnizada. A pesar de que Hess escribió la parte de la Ideología alemana en la que se ataca el verdadero socialismo, luego se convirtió en un exponente de ese mismo verdadero socialismo junto con Carlos Grün, Hermann Kriege y otros, por lo que tuvo que verse sometido a la demoledora crítica de Marx. No obstante, a pesar de las divergencias, a diferencia de otros renegados, Hess nunca se apartó totalmente de Marx, acabando en las filas lassalleanas. Luego Marx y Engels siguieron manteniendo relación con su mujer Sibylle Pesch (1820-1903), otra activa militante revolucionaria que participó en la Liga de los Comunistas, en el partido lassalleano y en dos congresos de la I Internacional, los de Bruselas y Basilea. En una carta escrita dos años de la muerte de Hess, Marx le califica de amigo y camarada, apreciando su obra científica Teoría dinámica de la materia.

    Inicialmente Hess fue el director del periódico porque Marx no comenzó a colaborar hasta que en abril se desvanecieron sus intentos de seguir a Bauer en la Universidad de Bonn. En octubre del mismo año fue nombrado redactor-jefe y tuvo que trasladarse a vivir a Colonia, mientras Bauer, al ser expulsado de Bonn, se fue a vivir a Berlín y allí fundó la Liga de los Libres con sus hermanos, Max Stirner, Meyen, Köppen y otros, entre los que se puede incluir a Engels que entonces cumplía en Berlín el servicio militar. Con la excepción de Köppen y Engels, este grupo inició una deriva nihilista, mientras en Colonia Marx experimentaba un proceso inverso. En el periódico se fue abriendo una brecha entre Marx y sus viejos amigos berlineses, entre el político y los filósofos, que acabará en una lucha abierta: Cuanto más penetraba Marx en la realidad concreta más se perdían en la abstracción sus amigos berlineses, escribió Nikolaievski. En un principio simplemente pareció que Bauer no evolucionaba, pero nada se estanca; lo que no evoluciona retrocede y el retroceso de Bauer, el fogoso neohegeliano, le pondrá en los brazos de la reacción.

    El detonante de la ruptura fue George Herwegh, un poeta que había ganado gran notoriedad en 1841 con una obra romántica de éxito. Aunque era un atolondrado político, Herwegh formaba parte de los círculos de intelectuales revolucionarios y tuvo que exiliarse a comienzos de 1843, aunque pudo regresar pronto, siendo recibido por Federico Guillermo IV, una entrevista absurda que dio lugar a una polémica. Algunos colaboradores berlineses de la Gaceta Renana querían criticar la reunión de Herwegh en el periódico. Por su parte, Herwegh respondió atacando a aquellos berlineses neohegelianos vinculados al círculo de amigos de Bauer. Marx no estaba de acuerdo con la reunión de Harwegh con Federico Guillermo IV y, por otro lado, estaba de acuerdo con las críticas de Harwegh a los berlineses, aunque no entraban en el fondo del asunto, que era su propio comportamiento. Con el apoyo de Ruge, Marx se negó a publicar las críticas a Harwegh en el periódico y los berlineses rompieron la relaciones. Bauer se unió a ellos.

    La polémica con la Liga de los Libres tiene relación con las dos visitas de Engels a Hess en la redacción de la Gaceta Renana. La segunda de ellas se produjo a finales de noviembre de 1842 cuando marchaba camino de Inglaterra. Entonces conoció a Marx pero aquella primera toma de contacto no fue buena. Engels estaba en correspondencia con los berlineses, que le hablaban mal de Marx, y éste desconfiaba del que consideraba como un embajador de la Liga de los Libres.

    Gracias a Marx, la Gaceta Renana fue adquiriendo una orientación democrática y revolucionaria. El gobierno de Prusia estableció una rigurosa censura sobre el periódico, asustado por el rápido aumento de su influencia. Bajo la dirección de Marx se triplicó el número de suscriptores, alcanzando los tres mil, un número alcanzado por muy pocos periódicos en Alemania. Los artículos que superaban la censura eran reproducidos por otros medios y se citaban elogiosamente. Estaba a punto de convertirse en el periódico más importante de Alemania cuando en enero de 1843 el gobierno dispuso su suspensión a partir del 1 de abril del mismo año después de haberse publicado unos artículos subversivos, entre ellos uno de Marx sobre los sufrimientos de los viñadores de la región del Mosela. Como no podía compartir los propósitos de los accionistas de la Gaceta Renana, que querían imprimir al periódico una orientación más moderada, Marx declaró el 17 de marzo que no pensaba seguir en la redacción. Fue entonces cuando decidió abandonar su país para editar en el extranjero una revista revolucionaria destinada a Alemania. Marx entendía que la revista debía someter todo lo existente a una crítica implacable.

    La penetración de la alienación en la filosofía materialista

    En 1841 apareció en Alemania una obra que dará un giro completo a la filosofía clásica alemana: La esencia del cristianismo de Ludwig Feuerbach (1804-1872). Acerca de la influencia de esta obra, escribió Engels: El entusiasmo fue general: al punto que todos nos convertimos en feuerbachianos.

    Emparedado entre dos gigantes del pensamiento, la aportación de Feuerbach parece menor: ya no es Hegel pero tampoco es todavía Marx. No es así. Hoy apenas podemos imaginarnos la trascendencia de un filósofo que fue el primero en enfrentarse con Hegel, que había llevado el pensamiento a las más altas cumbres de la historia de la humanidad, con los hegelianos y con el idealismo en general, en una ambiente totalmente dominado por aquella ideología. Fue un extraordinario filósofo al que, sin embargo, se conoce por referencias y al que todo el mundo compara. Apenas existen aún hoy traducciones de sus obras al catellano (1). Además de La esencia del cristianismo, entre sus obras, cabe destacar su poema Pensamientos sobre la muerte y la inmortalidad, escrito en 1830, donde ya niega la existencia de dios y de otra vida más allá de la muerte, Contribución a la crítica de la filosofía de Hegel (1839), Tesis preliminares para la reforma de la filosofía (1842) y Principios fundamentales de la filosofía del futuro (1843).

    Feuerbach es el prototipo usual de filósofo dedicado a desarrollar un pensamiento original en el campo, alejado del alboroto urbano y de las pequeñas cuestiones mundanas. No comprendió la revolución de 1848 y nunca aceptó el marxismo, pese a que en 1870, dos años antes de morir, se afilió al Partido Socialdemócrata. Pero esta militancia era un señuelo por dos razones:

    — el pensamiento de Feuerbach es un exponente de los límites hasta los que podía llegar la democracia burguesa revolucionaria de aquella época en Alemania

    — en su biografía y en su obra la práctica no existe y la política tampoco.

    Feuerbach, dirán Marx y Engels en la Ideología alemana, llega todo lo lejos que puede llegar un teórico sn dejar de ser un teórico y un filósofo. No superó el carácter contemplativo de toda la filosofía anterior a Marx. No es casualidad que el aforismo de Marx acerca de que los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo de diversos modos, cuando de lo que se trata es de cambiarlo, lo insertara precisamente dentro sus Tesis sobre Feuerbach, escritas en 1845, porque eso es lo caracteriza a su filosofía.

    En aquel ambiente intelectual cargado de idealismo hegeliano, Feuerbach fue el primer materialista, el primero que rompió con el maestro desde posiciones claramente revolucionarias y, por sí mismo, eso ya le vale un puesto de renombre en la historia de la filosofía.

    En la teoría del conocimiento sigue con todo rigor el punto de vista del empirismo y del sensualismo. Es una consecuencia del carácter contemplativo de la filosofía en general y más específicamente del materialismo anterior a Marx. Las cosas sensibles, dirá Marx, no son simples objetos dados a la contemplación humana. El hombre actúa transformándolos. El mundo es también creación humana, no es algo estático, sino resultado de la industria y del estado social humano. Las primeras líneas de las Tesis sobre Feuerbach tratan precisamente esta cuestión y son de capital trascendencia en el marxismo:

    El defecto fundamental de todo el materialismo anterior -incluyendo el de Feuerbach- es que sólo concibe el objeto, la realidad, la sensoriedad, bajo la forma de objeto o de contemplación, pero no como actividad sensorial humana, como práctica, no de un modo subjetivo. De aquí que el lado activo fuese desarrollado por el idealismo, por oposición al materialismo, pero sólo de un modo abstracto, ya que el idealismo, naturalmente, no conoce la actividad real, sensorial, como tal.

    La crítica de Marx al carácter pasivo del conocimiento de Feuerbach revaloriza uno de los aspectos que, sin embargo, retiene de él: el importante problema de la relación del hombre con la naturaleza. Esa relación -dice Marx- no es una contemplación sino una actividad práctica. Los seres humanos nos ponemos en relación con la naturaleza mediante el trabajo. La naturaleza es el medio para satisfacer las necesidades, así como el objeto de nuestra actividad. Marx decía que la naturaleza es el cuerpo inorgánico del hombre. Mediante el trabajo, el hombre satisface sus necesidades y exterioriza sus potencias humanas, es decir, crea sus condiciones de vida, crea un mundo humano, se crea a sí mismo superando su mero ser natural.

    Frente a la antítesis de Bruno Bauer entre naturaleza e historia, la lucha del hombre contra la naturaleza, Marx habla de su unidad y la encuentra en la industria: hay una naturaleza histórica y una historia natural. A su vez, esto no impide a Marx y Engels retener dos puntos importantes:

    — la prioridad de la naturaleza exterior
    — el hombre como algo distinto de la naturaleza.

    A su vez, en su trabajo se relaciona con otros seres humanos, creando diferentes formas de relación (cooperación, intercambio, división del trabajo, explotación, lucha de clases) que cambian históricamente.

    El ateísmo fue la segunda aportación de Feuerbach, aunque la primera en el tiempo. No llegó a ese punto a causa de su materialismo sino que, como buen alumno idealista, partió por el contrario de la crítica teológica. Feuerbach concibe la religión como una alienación porque no es la religión quien hace al hombre sino el hombre quien hace la religión. Los seres superiores que crea nuestra fantasía, los dioses, son producto de la proyección fantástica de nuestro propio ser. La religión es una objetivación de las propiedades humanas y de un ser sobrenatural al que también éstas se atribuyen. Es como si el hombre se duplicara y contemplara su propia esencia en la imagen de dios. Resulta, pues, que la religión se presenta como autoconciencia inconsciente del hombre.

    No obstante, Feuerbach no considera que la alienación religiosa sea un reflejo de una enajenación más profunda: la terrenal. Tras criticar el mundo religioso es preciso criticar y revolucionar prácticamente el mundo social del que es un reflejo. Por otro lado, lo que él critica no es exactamente la religión, sino la teología.

    Otra de las aportaciones importantes de Feuerbach es el concepto de alienación, concepto introducido por Hegel, del cual Feuerbach mantiene su sentido negativo, pero nada más, ya que le da la vuelta al considerar que la alienación no es la objetivación sino la abstracción: Abstraer significa poner la esencia de la naturaleza fuera de la naturaleza, la esencia del pensar fuera del acto de pensar. La filosofía hegeliana ha enajenado al hombre de sí mismo en la medida en que todo su sistema reposa en estos actos de abstracción. Ella identifica de nuevo, ciertamente, lo que separa, mas sólo de una manera a su vez separable, mediata. La filosofía carece de unidad inmediata, de certeza inmediata, de verdad inmediata. La alienación es un fenómeno del sujeto.

    Pero en este punto, como en la religión o la ética, Feuerbach no es materialista. Concibe el sujeto sólo como conciencia. La conciencia es lo primero y lo más imortante y, en consecuencia, la alienación como un fenómeno de la conciencia exclusivamente, de modo que, por rechazo, aspira a crear una conciencia exacta, como dijeron Marx y Engels. Del mismo modo que en su crítica de la religión sustituye una teología por otra, también aquí Feuerbach sustituye la conciencia falsa por la verdadera. Mientras pretende cambiar la conciencia para ponerla de acuerdo con lo existente, lo que se proponen Marx y Engels era cambiar lo existente como modo de cambiar la conciencia.

    Superadas las limitaciones con que Feuerbch la concibe, el concepto de alienación resultará fundamental para introducir luego toda una batería de nociones decisivas en el marxismo, especialmente la de ideología. Ese desarrollo lo inició Marx en los Manuscritos filosófico-económicos de 1844 y está presente en todas esas características alusiones suyas acerca del fantasma que recorre Europa, el fetichismo de la mercancía, entre otras.

    Sin embargo, Feuerbach tuvo importantes carencias, la más importante de las cuales es su abandono de la dialéctica de Hegel: es materialista pero no tiene en cuenta la historia y, en la medida en que tienen en cuenta la historia, no es materialista. No ve que el mundo sensible que le rodea no es algo dado desde toda una eternidad y constantemente igual a sí mismo -escriben Marx y Engels-, sino el producto de la industria y del estado social, en el sentido de que es un producto histórico, el resultado de la actividad de toda una serie de generaciones, cada una de las cuales se encarama sobre los hombres de la anterior, sigue desarrollado su industria y su intercambio y modifica su organización social con arreglo a la nuevas necesidades.

    Además, Feuerbach aún mantenía las concepciones idealistas acerca de los fenómenos sociales. Buscaba en la sustitución de la autoconciencia inconsciente por la conciencia, o sea, en última instancia, confiaba en la instrucción, e incluso sostenía que era necesaria una nueva religión.

    La característica del materialismo de Feuerbach es su antropocentrismo: Mi primer pensamiento fue Dios, el segundo fue la razón y el tercero y último, el hombre, dice Feuerbach resumiendo su itinerario intelectual. Al recuperar el sensualismo, Feuerbach recupera también al hombre y sitúa en un primer plano el problema de su esencia y de su puesto en el mundo. Sin embargo, lo que hace es cambiar la abstracción de sitio; esencializa la naturaleza humana, planteando las relaciones sociales y la misma humanidad como una esencia inmutable fuera de su producción histórica, fuera de las condiciones que hacen nacer en cada momento dicho tipo de humanidad y sociedad. Concebía al hombre como un individuo abstracto, como un ser puramente biológico.

    No existe la esencia humana eterna e inmutable, no existe el hombre sino el patricio, el plebeyo, el siervo de la gleba, el burgués, el proletario. Feuerbach, al realizar su crítica en términos de esencia humana, deja de analizar las relaciones sociales que determinan lo que los hombres son; al hablar del hombre abstracto, ahistórico, naturaliza las relaciones sociales existentes que son un producto histórico y uno una esencia natural.

    En suma, como escribieron Marx y Engels, en Feuerbach no había más que intuiciones sueltas, simples gérmenes necesitados de desarrollo. El desarrollo les correspodía a ellos proseguir.

    La crítica del idealismo histórico

    Antes de salir de Alemania, Marx contrajo matrimonio con Jenny von Westphalen, amiga suya desde la infancia, a la que se había prometido siendo estudiante. Pasó el verano y el otoño de 1843 en Kreuznach, muy cerca de Treveris, donde inició la redacción de la Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel (2), publicada en los Anales Franco-Alemanes (3) en 1844 y de la que se conserva el manuscrito inconcluso.

    Esta obra, así como la Cuestión judía, redactada en la misma época y publicada por el mismo medio, más que una crítica son una autocrítica que Marx y Engels utilizarán a menudo como manera de jalonar su propio avance ideológico ajustando las cuentas con su pasado a través de todos aquellos cuya influencia les había servido para superarse a sí mismos. El primero tenía que ser Hegel. Ambas obras expresan, por tanto, la ruptura con Hegel y la adopción de posiciones claramente materialistas. Al mismo tiempo, son obras que están bajo la influencia de Feuerbach, si bien en ellas Marx va más allá de lo que Feuerbach había alcanzado: si éste había llevado el materialismo a la filosofía de la naturaleza, Marx se propuso hacer lo mismo con la sociedad, siempre bajo la forma de una crítica a las tesis de Hegel al respecto porque él seguía siendo la referencia.

    Lo más destacable es que en ella no se critica la filosofía hegeliana sino los aspectos históricos y sociales de su pensamiento, especialmente la religión, el derecho y el Estado. Habitualmente, al traducirse literalmente, el título en castellano no resume bien el contenido de la obra. Se trata de una crítica a lo que hoy se conoce como Estado de Derecho en la forma que Hegel lo expone. Es, por tanto, una obra política más que filosófica. Marx se encaminaba directamente a sentar los fundamentos del materialismo histórico porque quería presentar un programa de lucha y de acción revolucionaria. En una carta a Ruge, en alusión a Feuerbach, le dice Marx: Hace demasiado hincapié en la naturaleza, sin preocuparse en los debidos términos de la política. Sin esta alianza, la filosofía actual no llegará a ser nunca una verdad. En consecuencia, bajo la expresión tradicional de filosofía del derecho y otros se escondia la política, los asuntos sociales.

    Al comienzo del manuscrito, Marx introduce en la parte más especulativa, la crítica de la religión, que va más allá de las críticas racionalistas de la burguesía ilustrada y demuestra que el poder de la religión proviene de la existencia de un orden social que niega las necesidades humanas. Al señalar la benéfica influencia de la crítica de la religión llevada a cabo en Alemania, Marx indica que la misión de la filosofía avanzada consiste en convertir la lucha contra la religión en lucha contra las condiciones objetivas que la engendran, en convertir la crítica del cielo en crítica de la tierra, la crítica de la religión en crítica del derecho y la crítica de la teología en crítica de la política. Marx subrayaba que dicha crítica debía ser efectiva y revolucionaria: Las armas de la crítica -decía Marx- no pueden, claro está, sustituir a la crítica con las armas; una fuerza material debe ser derribada por otra fuerza material. Pero también la teoría se convierte en una fuerza material tan pronto como prende en las masas.

    De las conclusiones a que llegó gracias a su crítica de la filosofía del Derecho hegeliana, Marx dijo posteriormente, en el prefacio a su trabajo Contribución a la crítica de la Economía Política: Mi investigación desembocaba en el resultado de que, tanto las relaciones jurídicas como las formas de Estado no pueden comprenderse por sí mismas ni por la llamada evolución general del espíritu humano, sino que radican, por el contrario, en las condiciones materiales de vida cuyo conjunto resume Hegel, siguiendo el precedente de los ingleses y franceses del siglo XVIII, bajo el nombre de ‘sociedad civil’, y que la anatomía de la sociedad civil hay que buscarla en la Economía política.

    Marx no sólo comienza a interpretar con un criterio materialista los fenómenos sociales, sino que desarrolla la concepción materialista del mundo que, antes de él, era mecanicista y metafísica. Basándose en el materialismo, Marx afirma que una teoría no puede prender en las masas más que cuando refleja sus necesidades cotidianas y sus intereses vitales.

    A diferencia de Feuerbach, que rechaza por entero la dialéctica de Hegel, Marx procede a revisarla críticamente. El método dialéctico de Hegel encerraba su médula racional: la idea de desarrollo. Hegel consideraba los acontecimientos y los fenómenos en conexión e interdependencia, sometidos a un ininterrumpido proceso de surgimiento, cambio y destrucción; trataba de descubrir la base de ese desarrollo en la lucha de los contrarios. El método dialéctico era un método progresista comparado con el método metafísico, que consideraba el mundo como una aglomeración casual de objetos y fenómenos sin ninguna relación recíproca, algo inmóvil e inmutable. Pero la dialéctica de Hegel tenía un defecto: era idealista. Hegel estimaba que la base del desarrollo de la naturaleza y la sociedad era el desarrollo del espíritu, de la idea absoluta. Poniéndolo todo del revés, Hegel suplantaba el desarrollo real por el autodesarrollo de la idea, y la dialéctica de las cosas por la de las ideas.

    En la Contribución a la crítica de la filosofía del Derecho de Hegel, Marx señaló por primera vez al proletariado como única clase revolucionaria capaz de conseguir la emancipación social no sólo de sí misma, sino de todas las clases de la sociedad. Además, por primera vez, identifica al proletariado como el motor de la revolución y demuestra que es una clase que, por su situación, puede y debe ser la portadora de la teoría revolucionaria, de la filosofía avanzada: Del mismo modo que la filosofía encuentra en el proletariado su arma material, así también el proletariado encuentra en la filosofía su arma espiritual. ¿Dónde reside la posibilidad real de la emancipación humana universal?, se pregunta Marx, y contesta: En la formación de una clase atada por cadenas radicales, de una clase de la sociedad civil que no es ya una clase de ella; de una clase que es ya la disolución de todas las clases; de una esfera de la sociedad a la que sus sufrimientos universales imprimen carácter universal y que no reclama para sí ningún derecho especial, porque no es víctima de ningún desafuero especial, sino del desafuero puro y simple; que ya no puede apelar a un título histórico, sino simplemente al título humano; que no se halla en ninguna suerte de contraposición unilateral con las consecuencias, sino en contraposición omnilateral con las premisas mismas; de una esfera, por último, que no puede emanciparse a sí misma, sin emanciparse de todas las demás esferas de la sociedad y, al mismo tiempo, emanciparlas a todas ellas; que representa, en una palabra, la pérdida total del género humano, por lo cual, sólo puede ganarse a sí misma mediante la recuperación total del género humano. Esta disolución total de la sociedad cifrada en una clase especial, es el proletariado.

    La emancipación del proletariado es indisociable de la emancipación de toda la humanidad: la clase obrera no se libera solamente de la explotación; no se establece eternamente como clase dominante; actúa como representante de todos los oprimidos. No se contenta con liberarse y liberar a la humanidad del capitalismo, sino que debe permitir a la humanidad superar la pesadilla que sobre ella hacen pesar todas las formas de explotación y de opresión que han existido anteriormente. De ese modo formula Marx por primera vez la idea de la misión histórica del proletariado. El pensamiento de servir a la humanidad, expresado ya por él en la escuela, toma ahora un carácter revolucionario más concreto y eficaz. Servir a la humanidad es servir al proletariado, a la clase más avanzada, más consecuentemente revolucionaria. A partir de entonces, Marx puso todas sus energías y toda la fuerza de su genio al servicio del proletariado, cuya misión histórica es la de transformar el mundo mediante la revolución.

    Al plantearse la tarea de someter las instituciones sociales y políticas existentes a una crítica implacable, Marx empezó por un problema que se le había planteado ya cuando trabajaba en la Gaceta Renana: el problema del Estado, de su relación e interdependencia con las condiciones materiales de vida de la sociedad. Era imposible dar una respuesta a este problema sin una previa revisión crítica de los conceptos idealistas de Hegel sobre el Estado y el Derecho. Marx fue el primero en someter estos conceptos a una crítica científica. El primer filósofo materialista que criticó a Hegel, Ludwig Feuerbach, cuyos trabajos contra la filosofía idealista contribuyeron a que Marx abrazase el materialismo, sólo era materialista en la interpretación de los fenómenos de la naturaleza, pero seguía siendo idealista en la interpretación de la historia, las relaciones sociales y la política. Aunque valoraba altamente los méritos de Feuerbach, Marx señaló la limitación e inconsecuencia de su materialismo. A diferencia de Feuerbach, Marx trataba de elaborar una concepción materialista consecuente, que no sólo abarcara la naturaleza, sino también la sociedad.

    Con 25 años de edad, antes de conocer a los socialistas utópicos franceses, Marx miraba mucho más allá del ideal de un régimen político democrático. Las acusaciones de algunos historiadores acerca de una supuesta veneración de Marx hacia el Estado, hacia toda clase de Estado, procedente del hegelianismo, no tienen fundamento. Aunque defendía el sufragio universal y la república democrática como importantes conquistas políticas, Marx consideraba al Estado –incluso al Estado burgués con su parlamento- como una institución transitoria que expresaba la alienación de la sociedad humana. Defendía que el sufragio universal y la democracia anunciaban la superación del Estado e incluso de la sociedad capitalista: En el Estado político abstracto, la reforma del derecho de voto es una disolución del Estado, pero también la disolución de la sociedad civil. De forma embrionaria en 1843 perfilaba ya el objetivo final que ha animado al movimiento comunista en toda su historia: el desaparición del Estado.

    Tanto este manuscrito como sus cartas de esta época muestran de qué modo Marx se fue convirtiendo en el fundador del socialismo científico y del materialismo moderno, más rico en contenido y más consecuente que todas las formas anteriores del materialismo, reelaborarando la dialéctica hegeliana, con el fin de unir el materialismo y la dialéctica en una concepción única, dinámica y científica.

    Entre los textos de aquella época destaca la carta a Arnold Ruge, escrita en septiembre de 1843, en la que Marx reitera que no se trata simplemente de luchar por una nueva sociedad que sustituya al capitalismo, ni tampoco de la emancipación de la clase obrera. Marx insiste en que estamos en los inicios de un despertar de la especie humana. Como dijo Engels más tarde, para el conjunto de la especie humana se trata de pasar del reino de la necesidad al reino de la libertad, de liberar la totalidad de las potencialidades que el hombre contiene en sí mismo y que se encuentran amordazadas desde la prehistoria, debido, primero, al débil desarrollo de las fuerzas productivas y de la civilización y, después, a la existencia de la sociedad de clases.

    Notas

    (1) Las obras de Feuerbach asequibles en castellano son: La esencia del cristianismo, Editorial Claridad, Buenos Aires, 1941 y también en la Editorial Trotta, Madrid, 1995; Tesis provisionales para la reforma de la filosofía, Editorial Labor, Barcelona, 1976; y La esencia de la religión, Editorial Páginas de Espuma, Madrid, 2005; además existe una selección de Textos escogidos que incluye los Principios de la filosofía del futuro, publicado por la Facultad de Economía de la Universidad de Caracas de 1964.
    (2) Traducida y publicada en castellano con notas de Rodolfo Mondolfo por la Editorial Nueva, Buenos Aires, 2ª Edición, 1968.
    (3) Los Anales Franco-Alemanes fueron publicados en 1970 en Barcelona por el editor Martínez Roca.


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    Mensaje por RDC Sáb Dic 26, 2009 7:06 pm

    Vivir trabajando o morir combatiendo

    Marx decide dejar Alemania, donde las perspectivas son cada vez más precarias por el propio atraso social del país y por haber agotado los recursos que intelectualmente el hegelianismo le podía proporcionar. En la carta de septiembre a Ruge, Marx confiesa que le es cada vez más difícil respirar en Alemania y piensa irse a Francia, el país de la revolución, en donde el pensamiento socialista y comunista se desarrollaba profusamente en todas direcciones.

    Ruge estaba estrechamente asociado al proyecto francés que Marx había perfilado. Cuando Marx se trasladó a París, Ruge le había expresado su desánimo tras su experiencia con la censura prusiana y la falta de perspectivas revolucionarias en Alemania. La penúltima carta de Marx a Ruge, escrita en Colonia en mayo de 1843, está dedicada en parte a levantar el abatido estado de ánimo de Ruge y da una idea del optimismo de Marx.

    A finales de octubre de 1843, Marx se traslada a París, entonces una ciudad que se debatía entre dos clases sociales, la burguesía y el proletariado, y entre dos revoluciones, la de 1830 y la de 1848. Tras la derrota de Napoleón en 1815 había regresado a Francia la reacción Borbónica. Sólo duró 15 años, hasta que la revolución de julio cambió la dinastía de los Borbones a los Orleans cuyo jefe, Luis Felipe, era un representante de la burguesía: su preocupación por la economía era la admiración de los pequeños comerciantes parisinos.

    Mientras la monarquía constitucional enriqueció a la burguesía, dirigió todas sus fuerzas contra la clase obrera, donde ya se manifiesta, aunque insuficientemente, una tendencia a la organización independiente. Después de la revolución fue la época de auge de las sociedades secretas, compuestas principalmente de estudiantes e intelectuales; los obreros son únicamente la excepción.

    El movimiento mas importante de aquella época fueron las dos insurrecciones obreras que estallaron en Lyon en 1831 y 1834. Durante muchos días los obreros tuvieron la ciudad en sus manos pero no plantearon ninguna reivindicación política. Sobre su bandera inscriben su lema: Vivir trabajando o morir combatiendo. Se impuso la última opción: fueron vencidos y sometidos a terribles represalias.

    Las insurrecciones de Lyon tuvieron más alcance que la revolución de 1830 que había actuado principalmente sobre los elementos pequeño-burgueses democráticos. Pero la doble insurrección lyonesa manifestó por vez primera la importancia revolucionaria de la clase obrera.

    De este modo, pues, en esta época, en Francia (también en Inglaterra), entra en escena una nueva fuerza que comienza a organizarse. Pero a diferencia de Inglaterra, en Francia los obreros y artesanos no se podían asociar. Por eso en Francia, y especialmente en París, nacieron muchas sociedades secretas en las que los obreros acordaban luchar unidos contra la sociedad burguesa. El representante más genuino de este movimiento es Augusto Blanqui, quien empieza a organizar comités revolucionarias entre los obreros de París, en los que participan revolucionarios perseguidos de otros países, especialmente alemanes.

    En toda Europa la revolución de 1830 animó levantamientos, el más importante de los cuales fue la insurrección polaca del año siguiente. Cada intento revolucionario inundaba París de refugiados, que acudían allí como otros a La Meca. Con todos ellos los blanquistas formaban grupos de conspiradores clandestinos para apoderarse del poder mediante un golpe de mano audaz. En mayo de 1839 desencadenaron en París un intento de insurrección que fracasó. Entre los conspiradores está el alemán Carlos Schapper quien, junto con otros, tiene que huir Francia a Londres, donde organiza una sociedad de educación obrera.

    Una de las más importantes y antiguas sociedades secretas era la Liga de los Proscritos, compuesta por revolucionarios alemanes refugiados. En parís tuvieron una escisión y una parte de sus miembros, dirigidos por Schuster, fundó la Liga de los Justos, que subsistió durante tres años, y cuyos miembros, entre ellos Schapper, participaron en la insurrección de Blanqui y, al igual que los blanquistas, fueron detenidos y encarcelados. Tras su liberación, Schapper y sus camaradas se dirigieron a Londres, donde crearon una sociedad de educación obrera.

    Marx seguía el rastro de Schapper desde Alemania. No le conoció en París pero sí conoció a otros como él, revolucionarios ya curtidos en numerosas luchas por toda Europa. Visitaba a menudo los suburbios donde vivían los obreros y refugiados políticos cuyos elementos más avanzados se reunían en las trastiendas de muchos pequeños cafés y tabernas de las torcidas callejuelas de París para analizar las experiencias pasadas y extraer las lecciones corresondientes. Todos estos contactos enriquecieron su experiencia política. Luego esta sociedad pasó a llamarse Liga de los Justos y Marx entró en contacto con sus dirigentes, así como con los dirigentes de la mayoría de las sociedades obreras secretas de Francia. Sin embargo, no ingresó en ninguna de ellas. También trabó conocimiento con los socialistas utópicos franceses Etienne Cabet, Pierre Leroux, Luis Blanc y Pedro José Proudhon. Además se hizo amigo del poeta alemán Enrique Heine y se entrevistó con el ruso Miguel Bakunin, iniciandose entre ambos una relación de amistad.

    A finales de agosto de 1844 Marx y Engels estuvieron juntos en París diez días, muy pocos pero los suficientes para apercibirse de que habían llegado a las mismas conclusiones. Mientras estuvo en Inglaterra, mantuvo con él correspondencia. Fue entonces cuando empezó su fecunda amistad y colaboración, sin precedentes en la historia. Como escribió luego Lenin: Las leyendas de la antigüedad nos muestran diversos ejemplos de emocionante amistad. El proletariado europeo tiene derecho a decir que su ciencia fue creada por dos sabios y luchadores cuyas relaciones superan a las más emocionantes leyendas antiguas sobre la amistad entre los hombres. En la lucha por la revolución proletaria, Marx encontró en Federico Engels un fiel camarada. El artículo Apuntes acerca de la crítica de la Economía política, enviado por Engels y publicado en los Anales franco-alemanes, incrementó el interés de Marx por los problemas de la economía política.

    Marx tenía en proyecto redactar una gran obra dedicada a la economía política y por eso analizaba con espíritu crítico obras de los clásicos burgueses de aquella disciplina, especialmente Adam Smith y David Ricardo. El resultado más importantes del trabajo hecho por Marx en aquel período los conocemos como los Manuscritos filosófico-económicos redactados en el otoño de 1844, que no fueron publicados hasta 1932 en la Unión Soviética. Muchos de los primeros escritos de Marx no fueron conocidos por los propios marxistas, Lenin incluido, durante un largo periodo del movimiento obrero y luego la burguesía ha pretendido tergiversarlos. Después de la II Guerra Mundial, en plena guerra fría, toda una legión de estafadores ideológicos de las más variadas y peregrinas corrientes filosóficas, bajo una apariencia de progresismo, se dedicó a enfrentar a Marx consigo mismo, a buscar contradicciones entre el joven y el viejo Marx, que era una forma de enfrentar a Marx con Engels y, finalmente, a Marx con Lenin, que era el objetivo final: la Revolución de Octubre no tenía relación con Marx y el marxismo. En los Manuscritos socialdemócratas y revisionistas creyeron haber encontrado un verdadero filón. Sólo había que retorcer un poco el marxismo y, sobre todo, desconectarlo de otros escritos suyos de la misma época, para acercarlo al reformismo y la charlatanría más vulgar.

    Una de esas burdas manipulaciones de los Manuscritos es la introducción que redactó Rubio Llorente, en un tiempo presidente del Tribunal Constitucional español, para presentar su traducción al castellano (1). Como buen picapleitos mentiroso, Rubio Llorente asegura que los comunistas o bien ignoramos, o bien atacamos los Manuscritos de Marx, especialmente los bolcheviques soviéticos, que fueron quienes los sacaron del olvido en que los habían mantenido -precisamente- la socialdemocracia. Como escribió Rubinstein, al ser la única obra de Marx que trata de temas sicológicos, los Manuscritos desde hace mucho tiempo fueron estudiados a fondo en la Unión Soviética, destacando un artículo suyo de 1934, dos años después de su publicación (2).

    Se pueden poner más ejemplos: Lukacs, en su estudio de 1938 sobre El Joven Hegel trató de establecer la continuidad entre Hegel y Marx basándose precisamente en la lectura que llevó a cabo en Moscú de los Manuscritos en 1930, dos años antes de que su publicaran. Por tanto, el interés por aquella obra de Marx ni empieza ni es tampoco exclusiva de los países occidentales.

    En la obra, Marx critica a los economistas burgueses, poniendo en claro toda una serie de rasgos peculiares de la explotación capitalista. Fustiga el comunismo primitivo, burdamente igualitarista y examina desde un punto de vista crítico la dialéctica de Hegel y la filosofía hegeliana en general. Aún se advierte la influencia de Feuerbach, e incluso Marx utiliza un lenguaje religioso. La resurrección del hombre, dice, es al mismo tiempo la resurrección de la naturaleza; si el hombre se hace consciente de sí mismo a través del proletariado, entonces la naturaleza se hace consciente de sí misma a través del hombre. Esto es interesante ponerlo de manifiesto porque para enfrentar a Marx con Engels, la burguesía (Schmidt, Colleti) ha tratado de hacernos creer que la dialéctica de la naturaleza no existía en el pensamiento de Marx, y mucho menos en su pensamiento juvenil. Pero no se trata sólo de que Marx también tenga en cuenta a la naturaleza sino de que, a diferencia de la burguesía (Kojève, Sartre) no la separa del espíritu. La aportación de Marx y Engels versa sobre todo acerca de la historia y de la sociedad, pero ni se puede reducir a un humanismo abstracto ni se puede olvidar su conexión con la naturaleza.

    Marx siguió en París el estudio de las obras de Carlos Fourier, Henri Saint-Simon, Roberto Owen y otros destacados socialistas utópicos que había iniciado ya en Alemania. Aunque los utopistas sometieron a la sociedad capitalista a una dura crítica, no pudieron descubrir las leyes de su desarrollo ni encontrar la fuerza social capaz de crear una nueva sociedad. Marx también consagró mucho tiempo al estudio de la revolución burguesa que tuvo lugar en Francia en las postrimerías del siglo XVIII y, particularmente, al estudio de la historia de la Convención.

    El contacto directo con la vida y la lucha de los obreros franceses y el estudio crítico de la economía política burguesa y las obras de los socialistas utópicos contribuyeron a que Marx pasase definitivamente del idealismo al materialismo y de la democracia revolucionaria al comunismo.

    Marx no marcha a París ni a improvisar ni a estudiar. Tiene un proyecto político muy meditado y definido, publicar los Anales franco-alemanes, una revista cuyo título lo dice todo: fundir la dialéctica hegeliana con el materialismo francés, la profundidad filosófica alemana con la práctica política revolucionaria de los franceses. Así como la filosofía encuentra en el proletariado las armas materiales, el proletariado encuentra en la filosofía las armas intelectuales de su liberación. El proyecto de los Anales franco-alemanes, pues, no era continuar una revista que a causa de la censura no se podía publicar en Prusia, sino algo bien diferente. Tampoco es un proyecto intelectual, sino político: lograr la colaboración de los utopistas franceses. Marx había puesto muchas esperanzas en este proyecto que debía tender lazos estrechos entre los revolucionarios franceses y alemanes. Entre agosto y setiembre de 1843 Marx redactó un breve proyecto de programa para orientar de la publicación como expresión de una acción organizada. Por tanto, la preocupación de Marx era militante. Esta dimensión de la obra juvenil de Marx -el compromiso con una causa y la necesidad de construir una organización revolucionaria- es uno de los aspectos más ignorados de Marx.

    Los Anales franco-alemanes vieron la luz en París en febrero de 1844 pero ningún colaborador francés respondió a los llamamientos y todas las contribuciones vendrían de los alemanes. Al criticar al hegeliano de izquierda Bruno Bauer por sus conceptos idealistas en la cuestión nacional, Marx, en el artículo Sobre la cuestión judía, formuló por vez primera, aunque todavía de una manera abstracta, su tesis sobre la diferencia esencial entre la revolución burguesa y la revolución socialista. Cuando en estos primeros escritos Marx habla de una nueva era, hay que tener en cuenta que en Alemania y en una gran parte de Europa, eso significaba derrumbe del feudalismo y victoria de la república democrática. Pero, a diferencia de la burguesía liberal, Marx va más allá de la lucha por la abolición de las trabas feudales y de las restricciones de los derechos civiles de los judíos, cuya abolición consideraba un paso adelante, contrariamente a Bruno Bauer. Marx muestra los límites inherentes a la propia noción de derechos civiles que no significan otra cosa que los derechos del ciudadano atomizado en una sociedad de individuos en competencia. Para Marx, la emancipación política -en otras palabras la revolución burguesa que estaba todavía por realizarse en una Alemania atrasada– no debía ser confundida con la emancipación social auténtica que permitiría a la humanidad liberarse de la dominación de poderes políticos ajenos así como de la tiranía del intercambio. Esto implicaba la superación de la separación entre el individuo y la sociedad. Marx no se refería sólo a una lucha puramente transitoria hacia una república burguesa, sino a una lucha que debía proseguir hacia una sociedad liberada de la explotación capitalista. El compromiso de Marx y Engels con el comunismo implicaba, desde el principio, la tendencia a conjugar revolución burguesa y revolución proletaria y pensaban que ésta vendría rápidamente tras aquélla. Esto queda claro porque Marx ve al proletariado como el sujeto del cambio revolucionario incluso en una Alemania atrasada y más claro todavía en el Manifiesto Comunista y en su teoría de la revolución permanente elaborada en la estela de los levantamientos de 1848. Él habría de reconocer más tarde que la lucha inmediata por tal mundo no estaba aún a la orden del día de la historia, que la humanidad debía aún pasar por el calvario del capitalismo para que las bases materiales de la nueva sociedad quedaran establecidas, pero jamás se desvió de su inspiración inicial. No utilizó el término comunismo, pero las implicaciones de su punto de vista son evidentes.

    Contra el socialismo utópico

    Durante los diez días que Engels estuvo en París con Marx comenzó su colaboración con el plan de su obra común La Sagrada Familia o Crítica de la crítica crítica. Contra Bruno Bauer y Cía., que vio la luz en febrero de 1845. Este libro, enfilado contra los hermanos Bauer y otros jóvenes hegelianos, es una crítica demoledora de las posiciones de los neohegelianos. La mayor parte de La Sagrada Familia se debe a la pluma de Marx.

    Al hacer la crítica de los conceptos idealistas y subjetivistas de los hermanos Bauer y sus correligionarios, que únicamente consideraban agentes de la historia a unos cuantos elegidos, Marx y Engels formularon una de las tesis principales del materialismo histórico: los auténticos artífices de la historia no son los héroes, sino las masas populares; eran ellas, cada vez más amplias a medida que corría la historia, quienes impulsaban conscientemente el desarrollo histórico de la sociedad.

    En La Sagrada Familia se formula, ya casi ultimada, la concepción de Marx y Engels acerca de la misión histórica del proletariado. Contrariamente a los socialistas utópicos, que sólo veían en el proletariado una masa impotente y mártir, Marx y Engels consideraban que la clase obrera era una fuerza social capaz de llevar a cabo la transformación revolucionaria de la sociedad. La idea de la misión histórica del proletariado fue la piedra angular del armonioso edificio del comunismo científico. Lo fundamental en la doctrina de Marx -decía Lenin- es el esclarecimiento de la misión histórica del proletariado como creador de la sociedad socialista Gracias a este descubrimiento genial, el socialismo se convirtió de utopía en ciencia, adquiriendo por vez primera una base real y ligándose a los destinos de la clase revolucionaria en desarrollo. Con La Sagrada Familia se sentaron los cimientos de una nueva concepción revolucionaria y materialista de la ideología del proletariado.

    No obstante, la propaganda de esta nueva concepción, que iba madurando en Marx y Engels, tropezaba con grandes dificultades. Después de la publicación del primer número doble, los Anales franco-alemanes dejaron de salir. Ello se debió, principalmente, a las profundas divergencias surgidas en el seno de la redacción entre Marx y el radical burgués Arnold Ruge. Las discrepancias en cuestión llevaron a la ruptura y a una polémica abierta entre ellos -en el periódico alemán ¡Adelante! (Vorwarts!), editado en París- en torno a la apreciación de la insurrección de los tejedores de Silesia (junio de 1844). Ruge decía que aquella insurrección había sido un motín ciego e insensato, mientras que Marx aplaudía con entusiasmo la primera acción del proletariado alemán, advirtiendo satisfecho manifestaciones de conciencia de clase en la actuación de los obreros insurrectos. Influido por Marx, el periódico empezó a adquirir una orientación comunista y una notoria tendencia antiprusiana.

    Debido a la presión ejercida por el gobierno prusiano, Marx, lo mismo que algunos otros colaboradores del periódico, fue expulsado de Francia y se trasladó en febrero de 1845 a Bruselas. Al enterarse de que el gobierno prusiano hacía gestiones para que el gobierno belga lo entregase a las autoridades alemanas, Marx renunció en diciembre de 1845 a la ciudadanía prusiana, aunque nunca adoptó ninguna otra nacionalidad.

    En la primavera de 1845 llegó a Bruselas Engels, que había concluido su obra La situación de la clase obrera en Inglaterra. Al sintetizar en este libro la experiencia de lucha de los obreros ingleses, Engels fundamentó la idea de la misión histórica del proletariado. Posteriormente, refiriéndose a sus entrevistas con Marx en la capital belga, Engels escribió: Cuando volvimos a reunirnos en Bruselas, en la primavera de 1845, Marx [...] había desarrollado ya, en líneas generales, su teoría materialista de la historia, y nos pusimos a elaborar en detalle y en las más diversas direcciones, la nueva concepción descubierta.

    Para elaborar con detalle la ciencia sobre la sociedad, Marx y Engels empezaron a redactar una nueva obra común, La Ideología Alemana. En abril de 1846, la obra estaba casi acabada, pero nadie quiso editarla. No se publicó en su integridad hasta 1932 en la Unión Soviética en alemán.

    En La Ideología Alemana aparecen formuladas, en sus rasgos más importantes, las principales tesis del materialismo histórico, gran descubrimiento de Marx, que constituye un cambio radical, una verdadera revolución en el modo de comprender la historia universal. Este descubrimiento transformó la historia en ciencia.

    Después de demostrar la tesis del materialismo histórico acerca del papel determinante que tiene la producción de los bienes materiales en la vida de la sociedad, Marx y Engels esclarecieron la dialéctica del desarrollo de las fuerzas productivas y de las relaciones de producción. Fueron los primeros en formular, en La Ideología Alemana, su tesis sobre las formaciones económico-sociales. Al poner de manifiesto la regularidad objetiva del proceso histórico, demostraban que, al igual que el feudalismo fue reemplazado por el capitalismo, éste sería sustituido por otro régimen social nuevo: por el socialismo.

    En La Ideología Alemana se fundamenta la tesis de que, en las sociedades integradas por clases antagónicas, la lucha de clases es la fuerza motriz del desarrollo. Para el paso del capitalismo al socialismo, son condiciones indispensables la lucha de clase del proletariado y la revolución socialista. Para suprimir la sociedad capitalista, el proletariado, como cualquier clase que aspire al dominio, debe, ante todo, conquistar el poder político. Esta tesis de Marx y Engels encierra el germen de su doctrina sobre la dictadura del proletariado. En La Ideología Alemana se esbozan los contornos de la futura sociedad comunista.

    El comunismo, que era para los socialistas utópicos el sueño quimérico en un espléndido futuro, es para Marx y Engels una finalidad condicionada objetiva e históricamente que se alcanza con medidas prácticas de carácter revolucionario. En el libro someten a una profunda crítica la filosofía idealista de Hegel y de los jóvenes hegelianos. Al mismo tiempo que reconocían los méritos de Feuerbach en la lucha contra el idealismo, Marx y Engels demostraron que el materialismo feuerbachiano era contemplativo y metafísico, haciendo hincapié en la ligazón indisoluble entre la teoría y la práctica revolucionarias, así como en el eficaz papel transformador de la teoría. Esta idea está expresada con la máxima concisión y claridad en las Tesis sobre Feuerbach, escrita por Marx en 1845: Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.

    La Ideología Alemana también critica la teoría pequeño-burguesa, reaccionaria y utópica conocida bajo el nombre de socialismo auténtico. La obra constituye una importante etapa en la formación de los fundamentos filosóficos del comunismo científico, o sea, del materialismo dialéctico y del materialismo histórico. Este descubrimiento genial, la mayor conquista del pensamiento humano, hizo por vez primera de la filosofía una ciencia que reflejaba fielmente las leyes objetivas del desarrollo de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento humano. La única filosofía auténticamente científica, la filosofía marxista, es un arma no sólo para conocer el mundo, sino también para transformarlo.

    La nueva teoría revolucionaria no podía abrirse paso entre las masas obreras más que luchando con intransigencia contra la ideología burguesa imperante en la sociedad capitalista y contra las numerosas formas de comunismo pequeño burgués, entonces tan en boga, que desviaban a los obreros del camino de la lucha de clases y los llevaban al terreno de la utopía y de las quimeras. En las cartas y circulares del Comité de Bruselas, Marx y Engels sometieron a una crítica fulminante el llamado socialismo auténtico (Moses Hess, Carlos Grün, Hermann Kriege y otros), los cuales, con su prédica del amor y la fraternidad, pretendían reconciliar al proletariado con la burguesía. El más importante de los auténticos era Carlos Grün que había conocido a Proudhon en París en 1844. Su obra Die Soziale Bewegung in Frankereich und Belgien fue la primera que dio a conocer a Proudhon a los revolucionarios alemanes. Grün era un hombre de letras polifacético que, como Proudhon, ocupó durante un corto y decepcionante período un puesto de parlamentario en la Asamblea Nacional Prusiana, en 1849 y pasó gran parte de su vida en el exilio, hasta su muerte en Viena en 1887.

    Hermann Kriege (1820-1850) era otro de aquellos que irónicamente Marx y Engels calificaban de auténticos. Estudiante y luego periodista, había sido presentado por Feuerbach a la Liga de los Justos para colaborar en el Comité bruselés de correspondencia. La Circular contra Kriege, escrita por Marx y Engels en mayo de 1846 fue un documento muy importante y da perfecta idea de su lucha contra el socialismo auténtico, que sustituyó la lucha de clases por una empalagosa saturación de amor, como escribió Engels muchos años después. En esencia, diría Marx en La ideología alemana que los alemanes habían importado la literatura socialista francesa a Alemania, pero no habían importado las condiciones materiales que habían dado lugar a esa literatura.

    Kriege desapareció en Estados Unidos; tras la revolución de 1848 todo el movimiento desapareció, como dijo Mehring sin dejar huella.

    Mucho más consistentes e influyentes eran las teorías de Guillermo Weitling (1808-1971). Sastre de profesión, Weitling era uno de los primeros artesanos revolucionarios alemanes, representante destacado del socialismo utópico de aquel tiempo. Como muchos artesanos de aquella época, iba de una ciudad a otra y, en 1835, ya había estado en París, donde en 1837 se instaló durante un largo tiempo. A finales de 1838, escribió, a petición de sus camaradas, el artículo La humanidad tal como es y tal como debe ser, en el cual defendía un tipo de socialismo vulgar e igualitarista. En 1842 publicó su principal obra, Las garantías de la armonía y de la libertad, en la cual exponía las opiniones adelantadas ya en 1838.

    En París se afilió a la Liga de los Justos y estudió las teorías de Lamennais, representante del socialismo cristiano, de Saint-Simon y de Fourier. También mantuvo contacto con Blanqui y sus correligionarios. Luego tuvo que huir a Suiza, donde, después de una infructuosa tentativa para llevar la acción propagandística a la zona francesa y luego a la alemana, empezó a organizar con algunos camaradas círculos entre los obreros y emigrados alemanes.

    En Suiza encontró a Bakunin, sobre quien ejerció una poderosa influencia. En la primavera de 1943 le detuvieron en Zurich, le abrieron un sumario con varios acusados, entre ellos Bakunin, que se encontró complicado en el asunto y tuvo que huir.

    Tras cumplir su condena, Weitling fue enviado nuevamente a Alemania en mayo de 1844. Después de toda clase de vicisitudes, consiguió llegar a Londres, por Hamburgo, donde fue recibido con grandes honores. En su honor se organizó una gran asamblea a la cual asistieron, además de los socialistas y cartistas ingleses, los emigrados franceses y alemanes. Fue la primera gran asamblea internacional en Londres. Proporcionó a Schapper la ocasión para organizar, en octubre de 1844, una sociedad internacional denominada Sociedad de los Amigos democráticos de todos los pueblos. Se propuso como objetivo el acercar a todos los revolucionarios de cualquier nacionalidad, reforzar la fraternidad entre los distintos pueblos, y conquistar los derechos sociales y políticos. Estaba dirigida por Schapper y sus amigos.

    Weitling permaneció en Londres casi un año y medio y, al principio, gozó de gran influencia entre la sociedad obrera londinense, en la cual tenían lugar apasionadas discusiones, especialmente sobre los temas ligados al momento actual. Pero pronto chocó con una fuerte oposición. Durante su separación, sus antiguos camaradas (Schapper, Bauer, Moll) ya se habían familiarizado con el movimiento obrero inglés y habiendo aprendido las doctrinas de Owen. Sin embargo, siempre preservó una gran influencia entre los obreros de toda Europa y seguía siendo uno de los hombres más populares y conocidos no sólo entre los obreros, sino también entre los intelectuales alemanes. El célebre poeta Heine nos dejó una descripción de su encuentro con Weitling:

    Lo que más hería mi orgullo era la descortesía de este muchacho respecto a mi persona durante la conversación. No se había quitado el sombrero, y mientras yo permanecía de pie, él estaba sentado en un banco, con su rodilla derecha a la altura del mentón; con la mano libre no dejaba de frotarse la rodilla. Primeramente tomé esta postura irrespetuosa por una costumbre contraída durante el ejercicio de su oficio de sastre, pero pronto me desengañó. Cuando le pregunté por qué no dejaba de rascarse la rodilla, me respondió con todo indiferente, como si se tratara de la cosa más corriente, que, en las diferentes prisiones alemanas donde había estado, le tenían encadenado; pero como la anilla de hierro que le rodeaba la rodilla era a menudo demasiado estrecha, le había quedado una picazón que le hacía rascarse la rodilla... Confieso que retrocedí algunos pasos cuando este sastre, con su repugnante familiaridad, me narró estas historias sobre cadenas de prisiones... ¡Extrañas contradicciones en el corazón humano! Yo, que, un día, besé en Munster respetuosamente las reliquias del sastre Jean de Leyde, las cadenas que llevó, las tenazas con que le torturaron, yo que me entusiasmé por un sastre muerto, sentía una repulsión invencible hacia este sastre vivo, hacia este hombre que, sin embargo, era un apóstol y un mártir de la misma causa por la cual había sufrido el glorioso Jean de Leyde.

    Aunque esta descripción no honra al poeta, muestra la profunda impresión que Weitling le produjo. Heine aparece como un gran señor del pensamiento y del arte que considera con curiosidad, no exenta de repugnancia, al tipo luchador que todavía le es extraño. Con esta curiosidad ociosa es como los poetas examinan a un revolucionario. Por el contrario, un intelectual como Marx se comportaba con Weitling de otro modo. Para él, Weitling era el portavoz inteligente de las aspiraciones de este mismo proletariado al cual acababa de formular su misión histórica. He aquí lo que escribía sobre Weitling antes de conocerle:

    ¿Qué obra sobre el tema de su emancipación política podría oponer la burguesía (alemana), comprendidos sus filósofos y sus publicistas, a la obra de Weitling:

    ¿Las garantías de la armonía y de la libertad? Que se compare la seca mediocridad y el abotargamiento de la literatura política alemana a este brillante comienzo de los obreros alemanes, que se comparen estas botas de siete leguas del proletariado naciente con los zapatos de la burguesía, y descubrirán en el doliente proletariado al futuro atleta de estatura gigantesca.

    Marx y Engels consideraban muy importante ganarse a los círculos obreros que se encontraban bajo la influencia de Weitling. Tenían que intentar trabar conocimiento con él. En el verano de 1845, durante su corta es tancia en Inglaterra, ambos conocieron a los cartistas ingleses y los emigrados alemanes pero no se sabe si se encontraron también con Weitling, que entonces vivía en Londres. No establecieron estrechas relaciones con él hasta comienzos de 1846, cuando Weitling fue a Bruselas, donde Marx se había establecido en 1845, cuando fue expulsado de Francia.

    Marx y Engels realizaron numerosos esfuerzos para ponerse de acuerdo con él en una plataforma común. Hicieron todo lo posible para que renunciara a sus confusas ideas y llegase a comprender el comunismo científico.

    Weitling no era un utopista al estilo de Fourier y los demás, sino que -influenciado en parte por Blanqui- no creía en la posibilidad de llegar al comunismo por medio de la persuasión sino únicamente por la violencia. No atribuía ninguna importancia a la acción propagandística. Cuanto más rápidamente se destruya la sociedad existente más rápida será la liberación del pueblo. El mejor medio para conseguirlo es provocar el desorden extremo, la anarquía social existente. Cuanto peor vayan las cosas, mejor. Para atraer a las masas juzgaba necesario explotar el sentimiento religioso. Escribió un Evangelio de los pobres pecadores para hacer de Cristo un precursor del comunismo, al que representaba como un cristianismo desprovisto de todos los ingredientes marginales que se la habían ido añadiendo a lo largo de los siglos.

    Había elaborado con todo detalle el plan de una nueva sociedad bajo la forma de una sociedad comunista dirigida por un pequeño grupo de hombres buenos. Era un obrero muy inteligente que se había formado a sí mismo, que poseía un talento literario considerable, pero que tenía todos los defectos de los autodidactas. El autodidacta se dedica a sacar de su interior algo ultranuevo; inventa cualquier aparato extremadamente ingenioso, y, posteriormente, con la experiencia, constata que ha gastado su esfuerzo y un tiempo considerable en descubrir el Mediterráneo. Busca un perpetuum mobile cualquiera, inventa un modo de hacer feliz al hombre, o transformarlo en sabio en un abrir y cerrar de ojos. Weitling pertenecía a esta especie de autodidactas. Quería descubrir un medio que permitiera a los hombres el asimilar casi instantáneamente cualquier ciencia. Quería inventar un idioma universal. Hecho característico: otro autodidacta, un obrero, Proudhon, también había emprendido esta tarea. A veces es difícil discernir qué es lo que más deseaba Weitling, lo que prefería, si el comunismo o el idioma universal. Auténtico profeta, no soportaba ninguna crítica, y alimentaba una particular desconfianza hacia las personas cultas, a quienes sus manías no interesaban.

    El elemento más seguro, el más revolucionario, capaz de destruir esta sociedad, era, según Weitling, el lumpenproletariado, los vagabundos e incluso los delincuentes. Para Weitling, el proletariado no era una clase particular con intereses particulares. Era solamente una parte de la población pobre, oprimida y, entre estos elementos pobres, el más revolucionario era el lumpenproletariado. Weitling sostenía que los ladrones representaban uno de los elementos más firmes en la lucha contra la sociedad existente.

    Pero Weitling ya no era entonces un joven candoroso, como dijo Engels. Por todas partes veía trampas, rivales y envidiosos de su superioridad. Aunque Marx le acogió en su casa en Bruselas con una paciencia casi sobrehumana, no logró atraérselo a las filas revolucionarias. El crítico ruso Paul Annenkov, que pasó entonces por Bruselas camino de Francia, cuenta que durante una reunión tuvo lugar una violenta discusión entre Marx y Weitling. Dando un puñetazo sobre la mesa, Marx le gritó a Weitling: La ignorancia nunca ha ayudado a nadie y nunca ha tenido ninguna utilidad. Según una carta del propio Weitling, en aquella reunión Marx sostuvo que era necesario depurar las filas de los comunistas y criticar las ideologías inconsistentes; declaró que era necesario renunciar a todo socialismo que se apoyara únicamente en la buena voluntad; que la realización del comunismo debía estar precedida de una época en la cual la burguesía detentaría el poder. Como Bakunin, Weitling estaba en contra del trabajo preparatorio de tipo propagandístico, bajo el pretexto de que los pobres siempre estaban dispuestos para la revolución, y que, por consiguiente, esta última podía realizarse en cualquier momento mientras hubiera jefes resueltos. Por consiguiente, otra de las divergencias de Marx y Engels con Weitling podía resumirse en el principio de que sin teoría revolucionaria no puede haber ningún movimiento revolucionario.

    En mayo de 1846 se consumó la ruptura. Weitling partió hacia Londres, de donde pasó a América, lugar en el que permaneció hasta la revolución de 1848. Tras su traslado definitivo a los Estados Unidos en 1849, Weitling renunció al comunismo y se vinculó aún más estrechamente al mutualismo proudhoniano.


    Última edición por RDC el Sáb Dic 26, 2009 7:20 pm, editado 1 vez
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    Mensaje por RDC Sáb Dic 26, 2009 7:07 pm

    La organización del partido obrero

    En París Marx y Engels mantuvieron inicialmente un estrecho contacto con Proudhon pero pronto tuvo que pasar a la crítica porque éste se mantuvo siempre en el terreno de la teoría y la utopía, incapaz de avanzar más allá y adoptar posturas realmente revolucionarias. Algunas de la ideas originarias de Proudhon eran innovadoras e influyeron al comienzo sobre Marx y Engels, que en La sagrada familia hicieron una valoración positiva de ellas: Proudhon somete la base de la economía nacional, la propiedad privada al primer examen serio, absoluto, al mismo tiempo que científico. He aquí el gran progreso científico que ha realizado, un progreso que revoluciona la economía nacional y plantea, por primera vez, la posibilidad de una verdadera ciencia de la economía nacional. La obra de Proudhon ‘¿Qué es la propiedad?’, tiene para la economía nacional la misma importancia que la obra de Siéyès ‘¿Qué es el tercer estado?’, para la política moderna.

    Pero Proudhon era por completo ajeno al proletariado. Sus tesis expresaban la ruina del artsanado y la pequeña burguesía. sostuvieron también una lucha implacable contra las nebulosas concepciones idealistas, reformistas y pequeño-burguesas de Proudhon. En diciembre de 1846, Marx ya criticó a Proudhon en una larga carta a Paul Annenkov exponiendo concisamente su propia concepción materialista de la historia. El libro de Marx Miseria de la Filosofía responde a la Filosofía de la miseria de Proudhon, escrito en 1847, con una crítica detallada de sus concepciones.

    Miseria de la Filosofía fue otro importante paso de Marx en la elaboración de los fundamentos teóricos del comunismo científico -el materialismo dialéctico y el materialismo histórico-, la primera exposición en letras de imprenta de sus tesis principales. En esta obra hizo Marx el balance de los primeros resultados de la revisión crítica de la economía política burguesa, revisión iniciada ya por él durante su estancia en París. Puso al descubierto el principal defecto de la economía política burguesa, que estimaba inmutables y eternas la sociedad capitalista y las leyes económicas a ella inherentes. Contrariamente a los economistas burgueses y a su acólito Proudhon, Marx consideraba las categorías de la economía política como una expresión teórica de las relaciones sociales, como categorías históricamente transitorias, llamadas a desaparecer con las condiciones que las habían engendrado. Al denunciar la inconsistencia de las recetas proudhonianas de mejoramiento del capitalismo. Marx demostró que la explotación, la miseria y las crisis acompañan necesariamente al capitalismo y sólo pueden ser suprimidas si se suprime el modo de producción capitalista. Concretando su idea de la misión histórica del proletariado, Marx destacó la enorme importancia de la lucha económica de los obreros y su ligazón indestructible con la lucha política, esbozando por vez primera la táctica de la lucha de clase del proletariado.

    Tanto en la Miseria de la Filosofía como en las conferencias que dio para los obreros de Bruselas en diciembre de 1847 y que fueron publicadas por la Nueva Gaceta Renana en 1849, con el título Trabajo asalariado y capital, Marx formuló importantes tesis de su economía política. Fueron necesarios muchos años de investigación para desentrañar las claves de la economía de la sociedad capitalista, sintetizar la rica experiencia de la lucha de la clase obrera y dar a su doctrina económica un carácter acabado, rigurosamente científico.

    La lucha de Marx y Engels contra el socialismo auténtico, contra la doctrina de Weitling, la de Proudhon y otras tendencias pequeño-burguesas contribuyó a que los obreros avanzados empezaran a comprender el comunismo científico.

    Marx se encontraba inmerso en un proyecto de organización de nuevo tipo que agrupara a los comunistas y a los obreros de vanguardia de distintos países sobre la base de un programa revolucionario y una teoría científica. Contando con Engels, aspiraba a hacer su nueva teoría revolucionaria patrimonio de las masas obreras, a pertrechar al proletariado con la comprensión de los objetivos y los medios de la lucha. Entonces Bruselas ofrecía grandes comodidades a este respecto. Bélgica era como una estación intermedia entre Francia y Alemania. Los obreros e intelectuales alemanes que se dirigían a París pasaban habitualmente algunos días en Bruselas. Desde allí la literatura ilegal se repartía clandestinamente por toda Alemania. Entre los obreros residentes temporalmente en Bruselas algunos eran personas extraordinariamente inteligentes.

    Desde que Marx comprendió que para transformar radicalmente el régimen social existente había que apoyarse en la clase obrera, en el proletariado, el cual, en su propia existencia, encuentra toda clase de estímulos para su lucha contra este régimen, se dirigió a los círculos obreros, esforzándose con Engels por penetrar en todos sus lugares de reunión, en todas las organizaciones donde se agrupaban. Porque ya entonces existían tales organizaciones, si bien dispersas y sometidas a la influencia de la burguesía.

    Muchos historiadores no han reparado en el trabajo de organización de Marx, al cual presentan como un pensador de gabinete. No han captado el papel de Marx en cuanto organizador y, por tanto, no han examinado una de las facetas más interesantes de su fisonomía. Si no se conoce el papel que Marx desempeñó como inspirador del trabajo de organización de 1846 y 1847, es imposible comprender el que tuvo luego como organizador en 1848 y durante la época de la I Internacional.

    Desde el fracaso de mayo de 1839, la Liga de los Justos había dejado de existir como organización central. Únicamente quedaron círculos aislados, organizados por antiguos miembros de la Liga de los Justos, uno de ellos en Londres.

    Marx y Engels tuvieron que empezar desde cero. En Bruselas crearon la Sociedad de educación obrera, donde Marx dio unas conferencias sobre economía política a los obreros. Además de cierto número de intelectuales entre los cuales destacaban Guillermo Wolf (a quien Marx dedicó más tarde el primer tomo de El Capital) y Weidemeyer, se encontraban igualmente en Bruselas obreros como Stephan Born, Vallau, Seiler y otros.

    Apoyándose en esta organización, Marx y Engels lograron estrechar sus relaciones con los círculos de Alemania, Londres, París, Suiza. Poco a poco, el número de militantes partidarios de las tesis de Marx y Engels aumentaba. Con el fin de agrupar a todos los elementos comunistas Marx concibió entonces un plan: transformar esta organización nacional puramente alemana en una organización internacional. Al principio era necesario crear en Bruselas, en París y en Londres un grupo, un núcleo de comunistas, que estuvieran completamente de acuerdo entre sí. Estos grupos tenían que designar comités encargados de mantener relaciones con otras organizaciones comunistas. De este modo se estrecharía la unión con otros países, y se prepararía el terreno para la unión internacional de estos comités. A propuesta de Marx, estos últimos se llamaron comités de correspondencia comunista. Algunos historiadores se han figurado que estos comités eran simples oficinas de corresponsales desde las que enviaban correspondencias litografiadas. O bien, como escribió Mehring en su último trabajo sobre Marx:

    Al no tener su propio órgano, Marx y sus amigos, se esforzaban en llenar como les fuera posible esta laguna por medio de circulares impresas y litografiadas. Al mismo tiempo, intentaron asegurarse corresponsales regulares en los grandes centros donde vivían los comunistas. Existían oficinas de este tipo en Bruselas y Londres, y se proponían establecer una en París. Marx escribió a Proudhon pidiéndole su colaboración.

    Sin embargo, basta leer la respuesta de Proudhon para ver que se trataba de una institución que no tenía nada que ver con una corresponsalía normal. Y, si recordamos que este intercambio de cartas tuvo lugar en 1846, tenemos que deducir que, mucho tiempo antes de que desde Londres propusieran a Marx que entrara en la Liga de los Justos ya desaparecida, en Londres, en Bruselas y en París, existían ya organizaciones cuya iniciativa emanaba, sin ningún género de dudas, de Marx.

    Los comités de correspondencia tenían una larga tradición en el movimiento revolucionario europeo, habiendo surgido de las filas de la propia burguesía revolucionaria. En 1792 por Thomas Hardy había fundado la sociedad londinense de correspondencia; cuando al Club de los jacobinos le prohibieron organizar secciones en las provincias, también organizaron comités de correspondencia. Es el mismo proyecto que luego Lenin puso en funcionamiento en Rusia con el periódico Iskra como método de organización. Al fundar sus sociedades, Marx también tenía intención de convertirlos en comités de corresponsales.

    En el segundo semestre de 1846 existía en Bruselas un comité de corresponsales perfectamente organizado, que cumplía las funciones de órgano central y al cual se le rendían cuentas. Comprende un número bastante grande de miembros y, entre ellos, muchos obreros. Formaban parte de él Marx, Engels, Guillermo Wolff, Edgar Westfalen, José Weydemeyer, Fernando Wolff, el comunista belga Felipe Gigot y otros. A mediados de 1846, el Comité Comunista logró entablar relaciones con los cartistas ingleses, con los dirigentes de la Liga de los Justos de Londres, con las comunas parisinas de la Liga y con diferentes grupos comunistas de Alemania. En París existía otro comité organizado por Engels que realizaba una propaganda intensiva entre los artesanos alemanes; en Londres existía otro dirigido por Schapper, Bauer y Moll. Seis meses más tarde éste fue a Bruselas para invitar a Marx a entrar en la Liga de los Justos y, como demuestra una carta de 20 de enero de 1847, acudió a Bruselas no como delegado de la Liga de los Justos, sino como delegado del comité de corresponsales comunistas de Londres, para presentar un informe sobre la situación de la sociedad londinense. Después de este viaje fue cuando Marx se convenció de que la mayoría de los londinenses se habían liberado de la influencia de Weitling. Probablemente, por iniciativa del Comité de Bruselas, resolvieron convocar un congreso en Verviers, ciudad situada cerca de la frontera alemana, de manera que a los comunistas alemanes les resultaría fácil la asistencia. Finalmente se desplazó a Londres, ciudad que presentaba mejores condiciones.

    Entonces, dio comienzo una una lucha de distintas tendencias. Principalmente en París, donde trabajaba Engels, esta lucha fue muy viva. Una corriente está representada por Grün, quien defiende el comunismo alemán, o verdadero comunismo, del cual encontramos una mordaz caracterización en el Manifiesto Comunista. Engels sostiene otra plataforma. Naturalmente, cada uno de los adversarios se esforzaza por reunir la mayoría de votos posibles. Y Engels cree a menudo hacerse con la victoria no sólo porque ha triunfado, tal como lo comunica al comité de Bruselas, al convencer a los que dudaban.

    Durante el verano de 1847, el congreso se reunió en Londres. Marx no asistió. El representante por Bruselas fue Guillermo Wolf y Engels representó a los comunistas parisienses. Los delegados eran poco numerosos, pero nadie se inmutó por ello. El congreso acordó reorganizar la Liga, que pasó a llamarse Liga de los Comunistas. La vieja consigna ¡Todos los hombres son hermanos! fue sustituida, a propuesta de Marx y Engels, por la de ¡Proletarios de todos los países, uníos! A partir de entonces, esta consigna, expresión del principio del internacionalismo proletario, es un llamamiento de combate de los proletarios en su lucha contra la esclavitud capitalista. Adoptaron unos estatutos, redactados por Engels, cuyo primer punto formulaba clara y netamente la idea esencial del comunismo: El objetivo de la Liga es el derrocamiento de la burguesía, el dominio del proletariado, la supresión de la antigua sociedad burguesa, basada en el antagonismo de clase, y la fundación de una nueva sociedad sin clases ni propiedad individual.

    Los estatutos de la organización fueron adoptados con la condición de que serían sometidos al examen de los distintos comités, y que serían adoptados de un modo definitivo en el próximo congreso, con las modificaciones que fuera necesario aportar a los mismos.

    El principio del centralismo democrático aparecía como fundamento organizativo. Cada uno de sus miembros debía profesar el comunismo y llevar una vida conforme con los objetivos de la Liga. El núcleo fundamental de la organización estaba constituido por un grupo determinado de miembros. Recibía el nombre de comunidad. Había comités regionales. Las distintas regiones del país s eunían bajo la dirección de un centro cuyos poderes se extendían a todo el país. Estos centros tenían que rendir cuentas al comité central.

    Esta organización se convirtió en el modelo para todos los partidos comunistas de la clase obrera al principio de su desarrollo. Pero tenía una particularidad que luego desapareció, aunque la encontremos nuevamente entre los alemanes hacia 1860. El comité central de la Liga de los Comunistas no se elegía personalmente en el Congreso. Sus plenos poderes como centro dirigente eran transmitidos al comité regional de la ciudad designada por el congreso como lugar de residencia del comité central. De este modo, si el congreso designaba Londres, la organización de esta región elegía un comité central de por lo menos cinco miembros. Ello aseguraba su estrecha relación con la gran organización nacional. Este es el tipo de organización que más tarde encontramos entre los alemanes, tanto en la propia Alemania como en Suiza. Su comité central siempre estaba ligado a una ciudad determinada designada por el congreso, y que llevaba el nombre de ciudad de vanguardia.

    El congreso aprobó igualmente elaborar el proyecto de una profesión de fe comunista, que sería el programa de la Liga. Las diferentes regiones tenían que presentar su proyecto al congreso siguiente. Además, se decidió proceder a la edición de una revista popular. Este fue el primer órgano obrero que se declaró abiertamente comunista. En la primera página de este órgano, aparecido un año antes de la publicación del Manifesto comunista, figura la consigna: ¡Proletarios de todos los países, uníos!

    La revista no apareció más que una vez. Los artículos del primer y único número fueron escritos principalmente por los representantes de la Liga Comunista de Londres, y ellos mismos realizaron la composición tipográfica del mismo. El editorial está escrito de una forma muy popular, con un lenguaje simple. Expone las particularidades que distinguen la nueva organización comunista de las de Weitling y de las organizaciones francesas. Ni una sola vez se menciona la Federación de los Justos. Se consagra un artículo especial al comunista francés Cabet, autor de la famosa utopía Viaje en Icaria. En 1847, Cabet había realizado intensa propaganda con el fin de reunir a la gente que se establecía en América, y así crear en suelo virgen una colonia comunista, según el modelo de la que había descrito en su novela Icaria. Incluso fue especialmente a Londres para convencer a los comunistas de esta ciudad. El artículo somete su plan a una crítica detallada, y recomienda a los obreros que no abandonen el continente europeo, porque únicamente en Europa se instaurará el comunismo. Hay, también, un artículo que, según Riazanov, fue escrito por Engels. La revista finaliza con un resumen político y social, cuyo autor indudablemente es el delegado del comité de Bruselas en el Congreso, Guillermo Wolf.

    A finales de noviembre de 1947, se reunió en Londres el segundo congreso. Esta vez asistió Marx. Antes de la reunión de este congreso, Engels le había escrito desde París que había esbozado un proyecto de catecismo o profesión de fe, pero que creía más racional titularlo Manifiesto Comunista. Marx probablemente aportó al congreso las tesis que había elaborado. En el congreso no todo discurrió plácidamente. Los debates duraron varios días y Marx tuvo muchas dificultades para convencer a la mayoría de la justeza del nuevo programa. Este fue adoptado en sus rasgos fundamentales y el congreso encargó especialmente a Marx que escribiera en nombre de la Liga de los Comunistas no una profesión de fe, sino un manifiesto, como había propuesto Engels.

    Al mismo tiempo que actuaban en la Liga de los Comunistas, Marx y Engels contribuían activamente a que se formara en Bruselas la Asociación Democrática, cuya finalidad era la unificación de las fuerzas democráticas de todos los países. Los fundadores del marxismo estimaban que el proletariado debía apoyar todo movimiento progresista, democrático. En la Gaceta Alemana de Bruselas, que gracias a ellos llegó a ser órgano de la propaganda democrática y comunista, Marx y Engels publicaron una serie de artículos en los que preparaban a los obreros alemanes para la revolución democrático-burguesa que iba madurando en Alemania, explicándoles que no debían ver en ella su objetivo final, sino una condición indispensable para iniciar la revolución proletaria. Los artículos que escribieron en este período encierran ya, en germen, la idea, que posteriormente formularon, de la revolución permanente.

    Marx y Engels concedían gran importancia a los preparativos del II Congreso de la Liga de los Comunistas, en cuyo orden del día figuraba la cuestión del programa de la organización. En el Congreso, celebrado en Londres a fines de noviembre y comienzos de diciembre de 1847, quedaron aprobados definitivamente los Estatutos de la Liga y se debatió el programa, siendo aceptados por unanimidad los principios que Marx y Engels defendían, y se encomendó a ambos que redactaran el manifiesto.

    Aprovecharon su estancia en Londres para fortalecer las relaciones que Engels había establecido ya con los cartistas en 1842-1843 y Marx en 1845, cuando ambos hicieron un viaje a Inglaterra. Marx y Engels ampliaron también sus vínculos con los demócratas y los comunistas de otros países. Asistieron a un mitin internacional consagrado al aniversario de la insurrección polaca de 1830. En el discurso que en este mitin pronunció Marx, abogando por el internacionalismo proletario, desarrolló la idea de que únicamente la victoria del proletariado llevaría a la liberación de todas las nacionalidades oprimidas, a la eliminación de todos los conflictos y guerras internacionales y cimentaría sólidamente la auténtica fraternidad de los pueblos. Engels formuló en este mismo mitin la tesis que después ha sido el principio rector del proletariado en la cuestión nacional, diciendo: Ninguna nación puede ser libre si continúa oprimiendo a otras.

    En febrero de 1848 apareció en Londres el Manifiesto Comunista, obra inmortal de Marx y Engels. En este documento programático del comunismo científico, se hizo por vez primera una exposición concisa de la teoría revolucionaria del proletariado: En esta obra -decía Lenin- está trazada, con claridad y brillantez geniales, la nueva concepción del mundo: el materialismo consecuente, aplicado también al campo de la vida social; la dialéctica, como la doctrina más completa y profunda del desarrollo; la teoría de la lucha de clases y de la histórica misión revolucionaria del proletariado, creador de una sociedad nueva, de la sociedad comunista.

    El Manifiesto está todo él consagrado a fundamentar científicamente la inevitabilidad histórica de la destrucción del capitalismo y su sustitución a consecuencia de la revolución proletaria y del establecimiento del dominio político del proletariado, por una nueva sociedad, por la sociedad sin clases.

    Marx y Engels demostraron que, a medida que las relaciones de producción de la sociedad capitalista fueran convirtiéndose en trabas más y más insoportables para el desarrollo de las fuerzas de producción, la burguesía, que defendía la propiedad privada sobre los medios de producción, iría dejando de ser la clase progresiva que había sido en el pasado y se haría una clase más y más reaccionaria, un freno para el avance de la humanidad hacia un régimen superior, hacia el comunismo.

    Desarrollando la idea de la misión histórica del proletariado, Marx y Engels demostraron que la clase obrera cumpliría su misión de sepulturera del capitalismo y de creadora de una nueva sociedad, de la sociedad sin clases, mediante la lucha de clases, la revolución proletaria y el derrocamiento de la dominación de la burguesía.

    En el Manifiesto está formulada la idea del papel dirigente del Partido Comunista como condición indispensable para el éxito de la lucha, para la victoria del proletariado, y se muestra que el partido constituye el destacamento más resuelto de la clase obrera, su destacamento de vanguardia, que los comunistas tienen sobre el resto de los obreros la ventaja de estar pertrechados con la teoría revolucionaria que les da una clara visión de las condiciones, la marcha y los resultados generales del movimiento proletario. Al desenmascarar las calumnias y mentiras difundidas por la burguesía acerca de las ideas y los propósitos de los comunistas, los fundadores del marxismo definen en el Manifiesto los verdaderos objetivos del partido del proletariado, que son el derrocamiento de la dominación burguesa y la conquista del poder político por el proletariado.

    El Manifiesto expresa una de las más notables ideas del marxismo en la cuestión del Estado: El Estado, es decir, el proletariado organizado como clase dominante: eso es, precisamente, la dictadura del proletariado, afirmaba Lenin. La tesis sobre la dictadura del proletariado es núcleo principal del marxismo.

    El Manifiesto Comunista analiza el internacionalismo proletario, proclamado por Marx y Engels. Los fundadores del comunismo científico decían: el dominio del proletariado hará desaparecer el yugo nacional, liberará a la humanidad de las guerras de conquista y de rapiña. Marx y Engels subrayan que la nueva sociedad que reemplazará al capitalismo será incomparablemente superior a éste. Mientras que en esta última rige el principio: los que trabajan no adquieren nada y los que adquieren no trabajan, en la sociedad comunista, como predecían Marx y Engels, el trabajo será un medio de hacer más holgada y fácil la vida de los trabajadores.

    El cese de toda explotación será en ella la base material de la unidad armónica del individuo y la sociedad, de la verdadera libertad de la persona y del desarrollo multifacético del ser humano, de su capacidad y de su talento. En lugar de la vieja sociedad burguesa, con sus clases y sus contradicciones de clase, vendrá una asociación en la que el libre desarrollo de cada uno será la condición del libre desarrollo de todos.

    Al formular el programa de los comunistas, el Manifiesto critica las distintas doctrinas socialistas de aquella época, que eran un obstáculo para la difusión de las ideas del comunismo científico y la organización del partido proletario.

    El Manifiesto no sólo ofrece un programa científicamente argumentado, sino que, además, esboza los fundamentos teóricos de la táctica del partido proletario. El principio fundamental de esta táctica lo define diciendo que los comunistas luchan por alcanzar los objetivos e intereses inmediatos de la clase obrera; pero, al mismo tiempo, defienden también, dentro del movimiento actual, el porvenir de este movimiento. Los fundadores del marxismo enseñan a los comunistas a apoyar todo movimiento progresista, revolucionario, dirigido contra los regímenes sociales y políticos reaccionarios. Termina el Manifiesto del Partido Comunista con un valiente llamamiento a la revolución proletaria: Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar.¡Proletarios de todos los países, uníos!

    El Manifiesto del Partido Comunista, obra memorable de Marx y Engels, está penetrado de una noble inspiración creadora, de una arrolladora pasión revolucionaria. No sólo es la síntesis de toda la fecunda obra anterior de los fundadores del marxismo, sino también un gigantesco paso adelante en el desarrollo de la teoría revolucionaria del proletariado. Esta obra clásica remata el proceso de formación del marxismo iniciado en 1844 con los artículos de lo Anales franco-alemanes, y pone sólidos cimiento para su ulterior desarrollo.

    La doctrina de Marx no hubiera podido aparecer si no hubiera estado ya formada la nueva clase revolucionaria, el proletariado, si no se hubiera manifestado las contradicciones internas irreconciliables propias de la sociedad capitalista. El marxismo nació de la profunda síntesis de 1a experiencia del movimiento obrero. Sus fuente teóricas fueron la filosofía clásica alemana de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, la economía política clásica inglesa y el socialismo utópico francés. Lenin decía de la gran proeza científica de Marx: Todo lo que había creado el pensamiento humano, lo analizó, lo sometió a crítica, comprobándola en el movimiento obrero, y sacó de ello conclusiones que las gentes encerradas en el marco burgués o atenazadas por los prejuicios burgueses no podían sacar.

    La doctrina de Marx, heredera de todo lo mejor que había creado el pensamiento científico, constituyó una verdadera revolución en la filosofía y la economía política, en el desarrollo del pensamiento socialista. Gracias al nacimiento del marxismo, se crearon, por vez primera, condiciones para unir el socialismo con el movimiento obrero. La doctrina de Marx es el arma espiritual del proletariado en su lucha por liberarse de la esclavitud capitalista.

    Engels subrayaba constantemente que era a Marx a quien pertenecía el mérito principal en la elaboración de esta doctrina revolucionaria: Marx -decía Engels- era un genio; los demás, a lo sumo, somos hombres de talento. Sin él nuestra teoría no sería hoy, ni con mucho, lo que es. Por eso es muy justo que lleve su nombre.

    Es un documento de agitación modélico, como no se ha escrito otro. Como retórica política, dice Hobsbawn, el Manifiesto Comunista tiene una fuerza casi bíblica, un irresisitible poder como literatura. Poco común en la literatura alemana decimonónica, está escrito en párrafos cortos, apodícticos. Sus frases lapidarias se transformaron casi naturalmente en aforismos memorables, que se conocen mucho más allá del mundo del debate político, desde el inicial un fantasma recorre Europa, hasta el final los proletarios no tienen nada qué perder salvo sus cadenas. Tienen un mundo que ganar. El queda absorbido por su fuerza de convicción, su brevedad concentrada y su atracción intelectual y estilística. Pero sobre todo, el texto atrapa al lector porque entinde fácilmente que el capitalismo que Marx describía en 1848 en esos pasajes de sombría elocuencia, es el mundo en que vivimos 150 años después.

    La primera edición del Manifiesto fue reimpresa tres veces en pocos meses, apareció seriada en el Deutsche Londoner Zeitung y corregida y aumentada a 30 páginas en abril o mayo de 1848. Pero desapareció tras la revolución de 1848. Nadie hubiera predicho ningún futuro extraordinario para el Manifiesto en el decenio de 1850 y a principios del de 1860. Un impresor alemán, emigrado a Londres, preparó una pequeña edición privada, probablemente en 1864, y la primera edición alemana, también pequeña, apareció en Berlín en 1866. No parece haber traducciones entre 1848 y 1868, salvo una sueca, de finales de 1848, aparentemente, y una inglesa de 1850. Ambas se esfumaron sin rastro.

    La influencia de Marx en la I Internacional, el surgimiento de dos partidos de la clase trabajadora en Alemania, fundados ambos por antiguos miembros de la Liga Comunista, que tenían a Marx en alta estima, condujeron a que resurgiera el interés en el Manifiesto y en sus otros escritos. Por otra parte, en marzo de 1872 el juicio por traición contra los dirigentes de la socialdemocracia alemana Guillermo Liebknecht, August Bebel y Adolf Hepner, le dio al Manifiesto una publicidad inesperada. Entre 1871 y 1873, aparecieron por lo menos nueve ediciones del Manifiesto en seis idiomas y en los siguientes 40 años, ha scrito Eric Hobsbawn, conquistó el mundo, impulsado por el ascenso de los nuevos partidos socialistas, en los cuales la influencia marxista creció rápidamente a partir de 1880. Se convirtió en el documento político más importante de toda la historia. Se lanzaron 55 ediciones en alemán, 34 en inglés (22 traducciones a los idiomas del imperio Habsurgo) y 70 ediciones rusas antes de la revolución de 1917. Incluso antes de la revolución rusa el Manifiesto conoció varios cientos de ediciones en más o menos una treintena de idiomas.

    Notas:

    (1) Manuscritos: economía y filosofía, Alianza Editorial, 5ª Edición, Madrid, 1974, pgs.7 a 42.
    (2) El desarrollo de la psicología. Principios y métodos, Grijalbo, Buenos Aires, 1974, pg.267.


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    Mensaje por RDC Sáb Dic 26, 2009 7:09 pm

    En las luchas revolucionarias

    El marxismo se formó y desarrolló como ciencia indisolublemente ligado a la práctica revolucionaria. Marx y Engels no sólo enseñaban a las masas, sino que también aprendían de ellas. Contribuyeron singularmente al auge del marxismo los períodos revolucionarios, los períodos de desbordante y fecunda actividad histórica de las masas, los momentos cruciales, los más importantes y decisivos en la historia de la sociedad.

    La publicación del Manifiesto del Partido Comunista coincidió con la revolución democrático-burguesa de febrero en Francia, que tuvo repercusiones en otros países de Europa. Asustado por el incremento del movimiento revolucionario, el Gobierno belga detuvo a Marx y lo expulsó del país. Marx se trasladó entonces a París para participar allí en la lucha revolucionaria. A su llegada a París, Marx facultado por los comités de Londres y Bruselas, procedió a reorganizar el Comité Central de la Liga de los Comunistas, siendo elegido su presidente. Formaron parte de éste, además de Marx y de Engels, K. Schapper, G. Bauer, J. Moll y W. Wolff.

    Marx y sus partidarios se manifestaron resueltamente contra el poeta alemán Herwegh, que había formado en París una legión armada alemana para invadir Alemania y llevar a este país, desde Francia, las llamas de la revolución. Oponiéndose a esta aventura, a esta exportación de la revolución, Marx exhortaba a los obreros, comprendidos los militantes de la Liga de los Comunistas, a regresar individualmente a Alemania con el fin de organizar allí a las masas para la lucha revolucionaria.

    Al comenzar la revolución en Alemania, Marx y Engels redactaron marzo de 1848 un documento de gran importancia: Reivindicaciones del Partido Comunista en Alemania, aprobadas por el nuevo Comité Central de la Liga y difundidas luego en todo el país. Este documento resumía las principales tareas de la revolución en Alemania: la instauración de una república democrática única; el establecimiento del sufragio universal; el armamento general del pueblo; la abolición de todas las cargas feudales; la nacionalización de las fincas de los príncipes y demás posesiones señoriales; la nacionalización de las minas, ferrocarriles y demás medios de transporte; la implantación del impuesto de utilidades progresivo; la separación de la Iglesia del Estado, etc. La realización de la plataforma política de la Liga de los Comunistas debía llevar a la eliminación del fraccionamiento político y económico de Alemania, dividida en 38 Estados, grandes, pequeños y minúsculos, a la supresión radical de todos los vestigios feudales, al triunfo de la revolución democrático-burguesa y a la creación de condiciones más favorables para la lucha del proletariado por el socialismo.

    A principios de abril de 1848, Marx, Engels y sus correligionarios más cercanos abandonaron París y se trasladaron a Alemania, donde había estallado la revolución. Se quedaron en Colonia, centro de la provincia del Rin, una de las regiones avanzadas de Alemania, donde había bastantes obreros y cuya legislación vigente ofrecía mayores posibilidades para la prensa, para realizar el plan de Marx: la edición de un gran diario revolucionario.

    A la par que preparaba la publicación del periódico, Marx realizaba una enérgica labor política de partido. Ya estando en París, él, por mediación de los militantes de la Liga de los Comunistas residentes en Maguncia, había dado los primeros pasos para centralizar las sociedades obreras y agrupar al proletariado alemán en una organización política de masas. Después de su llegada a Colonia, varios militantes de la Liga fueron enviados en calidad de emisarios para que organizasen comunas de la Liga y sociedades obreras legales. Sin embargo, la organización de comunas tropezó con enormes dificultades. En Alemania, fraccionada políticamente y atrasada desde el punto de vista económico, donde la gran industria estaba aún en embrión y predominaba la artesanía, la clase obrera era todavía demasiado débil, no estaba organizada y carecía del desarrollo político necesario. Debido a la falta de condiciones favorables para formar en aquel período el partido obrero, los representantes de vanguardia del proletariado, encabezados por Marx y Engels, para no verse convertidos en una secta, únicamente podían actuar en política como ala izquierda, proletaria, del partido democrático. Por eso, Marx y Engels consideraban que en aquel período era admisible la colaboración de los comunistas con los demócratas pequeño-burgueses en el seno de una sola organización, criticando, no obstante, su inconsecuencia y sus constantes vacilaciones. Marx y Engels exigían que los comunistas, como combatientes de vanguardia del campo democrático, no olvidasen, ni por un instante, las tareas particulares del proletariado, para el que la revolución democrático-burguesa no era sino una etapa imprescindible de la lucha, y no la meta final. La bandera de la Nueva Gaceta Renana, fundada por Marx y Engels, era la bandera de la democracia, pero de una democracia que destacaba siempre, en cada caso concreto, su carácter específicamente proletario. Ateniéndose a esta táctica, Marx recomendó a los miembros de la Liga de los Comunistas y a las organizaciones obreras por ellos dirigidas que ingresaran en las sociedades democráticas que iban surgiendo en Alemania. El mismo Marx ingresó en la Sociedad Democrática de Colonia y fue elegido miembro del Comité Provincial Provisional de las sociedades democráticas de Renania y Westfalia. Simultáneamente, Marx orientaba a sus partidarios a organizar sociedades obreras y educar políticamente al proletariado, a crear las condiciones para la formación de un partido proletario.

    El 1 de junio de 1848 empezó a publicarse la Nueva Gaceta Renana, con el subtítulo de órgano de la democracia. Componían la redacción Carlos Marx (redactor-jefe), Federico Engels, H. Bürgers, E. Dronke, G. Weerth, F. Wolff y W. Wolff. Mediante el periódico, Marx y los demás miembros de la redacción dirigían políticamente las actividades de los militantes de la Liga de los Comunistas, diseminados por toda Alemania. Después de los sucesos de marzo en Alemania la pervivencia de la Liga como organización secreta había perdido todo sentido. La Nueva Gaceta Renana no tardó en hacerse muy popular no sólo en Alemania, sino también en el extranjero. En sus páginas, Marx y Engels analizaban los acontecimientos más importantes de los borrascosos años de 1848 y 1849 y daban consignas de lucha, orientando a las masas al logro de los principales objetivos de la revolución. El periódico defendía, con gran energía y valor sin precedente, los intereses de las masas populares, que luchaban en las calles de París y de Viena, en las ciudades y aldeas de Alemania y Francia, de Italia y Hungría, de Bohemia y Polonia. La Nueva Gaceta Renana no sólo se titulaba con perfecto derecho órgano de la democracia alemana, sino también de la europea.

    Marx y Engels consideraban que la tarea primordial de la Nueva Gaceta Renana en Alemania consistía en luchar infatigablemente para disipar las ilusiones muy difundirlas entre el pueblo, de que la revolución había culminado con las batallas de marzo y lo único que quedaba por hacer era gozar de sus frutos. El periódico explicaba cada día a las masas que las luchas decisivas estaban por venir y fustigaba colérica y apasionadamente la política traidora de la burguesía alemana, que después de las jornadas de marzo había empuñado el timón del gobierno orientándose hacia un entendimiento con la reacción feudal y absolutista de Prusia. Marx y Engels desenmascararon la traición de la burguesía a los campesinos, al renunciar ésta a abolir sin indemnización las cargas feudales, y su política de opresión de otros pueblos. Todos los pueblos que se alzaban en defensa de una causa progresista, democrática, encontraban en la Nueva Gaceta Renana su fiel más ardiente defensora.

    La Nueva Gaceta Renana denunciaba con mordaz ironía el cretinismo parlamentario de los diputados de las asambleas nacionales de Berlín y de Francfort, que, en vez de pasar a acciones revolucionarias, audaces y decisivas, se entregaban a discusiones vacías.

    Marx estimaba que la premisa esencial para el triunfo efectivo y completo de la revolución era la implantación de la dictadura revolucionaria del proletariado: Toda estructura provisional del Estado después de la revolución exige una dictadura, una dictadura enérgica. Marx exhortaba al pueblo a que ajustase las cuentas con severidad a los enemigos de la revolución, que reagrupaban sus fuerzas con el fin de hacer girar hacia atrás la rueda de la historia. Asignaba al proletariado un papel especialmente importante en la lucha revolucionaria y laboraba para que la clase obrera de Alemania se convirtiese en el destacamento más consecuente y decidido de todo el campo democrático. Marx censuraba la posición sectaria, ultraizquierdista por su forma y oportunista por su contenido, del socialista auténtico Andreas Gottschalk, presidente de la Sociedad Obrera de Colonia, y la política reformista, mezquina, de Stephan Born, dirigente de la Sociedad Obrera de Berlín, y más tarde de la Fraternidad Obrera, porque, con su táctica errónea, apartaban a los obreros de la lucha por el logro de los principales objetivos de la revolución democrático-burguesa.

    El carácter proletario de la Nueva Gaceta Renana, se manifestó con singular brillantez con motivo de la insurrección de junio de 1848 los obreros parisienses. Marx concedió una gran importancia histórica a esta insurrección, viendo en ella la primera guerra civil entre el proletariado y la burguesía. Glorificó el valor sin precedente de los insurrectos y estigmatizó, lleno de indignación, la crueldad de la contrarrevolución burguesa.

    Después de la derrota del proletariado francés, cuando la contrarrevolución levantó cabeza también en otros países de Europa, Marx y Engels trabajaron enérgicamente para movilizar a las masas. Marx tomó parte activa en el Congreso provincial de las sociedades democráticas del Rin, celebrado en Colonia en agosto de 1848. El Congreso confirmó unánimemente en sus funciones al Comité provincial anteriormente elegido, uno de cuyos dirigentes era Marx.

    A finales de agosto, Marx hizo un viaje a Berlín y a Viena para establecer contacto con obreros avanzados y demócratas de izquierda, a fin de impulsarlos a luchar contra las monarquías prusiana y austríaca. Marx se proponía asimismo colectar dinero para la Nueva Gaceta Renana, a la que, por haber salido en defensa de los insurrectos de junio, habían abandonado los últimos accionistas. En Viena, Marx conferenció con los dirigentes de las organizaciones democráticas y obreras de Austria. Además, participó en una reunión de la Sociedad Democrática de Viena e hizo en la Sociedad Obrera dos informes: uno sobre las relaciones sociales en la Europa Occidental y otro sobre el trabajo asalariado y el capital.

    A su regreso a Colonia, Marx, así como los demás miembros de la redacción, puso todo su empeño en organizar a las masas populares para que pudieran rechazar las embestidas de la contrarrevolución. Ya antes de su llegada, el 13 de septiembre de 1848, la Nueva Gaceta Renana convocó en la Frankenplatz de Colonia una asamblea popular, en la que se eligió un Comité de Seguridad, en el que entraron Marx y Engels. Entre los asistentes a la asamblea se distribuyeron las Reivindicaciones del Partido Comunista en Alemania. El 17 de septiembre se celebró en Woringen, cerca de Colonia, otra asamblea de muchos miles de obreros y campesinos, convocada por la Nueva Gaceta Renana y la Sociedad Obrera de Colonia. El 20 de septiembre, el Comité de Seguridad de Colonia convocó una asamblea popular más con motivo del levantamiento en Franckfort. El gobierno, preocupado por el impetuoso ascenso del movimiento de las masas en Renania y por la enorme influencia que adquiría la Nueva Gaceta Renana, concentró de antemano sus tropas en espera de un pretexto para efectuar una sangrienta matanza. El 25 de septiembre fueron detenidos, con fines de provocación, los más destacados dirigentes de los obreros de Colonia. Apreciando con serenidad el momento, Marx y sus partidarios lograron que la indignación de las masas no desembocara en una insurrección prematura y aislada en la excelente fortaleza prusiana. Fracasada la provocación, el Gobierno de Prusia declaró el 26 de septiembre el estado de guerra en Colonia, desarmó y disolvió las milicias populares y suspendió varios periódicos, empezando por la Nueva Gaceta Renana. Algunos miembros de la redacción, y entre ellos Engels, tuvieron que abandonar la ciudad para burlar a la policía, que tenía orden de detenerlos. Una amplia campaña de protesta obligó al gobierno a levantar el 3 de octubre el estado de guerra. El 12 de octubre, la Nueva Gaceta Renana volvió a venderse en las calles de Colonia. Marx tuvo que hacer grandes sacrificios materiales para reanudar la publicación del periódico, invirtiendo en éste la herencia paterna que acababa de recibir.

    La ausencia de Engels hizo que Marx tuviera que dedicar más tiempo a sus obligaciones de redactor. Consagraba también muchas energías a la Sociedad Democrática y a la Sociedad Obrera. El Comité de la Sociedad de Colonia, pidió a Marx que fuese su presidente, pues Moll, dirigente de ésta, se había visto obligado a emigrar a Londres para evitar que le detuviesen, y Schapper estaba en la cárcel. Al aceptar provisionalmente este cargo, Marx, el 16 de octubre, pronunció un discurso en una reunión del Comité de la Sociedad e informó a los obreros del desarrollo de la insurrección de Viena.

    En su artículo La caída de Viena, escrito el 6 de noviembre de 1848, demostró que la causa fundamental de la derrota de los insurrectos había sido la traición de la burguesía. Denunciando los planes de la contrarrevolución, Marx declaró que en Prusia se preparaba un golpe de Estado y exhortó a las masas a emplear en la lucha contra la ofensiva de la contrarrevolución los métodos más eficaces y decisivos.

    Como Marx había previsto, la reacción prusiana, animada por el triunfo de la contrarrevolución en Viena, decidió dar un golpe de Estado. El 9 de noviembre, el rey de Prusia firmó un decreto en virtud del cual la Asamblea Nacional trasladaba su sede de Berlín a la pequeña ciudad provinciana de Brandenburgo. Se veía claramente que preparaba la disolución de la Asamblea. Debido a ello, Marx hizo un llamamiento a los diputados de la Asamblea para que detuvieran a los ministros y pidieran ayuda al pueblo y a los soldados.

    A fin de poner en movimiento a las masas populares, Marx lanzó el 11 de noviembre la consigna de negarse a pagar los impuestos. Esto hubiera minado la base financiera de la contrarrevolución y movilizado a las masas populares para una activa resistencia a las autoridades. El 14 de noviembre, el Comité Democrático Provincial, dirigido por Marx, exhortó a todas sus organizaciones de la provincia del Rin a incitar a la población a negarse a pagar los impuestos. Bajo la presión de las masas, la Asamblea Nacional votó el 15 de noviembre un decreto, sancionando la negativa al pago de los impuestos, que debía entrar en vigor a partir del 17 de noviembre. Con este motivo, el Comité Regional hizo el 18 de noviembre un segundo llamamiento, en el que se lanzaban nuevas consignas: resistir en todas partes y por todos los medios a la recaudación de los impuestos, organizar milicias populares para rechazar al enemigo, y formar comités de seguridad. Marx, que era el alma del movimiento en la provincia del Rin, desarrolló una gran actividad a fin de movilizar a las masas para la lucha contra la ofensiva de la contrarrevolución. Pero la Asamblea Nacional, que era la única que podía centralizar los focos diseminados del movimiento, decidió limitarse a una resistencia pasiva, legal. Valiéndose de ello, la contrarrevolución consumó el golpe de Estado, dando el 5 de diciembre, el decreto de disolución de la Asamblea Nacional.

    En su artículo La burguesía y la contrarrevolución de diciembre de 1848, Marx hizo un análisis de las enseñanzas de la revolución de marzo en Alemania y denunció la cobardía y la traición de la burguesía alemana. Marx cifraba sus mayores esperanzas en el proletariado francés, que con su revolución triunfante impulsaría de nuevo a la revolución en Europa. Marx veía un peligro para la revolución europea no sólo en la Rusia zarista -entonces principal baluarte de la reacción europea-, sino también en la Inglaterra aristocrático-burguesa. Marx se equivocaba al pensar que en Francia se avecinaba la revolución proletaria y exagerar la decrepitud del capitalismo. Pero semejantes errores de los gigantes del pensamiento revolucionario -escribió Lenin, refiriéndose a Marx y Engels- que trataban de elevar y supieron elevar al proletariado del mundo entero por encima de las tareas pequeñas, habituales, mezquinas, son mil veces más nobles, más sublimes e históricamente más valiosos y veraces que la vil sabiduría del liberalismo oficial.

    A medida que iba fortaleciéndose, la contrarrevolución prusiana redoblaba las persecuciones contra Marx y la Nueva Gaceta Renana. Marx y Engels, que acababan de regresar de Suiza, tuvieron que comparecer el 7 de febrero de 1849 ante un tribunal, acusados de injurias a las autoridades. Al día siguiente, Marx volvió a comparecer ante el tribunal. Esta vez se le acusaba, al igual que a otros dirigentes del Comité Democrático de la provincia del Rin, de haber exhortado al pueblo a que no pagase los impuestos y de incitar a la rebelión. Lo mismo que el día anterior, Marx no apareció ante el tribunal como acusado, sino como acusador. El tribunal se vio obligado a emitir fallos absolutorios en los dos procesos.

    Al movilizar a las masas a combatir la ofensiva de la contrarrevolución, la Nueva Gaceta Renana ponía cada vez más de manifiesto su carácter verdaderamente proletario. A principios de abril, Marx empezó a publicar en ella su obra Trabajo asalariado y capital. En esta obra, uno de sus primeros trabajos de economía, investigó Marx las relaciones económicas que constituyen la base material de la lucha de clase del proletariado y de las masas trabajadoras en la sociedad capitalista y mostró con gran nitidez la explotación capitalista y la depauperación absoluta y relativa de la clase obrera bajo el capitalismo, conjugando magistralmente el riguroso análisis científico de los complejos problemas de la Economía política con una sencilla exposición, perfectamente comprensible para los obreros.

    En relación con los cambios en la situación política y con el aumento de la conciencia política de las masas obreras, en la primavera de 1849 cambió también la táctica de Marx y Engels. La experiencia política adquirida por las masas obreras en las luchas revolucionarias y el hecho de que los obreros avanzados se hubiesen apartado de la democracia pequeño-burguesa, que se había desenmascarado a sí misma, y sus anhelos de unirse en escala nacional, puestos de relieve en muchos congresos de las sociedades obreras de distintas regiones de Alemania, permitían ya plantear prácticamente la tarea de constituir una organización independiente del proletariado. A mediados de abril de 1849, Marx y Engels, lo mismo que la Sociedad Obrera de Colonia, dirigida por ellos, se salieron de la Sociedad Democrática, rompiendo orgánicamente con la democracia pequeño-burguesa, para adherirse a la organización nacional de los obreros, que se estaba formando, y convertirla en un partido político, cuyo núcleo debían ser los comunistas. En la preparación ideológica para crear ese partido desempeñó un gran papel la obra Trabajo asalariado y capital, publicada en la Nueva Gaceta Renana. Carlos Marx y sus partidarios procedieron a reforzar los vínculos que les unían con los miembros de la Liga de los Comunistas dispersos por toda Alemania. A este fin, Marx hizo un viaje por las ciudades de Westfalia y del Noroeste de Alemania, enviando emisarios al Centro y al Este del país.

    Sin embargo, a la sazón se libraban en Alemania las últimas batallas entre las fuerzas de la revolución y las de la contrarrevolución. La insurrección, en cuyas banderas estaba inscrita la consigna de defensa de la constitución del Imperio aprobada por la Asamblea de Francfort, había estallado a principios de mayo en Dresden, en varias ciudades de Renania y Westfalia, así como en el Palatinado y Baden. Para ayudar a las masas populares alzadas en armas, Marx y Engels trazaron un plan orientado a extender todavía más la insurrección, a centralizar la dirección de la misma y a desplegar las acciones revolucionarias con audacia y rapidez. Este plan tomaba en consideración la perspectiva general de la lucha revolucionaria en Europa, el nuevo ascenso de la revolución en Francia e Italia y la guerra revolucionaria en Hungría. Sin embargo, los demócratas pequeño-burgueses que encabezaban la insurrección demostraron una vez más que eran incapaces de acciones revolucionarias decididas. Su cobardía y constantes vacilaciones permitieron a las tropas prusianas aplastar, uno por uno, todos los focos de la insurrección.

    Después de reprimir los dispersos focos de la insurrección en Renania, la contrarrevolución, envalentonada, se ensañó con la Nueva Gaceta Renana. Pretextando que Marx había renunciado a la ciudadanía prusiana en 1845, y, a su regreso a Alemania, en 1848 le había sido denegada la petición de que se le reintegrara ésta, el Gobierno prusiano ordenó que fuese deportado del país como extranjero, por haber infringido el derecho de hospitalidad. Contra los demás miembros de la redacción fueron incoados inicuos procesos. De hecho, eso era el fin de la Nueva Gaceta Renana. El último número del periódico, correspondiente al 19 de mayo de 1849, apareció impreso en tinta roja. En él se publicó un mensaje de despedida de la redacción A los obreros de Colonia. El mensaje terminaba así: Los redactores de la Nueva Gaceta Renana se despiden de vosotros dándoos las gracias por la simpatía que les habéis demostrado. Su última palabra será siempre y en todas partes ésta: ¡Emancipación de la clase obrera!

    Después de una breve estancia en Franckfort, Baden y el Palatinado, Carlos Marx, que esperaba un nuevo ascenso de la revolución en Francia, se trasladó a París. En el Palatinado, Engels se alistó en el destacamento voluntario de Willich y tomó parte en cuatro batallas contra las fuerzas de la contrarrevolución.

    En París, Marx restableció y amplió sus relaciones con los demócratas franceses y las asociaciones obreras. Cuando fracasó el levantamiento de los demócratas pequeño-burgueses el 13 de junio de 1849, el Gobierno francés expulsó de París a Marx, quien, el 24 de agosto, se trasladó a Londres, adonde poco después llegaban Engels y otros miembros del Comité Central de la Liga. Así empezó el período londinense de la emigración de Marx que duró hasta el fin de sus días.

    La derrota de la revolución de 1848 se explica por las particularidades de una época histórica, en que el carácter revolucionario de la burguesía moría ya en Europa, mientras que el proletariado no estaba aún maduro para tomar las riendas de la lucha.

    Fue durante la revolución cuando se mostró con fuerza singular el genio de Marx, su gran energía, su indomable voluntad, su abnegación y apasionamiento de luchador revolucionario por la causa del proletariado, por los intereses de todos los trabajadores y todos los oprimidos. Era la primera vez en la historia que un dirigente revolucionario asentaba su política sobre una base científica. Las revoluciones de 1848-1849 no sólo fueron la primera prueba histórica del marxismo, sino también un potente manantial para su desarrollo y enriquecimiento ulteriores.

    Las enseñanzas de la revolución

    La derrota de la revolución no hizo vacilar ni un instante la convicción profunda de Marx, científicamente fundamentada, de que la causa a la que había consagrado su vida era grande y justa. El jefe del proletariado revolucionario no adolecía del desconcierto, abatimiento y falta de fe tan peculiares en aquel entonces en los dirigentes de la democracia pequeño-burguesa. Aguantó igualmente con gran firmeza los duros sufrimientos y privaciones que hubo de soportar cuando él y su familia se vieron en el extranjero sin un céntimo en el bolsillo.

    En cuanto llegó a Londres, Marx se puso a preparar la edición de la revista Nueva Gaceta del Rin. Revista política y económica. En los seis números de la revista editados en Hamburgo en 1850 se publicaron algunos trabajos de Marx y Engels que trataban de los resultados de la revolución de 1848 en Francia y en Alemania.

    A fines de 1849, el Comité Central de la Liga de los Comunistas reanudó su actividad. En marzo de 1850, Marx y Engels escribieron y enviaron a las comunas de la Liga el Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas. En este documento, de importancia extraordinaria, se analizaban las enseñanzas de la revolución de 1848-1849 en Alemania y las perspectivas de una futura revolución, y se esbozaba la táctica del partido proletario en ella. La conclusión principal a que se llega en el Mensaje es la de que, en la futura revolución, a diferencia de la de 1848, el partido obrero deberá actuar de la manera más organizada, más unánime y lo más independiente posible. En contraposición a los pequeño-burgueses, que, al llegar al poder, procurarán dar por terminada la revolución lo antes posible, la tarea del partido obrero consistirá en hacer la revolución permanente... Para nosotros no se trata de reformar la propiedad privada, sino de abolirla; no se trata de paliar los antagonismos de clase, sino de abolir las clases; no se trata de mejorar la sociedad existente, sino de crear otra nueva.

    La idea de la revolución permanente, cuyos fundamentos estaban ya en la Nueva Gaceta del Rin, fue formulada en el Mensaje con mucha más amplitud. Esta idea fue desarrollada en la teoría de Lenin acerca de la transformación de la revolución democrático-burguesa en revolución socialista, confirmada en los combates revolucionarios de 1917 y en el triunfo de la Revolución Socialista de Octubre.

    En otoño de 1850, Marx y Engels llegaron a la conclusión de que la nueva situación histórica de auge económico y de fortalecimiento de la reacción en Europa excluía el estallido de la revolución en un futuro inmediato. Sopesando serenamente las particularidades de aquella nueva situación histórica, los fundadores del comunismo científico exigieron que se revisara la táctica del partido y se modificaran las formas de lucha. La nueva situación imponía la necesidad de llevar a cabo una tenaz y escrupulosa labor de agrupación de fuerzas, de preparación sistemática de estas fuerzas para una futura revolución. No obstante, algunos miembros de la Liga de los Comunistas, con Willich y Schapper a la cabeza, propusieron, sin tener en cuenta las condiciones históricas objetivas, planes aventureros de preparación de un levantamiento armado en Alemania. En la reunión del Comité Central de la Liga, celebrada el 15 de septiembre de 1850, Marx hizo una profunda crítica de la línea conspiradora, sectaria y voluntarista de Willich y Schapper y demostró lo peligroso que era el aventurero juego a la revolución. Marx, aunque le apoyaba la mayoría de los miembros del Comité Central, hizo todo lo posible por mantener la unidad de la Liga de los Comunistas. Pero el grupo de Willich-Schapper provocó la escisión. El Comité Central se trasladó de Londres a Colonia para contrarrestar la labor de desorganización de los elementos ultraizquierdistas y sectarios.

    Al mismo tiempo que trabajaba en la Liga de los Comunistas, Marx dedicaba muchas energías a la síntesis teórica de la experiencia de las revoluciones de 1848 a 1849. Fruto de esta labor fueron sus obras: Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, escrito en 1850, y El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, escrito en 1852.

    En las obras mencionadas, Marx dio un ejemplo de aplicación del materialismo histórico al estudio de los acontecimientos históricos concretos. En ambos trabajos, la profundidad del análisis va unida a la maestría de un brillante literato, y la objetividad científica del sabio, a la pasión revolucionaria del luchador político. Sintetizando la experiencia de la lucha del proletariado y de las masas trabajadoras en la época borrascosa de la revolución, cuando la actividad, la iniciativa de las masas populares y su papel creador en el proceso histórico se manifiestan con la mayor fuerza, Marx enriqueció su teoría con nuevas conclusiones de suma importancia. Éstas se refieren, principalmente, a dos problemas: a las relaciones entre el proletariado y los campesinos y a la actitud del proletariado hacia el Estado.

    La experiencia de la revolución francesa y de la insurrección proletaria de junio (1848), en particular, convencieron a Marx de que la clase obrera no podría destruir el régimen burgués si las masas campesinas no se levantaban contra la dominación del capital, si no se adherían al proletariado, aceptándolo como su dirigente. Al poner de manifiesto la naturaleza doble y contradictoria del campesino, como trabajador y como propietario, Marx demostró que, comprendidos acertadamente, sus propios intereses debían impulsar a los campesinos a la alianza con el proletariado urbano. Los campesinos... encuentran su aliado y jefe natural en el proletariado urbano, que tiene por misión derrocar el orden burgués. En su carta a Engels del 16 de abril de 1856, Marx formuló como sigue esta conclusión política, sumamente importante: Todo el problema, en Alemania, dependerá de la posibilidad de respaldar la revolución proletaria con una especie de segunda edición de la guerra campesina. Esta idea de Marx fue desarrollada en la teoría leninista de la revolución socialista realizada no por el proletariado aislado contra toda la burguesía, sino por el proletariado erigido en la fuerza hegemónica y que tiene como aliados a los elementos semiproletarios de la población, es decir, a los millones de seres de las masas trabajadoras y explotadas.

    La rica experiencia política de las revoluciones de 1848 y 1849 permitió a Marx desarrollar y concretar su teoría del Estado. Marx empleó por primera vez la fórmula clásica de dictadura del proletariado en su obra Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850. Como demostró Marx, el socialismo científico, contrariamente a las distintas variedades del socialismo burgués, pequeño-burgués y utópico, es la declaración de la revolución permanente, de la dictadura de clase del proletariado como punto necesario de transición para la supresión de las diferencias de clase en general, para la supresión de todas las relaciones de producción en que éstas descansan, para la supresión de todas las relaciones sociales que corresponden a esas relaciones de producción, para la subversión de todas las ideas que brotan de estas relaciones sociales. Al definir la actitud del proletariado hacia el Estado, Marx decía en su obra El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte que todas las revoluciones anteriores habían reforzado y perfeccionado la vieja máquina estatal, convirtiendo este aparato administrativo y militar en un arma, cada vez más potente, de represión contra las masas oprimidas. La tarea de la revolución proletaria consiste en destruir, demoler la vieja máquina estatal. Todas las revoluciones perfeccionaban esta máquina, en vez de destrozarla. Lenin señalaba que esta conclusión es lo principal, lo fundamental, en doctrina del marxismo sobre el Estado.

    La importancia que Marx concedía a su teoría sobre el Estado, sobre la dictadura del proletariado, se aprecia en su carta a Weydemeyer del 5 de marzo de 1852, en la que dice: Por lo que a mí se refiere, no me cabe el mérito de haber descubierto la existencia de las clases en la sociedad moderna ni la lucha entre ellas. Mucho antes que yo, algunos historiadores burgueses habían expuesto ya el desarrollo histórico de esta lucha de clases y algunos economistas burgueses la anatomía de éstas. Lo que yo he aportado de nuevo ha sido la demostración de:

    — que la existencia de las clases sólo va unida a determinadas fases históricas del desarrollo de la producción:
    — que la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado;
    — que esta misma dictadura no es de por sí más que el tránsito hacia la abolición de las clases sociales.

    Así, pues, la lucha del proletariado y de las masas trabajadoras en los años de la revolución proporcionó una rica experiencia que permitió seguir impulsando la teoría revolucionaria del proletariado y los fundamentos de la estrategia y táctica del partido proletario. Marx y Engels formularon su teoría de que la insurrección es un arte, partiendo, concretamente, de las enseñanzas de la insurrección de junio en París y de la insurrección de mayo de 1848 en el suroeste de Alemania.

    Al mismo tiempo que sintetizaban la experiencia de las revoluciones de 1848 y 1849, los fundadores del comunismo científico seguían desplegando una intensa actividad para agrupar a los obreros de vanguardia, para consolidar la Liga de los Comunistas. Esta organización dirigida por Marx inquietaba cada vez más al Gobierno de Prusia. Para poner término a las actividades de la Liga, la policía prusiana, en mayo de 1851 llevó a cabo detenciones entre los obreros en algunas ciudades de Alemania y, basándose en denuncias falsas y documentos torpemente fabricados, amañó un proceso contra los comunistas en Colonia. Marx dejó de lado todo su trabajo para dedicarse a desenmascarar la falsificación de esos documentos y ayudar en todo a sus camaradas acusados. Pero estos hombres habían sido ya condenados de antemano, pues ellos representaban al indefenso proletariado revolucionario ante un tribunal que defendía los intereses de las clases dominantes. En el folleto Revelaciones sobre el proceso de los comunistas en Colonia, Marx, puso al desnudo las sucias maquinaciones del Gobierno de Prusia, de su policía y sus tribunales. Debido a la detención de varios miembros del Comité Central de la Liga de los Comunistas, residentes en Colonia, quedaron rotos los lazos que unían a Marx y a Engels con el continente, y, de hecho, la Liga misma dejó de existir en Alemania. A propuesta de Marx, la Liga de los Comunistas se declaró disuelta en noviembre de 1852.

    Sin embargo, los mejores militantes de la Liga de los Comunistas, formados por Marx y Engels, continuaron propagando la teoría revolucionaria, educando a las masas obreras y preparándolas para futuros combates revolucionarios.


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    Mensaje por RDC Sáb Dic 26, 2009 7:09 pm

    Los años de la reacción

    Después del aplastamiento de las revoluciones de 1848 y 1849 se estableció en Europa la más negra reacción. Las organizaciones revolucionarias fueron destruidas, y muchos de los mejores representantes de la clase obrera se vieron encarcelados a constreñidos a emigrar. Fue aquél un período muy duro para Marx, pues tuvo que hacer frente a las innumerables calumnias de sus enemigos y a grandes privaciones económicas. Los periódicos y las revistas, las editoriales y las cátedras universitarias, todo quedó cerrado para el genial pensador y revolucionario. Sin embargo, su profundísima fe en la justeza de la causa que defendía, su invencible optimismo, basado en la comprensión científica de las leyes objetivas del desarrollo social, y su firmeza y jovialidad no abandonaron a Marx en ningún momento.

    En aquellos difíciles años, Marx contó con la gran ayuda y apoyo de Engels, su abnegado camarada. En 1850 Engels se trasladó a Manchester y se colocó en una oficina, sufragando parte considerable de los gastos de Marx y su familia. Los dos amigos se quejaban ahora a menudo de su suerte, que no les permitía vivir y luchar juntos, como en los buenos tiempos de la Nueva Gaceta del Rin: Me da rabia -escribía Marx a Engels- que ahora no podamos vivir juntos, trabajar juntos, reírnos juntos.

    El principal medio de comunicación entre Marx y Engels y la forma de su colaboración creadora pasó a ser en aquel período la correspondencia que mantenían casi a diario y que constituía un verdadero laboratorio del pensamiento científico y político. Señalando el gran valor científico de sus cartas, Lenin definió su contenido fundamental del siguiente modo: Si intentáramos definir con una sola palabra lo que podríamos llamar el foco de toda su correspondencia, es decir, el punto donde se reúnen todas las ideas expresadas y discutidas, esa palabra sería el vocablo dialéctica. La aplicación de la dialéctica materialista a la revisión de toda la economía política desde su nacimiento mismo, así como a la historia, las ciencias naturales, la filosofía y la política y la táctica de la clase obrera, es lo que más interesa a Marx y Engels; y ésa es su aportación más original e importante; en eso consiste su genial paso adelante en la historia del pensamiento revolucionario.

    A pesar del marasmo político reinante, Marx no cejaba en su labor de educar a los cuadros revolucionarios del proletariado y seguía manteniendo contacto con sus partidarios residentes en Inglaterra, Alemania, Francia, Estados Unidos y otros países.

    Ahora, empero, podía centrar principalmente su atención en la elaboración de su doctrina. Un infatigable trabajo intelectual le permitió sintetizar las experiencias históricas de su época, seguir de cerca los progresos de todas las ramas del saber y asimilar de manera crítica cada nuevo logro del pensamiento científico. Marx valoró con perspicacia la importancia de toda una serie de grandes descubrimientos en las ciencias naturales, y, particularmente, la obra de Darwin sobre el Origen de las especies por vía de selección natural. Este libro -escribía Marx a Engels- da la base histórico-naturalista para nuestras concepciones. Marx seguía interesándose mucho por la historia de épocas y pueblos diversos, y analizó y resolvió toda una serie de importantes problemas teóricos de las ciencias históricas.

    Pero el objeto principal de las investigaciones científicas de Marx en los años 50 y 60 fue la economía política. Del mismo modo que en el período anterior a 1848 lo habían sido los problemas de la concepción del mundo -los principios filosóficos del comunismo científico- y en 1848-1852 el desarrollo de las ideas políticas y la estrategia y la táctica del proletariado, ahora pasaba a ocupar el primer plano la parte menos elaborada del marxismo: la ciencia económica.

    A pesar de las duras condiciones de vida de Marx en la emigración, Inglaterra, el país capitalista más desarrollado en aquel entonces, era el sitio más conveniente para el estudio de la economía del capitalismo. En la biblioteca del Museo Británico, donde trabajaba casi diariamente desde las 9 de la mañana hasta las 7 de la tarde, encontró Marx una cantidad de material enorme para sus investigaciones. Su extremada honradez científica y su implacable espíritu autocrítico obligaron a Marx a reunir todo un Mont Blanc de hecho y volver a examinar una u otra cuestión cuando la vida le proporcionaba hechos y materiales nuevos. Para efectuar sus investigaciones económicas, estudió la historia de la técnica, química agrícola, geología, matemáticas y otras ciencias.

    Marx pensaba terminar ya para 1851 la obra en tres tomos en que exponía su doctrina económica, pero las circunstancias le impidieron ver cumplido su deseo. La causa de ello no sólo fue la meticulosidad que se imponía en su trabajo, sino también la penosa miseria crónica en que vivía su familia.

    Mientras Engels estuvo ganando un modesto sueldo de oficinista, su ayuda a la familia de Marx no pudo ser muy grande. En ocasiones, Marx tenía que empeñar su última levita y condenarse a arresto domiciliario. A veces el pan y las patatas eran, durante semanas enteras, el único alimento de su familia.

    La constante lucha contra la miseria costó mucho a Marx y a su esposa: en los primeros años de su vida en Londres perdieron tres hijos. Un golpe particularmente terrible fue para Marx la muerte de su hijo, de ocho años, Edgar Musch, el gorrioncillo, como le llamaban sus familiares. Después de enterrar a su hijo, Marx escribió a Engels: He sufrido muchas desdichas, pero sólo ahora sé lo que es el verdadero dolor... En medio de los sufrimientos horribles que he tenido estos días siempre me ha confortado tu recuerdo, el de tu amistad, y la esperanza de que tú y yo aún hemos de hacer algo razonable en este mundo.

    Pero en la vida privada de Marx, no todo eran penas y sufrimientos. Su familia fue feliz como pocas. Un profundo amor le unía a Jenny, la cual no solamente compartía la suerte, el trabajo y la lucha de su marido, sino que, además, tomaba en ellos parte activa con un espíritu altamente consciente y un apasionado entusiasmo. El amor y la amistad unían a todos los miembros de la familia. Era el mejor amigo de sus hijas. Sus parientes y amigos le llamaban El Moro por su pelo, negro como el alquitrán. A medida que crecían Jenny, Laura y Eleonora (nacidas en 1844, 1845 y 1851) Marx les iba dando a conocer toda la riqueza de la cultura humana. Gran conocedor de la literatura mundial, Marx amaba sobremanera las obras de Homero y Esquilo, Shakespeare y Filding, Dante y Cervantes, Diderot y Balzac. El mismo leía a sus hijas Las mil y una noches, el Canto de los Nibelungos, las obras de Homero y, particularmente, las de Shakespeare, que eran objeto de culto en la familia de Marx. Recordando a su padre, su hija Eleonora escribía: A quienes hayan dedicado su vida al estudio de la naturaleza humana no les extrañará que un luchador tan inflexible pudiera ser al mismo tiempo el más bondadoso y tierno de los hombres. Ellos comprenderán que si sabía odiar con pasión era precisamente por que era capaz de amar con toda su alma; que si su pluma mordaz podía llevar a alguien al infierno, como sólo había sido capaz de hacerlo Dante, ello se debía, justamente, a su fidelidad y a su ternura; que si su humorismo sarcástico podía corroer como un ácido, este mismo humorismo tranquilizaba a los menesterosos y a los oprimidos.

    Los asiduos de Marx recordaban con cariño a Elena Demuth, a cuyo cargo corrían los quehaceres domésticos y que compartía todas las penas y alegrías de la casa como un miembro de la familia. Una gran dicha para Marx y su familia fue la de tener muchos y fieles amigos, el mejor de los cuales fue siempre Engels.

    Cuando, en agosto de 1851, el periódico progresista de mayor tirada de Estados Unidos, el New York Daily Tribune, le propuso ser su corresponsal en Europa, Marx aceptó. Pero como estaba ocupado hasta la coronilla con la Economía política, pidió a Engels que escribiera una serie de artículos sobre Alemania. Así apareció en el New York Daily Tribune el magnífico trabajo de Engels Revolución y contrarrevolución en Alemania. Para que Marx pudiese dedicarse a redactar su obra económica, Engels le ayudaba sistemáticamente escribiendo artículos, particularmente sobre temas militares, a lo largo de los diez años que Marx colaboró en el periódico. Marx confiaba plenamente en su ministerio de la guerra en Manchester. Pero, no obstante, el periódico le restaba mucho tiempo, pues los artículos que él escribía eran verdaderamente científicos, investigando a fondo cada uno de los problemas de que trataba. Seguía siendo fiel al principio que había proclamado ya en los albores de su actividad literaria: El escritor, como es natural, debe ganar dinero para tener la posibilidad de existir y escribir, pero lo que no debe hacer en absoluto, es existir y vivir para ganar dinero.

    Su colaboración en el New York Daily Tribune, así como en la Nueva Gaceta del Oder en 1854-1855, daba a Marx la posibilidad de influir, en cierta medida, en la opinión pública. El único afán que inspiraba los numerosos artículos de Marx sobre la India, China, la revolución en España y la guerra de secesión, que aparecían en el New York Daily Tribune, era respaldar toda lucha progresista, revolucionaria, contra la reacción y la opresión nacional, prestar apoyo a todo movimiento democrático y popular, que acrecentaba las fuerzas de la revolución y creaba condiciones más favorables para los futuros combates del proletariado contra la esclavitud capitalista.

    En una serie de artículos, Marx analizó el desarrollo económico de Inglaterra y su régimen político. Marx denunciaba coléricamente la hipocresía y el engaño que saturaban toda la vida política de Inglaterra, el sistema de sobornos y coacciones con que la burguesía se aseguraba una mayoría parlamentaria dócil y sumisa.

    Marx prestaba gran atención al movimiento obrero inglés. Con Engels, se esforzaba por ayudar a G. Harney y E. Jones, dirigentes del ala izquierda de los cartistas, a que el movimiento resurgiese sobre una base nueva socialista. Escribí a artículos para los periódicos de Jones Notas para el pueblo y la Gaceta popular y le ayudaba también a redactar los periódicos. Pero la situación no era propicia al resurgimiento del cartismo. Además de las causas generales, relacionadas con el período de la reacción que siguió a la derrota de las revoluciones de 1848-1849, había otras específicas que también contribuían a que el movimiento obrero revolucionario inglés decayese. Como señalaban Marx y Engels, los capitalistas ingleses recibían enormes superganancias, fruto de su monopolio industrial y colonial, y dedicaban parte de ellas al soborno de la aristocracia obrera. Esa política hizo que las capas formadas por el proletariado inglés de mayor calificación profesional tomasen la vereda de una lucha mezquina por pequeñas concesiones dentro del marco del capitalismo.

    Marx denunció indignado la política colonial que Inglaterra aplicaba en la India y que causaba la depauperización y la muerte de ingentes masas humanas. En 1857, cuando estalló en la India un levantamiento por la liberación nacional, contra los colonialistas británicos, Marx alzó su voz en defensa del pueblo oprimido. Analizando la política colonial inglesa, Marx llegó a la conclusión de que el pueblo de la India no podría liberarse de las calamidades y humillaciones que sufría, mientras el proletariado no subiese al poder en Inglaterra o mientras el pueblo de la India no se hiciera lo bastante fuerte para poder sacudirse el yugo de los colonialistas.

    De la misma simpatía a las masas populares en lucha por la independencia de su país están saturados los artículos de Marx acerca de China, escritos con motivo de las guerras anglochinas y de la insurrección de Taiping.

    En 1854-1856, con motivo de los acontecimientos revolucionarios en España, Marx escribió una serie de artículos en los que hizo una concisa reseña de la historia de nuestro país y analizó las causas y el carácter de la lucha que se desarrollaba en él.

    La crisis económica mundial que empezó en 1857 y la inminencia de grandes acontecimientos políticos en Europa obligaron a Marx a acelerar sus investigaciones sobre economía política. El fruto de su intenso trabajo de muchos años fueron los gruesos manuscritos económicos de 1857-1858 publicados por primera vez en 1939-1941 por el Instituto de Marxismo-leninismo anexo al Comité Central del PCUS, en alemán, con el título de Grundrisse der Kritik der politischen Okonomie (Fundamentos de la crítica de la Economía política). En estos manuscritos se refleja una etapa muy importante de la formación de la teoría económica de Marx, en la crítica de la economía política burguesa. Contienen varias tesis teóricas que, posteriormente, fueron formuladas de una manera clásica en El Capital. Lo principal en estos manuscritos es que, en ellos, Marx expone en rasgos generales los fundamentos de su teoría de la plusvalía. Refiriéndose a este gran descubrimiento, Engels dijo: Marx elaboró él solo la teoría de la plusvalía en los años 50, negándose con tenacidad a publicar datos sobre ella hasta que se aclarasen completamente todas sus conclusiones. Los manuscritos contienen también ideas teóricas de Marx sobre la futura sociedad comunista, sobre el desarrollo, jamás visto, que las fuerzas materiales y espirituales alcanzarán en ella. En el esbozo inconcluso del Exordio a estos manuscritos, Marx dilucida cuestiones decisivas referentes a la economía política, su método, y otros muchos problemas.

    Al preparar sus manuscritos económicos para darlos a la imprenta, Marx revisó todo lo que tenía escrito. En junio de 1859 vio la luz el primer cuaderno de la obra de Marx Contribución a la crítica de la economía política, con la primera exposición sistematizada de su teoría del valor, incluyendo la teoría del dinero.

    El Prefacio de esta obra tiene enorme valor científico; contiene la siguiente formulación, genial por su precisión y laconismo, de la esencia de la comprensión materialista de la historia, descubierta por Marx: En la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones, necesarias e independientes de su voluntad, que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona los procesos de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su existencia, sino, al contrario, su existencia social la que determina su conciencia. Al llegar a determinada fase de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de éstas, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, esas relaciones se convierten para ellas en trabas. Y entonces comienza una época de revolución social. El capitalismo es el último régimen social antagónico, de clases. Con él, según palabras de Marx, termina la prehistoria de la humanidad.

    Después de haber sido publicado el primer opúsculo de la Contribución a la crítica de la economía política, Marx consideraba necesario efectuar un trabajo complementario para poner en claro para sí mismo ciertas conclusiones y dar a su obra un carácter acabado, pero se lo impidieron los grandes acontecimientos internacionales del año 1859.

    El auge de los movimientos democrático-burgueses

    Como Marx había previsto, la crisis económica, que se inició en 1857, tuvo importantes consecuencias políticas. Los problemas que no se habían resuelto en la revolución de 1848 resurgieron con fuerza renovada. Su atención la absorbieron el recrudecimiento de la lucha de Italia por la unidad del país y su liberación del yugo austríaco y el movimiento por la unificación de Alemania. Esta vez, lo mismo que en 1848, la principal preocupación de Marx era que los movimientos democrático-burgueses se hicieran más amplios y más potentes gracias a la participación de masas más vastas y más plebeyas, de la pequeña burguesía en general, del campesinado en particular y, por último, de las clases desposeídas. Todos los artículos de Marx correspondientes a este período, lo mismo si tratan de Italia o de Alemania que de Polonia o de Rusia, reflejan esa preocupación.

    Durante la guerra austro-italo-francesa de 1859, Marx desenmascaró a Luis Bonaparte, que intentaba encubrir los egoístas fines dinásticos que perseguía en la guerra con la consigna de liberación de Italia, y demostró que el pueblo italiano no podría lograr la independencia y la unidad del país más que mediante un levantamiento nacional que destronase a todos los monarcas italianos, acabase con la opresión feudal, lo liberara del yugo austríaco y le permitiera crear un Estado democrático unificado. Marx consideraba que toda propaganda en favor del bonapartismo no sólo causaba un daño directo a la causa de la revolución italiana, sino también a la revolución alemana, y que ayudaba a las fuerzas reaccionarias en Europa. Por ello, en el panfleto Señor Vogt, escrito en 1860, atacó a los agentes bonapartistas infiltrados en el seno de los exiliados pequeño-burgueses.

    Es una de sus obras menos conocidas, en la que Marx trabajó durante casi un año. Profesor de Geología en Ginebra, Carlos Vogt (1817-1895) era un científico muy conocido en toda Europa, uno de los principales representantes del materialismo vulgar, un filósofo ateo y con ademanes radicales que la burguesía suele confundir con el materialismo dialéctico. Entre otras simplezas decía que el pensamiento brota del cerebro lo mismo que la orina del riñón. Pero en aquella época, obras de Vogt como La ciencia y la fe del carbonero tuvieron una enorme repercusión.

    La crítica científica de Vogt y la corriente filosófica a la que pertenecía (Büchner, Moleschott) por parte de Engels es conocida. Los calificó como predicadores viajeros.

    Pero, además de científico, Vogt era el más influyente de los demócratas burgueses en la Alemania de mediados del siglo XIX. Había participado en la revolución de 1848, fue diputado de la Asamblea de Franckfort y, como tantos otros, luego tuvo que emigrar a Suiza. Gozaba de inmensa influencia no solamente entre los demócratas alemanes, sino también entre todos los círculos de viejos revolucionarios exiliados que vagabundeaban por Europea, especialmente el ruso Alexander Herzen.

    El contexto de la polémica entre Vogt y Marx fue la guerra entre Francia y Austria en su disputa sobre Italia. Para Napoleón III era importante ganarse para su causa a un célebre científico que, al mismo tiempo, era un dirigente respetado entre los demócratas alemanes. Vogt estaba muy ligado a un hermano de Napoleón III, que se hacía pasar por liberal y protector de la ciencia. De él recibió Vogt dinero para distribuirlo entre los representantes de los círculos de exiliados.

    Cuando Vogt se manifestó a favor de Napoleón III y de Italia, causó una profunda impresión entre los revolucionarios. Entre ellos había algunos muy ligados a Marx y Engels en Londres, uno de los cuales era Carlos Blind. Éste le contó a Marx que Vogt había recibido dinero de Napoleón III, acusación que fue publicada por Guillermo Liebknecht en la Gaceta de Augsburgo.

    Sintiéndose desenmascarado Vogt, llevó el asunto ante los tribunales y aunque perdió el proceso, el periódico no pudo aportar ninguna prueba de la acusación de corrupción porque Blind desmintió sus afirmaciones previas. Que Vogt era un agente bonapartista no se pudo confirmar documentalmente hasta muchos años más tarde, cuando se abrieron los archivos secretos de Napoleón III.

    Vogt pareció haber limpiado su honor y Liebknecht aparecía como un mentiroso. Los exiliados alemanes en Londres, convecidos de que Liebknecht no era más que un portavoz de Marx, se volvieron contra él, incluídos algunos de los incondicionales suyos como Freiligrath, quien tuvo que descubrirse manifestando en aquel difícil momento que sus relaciones con Marx eran personales. Veterano de 1848, Freiligrath era entonces director de la sucursal de una banco suizo cuyo director en Ginebra era amigo de Vogt. No quería arriesgar su bolsillo. Los viejos como Freiligrath no renegaban de su pasado pero vivían de recuerdos. Lassalle tenía mucha razón al decir que Marx estaba sólo, y no solamente en Alemania. Solo pero erguido.

    Convencidos de que Vogt estaba comprado, Marx y todos los revolucionarios se encontraron en una situación difícil, sobre todo cuando aquel pasó al ataque publicando un folleto en que acusaba a Marx de ser la cabeza de una banda de ladrones y falsarios que no retrocedían ante nada. Las más monstruosas calumnias se esgrimieron contra los comunistas. Conocido por su amor al confort, Vogt acusó a Marx de llevar una vida lujosa a expensas de los obreros.

    Gracias a la fama de Vogt y a la del atacado, que acababa de publicar la primera edición de su Crítica de la economía política, el libelo de Vogt armó un gran revuelo y, como era de esperar, tuvo una acogida excelente en la prensa burguesa. Todos los publicistas burgueses, y particularmente los renegados del socialismo que habían conocido personalmente a Marx, aprovecharon la ocasión y vaciaron sus sacos de basura sobre su adversario.

    Marx consideraba que la prensa tenía derecho a ofender a cualquier político. Su lema eran las palabras de Dante: ¡Sigue tu camino y que la gente diga lo que quiera! Era un privilegio de cuantos se dedican a una actividad política recibir elogios o ataques. Marx no respondía a las injurias personales, de las cuales, sin embargo, se le colmaba continuamente. Se podían dejar sin respuesta los ataques dirigidos contra Marx, pero no las calumnias dirigidas contra los revolucionarios. Cuando estaban en juego los intereses de la causa del proletariado, Marx respondía, y entonces era implacable.

    Cuando apareció el libelo de Vogt, los revolucionarios se preguntaron si era conveniente responder. Lassalle y algunos amigos de Marx opinaban que era mejor guardar silencio; no se trata de que creyeran una sola palabra de lo que había escrito Vogt, sino que tenían en cuenta el considerable prestigio que el proceso le había proporcionado. En su opinión, Liebknecht había herido en lo más vivo al gran demócrata, el cual al defender su honor había caído también en excesos. Un nuevo proceso no haría más que confirmar su triunfo, dado que no había ninguna prueba contra él. Por lo tanto, lo más racional era dejar que la opinión pública se apaciguara.

    En una carta dirigida a Marx el 2 de febrero de 1860, Engels censuraba a Lassalle que no se posicionara claramente en el conflicto, que tratara de mantener las distancias entre ambos.

    Muchos años después Mehring daba la razón a Lassalle contra Marx. Según él, Marx no hubiera debido intervenir en la disputa entre Liebknecht y Vogt, tendría que haberse quitado una preocupación sin niguna utilidad para la lucha. Pero en el momento en que Mehring escribió, Vogt carecía ya de toda influencia política. Además, descuida que la obra dirigida contra Vogt iba enfilada al mismo tiempo contra otras dos dianas: Lassalle y los exiliados. El incidente con Vogt disimulaba profundas divergencias tácticas que habían surgido entre el partido proletario y los partidos burgueses, y que, como demostraba el ejemplo de Lassalle, en el propio partido proletario se habían manifestado peligrosas fluctuaciones.

    Marx y Engels acordaron responder por escrito. Con la siempre inestimable ayuda de Engels, Marx asumió esta tarea redactando un folleto bastante breve, unas 40 hojas que tuvieron que imprimirse fuera de Alemania donde sólo llegaron una cantidad insignificante de ejemplares.

    Desde el punto de vista literario, el libro, asegura Riazanov, es lo mejor de Marx como polemista. En toda la literatura mundial, ninguna otra iguala a esta obra. Marx no se limita a destruir a Vogt políticamente. Su panfleto no es una simple invectiva. Marx se sirve contra Vogt de un arma en cuyo uso es un maestro: el sarcasmo, la ironía. En vida de Marx, quienes vivieron directamente en sus propias carnes el período posterior a 1849 afirmaron que no existe otra obra que ofrezca tanto material para la caracterización de los partidos de aquella época, como el libro de Marx contra Vogt. El lector contemporáneo necesitaría un mapa geopolítico de Europa de hace 150 años para orientarse en muchos de los detalles, pero se apercibirá de la importancia política de este panfleto. El propio Lassalle, cuando apareció, tuvo que reconocer que Marx había escrito una obra magnífica, que sus apreciaciones habían sido equivocadas y que como político, Vogt había quedado al descubierto para siempre.

    Como siempre Engels puso su mente enciclopédica y sus grandes conocimientos geográficos y estratégicos al servicio de Marx para la redacción de aquel folleto y pudiera orientarse en los problemas de los eslavos del oeste y desenmascarar el paneslavismo de Vogt.

    En Señor Vogt, Marx no se asignó únicamente la tarea de demoler políticamente a un científico respetado por toda la burguesía. Ciertamente, cumplió esta tarea con brillantez pero su tentativa de calumniar a los revolucionarios ofreció a Marx la ocasión de barrer a los partidos burgueses en el poder o en la oposición y, en particular, caracterizar la venalidad de la prensa burguesa, convertida en una empresa capitalista que obtiene sus beneficios de la venta de palabras, al igual que otros las obtienen de la venta de chucherías.

    Contra Vogt, Marx sólo tenía posibilidad de utilizar los escritos del propio Vogt. Los principales testigos se habían desentendido del asunto o se habían retractado de sus afirmaciones. Por ello, Marx toma todas las obras políticas de Vogt y demuestra que no más que era un bonapartista que repetía literalmente los argumentos desarrollados en las obras políticas de los agentes de Napoleón III, y deduce que Vogt es o bien un vulgar papagayo que repite estúpidamente los argumentos de los bonapartistas, o bien un agente comprado del mismo modo que los restantes publicistas bonapartistas.

    Vogt tenía a su lado a la parte más influyente de la democracia burguesa alemana. Por esta razón, Marx desenmascara la mezquindad política de esta democracia y, de paso, asesta algunos golpes a los reformistas incapaces de acabar con el respeto reverencial por las clases ilustradas. En 1860, cuando se iniciaba un nuevo movimiento entre la pequeña burguesía y la clase obrera, y cuando cada partido se esforzaba por ganarse a los trabajadores, importaba enormemente demostrar que los representantes de la democracia proletaria no sólo no eran inferiores intelectualmente a los representantes más populares y eminentes de la democracia burguesa, sino que eran claramente superiores.

    El golpe asestado a Vogt fue mortal para el prestigio de uno de los principales dirigentes de la democracia burguesa. Lassalle agradeció a Marx que le hubiera facilitado la lucha contra los progresistas por la influencia sobre los obreros alemanes.

    He aquí en qué consiste la importancia histórica de este folleto de Marx.

    También se pusieron de manifiesto entonces las discrepancias entre Marx y Lassalle, antiguo demócrata de Dusseldorf, a quien Marx había conocido en 1848. En la importante cuestión de la manera de unificar Alemania, Lassalle adoptó una posición completamente errónea. En su panfleto La guerra italiana y la tarea de Prusia, Lassalle se manifestaba dispuesto a apoyar el propósito de Prusia de llevar a cabo la unificación de Alemania desde arriba, o sea, por vía contrarrevolucionaria, mientras que Marx luchaba por la unificación del país desde abajo, mediante una revolución democrática.

    Estas discrepancias se hicieron todavía más hondas cuando Lassalle encabezó la Asociación General de Obreros Alemanes y trazó el programa de ésta. Lassalle orientaba a los obreros solamente hacia la lucha pacífica, legal, viendo en el sufragio universal la panacea para todas las calamidades que sufrían los trabajadores. Lassalle inculcaba en los obreros la ilusión de que el Estado prusiano podría ayudarles a organizar asociaciones de producción que les liberarían de verse explotados. Lassalle era enemigo de la lucha de clases, las huelgas y los sindicatos. A diferencia de Marx y de Engels, que veían en los campesinos trabajadores el aliado de la clase obrera, Lassalle estimaba que constituían una masa reaccionaria. Lassalle entabló negociaciones directas con Bismarck, prometiéndole que los obreros apoyarían su política interior y exterior si accedía a proclamar el sufragio universal. Aunque Marx no conocía aún sus negociaciones secretas con Bismarck, no podían escapar a su aguda mirada los coqueteos de Lassalle con la reacción prusiana. En sus cartas, Marx y Engels decían que Lassalle era un demócrata palaciego monárquico-prusiano con marcados tintes bonapartistas.

    Al comenzar Lassalle su labor de agitación entre los obreros, Marx y Engels se mantenían al principio a la expectativa y se abstuvieron de momento de criticarle en público, pues Lassalle realizaba cierta labor positiva ayudando a los obreros a liberarse de la influencia del partido progresista burgués. Cuando, después de muerto Lassalle, Marx y Engels se enteraron de que había mantenido negociaciones con Bismarck, calificaron esto de traición al movimiento obrero y emprendieron una lucha abierta contra el socialismo realista prusiano de los lassalleanos.

    En aquellos años, Marx seguía desenmascarando a la Prusia reaccionaria, labor iniciada ya por él en la Gaceta del Rin y que había cobrado particular intensidad durante las revoluciones de 1848-1849. La dificultad de esta lucha consistía en que Marx no disponía de periódico alguno con ayuda del cual pudiese influir en el lector alemán. Por eso hizo grandes esfuerzos para apoyar al periódico alemán El Pueblo (Das Volk), que comenzó a ser editado en Londres en 1859, y convertirlo en un órgano de la propaganda comunista. En el breve período que existió este periódico, Marx publicó en él una serie de artículos, entre los que figuraban algunos tratando de la política reaccionaria de Prusia. Al mismo fin de denunciar al régimen prusiano estaban dedicadas asimismo una serie de obras inacabadas de Marx, en las que explicaba no sólo el presente, sino también el pasado de ese Estado reaccionario y militarista, y en particular su política y la de la Rusia zarista respecto a Polonia. Marx consideraba que la lucha de los polacos contra Prusia y la Rusia zarista, que condujo a la insurrección de 1863, sólo se vería coronada por el éxito cuando estuviese orgánicamente vinculada con la revolución agraria y la lucha por la democracia.

    A fines de los años 50, Marx observaba ya con grandes esperanzas el despertar del movimiento campesino en Rusia. La derrota en la guerra de Crimea había aguzado todas las profundas contradicciones existentes en el interior del país, y el gobierno zarista se vio obligado a empezar los preparativos para una reforma en el campo. Al examinar los proyectos de reforma que se discutían en los comités de la nobleza, Marx predijo los males que la liberación desde arriba traería a los campesinos. El veía en el campesinado ruso, que se levantaba a la lucha contra el régimen de la servidumbre, un aliado de la futura revolución europea.

    La lucha contra la esclavitud en los Estados Unidos a principios de la década del 60, al igual que el movimiento contra el régimen de la servidumbre en Rusia, era otro acontecimiento al que Marx atribuía una gran importancia internacional. En sus escritos demostró que la guerra de secesión era por su carácter una lucha entre dos sistemas sociales: el esclavista y el capitalista, más progresivo que el anterior. Marx decía que el Norte no podría vencer más que en el caso de que su gobierno empezara a desplegar la guerra al modo revolucionario, promulgara una ley aboliendo la esclavitud, resolviera el problema agrario en favor de los granjeros, reorganizara el ejército, limpiándolo de elementos traidores, e hiciera la guerra bajo consignas democráticas y revolucionarias bien claras. Marx exhortaba a los obreros de Europa a que frustraran por todos los medios las tentativas de los gobiernos europeos de inmiscuirse en la guerra civil para favorecer a los esclavistas del sur. Marx aplaudía a los obreros de Inglaterra, que con sus acciones impidieron al Gobierno inglés efectuar una intervención en apoyo de los Estados esclavistas. Su viva repercusión entre los obreros europeos hacía concebir a Marx la esperanza de que la guerra de secesión volvería a impulsar a la clase obrera, deprimida por años de reacción, a desplegar enérgicas acciones históricas.


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    Mensaje por RDC Sáb Dic 26, 2009 7:10 pm

    Su obra cumbre

    Previendo un nuevo auge del movimiento obrero, Marx quería terminar lo antes posible su obra de economía política. Al reanudar en 1861, después de un intervalo de un año y medio, sus investigaciones económicas, decidió modificar el plan de su obra y publicarla en volumen aparte, y no como continuación del libro Contribución a la crítica de la economía política, que viera la luz en 1859. En 1862, Marx escribió a Kugelmann que su obra tendría por título El Capital y por subtítulo, Contribución a la crítica de la economía política.

    Las condiciones en que Marx escribió El Capital fueron duras en extremo. Debido a la guerra civil en Norteamérica, Marx dejó de colaborar en el New York Tribune, por lo que perdió su fuente principal de ingresos. La familia de Marx pasaba de nuevo por una situación difícil, y, a no ser por la constante y abnegada ayuda económica de Engels, Marx no sólo no hubiera podido terminar El Capital, sino que irremisiblemente, habría sucumbido bajo el peso de la miseria.

    Al fundarse la Internacional recayó sobre Marx un enorme trabajo político de partido. Tenía que trabajar de noche para escribir El Capital. Su organismo no pudo soportar tal tensión y Marx comenzó a enfermar cada vez más a menudo.

    A fines de 1865, Marx terminó el borrador de El Capital. Pero, al empezar la preparación del primer tomo para la imprenta, volvió a redactar el manuscrito, reduciéndolo. En abril de 1867, Marx llevó personalmente el manuscrito a Hamburgo para entregarlo al editor. El 5 de mayo del mismo año, el día de su natalicio, recibió la primera prueba. Las pruebas siguientes llegaban del editor con gran retraso y tardaba mucho en devolverlas porque hacía importantes cambios, enviaba el material a Engels para que lo viese y, a veces, introducía nuevas enmiendas por consejo de su amigo. El 16 de agosto de 1867, Marx firmó el último pliego de El Capital, el pliego cuarenta y nueve. Al concluir el primer tomo, Marx escribió a Engels: Así, pues, el tomo está ya listo. Ello ha sido posible única y exclusivamente gracias a ti. De no haber sido por tu abnegada ayuda, no hubiera podido escribir tan enorme trabajo en tres tomos. Te abrazo y te saludo lleno de gratitud, querido y fiel amigo.

    Después de la publicación del tomo I de El Capital en septiembre de 1867, su intensa actividad en la I Internacional e importantes acontecimientos -la guerra franco-prusiana y la Comuna de París- obligaron a Marx a interrumpir una vez más su famosa obra económica. Hasta principios de la década del 70 no pudo Marx seguir escribiendo El Capital, pues tuvo que invertir mucho tiempo en preparar la segunda edición en alemán del tomo I y preparar la versión francesa del mismo, para la cual rehizo en gran parte su obra y redactó la traducción. Los demás tomos le llevaron a Marx mucho más tiempo de lo que al principio pensara. En el prefacio al tomo II de El Capital, Engels señala la principal causa, diciendo: La simple enumeración del material manuscrito dejado por Marx para el II libro demuestra con qué sin igual meticulosidad, con qué riguroso espíritu de autocrítica trataba de lograr la máxima perfección de sus grandes descubrimientos económicos, antes de publicarlos; este espíritu de autocrítica sólo raras veces le permitía adaptar la exposición, por el contenido y por la forma, a sus horizontes intelectuales, que se ampliaban más y más debido a que estudiaba incesantemente.

    El trabajo preparatorio que hizo Marx para escribir la sección sobre la renta del suelo (tomo III de El Capital) constituye un ejemplo de lo profunda que era su labor de investigación. Para esta sección realizó Marx en los años del 70 un detallado estudio de las relaciones agrarias en Rusia en el período posterior a la reforma de 1861. Refiriéndose a este trabajo de Marx y a sus proyectos, Engels dice en el prefacio al tercer tomo del libro: Dadas las múltiples formas de la posesión de la tierra y de la explotación de los agricultores en Rusia, en la sección sobre la renta del suelo debía este país desempeñar el mismo papel que Inglaterra en el tomo I, al analizarse el trabajo asalariado en la industria. Por desgracia, Marx no pudo realizar ese plan.

    La muerte de Carlos Marx puso término a su trabajo en El Capital. Los manuscritos que dejó necesitaban una redacción suplementaria. Esta tarea recayó sobre Federico Engels, quien realizó un inmenso trabajo, preparando para la imprenta el segundo tomo en 1885 y el tercero en 1894. Hablando de estos dos volúmenes, Lenin señalaba que eran obra común de Marx y Engels. Debía servir de broche a la grandiosa obra económica de Marx un cuarto tomo, con la historia crítica de la cuestión central de la economía política: la teoría de la plusvalía. Después de morir Carlos Marx, Engels pensaba redactar el manuscrito para editarlo aparte, como tomo IV de El Capital. Sin embargo, Engels no pudo cumplir su propósito, y dicho trabajo no vio la luz hasta después de la muerte de Engels, apareciendo en 1905-1910, editado por Kautsky, con el título Teoría de la plusvalía.

    A diferencia de esa edición, en la que el manuscrito fue arbitrariamente tratado, el Instituto de Marxismo-leninismo, anexo al Comité Central del PCUS, publicó en 1954-1961 otra, que corresponde al manuscrito original de Marx. En 1956-1962 salió en Berlín una edición análoga, en alemán.

    El Capital es una creación inmortal que coronó la actividad científica del gran sabio y revolucionario. La hazaña realizada por Marx fue grandiosa. En una carta a Lachatre, Marx decía: En la ciencia no existe una vía magna y ancha... y únicamente puede alcanzar sus deslumbrantes alturas quien, sin temer el cansancio, trepa por sus pedregosos vericuetos.

    La doctrina económica de Marx constituyó una verdadera revolución en la economía política. Tan sólo un teórico de la clase avanzada, el proletariado, libre de la limitación y los prejuicios egoístas de las clases dominantes, de las clases explotadoras, podía someter a una auténtica investigación científica la anatomía de la sociedad capitalista, es decir, su economía.

    Marx descubrió la ley económica del movimiento de la sociedad capitalista, estudió esta sociedad en su surgimiento, desarrollo y decadencia demostrando de una manera científica su carácter pasajero, su carácter históricamente limitado. Marx examina a lo largo de toda su obra las irreconciliables contradicciones internas inherentes al capitalismo y demuestra que, a pesar de todos los intentos de sus reformadores, burgueses y pequeño-burgueses, de suavizarlas y borrarlas, éstas se irán agudizando inevitablemente a medida que la sociedad capitalista se desarrolla.

    Mostró que el capitalismo crea en su crecimiento las premisas materiales de la futura sociedad socialista y que el proletariado es la fuerza social que ha de dar cumplimiento a la sentencia que la historia ha dictado contra el capitalismo.

    Al poner al desnudo el mecanismo de la explotación capitalista, Marx descubrió la verdadera fuente de la plusvalía, que consiste en la apropiación del trabajo no pagado del obrero por la clase de los capitalistas. La plusvalía es la diferencia entre el valor creado por el trabajo del obrero y el valor de su fuerza de trabajo, es decir, el valor de los medios de vida necesarios para el obrero y su familia. La teoría de Marx acerca de la plusvalía descubrió el secreto de la explotación capitalista, cuidadosamente enmascarado por los apologistas del capitalismo, la base económica del antagonismo entre el proletariado y la burguesía. La teoría de la plusvalía es la piedra angular de la teoría económica de Marx. Después de la creación de la teoría materialista sobre las leyes del desarrollo de la sociedad humana, la teoría de la plusvalía fue el segundo y más grande descubrimiento del genial teórico del proletariado.

    Según la ley general de acumulación capitalista, descubierta por Marx, a medida que el capitalismo se desarrolla se van agudizando las hondas contradicciones internas que le son propias. Una parte cada vez mayor de la población se va convirtiendo en proletarios desposeídos, mientras que más y más riqueza se concentra en las manos de un puñado de monopolistas. En las entrañas de la sociedad capitalista no sólo se crean las condiciones materiales necesarias para la futura sociedad socialista, sino que se forma también la fuerza social que llevará a cabo la revolución socialista y liberará para siempre a la humanidad de todo yugo y explotación.

    Haciendo una especie de resumen de todas sus investigaciones, Marx caracteriza de la siguiente manera la tendencia histórica de la acumulación capitalista: El monopolio del capital se convierte en traba del modo de producción que ha florecido con él y bajo él. La centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo llegan a un punto en que son ya incompatibles con su envoltura capitalista. Esta salta hecha añicos. La última hora de la propiedad capitalista, ha sonado. Los expropiadores son expropiados.

    Si en el primer tomo de El Capital, Marx trata del proceso de la producción de capital, el segundo examina el proceso de su circulación. Subrayando la unidad del proceso de producción y el de circulación, y el papel determinante de la producción, Marx examina aquí el capital en movimiento y analiza la circulación del mismo en sus formas principales: monetaria, productiva y mercantil. En el segundo tomo ocupa un lugar destacado el análisis de la reproducción simple y la reproducción ampliada bajo el régimen capitalista. Al investigar las contradicciones inherentes a la sociedad capitalista, la fundamental de las cuales es la contradicción entre el carácter social de la producción y la forma capitalista privada de la apropiación, Marx demuestra que la anarquía de la producción, las crisis y el paro son la inevitable secuela del capitalismo.

    En el tomo III de El Capital se analiza el proceso de la producción capitalista tomado en su conjunto. Marx demuestra que el beneficio industrial del fabricante, la ganancia mercantil del comerciante, el interés del prestamista y del banquero y la renta del propietario agrícola tienen todos el mismo origen: la plusvalía. Investiga cómo los capitalistas de estos diversos grupos se reparten la plusvalía en su forma metamorfoseada, la ganancia, cómo a base de la ley del valor se forma la cuota media de ganancia que se embolsan los capitalistas. Debido a la formación de la cuota media de ganancia, las mercancías se venden a precios de producción que, si bien no coinciden con el valor de algunas clases de mercancías, sí coinciden con el valor de toda la masa mercantil en su conjunto.

    En El Capital halló su expresión más plena y acabada la doctrina económica de Marx, que, según Lenin, es donde su teoría se ve confirmada y aplicada más profunda, plena y detalladamente. Fue un gigantesco progreso en la elaboración de todas las partes integrantes de la doctrina de Marx -la filosofía, la economía política y el comunismo científico-, orgánicamente vinculadas entre sí. Al emplear en sus investigaciones la dialéctica materialista, Marx la enriqueció creadoramente y perfeccionó aún más esta poderosa arma del conocimiento científico. El Capital proporcionó al comunismo científico, a la teoría acerca de la misión liberadora del proletariado, acerca de la revolución socialista y la dictadura del proletariado, unos sólidos cimientos filosóficos, económicos e históricos. El Capital, obra inmortal de Marx, es una poderosa arma espiritual del proletariado en su lucha contra la esclavitud capitalista.

    La I Internacional

    Marx no sólo veía el objetivo principal de su vida en demostrar teóricamente la inevitabilidad del hundimiento del capitalismo y del triunfo de la revolución proletaria, sino también en ayudar al sepulturero de la sociedad capitalista, al proletariado, a organizar sus fuerzas para el asalto. Mientras terminaba el primer tomo de El Capital, Marx trabajó para organizar, cohesionar y educar a las masas obreras. Engels decía que el trabajo de Marx en la I Internacional era la cumbre de toda su actividad política y de partido.

    El desarrollo del capitalismo y el aumento de la explotación del proletariado y de las masas trabajadoras, así como la crisis mundial de 1857 y la reanimación de los movimientos democrático-burgueses y de liberación nacional que la siguieron, en particular, la insurrección polaca de 1863, contribuyeron al despertar político del proletariado, engendraron en él un afán de actuar coordinadamente. El 28 de septiembre de 1864 se fundó en Londres, en un mitin celebrado en St. Martin's Hall, la Asociación Internacional de los Trabajadores. Al éxito de la Internacional no sólo contribuyó la situación histórica de entonces, sino también el que fuera Marx su verdadero fundador y organizador, quien la dirigiera e inspirara en el transcurso de toda su historia.

    Se deben a Marx los principales documentos de la Internacional, entre ellos el Manifiesto inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores y los Estatutos Provisionales de la Asociación. Al redactarlos en 1864, Marx procuró, sin apartarse de sus principios, darles una forma aceptable para los obreros de países diversos y de un grado de desarrollo desigual. La táctica de Marx en la Internacional tendía a que se explicase de modo tenaz y paciente a los obreros, basándose en la experiencia práctica de las masas, la inconsistencia del reformismo, así como del sectarismo y dogmatismo y se conquistase paso a paso a las masas, logrando que abrazaran la teoría auténticamente científica y la táctica revolucionaria del proletariado.

    Durante el primer período de la actividad de la Internacional, Marx centraba su atención en la lucha económica del proletariado, en la cual veía un poderoso medio para organizar y educar a las masas obreras. Cuando, en 1865, Weston, un seguidor de Owen, intentó demostrar en una reunión del Consejo General que las huelgas y los sindicatos no reportaban ningún provecho a los obreros, Marx rebatió enérgicamente sus falsas y nocivas ideas. Al mismo tiempo que defendía, en contra de los owenistas, proudhonistas y lassalleanos la necesidad de la lucha económica cotidiana de la clase obrera contra el capital, Marx atacaba resueltamente a los dirigentes oportunistas de las tradeuniones inglesas, que circunscribían las tareas de la clase obrera a la lucha por las reivindicaciones económicas cotidianas de los obreros, relegando al olvido los intereses vitales del proletariado, la necesidad de suprimir la propiedad privada sobre los medios de producción. En 1898, después de la muerte de Marx, su hija Eleonora publicó, con el título Salario, precio y ganancia, el informe que su padre hiciera entonces en el Consejo, y en el que, de una manera accesible y llana, exponía varias tesis fundamentales de su futura obra El Capital.

    En la primera etapa del funcionamiento de la Internacional, los principales adversarios del marxismo fueron los partidarios de Proudhon, contra los que hubo ya que luchar en la Conferencia de Londres (1865) y en el Congreso de Ginebra de la Internacional (1866). Aunque, por estar ocupado con El Capital, no pudo asistir al Congreso de Ginebra, Marx dio a los delegados del Consejo General detalladas instrucciones en las que señalaba como tareas inmediatas las siguientes: luchar contra la importación de obreros extranjeros que los capitalistas practicaban durante las huelgas y los cierres patronales; por la jornada de ocho horas y por limitar la jornada de trabajo de los niños y los adolescentes, así como por su educación intelectual y física y por que se les diera instrucción politécnica. Estas instrucciones concedían gran importancia a los sindicatos, en los que Marx veía centros organizadores del movimiento obrero, subrayando los indisolubles vínculos existentes entre la lucha económica y la lucha política, entre la lucha cotidiana de la clase obrera y el objetivo final de su movimiento. Al explicar el papel que desempeñaban las cooperativas, Marx indicaba que éstas, a pesar de la gran importancia que tenían, no podían cambiar las bases del régimen social sin que el proletariado conquistase el poder.

    Después de acalorada discusión, la mayoría de los delegados al Congreso de Ginebra aprobó el programa práctico de acción trazado por Marx.

    El Congreso de Bruselas (1868) y el de Basilea (1869) fueron otras tantas etapas en la elaboración de un programa teórico unificado de la Internacional. En ellos se aprobaron las resoluciones relativas a la socialización de la tierra y la propiedad colectiva de los medios de producción. El Programa de la Internacional adquirió un carácter netamente socialista. Esto fue un triunfo ideológico sobre los proudhonianos, defensores de la pequeña propiedad. Es de notar que el Congreso de Bruselas aprobó una resolución especial sobre El Capital. En ella se señalaban los inapreciables méritos de Marx, el primer economista que había hecho un análisis científico del capital y se exhortaba a los obreros de todas las nacionalidades a estudiar esta obra.

    Mientras que en Francia y en Bélgica los principales enemigos del marxismo eran los proudhonianos, en Alemania ese papel correspondía a los partidarios de Lassalle. Cuando se fundó la Internacional, Lassalle ya no vivía, pero sus adeptos continuaban defendiendo tenazmente sus equivocadas concepciones y su nociva táctica. En varias cartas y artículos, Marx y Engels advirtieron a los obreros alemanes lo perjudicial y peligroso que eran los lazos de Lassalle con la reacción prusiana. Tomando en consideración que los dirigentes de la Asociación General de Obreros Alemanes y su órgano de prensa, El Socialdemócrata seguían aplicando la táctica de Lassalle y respaldaban la política de unificación de Alemania desde arriba, a sangre y fuego, es decir, la política bismarckista, Marx y Engels declararon que no podían colaborar en dicho periódico y condenaron el socialismo gubernamental monárquico-prusiano, que profesaban los partidarios de Lassalle.

    A través de Guillermo Liebknecht Marx y Engels tomaron medidas para fundar en Alemania un partido obrero distinto del de Lassalle. En 1868, en el Congreso de Nuremberg de las asociaciones culturales obreras, celebrado bajo la dirección de Guillermo Liebknecht y Augusto Bebel, se acordó que dichas entidades se adhiriesen a la Internacional. Así fue cómo la Asociación Internacional de los Trabajadores se abrió también paso hacia las masas obreras de Alemania. Al año siguiente se fundó en Eisenach el Partido Obrero Socialdemócrata de Alemania. Además de la organización obrera dirigida por Bebel y Liebknecht, entró en dicho partido un grupo de lassalleanos que se habían desgajado de la Asociación General de Obreros Alemanes.

    Cuando el marxismo había obtenido ya en la Internacional una victoria ideológica sobre el proudhonismo y grandes éxitos en la lucha contra el lassalleanismo, salió a escena un nuevo enemigo tan peligroso como los anteriores, aunque más pérfido: el bakuninismo. Miguel Bakunin, apoyándose en su organización anarquista, la Alianza de la Democracia Socialista, se proponía adueñarse de la dirección de la Internacional. Aunque, al ingresar en la Internacional, Bakunin había declarado disuelta la Alianza, en realidad hizo de ella una organización secreta en el seno de la Internacional.

    Después del Congreso de Basilea, los bakuninistas, paralelamente a su trabajo de zapa en la Internacional, empezaron a luchar abiertamente contra el Consejo General y contra Marx, su dirigente. Aspiraban a agrupar bajo su bandera conspirativa tanto a los partidarios de Lassalle, los socialistas realistas prusianos, como a los líderes, sumamente moderados, de las tradeuniones inglesas, con los que Marx empezaba ya a tener serias divergencias.

    Ya antes criticaba Marx la rutina y el espíritu conservador de estos representantes de la aristocracia obrera de Inglaterra, así como su arraigada costumbre de ir a la zaga de los liberales burgueses. Las discrepancias entre Marx y estos representantes de la política obrera liberal se acentuaron particularmente en la segunda mitad de la década del 60, cuando el problema irlandés pasó a ser la cuestión central de la vida política inglesa. A iniciativa de Marx el Consejo General de la Internacional manifestó su apoyo a la lucha de liberación nacional del pueblo irlandés contra la dominación colonial inglesa. En este movimiento veía Marx una fuerza dirigida no sólo contra la aristocracia terrateniente de Inglaterra, sino también contra la burguesía inglesa. El sojuzgamiento de Irlanda permitía a la burguesía inglesa escindir a los obreros en dos campos enemigos, sembrar la discordia entre los obreros ingleses e irlandeses. Marx demostraba que en esa discordia radicaban la impotencia de la clase obrera inglesa y la clave de la fuerza de la burguesía de Inglaterra. Marx explicaba a los obreros ingleses que la liberación de Irlanda era la premisa primordial de su propia liberación: Un pueblo que esclaviza a otro -decía Marx- forja sus propias cadenas.

    La experiencia de la lucha del pueblo irlandés permitió a Marx desarrollar las principales tesis de la cuestión nacional y colonial, que había expuesto anteriormente en sus artículos sobre los movimientos de liberación nacional en Europa, la India y China. Al elaborar los principios teóricos de la política del proletariado en la cuestión nacional y colonial, Marx enseñaba a la clase obrera a que examinase este problema desde el punto de vista de los intereses de la revolución y fustigaba a los proudhonianos, que cerraban los ojos a la cuestión nacional y afirmaban que la nación era un prejuicio anticuado. Al mismo tiempo, Marx luchaba resueltamente contra el nacionalismo burgués, educando a las masas obreras en el espíritu del internacionalismo proletario. En éste veía Marx al luchador más consecuente contra la opresión nacional y el colonialismo.

    En su lucha contra los bakuninistas, Marx contó con el apoyo de la sección rusa de la I Internacional. Dicha Sección, formada en Ginebra a principios de 1870 por un grupo de emigrados políticos influenciados por las ideas de Nikolai Chernishevski y Nikolai Dobroliubov, pidió a Marx que fuera su representante en el Consejo General. A pesar de que desempeñaba ya las funciones de secretario corresponsal de Alemania, Marx respondió por carta que aceptaba satisfecho la tarea de representar a la sección rusa en el Consejo General.

    No fue casual que la sección rusa se dirigiese a Marx que, ya en aquella época, era muy popular entre los jóvenes revolucionarios rusos. La primera propuesta de traducir El Capital a una lengua extranjera partió de Rusia. Al comunicar esta circunstancia a Kugelmann, Marx señaló que otras obras suyas, como Miseria de la Filosofía y Contribución a la crítica de la economía política, no habían alcanzado en parte alguna la difusión que tenían en Rusia. A su vez, Marx manifestaba un enorme interés por Rusia, estudiando su economía, su cultura, su literatura y la lucha del pueblo ruso contra el zar y los terratenientes. En 1869, Marx empezó a estudiar el ruso y leyó en este idioma obras de Pushkin, Gogol, Saltikov-Schedrin, Flerovski, Herzen, Dobroliubov, Chernishevski y otros autores rusos.

    Desde la fundación de la Internacional, Marx trataba ya de orientar la atención de los obreros hacia los problemas de la política exterior, hacia los problemas de la guerra y la paz, hacia la lucha contra el militarismo. Llamaba a la clase obrera a pronunciarse en la arena internacional como fuerza independiente, consciente de su responsabilidad y capaz de imponer la paz donde los que se llaman sus amos incitan a la guerra. Pero a diferencia de los pacifistas burgueses, el Consejo General dirigido por Marx establecía una diferencia entre las guerras de rapiña y las de liberación. Así, en los mensajes escritos por Marx a los presidentes de los Estados Unidos A. Lincoln (1864) y A. Johnson (1865) se señala el carácter progresista de la guerra del norte contra los estados esclavistas del sur por la liberación de los negros.

    Cuando comenzó la guerra franco-prusiana, en el llamamiento del Consejo General, escrito por Marx, definió el carácter de la guerra y trazó la táctica que el proletariado debía seguir en ella. Definía la guerra de Luis Bonaparte contra Alemania como una guerra dinástica, como una guerra de rapiña, y predecía que la contienda costaría la corona al emperador francés. Al determinar el carácter de la guerra por parte de Alemania, Marx subrayaba la diferencia entre los verdaderos intereses del país y los objetivos reaccionarios, de rapiña, que perseguía Prusia. Marx señalaba que tanto los obreros avanzados de Francia como los de Alemania habían sabido adoptar una actitud acertada hacia la guerra, una actitud internacionalista: Este hecho grandioso, sin precedentes en la historia -decía Marx- abre la perspectiva de un porvenir más luminoso. Demuestra que, frente a la vieja sociedad, con sus miserias económicas y sus demencias políticas, está surgiendo una sociedad nueva, cuyo principio de política internacional será la paz, porque el gobernante nacional será el mismo en todos los países: el trabajo.

    En el segundo manifiesto, escrito después de la capitulación del ejército francés en Sedán y de la proclamación de la república en Francia, Marx señaló la profunda razón que asistía al Consejo General cuando predijo en el primer manifiesto el próximo hundimiento del Segundo Imperio.

    Subrayando que la guerra había adquirido por parte de Alemania el carácter de una guerra de rapiña, Marx dio a los obreros alemanes la consigna de Paz honrosa para Francia y reconocimiento de la República Francesa. Definiendo las tareas de los obreros franceses, Marx decía que debían aprovechar al máximo las libertades republicanas para reforzar sólidamente la organización de su propia clase. Marx preveía la agudización de la lucha de clases en Francia y por ello advertía al proletariado francés que no debía sublevarse prematuramente sin haberse preparado bien.

    Pero, al llegar a Londres la noticia de que había estallado la revolución obrera del 18 de marzo de 1871, Marx se apresuró a prestar ayuda a los obreros insurgentes de París. Escribió centenares de cartas a todos los países en que existían secciones de la Internacional, explicando al proletariado internacional el verdadero sentido de la revolución del 18 de marzo y exhortándolo a organizar un movimiento en defensa de la Comuna.

    Engels prestó una gran ayuda a Marx en aquel período. En el otoño de 1870 abandonó la oficina en Manchester y se trasladó a Londres, entregándose por entero a sus actividades en el Consejo General.

    Por medio de cartas e instrucciones verbales que trasmitían personas de confianza, Marx trataba de ayudar a los comuneros con sus consejos, previniéndoles contra posibles errores. Sin embargo, sus indicaciones no siempre llegaban oportunamente a París, pues la ciudad se hallaba sometida a estrecho cerco. Los proudhonianos y los blanquistas que encabezaban la Comuna tomaban de muy mala gana y con retraso todas las medidas que estaban en contradicción con sus dogmas sectarios y esta circunstancia también dificultaba la labor de dirección desplegada por Marx.

    Cuando la Comuna de París estaba aún luchando, Marx supo ver ya su importancia histórica, poner al descubierto sus errores fundamentales y sacar conclusiones de suma trascendencia para la teoría y la táctica revolucionaria del proletariado. En su carta a Kugelmann del 12 de abril de 1871, destacó lo que la Comuna de París había aportado de nuevo a los principios de la lucha revolucionaria: Si te fijas en el último capítulo de mi Dieciocho Brumario -decía Marx-, verás que expongo como próxima tentativa de la revolución francesa no hacer pasar de unas manos a otras la máquina burocrático-militar, como venía sucediendo hasta ahora, sino demolerla, y ésta es justamente la condición previa de toda verdadera revolución popular en el continente. En esto precisamente consiste la tentativa de nuestros heroicos camaradas de París.

    Marx limita al continente su conclusión acerca de la necesidad de destruir la vieja máquina estatal, haciendo por lo tanto de Inglaterra la única excepción entre los países europeos. Partía del hecho de que la clase obrera de Inglaterra constituía la mayoría de la población, de que allí no existía aún el militarismo y la burocracia no desempeñaba todavía un papel considerable pero, según indica Engels, Marx tampoco se olvidaba nunca de añadir que no era de esperar que las clases dominantes de Inglaterra se sometiesen a esa revolución pacífica y legar. En esta misma carta a Kugelmann, Marx señaló dos errores fatales de los comuneros:

    — se debía haber emprendido inmediatamente la ofensiva contra Versalles, mientras el enemigo estaba lleno de pánico y no había tenido tiempo de concentrar sus fuerzas. Esa ocasión se dejó escapar;
    — el Comité Central renunció demasiado pronto a sus poderes para ceder su lugar a la Comuna.

    En otra carta a Kugelmann, fechada el 17 de abril de 1871, Marx decía que el solo hecho de haber surgido la Comuna de París era ya una conquista del proletariado de importancia histórico-mundial. En su obra La guerra civil en Francia, escrita en 1871, Marx hizo una síntesis teórica de la experiencia de la Comuna. Consideraba que el mérito principal de los comuneros había consistido en que intentaron, por vez primera en la historia, crear un Estado proletario. Todas las revoluciones anteriores no habían ido más allá de simples desplazamientos entre las clases dominantes, se limitaban a cambiar una forma de explotación por otra, y, en vez de demoler la vieja máquina estatal, se circunscribían a hacerla pasar de unas manos a otras. Pero la clase obrera -decía Marx- no podía adueñarse simplemente de la máquina estatal existente y ponerla en funcionamiento para sus propios objetivos. Marx y Engels consideraban tan importante esta conclusión, que en el prefacio escrito para el Manifiesto del Partido Comunista en 1872 dijeron que la estimaban una adición muy esencial a este documento programático del proletariado.

    La Comuna no sólo demostró en la práctica la justeza de la tesis -formulada por Marx en su obra El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte- que afirma la necesidad de destruir la vieja máquina estatal, sino que procedió a erigir una organización política de nuevo tipo llamada a sustituir dicha máquina. Basándose en la experiencia de los comuneros de París, Marx dio un nuevo paso de importancia extraordinaria en el desarrollo de su teoría sobre la dictadura del proletariado, llegando a la conclusión de que un Estado del tipo de la Comuna de París era la forma política descubierta, al fin, para llevar a cabo dentro de ella la emancipación económica del trabajo.

    Al analizar en su trabajo las medidas sociales y económicas adoptadas por la Comuna, Marx destacaba la idea de que, por más tímidas que hubieran sido, su tendencia principal era la expropiación de los expropiadores.

    Marx prestó gran atención a una cuestión que tuvo enorme importancia para la suerte de la Comuna: a las relaciones de ésta con el campesinado. El examina las medidas que la Comuna hubiera debido tomar (y no tuvo tiempo de hacerlo) en favor del campesino francés. Marx demuestra que la Comuna no sólo era la defensora natural del campesinado, sino también de la pequeña burguesía urbana, que era la verdadera representante de los intereses genuinos de la nación francesa. Termina su obra glorificando a la Comuna, como precursora de la sociedad futura.

    La guerra civil en Francia fue una nueva y brillante prueba del carácter creador del marxismo, de su capacidad de desarrollarse y perfeccionarse a base de la experiencia de las masas, de su iniciativa histórica.

    Publicada como llamamiento del Consejo General, fue un trascendental documento político de la Internacional, que pertrechó al proletariado de todo el mundo con la experiencia de la Comuna.

    Después de la derrota de la Comuna, la Internacional pasó por un período muy duro. Los gobiernos reaccionarios de diversos países redoblaron las persecuciones contra las secciones de la Internacional y la campaña de calumnias contra Marx, su dirigente. Los reformistas se asustaron y se hizo más aguda la lucha en el seno de la Internacional. Odger y Lucraft, dirigentes de las tradeuniones inglesas, declararon en la reunión del Consejo General del 20 de junio de 1871 que retiraban sus firmas al pie del Manifiesto de la Internacional. Fue una traición a la causa del proletariado. En contraposición a los jefes reformistas de las tradeunionistas ingleses, Marx declaró en la prensa que él era el autor del Manifiesto y se hacía plenamente responsable de su contenido.

    En aquel período, los más peligrosos enemigos del marxismo eran los bakuninistas, ideólogos de la pequeña burguesía que negaban la necesidad de la lucha política, del partido proletario y de la dictadura del proletariado. La ideología anarquista constituía entonces el mayor obstáculo para que el proletariado internacional asimilase la experiencia de la Comuna. Refiriéndose a esta experiencia, Marx y Engels demostraron en la Conferencia de Londres, celebrada en 1871, lo funesto que sería renunciar a la lucha política e hicieron ver la necesidad de formar un partido obrero revolucionario, cuya ausencia fue una de las causas de la derrota de la Comuna. La Conferencia aprobó una resolución, redactada por Marx y Engels sobre la lucha política de la clase obrera. Contrarrestando los esfuerzos que hacían los bakuninistas para minar la disciplina de la Internacional y convertir el Consejo General en un simple organismo de carácter informativo, la Conferencia dejó bien sentado en varias resoluciones que el Consejo General era, más que nunca, el centro ideológico, el Estado Mayor de la Internacional.

    En respuesta a la campaña que los bakuninistas emprendieron contra el Consejo General después de la Conferencia de Londres, se publicó la circular Escisiones imaginarias en la Internacional. En este documento, Marx y Engels pusieron al desnudo las intrigas, el doble juego y las actividades escisionistas de los bakuninistas, que trataban de minar la Internacional desde dentro. Los fundadores del comunismo científico pusieron al desnudo la esencia traidora de las consignas bakuninistas y denunciaron su nocivo y peligroso carácter, ya que era un medio para dejar desarmados a los obreros frente a la burguesía, armada hasta los dientes.

    La lucha contra el bakuninismo fue particularmente encarnizada en el Congreso de La Haya (1872). En uno de sus discursos ante el Congreso, Marx estigmatizó, como aliados de los bakuninistas, a los líderes oportunistas de las tradeuniones inglesas, politicastros sin principios, sobornados por su burguesía y su gobierno. El Congreso de La Haya incluyó la parte fundamental de la resolución de la Conferencia de Londres, relativa a la lucha política de la clase obrera, como artículo 7 de los Estatutos de la AIT. El punto sobre el papel del partido, que tenía importancia programática, decía: En su lucha contra el poder unido de las clases poseedoras, la clase obrera sólo puede actuar como clase organizando su propio partido político, contrapuesto a todos los viejos partidos creados por las clases poseedoras.

    Esa organización de la clase obrera en partido político propio es necesaria para asegurar el triunfo de la revolución y la realización de su meta final: la supresión de las clases. Después de conocer el informe presentado por una comisión especial encargada de investigar las actividades escisionistas de los bakuninistas, el Congreso acordó, por una mayoría aplastante, expulsar de la Asociación Internacional de los Trabajadores a Bakunin y a Guillaume, cabecillas de la Alianza. También se acordó, a propuesta de Marx y Engels, que el Consejo General trasladara su sede a Nueva York.

    Cuando el Congreso de La Haya hubo terminado sus labores, se celebró en Amsterdam un mitin, en el que Carlos Marx hizo uso de la palabra. El gran jefe del proletariado dijo: No, yo no abandono la Internacional y, como hasta ahora, dedicaré mi vida al triunfo de las ideas sociales que -de ello estamos profundamente convencidos- conducirán, tarde o temprano, a la dominación del proletariado en el mundo entero.

    El Congreso de La Haya fue el último de la Internacional. En los ocho años que se prolongó su existencia, la Internacional, dirigida por Marx y Engels, recorrió un grande y glorioso camino. La lucha que los fundadores del comunismo científico sostuvieron contra las distintas sectas socialistas y semisocialistas terminó con la victoria ideológica del marxismo.

    Después de la derrota de la Comuna se produjeron cambios radicales en toda la situación histórica, que Lenin caracterizó de la siguiente manera: La clase obrera de Inglaterra había sido maleada por las ganancias que los imperialistas obtenían, la Comuna había sido derrotada en París, el movimiento nacional burgués acababa de triunfar en Alemania (en 1871), la Rusia semisierva continuaba sumida en su letargo secular. Marx y Engels supieron apreciar el momento, comprendieron la situación internacional, comprendieron que la tarea era acercarse poco a poco al comienzo de la revolución social. Las persecuciones policíacas y la política escisionista de los partidarios de Bakunin crearon enormes dificultades a las actividades de la Internacional en Europa. Además, en las nuevas condiciones históricas, las viejas formas de la Internacional ya no correspondían a las exigencias que la historia presentaba a la clase obrera. Tomando en consideración el nuevo clima internacional, Marx y Engels plantearon al proletariado la tarea de llevar a cabo una larga preparación para la revolución socialista y, en primer término, de crear en cada país un partido proletario de masas. La experiencia de la Comuna demostró con fuerza particular lo importante e inaplazable que era esta tarea. La Internacional, dirigida por Marx, había ido preparando las condiciones para darle solución: La victoria ideológica del marxismo en la Internacional y la preparación en los distintos países de cuadros que podían ser el núcleo de los futuros partidos proletarios creaban las premisas necesarias para la formación de éstos. Dirigida por Marx, la Internacional cumplió su misión histórica, sentando los cimientos de la lucha proletaria internacional por el socialismo. La solidaridad internacional del proletariado continuó creciendo y reforzándose con formas nuevas, inherentes a la nueva etapa del movimiento obrero.


    Última edición por RDC el Sáb Dic 26, 2009 7:30 pm, editado 1 vez
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    Mensaje por RDC Sáb Dic 26, 2009 7:11 pm

    La última década de la vida de Marx

    En la actividad teórica de Marx en los años 70 ocupa el lugar principal su trabajo en el segundo y tercer tomos de El Capital. Reúne nuevos materiales, escribe nuevas variantes de diversas partes de su obra. Al tratar de los problemas de la renta del suelo sigue observando el desarrollo de la química, la biología y otras ciencias. Marx se interesa mucho por el progreso de la técnica y, en particular, por los primeros experimentos para la transmisión de la energía eléctrica a larga distancia. Sus trabajos de matemáticas, iniciados ya en los años 50, adquieren ahora para Marx una importancia propia. Después de su muerte, Engels tuvo la intención de publicar sus manuscritos de matemáticas, en los que de una manera nueva, original, se fundamentaba el cálculo diferencial.

    En aquellos años, Marx dedicaba mucho tiempo al estudio de la historia, sobre todo al de la historia de la propiedad comunal de la tierra. Valoraba altamente el libro La Sociedad Antigua, de Morgan (1877); en los vínculos tribales de los indios de la América del norte halló Morgan 1a clave para comprender la estructura de la sociedad primitiva. Pensando escribir un trabajo sobre esta obra de Morgan y sobre su trascendencia a la luz de la comprensión materialista de la historia, Marx tomó muchas notas del libro, agregándoles sus propias observaciones. Muerto Marx, estos materiales fueron utilizados por Engels en su obra El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, considerada por él, en cierta medida, como el cumplimiento del legado de su amigo.

    Otras pruebas del enorme interés de Marx por la historia son sus detallados Apuntes cronológicos sobre la India, escritos en 1879-1880, y sus apuntes de historia universal, más amplios aún, hechos en 1881-1882. Los apuntes cronológicos de Marx no son una simple enumeración de los acontecimientos históricos de diferentes épocas y pueblos. Al examinarlos desde el punto de vista de los intereses de los trabajadores y los explotados, en sus comentarios, Marx fustiga a los enemigos de clase.

    Cualquiera que fuese la rama del saber que Marx enjuiciara, lo hacía siempre desde posiciones de partido, desde el punto de vista de la clase más avanzada, cuyos intereses coinciden con la marcha objetiva del desarrollo histórico. La ciencia era para Marx una fuerza históricamente motriz, revolucionaria, escribió Engels.

    Refiriéndose al enciclopedismo de los conocimientos de Marx, a la amplitud de sus intereses científicos, Paul Lafargue, esposo de su hija Laura, escribía: El cerebro de Marx estaba pertrechado de una cantidad inverosímil de hechos históricos, del dominio de las ciencias naturales y, asimismo, de teorías filosóficas, y sabía utilizar a la perfección toda la masa de conocimientos y observaciones que había acumulado durante un largo trabajo intelectual... Su cerebro parecía un barco de guerra, en el puerto, con las calderas a presión: siempre estaba dispuesto a zarpar en cualquier dirección del pensamiento.

    El trabajo teórico de Marx estuvo hasta el fin de sus días orgánicamente ligado a su actividad revolucionaria, pues, Marx era, ante todo, un revolucionario... Su elemento era la lucha, recordaba Engels. Es indudable que El Capital nos revela un intelecto de fuerza asombrosa y unos conocimientos enormes pero, como escribió Lafargue, todos aquellos que conocían a Marx de cerca, opinaban que ni El Capital ni ninguna otra obra suya muestran toda la grandeza de su genio y de su saber: Él estaba muy por encima de sus obras.

    Con la disolución de la Internacional, el papel de Marx como jefe del movimiento obrero internacional, lejos de disminuir, siguió elevándose, al tiempo que crecía el movimiento obrero. La I Internacional había cumplido su misión histórica, dando paso a una época de desarrollo incomparablemente más potente del movimiento obrero en todos los países del mundo, a la época en que este movimiento había de desplegarse en amplitud y crear partidos socialistas de masas sobre la base de cada Estado nacional.

    Al plantear la fundación del partido proletario en cada país como tarea histórica fundamental, Marx entendía que dicha tarea debía cumplirse tomando en consideración las particularidades de cada país, su economía, su vida política, la lucha de clases en él y el nivel teórico del movimiento obrero, así como los obstáculos con que podría tropezarse. Engels, refiriéndose a la enorme influencia de Marx en el movimiento obrero internacional, escribió en 1881: Marx, gracias a sus méritos teóricos y prácticos, goza de tal situación, que los mejores hombres del movimiento obrero de diversos países confían plenamente en él. En los momentos decisivos le piden consejo y, habitualmente, quedan convencidos de que su consejo es el mejor.

    En países tan atrasados económicamente como Suiza, Italia y España, el principal obstáculo para la formación de los partidos proletarios lo constituían los elementos pequeño-burgueses anarquistas. En un folleto especial, titulado La Alianza de la democracia socialista, Marx y Engels dieron a conocer la actividad escisionista de los bakuninistas en la. Internacional y la labor de desorganización que desplegaban en el movimiento obrero revolucionario de Suiza, Italia, Francia y Rusia, España.

    En Alemania, el obstáculo principal para la divulgación del marxismo seguía siendo el lassalleanismo. Su influencia se dejaba sentir también en el partido de Eisenach, fundado por Liebknecht y Bebel, manifestándose con fuerza singular en 1875, cuando, a pesar de las advertencias de Marx y Engels, dicho partido acordó, haciendo caso omiso de todo principio, unificarse con los lassalleanianos. El proyecto de programa para el Congreso de unificación que había de celebrarse en Gotha fue fruto de ese compromiso. En su trabajo Crítica del programa de Gotha, escrito en 1875, Marx dio una caracterización implacable de dicho programa.

    Al criticar las consignas y los conceptos erróneos, anticientíficos y oportunistas de los partidarios de Lassalle, Marx planteó y resolvió en su obra nuevos y muy importantes problemas teóricos. Los lassalleanos fueron siempre (y su influencia quedará luego en la socialdemocracia alemana) un partido político parlamentario que buscaba el control del Estado y el dominio de las instituciones estatales a base de ir ganando elecciones. Para Marx tal posición va en contra de su concepto de destrucción del Estado. Por eso, aunque en el Programa de Gotha aparecían todos los conceptos marxistas fundamentales, flotaba el Estado como una realidad que se debía cambiar gradualmente por medios pacíficos y legales.

    El primer punto que Marx ataca en su crítica es el trabajo como fuente de toda riqueza y cultura. Acerca de la naturaleza, dice: El trabajo es, en sí mismo, sólo la manifestación de una fuerza de la naturaleza, el poder del esfuerzo humano. El trabajo del hombre sólo se transforma en una fuente de valores de uso, y por tanto también de riqueza, si su relación con la naturaleza, la fuente primaria de todos los instrumentos y objetos de trabajo, es una relación de propiedad desde el principio, y si el hombre la trata como algo que le pertenece. Marx sostiene que el hombre es un esclavo porque tiene que trabajar en la propiedad que pertenece a otros y sugiere una alternativa: El trabajo llega a ser la fuente de toda riqueza y cultura, solamente cuando es trabajo social. Al llegar a este punto, propone otro enunciado, que declara ser indiscutible: El desarrollo social del trabajo, como fuente de riqueza y cultura, surge en proporción directa al desarrollo de la pobreza y depravación entre los trabajadores y de la riqueza y cultura entre los no trabajadores.

    Partiendo de las leyes del desarrollo histórico descubiertas por él, Marx penetró a bosquejar la sociedad comunista: Toda la teoría de Marx -decía Lenin- es la aplicación de la teoría del desarrollo -en su forma más consecuente, más completa, más profunda y más rica de contenido- al capitalismo moderno. Era natural que a Marx se le plantease, por tanto, la cuestión de aplicar también esta teoría a la inminente bancarrota del capitalismo y al desarrollo futuro del comunismo futuro... En Marx no encontramos el menor intento de construir utopías, de hacer conjeturas en el aire respecto a cosas que no es posible conocer. Marx plantea la cuestión del comunismo como el naturalista plantearía, por ejemplo, la del desarrollo de una nueva especie biológica, sabiendo que ha surgido de tal y tal modo y se modifica en tal y tal dirección.

    Valiéndose de ese método, Marx en su Crítica del programa de Gotha formuló una serie de tesis sobre el período transitorio del capitalismo al comunismo y sobre las dos fases del comunismo. En la primera fase del comunismo (denominada corrientemente socialismo) que viene a ser el primer peldaño de su maduración económica, debe regir el principio de distribución según el trabajo. Excepto las partes del producto total destinadas a ampliar la producción y a los fondos sociales de consumo, el trabajador recibe de la sociedad tanto cuanto le ha dado: En la fase superior de la sociedad comunista -dice Marx- cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo y, con ella, la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués, y la sociedad podrá escribir en su bandera: ¡De cada cual, según su capacidad; a cada cual, según sus necesidades!. La teoría de las dos fases del comunismo fue un nuevo descubrimiento de Marx, extraordinariamente importante, que muestra la fuerza genial de su previsión científica.

    La revolucionaria teoría de Marx sobre el Estado culmina en la Crítica del programa de Gotha, donde argumenta la necesidad e inevitabilidad histórica de un período de transición. El Estado de este período debe ser la dictadura del proletariado.

    En la Crítica del programa de Gotha, Marx, además de examinar las cuestiones del período de transición y de las dos fases del comunismo, toca otros problemas teóricos y políticos, cuya importancia y actualidad perdura hasta ahora. Pone, por ejemplo, al desnudo lo erróneo y políticamente perjudicial de la tesis lassalleana de que, para la clase obrera, todas las demás clases no son otra cosa que una masa reaccionaria. Tal planteamiento del problema, simplista, esquemático, conduce a aislar al proletariado de los campesinos y demás masas trabajadoras y le impide cumplir su papel de luchador avanzado por la democracia y el socialismo.

    La Crítica del programa de Gotha es un documento marxista esencial, de inapreciable importancia teórica. En él, Marx da un nuevo paso gigantesco en el desarrollo de su teoría.

    Como predecían Marx y Engels, la unificación en Gotha fue un compromiso que abrió las puertas del partido a distintos elementos vacilantes, pequeño-burgueses, y rebajó el nivel teórico y político de aquella organización. Prueba de ello fue que casi todos los jefes de la socialdemocracia alemana se manifestaron partidarios del sistema socialista inventado por Eugenio Dühring, profesor de la Universidad de Berlín. Aquel sistema era una mezcla ecléctica de conceptos científicos anticuados y de teorías pequeño-burguesas.

    Con el fin de permitir que Marx pudiera dedicarse a El Capital, Federico Engels se encargó de escribir un trabajo criticando a Dühring. Sin embargo, Marx tomó una parte muy activa en la labor de su amigo en el Anti-Dühring, escrito en 1878. Antes de entregar el manuscrito a la imprenta, Engels se lo leyó entero a Marx, quien, además, escribió el capítulo X de la sección sobre la economía política, donde expuso concisamente un esbozo de la historia de la economía política. El Anti-Dühring, original enciclopedia que aclara los problemas principales de la filosofía marxista, la economía política y el comunismo científico, desempeñó un gran papel en la defensa, el desarrollo y la propaganda del marxismo.

    Marx y Engels advertían al Partido Socialdemócrata Alemán de que la confusión teórica reinante en él podía acarrearle peligrosas consecuencias políticas. La vida confirmó que Marx y Engels estaban en lo cierto. La primera prueba seria, la prueba a que sometió al partido la ley de excepción contra los socialistas, promulgada por Bismarck en octubre de 1878, reveló en su seno vacilaciones oportunistas tan fuertes, que ponían en peligro la existencia misma de la socialdemocracia alemana como partido obrero. En sus cartas a los dirigentes de la socialdemocracia alemana y sobre todo en la famosa Circular escrita el 17 y 18 de septiembre de 1879, Marx y Engels criticaron resueltamente tanto a los oportunistas descarados (Hochberg, Bernstein y otros) como el sectarismo y las tendencias anarquizantes (J. Most y otros) en la socialdemocracia germana. Los fundadores del marxismo explicaron a los dirigentes de esta última el gran peligro que representaban en el partido los elementos oportunistas, que trataban de convertir el partido obrero en un partido pequeño-burgués reformista. Velando por la pureza de la teoría revolucionaria y luchando contra todo oportunismo, tanto en el terreno teórico como en el práctico, Marx y Engels ayudaron a la socialdemocracia alemana a elaborar en las difíciles condiciones creadas por la ley de excepción, una línea revolucionaria acertada. La táctica que los fundadores del marxismo proponían a la social-democracia alemana consistía en crear una organización ilegal y un órgano de prensa revolucionaria del partido, combinar el trabajo ilegal con el legal, utilizar la tribuna parlamentaria para desenmascarar la política del gobierno y hacer agitación entre las masas. Ellos confiaban, ante todo, en las masas obreras, en su valor e iniciativa.

    Como resultado de la crítica implacable de Marx y Engels y de la presión de las masas obreras, la dirección del partido, que se había desconcertado a raíz de la entrada en vigor de la ley de excepción, comenzó a enmendar su línea política. Esto no quiere decir que en el partido cesara la actividad de los oportunistas. El ala derecha anidó en el seno de la minoría parlamentaria y de vez en cuando lanzaba ataques contra la línea del partido. Al analizar las raíces del oportunismo, puesto de manifiesto en el interior del partido, Marx y Engels las veían en la naturaleza de la pequeña burguesía, en el espíritu mezquino y filisteo inherente a ella.

    Marx y Engels prestaban a la socialdemocracia alemana una atención particularmente grande porque, después de la derrota de la Comuna de París, el proletariado alemán había quedado en cabeza del movimiento obrero internacional. Ellos querían que la socialdemocracia alemana -el primer partido basado en los principios de la Internacional- fuera un ejemplo para los partidos obreros que comenzaban a formarse también en otros países.

    Siguiendo de cerca la formación de estos partidos, Marx y Engels deseaban ayudarles con sus consejos. Citaremos como ejemplo que Marx participó directamente en la redacción del programa del Partido Obrero de Francia, dictando a Julio Guesde, que le visitó en Londres en 1880, la introducción al programa. Marx y Engels apoyaban la lucha de Julio Guesde y Paul Lafargue contra los posibilistas, partidarios del reformismo pero, al mismo tiempo, los criticaban por su proclividad a la frase revolucionaria, y por su dogmatismo e insuficiente flexibilidad táctica, defectos inherentes sobre todo a Guesde. Al producirse en 1882 la escisión entre los partidarios de Guesde y los posibilistas, Marx y Engels la consideraron un acontecimiento positivo, un progreso en el desarrollo del partido obrero.

    Si en Francia, donde la clase obrera se veía sometida a la influencia del medio pequeño-burgués circundante, la formación del partido obrero iba acompañada de una aguda lucha interna, en Inglaterra eran todavía más difíciles las condiciones para su constitución. En su mayoría, los obreros ingleses se circunscribían a luchar por reivindicaciones económicas y por reformas que no rompían las relaciones capitalistas existentes. Eso era porque, si bien es verdad que desde la década del 70 su monopolio industrial empezaba a decaer, debido a la competencia de Alemania y Estados Unidos, Inglaterra conservaba, no obstante, su monopolio colonial, lo que permitía al capitalismo inglés obtener enormes superbeneficios y arrojar unas migajas a la aristocracia obrera inglesa. Marx estimaba que una de las causas del atraso político de los obreros ingleses era su peculiar indiferencia por la teoría.

    A comienzos de la década de los ochenta, debido a cierta reanimación del movimiento obrero inglés y a los éxitos obtenidos por el movimiento socialista en el continente, en Inglaterra también se manifestó cierto interés por el socialismo. Por entonces apareció el folleto Inglaterra para todos, de Hyndman. Los capítulos de este folleto sobre el trabajo y el capital no eran sino una versión de los capítulos correspondientes de El Capital, aunque ni esta obra ni su autor se mencionaran para nada. Indignado por este proceder, Marx decía en una carta a Sorge: A todos estos respetables escritores pequeño-burgueses, no especialistas, les inspira un deseo irrefrenable: hacer dinero, cobrar fama, amasar capital político sin pérdida de tiempo, aprovechando cualquier idea nueva, que un viento propicio haya hecho llegar hasta ellos. En el transcurso de unas cuantas veladas ese mozo robándome, sonsacándome ideas y deseando aprender del modo más fácil. Marx expresó personalmente su indignación a Hyndman. Este se justificó diciendo que a los ingleses no les gusta que los aleccionen extranjeros. Cuando el escritor, que se distinguía por lo sumamente confuso y ecléctico de sus concepciones, quiso ser heraldo de las ideas socialistas y organizador del partido, Marx, como es natural, acogió sus propósitos con extrema desconfianza.

    La formación del partido obrero en Estados Unidos tropezó con dificultades no menores. Ello se debía a las fluctuaciones en la composición de la clase obrera norteamericana y a la posibilidad que entonces se tenía de comprar a bajo precio tierra y hacerse granjero, así como al hecho de que los obreros autóctonos ocupaban una posición privilegiada en comparación con los emigrantes, cuyo salario era inferior, y con los negros, cuya situación era aún peor. Las discordias nacionales y raciales, azuzadas por la burguesía, dividían a la clase obrera. La lentitud con que las ideas socialistas se difundían allí se debía también a que la mayoría de los propagandistas del socialismo eran alemanes, lassalleanos los más de ellos. Los lassalleanos hacían la propaganda en el espíritu dogmático, estrecho y rutinariamente sectario que les era propio. Lo mismo que el inglés, el movimiento obrero estadounidense se distinguía por su carácter eminentemente utilitario, por su indiferencia hacia la teoría.

    La falta de madurez teórica del proletariado norteamericano hacía que muchos obreros se vieran influidos por reformadores sociales de todas las especies, que les prometían algo tangible en un futuro inmediato. Uno de esos reformadores fue Henry George, autor de El progreso y la pobreza, escrito en 1880, obra que hizo furor en su tiempo. Posteriormente, la influencia de Henry George se dejó sentir también en Inglaterra. George decía que a toda opresión le llegaría su fin en cuanto se nacionalizara la tierra y fuera el Estado quien percibiese la renta del suelo. Marx decía en una carta a Sorge: Todo eso no es sino un intento, disfrazado de socialismo, de salvar la dominación de los capitalistas y, de hecho, fortalecerla otra vez sobre una base más amplia que la que tiene ahora. Criticando la idea de George de que la nacionalización de la tierra era la panacea contra todas las lacras de la sociedad capitalista, Marx señalaba que, en determinadas condiciones, esa reivindicación podía presentarse en calidad de medida transitoria, como se había hecho en el Manifiesto del Partido Comunista.

    Al mismo tiempo que ponían al desnudo la insolvencia teórica de las concepciones burguesas y pequeño-burguesas que influían todavía en la clase obrera de Inglaterra y Estados Unidos, Marx y Engels luchaban contra el sectarismo de los socialistas ingleses y norteamericanos. En sus cartas a Sorge y a otros partidarios suyos les aconsejaban que no se mantuvieran al margen del movimiento obrero -en espera de que éste se elevara a la altura de un programa teóricamente claro, científico- y se sumaran a él para predecir a los obreros las consecuencias de sus errores y enseñarles analizando éstos.

    Subrayando el carácter creador del marxismo y luchando contra la actitud dogmática y libresca hacia su doctrina, viva y en constante desarrollo, Marx y Engels decían: Nuestra doctrina no es un dogma, sino una guía para la acción.

    Enriqueciendo sin cesar la teoría revolucionaria y velando por su exactitud, Marx y Engels luchaban consecuentemente por la creación de partidos auténticamente proletarios, portadores de teoría revolucionaria y capaces de dirigir el movimiento del proletariado tanto en la lucha por los intereses inmediatos, diarios, de los obreros y de las masas trabajadoras como por su meta final: derrocar el capitalismo. Con sus consejos y su crítica, Marx y Engels prestaban un apoyo efectivo a los socialistas de Europa y América.

    Lenin decía que en las cartas de los fundadores del marxismo a los socialistas de distintos países podían apreciarse claramente dos direcciones de consejos, indicaciones, enmiendas, amenazas e instrucciones. Ellos exhortaron con la mayor insistencia a los socialistas anglo-norteamericanos a que se fundiesen con el movimiento obrero y extirpasen de sus organizaciones el estrecho y rutinario espíritu de secta. Ellos enseñaron muy insistentemente a los socialdemócratas alemanes a no caer en el fariseísmo, en el cretinismo parlamentario, expresión de Marx utilizada en la carta del 19 de septiembre de 1879 para expresar el oportunismo intelectual pequeño-burgués.

    Al dar sus consejos e indicaciones a los socialistas de distintos países, Marx y Engels tomaban en consideración las condiciones en que se desarrollaba el movimiento obrero de este o aquel país y las tareas concretas que tenía planteadas su proletariado. Los fundadores del marxismo esgrimían la poderosa arma de la dialéctica materialista tanto en la elaboración de la teoría revolucionaria como en el terreno de la política y la táctica y en la dirección del movimiento obrero internacional.

    Las indicaciones de los fundadores del marxismo acerca de las tareas del proletariado en los distintos países y de los programas y la táctica de los partidos proletarios encierran enorme interés teórico y político. En el Manifiesto del Partido Comunista, Marx y Engels hablaron ya del partido como destacamento de vanguardia del proletariado. Estas primeras tesis fueron completadas y desarrolladas por ellos basándose en la experiencia de las revoluciones de 1848-1849, en las enseñanzas, todavía más ricas, de la Internacional y de la Comuna de París, y, por último, en la experiencia que aportó la formación de los partidos socialistas en los distintos países.

    Estas tesis de los fundadores del marxismo acerca del partido las desarrolló posteriormente Lenin, al formular su teoría del partido como arma fundamental de la clase obrera en la lucha por la dictadura del proletariado y por la construcción de la sociedad comunista.

    Preparando a la clase obrera para futuras luchas revolucionarias, Marx llegó ya en los años 70 a la conclusión de que el país impulsor de la revolución en Europa sería Rusia. Marx estudiaba numerosos materiales y libros sobre Rusia no porque le guiase únicamente su interés teórico por los problemas de la renta del suelo, sino porque sentía también interés político por un país de tan enormes posibilidades revolucionarias. Marx seguía con simpatía extraordinaria la lucha de los revolucionarios rusos, que constituían entonces un grupo bastante reducido, contra la autocracia, y consideraba que una de sus tareas más importantes era ayudar a los elementos progresistas de Rusia en sus dificultosas búsquedas teóricas, facilitarles la comprensión de los objetivos de su lucha de liberación y el cauce que ésta debía seguir. Por esta causa, la correspondencia que Marx mantenía con los revolucionarios rusos aumentaba de año en año y éstos encontraban siempre en su casa buena acogida, consejo y ayuda. En algunas cartas Marx criticaba las ideas de los populistas, los cuales consideraban que la comunidad campesina rusa era el embrión y la base del socialismo. En su Prefacio a la edición del Manifiesto del Partido Comunista escrito en ruso y publicada en 1882, Marx y Engels, a la pregunta acerca de las perspectivas del desarrollo económico de Rusia y el destino de la comunidad campesina rusa, que preocupaba mucho a los revolucionarios rusos, le dieron la siguiente respuesta: Si la revolución rusa da la señal para una revolución proletaria en occidente, de modo que ambas se completen, la actual propiedad común de la tierra en Rusia podrá servir de punto de partida a una evolución comunista. Así, pues, Marx y Engels admitían que, en determinadas condiciones históricas, el desarrollo de Rusia por un camino no capitalista era posible. En ese mismo Prefacio definían del siguiente modo el papel que Rusia había comenzado a jugar en el movimiento revolucionario: Rusia está en la vanguardia del movimiento revolucionario de Europa.

    Las cartas escritas por Marx en los últimos años de su vida reflejan el ansia con que esperaba la inminente revolución rusa, que, según él, debía marcar un próximo viraje en la historia del mundo. Pero las esperanzas de Marx de ver aún el triunfo de esa revolución no se cumplieron.

    Aún tenía en proyecto un trabajo inmenso, al que se dedicaba cuando su salud se lo permitía. En la época de pleno desarrollo de sus fuerzas, había trazado el modelo, los contornos y había fijado las leyes fundamentales de la producción y del intercambio capitalista. Pero no había tenido fuerzas suficientes para hacer de todo ello una obra viva, terminada, como el primer tomo de El Capital, que tan brillantemente saca a la luz el mecanismo de la producción capitalista y la lucha entre capitalistas y obreros que se desarrolla sobre dicha base.

    Pese a que iba perdiendo fuerzas por la enfermedad, su incontenible afán por la lectura seguía siendo el mismo. No se cansaba de hacer acotaciones, complementando con ellas sus carpetas con los manuscritos de los capítulos inacabados de El Capital. Pero no se limitaba a los problemas de la economía política. Estaba empeñado en utilizar el materialismo dialéctico en distintas ramas 1a ciencia. Prestó sostenida atención a los estudios las ciencias naturales, astronomía, química, agroquímica, biología, geología, matemáticas y física, profundizando en todas estas materias; continúa asimismo sus investigaciones de historia universal.

    Marx estudió con toda meticulosidad libros de fisiología de las plantas, los animales y el hombre; al leer, los recapitulaba o hacía acotaciones. Durante muchos años Marx mostró pasión por las matemáticas. Los estudios sistemáticos le permitieron realizar investigaciones propias en esta materia. A comienzos de los años ochenta Marx escribió dos manuscritos: La noción de la función derivada y Sobre la diferencial, que proponía, al parecer, emplear de base para una fundamentación del cálculo infinitesimal que no le dio tiempo de exponer.

    Continuó aumentando el volumen y la variedad de estudios históricos que acometía, relacionándolos estrechamente con las investigaciones de economía política y también con el propósito de aplicar los resultados de estas a otras ciencias sociales. Al descubrir la ley económica del capitalismo, Marx deseaba presentar la formación capitalista como un organismo vivo, para lo cual estudiaba los fenómenos de superestructura, la historia política, la historia de la cultura, etc.

    Liebknecht escribió en sus memorias que este tenía una inteligencia universal y polifacética que abarcaba todo el Universo, penetraba en todos los detalles, sin despreciar nada ni considerar nada insustancial o insignificante. Observar esta inteligencia, seguir cómo experimenta el impacto de las condiciones circundantes y cala cada vez más hondo en la esencia de la sociedad era de por sí un gran gozo.

    Los participantes del movimiento obrero de distintos países tenían gran confianza y respeto a Marx. Los obreros comprobaron en la práctica el valor de los consejos que habían recibido de él respecto a las más diversas cuestiones de la teoría y práctica del movimiento revolucionario.

    La casa de Marx era un centro a donde acudían por cientos los representantes del movimiento obrero. También se daba cordial acogida allí a destacados científicos y demócratas. Las puertas de esta casa estaban abiertas hospitalariamente, y para ser recibido por Mark no se requería ser un incondicional suyo. Marx era un gran conversador, desarrollaba y aducía razones en apoyo a su punto de vista. Y pese a que las opiniones no coincidían siempre en todo, es difícil que entre los visitantes de Marx hubiese quien no quedara fuertemente impresionado por su personalidad.

    Era asombroso su don de gentes -escribió en sus memorias Eleanor, la hija menor de Marx- su habilidad para inculcar a los ínterlocutores lo que les interesaba a ellos. Oí hablar con frecuencia a personas de condición y profesión diversas que él tenía una capacidad singular para comprenderlos y para orientarse en los asuntos que les traían. Cuando creía que uno aspira a algo de verdad, su paciencia no tenía límites. Ninguna pregunta le parecía desmerecer respuesta; ningún argumento, fútil para ser abordado. Su tiempo y sus extensos conocimientos siempre estaban a dísposición de cualquiera que quisiera aprender algo.

    En veinte años de vida en el destierro de Londres se produjeron no pocos cambios en la familia de los Marx. Crecieron Jenny y Laura; en 1870 cumplíó 15 años Eleanor. Las tres hijas de Marx brillaban por sus dotes y capacidades, por su inteligencia. Era propio de ellas la solidaridad por los oprimidos y el deseo de contribuir a su lucha emancipadora. La hija mayor de Marx estudió con entusiasmo la historia del movimiento obrero y las ciencias sociales. Laura se hizo una excelente traductora: tradujo varias obras de su padre, entre ellas el Manifiesto Comunista, al francés; canciones de Béranger, poemas de Eugene Pottier y a otros muchos autores al inglés. En 1868 se casó con el socialista francés Paul Lafargue, y fue para él fiel ayudante y compañera en sus actividades revolucionarias. En octubre de 1872 abandonó la casa paterna también Jenny, la mayor, como compañera de Charles Longuet, importante figura de la Internacional. Jenny y Laura continuaron la vida de refugiados políticos porque ni Paul Lafargue ni Charles Longuet pudieron hasta 1880 retornar a Francía por el peligro de caer presos.

    A Marx le gustaba el vino, lo que es natural en quien había nacido en Mosela, la Rioja alemana. También tenía pasión por el tabaco. Él mismo decía, a modo de broma, que El Capital ni siquiera le había dado para pagar el tabaco que se había fumado preparándolo. Además, como no tenía dinero, fumaba un tabaco infecto, y de este modo acortó considerablemente su vida y contrajo la bronquitis crónica que tanto le hizo sufrir durante sus últimos años.

    Un trabajo intelectual excesivo y las constantes privaciones materiales minaron prematuramente el poderoso organismo de Marx. Se encontraba profundamente minado por la enfermedad, su organismo estaba completamente agotado. Su último año y medio de vida fue una muerta lenta. A instancias de sus parientes y amigos, Marx se trató en 1874, 1875 y 1876 en Carlsbad (Karlovy Vary, actualmente Chequia). Pero el peligro de verse perseguido por los gobiernos prusiano y austríaco le impidió seguir tratándose en dicho balneario.

    La muerte de su esposa, ocurrida el 2 de diciembre de 1881, fue un tremendo golpe para él, y Marx empeoró mucho de salud. El viaje que hizo a Argelia y al sur de Francia para curarse una pleuritis y la vieja bronquitis que le aquejaba no le reportó ninguna mejoría. Al poco tiempo, una nueva desgracia se abatió sobre él: murió Jenny, su hija mayor, esposa del socialista francés Carlos Longuet y madre de cinco hijos, que eran los favoritos de Marx. No pudo soportar esos dos golpes extremadamente dolorosos. Algo tosco por naturaleza, Marx, por extraño que parezca, quería mucho a su familia y era muy tierno en su vida privada. Leyendo sus cartas a su hija mayor, cuya pérdida le impresionó tan profundamente que sus allegados esperaban que se muriera de un día a otro, se queda atónito quien las lee ante la sensibilidad y la ternura extraordinaria de una persona en apariencia ruda.

    En enero de 1883, Marx volvió a caer gravemente enfermo, sus fuerzas empezaron a decaer rápidamente. El 14 de marzo, al pasar de su dormitorio al despacho, Marx se dejó caer en un sillón y se durmió apaciblemente para siempre.

    En su cartas dirigidas a todos los confines del mundo, Engels comunicó a los amigos y camaradas la enorme pérdida que había sufrido el movimiento obrero internacional: El cerebro más poderoso de nuestro partido ha dejado de pensar, el corazón más fuerte que yo he conocido, ha dejado de latir. También le escribió a Sorge:

    Todos los fenómenos, incluso los más horribles, que tienen lugar según las leyes de la naturaleza, comportan un consuelo. Lo mismo ocurre en este caso. Quizás el arte de la medicina hubiera podido permitirle vivir dos o tres años más de un modo vegetativo, con la vida impotente de un ser que se muere lentamente; pero Marx no habría soportado semejante vida. Vivir teniendo ante sí una serie de trabajos no realizados, y soportar el suplicio de Tántalo de pensar en la imposibilidad de llevarlos a cabo, hubiera sido para él mil veces más penoso que una muerte tranquila. La muerte no es terrible para el que muere, sino para los que quedan vivos, solía decir siguiendo a Epicuro. Ver a este hombre genial, lleno de fuerza, convertido en una ruina, arrastrando su existencia a la mayor gloria de la medicina y para alegría de los filisteos, a quienes había fustigado inmisericordiosamente cuando se encontraba en la plenitud de sus fuerzas y que habrían encontrado ahora la ocasión propicia para dejarle en el ridículo, hubiese sido un espectáculo lamentable, y es mil veces mejor que haya sucedido lo ocurrido, que haya desaparecido y que pasado mañana lo depositemos en la tumba donde duerme su mujer.

    En mi opinión, teniendo en cuenta lo que ha padecido, no había otra solución; lo sé mejor que todos los médicos.

    Que así sea. La humanidad ha perdido un gran hombre. Ha perdido a uno de sus representantes más geniales.

    El movimiento del proletariado seguirá su camino, pero no contará ya con el jefe a quien reconocieron en sus horas críticas franceses, rusos, americanos y alemanes, y quien siempre les daba consejos claros y seguros, consejos que sólo un genio podía dar, consejos propios de una persona completamente al corriente de la cuestión.

    El sábado 17 de marzo de 1883, Marx fue enterrado en el cementerio de Highgate en Londres. Engels pronunció sobre su tumba un discurso, hablando de la hazaña titánica de Marx como sabio y como revolucionario, de su lucha abnegada y heroica por la causa proletaria, por un futuro mejor para toda la humanidad. Engels concluyó el discurso con estas palabras: ¡Su nombre y su obra vivirán a través de los siglos!

    La doctrina de Marx es todopoderosa porque es exacta

    Estas palabras de Lenin han sido confirmadas plenamente por la historia. Han transcurrido casi dos siglos desde que nació Marx y más de cien años desde que dejó de existir. Pero su nombre, al igual que el de Federico Engels, su gran camarada de lucha, no sólo no ha sido olvidado, sino que es más querido cada día por todos los trabajadores de nuestro planeta. La doctrina de Marx muestra cada vez con más claridad su fuerza revolucionaria, transformadora.

    El marxismo es una doctrina viva, en constante desarrollo. Después de poner los cimientos de esta doctrina, realmente grandiosa, Marx y Engels la fueron puliendo durante decenas de años, analizando con espíritu crítico todos los nuevos logros de la ciencia y sintetizando teóricamente las nuevas experiencias de la lucha del proletariado y de las masas trabajadoras.

    Muertos Marx y Engels, la historia, al llegar la época del imperialismo, planteó nuevos y complejos problemas, a los que no se podía hallar una solución directa y exhaustiva en las obras de los fundadores del marxismo. La tarea de seguir impulsando el marxismo fue realizada por Lenin, discípulo y continuador de la causa de Marx y Engels. Lenin consideraba deber suyo y tarea del partido creado por él, defender el marxismo de todo género de tergiversaciones y vulgarizaciones, desarrollarlo sobre la base de la rica experiencia de la clase obrera de Rusia y de todo el mundo y plasmar en una realidad viva la gran doctrina de Marx.

    Un gran triunfo del marxismo-leninismo fue la victoria en 1917 de la Revolución de Octubre que abrió una nueva época en la historia de la humanidad: la época del paso del capitalismo al socialismo en todo el mundo. El Estado socialista creado bajo dirección de Lenin fue la encarnación de la teoría de Marx acerca de la dictadura del proletariado, un nuevo tipo de Estado, que asegura una auténtica democracia a todos los trabajadores. El país de los soviets, fusionado por la unidad político-moral de sus pueblos y la irrompible amistad fraterna de las diferentes naciones que lo componían, fue capaz de resistir el potente empuje de las hordas hitlerianas, asestarles un golpe demoledor y jugar el papel decisivo en la liberación de los pueblos de Europa del fascismo.

    El triunfo de la Revolución Socialista de Octubre en 1917 situó a la clase obrera en el centro de los acontecimientos de la época actual, confirmando la tesis del marxismo acerca de la histórica misión liberadora del proletariado. La consolidación del socialismo ejerció una influencia enorme en el movimiento obrero internacional y acrecentó el prestigio científico del marxismo-leninismo. Al propio tiempo, la historia demostró la esterilidad del reformismo y la incapacidad de los gobiernos socialfascistas para consolidar los cimientos del dominio capitalista.

    El acontecimiento histórico más importante acaecido después de la Revolución Socialista de Octubre fue el que, después de la segunda guerra mundial, un grupo de países emprendiese el camino del socialismo. La experiencia de estos países enriqueció y concretó la comprensión tanto de las leyes generales como de los diversos métodos y formas de la edificación socialista.

    La Revolución Socialista de Octubre había asestado ya un golpe muy rudo a todo el sistema del dominio colonial. Después de la segunda guerra mundial vino el derrumbamiento del sistema colonial del imperialismo. La formación del sistema socialista mundial generó un tipo nuevo, socialista, de relaciones internacionales, basado en los principios de la igualdad de derechos, el respeto a la soberanía nacional, la colaboración multilateral y la ayuda mutua de los Estados socialistas. Este nuevo tipo de relaciones internacionales es una brillante encarnación del gran principio del internacionalismo proletario, proclamado por Marx y Engels. Toda desviación del internacionalismo proletario trae malas consecuencias para la causa del socialismo.

    La historia ha confirmado en la práctica la tesis marxista-leninista acerca de la necesidad de que a la cabeza de las masas haya un partido proletario de nuevo tipo, pertrechado con la teoría revolucionaria. El movimiento comunista, orientado en sus comienzos por Marx, ha llegado a ser un movimiento verdaderamente mundial, convirtiéndose en el más consecuente intérprete de los anhelos de todos los explotados y oprimidos, y lucha por los intereses vitales de los pueblos. Al elaborar su estrategia y su táctica, la vanguardia comunista impulsa y enriquece la doctrina marxista-leninista. Los partidos comunistas vinculan estrechamente la lucha por las reivindicaciones inmediatas de los trabajadores con la lucha por su meta final y armonizan sus tareas internacionalistas. La clase obrera de los países capitalistas refuerza su lucha contra los monopolios y contra la política reaccionaria y fascista de los gobiernos que les sirven.

    La unidad internacional de los comunistas crece y se robustece en la lucha contra el imperialismo, contra todas las variedades del oportunismo y contra el nacionalismo burgués. El imperialismo conduce directamente a las guerras de rapiña. Al propio tiempo que luchan contra las guerras imperialistas, de rapiña, los comunistas apoyamos las justas guerras de los pueblos, víctimas de las agresiones imperialistas, en defensa de sus conquistas revolucionarias, por la liberación nacional, las guerras de las clases revolucionarias contra las fuerzas reaccionarias que, con ayuda de las armas, intentan mantener su dominio.

    No obstante, los revisionistas acabaron prostituyendo, hasta hacerlo irreconocible, el marxismo-leninismo y tanto la Unión Soviética como los demás pañises socialistas sucumbieron y retornaron al capitalismo. Por eso, la defensa del pensamiento de Marx no es un algo académico ni teórico sino la defensa misma de la clase obrera internacional y de sus conquistas. Frente a los revisionistas no caben las medias tintas; hay que desplegar una denuncia en toda línea porque sólo ellos pudieron lograr lo que los fascistas no habían logrado en la guerra mundial por la fuerza de la armas: acabar con el socialismo y sembrar la confusión en el movimiento revolucionario internacional.

    La lucha contra el revisionismo y el reformismo, iniciada también por Marx y Engels, es otra experiencia que no podemos dejar en el olvido. Dolorosamente, las derrotas del movimiento obrero nos lo recuerdan a cada paso.

    * Elaborada por el PCE(r)

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