Carlos Marx
(1818-1883)
— Introducción
— Los años jóvenes
— Demócrito y Epicuro en el país de los idealistas
— Una prensa de agitación política
— La penetración de la alienación en la filosofía materialista
— La crítica del idealismo histórico
— Vivir trabajando o morir combatiendo
— Contra el socialismo utópico
— La organización del partido obrero
— En las luchas revolucionarias
— Las enseñanzas de la revolución
— Los años de la reacción
— El auge de los movimientos democrático-burgueses
— Su obra cumbre
— La I Internacional
— La última década de la vida de Marx
— La doctrina de Marx es todopoderosa porque es exacta
Introducción
Carlos Marx, genial pensador y dirigente del proletariado, ocupa un lugar destacado entre las grandes figuras cuyas obras y cuyos nombres perviven a través de los siglos. El 17 de julio de 2005 el programa de la BBC In our time organizó una votación entre los espectadores para elegir al mayor filósofo de la historia, y éste fue el resultado:
1. Carlos Marx 27,93%
2. David Hume 12,67%
3. Wittgenstein 6,80%
4. Nietzsche 6,49%
5. Platón 5,65%
6. Immanuel Kant 5,61%
A estos pensadores les siguen Tomás de Aquino, Sócrates, Aristóteles, Karl Popper y otros. Por tanto, a pesar de todos los esfuerzos propagandísticos de la burguesía acerca de la muerte del pensamiento marxista, sigue más vivo que nunca. Sus ideas transcienden la letra escrita y han ejercido una poderosa influencia histórica, especialmente a lo largo de todo el siglo XX. Ningún otro autor tiene tan ingente número de seguidores como él repartidos por todo el mundo y, desde luego, absolutamente nadie entre los explotados y oprimidos. Marx era un pensador como ha habido muy pocos en la historia. Como escribió Engels, Marx era un genio; los demás, a lo sumo, somos hombres de talento. Sin él, la teoría no sería hoy, ni con mucho, lo que es. Por eso ostenta legítimamente su nombre.
El mayor mérito histórico de Marx consiste en haber forjado la ciencia que trata de las leyes más generales que rigen el desarrollo de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento humano, esto es, el materialismo dialéctico y el materialismo histórico. Con ello mostró el camino no sólo para la comprensión del mundo, sino también para su transformación por la vía revolucionaria.
Marx demostró de manera científica que la muerte del capitalismo y el triunfo de la sociedad comunista son inevitables. Gracias a él, el socialismo dejó de ser un sueño estéril en un futuro mejor de la humanidad y se convirtió en una ciencia.
Junto con su amigo Federico Engels, Marx fundamentó científicamente la misión histórica del proletariado como la clase más avanzada, revolucionaria hasta el fin, que, al liberarse a sí misma, libera de todo yugo y de toda explotación al conjunto de la humanidad.
Marx señaló que el camino que conduce a la sociedad socialista es el de la revolución proletaria y la dictadura del proletariado. La principal diferencia del marxismo con las ideologías burguesas más progresistas y avanzadas es la teoría de la dictadura del proletariado.
La doctrina de Marx es la ideología de la clase obrera, la expresión teórica de sus intereses vitales, la ciencia de la transformación del mundo por vía revolucionaria. Los fundadores del marxismo enseñaban que el proletariado no podría cumplir su misión histórica de sepulturero del capitalismo y creador de la nueva sociedad si no organizaba su propio partido proletario.
Si echamos una mirada retrospectiva al espacio creciente de tiempo que nos separa del período en el que Marx vivía, queda claro el hecho irrebatible de que, en el curso de la lucha de clases revolucionaria, la influencia de la teoría creada por él sobre las masas trabajadoras aumenta cada vez más. La clase obrera -la más avanzada, la que orienta a todos las masas oprimidas- va influyendo cada vez más en la marcha de la historia universal, transformando el mundo de una manera activa y conscientemente, apoyándose en las leyes objetivas del progreso social, descubiertas por Marx y Engels y desarrolladas posteriormente por Lenin. La doctrina de Marx, desarrollada por Lenin y empleada de manera creadora y constantemente enriquecida por los partidos comunistas de todo el mundo, demuestra cada vez con mayor claridad su enorme fuerza vital.
Los años jóvenes
Marx nació el 5 de mayo de 1818 en Treveris, una antigua ciudad medieval enclavada en la Prusia renana. En el siglo X fue, con Roma, uno de los centros de la cristiandad. Poseía establecimientos de curtido y fábricas textiles, pero la industria manufacturera no estaba muy desarrollada en comparación con las zonas septentrionales de Renania. Treveris conservaba hasta cierto punto las costumbres de una ciudad medieval, encuadrada en una región vinícola donde los campesinos eran en su mayoría pequeños propietarios, vinateros, amantes de la alegría y el buen vino. Marx siempre se interesó entonces por la situación de aquellos campesinos. Realizaba excursiones a los pueblos de los alrededores y se documentaba a fondo sobre su vida. Los artículos que publicó años más tarde en la prensa demuestran que conocía perfectamente los detalles de la vida rural, el régimen de la propiedad del campo, y los procedimientos de cultivo de los campesinos de la comarca.
Su padre, Enrique Marx, era un abogado de origen judío, culto y libre de prejuicios religiosos que admiraba la filosofía del siglo XVIII y enseñó a su hijo a leer las obras de librepensadores como Locke, Diderot, Voltaire pero sobre todo Kant.
Mientras algunos biógrafos han negado casi totalmente la influencia de su origen judío sobre Marx, otros se han dedicado a subrayar su enorme trascendencia. Es indudable que en la historia del socialismo alemán cuatro judíos, Börne, Heine, Marx y Lassalle tuvieron un papel muy importante. Pero ahí el origen judío no tuvo influencia en evolución política. No fueron motivos religiosos sino políticos, como el propio Marx explicó en sus artículos sobre la Cuestión judía. Estas ligados a la situación semifeudal de Alemania donde, como otros, los judios carecían de derechos civiles y políticos, agravados en su caso porque les alcanzaba aunque se tratara de burgueses. Lo verdaderamente importante y lo que se ha tratado de silenciar con el recuerdo de la raíces judías de Marx, es la situación semifeudal de Alemania y la privacion de derechos políticos de las amplias masas. El padre de Marx, que desde hacía mucho tiempo no practicaba, seguía siendo judío, se convirtió en 1824 al cristianismo para escapar a la descriminación que sufrían los judíos tras la reincorporación de Renania a Prusia. Por su parte, Marx escribió el 13 de marzo de 1843 en una carta a Arnold Ruge: La religión israelita me inspira repulsión.
Aunque no estuviera ligado espiritualmente en absoluto con el medio, Marx se interesó por la cuestión judía durante su juventud. Mantenía relaciones con la comunidad judía de Treveris. Los judíos enviaban frecuentemente peticiones para solicitar la desaparición de diversas medidas humillantes. A petición de sus parientes próximos y de la comunidad de Tréveris, Marx, que entonces tenía veinticuatro años, escribió una de estas peticiones. Marx no despreciaba en absoluto a sus antiguos correligionarios; se interesaba por la cuestión judía y participaba en la lucha por la emancipación de los judíos. Ello no le impedía distinguir perfectamente entre los judíos pobres y los representantes de las altas finanzas, aunque, a decir verdad, había pocos judíos ricos en la región donde vivía Marx. La aristocracia judía estaba concentrada entonces en Hamburgo y Frankfurt.
Buena prueba de la ausencia de aquella influencia religiosa es el segundo de los tres ejercicios escolares que tuvo que presentar para aprobar su bachillerato. Se titulaba Una demostración, según el evangelio de San Juan, naturaleza, necesidad y efectos de la unión de los creyentes de Cristo. Expresa todavía la persistencia confesional del cristianismo que imperaba en el ambiente escolar que, en todo caso, no era el judaísmo sino el protestantismo, también minoritario en Treveris, donde la mayoría era católica.
Lo mismo cabe decir del supuesto carácter prusiano de Marx, que significa ignorar por completo que aquella Renania era cualquier cosa menos prusiana. No sólo por su temporal adscripción francesa sino porque la reincorporación a Prusia significaba la pertenencia formal a un régimen administrativo que en absoluto suponía que los renanos fuesen, desde el punto de vista social, prusianos. Algunos autores pretenden enlazar esa genética prusiana con Hegel para destacar la sobrevaloración de Marx hacia el Estado y la burocracia. Pero nadie como Marx puso a la sociedad por delante del Estado, dando la vuelta al pensamiento hegeliano y enfrentándose luego a Lassalle a causa de la veneración de éste por el Estado. En cuanto a Prusia, tanto los escritos de Marx como los de Engels testimonian que no hubo mayores adversarios de la unificacón de Alemania por la vía prusiana que ellos. Por tanto, esas ideas son ajenas por completo a Marx a lo largo de toda su trayectoria, en las que demostró que su programa tenía por objeto la desaparición del Estado.
En cualquier caso, el origen -y más si ese origen es lejano- no determina el rumbo de ninguna persona. Influye, pero seguramente influyen mucho más otras cicunstancias, algunas de las cuales la propia biografía personal se encarga de superar y olvidar. Otras permanecen. Entre éstas fue importante para Marx la propia ubicación geográfica de su Renania natal. A orillas del río que le da el nombre y próxima a la frontera francesa, en Renania la influencia de la revolución de 1789 fue muy importante. Estuvo en manos de los franceses y no fue entregada a Prusia hasta después de 1815. Los franceses abolieron en Renania las cargas feudales y la región se convirtió en una de las más industrializadas de Prusia. Las riquezas naturales de la región (carbón y hierro) contribuyeron al surgimiento de una gran industria capitalista metalúrgica y textil que, a su vez, ocasionó la ruina de los campesinos y los artesanos y la formación de una nueva clase: el proletariado.
El desarrollo del capitalismo también hizo cada vez más insoportables los vestigios de las relaciones feudales de servidumbre que perduraban aún en muchos países de Europa. Acostumbrados a una relativa libertad bajo el régimen francés, los renanos reaccionaron contra el régimen prusiano al cual se vieron sometidos. En 1832 se organizó una gran fiesta en Hambach en la cual Börne defendió la necesidad de una Alemania libre y unificada. Entre ellos se encontraba un obrero de 23 años, Johann Becker, un revolucionario que realizaba agitación y propaganda y posteriormente se convirtió en escritor.
Pero Becker era sobre todo un hombre de acción que organizó fugas de los revolucionarios encarcelados. Estando en prisión, su círculo organizó en 1833 un ataque armado contra la guarnición de Frankfurt, sede entonces de la Dieta de la Confederación Germánica. Los estudiantes y obreros afiliados a este círculo estaban convencidos de que una insurrección en esta ciudad produciría una fortísima impresión en Alemania, pero fracasaron. Carlos Schapper participó activamente en aquella insurrección y, después del fracaso, consiguió huir a París donde, junto con Schuster y otros, fundaron una sociedad secreta: la Liga de los Proscritos.
Entonces Marx, que conocería luego a muchos aquellos revolucionarios, estudiaba en el instituto de Treveris, donde permaneció de 1830 a 1835, reconociendo sus maestros que era uno de los alumnos más brillantes. Encargado por su profesor de escribir una composición sobre la elección de una profesión por los jóvenes, Marx argumentó que no se puede elegir libremente una profesión, que el hombre nace en unas condiciones que condicionan la elección así como su concepción del mundo. Se podría adivinar ya el embrión de la concepción materialista de la historia. Pero es necesario ver en ello únicamente la prueba de que, ya durante su juventud, Marx, influenciado por su padre, había penetrado en las ideas fundamentales del materialismo francés.
Después de terminar los estudios en el instituto, en 1836 se matriculó en la Facultad de Derecho de la Universidad de Bonn, donde estuvo un año, pasando luego a la de Berlín. En aquella época habían cesado los disturbios revolucionarios y reinaba establecía una cierta calma en la vida universitaria, presidida por la represión y los confidentes de la policía; la práctica había dejado paso a la teoría. Aunque se había matriculado en derecho su interés estaba en la filosofía y la historia.
De esta época poseemos un documento interesante sobre él: una carta en la que se dirige a su padre como a un amigo íntimo, al cual explica claramente sus ideas. Enrique Marx apreciaba y comprendía muy bien a su hijo, y basta leer su respuesta para poder juzgar su profunda cultura. En el espíritu de este tiempo, Marx busca unas concepciones, unas doctrinas, que le permitan motivar teóricamente el odio que ya siente por el régimen político y social dominante. Posteriormente estudiará esta cuestión con mayor detalle.
Las ideas científicas y políticas de Marx cristalizaron en una época en que en Alemania y otros países de Europa maduraban importantes acontecimientos históricos. El fortalecimiento del capitalismo en los países de Europa occidental llevaba a la agudización de la lucha de clases, al impulso de los movimientos democrático-burgueses y de liberación nacional. Si bien espontánea e inconscientemente, el proletariado se rebelaba ya contra la opresión capitalista, haciendo su entrada en la escena histórica. En la Alemania atrasada y semifeudal, fraccionada económica y políticamente, donde las masas trabajadoras sufrían un doble yugo -el de los vestigios del feudalismo y el del capitalismo naciente- maduraba la revolución democrático-burguesa. El fin de los años 30 y comienzo de los 40 se caracterizaban en Alemania por el aumento del descontento de las masas populares, la animación de la vida social y el surgimiento de diversos grupos y tendencias oposicionistas en la burguesía y la intelectualidad.
Demócrito y Epicuro en el país de los idealistas
En la Universidad de Berlín, Marx leyó de todo pero estuvo muy influido por el pensamiento de Hegel que, convenientemente manipulado, era la doctrina oficial del Estado prusiano. Hegel había muerto en 1831 y no era en absoluto responsable del modo en que quienes decían ser sus herederos, retorcían sus postulados, especialmente aquel de que todo lo real es racional. Más que cualquier otra cosa, Hegel es el filósofo del cambio, de la evolución, de que todo lo real tiene que convertirse en racional, lo cual es precisamente lo contrario de lo anterior. Bajo Hegel se cobijó tanto la reacción como la revolución; en una expresión no del todo correcta pero gráfica se ha dicho que los unos se aferraron al sistema, los otros al método. Lo realmente importante es que aquellas disputas no eran más que el envoltorio de una lucha política entre el viejo feudalismo alemán y la nueva burguesía revolucionaria. Pero aquello duró muy poco. Hegel no podía ser nunca un pilar sólido del orden establecido. La presencia de Hegel en la burocracia prusiana y alemana ha sido muy exagerada por la posteridad. La misma existencia de unos revolucionarios que se refugiaban en el hegelianismo, desencadenó una reacción contra todo lo que tuviera algo que ver con el pensamiento de Hegel y el gobierno tuvo que liquidar hasta su misma memoria.
Aunque Hegel glorificaba a la burocracia prusiana, esto sólo podía ir en detrimento de la religión, que era el núcleo de la tradición feudal y fue en el terreno religioso donde sobrevino el primer choque entre ambas corrientes que se reclamaban hegelianas. Hegel había sostenido que las historias sagradas de la Biblia debían ser consideradas como profanas porque a la fe no le compete el conocimiento de la historia. En 1835 David Strauss se aferró a esa idea para someter la historia evangélica a la crítica histórica escribiendo una Vida de Jesús que provocó una enorme sensación. La Biblia no era la palabra de dios sino un libro de historia. Así Strauss entroncaba con el luteranismo y el racionalismo burgués. Su planteamiento hubiera sido inconcebible en un país dominado por el catolicismo y el dogma pero resultaba lógico en aquellos países donde la vinculación del hombre con dios se establecía a través de una lectura propia de la Biblia.
Hasta Strauss, la filosofía hegeliana y la religión habían vivido en buena armonía. Marx escribió, pocos años después: La crítica de la religión es la condición necesaria de toda crítica. El fundamento de la crítica irreligiosa es el siguiente: el hombre hace la religión, la religión no hace al hombre. Pero el hombre no es un ser abstracto, exterior al mundo real. El hombre es e1 mundo del hombre, es el Estado, la sociedad. Ese Estado, esa sociedad, que son un mundo absurdo, producen la religión, absurda concepción del mundo. La religión es la realización fantástica del ser humano, porque el ser humano no tiene verdadera realidad. La lucha contra la religión es, pues, indirectamente, la lucha contra un mundo del que ella es el aroma espiritual.
Políticamente, Strauss era inofensivo, como lo siguió siendo durante toda su vida. Pero había abierto la veda; sólo había que explotar aquel filón y para eso ni siquiera eran necesarios pensadores profundos y gruesos libros de filosofía sino, más que nada, divulgadores y agitadores. Entre éstos encajaba a la perfección Arnold Ruge (1802-1880), quien había estado encarcelado de 1824 a 1830. En 1832 entró como profesor en Halle, donde comenzó a publicar los Anales de Halle entre 1838 y 1841, el órgano de la izquierda hegeliana. Gracias a un matrimonio afortunado, disfrutaba de una existencia apacible. Ruge nunca fue más allá del liberalismo burgués, por más radical que fuera su apariencia. Aunque luego tuviera que refugiarse, en sendas ocasiones, en Francia y en Inglaterra, él mismo se calificó alguna vez, bastante acertadamente, de comerciante en espíritu al por mayor. Sin ser ningún pensador original, ni mucho menos un revolucionario, Ruge tenía, sin embargo, la cultura, la ambición, el celo y el ardor combativo que hacían falta para dirigir bien una revista o un periódico científico. Él aseguraba a la burocracia prusiana que sus Anales de Halle eran cristianos y prusianos de Hegel pero, por mucho que se lo suplicó, el Estado prusiano no le correspondió en aquel momento, tardó un poco más, lo que tardó Ruge en abandonar cualquier veleidad agitadora. Finalmente, Ruge acabó a los pies de Bismarck, quien en 1877 le gratificó con un pensión para pagar y apagar su conciencia. Es de aquellos que pasó de vivir el presente a vivir del pasado y, naturalmente a recordarlo: escribió unas memorias tituladas Recuerdos del tiempo pasado, 1862-1867. Pero eso sucedió bastante después...
En Halle los Anales de Ruge se convirtieron en un centro de reunión para todos los espíritus inquietos, especialmente todos los neohegelianos de Berlín, entre los que había docentes, profesores y escritores de edad juvenil. De ellos destacaremos a cuatro: Eduardo Meyen, Adolfo Rutenberg, el más íntimo de los amigos berlineses de Marx, Carlos Federico Köppen y, sobre todo, Bruno Bauer. No se sabe si también pertenecía a aquel círculo Max Stirner, profesor en un colegio de señoritas. Nada hay que permita afirmar que Marx le conociera personalmente, pero entre ambos no medió nunca la menor afinidad espiritual.
El más importante de todos ellos era Bruno Bauer (1809-1882), hijo de un pintor en una fábrica de porcelana. Estudió filosofía y teología en la Universidad de Berlín directamente con Hegel hasta que éste murió en 1831. En una ocasión Hegel otorgó al joven Bauer un premio académico por un ensayo filosófico criticando a Kant. Tras obtener la licenciatura en teología, comenzó a enseñar en la Universidad de Berlín en 1834 y se ocupó, sobre todo, de crítica bíblica. Próximo entonces a las posiciones de la derecha hegeliana, criticó a Strauss afirmando la autoridad indiscutible de la revelación divina, lo que desató una réplica por parte de éste y de la reacción prusiana. Fue este debate el que empujó a Bauer a cambiar de alineamiento filosófico, pasándose a la izquierda hegeliana. Al mismo tiempo, en el curso de esta polémica la reacción se dio cuenta que aquel peligroso proceso tenía sus raíces en Hegel y que había que acabar con todo el hegelianismo. A la inversa, Bauer se aprecibió de que la única manera de defender Hegel de aquel ataque generalizado era desde las posiciones de la izquierda.
En 1836, durante sus primeros días como profesor, Bauer impartió clases a Marx del mismo modo que, una generación después, también fue mentor de otro joven: Friedrich Nietzsche. Ambos acabaron abandonando a Bauer. En 1838 publicó en dos volúmenes su Kritische Darstellung der Religion des Alten Testaments que muestran que, aún siendo muy superior a Strauss desde el punto de vista intelectual, seguía fiel a la derecha hegeliana. Pero muy pronto su opinión sufrió un vuelco y, en tres trabajos, uno sobre el cuarto evangelio, el de Juan, otro sobre los tres sinópticos (Marcos, Mateo y Lucas) y el tercero titulado Herr Hengstenberg, kritische briefe uber den Gegensatz des Gesetzes und des Evangeliums, anunció su ruptura con la derecha hegeliana.
Las aportaciones de Bauer a la historia evangélica fueron muy importantes, limpiando los últimos residos teológicos que Strauss había dejado en pie. Elaboró un profundo análisis de la literatura cristiana del siglo I para demostrar que en los Evangelios no existía la verdad histórica, que todo en ellos era obra de la imaginación de los evangelistas. Asimismo argumentó que la religión cristiana no le había sido impuesta, como se pensaba, al mundo greco-romano, sino que era el más genuino producto de este mundo. De este modo, abría la única senda por la que se podían investigar científicamente los orígenes del cristianismo. Sostuvo que muchos temas centrales del Nuevo Testamento, especialmente los que eran opuestos al Antiguo Testamento, ya se encontraban en la literatura greco-romana de aquella época. Bauer demostró que la influencia judía en Roma había sido mucho más importante de lo que los historiadores habían creído hasta entonces y que el judaísmo se había introducido en Roma en la época de los Macabeos, incrementando su población.
Pero en 1839 el prestigio de Bauer, el giro radical que dio a la teología y, sobre todo, su incorporación al círculo de la izquierda hegeliana forzaron su traslado a la Universidad de Bonn. Era un intento de descabezar al grupo, privarlo de su dirección para dispersarlo. La vinculación entre Bauer y Marx era muy estrecha entonces. Apenas se estableció aquel en Bonn, intentó que Marx se trasladara con él. Entonces Marx trabajaba en su tesis doctoral sobre la Diferencia entre la filosofía natural de Demócrito y la de Epicuro. Para Bauer aquello no tenía demasiado interés. Para él, fuera de Aristóteles, Spinoza y Leibniz, no había otra filosofía en el mundo. En una carta le aconsejaba a Marx que acabase de una vez con aquel despreciable examen y que no le dedicase tanto tiempo, lo cual demostraba que ya entonces Marx hacía gala de su estilo de escribir concienzudo y, por tanto, exasperantemente lento, lo que fue una desolación para todos los que le conocieron, especialmente Bauer, que era una máquina de escribir, casi de manea automática. En la carta Bauer le decía, además, que Ruge le daba pena y calificaba de lánguidos sus Anales de Halle aceptando, a cambio, la publicación de una revista radical que Marx le había propuesto, dirigida por ambos.
Bauer era el campeón de la crítica. Si existe el arte por el arte, Bauer sería el representante de la crítica por la crítica, un verdadero precursor de la Escuela de Frankfurt. La palabra nihilismo apareció entonces bajo estas influencias perdidas en la abstracción. Lo de Bauer era una revolución pero sólo en el terreno de la filosofía, para la que Bauer contaba más con la ayuda que con la oposición del gobierno. La miopía política de Bauer no era otra cosa que el reverso de su agudeza de visión filosófica, escribió Mehring. Bauer atacaba a la teología pero sólo para entronizar al Estado prusiano sobre fundamentos más sólidos. Separando a la Iglesia del Estado se fortalecía el Estado y más concretamente sus instituciones educativas, especialmente la universidad, algo en lo que los académicos como Bauer estaban muy interesados en una época en la que aún estaban obligados a llevar peluca. Como Ruge, Bauer acabó sus días siendo otro de aquellos aduladores de Bismarck.
Muy influido entonces por Bauer, Marx presentó su tesis doctoral sobre Demócrito y Epicuro, dos filósofos que Hegel había tratado con bastante desdén porque no podían competir con Platón ni compararse con Aristóteles. Los escépticos, epicúreos y estoicos formaron escuelas filosóficas griegas que brotaron en su decadencia, contribuyendo más que ninguna otra a fecundar el cristianismo. Su meta común era hacer al hombre individual, independiente de todo lo exterior a él, retrotrayéndole a su vida interior, llevándole a buscar su dicha en la paz del espíritu, asilo inconmovible aunque el mundo se derrumbase. En suma, eran filosofías de la autoconciencia. Pero luego el cristianismo, sostenía Bauer, había enajenado la autoconciencia en beneficio del Señor de los Evangelios. La humanidad había sido educada en la esclavitud de la religión cristiana para, de este modo, preparar mejor el advenimiento de la libertad y abrazarla con tanta o mayor fuerza cuando por fin ese día llegase. La propia conciencia del hombre, al recobrar su autoconciencia, recobraría un poder infinito sobre los frutos de su prolongado renunciamiento.
Como había escrito Köppen, en este abigarado galimatías filosófico de la época no subyacía otra cosa que el racionalismo burgués del siglo XVIII, que también había bebido de las fuentes de la duda de los escépticos, el ateísmo de los epicúreos y la convicción republicana de los estoicos. Aunque no tenían la talla de Platón o Aristóteles, estos filósofos griegos habían dejado una huella muy profunda en la historia. Habían abierto al espíritu humano nuevas perspectivas, rompiendo las fronteras sociales de la esclavitud y las fronteras nacionales del helenismo, habían fecundado el cristianismo primitivo, la religión de los dolientes y los oprimidos, que en Platón y Aristóteles se trocaba en la Iglesia explotadora y opresora de los dominadores.
Esta es la médula que Marx quiso explotar. Entonces, aunque seguía compartiendo la concepción idealista, empezaba ya a extraer de la ambigua filosofía de Hegel conclusiones ateas y revolucionarias. Mientras Hegel criticaba el materialismo y el ateísmo de Epicuro, Marx hablaba con admiración de la valiente lucha que el filósofo griego había sostenido contra la religión y los prejuicios. Mientras todos los filósofos se habían burlado de Epicuro por su absurda tesis de la declinación de los átomos, Marx le considera como el más grande racionalista griego que había introducido un absurdo entre las leyes ciegas de la naturaleza por el que se filtraba la libertad humana.
Naturalmente, en medio de un ambiente idealista, que era también el de Marx entonces, éste traía el materialismo, el atomismo y el ateísmo como notas discordantes, otra declinación de los átomos. Además del materialismo, Demócrito y Epicuro tenían en común su atomismo, y Marx expone así la diferencia entre ambos: para Demócrito se trata tan sólo de la existencía material del átomo, mientras Epicuro pone de relieve el concepto del átomo al lado de su realidad, la forma al lado de la materia; no le basta la existencia; investiga también la esencia, y no ve en el átomo solamente la base material del mundo sino también el símbolo del individuo aislado. Si Demócrito deducía de la caída perpendicular de los átomos la necesidad de cuanto acaecía, Epicuro los desviaba un poco de la línea recta para dejar sitio al libre arbitrio. Es una contradicción entre el átomo como fenómeno y como esencia. La filosofía de Epicuro introduce así una explicación ilimitadamente arbitraria de los fenómenos físicos.
Es también sorprendente la superioridad que Marx observa en Epicuro sobre Demócrito porque éste no hizo más que aventurar una hipótesis que era el resultado de la experiencia, pero no su principio dinámico, un defecto capital que luego Marx siempre denunció en todo el materialismo anterior que no captaba la realidad más que bajo una forma pasiva, no como práctica, no como actividad humana. Con esto adelantaba la importancia que luego dio al movimiento y a la práctica. Demócrito era un teórico y Epicuro un político, como se demuestra en el desafío de éste a la religión. Epicuro le atrajo a Marx porque era un luchador, un filósofo se alzaba contra el peso oprimente de la religión y la desafiaba.
Fue la primera obra extensa de Marx, de la que Mehring concluye: Con este estudio, el discípulo de Hegel se extiende a sí mismo el certificado de mayoría de edad: su pulso firme domina el método dialéctico, y el lenguaje acredita esa fuerza medular de expresión que había tenido, a pesar de todo, el maestro, pero que hacía mucho tiempo que no se veía en el séquito de sus discípulos.
Marx tenía la oportunidad de consagrarse a la actividad científica y hacerse profesor de la Universidad de Bonn junto a Bauer. Pero él prefería a Epicuro antes que a Demócrito. Era un militante, no un teórico. No quería convertirse en un pensador solitario que escribía en el remanso de una biblioteca. Era un demócrata, un revolucionario que luego evolucionaría hacia el comunismo bajo la atracción de una clase, el proletariado, que supo hacer suyos el indudable talento de Marx como pensador en la lucha por un mundo nuevo. La concepción de los revolucionarios nunca ha sido invención de un ideólogo individual, sino la expresión teórica de un movimiento vivo.
El ministro de Educación Altenstein había trasladado a Bauer a la Universidad de Bonn con la promesa verbal de condederle una plaza de profesor titular, pero murió en mayo de 1840 casi al mismo tiempo que Federico Guillermo III y su sustituto, Eichhorn, no estaba por la labor. Se iniciaba una etapa de dura reacción acompañada de represión política. Le propusieron que se dedicara a escribir con la promesa del apoyo financiero del Estado pero Bauer no aceptó y se aprestó a librar una batalla con la ayuda de Marx en una nueva revista de agitación. El nuevo ministro mantuvo el pulso inundando la Universidad de Berlín de reaccionarios prestos a librar toda clase de batallas. Llevó allí al viejo Schelling, que se había convertido en portaestandarte de la revelación divina, para dar el golpe de gracia al hegelianismo. En medio de violentas manifestaciones de protesta, Julius Stahl, un absolutista, sucedió al hegeliano Gans, fallecido el año anterior. El forjador de escuela histórica del derecho, Savigny, amigo personal del nuevo monarca Federico Guillermo IV, depuró a universidad de las tesis jurídicas hegelianas. Por tanto, en 1840 Prusia había declarado la guerra al hegelianismo, que apenas había podido reinar una década. El título de un folleto de Bauer resumía el final de aquella época: La trompeta del juicio final contra Hegel, el ateo y el anticristo. Marx participó en la redacción de ese folleto; formaba parte de esa corriente y, aunque lo hubiera pretendido, las aulas estaban vetadas para él.
Marx decidió doctorarse en la pequeña Universidad de Jena y publicar luego la tesis doctoral, acompañado de un prólogo retadoramente audaz, como testimonio de sus conocimientos para luego instalarse en Bonn y editar allí con Bauer, la proyectada revista. Además, como doctor por una Universidad extranjera, la de Jena, las universidades prusianas no podrían cerrarle sus puertas y tendrían que permitirle profesar la enseñanza por libre.
El 15 de abril de 1840 Marx recibió la investidura de doctor por la Universidad de Jena, sin su presencia personal, previa presentación de una tesis que no era más que un fragmento de una magna obra en la que se proponía estudiar la evolución de la filosofía epicúrea, estoica y escéptica, poniéndolas en relación con toda la filosofía griega.
(1818-1883)
— Introducción
— Los años jóvenes
— Demócrito y Epicuro en el país de los idealistas
— Una prensa de agitación política
— La penetración de la alienación en la filosofía materialista
— La crítica del idealismo histórico
— Vivir trabajando o morir combatiendo
— Contra el socialismo utópico
— La organización del partido obrero
— En las luchas revolucionarias
— Las enseñanzas de la revolución
— Los años de la reacción
— El auge de los movimientos democrático-burgueses
— Su obra cumbre
— La I Internacional
— La última década de la vida de Marx
— La doctrina de Marx es todopoderosa porque es exacta
Introducción
Carlos Marx, genial pensador y dirigente del proletariado, ocupa un lugar destacado entre las grandes figuras cuyas obras y cuyos nombres perviven a través de los siglos. El 17 de julio de 2005 el programa de la BBC In our time organizó una votación entre los espectadores para elegir al mayor filósofo de la historia, y éste fue el resultado:
1. Carlos Marx 27,93%
2. David Hume 12,67%
3. Wittgenstein 6,80%
4. Nietzsche 6,49%
5. Platón 5,65%
6. Immanuel Kant 5,61%
A estos pensadores les siguen Tomás de Aquino, Sócrates, Aristóteles, Karl Popper y otros. Por tanto, a pesar de todos los esfuerzos propagandísticos de la burguesía acerca de la muerte del pensamiento marxista, sigue más vivo que nunca. Sus ideas transcienden la letra escrita y han ejercido una poderosa influencia histórica, especialmente a lo largo de todo el siglo XX. Ningún otro autor tiene tan ingente número de seguidores como él repartidos por todo el mundo y, desde luego, absolutamente nadie entre los explotados y oprimidos. Marx era un pensador como ha habido muy pocos en la historia. Como escribió Engels, Marx era un genio; los demás, a lo sumo, somos hombres de talento. Sin él, la teoría no sería hoy, ni con mucho, lo que es. Por eso ostenta legítimamente su nombre.
El mayor mérito histórico de Marx consiste en haber forjado la ciencia que trata de las leyes más generales que rigen el desarrollo de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento humano, esto es, el materialismo dialéctico y el materialismo histórico. Con ello mostró el camino no sólo para la comprensión del mundo, sino también para su transformación por la vía revolucionaria.
Marx demostró de manera científica que la muerte del capitalismo y el triunfo de la sociedad comunista son inevitables. Gracias a él, el socialismo dejó de ser un sueño estéril en un futuro mejor de la humanidad y se convirtió en una ciencia.
Junto con su amigo Federico Engels, Marx fundamentó científicamente la misión histórica del proletariado como la clase más avanzada, revolucionaria hasta el fin, que, al liberarse a sí misma, libera de todo yugo y de toda explotación al conjunto de la humanidad.
Marx señaló que el camino que conduce a la sociedad socialista es el de la revolución proletaria y la dictadura del proletariado. La principal diferencia del marxismo con las ideologías burguesas más progresistas y avanzadas es la teoría de la dictadura del proletariado.
La doctrina de Marx es la ideología de la clase obrera, la expresión teórica de sus intereses vitales, la ciencia de la transformación del mundo por vía revolucionaria. Los fundadores del marxismo enseñaban que el proletariado no podría cumplir su misión histórica de sepulturero del capitalismo y creador de la nueva sociedad si no organizaba su propio partido proletario.
Si echamos una mirada retrospectiva al espacio creciente de tiempo que nos separa del período en el que Marx vivía, queda claro el hecho irrebatible de que, en el curso de la lucha de clases revolucionaria, la influencia de la teoría creada por él sobre las masas trabajadoras aumenta cada vez más. La clase obrera -la más avanzada, la que orienta a todos las masas oprimidas- va influyendo cada vez más en la marcha de la historia universal, transformando el mundo de una manera activa y conscientemente, apoyándose en las leyes objetivas del progreso social, descubiertas por Marx y Engels y desarrolladas posteriormente por Lenin. La doctrina de Marx, desarrollada por Lenin y empleada de manera creadora y constantemente enriquecida por los partidos comunistas de todo el mundo, demuestra cada vez con mayor claridad su enorme fuerza vital.
Los años jóvenes
Marx nació el 5 de mayo de 1818 en Treveris, una antigua ciudad medieval enclavada en la Prusia renana. En el siglo X fue, con Roma, uno de los centros de la cristiandad. Poseía establecimientos de curtido y fábricas textiles, pero la industria manufacturera no estaba muy desarrollada en comparación con las zonas septentrionales de Renania. Treveris conservaba hasta cierto punto las costumbres de una ciudad medieval, encuadrada en una región vinícola donde los campesinos eran en su mayoría pequeños propietarios, vinateros, amantes de la alegría y el buen vino. Marx siempre se interesó entonces por la situación de aquellos campesinos. Realizaba excursiones a los pueblos de los alrededores y se documentaba a fondo sobre su vida. Los artículos que publicó años más tarde en la prensa demuestran que conocía perfectamente los detalles de la vida rural, el régimen de la propiedad del campo, y los procedimientos de cultivo de los campesinos de la comarca.
Su padre, Enrique Marx, era un abogado de origen judío, culto y libre de prejuicios religiosos que admiraba la filosofía del siglo XVIII y enseñó a su hijo a leer las obras de librepensadores como Locke, Diderot, Voltaire pero sobre todo Kant.
Mientras algunos biógrafos han negado casi totalmente la influencia de su origen judío sobre Marx, otros se han dedicado a subrayar su enorme trascendencia. Es indudable que en la historia del socialismo alemán cuatro judíos, Börne, Heine, Marx y Lassalle tuvieron un papel muy importante. Pero ahí el origen judío no tuvo influencia en evolución política. No fueron motivos religiosos sino políticos, como el propio Marx explicó en sus artículos sobre la Cuestión judía. Estas ligados a la situación semifeudal de Alemania donde, como otros, los judios carecían de derechos civiles y políticos, agravados en su caso porque les alcanzaba aunque se tratara de burgueses. Lo verdaderamente importante y lo que se ha tratado de silenciar con el recuerdo de la raíces judías de Marx, es la situación semifeudal de Alemania y la privacion de derechos políticos de las amplias masas. El padre de Marx, que desde hacía mucho tiempo no practicaba, seguía siendo judío, se convirtió en 1824 al cristianismo para escapar a la descriminación que sufrían los judíos tras la reincorporación de Renania a Prusia. Por su parte, Marx escribió el 13 de marzo de 1843 en una carta a Arnold Ruge: La religión israelita me inspira repulsión.
Aunque no estuviera ligado espiritualmente en absoluto con el medio, Marx se interesó por la cuestión judía durante su juventud. Mantenía relaciones con la comunidad judía de Treveris. Los judíos enviaban frecuentemente peticiones para solicitar la desaparición de diversas medidas humillantes. A petición de sus parientes próximos y de la comunidad de Tréveris, Marx, que entonces tenía veinticuatro años, escribió una de estas peticiones. Marx no despreciaba en absoluto a sus antiguos correligionarios; se interesaba por la cuestión judía y participaba en la lucha por la emancipación de los judíos. Ello no le impedía distinguir perfectamente entre los judíos pobres y los representantes de las altas finanzas, aunque, a decir verdad, había pocos judíos ricos en la región donde vivía Marx. La aristocracia judía estaba concentrada entonces en Hamburgo y Frankfurt.
Buena prueba de la ausencia de aquella influencia religiosa es el segundo de los tres ejercicios escolares que tuvo que presentar para aprobar su bachillerato. Se titulaba Una demostración, según el evangelio de San Juan, naturaleza, necesidad y efectos de la unión de los creyentes de Cristo. Expresa todavía la persistencia confesional del cristianismo que imperaba en el ambiente escolar que, en todo caso, no era el judaísmo sino el protestantismo, también minoritario en Treveris, donde la mayoría era católica.
Lo mismo cabe decir del supuesto carácter prusiano de Marx, que significa ignorar por completo que aquella Renania era cualquier cosa menos prusiana. No sólo por su temporal adscripción francesa sino porque la reincorporación a Prusia significaba la pertenencia formal a un régimen administrativo que en absoluto suponía que los renanos fuesen, desde el punto de vista social, prusianos. Algunos autores pretenden enlazar esa genética prusiana con Hegel para destacar la sobrevaloración de Marx hacia el Estado y la burocracia. Pero nadie como Marx puso a la sociedad por delante del Estado, dando la vuelta al pensamiento hegeliano y enfrentándose luego a Lassalle a causa de la veneración de éste por el Estado. En cuanto a Prusia, tanto los escritos de Marx como los de Engels testimonian que no hubo mayores adversarios de la unificacón de Alemania por la vía prusiana que ellos. Por tanto, esas ideas son ajenas por completo a Marx a lo largo de toda su trayectoria, en las que demostró que su programa tenía por objeto la desaparición del Estado.
En cualquier caso, el origen -y más si ese origen es lejano- no determina el rumbo de ninguna persona. Influye, pero seguramente influyen mucho más otras cicunstancias, algunas de las cuales la propia biografía personal se encarga de superar y olvidar. Otras permanecen. Entre éstas fue importante para Marx la propia ubicación geográfica de su Renania natal. A orillas del río que le da el nombre y próxima a la frontera francesa, en Renania la influencia de la revolución de 1789 fue muy importante. Estuvo en manos de los franceses y no fue entregada a Prusia hasta después de 1815. Los franceses abolieron en Renania las cargas feudales y la región se convirtió en una de las más industrializadas de Prusia. Las riquezas naturales de la región (carbón y hierro) contribuyeron al surgimiento de una gran industria capitalista metalúrgica y textil que, a su vez, ocasionó la ruina de los campesinos y los artesanos y la formación de una nueva clase: el proletariado.
El desarrollo del capitalismo también hizo cada vez más insoportables los vestigios de las relaciones feudales de servidumbre que perduraban aún en muchos países de Europa. Acostumbrados a una relativa libertad bajo el régimen francés, los renanos reaccionaron contra el régimen prusiano al cual se vieron sometidos. En 1832 se organizó una gran fiesta en Hambach en la cual Börne defendió la necesidad de una Alemania libre y unificada. Entre ellos se encontraba un obrero de 23 años, Johann Becker, un revolucionario que realizaba agitación y propaganda y posteriormente se convirtió en escritor.
Pero Becker era sobre todo un hombre de acción que organizó fugas de los revolucionarios encarcelados. Estando en prisión, su círculo organizó en 1833 un ataque armado contra la guarnición de Frankfurt, sede entonces de la Dieta de la Confederación Germánica. Los estudiantes y obreros afiliados a este círculo estaban convencidos de que una insurrección en esta ciudad produciría una fortísima impresión en Alemania, pero fracasaron. Carlos Schapper participó activamente en aquella insurrección y, después del fracaso, consiguió huir a París donde, junto con Schuster y otros, fundaron una sociedad secreta: la Liga de los Proscritos.
Entonces Marx, que conocería luego a muchos aquellos revolucionarios, estudiaba en el instituto de Treveris, donde permaneció de 1830 a 1835, reconociendo sus maestros que era uno de los alumnos más brillantes. Encargado por su profesor de escribir una composición sobre la elección de una profesión por los jóvenes, Marx argumentó que no se puede elegir libremente una profesión, que el hombre nace en unas condiciones que condicionan la elección así como su concepción del mundo. Se podría adivinar ya el embrión de la concepción materialista de la historia. Pero es necesario ver en ello únicamente la prueba de que, ya durante su juventud, Marx, influenciado por su padre, había penetrado en las ideas fundamentales del materialismo francés.
Después de terminar los estudios en el instituto, en 1836 se matriculó en la Facultad de Derecho de la Universidad de Bonn, donde estuvo un año, pasando luego a la de Berlín. En aquella época habían cesado los disturbios revolucionarios y reinaba establecía una cierta calma en la vida universitaria, presidida por la represión y los confidentes de la policía; la práctica había dejado paso a la teoría. Aunque se había matriculado en derecho su interés estaba en la filosofía y la historia.
De esta época poseemos un documento interesante sobre él: una carta en la que se dirige a su padre como a un amigo íntimo, al cual explica claramente sus ideas. Enrique Marx apreciaba y comprendía muy bien a su hijo, y basta leer su respuesta para poder juzgar su profunda cultura. En el espíritu de este tiempo, Marx busca unas concepciones, unas doctrinas, que le permitan motivar teóricamente el odio que ya siente por el régimen político y social dominante. Posteriormente estudiará esta cuestión con mayor detalle.
Las ideas científicas y políticas de Marx cristalizaron en una época en que en Alemania y otros países de Europa maduraban importantes acontecimientos históricos. El fortalecimiento del capitalismo en los países de Europa occidental llevaba a la agudización de la lucha de clases, al impulso de los movimientos democrático-burgueses y de liberación nacional. Si bien espontánea e inconscientemente, el proletariado se rebelaba ya contra la opresión capitalista, haciendo su entrada en la escena histórica. En la Alemania atrasada y semifeudal, fraccionada económica y políticamente, donde las masas trabajadoras sufrían un doble yugo -el de los vestigios del feudalismo y el del capitalismo naciente- maduraba la revolución democrático-burguesa. El fin de los años 30 y comienzo de los 40 se caracterizaban en Alemania por el aumento del descontento de las masas populares, la animación de la vida social y el surgimiento de diversos grupos y tendencias oposicionistas en la burguesía y la intelectualidad.
Demócrito y Epicuro en el país de los idealistas
En la Universidad de Berlín, Marx leyó de todo pero estuvo muy influido por el pensamiento de Hegel que, convenientemente manipulado, era la doctrina oficial del Estado prusiano. Hegel había muerto en 1831 y no era en absoluto responsable del modo en que quienes decían ser sus herederos, retorcían sus postulados, especialmente aquel de que todo lo real es racional. Más que cualquier otra cosa, Hegel es el filósofo del cambio, de la evolución, de que todo lo real tiene que convertirse en racional, lo cual es precisamente lo contrario de lo anterior. Bajo Hegel se cobijó tanto la reacción como la revolución; en una expresión no del todo correcta pero gráfica se ha dicho que los unos se aferraron al sistema, los otros al método. Lo realmente importante es que aquellas disputas no eran más que el envoltorio de una lucha política entre el viejo feudalismo alemán y la nueva burguesía revolucionaria. Pero aquello duró muy poco. Hegel no podía ser nunca un pilar sólido del orden establecido. La presencia de Hegel en la burocracia prusiana y alemana ha sido muy exagerada por la posteridad. La misma existencia de unos revolucionarios que se refugiaban en el hegelianismo, desencadenó una reacción contra todo lo que tuviera algo que ver con el pensamiento de Hegel y el gobierno tuvo que liquidar hasta su misma memoria.
Aunque Hegel glorificaba a la burocracia prusiana, esto sólo podía ir en detrimento de la religión, que era el núcleo de la tradición feudal y fue en el terreno religioso donde sobrevino el primer choque entre ambas corrientes que se reclamaban hegelianas. Hegel había sostenido que las historias sagradas de la Biblia debían ser consideradas como profanas porque a la fe no le compete el conocimiento de la historia. En 1835 David Strauss se aferró a esa idea para someter la historia evangélica a la crítica histórica escribiendo una Vida de Jesús que provocó una enorme sensación. La Biblia no era la palabra de dios sino un libro de historia. Así Strauss entroncaba con el luteranismo y el racionalismo burgués. Su planteamiento hubiera sido inconcebible en un país dominado por el catolicismo y el dogma pero resultaba lógico en aquellos países donde la vinculación del hombre con dios se establecía a través de una lectura propia de la Biblia.
Hasta Strauss, la filosofía hegeliana y la religión habían vivido en buena armonía. Marx escribió, pocos años después: La crítica de la religión es la condición necesaria de toda crítica. El fundamento de la crítica irreligiosa es el siguiente: el hombre hace la religión, la religión no hace al hombre. Pero el hombre no es un ser abstracto, exterior al mundo real. El hombre es e1 mundo del hombre, es el Estado, la sociedad. Ese Estado, esa sociedad, que son un mundo absurdo, producen la religión, absurda concepción del mundo. La religión es la realización fantástica del ser humano, porque el ser humano no tiene verdadera realidad. La lucha contra la religión es, pues, indirectamente, la lucha contra un mundo del que ella es el aroma espiritual.
Políticamente, Strauss era inofensivo, como lo siguió siendo durante toda su vida. Pero había abierto la veda; sólo había que explotar aquel filón y para eso ni siquiera eran necesarios pensadores profundos y gruesos libros de filosofía sino, más que nada, divulgadores y agitadores. Entre éstos encajaba a la perfección Arnold Ruge (1802-1880), quien había estado encarcelado de 1824 a 1830. En 1832 entró como profesor en Halle, donde comenzó a publicar los Anales de Halle entre 1838 y 1841, el órgano de la izquierda hegeliana. Gracias a un matrimonio afortunado, disfrutaba de una existencia apacible. Ruge nunca fue más allá del liberalismo burgués, por más radical que fuera su apariencia. Aunque luego tuviera que refugiarse, en sendas ocasiones, en Francia y en Inglaterra, él mismo se calificó alguna vez, bastante acertadamente, de comerciante en espíritu al por mayor. Sin ser ningún pensador original, ni mucho menos un revolucionario, Ruge tenía, sin embargo, la cultura, la ambición, el celo y el ardor combativo que hacían falta para dirigir bien una revista o un periódico científico. Él aseguraba a la burocracia prusiana que sus Anales de Halle eran cristianos y prusianos de Hegel pero, por mucho que se lo suplicó, el Estado prusiano no le correspondió en aquel momento, tardó un poco más, lo que tardó Ruge en abandonar cualquier veleidad agitadora. Finalmente, Ruge acabó a los pies de Bismarck, quien en 1877 le gratificó con un pensión para pagar y apagar su conciencia. Es de aquellos que pasó de vivir el presente a vivir del pasado y, naturalmente a recordarlo: escribió unas memorias tituladas Recuerdos del tiempo pasado, 1862-1867. Pero eso sucedió bastante después...
En Halle los Anales de Ruge se convirtieron en un centro de reunión para todos los espíritus inquietos, especialmente todos los neohegelianos de Berlín, entre los que había docentes, profesores y escritores de edad juvenil. De ellos destacaremos a cuatro: Eduardo Meyen, Adolfo Rutenberg, el más íntimo de los amigos berlineses de Marx, Carlos Federico Köppen y, sobre todo, Bruno Bauer. No se sabe si también pertenecía a aquel círculo Max Stirner, profesor en un colegio de señoritas. Nada hay que permita afirmar que Marx le conociera personalmente, pero entre ambos no medió nunca la menor afinidad espiritual.
El más importante de todos ellos era Bruno Bauer (1809-1882), hijo de un pintor en una fábrica de porcelana. Estudió filosofía y teología en la Universidad de Berlín directamente con Hegel hasta que éste murió en 1831. En una ocasión Hegel otorgó al joven Bauer un premio académico por un ensayo filosófico criticando a Kant. Tras obtener la licenciatura en teología, comenzó a enseñar en la Universidad de Berlín en 1834 y se ocupó, sobre todo, de crítica bíblica. Próximo entonces a las posiciones de la derecha hegeliana, criticó a Strauss afirmando la autoridad indiscutible de la revelación divina, lo que desató una réplica por parte de éste y de la reacción prusiana. Fue este debate el que empujó a Bauer a cambiar de alineamiento filosófico, pasándose a la izquierda hegeliana. Al mismo tiempo, en el curso de esta polémica la reacción se dio cuenta que aquel peligroso proceso tenía sus raíces en Hegel y que había que acabar con todo el hegelianismo. A la inversa, Bauer se aprecibió de que la única manera de defender Hegel de aquel ataque generalizado era desde las posiciones de la izquierda.
En 1836, durante sus primeros días como profesor, Bauer impartió clases a Marx del mismo modo que, una generación después, también fue mentor de otro joven: Friedrich Nietzsche. Ambos acabaron abandonando a Bauer. En 1838 publicó en dos volúmenes su Kritische Darstellung der Religion des Alten Testaments que muestran que, aún siendo muy superior a Strauss desde el punto de vista intelectual, seguía fiel a la derecha hegeliana. Pero muy pronto su opinión sufrió un vuelco y, en tres trabajos, uno sobre el cuarto evangelio, el de Juan, otro sobre los tres sinópticos (Marcos, Mateo y Lucas) y el tercero titulado Herr Hengstenberg, kritische briefe uber den Gegensatz des Gesetzes und des Evangeliums, anunció su ruptura con la derecha hegeliana.
Las aportaciones de Bauer a la historia evangélica fueron muy importantes, limpiando los últimos residos teológicos que Strauss había dejado en pie. Elaboró un profundo análisis de la literatura cristiana del siglo I para demostrar que en los Evangelios no existía la verdad histórica, que todo en ellos era obra de la imaginación de los evangelistas. Asimismo argumentó que la religión cristiana no le había sido impuesta, como se pensaba, al mundo greco-romano, sino que era el más genuino producto de este mundo. De este modo, abría la única senda por la que se podían investigar científicamente los orígenes del cristianismo. Sostuvo que muchos temas centrales del Nuevo Testamento, especialmente los que eran opuestos al Antiguo Testamento, ya se encontraban en la literatura greco-romana de aquella época. Bauer demostró que la influencia judía en Roma había sido mucho más importante de lo que los historiadores habían creído hasta entonces y que el judaísmo se había introducido en Roma en la época de los Macabeos, incrementando su población.
Pero en 1839 el prestigio de Bauer, el giro radical que dio a la teología y, sobre todo, su incorporación al círculo de la izquierda hegeliana forzaron su traslado a la Universidad de Bonn. Era un intento de descabezar al grupo, privarlo de su dirección para dispersarlo. La vinculación entre Bauer y Marx era muy estrecha entonces. Apenas se estableció aquel en Bonn, intentó que Marx se trasladara con él. Entonces Marx trabajaba en su tesis doctoral sobre la Diferencia entre la filosofía natural de Demócrito y la de Epicuro. Para Bauer aquello no tenía demasiado interés. Para él, fuera de Aristóteles, Spinoza y Leibniz, no había otra filosofía en el mundo. En una carta le aconsejaba a Marx que acabase de una vez con aquel despreciable examen y que no le dedicase tanto tiempo, lo cual demostraba que ya entonces Marx hacía gala de su estilo de escribir concienzudo y, por tanto, exasperantemente lento, lo que fue una desolación para todos los que le conocieron, especialmente Bauer, que era una máquina de escribir, casi de manea automática. En la carta Bauer le decía, además, que Ruge le daba pena y calificaba de lánguidos sus Anales de Halle aceptando, a cambio, la publicación de una revista radical que Marx le había propuesto, dirigida por ambos.
Bauer era el campeón de la crítica. Si existe el arte por el arte, Bauer sería el representante de la crítica por la crítica, un verdadero precursor de la Escuela de Frankfurt. La palabra nihilismo apareció entonces bajo estas influencias perdidas en la abstracción. Lo de Bauer era una revolución pero sólo en el terreno de la filosofía, para la que Bauer contaba más con la ayuda que con la oposición del gobierno. La miopía política de Bauer no era otra cosa que el reverso de su agudeza de visión filosófica, escribió Mehring. Bauer atacaba a la teología pero sólo para entronizar al Estado prusiano sobre fundamentos más sólidos. Separando a la Iglesia del Estado se fortalecía el Estado y más concretamente sus instituciones educativas, especialmente la universidad, algo en lo que los académicos como Bauer estaban muy interesados en una época en la que aún estaban obligados a llevar peluca. Como Ruge, Bauer acabó sus días siendo otro de aquellos aduladores de Bismarck.
Muy influido entonces por Bauer, Marx presentó su tesis doctoral sobre Demócrito y Epicuro, dos filósofos que Hegel había tratado con bastante desdén porque no podían competir con Platón ni compararse con Aristóteles. Los escépticos, epicúreos y estoicos formaron escuelas filosóficas griegas que brotaron en su decadencia, contribuyendo más que ninguna otra a fecundar el cristianismo. Su meta común era hacer al hombre individual, independiente de todo lo exterior a él, retrotrayéndole a su vida interior, llevándole a buscar su dicha en la paz del espíritu, asilo inconmovible aunque el mundo se derrumbase. En suma, eran filosofías de la autoconciencia. Pero luego el cristianismo, sostenía Bauer, había enajenado la autoconciencia en beneficio del Señor de los Evangelios. La humanidad había sido educada en la esclavitud de la religión cristiana para, de este modo, preparar mejor el advenimiento de la libertad y abrazarla con tanta o mayor fuerza cuando por fin ese día llegase. La propia conciencia del hombre, al recobrar su autoconciencia, recobraría un poder infinito sobre los frutos de su prolongado renunciamiento.
Como había escrito Köppen, en este abigarado galimatías filosófico de la época no subyacía otra cosa que el racionalismo burgués del siglo XVIII, que también había bebido de las fuentes de la duda de los escépticos, el ateísmo de los epicúreos y la convicción republicana de los estoicos. Aunque no tenían la talla de Platón o Aristóteles, estos filósofos griegos habían dejado una huella muy profunda en la historia. Habían abierto al espíritu humano nuevas perspectivas, rompiendo las fronteras sociales de la esclavitud y las fronteras nacionales del helenismo, habían fecundado el cristianismo primitivo, la religión de los dolientes y los oprimidos, que en Platón y Aristóteles se trocaba en la Iglesia explotadora y opresora de los dominadores.
Esta es la médula que Marx quiso explotar. Entonces, aunque seguía compartiendo la concepción idealista, empezaba ya a extraer de la ambigua filosofía de Hegel conclusiones ateas y revolucionarias. Mientras Hegel criticaba el materialismo y el ateísmo de Epicuro, Marx hablaba con admiración de la valiente lucha que el filósofo griego había sostenido contra la religión y los prejuicios. Mientras todos los filósofos se habían burlado de Epicuro por su absurda tesis de la declinación de los átomos, Marx le considera como el más grande racionalista griego que había introducido un absurdo entre las leyes ciegas de la naturaleza por el que se filtraba la libertad humana.
Naturalmente, en medio de un ambiente idealista, que era también el de Marx entonces, éste traía el materialismo, el atomismo y el ateísmo como notas discordantes, otra declinación de los átomos. Además del materialismo, Demócrito y Epicuro tenían en común su atomismo, y Marx expone así la diferencia entre ambos: para Demócrito se trata tan sólo de la existencía material del átomo, mientras Epicuro pone de relieve el concepto del átomo al lado de su realidad, la forma al lado de la materia; no le basta la existencia; investiga también la esencia, y no ve en el átomo solamente la base material del mundo sino también el símbolo del individuo aislado. Si Demócrito deducía de la caída perpendicular de los átomos la necesidad de cuanto acaecía, Epicuro los desviaba un poco de la línea recta para dejar sitio al libre arbitrio. Es una contradicción entre el átomo como fenómeno y como esencia. La filosofía de Epicuro introduce así una explicación ilimitadamente arbitraria de los fenómenos físicos.
Es también sorprendente la superioridad que Marx observa en Epicuro sobre Demócrito porque éste no hizo más que aventurar una hipótesis que era el resultado de la experiencia, pero no su principio dinámico, un defecto capital que luego Marx siempre denunció en todo el materialismo anterior que no captaba la realidad más que bajo una forma pasiva, no como práctica, no como actividad humana. Con esto adelantaba la importancia que luego dio al movimiento y a la práctica. Demócrito era un teórico y Epicuro un político, como se demuestra en el desafío de éste a la religión. Epicuro le atrajo a Marx porque era un luchador, un filósofo se alzaba contra el peso oprimente de la religión y la desafiaba.
Fue la primera obra extensa de Marx, de la que Mehring concluye: Con este estudio, el discípulo de Hegel se extiende a sí mismo el certificado de mayoría de edad: su pulso firme domina el método dialéctico, y el lenguaje acredita esa fuerza medular de expresión que había tenido, a pesar de todo, el maestro, pero que hacía mucho tiempo que no se veía en el séquito de sus discípulos.
Marx tenía la oportunidad de consagrarse a la actividad científica y hacerse profesor de la Universidad de Bonn junto a Bauer. Pero él prefería a Epicuro antes que a Demócrito. Era un militante, no un teórico. No quería convertirse en un pensador solitario que escribía en el remanso de una biblioteca. Era un demócrata, un revolucionario que luego evolucionaría hacia el comunismo bajo la atracción de una clase, el proletariado, que supo hacer suyos el indudable talento de Marx como pensador en la lucha por un mundo nuevo. La concepción de los revolucionarios nunca ha sido invención de un ideólogo individual, sino la expresión teórica de un movimiento vivo.
El ministro de Educación Altenstein había trasladado a Bauer a la Universidad de Bonn con la promesa verbal de condederle una plaza de profesor titular, pero murió en mayo de 1840 casi al mismo tiempo que Federico Guillermo III y su sustituto, Eichhorn, no estaba por la labor. Se iniciaba una etapa de dura reacción acompañada de represión política. Le propusieron que se dedicara a escribir con la promesa del apoyo financiero del Estado pero Bauer no aceptó y se aprestó a librar una batalla con la ayuda de Marx en una nueva revista de agitación. El nuevo ministro mantuvo el pulso inundando la Universidad de Berlín de reaccionarios prestos a librar toda clase de batallas. Llevó allí al viejo Schelling, que se había convertido en portaestandarte de la revelación divina, para dar el golpe de gracia al hegelianismo. En medio de violentas manifestaciones de protesta, Julius Stahl, un absolutista, sucedió al hegeliano Gans, fallecido el año anterior. El forjador de escuela histórica del derecho, Savigny, amigo personal del nuevo monarca Federico Guillermo IV, depuró a universidad de las tesis jurídicas hegelianas. Por tanto, en 1840 Prusia había declarado la guerra al hegelianismo, que apenas había podido reinar una década. El título de un folleto de Bauer resumía el final de aquella época: La trompeta del juicio final contra Hegel, el ateo y el anticristo. Marx participó en la redacción de ese folleto; formaba parte de esa corriente y, aunque lo hubiera pretendido, las aulas estaban vetadas para él.
Marx decidió doctorarse en la pequeña Universidad de Jena y publicar luego la tesis doctoral, acompañado de un prólogo retadoramente audaz, como testimonio de sus conocimientos para luego instalarse en Bonn y editar allí con Bauer, la proyectada revista. Además, como doctor por una Universidad extranjera, la de Jena, las universidades prusianas no podrían cerrarle sus puertas y tendrían que permitirle profesar la enseñanza por libre.
El 15 de abril de 1840 Marx recibió la investidura de doctor por la Universidad de Jena, sin su presencia personal, previa presentación de una tesis que no era más que un fragmento de una magna obra en la que se proponía estudiar la evolución de la filosofía epicúrea, estoica y escéptica, poniéndolas en relación con toda la filosofía griega.
Última edición por RDC el Sáb Dic 26, 2009 7:39 pm, editado 2 veces