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    Añorando el comunismo - Rainer Matos Franco - publicado en febrero de 2014 en revista Nexos

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    Mensaje por RioLena Dom Feb 05, 2017 11:31 am

    Añorando el comunismo

    Rainer Matos Franco
    (licenciado en Relaciones Internacionales por El Colegio de México. Escribe su tesis sobre la nostalgia por el comunismo, especialmente en Rusia)

    publicado en febrero de 2014 en revista Nexos

    En la Rumanía de los años noventa se hizo popular un chiste que reflejaba el sentir nacional del momento:

    Un día, para descubrir lo que la gente realmente pensaba de él, el dictador rumano Nicolae Ceausescu se disfrazó como campesino pobre para pasearse entre las masas. En la estación de trenes de Bucarest preguntó a un anciano su opinión sobre Ceausescu. El anciano miró a su alrededor y se aseguró de que nadie estuviera escuchando. Después, mediante señas, invitó al disfrazado Ceausescu a seguirlo mediante idas y vueltas laberínticas por las calles de la capital rumana. Cuando llegaron al lugar más recóndito, alejado de toda sociedad, y de nueva cuenta asegurándose por completo de que estuvieran absolutamente solos, el anciano susurró al oído de Ceausescu: “¡Me cae bien!”.1

    El ejercicio de la memoria, el recordar, a veces conlleva una evaluación del pasado; con mayor razón si el objeto del recuerdo es un orden político o social y, más aún, si uno lo vivió. Sin embargo, no existe una “forma correcta” de evaluar el pasado, porque las experiencias que éste produjo son tan numerosas como los individuos que lo vivieron. Todo orden político recién nacido tiene la entendible necesidad de legitimarse mediante la reescritura de la historia, de instrumentalizarla para confirmar un innegable statu quo apoyado en diversos actores  —políticos, medios de comunicación, producción académica—, lo que da como resultado una visión homogénea, bien construida y relativamente incuestionable que se impone a la sociedad al momento del “triunfo” de ese nuevo orden. Queda en cada quien comprar la idea o tomar distancia; no obstante, siempre habrá visiones ajenas a la oficial.

    Matos-1100-wEs éste el caso del comunismo político en tanto que recuerdo. Para saber cómo operaba, cómo educaba o castigaba, se vuelve imperioso preguntar directamente a quienes lo vivieron desde abajo y no a quienes lo vencieron —en parte porque ya se sabe qué tienen estos últimos que decir: “totalitario”, “represor”. Se han escrito cientos de páginas que dan voz a visiones normativas y homogéneas que describen el comunismo ya sea reduciéndolo a sus elementos represores, o bien evaluándolo con base en los términos del presente.

    Habría que empezar por esclarecer que rememorar el comunismo fuera de la órbita de su carácter represivo no se traduce en idealizarlo políticamente, ni en justificar su récord violento. La realidad, como siempre, es más compleja. Fuera de normatividades y discursos políticos, el represor era apenas un rasgo entre varios, a pesar de que la literatura reduzca en él la historia del sistema entero. Asimismo, abundan recuentos de viva voz que ven de forma positiva el “socialismo real” y permiten entender lógicas sociales importantes, y al final resulta tan ingenuo reducir “el comunismo” a la unicidad de la represión como negar sus aportaciones: hay un legado evidente en salud, educación, política cultural o en el Estado benefactor —trabajo pagado desde la primera mesada y un hogar a precios ínfimos para toda persona por el hecho de serlo.

    Por ello no es sorpresa que la nostalgia aparezca como el fenómeno más visible del poscomunismo. Su relevancia se advierte no sólo en su ubicuidad o sus enormes consecuencias políticas, sino también como cuestionadora de visiones politizadas y homogéneas del socialista como un periodo negativo en todo aspecto; en especial, la idea omnipresente en tres tipos de producción —política, mediática y en menor grado académica— de que los tiempos actuales son “mejores” que el antiguo régimen únicamente por ser “democráticos” o por entregarse al libre mercado.

    Esta nostalgia adquiere diversas formas y significaciones en el lenguaje cotidiano. Propongo diagnosticarla mediante cuatro elementos: encuestas, voto a partidos políticos, estudios empíricos y el uso que de ella hacen algunos regímenes poscomunistas.

    Números

    El primer elemento son encuestas de opinión. Una que destaca por su amplia cobertura es la que dio a conocer en 2006 el diario búlgaro Standart: según sus muestreos, más de 60% de la población en Kazajstán, alrededor de 50% en Tayikistán y Kirguistán, 38% en Bulgaria, 36% en Rusia, 31% en Eslovaquia y 27% en Uzbekistán prefiere el antiguo régimen al actual.2 Incluso en países de Europa del Este —donde el socialismo suele verse como algo “impuesto” desde Moscú— en los que el sistema fue más asfixiante que en el resto, como la ex Checoslovaquia y Rumania, números recientes dejan ver tendencias similares. En la República Checa una encuesta de STEM en enero de 2013 muestra que 33% de los checos prefiere el antiguo régimen al establecido desde 19893, mientras que la realizada por el Instituto Rumano de Evaluación y Estrategia en julio de 2010 reveló que el 41% de las personas hubiese votado por el ex dictador Nicolae Ceausescu (1965-1989) si hubiese sido candidato a la presidencia y que 63% prefería la vida en el antiguo régimen.4

    En Berlín, poco menos de 40% de los habitantes de la parte oriental dijo en 1999 haber sido “más feliz” en la República Democrática de Alemania (RDA)5. En Macedonia más de 60% de los encuestados en octubre de 2010 por el Centro de Investigación y Formulación de Políticas Públicas consideró que bajo el socialismo había “mayores libertades personales, la economía era más fuerte y los estándares de vida más altos”.6 En una encuesta de Levada realizada en Rusia en enero de 2005, 66% de los entrevistados pensaba que la desintegración de la URSS había sido un “desastre”, y más de la mitad respondía que “sería mejor si estuviéramos como antes de 1985”; es decir, antes de las reformas de Gorbachov, pues “había orden” (26%), “había confianza en el futuro” (24%) y “los precios eran bajos y estables” (20%). Sólo 21% veía la Perestroika como un “cambio positivo”.7

    La segunda manifestación de la nostalgia es el voto a partidos que sucedieron a los comunistas. Para entender el fenómeno dentro de la lógica partidista propongo dividir a los partidos sucesores en dos tipos: por un lado, los nostálgicos, que reclaman el legado del antiguo régimen, continúan siendo adeptos al marxismo-leninismo y prometen restaurarlo en sus programas. Los inerciales, por otro lado, desecharon la ideología comunista y se reformaron ya fuera a la socialdemocracia o al nacionalismo. La gráfica muestra el mayor resultado electoral (definido por un año específico) que cada partido sucesor en el poscomunismo ha obtenido entre 1989 y 2012 en elecciones legislativas, indicando si son inerciales o nostálgicos, para lo cual se consideró la historia y el programa de cada uno. Se muestran datos de elecciones legislativas porque en ellas se palpa una mayor identificación del elector hacia un partido político que hacia un candidato.8


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    A primera vista sobresale que los partidos inerciales opacan a los nostálgicos. Esto se explica, en parte, porque los números más altos entre los primeros pertenecen a regímenes poscomunistas autoritarios, donde el partido ostenta el poder y los poderes ejecutivos controlan el proceso electoral. Es el caso de algunas repúblicas de Asia Central, como Turkmenistán —con un notable 99.8%—, Tayikistán o Kazajstán, y de África, como Angola o Congo. No obstante, incluso donde los números son más creíbles predominan los inerciales, lo que sugeriría que la restauración del comunismo no es una alternativa deseable en el mundo poscomunista en términos generales.

    En realidad los partidos inerciales no dicen mucho acerca de la nostalgia: al haberse reformado, votar por ellos no implica ningún ansia restauradora aunque quizás sí un deseo de mantener una seguridad social, pero también es posible que se trate de un “voto de castigo”. En cambio, votar por un partido nostálgico, bajo el entendido de que ante todo promete una restauración, sí implica en buena medida que la conciencia de sus electores se orienta al pasado.

    Ignorar la presencia de los partidos nostálgicos y la vitalidad que imprimen en sus sistemas políticos sería perder de vista el fenómeno. Aunque vistos en conjunto sus números no son impresionantes, tampoco son resultados insignificantes: un 33.1% en Tayikistán o un 29.3% en Kirguistán significa un tercio de la votación total; en Ucrania (24.6%) y Rusia (24.2%) la máxima votación para un partido nostálgico fue la cuarta parte del voto total, mientras que en República Checa (18.5%) o Kazajstán (17.7%) poco menos de la quinta. El verdadero problema con ellos es que ninguno ha vuelto a gobernar, por lo que es prácticamente imposible saber si propugnarán una restauración del comunismo o si mantendrán las instituciones liberales.

    Otro dato interesante que se desprende de la gráfica es que 11 de los 15 casos que incluyen partidos nostálgicos son ex repúblicas soviéticas. Cada uno busca la restauración no sólo del comunismo en sus respectivos países, sino de la Unión Soviética como tal. Su abrumadora presencia puede deberse a un rechazo al nacionalismo exacerbado que ha promovido cada gobierno nacional después de 1991, los cuales han hecho a un lado a la “diáspora rusa” dentro de cada ex república, que se identifica más con el discurso comunista transnacional. Asimismo, la URSS fue no sólo el centro del socialismo mundial, sino el segundo protagonista del mundo bipolar, que volvió relevantes de la noche a la mañana regiones ajenas a la política internacional como Asia Central, además de construir un Estado prácticamente de la nada en estas sociedades.

    Separados de esta forma los partidos sucesores se puede ver que la nostalgia está ahí, presente e innegable. Por supuesto que los números no permiten asir su complejidad: hay países donde los partidos nostálgicos fueron prohibidos al momento de la transición, y donde los inerciales fungen como canalizadores del fenómeno. A continuación un recuento más profundo puede brindar pistas distintas sobre la nostalgia.

    Discursos

    ¿De dónde surge esta nostalgia? ¿Por qué existe, si el comunismo era tan malvado y represor como se repite constantemente? Lo primero que sería lógico pensar es que es más fácil encontrarla entre los llamados “perdedores de la transición” —quienes perdieron una seguridad social y cayeron en el “rezago” y la pobreza al no poder “adaptarse” a la nueva economía de mercado—, y que seguramente son ellos quienes votan por los partidos sucesores. En parte es así. Sin embargo, no sólo los “perdedores” son sujetos de nostalgia; en muchas ocasiones son también los “ganadores”.

    Los estudios empíricos son la manera más asequible para dar cuenta de este fenómeno social, además de diagnosticar la nostalgia de modo que no se vea en ella un origen sospechoso detrás, “fabricado, inventado e impuesto a ciertos grupos para obtener beneficios”.9 Aunque la nostalgia es selectiva por definición, desde una perspectiva sociológica no tiene por qué verse como historia falsa, pues “es más interesante descubrir qué memorias son importantes para los individuos, y por qué y cómo estas reconstrucciones de la historia tienen influencia en sus vidas, que juzgar las memorias de acuerdo al grado de verdad que contienen”.10

    En Polonia, por ejemplo, hay desde encuestas realizadas en centros comerciales de Varsovia donde más de la mitad de los entrevistados manifiesta su oposición a las reformas económicas comenzadas en 1989,11 hasta estudios etnográficos sobre individuos que pasaron de dirigir granjas colectivas a ser empresarios exitosos, pero que votan por la Alianza Socialdemócrata de Polonia —sucesora del Partido de los Trabajadores, que gobernó entre 1945 y 1989— dado que resienten el declive socioeconómico en sus comunidades y buscan que este partido, con base en entendimientos políticos pasados, restaure apoyos al campo.12

    Pero no sólo hay nostalgia por alimentarse de las “tetas del Estado”, las cuales según Sándor Márai “daba[n] de comer y de beber y… aseguraba[n] hasta la jubilación”.13 Otra de sus causas es la pérdida de lo que Maria Todorova llama “una forma muy específica de sociabilidad”, acompañada de una “vulgarización de la vida cultural” asociada a la introducción de valores occidentales.14

    Aquí entra la idea de “las filas” interminables para obtener productos básicos, precisamente porque una de las primeras críticas en la concepción promedio occidental sobre el comunismo pasa por el ¿cómo diantres podían vivir así? Regresando a Polonia, mientras la televisión muestra constantemente filmaciones vetustas que muestran el “hastío” en las filas o la escasez en algunas tiendas, lo que revelan varios estudios etnográficos es que muchos individuos recuerdan estar de pie por horas para hacer las compras no con hastío, sino con nostalgia, pues dicha actividad era una forma de socialización, de conocer personas fuera del entorno vecinal inmediato, al tiempo que permitía tener “la mesa y el estómago llenos”,15 sin sentirse denigrados.

    La “vulgarización” que trajo Occidente es otra constante en recuentos empíricos. Es de sumo interés cómo la nostalgia funge como hilo conductor entre personas de orígenes muy diversos o situaciones de la vida cotidiana aparentemente inconexas: el recuento de un inmigrante bosnio en Chicago, el de una mujer lituana y el de un cantante esloveno son testimonios que, en conjunto, nutren la ubicuidad de la nostalgia por el comunismo:

    Con Tito [los bosnios] florecimos. Obtuvimos nuestra ciudadanía bajo el nombre de “musulmanes”… Fue él quien dio la orden… de insertar la nacionalidad musulmana en la Constitución… Ahora tenemos una democracia, diez años después de la guerra y ni siquiera puedes dormir tranquilo como musulmán en Srebrenica, ni puedes dormir tranquilo en Capljina o Stolac.16

    La comida antes era natural. Mis familiares en Alemania me pedían llevar mantequilla y queso de Lituania porque ellos no tenían buena comida. Y la comida lituana era deliciosa y natural. Ahora, cuando empezaron a copiar todo de Occidente, toda la comida se volvió mala… Las salchichas también eran buenas. Ahora la salchicha boloñesa es puro almidón y sangre.17

    Todos teníamos cierto orgullo. Fuimos educados bajo la creencia de que Yugoslavia era un país poderoso, un país grande y bello. Era un sentimiento grandioso… ahora no hay nada de eso. Eslovenia ahora es un país sin importancia, periférico y parroquial, a menudo confundido con Eslovaquia.18

    Esta nostalgia también redefine nociones comunes; por ejemplo, la validez de una sola forma de entender la “libertad”, la cual, se dice, “no existía” en el socialismo. En los siguientes tres recuentos la nostalgia se convierte de nuevo en una fuerza centrípeta en torno a la cual gravitan percepciones de “libertad” que podrían parecer contradictorias. El primero pertenece a un obrero esloveno, el segundo a una pensionada polaca y el tercero a una anciana lituana:

    Ahora hay estándares europeos de trabajo, y por eso las relaciones han cambiado. Ahora hay menos libertad. Además, sólo eres valioso a la administración y a la fábrica si eres saludable, pero los trabajadores que se ausentan por enfermedad tienen serios problemas de salud. De pronto te has convertido en algo como un trabajador de segunda.19

    Antes [el vecindario] era más seguro, se podía pasear de noche, incluso a las 2. Y, ¿sabes?, nadie te acosaba. Y ahora no es posible, porque todos tienen miedo… Quizás es esta libertad. No es bueno tener tanta libertad… Quizás esa libertad nos ha perdido; no sé qué más pueda ser. Como dicen, con los comunistas había más disciplina. Había más milicia, la milicia distrital, que daba rondas constantemente cuidando el vecindario.20

    Lo más terrible de esta época es la inestabilidad, la incertidumbre sobre el mañana. Vivimos al día… Eres explotado por cada empleador; eres como un esclavo. Si algo no te gusta, te dicen que hay una línea [de trabajadores potenciales] tras la puerta… Antes, si no te gustaba, si la paga era muy baja, podías irte al día siguiente. Podías decir lo que quisieras sin miedo, decir lo que no te parecía. Podías escoger sin tener miedo del mañana.21

    Así, la nostalgia sirve a sus actores como discurso cohesivo, como un puerto seguro en medio de una mar de incertidumbre; para el investigador sirve sobre todo para desmitificar el “sentido común” que impera en Occidente sobre el comunismo. Pareciera como si hubiera un relato para objetar cada idea tergiversada al respecto: antes “todo se encontraba en las tiendas”22 y ahora no, cuando el actual “paraíso” comercial se empeña en decir lo contrario; “entonces realmente se podía viajar, a Occidente… a Alemania”,23 cuando se dice que en el comunismo la gente no podía salir de su país; entre muchas otras nociones.

    Una y otra vez los entrevistados tienen que negar ese sentido común, incluso en los hoy anticomunistas países bálticos: “Dicen que comíamos huesos. No. Comíamos carne todo el tiempo. No comíamos huesos. En serio”,24 o también “La nueva vida, el orden soviético, hizo a la gente más feliz en un país repleto de muchas personas pobres y pocas ricas. ¿Mentí?… Parecería que no puedes escribir sobre tu vida separadamente de la política”.25 El mayor trauma para los ciudadanos de la RDA, por ejemplo, no fue su caída, sino el descubrimiento de que la narrativa occidental luego de la unificación alemana reducía al extinto Estado a un régimen “criminal” donde ellos eran de pronto los reclusos en un campo de reos masivo, cuando precisamente ellos, que lo habían vivido, rara vez se sintieron así.26

    Y es que el grueso de la literatura sobre el comunismo se basaba en que “el pueblo” se oponía al “Partido” y en la idea ególatra de que las personas “aspiraban” a ser como en Occidente, a consumir en tiendas departamentales, a defender con su vida la “democracia”, cuando a muchos de estos actores dichos valores no les quitaban el sueño. De igual forma, se ignora que buena parte de los individuos en el comunismo apoyaba sus postulados, al tiempo que muchos apáticos o anticomunistas, como siempre ocurre, lograban sacar ventajas del sistema con los medios del mismo.27

    Un cuarto elemento que diagnostica la nostalgia es su uso por parte de regímenes poscomunistas, lo que comprobaría que ésta precede al oportunismo político y no es algo fabricado como “producto final” en la política poscomunista. Como para casos anteriores, los ejemplos abundan, especialmente en el espacio postsoviético. Me concentro en dos: Ucrania bajo el Partido de Regiones y Bielorrusia bajo Alexander Lukashenko.

    En Ucrania el Partido de Regiones —repleto de burócratas del antiguo régimen— robó descomunalmente su electorado al Partido Comunista en 2004 al prometer y cumplir con políticas “nostálgicas”: hacer del ruso lengua oficial, subsidiar el desempleo y medicamentos, aumentar sueldos y pensiones, construir complejos departamentales a bajo precio y, quizás más simbólico, (re)legalizar simbología soviética en las celebraciones de la victoria en la Segunda Guerra Mundial (SGM). Con acciones similares, Vladimir Putin y Rusia Unida desde 2000 también atrajeron buena parte del electorado del Partido Comunista de la Federación Rusa.


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    Sin duda, el ejemplo paradigmático es Bielorrusia. Amén de un periodo liberal entre 1991 y 1994, la primera elección presidencial en 1994 fue ganada ampliamente por Alexander Lukashenko, el candidato más altivo y crítico hacia ese liberalismo —el que carecía de ideas coherentes, un equipo de trabajo serio o apoyo de elites económicas. Lukashenko simplemente apeló al pasado mientras otros candidatos prometían un “óptimo” futuro de “democracia” y “libre mercado”: basó su campaña en recordar los “años gloriosos” en que Bielorrusia fungía como “taller de montaje” de la URSS, como una de las repúblicas soviéticas más ricas y autosuficientes y con mayor calidad de vida promedio que el resto. Ya en marzo de 1991 el 82.6% de la población había votado en un referéndum por preservar la Unión Soviética.

    Lukashenko, además, restauró la bandera y el escudo de armas de la República Socialista Soviética de Bielorrusia; preservó todas las estatuas de Lenin a lo largo de la República —una por cada 20 mil habitantes—; recreó la KGB (sic); regresó el desempleo al 1% y redefinió el mito de la Gran Guerra Patriótica (la SGM), explotando la victoria sobre el nazismo en el evento sin duda más determinante en la historia del país tras la pérdida de entre la tercera y cuarta parte de la población durante la invasión nazi (1941-1944).

    Lejos de ser una fabricación de mal gusto, la nostalgia es la gran constante del mundo poscomunista, ya sea mediante prácticas, simples recuerdos, formas de hacer política o de rechazar un presente nada favorable. Resulta peculiar que todos saben que está ahí, pero rara vez se dice con todas sus letras. Más allá de esto, la nostalgia también deja ver que el recuerdo positivo del comunismo busca reivindicar menos una gloria revolucionaria o una ideología política que la más simple de las dignidades; como decía Daniel Singer, “nunca sabemos cuál va a ser nuestro pasado”.28

    Pero sobre todo produce sentimientos: añoranza, aflicción e incluso esperanza, pues hay que recordar que el comunismo, a través de su lenguaje, se orientaba siempre hacia un futuro prominente. Cuando éste fue sustituido en el angustioso presente de los años noventa por guerras, devaluaciones, violencia e inestabilidad no quedó más que voltear al pasado, cuando el futuro era promisorio.

    A fin de cuentas, como bien dijo un don nadie polaco, “la situación es mucho más compleja de lo que las personas en ese IPN (Instituto de Memoria Nacional) piensan”.29
       
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    Mensaje por RioLena Dom Feb 05, 2017 11:32 am

    •NOTAS del texto:

    1 Kideckel, David A., “The undead: Nicolae Ceaus, escu and paternalist politics in Romanian society and culture”, en Borneman, John (ed.), Death of the father. An anthropology of the end of political authority, Berghahn, Nueva York, 2004, p. 123. Todas las citas son traducción mía.
    2 “From utopia to propaganda and back”, en Todorova, Maria y Zsuzsa Gille (eds.), Post- communist nostalgia, Berghahn, 2010, Nueva York, p. 12, n. 5.
    3 “Poll shows Czechs are ‘nostalgic for communism’ ”, B92, 31 de enero de 2013: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] php?yyyy=2013&mm=01&dd=31&nav_ id=84442.
    4 Dragomir, Elena, “In Romania, opinion polls show nostalgia for communism”, Balkanalysis, 27 de diciembre de 2011: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] balkanalysis.com/romania/2011/12/27/ in-romania-opinion-polls-show-nostalgia-for- communism/.
    5 Velikonja, Mitja, “Lost in transition: nostalgia for socialism in post-socialist countries”, East European Politics & Societies, vol. 23, no. 4, 2009, p. 544.
    6 “Poll finds Macedonians nostalgic for com- munist era”, Balkan Insight, 24 de noviembre de 2010: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] article/macedonians-deem-communist-past- better-than-present.
    7 White, Stephen, “Soviet nostalgia and Russian politics”, Journal of Eurasian Studies, vol. 1, no. 1, 2010, pp. 1-9.
    8 La información electoral fue consultada en el sitio web de la comisión electoral de cada país. Menciono los partidos en orden alfabético a continuación: PS de Albania, La Izquierda (Alemania), Movimiento Popular para la Liberación de Angola, PC Armenio, PC de Azerbaiyán (N) y P. Nuevo de Azerbaiyán (I), Unión por el Benín del Futuro, PC de Bielorru- sia (N) y P. de los Comunistas de Bielorrusia (I), P. Socialdemócrata de Bosnia-Herzegovina, PS Búlgaro, P. Popular Camboyano, P. Congolés del Trabajo, P. Socialdemócrata de Croacia, PC de Eslovaquia (N) y Dirección-Socialdemo- cracia (I), Los Socialdemócratas (Eslovenia), P. Estonio de Izquierda, PC Unido de Georgia (N) y PC de Georgia (I), PS Húngaro, PC de Kazajstán (N) y Luz de la Patria (I), P. de los Comunistas de Kirguistán, PS de Letonia, P. Democrático del Trabajo de Lituania, Unión Socialdemócrata de Macedonia, P. de los Comunistas de la República de Moldavia, P. Popular de Mongolia, P. Democrático de los Socialistas de Montenegro, Frente de Libera- ción de Mozambique, Alianza Democrática de Izquierda (Polonia), PC de Bohemia y Moravia (Rep. Checa), PS del Trabajo (N) y Frente Democrático de Salvación Nacional (I) (Ru- mania), PC de la Federación Rusa, PS de Serbia, PC de Tayikistán, P. Popular Democrático de Tayikistán, P. Democrático de Turkme- nistán, PC de Ucrania (N) y PS de Ucrania (I), P. Popular Democrático de Uzbekistán y PS Yemení. Leyenda: P.=Partido; PS=Partido Socialista; PC=Partido Comunista; I=inercial; N=nostálgico.
    9 Velikonja, M., art. cit., p. 539.
    10 Palmberger, Monica, “Nostalgia matters: nostalgia for Yugoslavia as potential vision for a better future”, Sociologija, vol. 50, no. 4, 2008, pp. 358-359.
    11 Wieliczko, Barbara y Marcin Zuk, “Post-communist nostalgia among the middle-aged, middle-class Poles”, trabajo presentado en la Conferencia Anual de la American Sociological Association, 16 de agosto de 2003, p. 5: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] mla_apa_research_citation/1/0/6/7/0/pa- ges106706/p106706-6.php.
    12 Lubecki, Jacek, “Echoes of latifundism? Electoral constituencies of successor parties in post-communist countries”, East European Politics & Societies, vol. 18, no. 10, 2004, p. 17.
    13 Confesiones de un burgués, trad. de Judit X. Szarvas, Salamandra, Barcelona, 10a edición, 2008, p. 117.
    14 Todorova, M., art. cit., p. 7.
    15 Neringa Klumbyté, “The Soviet sausage renaissance”, American Anthropologist, vol. 112, no. 1, 2010, p. 31.
    16 Citado en Buric, Fedja, “Dwelling on the ruins
    of socialist Yugoslavia. Being Bosnian by remembering Tito”, en Todorova, M. y Z. Gille (eds.), op. cit., p. 237. Cursivas mías en todas las citas.
    17 Citado en Klumbyté, N., art. cit., p. 28.
    18 Citado en Lindstrom, Nicole, “Yugonostalgia: restorative and reflective nostalgia in former Yugoslavia”, East Central Europe, vol. 32, nos. 1 y 2, 2006, p. 236.
    19 Citado en Vodopivec, Nina, “Past for the present: social memory of textile workers in Slovenia”, en Todorova, M. (ed.), Remembering communism. Genres of representation, Nueva York, Social Science Research Council, 2010, p. 223.
    20 Citado en Stenning, Alison, “Post-socialism and the changing geographies of the everyday in Poland”, Transactions of the Institute of British Geographers, vol. 30, no. 1, 2005, p. 129.
    21 Citado en Klumbyté, Neringa, “Post-Soviet publics and nostalgia for Soviet times”, en Schröder, Ingo W. y Asta Vonderau (eds.), Changing economies and changing identities in postsocialist Eastern Europe, Berlín, Lit, 2008, p. 35.
    22 Citado en Stenning, A., art. cit., p. 131.
    23 Loc. cit.
    24 Citado en Klumbyté, N., “The Soviet sausage…”, p. 31.
    25 Citado en Kõresaar, Ene, Memory and history in Estonian post-Soviet life stories. Private and public, individual and collective from the perspective of biographical syncretism, tesis doctoral en Etnología, Universidad de Tartu, Tartu, 2004, p. 114: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] dspace/bitstream/handle/10062/1185/koresa- ar.pdf?sequence=5
    26 Boyer, Dominic, “Ostalgie and the politics of the future in Eastern Germany”, Public Culture, vol. 18, no. 2, 2006, p. 377.
    27 Yurchak, Alexei, “Soviet hegemony of form: everything was forever until it was no more”, Comparative Studies in Society and History, vol. 45, no. 3, 2003, p. 499; Fitzpatrick, Sheila, Tear off the masks! Identity and imposture in twentieth-century Russia, Princeton University Press, Princeton, 2005.
    28 Singer, Daniel, “Exploiting a tragedy, or le rouge en noir”, The Nation, 25 de noviembre de 1999; [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] tragedy-or-le-rouge-en-noir#.
    29 Citado en Pasieka, Agnieszka, “Resurrected pigs, dyed foxes and beloved cows: religious diversity and nostalgia for socialism in rural Poland”, Journal of Rural Studies, vol. 28, 2012, p. 77.
       

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