Material publicado en Temas Revolucionarios.
TEMAS REVOLUCIONARIOS 2: A. Gramsci bajo interrogación
Introducción
El presente trabajo ha sido publicado por el GRUPO DE TRABAJO de la Escuela de Filosofía de Rosario, bajo el seudónimo de “China”.
A nuestro entender, el debate sobre Gramsci adquiere una gran importancia político teórica, sobre la cual los marxistas-leninistas debemos emitir opinión. En particular, si observamos cómo en nuestro país ciertas fuerzas populistas o revisionistas, apoyadas en concepciones gramscianas, pretender alterar las bases teóricas del pensamiento leninista sobre el Estado.
Más allá de otras cuestiones que pueden resultar opinables, creemos que este artículo, asume correctamente la defensa del m-l y de la obra clásica del máximo dirigente de la revolución bolchevique: El Estado y la Revolución.
Por supuesto que, como señala el propio trabajo, esto no es más que el inicio del debate acerca de los escritos de Gramsci y con los portadores actuales de essas concepciones.
Sin embargo, creemos que es una buena manera de empezar.
De allí nuestra determinación de reproducirlo como material no partidario, y de publicarlo como un aporte de la intelectualidad marxista, a la investigación y la toma de posiciones en el tema.
No es posible separar supuestos filosóficos de efectos políticos. Menos aún cuando el filósofo en cuestión es Antonio Gramsci, hombre esencialmente político.
Especialmente sus “Cuadernos”, escritos en prisión, han merecido la atención de intelectuales y políticos de todo el mundo de nuestro tiempo, a pesar de las décadas de antigüedad.
Dirigente del Partido Comunista italiano, fue condenado a la cárcel fascista en 1926 y morirá 11 años después, a los seis días de recuperar su libertad.
Habrá entonces quienes consideren que polemizar con él, en nombre del marxismo leninismo, será lisa y llanamente una herejía.
Lo que sigue no pretende agotar el tema. Esto es apenas un aporte militante para poner algunas cuestiones en discusión que consideramos dan pie a un replanteo político de fondo.
Sabemos que nuestra posición crítica es casi solitaria, y eso mismo nos obliga a la responsabilidad de asumirla.
El aluvión gramsciano en la Argentina pos dictadura, acompañó el despegue democrático. De la mano de Juan Carlos Portantiero, ideólogo de la burguesía alfonsinista, podría explicarse buena parte del voto ‘progresista’ que cosechó entonces el radicalismo.
Con la misma profusión que se eludía Marx, Universidad y medios de comunicación se llenaban de Gramsci como la cara del marxismo.
Con algún atraso pero sin faltar a la cita, la izquierda organizada comenzó a mencionarlo. La sospecha (que beneficiaría a los usuarios) de que esta asimilación fue tan acrítica como fraccionaria, no alcanzaría a mitigar los efectos.
La presencia del pensamiento gramsciano, más o menos admitida, no neutraliza las pruebas de parentescos filosóficos que concluyen en tácticas comunes a una diversidad de expresiones políticas.
En primer lugar es casi obvia la relación de un Gramsci que escribe sus “Cuadernos” atravesado por la derrota entre guerras, en una Italia ferozmente sojuzgada por el fascismo y desde la cárcel, y una izquierda sobreviviente de la dictadura militar argentina, que pasa a engrosar las filas de la ‘democracia’ republicana, renunciando a los utópicos sueños que otrora orientaron su accionar.
Desde la derrota, desde la sobrevivencia, omiten en perjuicio de Gramsci, lo que el mismo se encarga de remarcar: “la estrategia propuesta se plantea en los estados modernos y no en los países atrasados ni en las colonias, donde aún tienen vigencia las formas que en las primeras han sido superadas transformándose en anacrónicas” .(Portantiero, Los usos de Gramsci,pág. 123). Gramsci piensa para los países plenamente desarrollados y excluye expresamente a los que llama de “capitalismo periférico”, en el cual podría encuadrarse el nuestro.
Pasada la primera euforia democrática, el capitalismo vuelve a mostrarse sin antifaces como lo que es: incapaz de satisfacer las más elementales demandas de los sectores populares, ni en necesidades básicas, ni en democracia, ni en justicia. Entonces, la importancia de interrogar concienzudamente las teorías que organicen la obligatoria resistencia, cobra importancia vital.
En tanto la sociedad siga dividida en antagónicas e irreconciliables clases, no resignará la burguesía su propaganda ni se subordinará a nuestras evidencias. Las clases se disfrazan con nuevos ropajes, las ideologías seducen con nuevas prendas...
Mayoritarias expresiones de lo que se da a llamar ‘posmodernismo’ circulante han declarado de una forma u otra la caducidad del marxismo y lo obsoleto de sus categorías de análisis.
Con más o menos reparos han llevado aguas a la Teoría del Fin de la Historia. Esto no ha impedido por cierto que la historia, empeñada en demostraciones fácticas, el 1º de enero de 1994 en Chiapas (y con las luchas que desde entonces hasta el presente la han abultado) desmintiera su anunciado final. O sea: ni está dicho que el capitalismo ha triunfado definitivamente (que tal era el promocionado ‘Fin’) ni está dicho que la lucha de clases ha terminado y, por ende, a los proletarios y pueblos oprimidos nos caben todavía tantas batallas como la perspectiva de victorias.
Pero no resultan más peligrosas que las posiciones que se asumen antimarxistas o no marxistas, las que nos llegan del propio ‘marxismo’.
No pocos han sucumbido tentados por una enfatizada y parcializada descripción de los fenómenos que acompañan al capitalismo desde sus orígenes, al adquirir la dimensión propia del desarrollo actual. Deslumbrados como ante una determinante novedad, se han extraviado en espejismos. Pero lo vertiginoso del cambio es la ‘novedad’ que acompaña al capitalismo desde siempre. La asombrosa tecnologización, la desocupación que conlleva (cuando lo hace), la fragmentación que estimula y reproduce el sistema, las marginaciones sociales, la celeridad de la informática y el papel ‘educador’ de las masas de los medios de comunicación, temas que tanto ‘atrapan’ en esta ‘posmodernidad’, son los que mejor se leen desde el marxismo, a condición claro, que no se los desvincule, tal como se hace, de la dinámica de la lucha de clases.
Nuestra preocupación en este trabajo, será el correlato entre tanto posmoderno y un Gramsci que, abordando los mismos temas, lo hace desde un aparato conceptual que, entendemos, toma distancia del marxista.
Así Gramsci, ‘teórico de la comunicación’, ‘teórico de las ideologías’, como se lo ha llamado, no podrá ser objetado de improvisaciones. Para desarrollar su aparato conceptual, pone al Estado mismo como piedra angular de su planteo.
Lenin consideraba nodal la cuestión del Estado en la teoría marxista que, indefectiblemente, lleva a interrogarse la cuestión del poder desde la tan vieja como vigente antinomia : reforma o revolución.
‘Restaurar’ la verdadera doctrina del Estado es el objetivo de Lenín en el Estado y la Revolución, escrito en 1917, meses antes de la toma del poder en la vieja Rusia.
Si ‘ser marxista’ sigue siendo, como diría Lenin, “reconocer no sólo la lucha de clases, sino también la necesidad de la dictadura del proletariado”, desde esta borrada afirmación, podría trazarse con precisión los límites del reformismo.
A pesar de los gigantescos avances de la ‘globalización’ capitalista, el Estado, que tiene particularidades propias según las fronteras de cada país es, sin embargo, el mismo y lo seguirá siendo en tanto repose sobre el terreno de la sociedad burguesa más o menos desarrollada en el sentido capitalista.
Los marxistas sostenemos una conceptualización instrumentalista e histórica del Estado.
El Estado no ha existido siempre. Cuando la especialización en distintos trabajos llevó a la aparición de privilegios y, ellos, a la propiedad privada, cuando una parte de la humanidad se apropió de lo que antes era común, surgen las clases. El Estado aparece entonces por la necesidad de contener los antagonismos de clase pero, como nace de este conflicto, es la fuerza de la clase más poderosa.
Aparato de dominación, instrumento de opresión de una clase sobre otra, es presentado por la burguesía como el orden de toda la sociedad. Presentado como órgano de ‘conciliación de clases’, está destinado a vigilar y castigar posibles insubordinaciones.
El reformismo no niega el carácter clasista del Estado pero soslaya que, como producto de la sociedad en determinado grado de desarrollo, como consecuencia del conflicto de clases, es imposible la liberación de la clase oprimida no sólo sin una revolución violenta, sino también la destrucción del poder estatal.
Por eso la necesidad de la dictadura proletaria desaparece del escenario reformista.
El Estado es la superestructura política de una estructura económica, la sociedad civil.
La sociedad civil es el conjunto de las relaciones posibles en determinado desarrollo de las fuerzas productivas. Este es el planteo ‘clásico’ del marxismo sobre el tema.
Pero en Gramsci, el concepto de “sociedad civil” ha sido corrido desde el plano de la estructura al plano de la superestructura y, tal como se impone, le es preciso desplegar toda una artillería teórica que lo soporte.
Un no marxista como Bobbio se pregunta: “Si es cierto que, como dice Marx, la sociedad civil es el verdadero hogar, el ‘teatro de toda la historia’, el desplazamiento teórico de Gramsci que lleva a ubicar la sociedad civil junto a la sociedad política (el estado) como otro momento de la superestructura, ¿no nos llevará a situar el verdadero hogar, el ‘teatro de la historia’ en otra escena?”(1). Si esta es la sospecha de un no marxista, ¿qué tendremos que sospechar nosotros?.
Huelga decir cuan de moda se ha puesto la ‘sociedad civil’ a lo Gramsci, tanto en la prensa ‘democrática’ como en la palabra de la dirigencia política, incluyendo al propio Subcomandante Marcos, quien nos merece el mayor de los respetos pero, honesto es recordarlo, según sus propias declaraciones no aspira a tomar el poder.
Preveemos que con el corrimiento teórico de la ‘sociedad civil’ desde la infraestructura a la superestructura, no sólo se ha propiciado la mudanza del teatro de la historia sino, también, se han diagramado otras escenas y reservado otros destinos a sus actores.
Hay un criterio de verdad y es éste la práctica social. Aunque ninguna borradura teórica sea capaz de borrar la realidad misma, frente a la misma realidad hay más de una lectura. Esto es porque ‘la verdad’ adopta un interesado, partidista punto de vista de clase, a veces aún a costa de sus propios protagonistas.
El Partido Comunista italiano, el partido de Gramsci, terminó por renunciar hasta a sus símbolos. En la debacle ‘antistalinista’ pos desintegración de la URSS, el marxismo aparece tan ausente, como antes lo fue la adhesión stalinista. El ‘aggiornamiento’ ha capturado casi sin excepciones a los partidos antes ligados a la URSS. Como en la caída del ‘socialismo real’ cada cual ha aportado lo suyo, nunca apareció tan debilitado teóricamente el campo revolucionario.
Lejos está de nuestra intención responsabilizar a Gramsci de semejante situación pero sostenemos con franqueza que continuar con su asimilación acrítica en nada contribuye a una visión proletaria de la realidad.
El corrimiento teórico de la ‘sociedad civil’ al plano de la superestructura, como dijimos, apuntala otros conceptos.
En primer lugar, para situarnos desde Gramsci, corresponde decir que sostendrá que el capitalismo plenamente desarrollado, ha ‘cristalizado’ sus estructuras y levantado ‘barreras infranqueables’, lo que asociamos a una declaración de derrota. Algunos comentaristas intentan ligar ‘licencias’ lingüísticas de Gramsci, en lo que al vocabulario marxista se refiere, a la situación de reclusión en la que escribe. Pero más que ingenuidad sería ignorancia alivianar las consecuencias conceptuales del uso de las palabras.
Las clases ya no son clases sino ‘grupos’; el Partido es ‘El Príncipe Moderno’ o ‘El Intelectual Orgánico’; el concepto de hegemonía se refiere más que a la direccionalidad política a la extensión cultural en la ‘sociedad civil’ y, la guerra, ya no es ‘de fronteras’ sino ‘de posiciones’, pero esto sí, ni para el propio Gramsci se trata de un cambio de términos.
Buscamos precisar cuánto tendrá que ver la “Sociedad Superior Civilizada” (o regulada) que nos propone Gramsci con la ‘utopía’ socialista que supimos concebir.
Bobbio, en la obra citada, nos dice: “En realidad, contrariamente a lo que se cree, Gramsci deriva su concepto de sociedad civil no de Marx sino declaradamente de Hegel, si bien mediante una interpretación algo forzada o, por lo menos,unilateral de su pensamiento. En un pasaje de “Passato e presente”, Gramsci habla de la sociedad civil ‘como es entendida por Hegel y en el sentido en que se emplea a menudo en estas notas’ , explicando a continuación que se trata de la sociedad civil ‘en el sentido de la hegemonía política y cultural de un grupo social sobre toda la sociedad, como contenido ético del Estado’. Este breve pasaje sirve para develar dos puntos importantes: 1)el concepto gramsciano de sociedad civil pretende derivar del de Hegel; 2)el concepto hegeliano de sociedad civil que Gramsci tiene en mente es un concepto superestructural.” (pág.349)
Hay coincidencia entre los comentaristas que la ‘sociedad civil’ a la que se refiere Gramsci tiene que ver más con Hegel que con Marx.
Los parentescos filosóficos no tornan a los autores en ‘culpables’. Después de todo Marx también partió de Hegel... ¡pero!, valga recordar que Marx y Engels trabajaron por “poner sobre sus pies lo que Hegel había pensado de cabeza”. Averiguar cuan ‘de cabeza’, cuan idealista es la lectura de Gramsci será el punto.
Lo que Gramsci llama ‘sociedad civil’ involucra tanto a las ‘organizaciones privadas’ (que en Gramsci incluye instituciones, sindicatos,partidos...) como al ‘contenido ético del Estado’ en correspondencia con la ‘hegemonía’ política y cultural que el grupo dominante ejerce sobre toda la sociedad (es decir la ideología dominante). La ‘sociedad civil’ se considera base y ‘contenido ético’ de la ‘sociedad política’ y, a la vez que contrapuesta a ella, otro plano de la superestructura.
Tal es el nudo del planteo.
Nos preguntamos: si la ‘sociedad civil’ ya no es ‘el reino de las relaciones económicas’, como la definiría Engels, ya no es estructura (económica), si ‘sociedad civil’ y ‘sociedad política’ son distintos planos de una misma categoría. la superestructura, conviviendo jerárquicamente una como base de la otra ¿con qué ‘llenar’ conceptualmente la estructura?.
Para Portelli, comentarista de Gramsci, a pesar de reconocer el escaso tratamiento que éste hace del tema, la estructura estaría definida a la manera ‘clásica’. Si de esto tenemos que entender que, categorías tales como “modo de producción”, “fuerzas productivas” y todo lo que hace a las condiciones de trabajo del hombre y sus inclusiones en clases, que antes correspondían a la ‘sociedad civil’, se han ‘quedado’ en la estructura, debemos decir que las propias referencias de Gramsci no nos aportan claridad al respecto. “El Estado es instrumento para adecuar la sociedad civil a la estructura económica”(2) o al definir “bloque histórico”(al que luego nos referiremos) dice: “ unidad entre la naturaleza y el espíritu, estructura y superestructura, unidad de los contrarios y de los distintos...” (3). Si esto puede leerse como ‘estructura económica igual naturaleza’, estamos en situación de admitir que el concepto de estructura resulta, por lo menos, dudoso. De todos modos, nosotros nos abocaremos a investigar los recorridos a los que nos empuja la ‘sociedad civil’, y dejaremos la estuctura gramsciana a otros lectores.
Los ‘intereses privados’ o el ‘contenido ético’ como función hegemónica cultural(ideología) de un grupo dominante previo al acceso al poder político, ubica sociedad civil y sociedad política no sólo en dos planos diferenciados sino que también jerarquizados. Desde la sociedad civil hacia la sociedad política, superior, IDEAL a alcanzar. Lo novedoso del planteo está en la fuerza instrumental que se le asigna a la hegemonía cultural, desde la sociedad civil hacia la sociedad política, podríamos decir desde el consenso hacia no sólo neutralizar la posibilidad de la coerción, lo que todavía podría mantenernos en el planteo ‘clásico’, sino hasta anular el espacio de la coerción. Si bien de la hegemonía de la que estamos hablando es también política, es fundamentalmente cultural y, si bien la conquista de la ‘hegemonía’,podríamos conceder, es previa a la toma del poder, Gramsci no habla de ‘toma’ y mucho menos de poder. Es del juego consenso coerción como se llega a la “Sociedad Superior Regulada”.
“El supuesto es que el poder no se ‘toma’ a través de un asalto porque el mismo no está concentrado en una sola institución, el estado gobierno, sino que está diseminado en infinidad de trincheras. La revolución es así un proceso social, en el que el poder se conquista a través de una sucesión de crisis políticas cada más graves, en las que el sistema de dominación se va disgregando, perdiendo apoyos, consenso y legitimidad, mientras las fuerzas revolucionarias concentran crecientemente su hegemonía sobre el pueblo, acumulan fuerzas, ganan aliados, en fin, cambian las relaciones de fuerza.” (Portantiero, “Los usos de ...”, pág.76). Y corresponde aquí que nos detengamos a decir algo sobre el concepto de “bloque histórico”.
En primer lugar, rechacemos toda tentación de reducir el concepto a una ‘alianza de clases’ porque, es esto, pero es más que esto. Como todo acto o ideología orgánica debe ser ‘necesaria’ a la estructura, es decir, las ideologías deben organizar los grupos sociales y dirigirlos en conformidad con las condiciones socioeconómicas, y los movimientos superestructurales orgánicos deben tener un carácter permanente, sólo en la medida que los movimientos superestructurales respondan a estas condiciones orgánicas, seran el ‘reflejo’ de la estructura y formarán con ello un ‘bloque histórico’...
En una traducción algo grosera, pero no por ello equivocada, podríamos decir algo así como que dado que es evidente que el capitalismo plenamente desarrollado está llegando al límite de su productividad, la sociedad toda tiene que concluir que ha llegado el turno del proletariado y sus aliados, los asalariados, los oprimidos de la ciudad y el campo.... Digamos entonces que es ‘alianza de clases’ de un determinado momento histórico estructural. Si en lugar de pensar en el capitalismo desarrollado, tal como lo hicimos, nuestro ejemplo se ubicara históricamente en la Revolución Industrial, sin duda la burguesía sería quien lidere ese “bloque histórico”, en la particular lectura que hace Gramsci de afirmaciones de Marx(que repite hasta el hartazgo): La humanidad se plantea sólo aquellas tareas para cuya solución existen ya las condiciones necesarias y suficientes o al menos están en vías de aparición y desarrollo.
El “bloque histórico” es históricamente orgánico, necesario a determinada estructura. Pero volvamos al punto de partida de tales derivaciones: el concepto de ‘sociedad civil’.
Para Marx, la sociedad civil era todo el conjunto de las relaciones materiales, todo el conjunto de la vida comercial e industrial. Para Gramsci, sociedad civil es todo el conjunto de las relaciones ideológico culturales, todo el conjunto de la vida espiritual e intelectual.
Marx parte de las necesidades, de las relaciones económicas. Gramsci de las instituciones que la regulan, de “las que Hegel dice que como la familia constituyen la raíz ética del Estado hundida en la sociedad civil”(4) y más adelante:”la sociedad civil que Gramsci tiene en mente cuando se refiere a Hegel no es la del momento inicial en que estallan las contradicciones que el estado deberá dominar, sino la del momento final, en el que mediante la organización y reglamentación de los distintos intereses(las corporaciones) se ponen las bases para el paso al Estado”(Bobbio, pág.351).
El Estado prusiano fue el IDEAL de Hegel.
Gramsci aspira a la “Sociedad Superior Regulada”.
Nosotros, al Socialismo.
Para nosotros no hay más Estado ‘ideal’ que aquel que ya no sea necesario.
El Estado, instrumento de dominación de clase será destruído con la toma del poder político. Cuando las masas insurrectas dirigidas por su partido ganan la guerra, instauran una Dictadura Proletaria y abren las puertas a una nueva sociedad, sin explotadores ni explotados.
“El proletariado toma en sus manos el poder del Estado, y comienza por convertir los medios de producción en propiedad del Estado. Pero con este mismo acto se destruye a sí mismo como proletariado y destruye toda diferencia y todo antagonismo de clases, y con ello mismo al Estado como tal” (Lenin, El Estado y la Revolución). El Estado comenzará entonces su proceso de extinción.
Pero como vemos Gramsci ha montado ‘el teatro de la historia’ para otras representaciones.
Como dijimos, el desplazamiento de la ‘sociedad civil’ a la superestructura traía aparejado otros corrimientos.
En la tradición leninista la hegemonía, más precisamente la dirección, es sustancialmente política. En Gramsci el concepto ‘se ensancha’ hasta abarcar lo cultural, ideológico. ¿Quién será ‘el actor’, como gusta decirse, el operario que se haga cargo de esta mudanza?.
El Partido de cuño leninista, de cuadros, de vanguardia, de ‘combate’ ha sido reemplazado por el “Príncipe moderno” y su tarea... Gramsci nos lo dice textualmente: “Estos dos puntos fundamentales, la formación de una voluntad colectiva nacionalpopular, de la que el Príncipe moderno es a la vez el organizador y la expresión activa y operante, y la reforma intelectual y moral, deberá constituir la estructura del trabajo. Los puntos concretos del programa deben incorporarse a la primera parte, es decir, deben resultar dramáticamente de la argumentación, no ser exposición fría y pedante de raciocinios.
¿Puede existir una reforma cultural, es decir una elevación de los estratos hundidos de la sociedad, sin una previa reforma económica y un cambio en la posición social y en el mundo económico?. Por eso una reforma intelectual y moral tiene que ir ligada forzosamente a un programa de reforma económica; más aún: el programa de reforma económica es precisamente el modo concreto en que se presenta una reforma intelectual y moral”(4).
Para ‘dramas’ (nos referimos a los que Gramsci nos cause) a esta obra no le faltarán argumentos.
Si además el Príncipe moderno, “Intelectual orgánico” o “Estado mayor intelectual orgánico”, “no pertenece a menudo a ninguna fracción, sino que opera como si fuera una fuerza dirigente que se sostiene por sí mismo, superior a los partidos y a veces considerado tal por el público”(5)... nos cabe preguntar: ¿Desde que supuesto lugar, tal vez al margen de la lucha de clases, o por lo menos admitidamente ‘encima’ es posible argumentar para todas las clases sociales como casi sobra concluir?. ¿Quizás con Gramsci como con los socialistas utópicos del siglo pasado, tan desmentidos por la historia, sea posible creer que de la argumentación ‘dramática’ (no de la ‘fría y pedante’, eso sí) pueda resolverse “una reforma económica” para “la elevación de los estratos hundidos de la sociedad”?
Homologar ‘sociedad civil’ con ‘contenido ético’ (transformación de las costumbres e ideología) requería otros soportes. Al extender, sustraer la hegemonía de su contextualización política(en términos de poder) por una consideración sustancialmente cultural, ideológica y convertir al Partido en un argumentador ‘moral’, en un efecto político insoslayable se sitúa la cuestión ideológica en el centro de la escena o, mejor, en el ‘teatro’ donde se desarrolla la lucha. La lucha ideológica se convierte en la lucha principal.
Pero, como si con esto no tuviéramos ya bastante, lo que hace Gramsci con sus ‘desplazamientos’ es desarrollar teóricamente la posibilidad de ensanchar de tal forma la sociedad civil, la hegemonía cultural, el ‘contenido ético’, hasta eliminar todo espacio ocupado por la sociedad política. O sea, ya no estamos sólo hablando de ponerla en primer lugar, sino que estamos hablando de circunscribir la lucha a la lucha ideológica, subordinar la política a la hegemonía cultural.
Los marxistas no despreciamos la lucha ideológica porque sabemos que la lucha de ideas es también luchas de clases. Este trabajo es de lucha ideológica. Pero posicionados en la lucha de clases, habiendo tomado partido de clase, no está de más decirlo, no sentamos expectativas en que la fuerza de nuestras ideas, de nuestras verdades, convenzan, ganen, se expandan por toda la sociedad hasta hacer innecesaria otras batallas.
“La Revolución la hacen las masas” lo sabemos desde Marx hasta el Che. Pero el famoso ‘consenso’ gramsciano es tan idealista que sólo podría concebirse en términos de milagro. Como argumento contra la ‘soberbia mesiánica’ lo esgrimen los ‘demócratas’ como un escudo... ¡Qué distancia de Lenin!. “¿Es que dichos señores han visto alguna vez una revolución?. Indudablemente no hay nada más autoritario que una revolución. La revolución es un acto durante el cual una parte de la población impone su voluntad a la otra mediante los fusiles, las bayonetas, los cañones, esto es mediante elementos extraordinariamente autoritarios...”(Lenin, El Estado y la Revolución, pág.76). Por piedad a los reformistas, cortamos aquí la cita. Estamos seguro que no la resistirían.
La clase social (el ‘bloque histórico’) que consiga universalizar su hegemonía como para hacer superfluo el momento de la coerción, habrá sentado las bases para el paso a la “Sociedad regulada” o sin estado.
Bobbio nos dice: “Para Lenin el movimiento que conduce a la extinción del estado es fundamentalmente estructural (superación de los antagonismos entre las clases hasta su supresión) en tanto que en Gramsci es principalmente superestructural (ensanchamiento de la sociedad civil hasta su universalización)”(5).
Gramsci no habla de supresión del Estado. Ni siquiera de superación, sino de reabsorción. Para comprenderlo en términos filosóficos y, según lo plantea Bobbio, volvemos a la dialéctica hegeliana: El término medio, sociedad civil, es el que se potencia. Negación de la negación, se afirma. Sociedad civil es entonces el momento final.
Políticamente, no necesitamos demasiadas explicaciones. Con la ‘sociedad civil’ desplazada, Gramsci ha consolidado el ardid teórico para evitar enfrentamientos. Ya no hablamos de ‘tomar’ el poder. Ya no es época de ‘asaltos’. La gran presencia de las masas, su movilización y participación creciente en las ‘democracias’ de los capitalismos desarrollados y las ‘crisis’ pensadas como contradicción económica de un solo movimiento orgánico, contradiccción política, conflicto y compromiso de clases, equilibrio y desequilibrio de fuerzas en correlación histórica, acarrea un ‘cambio de estrategia’: invadido por otro contenido ético, el Estado se reabsorberá.
Como preveíamos, la mudanza del teatro de la historia, ha cambiado tanto el argumento de la obra que los actores han perdido su destino.
El Estado como aparato de dominación de clase, como instrumento que concentra y ejerce poder a través de las instituciones que le son propias, y el Partido Revolucionario, el Estado Mayor del Proletariado dispuesto a disputarlo, son los temas omitidos, desplazados por Gramsci.
Entendámonos bien. No es que Gramsci se desentienda del Partido. De lo que se desentiende es del Partido lenista, del Partido órgano de la clase obrera, del Partido de vanguardia que, como destacamento de poder, se organiza y organiza para disputar el poder del Estado.
Con la muletilla de “no repetir errores del pasado” mayoritariamente la izquierda argentina sobreviviente en los 80, se autocriticó fundamentalmente de los aciertos setentistas y se abocó a “revalorizar la democracia”. Las argucias de la razón tienen también un contenido de clase. Los que no llegaron hasta renunciar al marxismo, un ‘marxismo’ como el Gramsci era el salvoconducto indicado.
Mientras unos se empeñan en ‘depurar’ las FFAA, otros en ‘democratizarlas’ y algunos más en ‘sindicalizarlas’ (y esto cuando las FFAA, fieles a su clase, siguen reivindicando su criminal accionar, más allá de algunos ‘retoques’ y asesinan al soldado Carrasco); mientras, se tejen espúreas alianzas electoraleras, sin discutir ni el momento de intervención ni mucho menos el programa, pero sí (eso sí) el nombre y ‘sello’ de los candidatos donde se quiebran los más ‘sólidos’ frentes; mientras enarbolando la teoría de ‘ganar espacios institucionales’, ‘operar en las fisuras’, la ley del ‘codazo’ es la que más contundentemente se aplica en las universidades y centros de cultura, hasta el punto que en el Ministerio de Educación de la burguesía, los puestos clave los ocupan los que en otros tiempos abrazaban mejores causas;mientras, en el mismo lodo, todos revolcados nos muestra su eficacia la ‘democracia’ burguesa, en definitiva, cómplices del sistema, nos detiene en sus trampas el reformismo.
Volvamos a Lenin: “Ser marxista no es sólo reconocer la lucha de clases sino también la necesidad de la Dictadura proletaria... porque así se extiende el reconocimiento de la lucha de clases precisamente a lo más fundamental, al período de transición del capitalismo al comunismo, al período de derrocamiento de la burguesía y de su completa destrucción.” (El Estado...,pág. 41).
El desplazamiento de Gramsci borra precisamente esto. A esto renuncia tal como lo haría cualquier reformista: a la necesidad de la violencia.
Como dice el refrán popular: “de buenas intenciones está tapizado el camino al infierno”. Pero no estamos discutiendo acá intenciones sino efectos.
Sociedad política y Estado para Gramsci han dejado de identificarse, aún admitiendo la lectura de Portelli: “Estado = sociedad política + sociedad civil”. El argumento político al que se apela es que “la concepción del Estado gendarme es propio de la época liberal que ha sido históricamente superado”. Si el “Estado guardián”, el “Estado custodio” ha dado paso al Estado privatizador del capitalismo ‘globalizado’, de tenues fronteras nacionales...pero, ¿acaso ha dejado de ser Estado?.
El ‘buen control’ de estas épocas se ejerce con otras recetas: ley de defensa de la democracia, Ley de Educación, Ley antiterrorista, Ley de flexibilización laboral... .Los ‘modernos’ Estados ‘neoliberales’ sabemos bien de esto.
Pero en lo de la melancolía, a los reformistas no hay con que darles: claman por impedir el ‘achique’ del Estado, claman por ‘recuperar’ el Estado...
El “Estado gendarme”, que nos perdone Gramsci y sus seguidores, sólo ha tomado la forma de los nuevos tiempos pero no ha dejado de ser “Estado”, no ha dejado de ser represivo, tanto más tenebroso cuanto más moderno.
Según el concepto de estado que imagina Gramsci, pues obvio decir que su ‘sociedad civil’ apunta sobre el Estado mismo, es posible pensar que el Estado se modifique desde dentro mismo. El Príncipe que disputando el Frente cultural, acumula hegemonía hasta cambiar el “contenido ético” de las propias instituciones del Estado burgués. Esta teorización habilita que el propio ejército, brazo armado de la burguesía, ‘cambie’ su contenido ideológico, digamoslo así, ‘se autodestruye’ éticamente y adopta la ‘ética’ del “bloque histórico” hegemónico.
Se comprenderá entonces porque Gramsci tiene tantos adictos entre los democráticos salvadores de las FFAA, y todo el cuño pacifista.
“La realización del ‘Bloque histórico’ sólo es pensable desde el poder, como construcción de un nuevo sistema hegemónico en el que una clase dirige y domina a la totalidad social desde las instituciones de la sociedad política (estadogobierno) y las instituciones de la sociedad civil (estadosociedad)”, dirá Portantiero (Los usos de...,pág.116), y el propio Gramsci nos aclara: “El hecho de la hegemonía presupone indudablemente que se tiene en cuenta los intereses y las tendencias de los grupos sobre los cuales se ejerce la hegemonía, que se forma en cierto equilibrio de compromiso, es decir que el grupo dirigente haga sacrificios de orden económico corporativo, pero es también indudable que tales sacrificios y tal compromiso no pueden concernir a lo esencial, ya que si la hegemonía es éticapolítica no puede dejar de ser también económica, no puede menos que estar basada en la función decisiva que el grupo dirigente ejerce en el núcleo rector de la actividad económica” (6).
Hecha la salvedad que “tales sacrificios no podrán concernir en lo esencial”... ¿en qué sociedad está pensando Gramsci?, ¿en qué grupo dirigente capaz de sacrificios económicos?, ¿en qué Estado de opresión donde la propiedad privada de los medios de producción no parecen provocar una contradicción insalvable?.
La sociedad que quiere Gramsci, la sociedad a la que aspira y por la cual trabaja y teoriza “existe ya potencialmente en las instituciones de la vida social características de la clase trabajadora y explotada. Ligar entre sí estas instituciones, coordinarlas y subordinarlas en una jerarquía de competencias y poderes, centralizarlas fuertemente, si bien respetando su necesaria autonomía y articulaciones, significa crear desde ya una verdadera democracia obrera en contraposición eficiente y activa con el Estado burgués en todas sus funciones esenciales de gestión y de dominio del patrimonio nacional” (7)
¡Bueno!. ¡Estas teníamos!. O sea que la “Sociedad Superior Regulada” (pues tal es el destino que busca Gramsci), existe ya potencialmente.
Cualquier parecido con Foucault y ‘las potencialidades’ de su Microfísica es pura coincidencia. Después de todo, por lo menos Foucault no se reivindica marxista.
Las respuestas de Gramsci son alentadoras. El camino que tenemos por delante no es tan escabroso después de todo. Las instituciones del Estado socialista ya existen. Sólo se trata de ligarlas, coordinarlas y subordinarlas a un orden central... .¡Disfrute usted los milagros del capitalismo que ha ‘cristalizado sus fronteras’!... y alegremente nos perdemos de vista que el Estado burgués, sólo tolera estas instituciones ‘características de las clases explotadas’ cuando la correlación de fuerzas se lo impone, o cuando estas no representen una amenaza a su poder. La ilegalidad, la persecución, la cárcel y hasta los asesinatos son la respuesta del Estado burgués a las organizaciones obreras. Esto además que al margen de su dirección, no pueden ni siquiera influir (ya que resolverlo no es tarea de las organizaciones de masa, sino de las políticas) en la estructuración de otro poder.
Por si acaso fuera necesario traducirlo a términos más concretos ... CGT, MTA y CTA, los tres nombres de una traición... ¿son las instituciones del socialismo?. Pero más: ¿las comisiones internas de las fábricas Aurora (en Tierra del Fuego), de la FIAT en Córdoba que aparecen como las más genuinas y representativas de las bases, son las instituciones del socialismo?.
Confundir la lucha reivindicativa con la lucha por el poder es otra de las manías comunes al extenso arco reformista.
Pero Gramsci dice que “el Estado se concibe efectivamente como un organismo propio de un grupo, destinado a crear las condiciones favorables para la máxima extensión de este grupo” ( y tal afirmación puede llevarnos, si la tomamos descontextuada, a suponer que después de todo estamos hablando de más o menos lo mismo. Cómo “este grupo dominante puede ser coordinado concretamente a los intereses de los grupos subordinados” (9) es entonces lo que no tendríamos como explicar.
Menos todavía si “la vida estatal es concebida como una formación y una superación continua de equilibrios inestables”(10). No conocemos clases dominantes contemplativas de los intereses de los explotados, y nos parece que las contradicciones entre las clases tienen un carácter irreconciliable: No hay ningún ‘equilibrio’, ni siquiera ‘inestable’ entre explotadores y explotados.
Presentar al Estado burgués como ‘conciliador’ de intereses es lo propio de los ideólogos de la burguesía.
Si el capitalismo ‘cristalizado’ ha modificado el rasgo principal del estado, hasta el punto de que ya no es preciso destruirlo, la fuerza de los argumentos, impuesta por la hegemonía cultural del bloque histórico, sobra decirlo, hace innecesaria la revolución.
El Estado se ‘reabsorberá’ y la humanidad marchará felizmente y sin mayores tropiezos a la “Sociedad Superior Civilizada (o Regulada)”.
Si todavía, alguien dudara de las conclusiones a las que hemos arribado, el concepto con que Gramsci ‘cierra’ todo el sistema, no puede ser más explícito: “En el arte político ocurrió lo que en el arte militar: la guerra de movimientos es cada vez más guerra de posiciones y se puede decir que el Estado gana una guerra en la medida en que la prepara minuciosa y técnicamente en tiempo de paz. La estructura masiva de las democracias modernas, ya sea como organizaciones estatales, ya sea como un complejo de asociaciones de la vida civil constituyen para el arte político algo así como las trincheras y las fortificaciones permanentes del frente en la guerra de posiciones, reducen a elemento parcial únicamente, el elemento del movimiento que antes constituía toda la guerra.” (11)
“La guerra de posiciones exige enormes sacrificios a imponentes masas de la población, por esto se requiere una concentración inaudita de la hegemonía y por lo tanto una forma de gobierno más intervencionista que tome más abiertamente la ofensiva contra los adversarios y organice permanentemente la imposibilidad de la disgregación interna, controles de todo tipo, políticos, administrativos, reforzamiento de las posiciones económicas del grupo dominante. Todo esto indica que se ha entrado en una fase culminante de la situación político histórica, porque en la política cuando se gana la ‘guerra de posiciones’ se decide definitivamente”. (12)
El “Príncipe” moderno saldrá a impulsar la unidad de un nuevo “bloque histórico” que sea capaz de superar la crisis del sistema dominante y forrje la unidad nacional y popular. La lucha argumentadora por la hegemonía en el Frente cultural logrará el consenso activo de otras clases y capas. En esa ‘guerra’ de posiciones’, el proletariado, para convertirse en clase hegemónica, recorrerá una fase de autoconciencia y ascenderá a un plano ético político. Los ataques frontales son suicidas y han perdido vigencia... . La guerra de posiciones va indisolublemente unida a la idea de revolución pasiva.
Si esta teoría fuera capaz de ahorrar la sangre de los nuestros, nos sumaríamos a ella.
Pero contrario al objetivo que presumiblemente persigue, desarmar a los nuestros frente al enemigo de clase, sólo puede acrecentar la ferocidad del enemigo.
La ‘democracia’ republicana del capitalismo, también es dictadura de clase. Sus espacios, conquistados palmo a palmo por la lucha del pueblo, nos permiten, si sabemos aprovecharlos, organizarnos con más comodidad, pero no suprimen nuestro sojuzgamiento ni disipan las amenazas.
Para el triunfo sobre el capitalismo, para el triunfo sobre el Estado burgués, no existen atajos. La lucha de clases es una lucha a muerte. Como diría el Che: “En toda revolución, se triunfa o se muere cuando es verdadera”.
Tal como concebimos al Estado, sabemos que la única manera de ‘avanzar’, dentro del sistema capitalista, es como cómplice y sustento de las clases dominantes.
Nuestros principios nos reservan otras tareas.
Los idealistas, renegados y reformistas, por un motivo u otro, atenúan o disimulan el carácter criminal del Estado.
Polemizamos con ellos porque entendemos que sus teorías apuntalan al sistema y distraen parte de las energías revolucionarias, retardando un desenlace favorable.
El problema del poder, ‘viejo’ tema del marxismo, es el problema principal de quienes tomamos partido junto a los explotados.
Conciente de que muchos conceptos de la artillería gramsciana han sido aquí apenas esbozados, hemos preferido concentranos en el de “sociedad civil” para que, tal vez, se abra un debate.
Para los explotados del mundo, para los que luchan y se rebelan contra esta explotación, mis compañeros, vaya este aporte.
¡Hasta la victoria, siempre! ¡VIVA LA REVOLUCION Y EL SOCIALISMO!
NOTAS
(1) .Bobbio, Norberto. Estudios de Historia de la Filosofía - de Hobbes a Gramsci. Editorial
Debate, 1985, pág. 349.
(2) .Gramsci, Antonio. La política y el Estado moderno. Edic. Planeta-Agostini, 1985, pág. 134
(3) . Id. anterior, pág. 76.
(4) . Id. anterior, pág. 70.
(5) . Id. anterior, pág. 84.
(6) . Bobbio, Norberto, obra citada, pág. 362.
(7) . Gramsci, Antonio, obra citada, pág. 116.
( y (9) . Id. anterior, pág. 113.
(10) . Id. anterior, pág. 134.
(11) . Id. anterior, pág. 155.
(12) . Id. anterior, pág. 194.
OBRAS CITADAS Y/O CONSULTADAS
Lenin, Vladimir . El Estado y la Revolución. Edic. Pekín, 1975
Portantiero, Juan Carlos. Los usos de Gramsci. Folios Ediciones, 1983
Portelli, Hughes. Gramsci y el bloque histórico. Siglo XXI, 1974
Poulanzas, Nicolás. Sobre el estado capitalista. Edic. Laia, 1977