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    La falsa suposición de que, bajo el socialismo, todo el mundo cobra el mismo salario - traducido por “Cultura Proletaria” del libro “Soviet Communism: A new civilization?” (1936), de Beatrice Webb y Sidney Webb

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    RioLena
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    Mensaje por RioLena Sáb Feb 11, 2017 10:44 am

    La falsa suposición de que, bajo el socialismo, todo el mundo cobra el mismo salario

    Traducido por el blog “Cultura Proletaria” del libro “Soviet Communism: A new civilization?” (1936), de Beatrice Webb y Sidney Webb


    Existe una falsa suposición circulando entre la gente poco instruida e incluso entre algunos que se consideran cultos, de que el Estado socialista se construye sobre el fundamento de la igualdad de salarios para todos los trabajadores, manuales o intelectuales, con el pretexto de que todos los hombres son iguales, con un derecho inherente a los servicios públicos y servicios producidos por la comunidad en la que viven, se agitan y tienen su entorno. Jamás existió semejante idea entre los marxistas. De manera completamente opuesta a esto, Karl Marx y Lenin, después de él, estigmatizaron siempre la concepción de una igualdad abstracta del hombre para el hombre, ya fuese en el recién nacido o en el adulto amoldado a las circunstancias. En el caso de algunos comunistas que, de forma individual, se entregan a pensamientos en cuanto a la forma en que se deberían dividir entre los miembros de la comunidad los bienes de esta, la consigna ha sido siempre de desigualdad. De hecho, es lo que se expresa constantemente en la frase “de cada cual según su capacidad y a cada cual según sus necesidades“, que, por supuesto, es diametralmente opuesta a una igualdad entre los individuos, en el sentido de identidad de recompensas o de sacrificios.

    Esta máxima fue elaborada con precisión por Stalin en su discurso en el XVII Congreso del Partido Comunista, en enero de 1934: “Esas personas (esos “izquierdistas cabezones”, como se les llama en otros lugares) piensan, por lo visto, que el socialismo exige el igualitarismo, la igualación, la nivelación de las necesidades y de la vida personal de los miembros de la sociedad. Huelga decir que tal suposición no tiene nada en común con el marxismo, con el leninismo. El marxismo entiendo por igualdad, no la nivelación de las necesidades y del modo de vida de cada uno, sino la abolición de las clases, es decir: a) la liberación, igual para todos los trabajadores, de la explotación, una vez derrocados y expropiados los capitalistas; b) la abolición, igual para todos, de la propiedad privada sobre los medios de producción, después de que estos últimos han pasado a ser propiedad de toda la sociedad; c) el deber, igual para todos de trabajar según sus capacidades, y el derecho, igual para todos los trabajadores, de ser remunerados según sus necesidades (sociedad comunista). Además, el marxismo parte del hecho de que los gustos y las necesidades de los hombres no son ni pueden ser unos y los mismos en cantidad o en calidad, ni el período del socialismo ni en el período del comunismo. Ahí tenéis la concepción marxista de la igualdad“.

    Esto en cuanto a los ideales perseguidos por el marxismo ortodoxo. El propio Lenin, sin embargo, era práctico por encima de todo. Se negaba a tomar en consideración un estado de la sociedad que aún no había nacido. Tuvo que construir el Estado socialista con el material humano representado por 160 millones de trabajadores y campesinos, a los que había enseñado durante siglos de opresión política y económica, a coger todo lo que pudiesen, a diestro y siniestro, y a utilizar en el servicio del terrateniente y del capitalista el mínimo esfuerzo que la osadía les dictase. Además de eso, Lenin reconocía que los impulsos implantados en el hombre común para la búsqueda de la comodidad y de la seguridad, así como en muchos hombres con el fin de mejorar sus condiciones habituales de vida, eran impulsos que, si fuesen orientados hacia el interés público y desviados de la intención de obtener algo a cambio de nada, serían incentivos útiles y deberían ser estimulados a través de medios apropiados de remuneración por los servicios prestados, Esto podría hacerse, bajo el comunismo soviético, sin el peligro de crear nuevas clases sociales, En los países donde el capitalismo reemplazó al feudalismo por la plutocracia -especialmente en Gran Bretaña y en los EE.UU.-, los diferentes niveles de ingresos, especialmente cuando son por diferentes fortunas particulares, con diversas herencias, dan resultado, sin duda, a la creación de clases sociales nítidamente diferentes entre sí. Con la abolición de los ingresos particulares provenientes de rentas y beneficios, la remuneración individual por servicios prestados podría ser suficientemente variada sin perjudicar aquella condición general de igualdad social, que es fundamental tanto para el socialismo como para el comunismo.
     
       
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    Mensaje por Jordi de Terrassa Sáb Feb 11, 2017 1:12 pm

    Una vez determinado que no todo el mundo cobra el mismo salario, cuestión que ya queda clara con "a cada cual según su trabajo", lo que se debe determinar es ¿quién mide, y con qué método, la cantidad de trabajo?, o lo que es lo mismo ¿quién y cómo establece los diferentes salarios de cada cual?

    Hasta que la sociedad alcance el desarrollo de las fuerzas productivas que permita una superproducción de bienes materiales, y con ellos poder satisfacer todas las necesidades, si alguna vez se puede alcanzar esta productividad de la fuerza de trabajo, es imposible abolir el uso del dinero. De igual manera, mientras sea necesaria la división técnica del trabajo en la producción de valores de uso será necesario comerciar, en un mercado, con ellos. Algunos socialismos de subjetivismo utópico proponen que al cambiar el nombre del comercio y del dinero se cambia su naturaleza.
    V. I. Lenin en Acerca de la significación del oro ahora y después de la victoria completa del socialismo escribió:Esto parece extraño. ¿Comunismo y comercio? Resulta algo muy incoherente, absurdo y distinto. Pero si se reflexiona desde el punto de vista económico, lo uno no se distingue más de lo otro que el comunismo se diferencia de la pequeña agricultura campesina, patriarcal.

    A mi parecer, cuando triunfemos a escala mundial, pondremos urinarios públicos de oro en las calles de algunas de las ciudades más importantes del mundo. Este sería el empleo más “justo”, gráfico e instructivo del oro para las generaciones que no han olvidado que, a causa del oro, fueron sacrificados diez millones de hombres y mutilados treinta millones en la “gran guerra liberadora” de 1914-1918, en la guerra en que se ventilaba el grandioso problema de qué paz era peor, la de Brest o la de Versalles; y que a causa de ese mismo oro hay quien se dispone, seguramente, a aniquilar a veinte millones de hombres y mutilar a sesenta millones en la guerra que quizá estalle por allá por 1925 o por 1928, acaso entre el Japón y Norteamérica, o entre Inglaterra y Norteamérica, o algo por el estilo.

    Mas, por “justo”, útil y humano que parezca ese empleo del oro, diremos, a pesar de todo: para llegar a semejante resultado es preciso trabajar uno o dos decenios con el mismo empeño e iguales éxitos con que hemos trabajado de 1917 a 1921, sólo que en un terreno mucho más vasto. Por el momento, en la RSFSR es preciso economizar el oro, venderlo más caro, adquirir con él mercancías a precios más bajos. Quien con lobos anda, a aullar aprende; pero en lo que se refiere al exterminio de todos los lobos, como corresponde en una sociedad humana inteligente, nos atendremos al sabio proverbio ruso: “No te envanezcas al partir para la guerra, hazlo a la vuelta”…

    El comercio es la única ligazón económica posible entre decenas de millones de pequeños agricultores y la gran industria, si... si no existe al lado de estos agricultores una magnífica gran industria mecanizada con una red de cables eléctricos; una industria que, tanto por su potencia técnica como por su “superestructura” orgánica y por los fenómenos concomitantes, provea a los pequeños agricultores de los mejores productos en mayor cantidad, con más rapidez y más barato que antes. A escala mundial este “si” se ha realizado ya, esta condición existe ya, pero un país aislado -y, por añadidura, uno de los países capitalistas más atrasados- que ha intentado realizar, convertir en realidad, organizar prácticamente, de golpe y de modo directo, la nueva ligazón entre la industria y la agricultura, no ha podido cumplir “al asalto” esta tarea y se ve precisado a cumplirla mediante una serie de acciones lentas, graduales, de “asedio” cauteloso.

    El poder estatal proletario puede dominar el comercio, encauzarlo, encajarlo en determinado marco. Un ejemplo pequeño, muy pequeño: en la cuenca del Donets ha comenzado una reanimación económica reducida, muy reducida aún, pero indiscutible, en parte gracias al aumento de la productividad del trabajo en las grandes minas del Estado y, en parte también, gracias a la entrega en arrien-do de pequeñas minas campesinas. De este modo, el poder estatal proletario recibe una pequeña cantidad complementaria de hulla (miserablemente pequeña desde el punto de vista de los países avanzados, pero, no obstante, digna de tenerse en cuenta dentro de nuestra pobreza) a un coste, digamos, del 100% y la vende a diversas instituciones oficiales al 120%, y a particulares al 140%. (Indicaré, entre paréntesis, que estas cifras son arbitrarias por completo, primero, porque no conozco las cifras exactas y, segundo, porque, si las conociera, no las haría públicas en este momento.) Esto se parece a que empezamos a dominar, si bien dentro de los límites más modestos, el intercambio entre la industria y la agricultura; a dominar el comercio al por mayor; a dominar la tarea de asirse a la pequeña industria atrasada que tenemos, o a la grande, pero debilitada y arruinada; a reanimar el comercio con la base económica existente; a hacer sentir la reanimación económica al campesino medio, al simple campesino (y éste es uno de la masa, un represen-tante de la masa, un vehículo del elemento espontáneo); a aprovechar todo esto para llevar a cabo una labor más regular y tenaz, más amplia y fecunda de restablecimiento de la gran industria.

    No nos dejaremos dominar por el “socialismo de sentimiento” o por el estado de ánimo patriarcal, semiseñorial, semivillano de la Rusia de antes, que se caracterizan por un inconsciente desprecio al comercio. Es admisible aprovechar toda clase de formas económicas de transición y hay que saber aprovecharlas, dada la necesidad de ello, para fortalecer la ligazón del campesinado con el proletariado, para reanimar sin tardanza la economía nacional en un país arruinado y extenuado, para impulsar la industria, para facilitar medidas posteriores, más amplias y más profundas, como la electrificación.
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    Resulta cuanto menos curioso que la vanguardia de profesionales de la “revolución” no acaba de entender que en el socialismo deja de haber trabajadores asalariados, ya que en el socialismo los trabajadores dejan de estar privados de la propiedad sobre los medios de producción que usan, por lo que son dueños del producto de su trabajo, y no se ven en la necesidad de vender su fuerza de trabajo a cambio de salario alguno. Es decir, en el socialismo los trabajadores dejan de ser una mercancía que se compra y se vende. En el socialismo los trabajadores pasan a ser los propietarios de los valores de uso que producen, valores que intercambian por los valores de uso que no producen, de forma directa mediante el trueque o mediando otra mercancía, que adopta la forma de dinero. O lo que es lo mismo, en el socialismo los trabajadores comercian con mercancías, ya que no tienen la necesidad de convertirse ellos mismos en mercancía.
    Lenin, en El estado y la revolucion escribió:…Pulverizando la frase confusa y pequeñoburguesa de Lassalle sobre la "igualdad" y la "justicia" en general, Marx muestra el curso de desarrollo de la sociedad comunista, que en sus comienzos se verá obligada a destruir solamente aquella "injusticia" que consiste en que los medios de producción sean usurpados por individuos aislados, pero que no estará en condiciones de destruir de golpe también la otra injusticia, consistente en la distribución de los artículos de consumo "según el trabajo" (y no según las necesidades)

    Los economistas vulgares, incluyendo entre ellos a los profesores burgueses, entre los que se cuenta también "nuestro" Tugán, reprochan constantemente a los socialistas el olvidarse de la desigualdad de los hombres y el "soñar" con destruir esta desigualdad. Este reproche sólo demuestra, como vemos, la extrema ignorancia de los señores ideólogos burgueses.

    Marx no solo tiene en cuenta del modo más preciso la inevitable desigualdad de los hombres, sino que tiene también en cuenta que el solo paso de los medios de producción a propiedad común de toda la sociedad (el "socialismo", en el sentido corriente de la palabra) no suprime los defectos de la distribución y la desigualdad del "derecho burgués", el cual sigue imperando, por cuanto los productos son distribuidos "según el trabajo".

    ". . . Pero estos defectos —prosigue Marx— son inevitables en la primera fase de la sociedad comunista, tal y como brota de la sociedad capitalista, tras largos dolores para su alumbramiento. El derecho no puede ser nunca superior a la estructura económica y al desarrollo cultural de la sociedad por ella condicionado. . ."

    Así, pues, en la primera fase de la sociedad comunista (a la que suele darse el nombre de socialismo) el "derecho burgués" no se suprime completamente, sino sólo parcialmente, sólo en la medida de la transformación económica ya alcanzada, es decir, sólo en lo que se refiere a los medios de producción. El "derecho burgués" reconoce la propiedad privada de los individuos sobre los medios de producción. El socialismo los convierte en propiedad común. En este sentido —y sólo en este sentido— desaparece el "derecho burgués".

    Sin embargo, este derecho persiste en otro de sus aspectos, persiste como regulador de la distribución de los productos y de la distribución del trabajo entre los miembros de la sociedad. "El que no trabaja, no come": este principio socialista es ya una realidad; "a igual cantidad de trabajo, igual cantidad de productos": también es ya una realidad este principio socialista. Sin embargo, esto no es todavía el comunismo, ni suprime todavía el "derecho burgués", que da una cantidad igual de productos a hombres que no son iguales y por una cantidad desigual (desigual de hecho) de trabajo.
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    El objetivo comunista no es igualar las rentas de los trabajadores asalariados igualando sus salarios, sino poner fin al trabajo asalariado. Donde “el que no trabaja no come”, y quien más valores de uso produce de más valor dispone. No obstante, la inmensa mayoría de los profesionales de la “revolución”, son partícipes de esta idea como manifestación de ideología burguesa. No cabe la menor duda que el trabajador, o grupo de trabajadores, que produzca un 20 % más de un valor de uso que otro trabajador, o grupo de trabajadores, dispondrá de un 20 % más de valor que dichos trabajadores. No obstante, este 20 % no es debido a un mayor salario, puesto que en el socialismo desaparecen los trabajadores asalariados, y con ellos los capitalistas, sino a que los trabajadores son propietarios del producto de su trabajo, y dicha diferencia es debida a que han trabajado más y/o mejor. En el capitalismo se suele producir la circunstancia que trabajadores, aun en el caso de trabajar más y/o mejor que otros, perciben una retribución salarial inferior, o percibiendo un salario superior es tanta la diferencia de valores de uso producidos que, los trabajadores asalariados más productivos, están sometidos a una tasa de explotación superior. Que un trabajador, o grupo de trabajadores, perciba una mayor renta, porque se dispone de una mayor capacidad productiva, no entra en contradicción con el socialismo, "de cada cual según sus posibilidades y a cada cual según su trabajo". Sin embargo, si entra en contradicción abierta con el capitalismo, y los otros sistemas de producción basados en la explotación, donde, por lo general, no solo hay quien vive de renta sin producir nada, sino que una parte de los que no producen nada son los que perciben las mayores rentas.

    Un problema que se plantea en el socialismo es que resulta imposible, con el actual nivel de conocimientos científicos, conocer las capacidades de un individuo. Por lo que solo se puede planificar la producción de forma estadística. Si se sospecha que alguien puede producir valores de uso en un 20 % más de la media, pero solo produce un 15 %, pues solo dispondrá de un 15 % más de valor que la media, pudiendo disponer de un 20 %. Y la mayoría no podrían honradamente reprocharle mucho, si prefiere renunciar a ese 5 % de valor por estar en compañía de sus seres queridos, o realizando otra actividad, que estando menos cualificado profesionalmente le produce una mayor satisfacción emocional. En el caso que se sospeche que pudiendo producir un 15 % menos que la media, produzca un 20 % menos, pues dispondría de un 5 % menos del valor del que podría disponer, por lo que se puede deducir que seguramente tenga unas menores necesidades que la media, como mínimo en ese 5 %. Por lo que la mayoría honradamente tampoco podrían reprocharle mucho, por el mismo motivo que en el caso anterior. Surge un problema cuando, en el socialismo donde todavía no se pueden satisfacer todas las necesidades sociales, alguien produce valores de uso en un 20 % menos que la media, por una menor capacidad de producción motivada por un accidente, una enfermedad, una predisposición genética, una catástrofe natural o una catástrofe económica producida por los errores de los trabajadores encargados de planificar la producción, y teniendo en cuenta unas necesidades mayores a su capacidad de producir valores de uso, como suele ser lo normal. Pero para estas circunstancias se han inventado los seguros, donde los trabajadores pueden cubrir estas contingencias aportando un porcentaje de sus ingresos, con lo que se garantizan una renta mínima.

    La sociedad comunista surge y se desarrolla de las propias entrañas de la sociedad capitalista. Previamente a la existencia de las relaciones de producción capitalistas es necesario que la fuerza de trabajo deje de ser propiedad individual, o esté ligada a los medios de producción, y pase a ser propiedad común de los capitalistas. Es decir, es necesario producir hombres desposeídos de todo medio de producción y de subsistencia y, en consecuencia, puedan vender “libremente” el usufructo de su fuerza de trabajo que no la propiedad, puesto que en el modo de producción capitalista su propia fuerza de trabajo no les pertenece a los trabajadores asalariados. La existencia de la mercancía fuerza de trabajo, y la propiedad común sobre ella por parte de los capitalistas, es garantizada por el estado mediante el monopolio de la fuerza. Bajo las relaciones de producción capitalistas, cuando el desarrollo de las fuerzas productivas alcanza una determinada fase de desarrollo, comienza la socialización de los medios de producción, mediante las llamadas sociedades anónimas. La última fase en la socialización de los medios de producción bajo las relaciones de producción capitalistas, consiste en la propiedad común de los medios de producción por parte de todos los capitalistas, bajo la forma jurídica de propiedad del estado.

    Saludos.

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