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    100 años de la Revolución Mexicana - Fernando Buen Abad Domínguez - diciembre de 2010

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    RioLena
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    Mensaje por RioLena Sáb Mar 04, 2017 10:43 am

    100 años de la Revolución Mexicana

    Fernando Buen Abad Domínguez - diciembre de 2010


    La Revolución mexicana, iniciada el 20 de noviembre de 1910, suele ser definida como la primera Revolución contemporánea en América Latina. Impulsada por la insurrección de los ejércitos indígenas y campesinos, más la adhesión de fracciones políticas, opuestas al enésimo fraude electoral cometido por el dictador Porfirio Díaz, constituyó un proceso revolucionario que sigue vivo a pesar de todas las andanadas que, en su contra, se han desplegado durante 100 años. Esta Revolución fija un acontecimiento nuevo para México, y para la historia de las luchas de los explotados y oprimidos. Es un triunfo que, con sus limitaciones y sus tareas pendientes, expresa el malestar de clase de los desposeídos y vislumbraba un mundo donde imperen las reivindicaciones mejores para la humanidad toda.

    Francisco Villa y Emiliano Zapata lideraron ese proceso revolucionario con base en una lucha histórica que tuvo, y tiene, por premisa la recuperación de la tierra mil veces usurpada; unas veces por los imperios mesoamericanos, luego por la invasión española y más tarde por los terratenientes contemporáneos. La etapa armada de la lucha revolucionaria duró casi una década, sostenida por la participación masiva de los pueblos originarios y el sector campesino, que formaron el ejército insurgente más grande de su época. Algunas fuentes reportan que el Ejercito Zapatista contaba con 7000 efectivos -y una base social amplísima- mientras la “División del Norte” comandada por Pancho Villa contaba con una suma similar de soldados revolucionarios. Eran, esos ejércitos revolucionarios, la expresión más avanzada de organización para la transformación radical de la Historia. La idea construcción de un partido revolucionario no preocupaba a las mentes de los revolucionarios y por eso la Revolución crecía no sin peligros también internos.

    Se trata de una Revolución indígena y campesina a la que, incluso, se sumaron los aportes de Ricardo Flores Magón, y sus seguidores, en materia de lucha obrera, lucha sindical y combate contra el capitalismo. El escenario de esa Revolución, precedida 100 años antes por un movimiento independentista vigoroso, ha sido determinado por las formas pre-capitalistas de producción y los elementos de la modernización capitalista con su incipiente desarrollo industrial y sus avances en infraestructura. Hacia 1880 había en México 650 kilómetros de vías férreas, cuando estalló la Revolución la cifra sumaba 24.000 kilómetros.

    Bajo la dictadura de Porfirio Díaz (1876-1910) se aceleró el proceso de expropiación de tierras comunales, se incrementó la recaudación de impuestos de manera despiadada, se profundizó la ruptura con los valores educativos y culturales de los pueblos… se conjugo, además, el surgimiento incipiente de la producción capitalista y sus métodos de saqueo y explotación, mientras algunas ramas de la industria manufacturera y extractiva convivían con formas ancestrales del pensamiento y las metodologías de producción agraria. Porfirio Díaz adoraba a los banqueros norteamericanos, británicos y franceses, a quienes sedujo prometiéndoles “mano dura” y control social para el florecimiento de la “modernización económica”, es decir, para la opresión y la explotación de los trabajadores en las ciudades y en el campo. En 1910, un 77% de los capitales eran de origen extranjero, fundamentalmente norteamericanos.

    La crisis económica internacional de 1907 marcó al país, cayeron las exportaciones mineras y agrícolas y creció el desempleo. La clase obrera, muy minoritaria aun, protagonizó en 1906 y 1907 las luchas mineras de Cananea, y las textileras de Río Blanco, que contaron con la influencia del Partido Liberal Mexicano liderado por los hermanos Flores Magón, representantes de un anarquismo vernáculo. Mientras tanto, en el campo, Villa y de Zapata organizaron sus ejércitos revolucionarios. En ese contexto económico-social, las luchas inter- burguesas se multiplicaron y Francisco I. Madero pasó a ser el representante de un movimiento anti-releccionista cuya plataforma política “sufragio efectivo no reelección” ha sido, hasta la fecha, baluarte ideológico de la burguesía nacionalista.

    El 20 de noviembre de 1910, Francisco I. Madero agita su “Plan de San Luis”, que marcó el inicio de la Revolución. En Chihuahua, con Francisco Villa hasta el sureño estado de Morelos bajo el liderazgo de Emiliano Zapata. La contrarrevolución actuó rápidamente con un golpe de Estado liderado por Victoriano Huerta, quien era ministro de Guerra de Francisco I. Madero, (un abuelo de Pinochet) que contó con el aval de la embajada norteamericana. Huerta dirigió la primera contra-revolución con, además de salvajadas sangrientas, intentos para corromper a sectores de la clase obrera y de los ejércitos revolucionarios.

    Más tarde el triunfo del “constitucionalismo” propinó un golpe letal a la Revolución. Con una orientación y organización política correcta, un partido revolucionario, se hubiera superado el movimiento iniciado en 1910 y se hubiera llevado a la revolución hasta una maduración que marcaría el desarrollo de la historia profundamente. “Un país colonial o semi-colonial, cuyo proletariado resulte aun insuficientemente preparado para agrupar en torno suyo a los campesinos y conquistar el poder, se halla por ello mismo imposibilitado para llevar hasta el fin la revolución democrática” (Trotsky, La Revolución Permanente). La oligarquía logró su restauración y la postergación de las aspiraciones revolucionarias por emancipar la tierra y emancipar a los pueblos.

    Pasaron 15 años para que ocurriera la fundación del Partido de la Revolución Mexicana (PRM) –abuelo del PRI- en 1929, en el que se integró a las facciones del ejército, al movimiento obrero y al movimiento campesino. Tal fundación culminó el proceso de institucionalización y congelamiento de la revolución. Consolidación bonapartista. Con sus contradicciones y límites la Revolución Mexicana ha sido aletargada por el carácter reaccionario y antirrevolucionario de la burguesía y por la clase obrera que no logró ser un factor revolucionario. El campesinado no encontró manera de madurar su malestar, por su inmadurez organizativa y por falta de un programa y un partido con bases proletarias y revolucionarias.

    Se requería, para mantenerse y preservarse, la extensión de la Revolución hacia las ciudades. Todas las demandas campesinas debieron hermanarse con las bases de todo el país, para derrotar la ofensiva represiva, la ofensiva económica… para perfeccionar la expropiación no sólo de las tierras, para enriquecer la alianza con la clase obrera y multiplicar el triunfo revolucionario en las ciudades. La Revolución campesina requería de un programa distinto al constitucionalista para la resolución de las demandas e inexorablemente también las demandas obreras y populares. Quizá Zapata lo haya valorado, como se intuye de las líneas finales, en su carta sobre la Revolución Rusa, de 1918.

    La revolución de 1910-1917 expresó problemas centrales propios de los países con desarrollo capitalista atrasado, explicadas por la teoría de la Revolución Permanente. Una es la ilusión de que una fracción de la burguesía (por más progresista, legalista o socialista que se defina) será capaz de resolver las demandas más sentidas por las grandes mayorías, sean tales demandas nacidas en movimientos sociales, en luchas agrarias o en sindicatos obreros.

    En el corazón de la Revolución Mexicana, la insurgencia campesina generó una fuerza capaz de derrotar a las oligarquías para hacer triunfar a las reivindicaciones de los desposeídos y explotados, incluso logró sumar fuerzas para contrarrestar las acciones y definiciones del Estado, pero fue derrotada, más que por las fuerzas antagónicas, por sus debilidades internas. Pero su grado limitado de maduración no implica su negación o su cancelación... por eso sigue viva y en espera de completarse ampliamente.

    Si la revolución burguesa en México ha tenido tan profundos efectos, difícilmente se puede imaginar cuál será el impacto que tendrá la próxima revolución socialista. Un plan socialista de producción despertaría el enorme potencial del pueblo mexicano. Movilizaría el vasto potencial cultural y productivo de esta gran tierra y produciría una revolución cultural, artística y científica de magnitudes que el mundo jamás ha visto. Para nosotros, la Revolución Mexicana no es un recuerdo distante del pasado. Es, más bien, un vistazo fugaz del futuro: un futuro lleno de esperanza e inspiración para el pueblo de México y del mundo entero.

    Al celebrar los 100 años de Revolución Mexicana, tenemos una oportunidad excelente para una valoración crítica de sus fundamentos teóricos y de su concepción práctica. Se trata de no repetir errores por ausencia de dirección proletaria y programa obrero. Se trata de avanzar con conclusiones socialistas hacia un programa revolucionario. Se trata de retomar y culminar la obra de Emiliano Zapata con un programa que, en su dialéctica, exprese la dialéctica histórica, la labor teórica revolucionaria y la acción política que den base renovada a la Revolución.



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