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    LOS AÑOS TREINTA: REVOLUCIÓN EN LA REVOLUCIÓN

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    LOS AÑOS TREINTA: REVOLUCIÓN EN LA REVOLUCIÓN Empty LOS AÑOS TREINTA: REVOLUCIÓN EN LA REVOLUCIÓN

    Mensaje por ajuan Vie Oct 27, 2017 9:01 pm

    Para los alcahuetes que andan rondando en el foro. El enterrador de la revolucion que desenterro a los rusos y los llevo al espacio. Mientras otros pues...escribian bien ¿no?

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    LOS AÑOS TREINTA: REVOLUCIÓN EN LA REVOLUCIÓN

    Uno de los temas estrella de la historiografía académica, antes y después de la Guerra
    Fría, ha sido la represión estalinista. Con la finalidad de demostrar el supuesto carácter
    criminal del bolchevismo, una legión de historiadores han ido engordando sus méritos
    académicos con publicaciones en las que alegremente se han ofrecido cifras astronómicas
    de detenidos y fusilados en la URSS durante los años treinta. Aunque los archivos oficiales
    soviéticos estuvieron cerrados hasta los años noventa del pasado siglo, ello no fue
    obstáculo para que, saltándose todas las normas científicas de la investigación histórica, se
    afirmase con rotundidad que Stalin había asesinado a decenas de millones de personas,
    convirtiendo de esta forma al dirigente comunista en el paradigma de la malignidad,
    equiparable a Hitler. En definitiva, lo que se pretendía difundir -y en buena parte se ha
    conseguido- es que el nazismo y el comunismo son doctrinas similares y sistemas políticos
    gemelos, igualmente condenables por totalitarios.

    Aunque desde cualquier punto de vista esta comparación constituye una aberración, la
    teoría del totalitarismo ha sido aceptada en amplios medios intelectuales. Hitler y Stalin
    vendrían a ser las versiones alemana y rusa de un mismo sistema opresivo, esclavizador y
    criminal.

    Arropados por los medios de comunicación, que les proporcionan una amplia cobertura
    informativa, los profesionales del anticomunismo pueden propagar su versión sin encontrar
    la oportuna respuesta. Pero las descalificaciones no pueden ocultar eternamente la
    realidad, y los que se han negado siempre a ver la historia en blanco y negro en el tema del
    estalinismo ven confirmados algunos de sus planteamientos a partir de la apertura de los
    archivos soviéticos.

    Trabajando sobre los fondos documentales del Archivo Estatal de la Federación de Rusia
    (GARF), del Centro Ruso de Conservación y Estudio de Documentos de la Historia
    Reciente (RtsJIDNI) y del Depósito Central de Documentación Reciente (TsJSD), los
    investigadores J. Arch Getty y Oleg V. Naumov han calculado que la población reclusa a 1
    de enero de 1939, fecha en la que acabaron las grandes purgas del período 1936-1938,
    ascendía a 2.022.976 personas, tanto por delitos políticos como comunes, aunque una
    buena parte lo eran por los primeros. Según los archivos del Comisariado Popular de
    Asuntos Interiores (NKVD), los fusilados en 1937-1938 fueron 681.692, cifra que ascendería
    a 786.098 personas para el período 1930-1953. Si se sumaran a esta cifra los muertos en
    los campos de trabajo y en las prisiones estaríamos alrededor de 1,5 millones de muertos
    causados por la represión de los años treinta. Por su parte el historiador Viktor
    Zemskov proporciona la cifra de 2,5 millones de detenidos para los años 1937-1938 y
    800.000 fusilados entre 1921 y 1953.

    Evidentemente son cifras tremendas, pero muy alejadas de las que en su momento se
    proporcionaron y que sólo respondían a una labor propagandística y desinformadora.
    Robert Conquest en su libro The Great Terror, publicado en 1968 (hay traducción
    castellana: El Gran Terror, Barcelona, Luis de Caralt, 1974), daba por buenas una cifra de
    detenidos entre 7 y 9 millones durante los años treinta, y Roy Medvedev estimaba las
    detenciones entre 4 y 5 millones. En el lamentable y sectario Libro negro del
    comunismo (1998), que fue objeto de amplísimo y favorable tratamiento en los medios de
    comunicación, al contrario de lo que sucedió con El libro negro del capitalismo (Tafalla,
    Txalaparta, 2001), absolutamente ignorado por esos mismos medios que presumen de
    talante democrático, el número de detenidos en campos de trabajo se estima en 7 millones
    para los años 1934 a 1941.

    Curiosamente, los nuevos datos proporcionados por los archivos no han provocado
    rectificaciones ni reflexiones por parte de los propagadores de versiones oficiales, al menos
    en España. Muchos historiadores que lamentaban amargamente la imposibilidad de
    consultar los archivos soviéticos -lo que, por otra parte, les servía para confirmar el carácter
    dictatorial de la URSS-, parece que ahora ya no tienen la menor intención de trabajar en
    ellos. Cuando la realidad no ha confirmado sus insidias, han preferido volverle la espalda y
    dedicar su atención a otros temas más productivos. Ahora, los intelectuales orgánicos de la
    burguesía están empeñados en su particular cruzada contra el pérfido islamismo.
    No pretendemos aquí justificar la represión de los años treinta en la URSS, sino
    establecer unos elementos de objetividad al analizar un proceso histórico. Teniendo en
    cuenta que la población del país era de 170 millones de habitantes en 1939, la cifra muertos
    ocasionada por la represión, de acuerdo con los datos de Getty y Naumov citados más
    arriba, equivaldría al 0,89% de la población. En cuanto a los detenidos en el Gulag,
    supondrían entre el 1,19% y el 1,50%. Sin ignorar el sufrimiento y la tragedia que se
    esconden tras estas cifras, no parece que se correspondan con el pretendido holocausto
    cometido por Stalin contra los pueblos de la URSS. En cualquier caso, la simple
    enumeración de datos no aclara demasiadas cosas sobre lo ocurrido durante los años
    treinta. Es necesario inscribir la represión en un contexto extraordinariamente difícil para la
    Rusia soviética, cuando el fascismo avanzaba imparable en Europa con la connivencia de
    Francia e Inglaterra, y el país se encontraba sometido a un veloz proceso de cambio
    económico en un intento de construir el socialismo en un solo país. El aislamiento
    internacional y las tensiones sociales creadas por los planes quinquenales, así como el
    crecimiento de la burocracia, generaron probablemente una creciente sensación de
    amenaza en el grupo dirigente del Partido bolchevique. La represión no tuvo nada de plan
    premeditado ni era el resultado de mentes paranoicas, sino la respuesta a situaciones
    extremadamente complejas que no se deben pasar por alto. Por otro lado, debemos
    considerar que la represión es una cara de la realidad; la otra es el enorme crecimiento
    industrial, el avance cultural y científico y las inmensas posibilidades de promoción que se
    abrieron para la clase obrera en aquellos años, cuestiones todas ellas sobre las que se
    suele pasar de puntillas o simplemente infravalorarlas.

    Si fijamos nuestra atención en el tema educativo, el avance fue espectacular. En 1914,
    Rusia tenía 150 millones de habitantes, aproximadamente, y su tasa de analfabetismo se
    situaba en el 70,5% de la población, aunque hay autores que elevan esta cifra hasta el
    80%. La revolución de Octubre abrió una etapa de inmensas transformaciones e
    innovaciones en el ámbito cultural y pedagógico, cuyo objetivo prioritario fue la lucha contra
    el analfabetismo y la elevación del nivel cultural de las masas, pero la guerra civil y la
    posterior reconstrucción del país dificultaron enormemente esa tarea. El censo de 1926
    arrojaba una cifra de población de 147.027.915 habitantes. Sabían leer y escribir el 39, 6%
    de la población. En los hombres la tasa alcanzaba hasta el 50,8% y en las mujeres
    descendía hasta el 29,2%. En Ucrania, la población alfabetizada llegaba al 44,9 %, pero en
    Uzbekistán bajaba hasta el 7,7%.

    Esta panorama cambió radicalmente con el inicio del Primer Plan Quinquenal (1928-
    1932). La política escolar, en consonancia con el impulso industrializador, se orientó hacia
    la rápida liquidación del analfabetismo, la escolarización obligatoria, la formación de
    especialistas y la cualificación técnica de los obreros.

    Los resultados fueron impresionantes. De 1930 a 1932, en las “escuelas de liquidación
    del analfabetismo” estudiaban treinta millones de personas. En 1941, el número de
    “escuelas de diez años”, en las que era posible cursar el ciclo completo de estudios
    primarios y secundarios se había multiplicado por diez respecto al primer plan quinquenal.
    La red escolar se extendió por todo el país y “el analfabetismo está a punto de desaparecer”.
    El alumnado en establecimientos de enseñanza secundaria ascendía a 977.787
    personas en el curso 1928-1929, mientras que en los años 1933-1934 pasó a 2.011.798
    alumnos.
    El trepidante ritmo de la industrialización exigía una ingente formación de cuadros
    técnicos y obreros especializados. Entre 1928 y 1932 se formó anualmente una media de
    72.000 especialistas por las escuelas técnicas y 42.500 por las escuelas universitarias,
    frente a una media de 18.000 y 32.000, respectivamente, durante los años de Nueva
    Política Económica (NEP), que abarcó el período 1921-1928.
    En cuanto a los estudiantes de enseñanza superior, su número era de 112.000 en 1914;
    176.000 en 1929 y ¡675.000! en 1941. A la altura de 1937 había en la URSS 1.750.000 jefes
    de empresas, centros administrativos e instituciones culturales; 250.000 arquitectos e
    ingenieros y 822.000 economistas y estadísticos. Frente a las 78 Universidades y
    Escuelas Técnicas de 1914, en 1939 funcionaban 449 establecimientos de enseñanza
    superior.

    En un período de doce años, el comprendido entre 1929 y 1941, la URSS fue capaz de
    superar su secular atraso cultural y científico y colocarse en una situación equiparable a las
    grandes potencias capitalistas. Y no fue el menor mérito de este esfuerzo educativo el
    formar una generación de técnicos, ingenieros y científicos que colocaron a la Unión
    Soviética en un nivel militar que hizo posible su victoria sobre la Alemania nazi en la IIª
    Guerra Mundial.

    Asombrosos fueron también los resultados económicos de los tres primeros planes
    quinquenales . La Renta Nacional se incrementó en un 86% durante el primer plan y
    otro 110% en el segundo, es decir, en diez años se había multiplicado por cuatro. Cuando el
    tercer plan quedó interrumpido por la guerra, ya se había incrementado en una tercera
    parte. En conjunto, la Renta Nacional pasó, en miles de millones de rublos, de 24,4 en
    1927/1928 a 128 en 1940. La producción industrial, que suponía el 34,8% de la producción
    total del país en 1928, alcanzó el 62,7% en 1940.

    Se construyeron cientos de fábricas y enormes presas, surgieron nuevas regiones
    industriales y se edificaron ciudades. Trotski calificó a Stalin de “enterrador de la
    revolución”, pero lo que ocurrió en la URSS en los años treinta difícilmente puede tener otro
    significado que no sea el de revolucionario. Una revolución educativa, pero también una
    revolución contra la NEP y la pequeña economía campesina. La planificación económica y
    la colectivización del campesinado fue una segunda revolución que removió a fondo las
    estructuras sociales del país. Una transformación tan intensa y en un período tan corto no
    podía estar exenta de violencia. Las resistencias del campesinado a la colectivización
    -lógicas desde su posición, pero contraproducentes desde el punto de vista de una
    industrialización acelerada- desencadenaron la respuesta represiva del Estado. El hecho de
    que las medidas de fuerza se extendieran al Partido y al Ejército tuvo que ver sin duda con
    el miedo a la formación de núcleos de resistencia a la política planificadora en el propio
    aparato del Estado y las sucesivas depuraciones de los depuradores tendrían estarían
    relacionadas con el objetivo de evitar la autonomía de la policía política. Las acusaciones
    contra los detenidos de mayor prestigio -espionaje, actividad contrarrevolucionaria, agentes
    del fascismo, etc.- formaban la coartada ideológica, obviamente falsa, que envolvía
    contradicciones sociales y políticas más profundas y servía para justificar ante los
    trabajadores la eliminación de personas tan conocidas como Zinoviev, Kamenev o Bujarin.
    Juzgar los hechos a posteriori es demasiado sencillo y con la perspectiva de lo que ya ha
    sucedido se puede justificar cualquier cosa -e incluso cualquier crimen-, pero es una
    realidad que la planificación económica de los años treinta, inseparable de la represión,
    permitió a la URSS derrotar a Hitler y, de esa forma, evitar que la Humanidad fuera
    esclavizada por el nazismo. No queremos hacer historia ficción, pero no hace falta tener
    una imaginación demasiado fértil para aventurar lo que hubiese ocurrido si Hitler gana la
    guerra: el holocausto global.

    A todos los que han hecho del anticomunismo su forma de vida -una forma muy bien
    remunerada- no estará de más refrescarles la memoria y recordarles que durante la
    dictadura franquista , para el período 1936-1945, las cifras no bajarán de 150.000 fusilados,
    cuando aún hay archivos por consultar, cientos de fosas comunes por exhumar y una masa
    enorme de documentación desaparecida, a los que deberían sumarse los fallecidos por
    hambre, enfermedades y malos tratos en prisiones y campos de concentración. En
    conjunto, un mínimo de 200.000 fallecidos a consecuencia directa de la represión,
    equivalente al 0,82% de la población de 1936 (24,5 millones de habitantes). Si añadiéramos
    la población exiliada al acabar la contienda y los encarcelados, las consecuencias
    represivas del franquismo afectaron aproximadamente al 2,5% de la población española.
    A la luz de estas cifras, la represión franquista fue proporcionalmente mayor que la
    estalinista y, paradójicamente, el tratamiento que recibe Franco por parte de los
    historiadores no es el mismo que el reservado para el dirigente soviético. Pero no podía ser
    de otro modo. Franco fue el defensor del orden capitalista y la burguesía española le mostró
    su agradecimiento en vida y se lo sigue mostrando tras su muerte. Para eso están Pío Moa,
    Ricardo de la Cierva y César Vidal. Stalin fue, por el contrario, la representación de una
    revolución proletaria triunfante -con sus defectos, sus errores y sus deformaciones-, pero
    una revolución que amenazaba el orden burgués, y eso es algo que las clases dominantes
    ni olvidan ni perdonan. Y el resultado es que Stalin fue un asesino y Franco un dirigente
    autoritario. Así se escribe la historia -o algunos así la escriben-.
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      Fecha y hora actual: Dom Nov 17, 2024 8:43 pm