Para los alcahuetes que andan rondando en el foro. El enterrador de la revolucion que desenterro a los rusos y los llevo al espacio. Mientras otros pues...escribian bien ¿no?
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LOS AÑOS TREINTA: REVOLUCIÓN EN LA REVOLUCIÓN
Uno de los temas estrella de la historiografía académica, antes y después de la Guerra
Fría, ha sido la represión estalinista. Con la finalidad de demostrar el supuesto carácter
criminal del bolchevismo, una legión de historiadores han ido engordando sus méritos
académicos con publicaciones en las que alegremente se han ofrecido cifras astronómicas
de detenidos y fusilados en la URSS durante los años treinta. Aunque los archivos oficiales
soviéticos estuvieron cerrados hasta los años noventa del pasado siglo, ello no fue
obstáculo para que, saltándose todas las normas científicas de la investigación histórica, se
afirmase con rotundidad que Stalin había asesinado a decenas de millones de personas,
convirtiendo de esta forma al dirigente comunista en el paradigma de la malignidad,
equiparable a Hitler. En definitiva, lo que se pretendía difundir -y en buena parte se ha
conseguido- es que el nazismo y el comunismo son doctrinas similares y sistemas políticos
gemelos, igualmente condenables por totalitarios.
Aunque desde cualquier punto de vista esta comparación constituye una aberración, la
teoría del totalitarismo ha sido aceptada en amplios medios intelectuales. Hitler y Stalin
vendrían a ser las versiones alemana y rusa de un mismo sistema opresivo, esclavizador y
criminal.
Arropados por los medios de comunicación, que les proporcionan una amplia cobertura
informativa, los profesionales del anticomunismo pueden propagar su versión sin encontrar
la oportuna respuesta. Pero las descalificaciones no pueden ocultar eternamente la
realidad, y los que se han negado siempre a ver la historia en blanco y negro en el tema del
estalinismo ven confirmados algunos de sus planteamientos a partir de la apertura de los
archivos soviéticos.
Trabajando sobre los fondos documentales del Archivo Estatal de la Federación de Rusia
(GARF), del Centro Ruso de Conservación y Estudio de Documentos de la Historia
Reciente (RtsJIDNI) y del Depósito Central de Documentación Reciente (TsJSD), los
investigadores J. Arch Getty y Oleg V. Naumov han calculado que la población reclusa a 1
de enero de 1939, fecha en la que acabaron las grandes purgas del período 1936-1938,
ascendía a 2.022.976 personas, tanto por delitos políticos como comunes, aunque una
buena parte lo eran por los primeros. Según los archivos del Comisariado Popular de
Asuntos Interiores (NKVD), los fusilados en 1937-1938 fueron 681.692, cifra que ascendería
a 786.098 personas para el período 1930-1953. Si se sumaran a esta cifra los muertos en
los campos de trabajo y en las prisiones estaríamos alrededor de 1,5 millones de muertos
causados por la represión de los años treinta. Por su parte el historiador Viktor
Zemskov proporciona la cifra de 2,5 millones de detenidos para los años 1937-1938 y
800.000 fusilados entre 1921 y 1953.
Evidentemente son cifras tremendas, pero muy alejadas de las que en su momento se
proporcionaron y que sólo respondían a una labor propagandística y desinformadora.
Robert Conquest en su libro The Great Terror, publicado en 1968 (hay traducción
castellana: El Gran Terror, Barcelona, Luis de Caralt, 1974), daba por buenas una cifra de
detenidos entre 7 y 9 millones durante los años treinta, y Roy Medvedev estimaba las
detenciones entre 4 y 5 millones. En el lamentable y sectario Libro negro del
comunismo (1998), que fue objeto de amplísimo y favorable tratamiento en los medios de
comunicación, al contrario de lo que sucedió con El libro negro del capitalismo (Tafalla,
Txalaparta, 2001), absolutamente ignorado por esos mismos medios que presumen de
talante democrático, el número de detenidos en campos de trabajo se estima en 7 millones
para los años 1934 a 1941.
Curiosamente, los nuevos datos proporcionados por los archivos no han provocado
rectificaciones ni reflexiones por parte de los propagadores de versiones oficiales, al menos
en España. Muchos historiadores que lamentaban amargamente la imposibilidad de
consultar los archivos soviéticos -lo que, por otra parte, les servía para confirmar el carácter
dictatorial de la URSS-, parece que ahora ya no tienen la menor intención de trabajar en
ellos. Cuando la realidad no ha confirmado sus insidias, han preferido volverle la espalda y
dedicar su atención a otros temas más productivos. Ahora, los intelectuales orgánicos de la
burguesía están empeñados en su particular cruzada contra el pérfido islamismo.
No pretendemos aquí justificar la represión de los años treinta en la URSS, sino
establecer unos elementos de objetividad al analizar un proceso histórico. Teniendo en
cuenta que la población del país era de 170 millones de habitantes en 1939, la cifra muertos
ocasionada por la represión, de acuerdo con los datos de Getty y Naumov citados más
arriba, equivaldría al 0,89% de la población. En cuanto a los detenidos en el Gulag,
supondrían entre el 1,19% y el 1,50%. Sin ignorar el sufrimiento y la tragedia que se
esconden tras estas cifras, no parece que se correspondan con el pretendido holocausto
cometido por Stalin contra los pueblos de la URSS. En cualquier caso, la simple
enumeración de datos no aclara demasiadas cosas sobre lo ocurrido durante los años
treinta. Es necesario inscribir la represión en un contexto extraordinariamente difícil para la
Rusia soviética, cuando el fascismo avanzaba imparable en Europa con la connivencia de
Francia e Inglaterra, y el país se encontraba sometido a un veloz proceso de cambio
económico en un intento de construir el socialismo en un solo país. El aislamiento
internacional y las tensiones sociales creadas por los planes quinquenales, así como el
crecimiento de la burocracia, generaron probablemente una creciente sensación de
amenaza en el grupo dirigente del Partido bolchevique. La represión no tuvo nada de plan
premeditado ni era el resultado de mentes paranoicas, sino la respuesta a situaciones
extremadamente complejas que no se deben pasar por alto. Por otro lado, debemos
considerar que la represión es una cara de la realidad; la otra es el enorme crecimiento
industrial, el avance cultural y científico y las inmensas posibilidades de promoción que se
abrieron para la clase obrera en aquellos años, cuestiones todas ellas sobre las que se
suele pasar de puntillas o simplemente infravalorarlas.
Si fijamos nuestra atención en el tema educativo, el avance fue espectacular. En 1914,
Rusia tenía 150 millones de habitantes, aproximadamente, y su tasa de analfabetismo se
situaba en el 70,5% de la población, aunque hay autores que elevan esta cifra hasta el
80%. La revolución de Octubre abrió una etapa de inmensas transformaciones e
innovaciones en el ámbito cultural y pedagógico, cuyo objetivo prioritario fue la lucha contra
el analfabetismo y la elevación del nivel cultural de las masas, pero la guerra civil y la
posterior reconstrucción del país dificultaron enormemente esa tarea. El censo de 1926
arrojaba una cifra de población de 147.027.915 habitantes. Sabían leer y escribir el 39, 6%
de la población. En los hombres la tasa alcanzaba hasta el 50,8% y en las mujeres
descendía hasta el 29,2%. En Ucrania, la población alfabetizada llegaba al 44,9 %, pero en
Uzbekistán bajaba hasta el 7,7%.
Esta panorama cambió radicalmente con el inicio del Primer Plan Quinquenal (1928-
1932). La política escolar, en consonancia con el impulso industrializador, se orientó hacia
la rápida liquidación del analfabetismo, la escolarización obligatoria, la formación de
especialistas y la cualificación técnica de los obreros.
Los resultados fueron impresionantes. De 1930 a 1932, en las “escuelas de liquidación
del analfabetismo” estudiaban treinta millones de personas. En 1941, el número de
“escuelas de diez años”, en las que era posible cursar el ciclo completo de estudios
primarios y secundarios se había multiplicado por diez respecto al primer plan quinquenal.
La red escolar se extendió por todo el país y “el analfabetismo está a punto de desaparecer”.
El alumnado en establecimientos de enseñanza secundaria ascendía a 977.787
personas en el curso 1928-1929, mientras que en los años 1933-1934 pasó a 2.011.798
alumnos.
El trepidante ritmo de la industrialización exigía una ingente formación de cuadros
técnicos y obreros especializados. Entre 1928 y 1932 se formó anualmente una media de
72.000 especialistas por las escuelas técnicas y 42.500 por las escuelas universitarias,
frente a una media de 18.000 y 32.000, respectivamente, durante los años de Nueva
Política Económica (NEP), que abarcó el período 1921-1928.
En cuanto a los estudiantes de enseñanza superior, su número era de 112.000 en 1914;
176.000 en 1929 y ¡675.000! en 1941. A la altura de 1937 había en la URSS 1.750.000 jefes
de empresas, centros administrativos e instituciones culturales; 250.000 arquitectos e
ingenieros y 822.000 economistas y estadísticos. Frente a las 78 Universidades y
Escuelas Técnicas de 1914, en 1939 funcionaban 449 establecimientos de enseñanza
superior.
En un período de doce años, el comprendido entre 1929 y 1941, la URSS fue capaz de
superar su secular atraso cultural y científico y colocarse en una situación equiparable a las
grandes potencias capitalistas. Y no fue el menor mérito de este esfuerzo educativo el
formar una generación de técnicos, ingenieros y científicos que colocaron a la Unión
Soviética en un nivel militar que hizo posible su victoria sobre la Alemania nazi en la IIª
Guerra Mundial.
Asombrosos fueron también los resultados económicos de los tres primeros planes
quinquenales . La Renta Nacional se incrementó en un 86% durante el primer plan y
otro 110% en el segundo, es decir, en diez años se había multiplicado por cuatro. Cuando el
tercer plan quedó interrumpido por la guerra, ya se había incrementado en una tercera
parte. En conjunto, la Renta Nacional pasó, en miles de millones de rublos, de 24,4 en
1927/1928 a 128 en 1940. La producción industrial, que suponía el 34,8% de la producción
total del país en 1928, alcanzó el 62,7% en 1940.
Se construyeron cientos de fábricas y enormes presas, surgieron nuevas regiones
industriales y se edificaron ciudades. Trotski calificó a Stalin de “enterrador de la
revolución”, pero lo que ocurrió en la URSS en los años treinta difícilmente puede tener otro
significado que no sea el de revolucionario. Una revolución educativa, pero también una
revolución contra la NEP y la pequeña economía campesina. La planificación económica y
la colectivización del campesinado fue una segunda revolución que removió a fondo las
estructuras sociales del país. Una transformación tan intensa y en un período tan corto no
podía estar exenta de violencia. Las resistencias del campesinado a la colectivización
-lógicas desde su posición, pero contraproducentes desde el punto de vista de una
industrialización acelerada- desencadenaron la respuesta represiva del Estado. El hecho de
que las medidas de fuerza se extendieran al Partido y al Ejército tuvo que ver sin duda con
el miedo a la formación de núcleos de resistencia a la política planificadora en el propio
aparato del Estado y las sucesivas depuraciones de los depuradores tendrían estarían
relacionadas con el objetivo de evitar la autonomía de la policía política. Las acusaciones
contra los detenidos de mayor prestigio -espionaje, actividad contrarrevolucionaria, agentes
del fascismo, etc.- formaban la coartada ideológica, obviamente falsa, que envolvía
contradicciones sociales y políticas más profundas y servía para justificar ante los
trabajadores la eliminación de personas tan conocidas como Zinoviev, Kamenev o Bujarin.
Juzgar los hechos a posteriori es demasiado sencillo y con la perspectiva de lo que ya ha
sucedido se puede justificar cualquier cosa -e incluso cualquier crimen-, pero es una
realidad que la planificación económica de los años treinta, inseparable de la represión,
permitió a la URSS derrotar a Hitler y, de esa forma, evitar que la Humanidad fuera
esclavizada por el nazismo. No queremos hacer historia ficción, pero no hace falta tener
una imaginación demasiado fértil para aventurar lo que hubiese ocurrido si Hitler gana la
guerra: el holocausto global.
A todos los que han hecho del anticomunismo su forma de vida -una forma muy bien
remunerada- no estará de más refrescarles la memoria y recordarles que durante la
dictadura franquista , para el período 1936-1945, las cifras no bajarán de 150.000 fusilados,
cuando aún hay archivos por consultar, cientos de fosas comunes por exhumar y una masa
enorme de documentación desaparecida, a los que deberían sumarse los fallecidos por
hambre, enfermedades y malos tratos en prisiones y campos de concentración. En
conjunto, un mínimo de 200.000 fallecidos a consecuencia directa de la represión,
equivalente al 0,82% de la población de 1936 (24,5 millones de habitantes). Si añadiéramos
la población exiliada al acabar la contienda y los encarcelados, las consecuencias
represivas del franquismo afectaron aproximadamente al 2,5% de la población española.
A la luz de estas cifras, la represión franquista fue proporcionalmente mayor que la
estalinista y, paradójicamente, el tratamiento que recibe Franco por parte de los
historiadores no es el mismo que el reservado para el dirigente soviético. Pero no podía ser
de otro modo. Franco fue el defensor del orden capitalista y la burguesía española le mostró
su agradecimiento en vida y se lo sigue mostrando tras su muerte. Para eso están Pío Moa,
Ricardo de la Cierva y César Vidal. Stalin fue, por el contrario, la representación de una
revolución proletaria triunfante -con sus defectos, sus errores y sus deformaciones-, pero
una revolución que amenazaba el orden burgués, y eso es algo que las clases dominantes
ni olvidan ni perdonan. Y el resultado es que Stalin fue un asesino y Franco un dirigente
autoritario. Así se escribe la historia -o algunos así la escriben-.
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LOS AÑOS TREINTA: REVOLUCIÓN EN LA REVOLUCIÓN
Uno de los temas estrella de la historiografía académica, antes y después de la Guerra
Fría, ha sido la represión estalinista. Con la finalidad de demostrar el supuesto carácter
criminal del bolchevismo, una legión de historiadores han ido engordando sus méritos
académicos con publicaciones en las que alegremente se han ofrecido cifras astronómicas
de detenidos y fusilados en la URSS durante los años treinta. Aunque los archivos oficiales
soviéticos estuvieron cerrados hasta los años noventa del pasado siglo, ello no fue
obstáculo para que, saltándose todas las normas científicas de la investigación histórica, se
afirmase con rotundidad que Stalin había asesinado a decenas de millones de personas,
convirtiendo de esta forma al dirigente comunista en el paradigma de la malignidad,
equiparable a Hitler. En definitiva, lo que se pretendía difundir -y en buena parte se ha
conseguido- es que el nazismo y el comunismo son doctrinas similares y sistemas políticos
gemelos, igualmente condenables por totalitarios.
Aunque desde cualquier punto de vista esta comparación constituye una aberración, la
teoría del totalitarismo ha sido aceptada en amplios medios intelectuales. Hitler y Stalin
vendrían a ser las versiones alemana y rusa de un mismo sistema opresivo, esclavizador y
criminal.
Arropados por los medios de comunicación, que les proporcionan una amplia cobertura
informativa, los profesionales del anticomunismo pueden propagar su versión sin encontrar
la oportuna respuesta. Pero las descalificaciones no pueden ocultar eternamente la
realidad, y los que se han negado siempre a ver la historia en blanco y negro en el tema del
estalinismo ven confirmados algunos de sus planteamientos a partir de la apertura de los
archivos soviéticos.
Trabajando sobre los fondos documentales del Archivo Estatal de la Federación de Rusia
(GARF), del Centro Ruso de Conservación y Estudio de Documentos de la Historia
Reciente (RtsJIDNI) y del Depósito Central de Documentación Reciente (TsJSD), los
investigadores J. Arch Getty y Oleg V. Naumov han calculado que la población reclusa a 1
de enero de 1939, fecha en la que acabaron las grandes purgas del período 1936-1938,
ascendía a 2.022.976 personas, tanto por delitos políticos como comunes, aunque una
buena parte lo eran por los primeros. Según los archivos del Comisariado Popular de
Asuntos Interiores (NKVD), los fusilados en 1937-1938 fueron 681.692, cifra que ascendería
a 786.098 personas para el período 1930-1953. Si se sumaran a esta cifra los muertos en
los campos de trabajo y en las prisiones estaríamos alrededor de 1,5 millones de muertos
causados por la represión de los años treinta. Por su parte el historiador Viktor
Zemskov proporciona la cifra de 2,5 millones de detenidos para los años 1937-1938 y
800.000 fusilados entre 1921 y 1953.
Evidentemente son cifras tremendas, pero muy alejadas de las que en su momento se
proporcionaron y que sólo respondían a una labor propagandística y desinformadora.
Robert Conquest en su libro The Great Terror, publicado en 1968 (hay traducción
castellana: El Gran Terror, Barcelona, Luis de Caralt, 1974), daba por buenas una cifra de
detenidos entre 7 y 9 millones durante los años treinta, y Roy Medvedev estimaba las
detenciones entre 4 y 5 millones. En el lamentable y sectario Libro negro del
comunismo (1998), que fue objeto de amplísimo y favorable tratamiento en los medios de
comunicación, al contrario de lo que sucedió con El libro negro del capitalismo (Tafalla,
Txalaparta, 2001), absolutamente ignorado por esos mismos medios que presumen de
talante democrático, el número de detenidos en campos de trabajo se estima en 7 millones
para los años 1934 a 1941.
Curiosamente, los nuevos datos proporcionados por los archivos no han provocado
rectificaciones ni reflexiones por parte de los propagadores de versiones oficiales, al menos
en España. Muchos historiadores que lamentaban amargamente la imposibilidad de
consultar los archivos soviéticos -lo que, por otra parte, les servía para confirmar el carácter
dictatorial de la URSS-, parece que ahora ya no tienen la menor intención de trabajar en
ellos. Cuando la realidad no ha confirmado sus insidias, han preferido volverle la espalda y
dedicar su atención a otros temas más productivos. Ahora, los intelectuales orgánicos de la
burguesía están empeñados en su particular cruzada contra el pérfido islamismo.
No pretendemos aquí justificar la represión de los años treinta en la URSS, sino
establecer unos elementos de objetividad al analizar un proceso histórico. Teniendo en
cuenta que la población del país era de 170 millones de habitantes en 1939, la cifra muertos
ocasionada por la represión, de acuerdo con los datos de Getty y Naumov citados más
arriba, equivaldría al 0,89% de la población. En cuanto a los detenidos en el Gulag,
supondrían entre el 1,19% y el 1,50%. Sin ignorar el sufrimiento y la tragedia que se
esconden tras estas cifras, no parece que se correspondan con el pretendido holocausto
cometido por Stalin contra los pueblos de la URSS. En cualquier caso, la simple
enumeración de datos no aclara demasiadas cosas sobre lo ocurrido durante los años
treinta. Es necesario inscribir la represión en un contexto extraordinariamente difícil para la
Rusia soviética, cuando el fascismo avanzaba imparable en Europa con la connivencia de
Francia e Inglaterra, y el país se encontraba sometido a un veloz proceso de cambio
económico en un intento de construir el socialismo en un solo país. El aislamiento
internacional y las tensiones sociales creadas por los planes quinquenales, así como el
crecimiento de la burocracia, generaron probablemente una creciente sensación de
amenaza en el grupo dirigente del Partido bolchevique. La represión no tuvo nada de plan
premeditado ni era el resultado de mentes paranoicas, sino la respuesta a situaciones
extremadamente complejas que no se deben pasar por alto. Por otro lado, debemos
considerar que la represión es una cara de la realidad; la otra es el enorme crecimiento
industrial, el avance cultural y científico y las inmensas posibilidades de promoción que se
abrieron para la clase obrera en aquellos años, cuestiones todas ellas sobre las que se
suele pasar de puntillas o simplemente infravalorarlas.
Si fijamos nuestra atención en el tema educativo, el avance fue espectacular. En 1914,
Rusia tenía 150 millones de habitantes, aproximadamente, y su tasa de analfabetismo se
situaba en el 70,5% de la población, aunque hay autores que elevan esta cifra hasta el
80%. La revolución de Octubre abrió una etapa de inmensas transformaciones e
innovaciones en el ámbito cultural y pedagógico, cuyo objetivo prioritario fue la lucha contra
el analfabetismo y la elevación del nivel cultural de las masas, pero la guerra civil y la
posterior reconstrucción del país dificultaron enormemente esa tarea. El censo de 1926
arrojaba una cifra de población de 147.027.915 habitantes. Sabían leer y escribir el 39, 6%
de la población. En los hombres la tasa alcanzaba hasta el 50,8% y en las mujeres
descendía hasta el 29,2%. En Ucrania, la población alfabetizada llegaba al 44,9 %, pero en
Uzbekistán bajaba hasta el 7,7%.
Esta panorama cambió radicalmente con el inicio del Primer Plan Quinquenal (1928-
1932). La política escolar, en consonancia con el impulso industrializador, se orientó hacia
la rápida liquidación del analfabetismo, la escolarización obligatoria, la formación de
especialistas y la cualificación técnica de los obreros.
Los resultados fueron impresionantes. De 1930 a 1932, en las “escuelas de liquidación
del analfabetismo” estudiaban treinta millones de personas. En 1941, el número de
“escuelas de diez años”, en las que era posible cursar el ciclo completo de estudios
primarios y secundarios se había multiplicado por diez respecto al primer plan quinquenal.
La red escolar se extendió por todo el país y “el analfabetismo está a punto de desaparecer”.
El alumnado en establecimientos de enseñanza secundaria ascendía a 977.787
personas en el curso 1928-1929, mientras que en los años 1933-1934 pasó a 2.011.798
alumnos.
El trepidante ritmo de la industrialización exigía una ingente formación de cuadros
técnicos y obreros especializados. Entre 1928 y 1932 se formó anualmente una media de
72.000 especialistas por las escuelas técnicas y 42.500 por las escuelas universitarias,
frente a una media de 18.000 y 32.000, respectivamente, durante los años de Nueva
Política Económica (NEP), que abarcó el período 1921-1928.
En cuanto a los estudiantes de enseñanza superior, su número era de 112.000 en 1914;
176.000 en 1929 y ¡675.000! en 1941. A la altura de 1937 había en la URSS 1.750.000 jefes
de empresas, centros administrativos e instituciones culturales; 250.000 arquitectos e
ingenieros y 822.000 economistas y estadísticos. Frente a las 78 Universidades y
Escuelas Técnicas de 1914, en 1939 funcionaban 449 establecimientos de enseñanza
superior.
En un período de doce años, el comprendido entre 1929 y 1941, la URSS fue capaz de
superar su secular atraso cultural y científico y colocarse en una situación equiparable a las
grandes potencias capitalistas. Y no fue el menor mérito de este esfuerzo educativo el
formar una generación de técnicos, ingenieros y científicos que colocaron a la Unión
Soviética en un nivel militar que hizo posible su victoria sobre la Alemania nazi en la IIª
Guerra Mundial.
Asombrosos fueron también los resultados económicos de los tres primeros planes
quinquenales . La Renta Nacional se incrementó en un 86% durante el primer plan y
otro 110% en el segundo, es decir, en diez años se había multiplicado por cuatro. Cuando el
tercer plan quedó interrumpido por la guerra, ya se había incrementado en una tercera
parte. En conjunto, la Renta Nacional pasó, en miles de millones de rublos, de 24,4 en
1927/1928 a 128 en 1940. La producción industrial, que suponía el 34,8% de la producción
total del país en 1928, alcanzó el 62,7% en 1940.
Se construyeron cientos de fábricas y enormes presas, surgieron nuevas regiones
industriales y se edificaron ciudades. Trotski calificó a Stalin de “enterrador de la
revolución”, pero lo que ocurrió en la URSS en los años treinta difícilmente puede tener otro
significado que no sea el de revolucionario. Una revolución educativa, pero también una
revolución contra la NEP y la pequeña economía campesina. La planificación económica y
la colectivización del campesinado fue una segunda revolución que removió a fondo las
estructuras sociales del país. Una transformación tan intensa y en un período tan corto no
podía estar exenta de violencia. Las resistencias del campesinado a la colectivización
-lógicas desde su posición, pero contraproducentes desde el punto de vista de una
industrialización acelerada- desencadenaron la respuesta represiva del Estado. El hecho de
que las medidas de fuerza se extendieran al Partido y al Ejército tuvo que ver sin duda con
el miedo a la formación de núcleos de resistencia a la política planificadora en el propio
aparato del Estado y las sucesivas depuraciones de los depuradores tendrían estarían
relacionadas con el objetivo de evitar la autonomía de la policía política. Las acusaciones
contra los detenidos de mayor prestigio -espionaje, actividad contrarrevolucionaria, agentes
del fascismo, etc.- formaban la coartada ideológica, obviamente falsa, que envolvía
contradicciones sociales y políticas más profundas y servía para justificar ante los
trabajadores la eliminación de personas tan conocidas como Zinoviev, Kamenev o Bujarin.
Juzgar los hechos a posteriori es demasiado sencillo y con la perspectiva de lo que ya ha
sucedido se puede justificar cualquier cosa -e incluso cualquier crimen-, pero es una
realidad que la planificación económica de los años treinta, inseparable de la represión,
permitió a la URSS derrotar a Hitler y, de esa forma, evitar que la Humanidad fuera
esclavizada por el nazismo. No queremos hacer historia ficción, pero no hace falta tener
una imaginación demasiado fértil para aventurar lo que hubiese ocurrido si Hitler gana la
guerra: el holocausto global.
A todos los que han hecho del anticomunismo su forma de vida -una forma muy bien
remunerada- no estará de más refrescarles la memoria y recordarles que durante la
dictadura franquista , para el período 1936-1945, las cifras no bajarán de 150.000 fusilados,
cuando aún hay archivos por consultar, cientos de fosas comunes por exhumar y una masa
enorme de documentación desaparecida, a los que deberían sumarse los fallecidos por
hambre, enfermedades y malos tratos en prisiones y campos de concentración. En
conjunto, un mínimo de 200.000 fallecidos a consecuencia directa de la represión,
equivalente al 0,82% de la población de 1936 (24,5 millones de habitantes). Si añadiéramos
la población exiliada al acabar la contienda y los encarcelados, las consecuencias
represivas del franquismo afectaron aproximadamente al 2,5% de la población española.
A la luz de estas cifras, la represión franquista fue proporcionalmente mayor que la
estalinista y, paradójicamente, el tratamiento que recibe Franco por parte de los
historiadores no es el mismo que el reservado para el dirigente soviético. Pero no podía ser
de otro modo. Franco fue el defensor del orden capitalista y la burguesía española le mostró
su agradecimiento en vida y se lo sigue mostrando tras su muerte. Para eso están Pío Moa,
Ricardo de la Cierva y César Vidal. Stalin fue, por el contrario, la representación de una
revolución proletaria triunfante -con sus defectos, sus errores y sus deformaciones-, pero
una revolución que amenazaba el orden burgués, y eso es algo que las clases dominantes
ni olvidan ni perdonan. Y el resultado es que Stalin fue un asesino y Franco un dirigente
autoritario. Así se escribe la historia -o algunos así la escriben-.
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