¿Cómo diferenciar a un listo de un tonto? Porque el listo gobierna, dirige empresas y es un capitalista de éxito. La dominación de clase no tiene nada que ver con el dinero ni el poder sino con la inteligencia. Los obreros son obreros porque son estúpidos; no son capaces de hacer otra cosa diferente de la que hacen. Cada cual se merece lo que tiene.
En los absurdos postulados burgueses que camuflan como “ciencia”, todo se tiene que medir y cuantificar y, por lo tanto, los científicos también deberían ser capaces de medir la inteligencia. No son capaces de definirla pero sí se atreven a medirla. Por lo tanto, que nadie les pregunte por eso que dicen que han medido.
A mediados del siglo pasado el campeón de los tests de inteligencia fue el psicólogo británico Cyril Burt, un seguidor de las teorías eugenésicas de Francis Galton según la cuales los seres humanos son desiguales en una graduación intelectual que va de los genios a los gilipollas. Es la antesala del racismo: los blancos son siempre los listos, los negros son estúpidos y los amarillos malvados.
Cyril Burt defendía el carácter hereditario de la inteligencia humana y escribió numerosos artículos “científicos” en defensa de sus postulados burgueses, eugenistas y racistas. Hasta su muerte en 1972 a los 88 años de edad, fue considerado como uno de los grandes maestros de la psicología británica. Fue el primero en ocupar una cátedra de psicología en Inglaterra, y el primer psicólogo en ser nombrado caballero y miembro de la “Royal Society”, la academia británica de ciencias.
Las investigaciones de Burt se orientaban hacia un aspecto particularmente importante de la psicología: la herencia de las facultades intelectuales. Si dos gemelos idénticos se educan en ambientes diferentes, ¿desarrollarán la misma inteligencia en su etapa adulta? ¿El genio nace o se hace? ¿Se hereda la inteligencia o se adquiere y desarrolla a lo largo de la vida?
Pero Burt no se limitó a exponer una teoría sino que dijo que la había demostrado empíricamente mediante estudios empíricos del llamado “cociente de inteligencia” de los gemelos univitelinos separados, es decir, de gemelos que, por diversas razones, habían sido educados por familias distintas en ambientes diferentes. Si los cocientes de inteligencia de tales parejas de individuos -que tienen exactamente los mismos genes- son similares, se debe a que la educación en los distintos medios no repercute en las facultades intelectuales y por lo tanto, es un argumento de peso a favor del carácter hereditario de la inteligencia.
Las conclusiones de los trabajos de Burt apuntan en ese sentido: para él, los cocientes de inteligencia de los gemelos verdaderos que viven separados son muy próximos y, por consiguiente, la inteligencia es, ante todo, hereditaria. Lo innato es más importante que lo adquirido. Los estudios de Burt constituyeron el principal argumento de los partidarios de la transmisión hereditaria de la inteligencia: el ambiente y la educación no influyen sobre la inteligencia. Sus tesis acerca de la heredabilidad de la inteligencia influyeron decisivamente en la política educativa británica, que estableció un test de inteligencia obligatorio para todos los alumnos a la edad de 11 años, y a los que obtenían una escasa puntuación no se les permitía acceder al bachillerato ni a la universidad, siendo obligatoriamente relegados a ser explotados, mano de obra barata.
Anciano y sordo, al final de su vida, Burt no estaba ya en condiciones de efectuar las pruebas del test de inteligencia en las distintas localidades de los países donde se vivían separados los gemelos. Tenía que publicar sus trabajos con dos colaboradoras, Conway y Howard, que realizaban las encuestas por encargo suyo.
Pero después de una larga investigación en 1976 Oliver Gillie, periodista del “Sunday Times”, afirmó que aquellas dos colaboradoras de Burt sólo había existido en su imaginación, que su nombre era desconocido en la Universidad de Londres, de la cual se consideraba que dependían y que nadie recordaba haberlas visto nunca.
Era el primer fraude. La aclaración de la inexistencia de las colaboradoras de Burt condujo a la revisión de sus investigaciones, en las cuales se empezaron a encontrar extrañas anomalías. Los gemelos univitelinos no son muy numerosos y Burt los fue buscando poco a poco a lo largo de su vida, espaciados por largos períodos de tiempo. Sin embargo, el coeficiente de correlación entre los cocientes de inteligencia resulta ser, en todos las casos, exactamente el mismo con los tres decimales siempre idénticos. Desde el punto de vista estadístico, esa coincidencia es altamente improbable cuando el tamaño de la muestra es tan pequeño.
El análisis estadístico detallado de una de las obras de Burt, “Inteligencia y movilidad social”, realizado por el psicólogo norteamericano D.D. Dorffman en 1978, demostró que, sin duda alguna, Burt apañaba sus resultados.
Al año siguiente el psicólogo británico Leslie Hearnshaw publicó un libro demoledor con la biografía de Burt. Hearnshaw había sido un admirador de Burt y fue quien pronunció la oración fúnebre durante su funeral. En 1971 la hermana de Burt le había encargado que escribiera la biografía de su hermano, facilitándole el acceso a la correspondencia y al diario personal que llevó Burt durante toda su vida. Allí encontró la confesión de los fraudes.
En 1968 un psicólogo de Harvard le escribió a Burt para pedirle sus datos originales sobre los 53 gemelos que vivían separados. En su diario, Burt consignó que pasó la primera semana de enero de 1969 calculando los datos sobre los gemelos para Jencks, lo cual significa que se inventaba unos supuestos datos brutos a partir de las correlaciones que ya había publicado previamente.
Hearnshaw llegó a la conclusión de que Burt no había llevado a cabo tales investigaciones y encontró pruebas de otros fraudes cometidos por Burt. Así, el psicólogo inventó totalmente sus resultados sobre el descenso del nivel escolar en Inglaterra, publicados en 1969. Decía haber realizado encuestas entre 1955 y 1965 en decenas de escuelas pero Hearnshaw tampoco encontró ningún vestigio de que se hubieran realizado.
Burt buscaba la inteligencia innata y se encontró con el fraude innato: como jefe de sección de la revista “British Journal of Psychology”, inventó más de una veintena de colaboraciones (cartas, reseñas, notas) a dicha revista que tampoco existieron nunca. Firmaba artículos con seudónimos y respondía a cartas que él mismo había escrito con otro nombre. Este truco le permitía citarse a sí mismo y dar la impresión de que continuaba investigando, aunque estaba jubilado desde 1950.
Pero la desfachatez seudocientífica de la burguesía no conoce límites. En 1967 Burt publicó un artículo analizando el modo en el que la subjetividad individual falsea el trabajo científico: “La propensión a incrementar la importancia de nuestras propias demostraciones... el deseo de evitar los juicios o reserva y, quizás por encima de todo, el deseo incesante de conciliar nuestras observaciones anteriores y las presentes de modo que se 'ajusten' a nuestros principales deseos, todo ello constituyen tendencias naturales del espíritu humano, tan inconscientes como automáticas. Esto pide mucho tiempo y disciplina para hacer de un hombre un observador verdaderamente científico, objetivo y preciso”.
Nadie criticó a Burt en vida. Pero, ¿engañó Burt a los psicólogos durante décadas? ¿Cómo es posible que engañara también al Ministerio de Enseñanza y a los educadores de tantos países? No. Burt no engañó a nadie; se dejaron engañar. Sólo les dijo lo que querían escuchar.
Pero a la burguesía imperialista no le frenan sus propios fraudes. Siguen a lo suyo. El psicólogo norteamericano Lewis Madison Terman ha escrito cinco enormes libros sobre los genios y los supergenios en los que los cálculos del cociente de inteligencia están modificados al alza...
Que no se lamente nadie: tenemos la enorme fortuna de que nos gobiernan los más inteligentes (los que hacen los fraudes más inteligentes).