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    Revolución mundial y edificación del socialismo en la URSS - AAHS

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    Revolución mundial y edificación del socialismo en la URSS - AAHS Empty Revolución mundial y edificación del socialismo en la URSS - AAHS

    Mensaje por GagarinCCCP Sáb Jun 30, 2018 11:33 pm

    Por Asociación de Amistad Hispano Soviética

    La Revolución Soviética que empezó hace 100 años tiene una importancia actual por dos razones principales:

    1º) demostró que la clase obrera puede conquistar el poder político y nos enseñó cómo hacerlo.

    y 2º) demostró que, ejerciendo el poder político, la clase obrera puede realizar progresos sin precedentes, y también nos enseñó cómo hacerlo.

    Concretamente, convirtió una sociedad atrasada en una de las más avanzadas; suprimió el hambre, la pobreza, el desempleo, las crisis económicas y el analfabetismo; elevó el nivel de vida de toda la población y redujo las diferencias de clase hasta tal punto que los medios de producción dejaron de ser privados para convertirse en propiedad social.

    Todo eso y más es lo que la Unión Soviética consiguió mientras se veía obligada a defenderse de las agresiones continuas de los Estados capitalistas. Decenas de millones de vidas y enormes destrucciones materiales le costaron la guerra civil con intervención de 14 potencias extranjeras, desde 1918 hasta 1922, y la Segunda Guerra Mundial, desde 1941 hasta 1945.



    La Revolución Soviética fue un éxito porque siguió el camino abierto por Carlos Marx, el primer gran dirigente de la clase obrera, nacido hace ahora 200 años.

    Marx y Engels no inventaron el socialismo. Lo que hicieron fue demostrar que esta meta no era una utopía, sino la consecuencia necesaria de la socialización de la producción operada por el capitalismo. Convirtieron el socialismo en la ciencia que permite suprimir el obstáculo del capitalismo y continuar el progreso social.

    Marx y Engels tampoco descubrieron la lucha de clases. Lo que hicieron fue educar y organizar a la clase proletaria engendrada por el modo de producción capitalista para que culmine su lucha contra la clase burguesa con una revolución victoriosa.

    Al marxismo le corresponden dos descubrimientos clave:

    El primero de ellos es que, tras formular el materialismo dialéctico e histórico, su aplicación a la sociedad capitalista da como resultado que la esencia de ésta, su centro gravitatorio, consiste en la producción de plusvalía. Por esta razón, la clase social llamada a dirigir la lucha del pueblo por el socialismo no puede ser otra que la clase obrera industrial.
    El segundo de ellos es que esta transición revolucionaria abarca un período histórico que empieza con la sustitución de la dictadura de la burguesía por la dictadura del proletariado, y que termina con la supresión completa de las diferencias de clase.
    En la URSS, la clase obrera realizó las medidas que Marx y Engels habían deducido de la ciencia de su época y de la experiencia práctica del movimiento obrero.

    El Manifiesto del Partido Comunista, redactado por ellos, proclama que: “el primer paso de la revolución obrera es la elevación del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia. El proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez posible la suma de las fuerzas productivas.”

    Parece que el asunto está claro y, sin embargo, no lo estaba para algunos que se decían partidarios del marxismo.



    Había quienes se oponían a aplicar estas medidas en la Rusia Soviética y hubo que luchar contra su oposición para poder realizarlas.

    Primero, fueron los mencheviques rusos y los dirigentes de la socialdemocracia internacional. Éstos se opusieron a que la clase obrera tomara el Poder político en Rusia. Y apoyaron incluso la contrarrevolución armada de la burguesía internacional.

    Luego, fueron los trotskistas. Inicialmente, éstos apoyaron la Revolución de Octubre y la defendieron de aquella agresión militar. Pero se opusieron a edificar el socialismo en la Rusia atrasada y defendieron a cambio que el Poder soviético se sacrificara para exportar la revolución al Occidente más desarrollado.

    La discusión para clarificar el rumbo a seguir y organizar las fuerzas empezó en 1903, durante el II Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, dejando al partido dividido en bolcheviques y mencheviques. El debate se agudizó tras la muerte de Lenin en 1924. Y concluyó en 1927, con los acuerdos tomados por el Decimoquinto Congreso del Partido. A partir de este Congreso, el objetivo de edificar el socialismo en la URSS se convertiría en condición indispensable para continuar como miembro del Partido. Este objetivo sería la principal concreción del internacionalismo del proletariado soviético, su principal contribución a la revolución mundial.

    El acierto de la dirección bolchevique se demostró de manera práctica en las dos o tres décadas siguientes. La prueba de fuego de la solidez del socialismo soviético fue su victoria sobre los ejércitos invasores del nazi-fascismo en la Segunda Guerra Mundial, que hasta entonces habían ocupado la mayoría de los países de Europa. Esta titánica proeza habría sido imposible sin las fuerzas humanas y materiales creadas por la industrialización socialista acelerada, por la colectivización y mecanización agrícola, y por la ejecución eficaz de los primeros planes quinquenales. La victoria habría sido imposible si, como sostiene la opinión oficial de nuestros días, el socialismo soviético hubiese sido un bluf propagandístico y una tiranía impuesta al pueblo.

    Incluso después de esta devastación bélica, que ha sido la mayor de la historia, la base socialista que se había construido hizo posible:

    1- que la URSS resistiera al chantaje nuclear de la “guerra fría” que habían desatado los Estados Unidos y las demás potencias imperialistas;

    2- que se reconstruyera y sobrepasara sus realizaciones anteriores en un tiempo récord;

    3- que ayudara moral y materialmente a los nuevos países socialistas, al movimiento de liberación nacional y al movimiento obrero.

    Los restos de libertad, de democracia, de bienestar y de paz que todavía quedan en pie, se los debemos a la Revolución Soviética.



    ¿Qué caminos equivocados tuvo que desechar la URSS para poder realizar una hazaña como ésta?

    Ante todo, los revolucionarios de Rusia tuvieron que combatir una comprensión unilateral de la lucha de clases que consideraba al campesinado como una capa burguesa más, olvidando que la mayoría de los campesinos son también trabajadores y explotados.

    En los partidos socialistas europeos, el marxismo revolucionario no había conseguido suprimir la herencia oportunista de Lassalle. Para éste, salvo la clase obrera, el resto de la población no era más que una masa reaccionaria. Además, pretendía luchar contra la burguesía y alcanzar el socialismo mediante una alianza reaccionaria con el Estado prusiano terrateniente. La socialdemocracia internacional corrigió esta última aberración, pero no la anterior, a pesar de las reiteradas indicaciones de Marx.



    En Rusia, como antes en Alemania, la revolución proletaria necesitaba ir precedida de una revolución democrático-burguesa que liberara la economía y el pueblo de las ataduras feudales.

    Los mencheviques cedían la dirección de esta revolución a la burguesía liberal, mientras negaban el importante papel que las masas campesinas mayoritarias podían desempeñar en ella.

    Eludían la conclusión de El Manifiesto de Marx y Engels, según la cual “los comunistas apoyan por doquier todo movimiento revolucionario contra el régimen social y político existente. En todos estos movimientos ponen en primer término, como cuestión fundamental del movimiento, la cuestión de la propiedad, cualquiera que sea la forma más o menos desarrollada que ésta revista”.

    En la Rusia de principios del siglo XX, no había duda de que el campesinado estaba objetivamente interesado en luchar contra la propiedad terrateniente y el régimen zarista que la defendía.

    Lenin y los bolcheviques sí habían comprendido correctamente el marxismo. Para ellos, el proletariado debía dirigir la revolución democrático-burguesa en alianza con el campesinado. Una vez derribada la autocracia zarista, pasaría a luchar por la revolución socialista en alianza con los campesinos pobres que eran mayoría, aprovechando las disensiones entre los Estados capitalistas.

    Frente a éstos, Trotski negaba el papel revolucionario del campesinado, igual que los mencheviques, pero deducía de ello que los obreros rusos no debían luchar por una revolución democrático-burguesa, sino únicamente por la dictadura del proletariado. Su consigna era “abajo el zar, por un gobierno obrero”. Por consiguiente, su teoría de la “revolución permanente” -la llamó así- prescindía del análisis materialista de la Rusia zarista, además de prescindir de la inmensa mayoría de la población rusa, que era campesina. Pero además, durante el II Congreso del Partido, Trotski había relegado el objetivo de la dictadura del proletariado a un futuro en que “la clase obrera organizada… constituya la mayoría de la nación”. Así que, de ambas premisas, se desprendían dos consecuencias lógicas.

    La primera era su adhesión al menchevismo también en cuanto al tipo de partido que necesitaba la clase obrera de Rusia. En efecto, si la revolución debía esperar a que la clase obrera fuera mayoritaria, se comprende que Trotski rechazara la exigencia leninista de construir un partido disciplinado alrededor de un aparato central de revolucionarios profesionales dedicados a preparar una insurrección popular. Junto a los mencheviques, propugnaba un partido de simpatizantes organizados en tendencias alrededor de determinadas personalidades y calificaba de “burocracia” al aparato del Partido bolchevique.

    La segunda consecuencia de las premisas de las que partía era situar la fuerza principal de la revolución socialista fuera de la sociedad rusa. El proletariado de Rusia sólo podría imponerse a una población campesina hostil al socialismo, si recibía la ayuda estatal de la clase obrera que hubiera vencido en los países capitalistas más desarrollados, donde ésta constituía la mayoría de la nación.

    Mientras los socialistas rusos luchaban por sumar a las masas a uno u otro camino, el capitalismo se adentraba en una nueva etapa de su desarrollo, algo evidente a partir de la Primera Guerra Mundial. El imperialismo era el resultado de un progreso tan gigantesco de la socialización del trabajo que la libre competencia se veía desplazada por la dominación de unos pocos monopolios.

    Aplicando el marxismo al estudio de esta nueva realidad, Lenin y los bolcheviques dedujeron que el desarrollo del capitalismo ya había creado las condiciones económicas para edificar el socialismo y que se iban a exacerbar las contradicciones entre la cúspide de la burguesía de cada país y el resto de clases y naciones. Además, comprendieron que la dominación de los monopolios iba a imponer a las diferentes naciones un desarrollo desigual y a saltos. Todo ello determinaba que unos Estados capitalistas fueran más fuertes, frente a otros que serían fáciles de derrocar. Por consiguiente, la revolución ya no podría producirse simultáneamente en el mundo entero. Un determinado destacamento nacional de la clase obrera podría romper la cadena de países capitalistas por su eslabón más débil, uniendo a su alrededor las fuerzas suficientes para hacer triunfar la revolución, construir una sociedad socialista y ayudar al movimiento obrero de los países todavía capitalistas. Ésta es la teoría leninista de la revolución que tuvo su demostración práctica en la Unión Soviética.

    Diametralmente opuesta fue la deducción que hicieron los socialdemócratas reformistas y trotskistas. Consideraron que el imperialismo iba a acelerar la centralización del capital y la proletarización de la población trabajadora. En consecuencia, para ellos, la revolución proletaria debía esperar a que se completara este proceso. Según los trotskistas, la revolución podría iniciarse pero no podría sostenerse hasta que triunfara en los países capitalistas más desarrollados.

    En definitiva, mientras los marxistas-leninistas aprovechaban las contradicciones del imperialismo para debilitarlo y fortalecer el movimiento revolucionario, los socialdemócratas y trotskistas depositaban sus esperanzas en el desarrollo futuro del régimen burgués. Por esta razón, apoyaron y siguen apoyando a los imperialistas frente a los Estados socialistas y a las fuerzas revolucionarias, más allá de su fraseología “izquierdista”, antiburocrática o internacionalista.

    En la sociedad soviética de los años 1920 y 30, Trotski reunió a su alrededor a todos los que se oponían a la dirección bolchevique encabezada por Lenin y luego por Stalin, para intentar derribarla por las buenas o por las malas. La construcción del socialismo en un solo país como la URSS era considerada por él una herejía contra su esquema dogmático de revolución internacional, porque significaba la refutación definitiva de su criatura intelectual.

    La lamentable restauración paulatina del capitalismo que ha sufrido la Unión Soviética desde los años 1950 volvió a regalar al trotskismo un semblante de veracidad, pero sólo para quienes aspiran a un mundo nuevo sin luchar, sin arriesgarse y sin esforzarse por analizar concretamente las distintas realidades concretas. Si el socialismo hubiera seguido los consejos de Trotski en la URSS, lejos de evitar su posterior derrota, ni siquiera habría existido y la clase obrera internacional no tendría ni un solo ejemplo práctico en que apoyarse para elevar su lucha revolucionaria.

    En Trotski, vemos cómo un error, cuando se insiste en él hasta el extremo de negar la evidencia, se acaba convirtiendo en algo monstruoso. Un comportamiento así no tiene nada que ver con la concepción del mundo de una clase revolucionaria como es el proletariado. Es propio del revolucionarismo pequeñoburgués de ciertos intelectuales y se traduce en una práctica fraccional y sectaria.

    Dicho lo anterior, es pertinente hacerse la siguiente pregunta: ¿Podría haber algo en común entre el trotskismo y los defectos que impiden a los marxistas-leninistas de hoy recuperar la fuerza de masas que tuvieron los bolcheviques? Concretamente, ¿qué objetivo inmediato propugnan éstos para los países más atrasados: revoluciones democrático-nacionales o revoluciones directamente socialistas?; ¿luchan por la dirección proletaria de todas las fuerzas oprimidas por el imperialismo o más bien conciben a las clases sociales intermedias y a los Estados soberanos (China, Rusia, Venezuela, etc.) como una masa igual de reaccionaria que las potencias dominantes?; ¿practican, como hacen los trotskistas, el fraccionalismo, el sectarismo y la endogamia o bien luchan, como hacían los bolcheviques, por la unidad de los marxistas-leninistas en un único Partido consolidado en torno a la defensa de los principios, la aplicación del centralismo democrático y la vinculación omnímoda con las masas principalmente proletarias?; etc.

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