Por una Revolución mundial
Un profundo internacionalismo impregna toda esta Revolución de Octubre en la cual la lucha del Partido para la transformación de la guerra imperialista en guerra civil, en revolución socialista mundial, se funde totalmente con el empuje impetuoso de las masas obreras de los grandes centros industriales de Rusia.
Cuando Trotsky y Lenin definían la revolución en marcha como «un eslabón de la cadena de la revolución internacional» las masas rusas defendían con las armas el poder conquistado como un «destacamento del ejército internacional del proletariado», Rusia como «una fortaleza asediada» esperaba que los «demás destacamentos de la Revolución internacional» viniesen en su ayuda, no eran solamente los militantes del Partido, sino todos los proletarios de Rusia quienes sentían la verdad de estas palabras ardientes, porque entonces la «educación política se hacía rápidamente» (algunos días, algunos meses) en las fábricas y en los barrios populares, en medio de mítines y manifestaciones revolucionarias. En el magnífico preámbulo de la Declaración de los derechos del pueblo trabajador y explotado la república de los Soviets se daba por tarea «la victoria del socialismo en todos los países» y en la tribuna del III Congreso pan-ruso de los Soviets esta era la grandiosa perspectiva que Lenin proponía a su auditorio: «Los acontecimientos (...) nos han conferido el honorable papel de vanguardia de la revolución socialista internacional, y vemos ahora claramente la perspectiva del desarrollo de la revolución: el ruso ha comenzado (y además: aquel que se encuentre en la situación más favorable debe comenzar), el alemán, el francés, el inglés triunfará y el socialismo triunfará» (Obras, Tomo 26 pág. 494).
Se trataba de más que palabras; evitando la retórica, secamente, la revolución expresaba el sentimiento y la pasión que armaban los brazos y movilizaban el cerebro de inmensas masas proletarias. Era el lenguaje impersonal de una lucha de clase en la que los combatientes no habían podido nunca admitir que fuera simplemente "rusa", estrechamente "nacional"; los ojos abiertos sobre el mundo, la voluntad tendida, dispuestos para todos los sacrificios, no conocían ninguna frontera y sus corazones se inflamaban con las noticias de la lucha de sus hermanos de clase por encima de esas fronteras, que la revolución se daba justamente como objetivo de destrucción. «No estamos solos, ante nosotros está Europa entera» gritaba Lenin a los vacilantes, a los conciliadores, a los cobardes, y los proletarios que se habían batido sin tregua durante nueve meses tumultuoso, y que debían aún batirse durante los dos años y medio de la guerra civil, sabían como él, por instinto, sin haber leído nunca seguramente el grito final del Manifiesto, que ellos eran los combatientes de una guerra de clase internacional. Para estos proletarios era evidente que su revolución era el principio de una revolución mundial.
En abril, Lenin había dicho que la Internacional de los «internacionalistas de hecho» actuaba ya, aunque no tuviese todavía una existencia formal: se encarnaba en los proletarios de Petrogrado y de Moscú, en Liebknecht en Berlín, manifestaba un internacionalismo práctico y activo, por una devoción sin límites a la causa universal del socialismo. Durante el episodio dramático de Brest-Litovsk, cuando la causa revolucionaria pudo parecer perdida, Lenin justificó con su coraje y su franqueza habituales el tratado «ignominioso» y (escuchad, conmemoradores-enterradores) lo definió como el «mayor problema histórico de la Revolución rusa», como la «mayor dificultad» que tuvo que vencer, la «necesidad de resolver los problemas internacionales, la necesidad de suscitar una revolución internacional, de llevar a cabo este episodio de nuestra revolución, estrechamente nacional, a la revolución mundial» (Informe sobre la guerra y la paz al VII Congreso del P.C. ruso, 6 y 8 marzo 1918).
Nacida como revolución mundial, Octubre ponía en un primer plano sus tareas internacionales, sus deberes con respecto a la revolución mundial, deberes que no derivaban de ningún código moral, sino que venían impuestos por el carácter internacional de la lucha emancipadora del proletariado y de la expansión capitalista. Una vez más, se le pedirá mucho a quien mucho había dado ya: los magníficos proletarios de Octubre no titubearon en dar lo mejor de sí mismos para que «el alemán, el francés el inglés» pudiesen terminar la obra empezada, porque, si bien les debía ser más fácil llevarla a término, «les era infinitamente más difícil comenzar la revolución».
Antes incluso de que los comunistas de «los diferentes países de Europa, América y Asia» se reunieran en Moscú para fundar la III Internacional, el internacionalismo era la sangre y el oxígeno con el cual se nutrían cotidianamente los combatientes de la gigantesca guerra civil de Rusia. Los "boletines" del frente de la lucha de clases europea se mezclaban con los ardientes comunicados que Trotsky expedía desde los mil frentes de la guerra civil, y fue así como los obreros y campesinos rusos en armas aprendieron que su enemigo era la burguesía internacional. «Sabéis – dirá Lenin al VIII Congreso pan-ruso de los Soviets – hasta que punto el capital es una fuerza internacional, hasta que punto las fábricas, las empresas y los almacenes capitalistas más importantes están ligados entre ellos en el mundo entero y que, por consiguiente, para abatirlo definitivamente es necesaria una acción común de los obreros a escala internacional». Nadie, en verdad, podía saberlo mejor que el heroico destacamento ruso del ejército revolucionario mundial del proletariado, pues nadie en sus filas creía que el choque entre las clases pudiese tener unas causas y un destino diferente según las naciones. Que los proletarios «no tienen patria» se lo había enseñado una ruda experiencia.
En sus Principios del Comunismo, primer esbozo del Manifiesto del Partido Comunista, escrito en 1847, Engels responde a la pregunta: «¿Tendrá lugar la revolución proletaria en un solo país?» con idéntica nitidez: »No (...) Será una revolución mundial y deberá por consiguiente tener un campo mundial».
Los hombres, el Partido, los proletarios, para los que la revolución rusa había nacido como revolución mundial y no tenía «mayor problema histórico» que el de salir de su marco estrechamente nacional para extenderse por el mundo entero ¿podían tener otra perspectiva que la de Lenin? «La salvación no es posible más que en el camino de la revolución socialista internacional en la cual estamos empeñados. Mientras estemos solos nuestra tarea es la de salvar la revolución, de conservar en ella una cierta dosis de socialismo, por débil que sea, hasta que la revolución estalle en los demás países y otros destacamentos vengan en nuestra ayuda» (La tarea principal en nuestros días) ¿Podían concebir "su" revolución de forma diferente a una «repetición general de la revolución proletaria mundial»? (El ABC del comunismo, de Bujarin y Preobazhenski).
Convencidos del estallido de una revolución al menos en Europa, los bolcheviques se habían asegurado un momento de respiro con la paz de Brest-Litovsk y habían vencido a las hordas blancas; «pasados de la guerra a la paz» en 1920, no olvidaban que «mientras coexistan el socialismo y el capitalismo no se podrá vivir en paz; al final, uno u otro debe permanecer: sería necesaria una misa de réquiem, bien para la República de los Soviets, bien para el imperialismo mundial». Sabían que para vencer a la organización mundial del capitalismo no existía más que un solo arma: «la extensión de la revolución, por lo menos, a algunos países avanzados».
Era una condición vital, incluso simplemente para el mantenimiento del poder político de los bolcheviques. Pero la revolución de Octubre se dirigía al socialismo, y por ello el internacionalismo no era para ella una fórmula ritual, sino la condición misma de la victoria.
Un profundo internacionalismo impregna toda esta Revolución de Octubre en la cual la lucha del Partido para la transformación de la guerra imperialista en guerra civil, en revolución socialista mundial, se funde totalmente con el empuje impetuoso de las masas obreras de los grandes centros industriales de Rusia.
Cuando Trotsky y Lenin definían la revolución en marcha como «un eslabón de la cadena de la revolución internacional» las masas rusas defendían con las armas el poder conquistado como un «destacamento del ejército internacional del proletariado», Rusia como «una fortaleza asediada» esperaba que los «demás destacamentos de la Revolución internacional» viniesen en su ayuda, no eran solamente los militantes del Partido, sino todos los proletarios de Rusia quienes sentían la verdad de estas palabras ardientes, porque entonces la «educación política se hacía rápidamente» (algunos días, algunos meses) en las fábricas y en los barrios populares, en medio de mítines y manifestaciones revolucionarias. En el magnífico preámbulo de la Declaración de los derechos del pueblo trabajador y explotado la república de los Soviets se daba por tarea «la victoria del socialismo en todos los países» y en la tribuna del III Congreso pan-ruso de los Soviets esta era la grandiosa perspectiva que Lenin proponía a su auditorio: «Los acontecimientos (...) nos han conferido el honorable papel de vanguardia de la revolución socialista internacional, y vemos ahora claramente la perspectiva del desarrollo de la revolución: el ruso ha comenzado (y además: aquel que se encuentre en la situación más favorable debe comenzar), el alemán, el francés, el inglés triunfará y el socialismo triunfará» (Obras, Tomo 26 pág. 494).
Se trataba de más que palabras; evitando la retórica, secamente, la revolución expresaba el sentimiento y la pasión que armaban los brazos y movilizaban el cerebro de inmensas masas proletarias. Era el lenguaje impersonal de una lucha de clase en la que los combatientes no habían podido nunca admitir que fuera simplemente "rusa", estrechamente "nacional"; los ojos abiertos sobre el mundo, la voluntad tendida, dispuestos para todos los sacrificios, no conocían ninguna frontera y sus corazones se inflamaban con las noticias de la lucha de sus hermanos de clase por encima de esas fronteras, que la revolución se daba justamente como objetivo de destrucción. «No estamos solos, ante nosotros está Europa entera» gritaba Lenin a los vacilantes, a los conciliadores, a los cobardes, y los proletarios que se habían batido sin tregua durante nueve meses tumultuoso, y que debían aún batirse durante los dos años y medio de la guerra civil, sabían como él, por instinto, sin haber leído nunca seguramente el grito final del Manifiesto, que ellos eran los combatientes de una guerra de clase internacional. Para estos proletarios era evidente que su revolución era el principio de una revolución mundial.
En abril, Lenin había dicho que la Internacional de los «internacionalistas de hecho» actuaba ya, aunque no tuviese todavía una existencia formal: se encarnaba en los proletarios de Petrogrado y de Moscú, en Liebknecht en Berlín, manifestaba un internacionalismo práctico y activo, por una devoción sin límites a la causa universal del socialismo. Durante el episodio dramático de Brest-Litovsk, cuando la causa revolucionaria pudo parecer perdida, Lenin justificó con su coraje y su franqueza habituales el tratado «ignominioso» y (escuchad, conmemoradores-enterradores) lo definió como el «mayor problema histórico de la Revolución rusa», como la «mayor dificultad» que tuvo que vencer, la «necesidad de resolver los problemas internacionales, la necesidad de suscitar una revolución internacional, de llevar a cabo este episodio de nuestra revolución, estrechamente nacional, a la revolución mundial» (Informe sobre la guerra y la paz al VII Congreso del P.C. ruso, 6 y 8 marzo 1918).
Nacida como revolución mundial, Octubre ponía en un primer plano sus tareas internacionales, sus deberes con respecto a la revolución mundial, deberes que no derivaban de ningún código moral, sino que venían impuestos por el carácter internacional de la lucha emancipadora del proletariado y de la expansión capitalista. Una vez más, se le pedirá mucho a quien mucho había dado ya: los magníficos proletarios de Octubre no titubearon en dar lo mejor de sí mismos para que «el alemán, el francés el inglés» pudiesen terminar la obra empezada, porque, si bien les debía ser más fácil llevarla a término, «les era infinitamente más difícil comenzar la revolución».
Antes incluso de que los comunistas de «los diferentes países de Europa, América y Asia» se reunieran en Moscú para fundar la III Internacional, el internacionalismo era la sangre y el oxígeno con el cual se nutrían cotidianamente los combatientes de la gigantesca guerra civil de Rusia. Los "boletines" del frente de la lucha de clases europea se mezclaban con los ardientes comunicados que Trotsky expedía desde los mil frentes de la guerra civil, y fue así como los obreros y campesinos rusos en armas aprendieron que su enemigo era la burguesía internacional. «Sabéis – dirá Lenin al VIII Congreso pan-ruso de los Soviets – hasta que punto el capital es una fuerza internacional, hasta que punto las fábricas, las empresas y los almacenes capitalistas más importantes están ligados entre ellos en el mundo entero y que, por consiguiente, para abatirlo definitivamente es necesaria una acción común de los obreros a escala internacional». Nadie, en verdad, podía saberlo mejor que el heroico destacamento ruso del ejército revolucionario mundial del proletariado, pues nadie en sus filas creía que el choque entre las clases pudiese tener unas causas y un destino diferente según las naciones. Que los proletarios «no tienen patria» se lo había enseñado una ruda experiencia.
En sus Principios del Comunismo, primer esbozo del Manifiesto del Partido Comunista, escrito en 1847, Engels responde a la pregunta: «¿Tendrá lugar la revolución proletaria en un solo país?» con idéntica nitidez: »No (...) Será una revolución mundial y deberá por consiguiente tener un campo mundial».
Los hombres, el Partido, los proletarios, para los que la revolución rusa había nacido como revolución mundial y no tenía «mayor problema histórico» que el de salir de su marco estrechamente nacional para extenderse por el mundo entero ¿podían tener otra perspectiva que la de Lenin? «La salvación no es posible más que en el camino de la revolución socialista internacional en la cual estamos empeñados. Mientras estemos solos nuestra tarea es la de salvar la revolución, de conservar en ella una cierta dosis de socialismo, por débil que sea, hasta que la revolución estalle en los demás países y otros destacamentos vengan en nuestra ayuda» (La tarea principal en nuestros días) ¿Podían concebir "su" revolución de forma diferente a una «repetición general de la revolución proletaria mundial»? (El ABC del comunismo, de Bujarin y Preobazhenski).
Convencidos del estallido de una revolución al menos en Europa, los bolcheviques se habían asegurado un momento de respiro con la paz de Brest-Litovsk y habían vencido a las hordas blancas; «pasados de la guerra a la paz» en 1920, no olvidaban que «mientras coexistan el socialismo y el capitalismo no se podrá vivir en paz; al final, uno u otro debe permanecer: sería necesaria una misa de réquiem, bien para la República de los Soviets, bien para el imperialismo mundial». Sabían que para vencer a la organización mundial del capitalismo no existía más que un solo arma: «la extensión de la revolución, por lo menos, a algunos países avanzados».
Era una condición vital, incluso simplemente para el mantenimiento del poder político de los bolcheviques. Pero la revolución de Octubre se dirigía al socialismo, y por ello el internacionalismo no era para ella una fórmula ritual, sino la condición misma de la victoria.