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    La Comuna de París. Expresión de la lucha de clases y modelo de Dictadura del Proletariado

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    Mensaje por arcabreque Miér Oct 24, 2018 5:08 pm

    Aquí les ofrezco un resumen mío acerca del proceso histórico revolucionario de la Comuna de París. Espero que pueda ser provechoso a aquellos que no han tenido tiempo u oportunidad de acercarse a esta interesantísima experiencia revolucionaria de la clase obrera. Sobre este tema he utilizado varias fuentes más recientes pero buena parte del resumen se basa en la obra de Marx con prólogo de Engels: “La guerra civil en Francia” de obligada consulta para acercarse a los aspectos históricos este tema, por tratarse el autor (¡Y qué autor!), de un espectador cercano de estos sucesos. Aunque no es acerca del hecho en sí, recomiendo a los interesados la lectura de “El Estado y la Revolución” del camarada Lenin que nos ofrece unas pautas indispensables en el análisis de esta trascendental experiencia revolucionaria desde una óptica marxista. Acerca del tema abundan materiales de todo tipo y con toda clase de enfoques en internet, solo hay que buscarlos en Google. No pongo los links por las razones que ya he aducido de la complicada relación del internet con Cuba y peor aún conmigo (gracias doy a las gratuitas Wi-fis universitarias) ya que carezco de tiempo y la interfaz me resulta problemática ya que uso la versión móvil del foro. Pero me atrevo a sugerir la lectura de la obra “La Comuna de París. Revolución y Contrarrevolución (1970-1971)” que aparece bajo la firma de Proletarios Internacionalistas de Ediciones Comunidad de Lucha, extenso y detallado análisis de este proceso, con cierta tendencia desfasada a hurgar sobre todo en los errores y en la contrarrevolución interna perpetrada por algunos de sus dirigentes, teniendo cuidado y sin perder la perspectiva puede proporcionar un acercamiento más amplio al tema.
    Bueno, sin más, empecemos con la situación que llevó a la consumación de la Comuna. La revolución francesa de 1848, con el empoderamiento de Luis Bonaparte, se apartó de los ideales con que había nacido. Bajo el mandato de Napoleón III Francia se embarcó en la contradicción entre una política exterior al servicio de ideales revolucionarios y una política interior reaccionaria. Por una parte apoya a los movimientos nacionalistas, y a la autodeterminación de los pueblos, por otra, actúa severamente, restringiendo toda clase de libertades en provecho de la centralización del poder.
    La influencia de los ingleses, inclina al emperador a pronunciarse por el libre cambio frente a la tradicional política económica proteccionista que había imperado en Francia hasta el momento. Esto junto a una coyuntura internacional favorable, produjo un engrandecimiento económico importante para el país. El oro proveniente de los yacimientos descubiertos en California, Australia, Alaska y África del Sur provocó el aumento de la masa monetaria, inflación y precios altos para los productos agrícolas, lo que fue muy beneficioso para la economía franca. El flujo de beneficios a Francia y el aumento de su producción ocasionaron la aparición de una gran masa de capital que dio chance a los grandes banqueros franceses de comenzar a exportar sus fondos. En 1858 se termina la primera red nacional de ferrocarriles, punto clave en el proceso de industrialización. A su vez crecen los sectores de tejidos, como los del algodón y la seda. Este desarrollo inusitado del capitalismo francés trajo consigo la aparición de fuertes contradicciones clasistas en el seno de un imperio que había hecho abstracción de la pequeña política y de los elementos de la sociedad que realmente lo mantenían en pie.
    El Segundo Imperio declaraba apoyarse en los campesinos, amplia masa de productores no envuelta directamente en la lucha entre el capital y el trabajo. Decía salvar a la clase obrera destruyendo el parlamentarismo y, con él, la descarada sumisión del gobierno a las clases poseedoras. También se erigía en protector de las clases poseedoras, manteniendo en pie su supremacía económica sobre la clase obrera. Finalmente, pretendía unir a todas las clases, al resucitar, para todos, la quimera de la gloria nacional. En realidad, era la única forma de gobierno posible en un momento en que la burguesía había perdido la facultad de gobernar el país y la clase obrera no la había adquirido aún. Bajo la égida imperial, la sociedad burguesa, libre de preocupaciones políticas alcanzó un desarrollo inesperado. Su industria y su comercio cobraron proporciones gigantescas y la especulación financiera alcanzó su apogeo. Por otro lado, la miseria de las masas se destacaba sobre la ostentación desvergonzada de un lujo suntuoso, falso y envilecido. Como ilustra Marx: “El poder del Estado, que aparentemente flotaba sobre la sociedad, era, en realidad, el mayor escándalo de ella y el auténtico vivero de todas sus corrupciones. La guerra franco-prusiana no hizo más que sacar a flote su podredumbre y la podredumbre de la sociedad que este había sacado a flote”.
    Cuando las tropas del emperador Luis Bonaparte sufrieron una derrota aplastante en Sedán, el 2 de septiembre de 1870, y cayeron prisioneras de los prusianos, la consecuencia inevitable fue el derrumbe del imperio a manos de la revolución del 4 de septiembre. Se proclamó nuevamente la República y ascendió al poder un gobierno burgués de “Defensa Nacional”. Pero las contradicciones clasistas entre este y el proletariado parisino estallaron rápidamente. El gobierno se debatía entre defender la capital apoyándose en los obreros armados o capitular ante los prusianos para poder desarmar al proletariado. Esto suscitó uno de los hechos más trascendentales en la historia del movimiento obrero internacional. París se alzó contra el gobierno provisional burgués y traidor, logrando instaurar por primera vez en la historia un modelo de dictadura del proletariado. Esta fue la experiencia de la Comuna de París.
    El derrumbe del imperio ocurrió con el enemigo extranjero asediando la capital. La parte del ejército que no estaba prisionera se encontraba sitiada en Metz y los verdaderos líderes de la clase obrera se encontraban en prisión. Mientras tanto un grupo de politiqueros arribistas se posesionaban del Hotel de Ville. Ante esta situación el pueblo había permitido a estos diputados del antiguo Cuerpo legislativo constituirse como un “Gobierno de Defensa Nacional”. Mas, para los mismos fines defensivos, todos los parisinos capaces de empuñar un arma se habían enrolado en la Guardia Nacional, por lo cual los obreros representaban dentro de ella una inmensa mayoría. Esto significaba que el triunfo de París sobre los prusianos hubiese traído consigo el triunfo de los obreros franceses sobre la burguesía nacional. De cualquier forma, el proletariado en armas no había aceptado sin recelos el gobierno burgués. El 31 de octubre un batallón de obreros armados capturaron algunos miembros del gobierno, pero viéndose empujados por algunos batallones pequeño burgueses y para evitar el estallido de una guerra civil, los pusieron en libertad y se permitió al gobierno constituido seguir en funciones.
    Ante el conflicto entre el deber nacional y los intereses de su clase, el gobierno no vaciló a la hora de tomar su decisión. El 28 de enero de 1871, en contra de la voluntad de los obreros, el gobierno capituló y se traslado a Versalles, pasando a estar a su cabeza Adolphe Thiers. Se rindieron los fuertes y las murallas, se entregaron las armas de los ejércitos regulares y sus soldados fueron entregados como prisioneros de guerra. Pero la Guardia Nacional conservó sus armas y sus cañones y se limitó a sellar un armisticio con los prusianos que impidió a estos últimos entrar en la ciudad en son de triunfo, concediéndoles su permanencia, durante pocos días en un pequeño rincón de la ciudad. La capitulación de París era tan solo un eslabón de una cadena de conspiraciones que había comenzado desde el 4 de septiembre. Todo su objetivo era destruir la revolución con el apoyo del propio enemigo y de los grandes terratenientes nacionales. Esta era una tarea urgente para el gobierno burgués, pues la deuda nacional dejada por el Segundo Imperio era inmensa y la guerra había empeorado esta situación, devastando los recursos del país. Además Prusia exigía una indemnización de de 5 mil millones, con intereses por pagos aplazados. Solo derribando la República podrían los burgueses echar sobre los hombros de los productores los costos de la guerra en que ellos mismos se habían involucrado.
    En el camino de estas conspiraciones solo había un obstáculo: el proletariado en armas de París. El populacho se encontraba, además, muy contrariado por las medidas de este gobierno, como el nombramiento de embajadores orleanistas, el impuesto Pouyer-Quertier, la condena a muerte de Louis Auguste Blanqui, la supresión de la prensa republicana, entre otras. Si bien durante la guerra, los obreros solo había exigido la continuación de la lucha, luego de sellada la paz, Thiers se percataba de que mientras estos conservaran las armas, los grandes terratenientes y capitalistas estarían en constante peligro. Su primera maniobra fue un intento de desarme. El 18 de marzo envió tropas con orden de robar la artillería de la Guardia Nacional, con el pretexto de que esta pertenecía al Estado. Lo cierto es que tras la capitulación había sido pagada por suscripción pública de sus miembros y ahora constaba como propiedad privada de estos. Ante esta acción, el pueblo de París se movilizó y le declaró la guerra al gobierno de Versalles. El 26 de marzo fue elegida y el 28 proclamada la Comuna de París. La Guardia Nacional, que hasta entonces detentaba el poder en la ciudad, dimitió a favor de la Comuna.
    Ya desde sus primeros días, la Comuna tomó decisiones que evidenciaban una profunda comprensión de las nuevas tareas históricas que le correspondían. El artículo “La Revolución del 18 de marzo”, publicado por el órgano oficial de la Comuna, decía: “Al ver la derrota y la traición de las clases dominantes, los proletarios de París han comprendido que ha llegado la hora en que deben salvar la situación tomando en sus manos la gestión de los asuntos de la sociedad (…), han comprendido (…), que les corresponde el derecho indiscutible de ser los dueños de su propia suerte y de tomar el poder gubernamental”.
    A pesar de todo, buena parte de las medidas tomadas, no se debieron a que los obreros tuviesen conciencia de su importancia, sino que fueron empujados a ellas por la propia lógica de la lucha. El 30 de marzo la Comuna abolió el servicio militar obligatorio y el ejército permanente, declarando como única fuerza armada a la Guardia Nacional, en la que debían enrolarse todos los ciudadanos capaces de empuñar las armas. Con esto, la Comuna no hizo más que legalizar la situación existente desde enero, tras la capitulación del ejército regular. Además, luego de levantarse en armas contra el intento de Thiers y los grandes terratenientes y burgueses de restaurar y perpetuar el poder que les había sido legado por el Imperio, esta era la única forma de asegurar la resistencia de París. Por eso, el primer decreto de la Comuna fue suprimir el ejército permanente y sustituirlo por el pueblo armado.
    La misma necesidad dictada por el curso de los acontecimientos fue lo que obligó a los comuneros a desechar las viejas formas de gobierno y a crear formas nuevas. Cuando, debido al sabotaje y la huida de los funcionarios, no quedaba en los ministerios más que un pequeño puñado de empleados, no era momento de ponerse a debatir sobre las doctrinas prescritas, sino que se puso de manifiesto la iniciativa de las masas populares, que se movilizaron para crear una forma de poder desconocida hasta el momento. Engels comenta al respecto: La Comuna tuvo que reconocer que la clase obrera, al llegar al poder, no puede seguir gobernando con la vieja maquinaria estatal; que para no perder de nuevo su dominación recién conquistada la clase obrera tiene, de una parte que barrer toda la vieja máquina represiva utilizada hasta entonces contra ella, y, de otra parte, precaverse contra sus propios funcionarios”. Por ello, el Estado proletario de los comuneros fue concebido radicalmente diferente al poder burgués. Era la antítesis directa del Imperio.
    Por primera vez en la historia, la Comuna de París suprimió la antigua división entre los poderes ejecutivo y legislativo, barriendo todo el aparato administrativo anterior. La Comuna estaba constituida por los consejeros municipales elegidos por sufragio universal en los diversos distritos de la ciudad. Eran responsables y revocables. Los representantes elegidos directamente por el pueblo, promulgaban las leyes y las ejecutaban ellos mismos; debían comprobar su aplicación y responder directamente ante sus electores, que contaban, además con la posibilidad de revocarlos en cualquier momento. El 1ro de abril se acordó el sueldo máximo para los miembros y funcionarios de la Comuna, en correspondencia con los salarios de los obreros, de modo que todos los cargos, sin importar su jerarquía, obtenían una paga similar a la de cualquier asalariado. Así mismo, la policía y todas las ramas de la administración fueron despojadas de todos sus atributos políticos, y convertidas en instrumentos de la sociedad, responsables ante la Comuna y prescriptibles en cualquier momento. Esta forma de organización levantaba una barrera contra la caza de cargos y buscaba evitar la conversión del Estado y sus organismos, de servidores de la sociedad en señores de esta. La Comuna no había de ser un organismo parlamentario, sino una corporación de trabajo, ejecutiva y legislativa al mismo tiempo. Todas estas medidas caracterizaban a la Comuna como un Estado de nuevo tipo, que Marx caracterizó como la forma más conveniente de dictadura del proletariado.
    Se planeaba que la Comuna de París sirviera como modelo a todos los grandes centros industriales de Francia. Una vez establecido el régimen comunal en estos y en la capital, el gobierno centralizado se vería obligar a ceder ante el gobierno de los productores en todas las provincias. Las comunas rurales administrarían sus asuntos colectivos por medio de una asamblea de delegados en la capital de distrito correspondiente. Estas asambleas a su vez, enviarían diputados a la Asamblea Nacional de delegados en París, entendiéndose que todos los delegados, de todos los niveles, serían completamente revocables y se hallarían comprometidos con las instrucciones de sus electores. El régimen comunal colocaría a los productores del campo bajo la dirección ideológica de las capitales de distrito, en un régimen de autonomía local. Las pocas, pero primordiales funciones que aun quedarían para un gobierno central, no se suprimirían, sino que serían desempeñadas por agentes comunales responsables ante la sociedad. No se trataba de destruir la unidad nacional, sino por el contrario, de organizarla mediante un régimen comunal, destruyendo el poder del Estado, que pretendía ser la encarnación de aquella unidad, independiente y situado por encima de la nación misma, en cuyo cuerpo no era más que un parásito.
    En la nueva forma política, el sufragio universal pasaría, de ser el medio por el cual se decidía que miembro de la clase dominante representaría y sometería al pueblo durante cierto número de años, a convertirse en una útil herramienta al servicio del pueblo para controlar a sus legítimos representantes. Se sustituye el parlamentarismo parasitario de la sociedad burguesa por instituciones en las que la libertad de opinión y de discusión no degenera en engaño, pues aquí los “parlamentarios” tienen que trabajar ellos mismos, tienen que ejecutar ellos mismos sus leyes, tienen que comprobar ellos mismos los resultados, tienen que responder directamente ante sus electores. Como explica Lenin las instituciones representativas continúan, pero desaparece el parlamentarismo como sistema especial, como división del trabajo legislativo y ejecutivo, como situación privilegiada para los diputados. Sin instituciones representativas no puede concebirse la democracia, ni aun la democracia proletaria; sin parlamentarismo, sí puede y debe concebirse.
    Las medidas económicas de la Comuna de París tuvieron un marcado matiz socialista. Aún de forma tímida, pues se hallaban limitadas a la situación de una ciudad sitiada, estas transformaciones tenían como tendencia la expropiación de los expropiadores y expresaban la línea de conducta de un gobierno socialista. Eximió los pagos de alquiler de viviendas desde octubre de 1870 hasta abril del 71, tomando los pagos ya abonados como futuros pagos y se suspendió el empeño en casas de préstamo. Muchos obreros fueron alojados en las mansiones de la aristocracia y la burguesía. El 16 de abril se decretó la creación de un registro de todas las fábricas y talleres abandonados por sus propietarios, enemigos del pueblo, lo mismo si habían huido de París a causa de la guerra o solo habían decidió parar el trabajo, y que se reanudase su explotación a manos de los obreros que trabajaban en ellos; los administrarían ellos mismos organizados en asociaciones cooperativas. Estos tomarían total control sobre fábricas y talleres sin indemnización para sus propietarios. El 20, la Comuna declaró abolido el trabajo nocturno de los panaderos y suprimió las oficinas de colocación, que durante el Imperio eran un monopolio de ciertos sujetos, que representaban la primera fila de explotadores de los obreros. Estas fueron transferidas a las alcaldías de los veinte distritos de París. Se prohibieron las multas salariales. Además se promulgó una ley de aumento de los salarios y se adoptaron otras que garantizaban los derechos civiles de las mujeres. El 30 de abril la Comuna estableció la clausura definitiva de las casas de empeño fundamentándose en que eran una forma más de explotación privada de los obreros, en conflicto con el derecho de éstos a disponer de sus instrumentos de trabajo y de crédito.
    Una vez suprimidos el ejército permanente y la policía, que eran los elementos de la fuerza física del antiguo gobierno, la Comuna se dispuso a destruir la fuerza ideológica de represión. El 2 de abril se decretó la separación de la Iglesia y el Estado y la supresión del presupuesto estatal para fines religiosos, además de la expropiación de todas las iglesias como corporaciones poseedoras, nacionalizando todos sus bienes. Los curas fueron devueltos al retiro de la vida privada, a vivir de las limosnas de los fieles. El día 8 de ese mismo mes se decretó la eliminación de todo símbolo religioso, imagen, dogma u oración de las escuelas y se prohibió la enseñanza religiosa. Con este ánimo se abrieron las primeras escuelas profesionales y se desplegó una gran labor de organización de bibliotecas y salas de lectura. Así todas las instituciones de enseñanza fueron abiertas gratuitamente al pueblo, de manera obligatoria y, al mismo tiempo, emancipadas de toda intromisión de la Iglesia y del Estado. De este modo, no sólo se ponía la enseñanza al alcance de todos, sino que la propia ciencia se eximía de las trabas a que la tenían sujeta los prejuicios de clase y el poder del Estado.
    El carácter clasista del movimiento de París, que se había relegado a segundo plano por la lucha contra los invasores extranjeros, resalta particularmente desde el 18 de marzo en adelante. Como los miembros de la Comuna eran todos, salvo pequeñas excepciones, obreros o representantes reconocidos de los obreros, sus medidas se distinguieron por un carácter acentuadamente proletario. Una parte de sus decretos eran reformas que la burguesía republicana no se había atrevido a implantar y que proyectaban los cimientos imprescindibles para la libre acción de la clase obrera, como, por ejemplo, el establecimiento del principio de que, con respecto al Estado, la religión es un asunto de incumbencia puramente privada. Otras medidas iban orientadas a salvaguardar directamente los intereses de la clase obrera, y abrían profundas brechas en el viejo orden social. Sin embargo en una ciudad sitiada lo más que se podía alcanzar era un comienzo de desarrollo de todas estas medidas. Desde los primeros días de mayo, la lucha contra las tropas levantadas por el gobierno de Thiers, absorbió todas las energías.
    La Comuna se había organizado en 10 comisiones, que venían a sustituir los ministerios: Comisión de Finanzas, Comisión de Trabajo, Comisión de Justicia, entre otras. Se intenta coordinar un nuevo modelo político, en el que todos los poderes son de procedencia directamente popular. La comuna estaba integrada por una mayoría blanquista y una serie de grupos afiliados a la Internacional de los Trabajadores, entre los cuales prevalecían los proudhonianos. Engels explica que, en aquellos momentos, la mayoría de los blanquistas solo eran socialistas por instinto revolucionario y proletario y que solo unos pocos tenían mayor claridad de principios. Por ello la Comuna dejó de hacer cosas que, en el terreno económico, debió realizar. Fue un grave error tanto económico como político, no expropiar las riquezas del Banco de Francia, aún en los momentos en que hubo gran necesidad de dinero. Esto permitió a los empleados del banco facilitar, en secreto, dinero al gobierno contrarrevolucionario de Thiers. Además, perdieron un poderoso instrumento político, pues si se hubieran apoderado del banco, toda la burguesía francesa hubiera presionado al gobierno de Versalles a negociar la paz con la Comuna. Cabe a los proudhonianos la principal responsabilidad por los decretos económicos que se hicieron, tanto meritorios como defectuosos; a los blanquistas les atañe la responsabilidad por los actos y omisiones `políticas. A pesar de los errores, son notables los aciertos de muchas de las cosas que hicieron pues el curso de los acontecimientos los hizo apartarse de sus respectivas doctrinas.
    Para la fecha, la gran industria había alcanzado en Francia tal desarrollo, que, sin duda, el decreto más importante de la Comuna fue el de disponer, no solo la organización de la gran industria e incluso la manufactura por las asociaciones de obreros dentro de fábricas y talleres, sino en unificar estas pequeñas asociaciones en una gran Unión; organización que, según Marx, conduciría en última instancia al comunismo, antítesis del proudhonismo, que repudiaba positivamente toda asociación. En cuanto a los blanquistas, estos partían de la idea de la centralización dictatorial de todos los poderes en manos de un gobierno revolucionario. Mas, en la práctica, al enfrentarse al viejo poder centralizado, la mayoría blanquista abogó por la creación de una Federación libre de todas las Comunas de Francia.
    La Comuna hizo realidad la falsa promesa de las revoluciones anteriores, el establecimiento de “un gobierno barato”, al destruir las dos grandes fuentes de gastos: el ejército permanente y la burocracia del Estado. La Comuna dotó a la república de una base de instituciones realmente democráticas. Pero, ni el gobierno barato, ni la “verdadera república” constituían su meta final. Esta es definida por Marx de la siguiente manera: “La Comuna era, esencialmente, un gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, la forma política al fin descubierta para llevar a cabo dentro de ella la emancipación económica del trabajo”.
    La dominación política por parte de los productores, es incompatible con la esclavitud social. La Comuna debía de ser el instrumento capaz de transformar los cimientos económicos sobre los que descansa la dominación de clase. Se proponía abolir la propiedad privada capitalista, expropiando a los expropiadores y transformando los medios de producción, la tierra y el capital, que son los principales mecanismos de explotación capitalista, en simples medios del trabajo libre y asociado. Esta fue la primera revolución, en que la clase obrera fue abiertamente reconocida como la única capaz de iniciativa social, incluso por las clases medias, que habían abrazado la causa del proletariado al hallarse en constante zozobra ante la centralización acelerada de los grandes capitales. También redimiría al campesinado, canjeando a los que antes habían sido sus explotadores por simples empleados, elegidos por él y responsables ante él mismo. Además detendría el proceso de expropiación y deuda hipotecaria que crecía ante el impotente campesino, producto de la competencia agrícola capitalista.
    La Comuna representaba verdaderamente a la mayoría de los elementos de la sociedad, por lo que constituía un auténtico gobierno nacional. Pero a su vez, en tanto vanguardia de la emancipación de la clase trabajadora, tenía un marcado matiz internacional. El 30 de marzo había confirmado los cargos de varios extranjeros elegidos para la Comuna. El 12 de abril acordó echar abajo la Columna de Vendome por ser considerada un símbolo chovinista e incitador del odio entre las naciones. Tomó como símbolo, además la bandera roja, emblema de la República del Trabajo, pues “la bandera de la Comuna debía ser la bandera de la República Mundial”.
    De los múltiples decretos del gobierno de la Comuna, a pesar de que ser expresiones prácticas de la revolución, ninguno de ellos corresponde a las necesidades del momento: ni extensión ni defensa de la revolución. Una de estas debilidades, fue su indecisión a la hora de ejercer la violencia revolucionaria para asegurar su propia existencia. En su aversión por la guerra civil que irremediablemente se cernía sobre París, el Comité Central de la Guardia Nacional conservó una postura meramente defensiva, a pesar de las provocaciones del gobierno burgués. Tras la proclamación de la Comuna no se organizó la marcha sobre Versalles, permitiendo a Thiers movilizar las fuerzas contrarrevolucionarias. A pesar de que se había dictado una orden de rehenes y fusilamientos, esta no entró en vigor pues los delegados se detuvieron, vacilantes, ante el principio burgués del respeto al derecho y la libertad. Solo en los últimos días, algunos delegados blanquistas fueron verdaderamente consecuentes con la necesidad de la revolución y se enfrentaron al prejuicio de la libertad burguesa descrita por el propio Blanqui (que durante los hechos de la Comuna se encontraba preso y que más tarde Marx llegó a considerar el líder indispensable del que esta careció) con las siguientes palabras: “La libertad que aboga contra el comunismo, ya la conocemos, es la libertad de avasallar, la libertad de explotar al máximo, la libertad de las grandes existencias, (…) con las multitudes por estribo. Esa libertad el pueblo la llama opresión y crimen. Ya no quiere nutrirla con su carne y su sangre”. Otro graso error fue el del Banco de Francia. Además, los dirigentes de la Comuna no comprendían la importancia que tenía la alianza con los campesinos. El heroísmo de la Comuna no puede ocultar el error político de intentar un gobierno obrero aislado en una Europa burguesa y noble, sin tomar medidas fuertes para expandir su influencia. Además, alzado el proceso revolucionario, aun sin perspectiva de victoria, no se puede dar marcha atrás y ponerse a discutir sobre su carácter correcto o no. Se trataba de actuar de manera consecuente, aplastando la asamblea burguesa y tomando, entre otras medidas, el control de la banca. Los blanquistas y proudhonianos que dirigieron la insurrección se mostraron vacilantes y no aprovecharon todas las ventajas de la situación.
    La Comuna existió un total de 72 días. Desde el 2 de abril las tropas de Versalles habían comenzado a atacar París, con el apoyo de la reacción alemana. Bismarck puso a disposición de Thiers los soldados franceses prisioneros de Prusia. En contraste con la actitud pacífica de la Comuna, tan solo en su última semana de vida, la contrarrevolución fusiló cerca de 300 mil parisinos, incluyendo mujeres y niños.
    La repercusión de la Comuna fue enorme. En muchos países se culpó a la Internacional y las organizaciones obreras fueron perseguidas y duramente reprimidas, por ser consideradas enemigas de la paz pública. Los bakuninistas la habían hecho suya por algunas similitudes con el anarquismo, como su carácter espontáneo, el régimen de autogestión en las fábricas y la autonomía de la Comuna con respecto a cualquier poder político exterior. Por otra Parte Marx la consideraba el modelo recién descubierto de la dictadura del proletariado. Esto fomentó la oposición entre anarquistas y comunistas que llevó a la disolución de la I Internacional.
    En la actividad de la Comuna se vieron reflejados tanto los puntos fuertes como los flacos del movimiento obrero mundial. Su principal importancia consistió en que, a pesar de la postura de los bakuninistas, fue el primer experimento de dictadura del proletariado en la historia. Este movimiento revolucionario de masas, aunque no logró su objetivo, constituyó una experiencia histórica de trascendental importancia, un paso práctico que valió más que cualquier programa político o razonamiento. Basándose en esta experiencia Marx pudo comprobar sus teorías sobre la revolución social y plantearse la tarea de sacar las enseñanzas pertinentes para su desarrollo. Si bien la revolución del 48 había demostrado, la necesidad de demoler la antigua máquina estatal para alcanzar la victoria de la revolución socialista, en el 71, la Comuna fue más lejos, no solo destruyó el Estado burgués, sino que se erigió como una organización estatal nueva, sin precedentes. Sus medidas socioeconómicas, siguieron, casi espontáneamente, líneas socialistas, lo que demostró en la práctica la teoría marxista de la lucha de clases como determinación política de la revolución social. Sobre la importancia histórica de esta experiencia, Marx escribió: “Los principios de la Comuna son eternos, indestructibles. Una y otra vez volverán a proclamarse, mientras la clase obrera no haya logrado su emancipación”.








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    Mensaje por JoseKRK Miér Oct 24, 2018 11:33 pm

    Muy buen relato, resumen y análisis, camarada. Muchas gracias por traerlo aquí y ponerlo a disposición de quienes visitemos el foro.

    La Comuna de París fue el primer acto del Proletariado como clase revolucionaria, como clase social que empezaba los rudimentos de la conciencia de clase para sí. Como muy bien reflejas, adoleció de la brillantez y de las deficiencias del pionero y dio, en una mezcla dialéctica de espontaneidad y de dirección (semi) consciente, con la base de la forma del Nuevo Poder, del estado de Nuevo Tipo, del Estado-Comuna que permite, siguiendo una correcta gestión de la lucha de clase proletaria, su extinción como forma de Estado en la larga etapa socialista de la revolución social.

    Interesante tratar de encontrar en ella, como también en el propio Ciclo Revolucionario de Octubre, la impronta del entrelazamiento de las influencias burguesas y proletarias y cómo la contradicción entre ellas, internas en el seno del movimiento revolucionario proletario y del propio sujeto social revolucionario (muy marcadas en esas dos etapas infantil y de juventud del proletariado como clase revolucionaria), dejó su marca en el propio desarrollo y desenlace de ambos ejemplos históricos de la práctica revolucionaria del proletariado. Son las contradicciones internas de cada proceso material social las que determinan en buena medida su desarrollo, según el grado de concienca de ellas por parte del sujeto revolucionario y su experiencia y pericia a la hora de resolverlas a favor de la línea proletaria. El papel del sujeto es fundamental, es la piedra angular de toda revolución social.
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    Mensaje por arcabreque Jue Oct 25, 2018 8:49 pm

    Si JoseKRK, una de las experiencias históricas de la práctica revolucionaria que más valoro y admiro es la de la Comuna. En ella se encuentra la primera confirmación práctica de que la teoría marxista era certera en sus fundamentos sobre la revolución social y sienta nuevas pautas para las experiencias posteriores. Desde que tuve conocimiento de la Comuna siempre me pareció que mientras esta careció de elementos que si tuvo la revolución de octubre (sobre todo relacionados con lo referente al grado de conciencia del papel activo del sujeto revolucionario, el nivel de organización de su vanguardia y la aplicación de la violencia revolucionaria) la revolución de Octubre pudo haber bebido mucho más de lo que lo hizo de la experiencia de la Comuna, una formación de Estado de nuevo tipo más similar al semiestado de la Comuna hubiera sido fundamental para evitar el proceso de verticalización y burocratización que sufrió el Estado soviético. Claro está que la Rusia de la época tenía sus particularidades y aunque Lenin supo adaptar muy bien la experiencia de la comuna al contexto ruso entendiendo la imposibilidad de este tipo de Estado sin una vanguardia organizada, (aún las medidas más contradictorias fueron tomadas en función de poder crear condiciones más favorables para un Estado de esta clase), el sujeto revolucionario no era el individuo Lenin. Pero bueno con Stalin cambiaron las cosas y la "vanguardia organizada" acabó transformándose en burocracia, y el proyectado Estado horizontal soviético (más similar al Comunal) terminó transformándose en una estructura de poder vertical que se dirigía de arriba a abajo. Es precisamente de los esfuerzos de la Comuna para garantizar la conservación de su Estado de nuevo tipo y su horizontalidad de modo que fuese siervo y no señor de la sociedad, que se pueden tomar las mejores lecciones para rectificar aquello que fue uno de los principales problemas de la experiencia soviética.
    Es siempre un placer conversar contigo camarada.

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