Los ricos contra Trump y Coca-Cola contra el Pato Donald
artículo de Jon E. Illescas - febrero de 2017
tomado de la web de la revista El Viejo Topo
en el Foro en 2 mensajes
La élite del capital en mediática disputa
Al parecer, nadie que merezca el respeto de los respetables apoya a Trump. O eso dicen. Incluso es conocido que antes de su victoria electoral, el mismísimo George W. Bush., otrora paradigma del conservadurismo global, se posicionó contra el sufrido oligarca.1 También durante la campaña, el pobre multimillonario padeció el acoso de la mayoría de los medios masivos.2 Incluso una vez electo presidente, el septuagenario y mediático líder de la nueva derecha “nacionalista-internacional” encontró una inesperada y “temible” adversaria: Madonna, que auguró a la plebe que la adora una revolución “del amor” (es decir, sin expropiaciones).3 Por si fuera poco tener de enemiga a la menos virgen de todas las célebres damiselas de la siempre inmaculada industria del pop, ahora a Trump le ha surgido un nuevo problema con mediáticas curvas: Katy Perry. Así es, porque la también cantante, poseedora de la cuenta con más seguidores de Twitter, no deja de ensañarse con el Tío Gilito de la política mundial.4
Poco importa que la señorita Perry grabara un videoclip propagandístico para el Pentágono con el asesoramiento de los Marines para nutrir de mujeres sus filas o que hiciera diversos conciertos para ayudar a su ejército en sus imperialistas aventuras allende los mares.5 Ahora Perry está “concienciadísima” de querer proteger a los más débiles.6 La multimillonaria estrella del pop ha sido una convencida demócrata de toda la vida, es decir, desde que Obama ganó el Nobel de la Paz y prometió sin cumplir cerrar Guantánamo para siempre. Barak, por su parte, siendo presidente, animaba a los jóvenes a ir a los conciertos de su archiconocida amiga.7
Pero hasta con el primer presidente mulato en retirada de La Casa Blanca, Perry siguió fiel a los candidatos demócratas y no le guardó ningún rencor a Hillary Clinton, su otrora adversaria, a la que apoyó decididamente desde el inicio de su segunda intentona presidencial. Tanto cuando se enfrentó al izquierdista Bernie Sanders por la candidatura demócrata como cuando más tarde tuvo que vérselas con el victorioso vaquero republicano, agente Trump: Donald Trump. En su militancia, Perry, pese a tener unos padres ultraconservadores,8 llegó a grabar un vídeo semidesnuda a favor de Clinton y a prometerle una canción electoral.9 Pero nada de eso bastó para que la mujer de George pudiese continuar con el legado político de Barak: en otras palabras: la política Coca-Cola.
¿Pero en qué consiste esta chispeante y gaseosa praxis política? La política Coca-Cola es el soft power de Joseph Nye o la publicidad corporativa de siempre, que ni la descubrió Naomi Klein con No Logo ni Philip Knight con Nike, sino los asesores de Rockefeller en 1914 (tras una masacre obrera a manos de sicarios del empresario), derramada en la arena política.10 En bruto: a Dios rogando y con el mazo dando. Como Coca-Cola, sirviendo con su mano izquierda anuncios de relajada gente guapa y “enrollada” sonriendo en la playa mientras con la diestra deja a cientos de trabajadores sin empleo, aplasta la disidencia sindical o desobedece sentencias judiciales.11 La praxis Coca-Cola se basa en cometer las mismas fechorías capitalistas e imperialistas de siempre, pero con un halo de santidad “cool” que les hace parecer justo lo contrario de lo que son.
Para los convencidos de esta política del marketing (no, no hablamos de la mayoría de dirigentes de Podemos), Obama, por ser “negro”, era mejor y menos racista que sus predecesores, pese a que expulsó a más inmigrantes que todos los presidentes blancos anteriores.12 Hillary, por el mero hecho de ser mujer (siguiendo el absurdo prisma del posmodernismo todavía hegemónico en la izquierda), debería ser más moderna y sensible que cualquier hombre, pese a que en sus tiempos de Secretaria de Estado se alegraba de un modo ciertamente nada “maternal” del asesinato de sus enemigos políticos.13
Como aventuró Terry Eagleton hace casi veinte años y como ha confirmado recientemente Slavoj Zizek,14 hemos llegado a un punto en el capitalismo que ya ni siquiera es necesario, o cada vez resulta más prescindible, el hecho de otorgarle un rostro humano al fascismo que requiere cualquier sociedad de clases. En este sentido, Trump constituye el principio del fin de la moral pública en la política de masas controladas mediáticamente. Y no puede ser de otro modo viniendo de un hombre que, henchido en un mitin televisado, anunció su apoyo a las torturas en los interrogatorios: “¿Qué si apoyo los ahogamientos simulados? Te puedes apostar el culo a que sí”.15
El patoso Donald, hipercaricaturizado por la prensa “seria”, con su pose de John Wayne, es el inicio del fin de la política Coca-Cola. Es el ocaso del soft power de negros y mujeres travestidos, la extinción de las miradas cándidas y los hollywoodienses discursos para justificar lo injustificable. Trump es, por fin, el soñado héroe mediático del trabajador totalmente alienado por el discurso de aquellos que le oprimen. El presidente estadounidense es como aquel “héroe” de violentas películas de acción que tras masacrar a “los malos”, mientras le contemplan temerosos y moribundos, todavía es capaz de mofarse de ellos con sus propios chascarrillos.
En realidad, Donald Trump y sus mediáticos enemigos no son sino diferentes partes de la élite de la clase dirigente en disputa por controlar la superestructura capitalista actual. Donald y los nuevos protofascistas electos de derecha son los renovados rostros que necesita la lógica del capital en esta época de recortes sin recuperaciones. En este tiempo de capital mundializado y trabajadores nacionales enfrentados, de jornadas extenuantes pese a la robotización acelerada y el paro estructural, de necesarios chivos expiatorios a los que cargar la ira de los aplastados (siempre los otros: los no americanos, los inmigrantes, los musulmanes, etc.). El capital actual necesita a Trump y sus acólitos del mismo modo que el gran capital alemán se sirvió de Hitler poco antes de la II Guerra Mundial en un contexto de crisis económica con inquietantes similitudes con la actual.
Frente al supuesto Pato Donald de la política internacional, Madonna, Katy Perry y el clan Clinton son parte de una élite predestinada a la desaparición por ser disfuncionales para contener las contradicciones sociales que genera el capital hoy día. Por eso serán barridos por los vientos de la historia, del mismo modo que en un futuro no muy lejano, la actual izquierda será expulsada del mapa por ser francamente incapaz de unir y soliviantar a aquellos que son los únicos que pueden revertir la presente situación de creciente barbarie sociopolítica internacional: los trabajadores.
Aquellos a los que todavía no se les oye debido a lo fuerte que resuenan los altavoces de los de siempre en sus taponados y atolondrados oídos. Pero en algún momento se acabará la música de unos y empezará la de otros, del mismo modo que se acabó la de Coca-Cola/Obama/Perry en la política y llegarán las de las nuevas y burbujeantes estrellas protofascistas del pop que apoyarán a Trump. Así las cosas, hay que entender que el gran pecado que la élite “ilustrada” del capital no le perdona a Trump no es que sea racista, chauvinista o imperialista, sino que se está cagando (y disculpen la palabra) sobre el soft power que la industria cultural junto con el gobierno estadounidense cultivaron durante décadas desde el fin de la II Guerra Mundial para garantizar su hegemonía como potencia mundial. Trump y la nueva élite que lo apoya, están destruyendo su obra en cientos de artículos, libros, series de TV, películas, videojuegos o videoclips. Tanta diplomacia cultural, tantos cerebros engullidos, para que ahora venga alguien tan tosco a aguar la fiesta.
•••Fin del mensaje nº 1
artículo de Jon E. Illescas - febrero de 2017
tomado de la web de la revista El Viejo Topo
en el Foro en 2 mensajes
La élite del capital en mediática disputa
Al parecer, nadie que merezca el respeto de los respetables apoya a Trump. O eso dicen. Incluso es conocido que antes de su victoria electoral, el mismísimo George W. Bush., otrora paradigma del conservadurismo global, se posicionó contra el sufrido oligarca.1 También durante la campaña, el pobre multimillonario padeció el acoso de la mayoría de los medios masivos.2 Incluso una vez electo presidente, el septuagenario y mediático líder de la nueva derecha “nacionalista-internacional” encontró una inesperada y “temible” adversaria: Madonna, que auguró a la plebe que la adora una revolución “del amor” (es decir, sin expropiaciones).3 Por si fuera poco tener de enemiga a la menos virgen de todas las célebres damiselas de la siempre inmaculada industria del pop, ahora a Trump le ha surgido un nuevo problema con mediáticas curvas: Katy Perry. Así es, porque la también cantante, poseedora de la cuenta con más seguidores de Twitter, no deja de ensañarse con el Tío Gilito de la política mundial.4
Poco importa que la señorita Perry grabara un videoclip propagandístico para el Pentágono con el asesoramiento de los Marines para nutrir de mujeres sus filas o que hiciera diversos conciertos para ayudar a su ejército en sus imperialistas aventuras allende los mares.5 Ahora Perry está “concienciadísima” de querer proteger a los más débiles.6 La multimillonaria estrella del pop ha sido una convencida demócrata de toda la vida, es decir, desde que Obama ganó el Nobel de la Paz y prometió sin cumplir cerrar Guantánamo para siempre. Barak, por su parte, siendo presidente, animaba a los jóvenes a ir a los conciertos de su archiconocida amiga.7
Pero hasta con el primer presidente mulato en retirada de La Casa Blanca, Perry siguió fiel a los candidatos demócratas y no le guardó ningún rencor a Hillary Clinton, su otrora adversaria, a la que apoyó decididamente desde el inicio de su segunda intentona presidencial. Tanto cuando se enfrentó al izquierdista Bernie Sanders por la candidatura demócrata como cuando más tarde tuvo que vérselas con el victorioso vaquero republicano, agente Trump: Donald Trump. En su militancia, Perry, pese a tener unos padres ultraconservadores,8 llegó a grabar un vídeo semidesnuda a favor de Clinton y a prometerle una canción electoral.9 Pero nada de eso bastó para que la mujer de George pudiese continuar con el legado político de Barak: en otras palabras: la política Coca-Cola.
¿Pero en qué consiste esta chispeante y gaseosa praxis política? La política Coca-Cola es el soft power de Joseph Nye o la publicidad corporativa de siempre, que ni la descubrió Naomi Klein con No Logo ni Philip Knight con Nike, sino los asesores de Rockefeller en 1914 (tras una masacre obrera a manos de sicarios del empresario), derramada en la arena política.10 En bruto: a Dios rogando y con el mazo dando. Como Coca-Cola, sirviendo con su mano izquierda anuncios de relajada gente guapa y “enrollada” sonriendo en la playa mientras con la diestra deja a cientos de trabajadores sin empleo, aplasta la disidencia sindical o desobedece sentencias judiciales.11 La praxis Coca-Cola se basa en cometer las mismas fechorías capitalistas e imperialistas de siempre, pero con un halo de santidad “cool” que les hace parecer justo lo contrario de lo que son.
Para los convencidos de esta política del marketing (no, no hablamos de la mayoría de dirigentes de Podemos), Obama, por ser “negro”, era mejor y menos racista que sus predecesores, pese a que expulsó a más inmigrantes que todos los presidentes blancos anteriores.12 Hillary, por el mero hecho de ser mujer (siguiendo el absurdo prisma del posmodernismo todavía hegemónico en la izquierda), debería ser más moderna y sensible que cualquier hombre, pese a que en sus tiempos de Secretaria de Estado se alegraba de un modo ciertamente nada “maternal” del asesinato de sus enemigos políticos.13
Como aventuró Terry Eagleton hace casi veinte años y como ha confirmado recientemente Slavoj Zizek,14 hemos llegado a un punto en el capitalismo que ya ni siquiera es necesario, o cada vez resulta más prescindible, el hecho de otorgarle un rostro humano al fascismo que requiere cualquier sociedad de clases. En este sentido, Trump constituye el principio del fin de la moral pública en la política de masas controladas mediáticamente. Y no puede ser de otro modo viniendo de un hombre que, henchido en un mitin televisado, anunció su apoyo a las torturas en los interrogatorios: “¿Qué si apoyo los ahogamientos simulados? Te puedes apostar el culo a que sí”.15
El patoso Donald, hipercaricaturizado por la prensa “seria”, con su pose de John Wayne, es el inicio del fin de la política Coca-Cola. Es el ocaso del soft power de negros y mujeres travestidos, la extinción de las miradas cándidas y los hollywoodienses discursos para justificar lo injustificable. Trump es, por fin, el soñado héroe mediático del trabajador totalmente alienado por el discurso de aquellos que le oprimen. El presidente estadounidense es como aquel “héroe” de violentas películas de acción que tras masacrar a “los malos”, mientras le contemplan temerosos y moribundos, todavía es capaz de mofarse de ellos con sus propios chascarrillos.
En realidad, Donald Trump y sus mediáticos enemigos no son sino diferentes partes de la élite de la clase dirigente en disputa por controlar la superestructura capitalista actual. Donald y los nuevos protofascistas electos de derecha son los renovados rostros que necesita la lógica del capital en esta época de recortes sin recuperaciones. En este tiempo de capital mundializado y trabajadores nacionales enfrentados, de jornadas extenuantes pese a la robotización acelerada y el paro estructural, de necesarios chivos expiatorios a los que cargar la ira de los aplastados (siempre los otros: los no americanos, los inmigrantes, los musulmanes, etc.). El capital actual necesita a Trump y sus acólitos del mismo modo que el gran capital alemán se sirvió de Hitler poco antes de la II Guerra Mundial en un contexto de crisis económica con inquietantes similitudes con la actual.
Frente al supuesto Pato Donald de la política internacional, Madonna, Katy Perry y el clan Clinton son parte de una élite predestinada a la desaparición por ser disfuncionales para contener las contradicciones sociales que genera el capital hoy día. Por eso serán barridos por los vientos de la historia, del mismo modo que en un futuro no muy lejano, la actual izquierda será expulsada del mapa por ser francamente incapaz de unir y soliviantar a aquellos que son los únicos que pueden revertir la presente situación de creciente barbarie sociopolítica internacional: los trabajadores.
Aquellos a los que todavía no se les oye debido a lo fuerte que resuenan los altavoces de los de siempre en sus taponados y atolondrados oídos. Pero en algún momento se acabará la música de unos y empezará la de otros, del mismo modo que se acabó la de Coca-Cola/Obama/Perry en la política y llegarán las de las nuevas y burbujeantes estrellas protofascistas del pop que apoyarán a Trump. Así las cosas, hay que entender que el gran pecado que la élite “ilustrada” del capital no le perdona a Trump no es que sea racista, chauvinista o imperialista, sino que se está cagando (y disculpen la palabra) sobre el soft power que la industria cultural junto con el gobierno estadounidense cultivaron durante décadas desde el fin de la II Guerra Mundial para garantizar su hegemonía como potencia mundial. Trump y la nueva élite que lo apoya, están destruyendo su obra en cientos de artículos, libros, series de TV, películas, videojuegos o videoclips. Tanta diplomacia cultural, tantos cerebros engullidos, para que ahora venga alguien tan tosco a aguar la fiesta.
•••Fin del mensaje nº 1