Una noticia del "Faro de Vigo" que, por lo menos, narra más de lo que miente...
Para algunos futbolistas el sueño de sus vidas es jugar en la selección, para otros llegar a un Mundial, los hay que supiran toda una vida por un gol y quienes no se sienten felices por completo hasta que levantan la copa que distingue a los campeones. Para Jong Tae-Se la culminación de su vida era escuchar el himno de Corea del Norte en un campeonato del mundo. Por eso, a la tercera nota, rompió a llorar como un crío para ofrecerle a las televisiones una de las grandes imágenes de este Mundial tan triste y rácano que nos está tocando vivir.
Pocos futbolitas de los que este mes se reúnen en Sudáfrica pueden ofrecer una vida tan intensa como la de este japonés de nacimiento, pero norcoreano de corazón. Vio la luz en Nagoya hace 24 años en el seno de una familia formada por dos emigrados surcoreanos. Creció bajo la severa influencia ideológica de su madre, comunista convencida, que decidió que su hijo se educase de acuerdo a las costumbres y creencias norcoreanas jurando lealtad eterna a Kim Jong II. Los centros que controla la comunidad "zainichi" (formada por más de medio millón de coreanos en Japón) fueron su hábitat durante su periodo formativo y eso le dejó marcado para siempre. Jong Tae-Se estalló como futbolista durante su periodo universitario. En ese tiempo fue testigo por la televisión de la dramática eliminación de Corea del Norte en las eliminatorias para el Mundial de Alemania de 2006. Fue en un partido ante Japón resuelto en los últimos minutos. Ese día, mientras observaba el llanto de quienes consideraba sus hermanos, tomó la decisión de jugar para la selección de Corea del Norte y rechazar cualquier ofrecimiento que le llegase tanto de Japón como de Corea del Sur.
Jong Tae-Se, convertido en un prometedor jugador del Kawasaki Frontale, renunció entonces a la nacionalidad sucoreana y trató de conseguir como fuese el pasaporte de Corea del Norte algo que resultó demasiado complicado dadas las tensas relaciones entre las dos Coreas. Al final la presión de determinados grupos y asociaciones instaladas en Japón consiguieron su objetivo, no sin polémica, ya que la propia FIFA ha dejado entrever en alguna ocasión que su situación resulta un tanto "confusa". La cuestión es que le permitieron jugar con su deseada Corea del Norte y Jong Tae-Se se convirtió en el único futbolista de la selección que no procede de la liga local. Su llegada al equipo nacional fue como una bendición: cuatro goles a Mongolia y otros cuatro a Macao. Fue el prólogo de una fase de clasificación que acabó con el ansiado pase al Mundial de Sudáfrica.
Dentro del equipo Tae-Se –al que se conoce como el "Rooney de Corea" o el "Rooney del pueblo" por su fortaleza física– es un tipo diferente ya que al contrario que sus compañeros disfruta de los lujos que supone jugar y vivir en Japón. Mientras el resto de la selección no tiene ipod, ni viste marcas caras de ropa, ni tiene un deportivo esperándoles en el garaje, él lleva una vida desahogada como corresponde a un prometedor futbolista dentro de un campeonato bien dotado económicamente como el japonés. Pero el martes, alineado frente a la bandera de Corea del Norte, se sintió un privilegiado simplemente porque tocaban en su honor el himno de su país. Había alcanzado un sueño por el que casi nadie apostaba. Por eso lloró como un bendito para regocijo de los realizadores de televisión.
Para algunos futbolistas el sueño de sus vidas es jugar en la selección, para otros llegar a un Mundial, los hay que supiran toda una vida por un gol y quienes no se sienten felices por completo hasta que levantan la copa que distingue a los campeones. Para Jong Tae-Se la culminación de su vida era escuchar el himno de Corea del Norte en un campeonato del mundo. Por eso, a la tercera nota, rompió a llorar como un crío para ofrecerle a las televisiones una de las grandes imágenes de este Mundial tan triste y rácano que nos está tocando vivir.
Pocos futbolitas de los que este mes se reúnen en Sudáfrica pueden ofrecer una vida tan intensa como la de este japonés de nacimiento, pero norcoreano de corazón. Vio la luz en Nagoya hace 24 años en el seno de una familia formada por dos emigrados surcoreanos. Creció bajo la severa influencia ideológica de su madre, comunista convencida, que decidió que su hijo se educase de acuerdo a las costumbres y creencias norcoreanas jurando lealtad eterna a Kim Jong II. Los centros que controla la comunidad "zainichi" (formada por más de medio millón de coreanos en Japón) fueron su hábitat durante su periodo formativo y eso le dejó marcado para siempre. Jong Tae-Se estalló como futbolista durante su periodo universitario. En ese tiempo fue testigo por la televisión de la dramática eliminación de Corea del Norte en las eliminatorias para el Mundial de Alemania de 2006. Fue en un partido ante Japón resuelto en los últimos minutos. Ese día, mientras observaba el llanto de quienes consideraba sus hermanos, tomó la decisión de jugar para la selección de Corea del Norte y rechazar cualquier ofrecimiento que le llegase tanto de Japón como de Corea del Sur.
Jong Tae-Se, convertido en un prometedor jugador del Kawasaki Frontale, renunció entonces a la nacionalidad sucoreana y trató de conseguir como fuese el pasaporte de Corea del Norte algo que resultó demasiado complicado dadas las tensas relaciones entre las dos Coreas. Al final la presión de determinados grupos y asociaciones instaladas en Japón consiguieron su objetivo, no sin polémica, ya que la propia FIFA ha dejado entrever en alguna ocasión que su situación resulta un tanto "confusa". La cuestión es que le permitieron jugar con su deseada Corea del Norte y Jong Tae-Se se convirtió en el único futbolista de la selección que no procede de la liga local. Su llegada al equipo nacional fue como una bendición: cuatro goles a Mongolia y otros cuatro a Macao. Fue el prólogo de una fase de clasificación que acabó con el ansiado pase al Mundial de Sudáfrica.
Dentro del equipo Tae-Se –al que se conoce como el "Rooney de Corea" o el "Rooney del pueblo" por su fortaleza física– es un tipo diferente ya que al contrario que sus compañeros disfruta de los lujos que supone jugar y vivir en Japón. Mientras el resto de la selección no tiene ipod, ni viste marcas caras de ropa, ni tiene un deportivo esperándoles en el garaje, él lleva una vida desahogada como corresponde a un prometedor futbolista dentro de un campeonato bien dotado económicamente como el japonés. Pero el martes, alineado frente a la bandera de Corea del Norte, se sintió un privilegiado simplemente porque tocaban en su honor el himno de su país. Había alcanzado un sueño por el que casi nadie apostaba. Por eso lloró como un bendito para regocijo de los realizadores de televisión.