El coronavirus: un arma de guerra biológica
Vicky Peláez
fuente: sputniknews
publicado por El Sudamericano en febrero de 2020
Cuestiones llamativas sobre el virus
Miles de artículos sobre el nuevo coronavirus de Wuhan, China, han sido publicados desde finales de enero de 2020 provocando alarma mundial a medida que aumentaban las fatalidades y casos de contagio en 26 países.
La creencia de que el virus fue contagiado en un mercado de productos exóticos del mar o animales fue rechazada por la Organización Mundial de Salud y ahora muchos científicos de prestigio internacional han lanzado la idea que el virus fue el resultado de la bioingeniería.
El creador de Ley contra el terrorismo y armas biológicas de 1989, Francis Boyle, fue más explícito en su conclusión declarando que “2019 Wuhan Coronavirus es un arma ofensiva de guerra biológica”. Boyle, que es especialista en la ley internacional de la Universidad de Illinois, afirmó durante una exclusiva entrevista con Geopolitics and Empire que “la Organización Mundial de Salud (OMS) sabe perfectamente qué es lo que está pasando en Wuhan”.
Por supuesto, los medios de comunicación globalizados ignoraron esta información pues se hallan envueltos en su campaña anti-China siguiendo las pautas del Departamento de Estado interesado en sacar ventajas económicas de la tragedia que vivía el pueblo de este país azotado por el coronavirus 2019-nCoV.
Resulta que precisamente en Wuhan, donde viven 12 millones de personas, está funcionando uno de los más sofisticados laboratorios biológicos del máximo nivel de bioseguridad 4, Wuhan BSL-4, perteneciente al Instituto de Virología de Wuhan, que experimenta con agentes biológicos que representan un alto riesgo individual de contagio.
Este laboratorio trabaja con los patógenos más peligrosos del mundo, incluyendo varios coronavirus, como SARS-CoV (Síndrome Respiratorio Agudo y Grave), MERS-CoV (Síndrome Respiratorio del Medio Oriente) y muchos otros tipos de virus bajo la supervisión no solo del Gobierno chino sino de la misma OMS.
El laboratorio BSL-4 fue puesto en funcionamiento después de la epidemia SARS en 2003 que ocasionó 750 muertes y 8.000 personas resultaron infectadas, llegando el índice de muerte al 10%. Según las publicaciones Natural Research Journal, The Lancet Infectious Diseases, y Journal of Medical Virology, el laboratorio de Wuhan se convirtió con el tiempo en un lugar preferido de los virólogos de todo el mundo y en especial, de EE.UU., Canadá y el Reino Unido debido a su clima húmedo y caliente que representa condiciones ideales para el desarrollo natural de los más peligrosos patógenos y la existencia de una naturaleza llena de animales e insectos exóticos.
De acuerdo con la publicación rusa Svobodnaya Pressa, el coronavirus 2019-nCoV fue conocido por primera vez en 1965, pero recién en 2015 el Departamento de Justicia de EE.UU., otorgó la patente № 10130701 para este virus al Instituto de Pirbright (Reino Unido), especializado en prevenir y controlar enfermedades transmitidas de animales al hombre.
El patógeno chino QX descubierto en la mitad de los 90 del siglo pasado fue tomado como base para el coronavirus 2019-nCoV. Al convertirse China en el lugar preferido de los virólogos europeos, canadienses y estadounidenses debido a sus avances en la investigación de las enfermedades contagiosas y la creación de las vacunas para prevenir y combatirlas, la OMS autorizó la transferencia de la patente del 2019-nCoV al laboratorio de Wuhan BSL-4.
De allí podemos deducir que no solamente los científicos chinos tenían acceso a este patógeno que podía mutar durante los experimentos, sino también los virólogos norteamericanos, británicos y canadienses. En 2018, en el sur de China, los virólogos descubrieron 89 nuevos coronavirus procedentes de murciélago, según la revista norteamericana ‘Journal of Virology’ (13 de junio 2018) que tenían el mismo receptor que el CoV-MERS.
Pero lo interesante fue que aquella investigación fue financiada tanto por el Ministerio de Ciencia y Tecnología de China como la USAID (colaboradora abierta de la CIA) y el Instituto Nacional de Salud de EEUU, que siempre compartió información sobre los avances en la investigación sobre enfermedades infecciosas y armas biológicas con el Pentágono.
La Facultad de Virología de la Universidad de Duke, EEUU, también está envuelta en el estudio del coronavirus 2019-nCoV en cooperación con la Universidad de Wuhan donde comenzó la epidemia de este nuevo virus. Resulta que la Universidad de Duke tiene un proyecto conjunto con Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa (DARPA, por sus siglas en inglés) perteneciente al Pentágono. Este proyecto se llama Programa de P3 Prevención de Pandemias de Duke. La DARPA es responsable por el desarrollo de nuevas tecnologías para el uso militar incluyendo la guerra biológica.
El Instituto de Virología de la Universidad de Wuhan también ha participado desde 1980 en varias ocasiones en la investigación de los coronavirus junto con el Instituto de Investigación Médica para Enfermedades Infecciones del Ejército de EEUU, incluyendo la elaboración de vacuna para CoV-SARS en los años 90. Este instituto fue considerado, hasta su reciente clausura por no seguir los procedimientos de seguridad por su personal, un laboratorio principal del Pentágono de defensa biológica.
Pero no solamente los científicos militares de EE.UU., estaban activos en Wuhan, sus colegas de Alemania y Japón tomaron parte también en los estudios de los coronavirus en el Instituto de Virología de la Universidad de Wuhan.
Llama la atención la estrecha colaboración de una de las agencias más sofisticadas del Pentágono responsable de la investigación, desarrollo y pruebas de las nuevas armas, incluyendo las biológicas, con los científicos de del BSL-4 de Wuhan. El uso de estas armas biológicas durante las guerras en Corea y Vietnam y sus consecuencias están afectando hasta hoy día a estos pueblos.
No hay que olvidar que la DARPA, creada en 1958, era un producto de la Guerra Fría que después de la disolución de la URSS tomó otras formas convirtiéndose ahora Rusia en el nuevo enemigo de EE.UU., a pesar de ser un país capitalista. El Pentágono, según Francis Boylem, ha gastado entre 1990 y 2018 100.000 millones de dólares en armas biológicas en cuyo estudio han estado participando más de 13.000 científicos norteamericanos con la colaboración de miles de sus colegas canadienses y británicos.
Actualmente, el Departamento de Defensa de EE.UU., tiene más de 400 laboratorios en el extranjero de nivel de bioseguridad BSL-3 y 4, especialmente en los ex países socialistas que están rodeando a Rusia. La periodista de investigación búlgara Dilyana Gaytanjieva denunció en 2018 que “el Pentágono está desarrollando virus mortales en 25 países a través del Programa de Cooperación Biológica, haciendo hincapié especialmente en el desarrollo de insectos asesinos”.
Precisamente, la DARPA es la encargada del Programa Insectos Aliados en colaboración con las universidades de Texas, Pensilvania, Ohio y el Instituto Boyce Thompson de Nueva York, para el cual tiene un presupuesto de 47 millones de dólares.
Richard Guy Reeves, del Instituto Max Plank para Biología de la Evolución (Alemania), afirmó en las páginas de la revista Science que la “DARPA está creando insectos para transportar virus siendo un nuevo tipo de armas biológicas”. El proyecto plantea insertar virus modificados genéticamente en tres tipos de insectos: pulgas, chicharras y aleuródidos. En respuesta a la información de la revista ‘Science’, el director del programa de la DARPA Insectos Aliados, Blake Bectine, declaró que el programa fue creado “para proporcionar nuevas capacidades de protección a EE.UU.”.
El hecho de que varios virólogos del Pentágono y sus colegas de Canadá, Reino Unido, Japón, Alemania estaban haciendo sus estudios respecto a los coronavirus en el laboratorio BSL-4 de Wuhan, abre la posibilidad de la filtración deliberada del 2019-nCoV ya manipulado por la mano de científicos, teniendo en cuenta la historia del uso de virus por EE.UU., como armas biológicas o por un descuido de los virólogos chinos. Tampoco hay que olvidar que, según Alan Cantwell, desde hace más de 40 años los virólogos habían estado tratando de modificar genéticamente los coronavirus tanto en laboratorios militares como en los civiles para elevar esos virus a nivel de armas biológicas. Ya en 1987, unos 107 virólogos estaban dedicándose a esta tarea. (‘Global Research’, 25 de enero, 2020).
Entonces, no sería nada rara la idea de experimentar con coronavirus durante el apogeo de la guerra comercial entre EE.UU., y China para socavar a este país asiático económica y humanamente, ya que es el mayor competidor de Norteamérica. La actual dislocación económica y social de China favorece a Washington. El secretario de Comercio de EE.UU., Wilbur Ross, ya reconoció este hecho abiertamente en una entrevista con ‘Fox News’ recalcando que el virus podría ayudar a la agenda (Norte) América Primero, afectando a China económicamente y “así haría acelerar el retorno de los empleos a América del Norte”.
Donald Trump en su Discurso Anual sobre el Estado de la Nación también enfatizó que “los enemigos de (Norte) América están retrocediendo, la fortuna norteamericana está creciendo y el futuro de (Norte) América se vislumbra radiante”.
También llama la atención el hecho que mientras los científicos chinos y rusos dicen que tomaría más de ocho meses crear la vacuna para 2019-nCoV, el director del Centro de investigación y Elaboración de Vacunas en NIH, Barney Graham, anunció que tal vacuna ya existe y fue creada a base de las vacunas para CoV SARS y Co MERS. Lo único que falta es obtener la aprobación de esta vacuna por las autoridades federales de EEUU.
Todo esto significa que el coronavirus 2019-nCoV no es algo nuevo y fue elaborado hace tiempo e inclusive se sabe cómo detenerlo, pero por algunas claras razones geoestratégicas globales, EE.UU., prefiere demorarse en ayudar a China a combatir esta pandemia que ya se ha cobrado más de mil vidas a nivel global, de las cuales 974 eran ciudadanos chinos, y dejó infectados a 43.138 personas, de los cuales 42.667 son habitantes de China (John Hopkins CSSE, 11 de enero 2020).
Vicky Peláez
fuente: sputniknews
publicado por El Sudamericano en febrero de 2020
Cuestiones llamativas sobre el virus
Miles de artículos sobre el nuevo coronavirus de Wuhan, China, han sido publicados desde finales de enero de 2020 provocando alarma mundial a medida que aumentaban las fatalidades y casos de contagio en 26 países.
La creencia de que el virus fue contagiado en un mercado de productos exóticos del mar o animales fue rechazada por la Organización Mundial de Salud y ahora muchos científicos de prestigio internacional han lanzado la idea que el virus fue el resultado de la bioingeniería.
El creador de Ley contra el terrorismo y armas biológicas de 1989, Francis Boyle, fue más explícito en su conclusión declarando que “2019 Wuhan Coronavirus es un arma ofensiva de guerra biológica”. Boyle, que es especialista en la ley internacional de la Universidad de Illinois, afirmó durante una exclusiva entrevista con Geopolitics and Empire que “la Organización Mundial de Salud (OMS) sabe perfectamente qué es lo que está pasando en Wuhan”.
Por supuesto, los medios de comunicación globalizados ignoraron esta información pues se hallan envueltos en su campaña anti-China siguiendo las pautas del Departamento de Estado interesado en sacar ventajas económicas de la tragedia que vivía el pueblo de este país azotado por el coronavirus 2019-nCoV.
Resulta que precisamente en Wuhan, donde viven 12 millones de personas, está funcionando uno de los más sofisticados laboratorios biológicos del máximo nivel de bioseguridad 4, Wuhan BSL-4, perteneciente al Instituto de Virología de Wuhan, que experimenta con agentes biológicos que representan un alto riesgo individual de contagio.
Este laboratorio trabaja con los patógenos más peligrosos del mundo, incluyendo varios coronavirus, como SARS-CoV (Síndrome Respiratorio Agudo y Grave), MERS-CoV (Síndrome Respiratorio del Medio Oriente) y muchos otros tipos de virus bajo la supervisión no solo del Gobierno chino sino de la misma OMS.
El laboratorio BSL-4 fue puesto en funcionamiento después de la epidemia SARS en 2003 que ocasionó 750 muertes y 8.000 personas resultaron infectadas, llegando el índice de muerte al 10%. Según las publicaciones Natural Research Journal, The Lancet Infectious Diseases, y Journal of Medical Virology, el laboratorio de Wuhan se convirtió con el tiempo en un lugar preferido de los virólogos de todo el mundo y en especial, de EE.UU., Canadá y el Reino Unido debido a su clima húmedo y caliente que representa condiciones ideales para el desarrollo natural de los más peligrosos patógenos y la existencia de una naturaleza llena de animales e insectos exóticos.
De acuerdo con la publicación rusa Svobodnaya Pressa, el coronavirus 2019-nCoV fue conocido por primera vez en 1965, pero recién en 2015 el Departamento de Justicia de EE.UU., otorgó la patente № 10130701 para este virus al Instituto de Pirbright (Reino Unido), especializado en prevenir y controlar enfermedades transmitidas de animales al hombre.
El patógeno chino QX descubierto en la mitad de los 90 del siglo pasado fue tomado como base para el coronavirus 2019-nCoV. Al convertirse China en el lugar preferido de los virólogos europeos, canadienses y estadounidenses debido a sus avances en la investigación de las enfermedades contagiosas y la creación de las vacunas para prevenir y combatirlas, la OMS autorizó la transferencia de la patente del 2019-nCoV al laboratorio de Wuhan BSL-4.
De allí podemos deducir que no solamente los científicos chinos tenían acceso a este patógeno que podía mutar durante los experimentos, sino también los virólogos norteamericanos, británicos y canadienses. En 2018, en el sur de China, los virólogos descubrieron 89 nuevos coronavirus procedentes de murciélago, según la revista norteamericana ‘Journal of Virology’ (13 de junio 2018) que tenían el mismo receptor que el CoV-MERS.
Pero lo interesante fue que aquella investigación fue financiada tanto por el Ministerio de Ciencia y Tecnología de China como la USAID (colaboradora abierta de la CIA) y el Instituto Nacional de Salud de EEUU, que siempre compartió información sobre los avances en la investigación sobre enfermedades infecciosas y armas biológicas con el Pentágono.
La Facultad de Virología de la Universidad de Duke, EEUU, también está envuelta en el estudio del coronavirus 2019-nCoV en cooperación con la Universidad de Wuhan donde comenzó la epidemia de este nuevo virus. Resulta que la Universidad de Duke tiene un proyecto conjunto con Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa (DARPA, por sus siglas en inglés) perteneciente al Pentágono. Este proyecto se llama Programa de P3 Prevención de Pandemias de Duke. La DARPA es responsable por el desarrollo de nuevas tecnologías para el uso militar incluyendo la guerra biológica.
El Instituto de Virología de la Universidad de Wuhan también ha participado desde 1980 en varias ocasiones en la investigación de los coronavirus junto con el Instituto de Investigación Médica para Enfermedades Infecciones del Ejército de EEUU, incluyendo la elaboración de vacuna para CoV-SARS en los años 90. Este instituto fue considerado, hasta su reciente clausura por no seguir los procedimientos de seguridad por su personal, un laboratorio principal del Pentágono de defensa biológica.
Pero no solamente los científicos militares de EE.UU., estaban activos en Wuhan, sus colegas de Alemania y Japón tomaron parte también en los estudios de los coronavirus en el Instituto de Virología de la Universidad de Wuhan.
Llama la atención la estrecha colaboración de una de las agencias más sofisticadas del Pentágono responsable de la investigación, desarrollo y pruebas de las nuevas armas, incluyendo las biológicas, con los científicos de del BSL-4 de Wuhan. El uso de estas armas biológicas durante las guerras en Corea y Vietnam y sus consecuencias están afectando hasta hoy día a estos pueblos.
No hay que olvidar que la DARPA, creada en 1958, era un producto de la Guerra Fría que después de la disolución de la URSS tomó otras formas convirtiéndose ahora Rusia en el nuevo enemigo de EE.UU., a pesar de ser un país capitalista. El Pentágono, según Francis Boylem, ha gastado entre 1990 y 2018 100.000 millones de dólares en armas biológicas en cuyo estudio han estado participando más de 13.000 científicos norteamericanos con la colaboración de miles de sus colegas canadienses y británicos.
Actualmente, el Departamento de Defensa de EE.UU., tiene más de 400 laboratorios en el extranjero de nivel de bioseguridad BSL-3 y 4, especialmente en los ex países socialistas que están rodeando a Rusia. La periodista de investigación búlgara Dilyana Gaytanjieva denunció en 2018 que “el Pentágono está desarrollando virus mortales en 25 países a través del Programa de Cooperación Biológica, haciendo hincapié especialmente en el desarrollo de insectos asesinos”.
Precisamente, la DARPA es la encargada del Programa Insectos Aliados en colaboración con las universidades de Texas, Pensilvania, Ohio y el Instituto Boyce Thompson de Nueva York, para el cual tiene un presupuesto de 47 millones de dólares.
Richard Guy Reeves, del Instituto Max Plank para Biología de la Evolución (Alemania), afirmó en las páginas de la revista Science que la “DARPA está creando insectos para transportar virus siendo un nuevo tipo de armas biológicas”. El proyecto plantea insertar virus modificados genéticamente en tres tipos de insectos: pulgas, chicharras y aleuródidos. En respuesta a la información de la revista ‘Science’, el director del programa de la DARPA Insectos Aliados, Blake Bectine, declaró que el programa fue creado “para proporcionar nuevas capacidades de protección a EE.UU.”.
El hecho de que varios virólogos del Pentágono y sus colegas de Canadá, Reino Unido, Japón, Alemania estaban haciendo sus estudios respecto a los coronavirus en el laboratorio BSL-4 de Wuhan, abre la posibilidad de la filtración deliberada del 2019-nCoV ya manipulado por la mano de científicos, teniendo en cuenta la historia del uso de virus por EE.UU., como armas biológicas o por un descuido de los virólogos chinos. Tampoco hay que olvidar que, según Alan Cantwell, desde hace más de 40 años los virólogos habían estado tratando de modificar genéticamente los coronavirus tanto en laboratorios militares como en los civiles para elevar esos virus a nivel de armas biológicas. Ya en 1987, unos 107 virólogos estaban dedicándose a esta tarea. (‘Global Research’, 25 de enero, 2020).
Entonces, no sería nada rara la idea de experimentar con coronavirus durante el apogeo de la guerra comercial entre EE.UU., y China para socavar a este país asiático económica y humanamente, ya que es el mayor competidor de Norteamérica. La actual dislocación económica y social de China favorece a Washington. El secretario de Comercio de EE.UU., Wilbur Ross, ya reconoció este hecho abiertamente en una entrevista con ‘Fox News’ recalcando que el virus podría ayudar a la agenda (Norte) América Primero, afectando a China económicamente y “así haría acelerar el retorno de los empleos a América del Norte”.
Donald Trump en su Discurso Anual sobre el Estado de la Nación también enfatizó que “los enemigos de (Norte) América están retrocediendo, la fortuna norteamericana está creciendo y el futuro de (Norte) América se vislumbra radiante”.
También llama la atención el hecho que mientras los científicos chinos y rusos dicen que tomaría más de ocho meses crear la vacuna para 2019-nCoV, el director del Centro de investigación y Elaboración de Vacunas en NIH, Barney Graham, anunció que tal vacuna ya existe y fue creada a base de las vacunas para CoV SARS y Co MERS. Lo único que falta es obtener la aprobación de esta vacuna por las autoridades federales de EEUU.
Todo esto significa que el coronavirus 2019-nCoV no es algo nuevo y fue elaborado hace tiempo e inclusive se sabe cómo detenerlo, pero por algunas claras razones geoestratégicas globales, EE.UU., prefiere demorarse en ayudar a China a combatir esta pandemia que ya se ha cobrado más de mil vidas a nivel global, de las cuales 974 eran ciudadanos chinos, y dejó infectados a 43.138 personas, de los cuales 42.667 son habitantes de China (John Hopkins CSSE, 11 de enero 2020).