La Joven Cuba
respuesta algo tardía
Publicado por Joven Cuba
Por Yassel A. Padrón Kunakbaeva
Hace casi un mes que apareció en Rebelión una Carta sobre el socialismo, firmada por Yunier Mena, un militante de la UJC de la Universidad Central de Las Villas. En ella, el joven polemiza con Antonio Romero, Decano de la Facultad de Economía y Ciencias Empresariales de la Universidad de La Habana, por una intervención de este en la Mesa Redonda. La carta me pareció interesante, pues muestra una posición poco usual en el debate público cubano, y da pie para un diálogo con ciertos sectores de la izquierda radical. Hubiera querido responder antes, pero circunstancias personales me lo impidieron.
Para que los lectores puedan saber de qué va la cosa, vale la pena reproducir uno de los fragmentos más controversiales de la misiva:
“(…) usted planteó allí, como respuesta al pedido de la dirección del país de pensar Cuba, la necesidad de liberar las fuerzas productivas. Usted debe saber, puesto que es economista, que eso nos llevaría al capitalismo o a un capitalismo con nombre de socialismo”.
Para resumir, debo decir que tengo dos diferencias fundamentales con Yunier Mena, una de índole teórica y otra de carácter estratégico. Por eso, las trataré por separado.
I
Como puede observarse en la frase más arriba, Yunier establece una relación causal simple entre el acto de liberar las fuerzas productivas y la aparición del modo de producción capitalista. A mí me parece que no se puede ser tan categórico al establecer esa relación. Se trata de una condición necesaria, pero no suficiente.
Desde mi punto de vista, para criticar una consigna lo primero que hace falta es ubicarla en contexto. La consigna de “liberar las fuerzas productivas”, por ejemplo, no se puede analizar haciendo abstracción del viejo problema del estatus del mercado en el socialismo. Una impugnación de cualquier tipo debe comenzar por abordar ese problema.
Adentrémonos pues, en el viejo problema. ¿Es posible eliminar el mercado en el socialismo? ¿Es necesario hacerlo?
Toda sociedad en la cual exista la división del trabajo está obligada a efectuar la distribución de los diferentes productos entre los actores sociales. El gran problema va a ser siempre encontrar una manera racional, eficiente y eficaz, de realizar esa distribución. El mercado es una forma, ciertamente imperfecta, en la cual las sociedades han respondido a esa necesidad. A través del cambio, que ocurre en una inmensidad de actos individuales, se realiza la ley del valor, que permite hasta cierto punto un intercambio de equivalentes, lo cual garantiza cierta racionalidad al sistema.
La historia de la economía política en el socialismo es la de un intento desesperado de negar el mercado, seguido de un progresivo despertar ante la realidad objetiva. En los primeros tiempos, tanto en la URSS como en China y Cuba, se experimentó con modelos que pretendían fundar la distribución directamente en el valor objetivo de los productos, calculando el tiempo de trabajo socialmente necesario (TTSN) para la producción. Pero esos modelos resultaron un fracaso, pues los parámetros utilizados en esa medición fueron totalmente ajenos a la realidad de la economía. Su implementación condujo siempre la economía al caos y al derroche innecesario de recursos.
Por ese motivo, tanto en la URSS como en Cuba, triunfaron los enfoques que reconocían cierta pertinencia de la ley del valor en el socialismo, y que reivindicaban el cálculo económico y la contabilidad. Como se recordará, en Cuba esa era la posición de Carlos Rafael Rodríguez. Desde aquel momento, el mercado quedó reconocido como una realidad insoslayable.
Entonces, el debate en el cual se encuentra Cuba, tal y como le pasaba a la URSS en los tiempos de la Perestroika, así como a China y a Vietnam antes de las reformas, no está en decir sí o no al mercado, sino en analizar si la forma en la que está concebida la planificación económica da resultados positivos en una economía mercantil. Ahí es donde se encuentra el quid de la cuestión actualmente, porque el modelo de planificación tal y como se concibe en Cuba, así como pasaba en la URSS, está basado en mecanismos administrativos que solo son camisas de fuerza añadidas inorgánicamente a la economía, lo cual provoca un alto grado de irracionalidad, desperdicio de recursos y estancamiento.
Me parece que la economía cubana no está en condiciones de superar la división del trabajo ni el aislamiento de los productores. Tampoco creo que tengamos los medios para recopilar, procesar y socializar toda la información necesaria para que los actores sociales conozcan el valor objetivo de los productos. Por lo tanto, creo que el mercado es para Cuba una realidad insuperable, que debe utilizar a su favor de la mejor manera posible.
Cuando se habla de “liberar las fuerzas productivas”, se hace referencia a eliminar el modelo de planificación de la economía vigente hasta la actualidad, basado en mecanismos administrativos, el cual es un lastre para dicha economía. Esto lleva a dos soluciones posibles: eliminar toda forma de planificación, o crear un nuevo modelo que sea coherente con una economía mercantil. Solo la primera opción lleva al capitalismo.
Es necesario recordar que lo que define un modo de producción son las relaciones sociales de producción (RSP) fundamentales. Mientras en la sociedad cubana la RSP fundamental sea la planificación de la economía sobre la base a un proyecto de justicia social, no habrá capitalismo en Cuba, sin importar cuan desarrolladas estén las relaciones mercantiles.
Me parece que lo que le preocupa a Yunier, cuando habla de “un capitalismo con nombre de socialismo”, es que se repita en Cuba el modelo de China y de Vietnam, países a los cuales considera capitalistas. Yo enfocaría las cosas de otra manera. China y Vietnam son países que lograron crear modelos de planificación coherentes con economías mercantiles; para mí, el problema con ellos, es que siguieron planificando la economía autoritariamente desde el Estado-Partido, y no desde un sistema de democracia obrera.
Por eso le respondería a Yunier, quien hasta donde puedo ver es un defensor de la democracia obrera, que la aceptación de una economía mercantil no es algo incompatible con esa democratización. Lo fundamental sería crear un modelo de planificación desde abajo en el cual participen los diferentes tipos de propiedad: un gran sector de empresas públicas en manos de los trabajadores, el sector de las cooperativas, y el sector privado. Más adverso para la democracia obrera es el autoritarismo fundado en el abuso de la lógica de la vanguardia, el cual ha caracterizado a todas las experiencias de socialismo.
II
Mi segunda diferencia con Yunier es, como decía, de orden estratégico. Tiene que ver con lo que me parece es una mala lectura del momento sociopolítico por su parte. En general, no le respondo solo a él, sino a todo un sector de la izquierda radical que me parece algo desorientado.
Yunier increpa al profesor Romero, saliendo a la defensa del socialismo frente al capitalismo, como si las fuerzas del liberalismo estuvieran al acecho, entrando por la ventana para desactivar la Revolución. Me parece comprensible que se preocupe, ante ciertos fenómenos que se ven en la calle a menudo, como el aumento de la desigualdad y de la mendicidad, al lado de la ostentación insensible de algunos. Pero creo que Yunier no ha captado con precisión el momento político.
El General de Ejército Raúl Castro, al frente del Partido, llevó adelante un grupo de reformas que se condensaron en los Lineamientos. Ese proceso de cambios desembocó en la Conceptualización del Modelo, así como en la nueva Constitución, que reconoce el papel del mercado y contempla la existencia de la propiedad privada. La esencia del camino expresado en los Lineamientos, y que fue refrendado por los dos últimos congresos del Partido, está en crear un modelo de planificación de la economía que sea coherente con una economía mercantil.
Sin embargo, el camino no ha estado exento de baches. Han surgido fuerzas que defienden el mercado a ultranza, porque silenciosamente pugnan por el capitalismo. Pero también se ha puesto de manifiesto la resistencia pasiva de la burocracia estatal y partidista, que no sabe funcionar de otro modo que no sea con el modelo de planificación actual, basado en mecanismos administrativos. Esa burocracia tiende a una actitud continuista, que en el fondo desconoce y convierte en papel mojado lo que se aprueba por los congresos.
He aquí lo que quiero decirle a Yunier. Tal vez en el 2015 el liberalismo fuera la fuerza más peligrosa para el socialismo cubano. Pero desde el 2016, sobre todo a partir de la visita de Obama, hubo un cambio en la correlación de fuerzas dentro del escenario político cubano. Las posiciones contrarias a los cambios, o que querían quitarle radicalidad a los cambios, se hicieron predominantes. Desde entonces, el mayor peligro para el socialismo cubano es que no se logre dar el cambio en el modelo de planificación de la economía que se prometió con los Lineamientos.
Otros factores han venido a complicar la escena. La victoria de Trump, el fin del proceso de normalización de las relaciones con los Estados Unidos, y el aumento desmesurado de la agresividad imperialista contra Venezuela, Nicaragua y Cuba, han favorecido el empoderamiento de aquellos que siempre han justificado su negación al cambio con la intransigencia frente al enemigo.
También el relevo generacional, un proceso complejo en el cual se necesita que el pase del balón se lleve a cabo en condiciones de confianza absoluta, ha llevado a resaltar, por parte de la nueva dirigencia, los elementos de continuidad con el pasado revolucionario. Los elementos de discontinuidad han quedado en un segundo plano.
Por todo esto, reitero, me parece desorientada la carta de Yunier Mena, pues golpea al liberalismo en un momento en el que el mayor peligro no es el capitalismo interno. El mayor peligro en la actualidad es que, por un conjunto de circunstancias, se pierda la oportunidad histórica de cambiar el viejo modelo de planificación por uno que sea coherente con una economía mercantil.
A lo que tenemos que tenerle miedo hoy, es a un continuismo de la ineficiencia, el derroche y el estancamiento, que nos dejará sin un uso provechoso del mercado y también sin democracia obrera. Un continuismo que a la larga también nos traería el capitalismo, solo que quizá de una forma más horrible.
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