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    Aprendan a pensar. Carta a Angélica Balabanoff – León Trotsky - 3 de febrero de 1937

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    RioLena
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    Mensaje por RioLena Vie Mar 20, 2020 6:33 pm

    Aprendan a pensar. Carta a Angélica Balabanoff

    León Trotsky
    - 3 de febrero de 1937

    Angélica Balabanoff o Balabanova (1878-1965), quien había sido delegada a las conferencias de Zimmerwald y Kienthal, que precedieron a la formación de la Comintern, y luego secretaria de ésta. Rompió con el PC en los años veinte y, cuando Trotsky escribió esta carta, vivía exiliada en Estados Unidos.


    Ciertos fraseólogos ultraizquierdistas profesionales intentan a toda costa “corregir” las tesis del secretariado de la Cuarta Internacional sobre la guerra, de acuerdo a sus propios prejuicios osificados. Atacan especialmente aquella parte de las tesis que afirma que, en todos los países imperialistas, el partido revolucionario, mientras permanece en una oposición irreconciliable con su propio gobierno en tiempo de guerra, sin embargo, debe moldear su política práctica en cada país de acuerdo a la situación interna y a las agrupaciones internacionales, diferenciando claramente un estado obrero de uno burgués, un país colonial de uno imperialista.

    “El proletariado de un país capitalista que se encuentra en alianza con la URSS [2] [afirman las tesis] debe mantener totalmente su hostilidad irreconciliable contra el gobierno de su propio país. En este sentido su política no difiere de aquella del proletariado de un país que lucha contra la URSS. Pero en la naturaleza de las acciones prácticas, pueden surgir considerables diferencias dependiendo de la situación concreta de la guerra.” [La guerra y la Cuarta Internacional, en Escritos 1933-34]

    Los ultraizquierdistas consideran este postulado, cuya exactitud ha sido confirmada por todo el curso de los acontecimientos, como el punto de partida… del social-patriotismo.[3] Como la actitud hacia los gobiernos imperialistas debe ser “la misma” en todos los países, estas estrategas borran cualquier distinción más allá de las fronteras de su propio país imperialista. Teóricamente su error surge de intentar construir, fundamentalmente, bases diferentes para políticas en tiempo de guerra y en tiempo de paz.

    Supongamos que mañana estalla una rebelión en la colonia francesa de Argelia bajo la bandera de la independencia nacional y que el gobierno italiano, motivado por sus propios intereses imperialistas, se prepara para enviarle armas a los rebeldes. ¿Cuál debe ser la actitud de los obreros italianos en este caso? Intencionalmente he tomado un ejemplo de rebelión contra un imperialismo democrático con la intervención a favor de los rebeldes de un imperialismo fascista. ¿Deben los obreros italianos evitar el envío de armas a los argelinos? Dejemos que los ultraizquierdistas se atrevan a contestar afirmativamente esta pregunta. Cualquier revolucionario, junto con los obreros italianos y los rebeldes argelinos, repudiarían tal respuesta con indignación. Aunque al mismo tiempo estallase una huelga general marítima en la Italia fascista, los huelguistas deberían hacer una excepción en favor de aquellos barcos que llevasen ayuda a los esclavos coloniales en rebelión; de otra forma no serían sino viles sindicalistas, no revolucionarios proletarios.

    Al mismo tiempo, los obreros marítimos de Francia, aunque no se enfrenten a ninguna huelga, estarán obligados a realizar cualquier esfuerzo para bloquear el embarque de municiones que se pretenda usar contra los rebeldes. Sólo una política tal, por parte de los obreros italianos y franceses, constituye la política del internacionalismo revolucionario.

    Sin embargo, ¿no significa este que los obreros italianos moderan su lucha, en este caso, contra el régimen fascista? Ni en lo más mínimo. El fascismo presta “ayuda” a los argelinos tan sólo para debilitar a su enemigo, Francia, y extender su mano rapaz sobre sus colonias. Los obreros revolucionarios italianos no olvidan esto en ningún momento. Hacen un llamado a los argelinos para que no confíen en su “aliado” traicionero y, al mismo tiempo continúan su propia lucha irreconciliable contra el fascismo, “el principal enemigo en su propio país”. Sólo en esta forma pueden obtener la confianza de los rebeldes, ayudar a la rebelión y fortalecer su propia posición revolucionaria.

    Si lo anterior es correcto en tiempos de paz, ¿por qué habría de ser falso en tiempos de guerra? Todo el mundo conoce el postulado del famoso teórico militar alemán, Clausewitz, de que la guerra es la continuación de la política por otros medios. Este pensamiento profundo conduce, naturalmente, a la conclusión de que la lucha contra la guerra no es sino la continuación de la lucha general del proletariado durante los tiempos de paz. ¿Durante las épocas de paz rechaza y sabotea el proletariado todos los actos y medidas del gobierno burgués? Aun durante una huelga que cubre toda una ciudad, los trabajadores toman medidas para garantizar el envío de comida a sus propios distritos, se aseguran de tener agua, que no sufran los hospitales, etcétera. Tales medidas no son dictadas por el oportunismo en relación a la burguesía sino que conciernen a los intereses de la misma huelga, a la simpatía de las masas sumergidas de la ciudad, etcétera. Estas reglas elementales de la estrategia proletaria en tiempos de paz conservan también todo su rigor en tiempos de guerra.

    Una actitud irreconciliable contra el militarismo burgués no significa nunca que el proletariado en todos los casos entre en lucha contra su propio ejército “nacional”. Al menos los obreros no interferirían a soldados que estuviesen extinguiendo un incendio o rescatando gente ahogada durante una inundación; al contrario, ayudarían hombro a hombro con los soldados y fraternizarían con ellos. Y el problema no es exclusivamente para casos de calamidades naturales. Si los fascistas franceses intentasen hoy un golpe de estado y el gobierno de Daladier se encontrase forzado a movilizar sus tropas contra los fascistas, los trabajadores revolucionarios, mientras mantienen su completa independencia política, lucharían contra los fascistas al lado de estas tropas. Así, en numerosos casos, los obreros se ven forzados no sólo a permitir y tolerar, sino a apoyar activamente las medidas prácticas del gobierno burgués.

    En el noventa por ciento de los casos, los obreros realmente ponen un signo menos donde la burguesía pone un más. Sin embargo, en el diez por ciento, se ven forzados a poner el mismo signo que la burguesía pero con su propio sello, expresando así su desconfianza en ella. La política del proletariado no se deriva de ninguna manera automáticamente de la política de la burguesía, poniendo sólo el signo opuesto (esto haría de cada sectario un estratega magistral). No, el partido revolucionario debe, cada vez, orientarse independientemente tanto en la situación interna como en la externa, llegando a aquellas conclusiones que mejor corresponden a los intereses del proletariado. Esta regla se aplica tanto al período de guerra como al de paz.

    Imaginemos que en la próxima guerra europea el proletariado belga conquista el poder antes que el proletariado francés. Indudablemente Hitler tratará de aplastar al proletariado belga. Con el objetivo de cubrir su propio flanco, el gobierno burgués de Francia puede verse obligado a ayudar con armas al gobierno obrero belga. Por supuesto los soviets belgas recogerán estas armas con ambas manos. Pero, actuando bajo el principio del derrotismo, ¿deberían los obreros franceses bloquear el envío de armas de su propio gobierno al proletariado belga? Sólo traidores directos o idiotas completos pueden razonar así.

    La burguesía francesa enviaría armas al proletariado belga sólo por miedo a un mayor peligro militar y en espera de aplastar más tarde a la revolución proletaria con sus propias armas. Para los obreros franceses, al contrario, el proletariado belga es el mayor apoyo en la lucha contra su propia burguesía. El desenlace de la lucha decidirá, en último análisis, la correlación de fuerzas dentro de la cual entran como factor muy importante las políticas correctas. La primera tarea del partido revolucionario es utilizar la contradicción entre dos países imperialistas, Francia y Alemania, con el objeto de salvar el proletariado belga.

    Los escolásticos ultraizquierdistas no piensan en términos concretos sino en abstracciones vacías. A la idea del derrotismo la han transformado en un vacío semejante. No pueden ver claramente ni el proceso de la guerra, ni el proceso de la revolución. Buscan una fórmula herméticamente cerrada que excluya el aire fresco. Pero una fórmula de este tipo no puede ofrecer ninguna orientación a la vanguardia del proletariado.

    Llevar la lucha de clases a su forma más alta -la guerra civil- es la tarea del derrotismo. Pero esta tarea sólo puede ser resuelta por medio de la movilización revolucionaria de las masas, es decir, ampliando, profundizando y agudizando aquellos métodos revolucionarios que constituyen el contenido de la lucha de clases en “tiempos de paz”. El partido del proletariado no recurre a métodos artificiales como quemar almacenes, poner bombas, destruir trenes, etcétera, con el objetivo de conseguir la derrota de su propio gobierno. Aunque tuviese éxito en este camino, la derrota militar no conduciría de ninguna manera, al éxito revolucionario, éxito que sólo puede ser garantizado por el movimiento independiente del proletariado. El derrotismo revolucionario sólo significa que en la lucha de clases el partido proletario no se detiene ante ninguna consideración “patriótica”, porque la derrota de su propio gobierno imperialista, provocada o acelerada por el movimiento de masas revolucionario, es un mal incomparablemente menor que la victoria lograda al precio de la unidad nacional, es decir, por la postración política del proletariado. Allí radica el significado completo del derrotismo y este significado es totalmente suficiente.

    Por supuesto, los métodos de lucha cambian cuando ésta entra abiertamente en la fase revolucionaria. La guerra civil es una guerra y en este aspecto tiene sus leyes particulares. En una guerra civil bombardear almacenes, destruir trenes y todas las formas de “sabotaje” militar son inevitables. Su conveniencia es decidida exclusivamente por consideraciones militares; la guerra civil continúa la política revolucionaria pero por otros medios, precisamente los militares.

    Sin embargo, durante una guerra imperialista, puede haber casos en que el partido revolucionario se vea forzado a recurrir a métodos técnico-militares, aunque no sean todavía una continuación directa del movimiento revolucionario en su propio país. Si se trata del envío de armas o tropas contra un gobierno obrero o una rebelión colonial, no sólo los métodos del boicot y la huelga sino el sabotaje militar directo pueden convertirse en prácticos y obligatorios. Recurrir o no a tales medidas dependerá de las posibilidades prácticas. Si los obreros belgas, al conquistar el poder en tiempos de guerra, tienen sus propios agentes militares en tierra alemana, el deber de estos agentes consistirá en no vacilar ante ningún medio técnico con el objeto de detener las tropas de Hitler. Es absolutamente claro que también los obreros revolucionarios alemanes están obligados (si pueden) a realizar tareas en favor de la revolución belga, independientemente del curso general del movimiento revolucionario en Alemania misma.

    La política derrotista, es decir, la política de la lucha irreconciliable de clases durante tiempos de guerra, no puede consecuentemente ser la “misma” en todos los países, así como la política del proletariado no puede ser la misma en tiempos de paz. Sólo la Comintern de los epígonos ha establecido un régimen en el cual los partidos de todos los países inician la marcha simultáneamente con el pie izquierdo. En la lucha contra este cretinismo burocrático he intentado probar más de una vez que los principios y tareas generales deben ser realizados en cada país de acuerdo a las condiciones internas y externas. Este principio conserva también toda su fuerza para tiempos de guerra.

    Aquellos ultraizquierdistas que no quieren pensar como marxistas -es que de eso se trata- serán sorprendidos por la guerra. Su política en tiempos de guerra será la fatal consumación de su política en tiempos de paz. El primer disparo de artillería enviará a los ultraizquierdistas a la inexistencia política o los llevará al campo del social-patriotismo, exactamente como a los anarquistas españoles, aquellos absolutos “negadores” del estado, que por las mismas razones se convirtieron en ministros burgueses cuando llegó la guerra. Para poder llevar adelante una política correcta en tiempos de guerra, debemos aprender a pensar correctamente en tiempos de paz.


    Notas:

    [1] Aprendan a pensar. New lnternational, julio de 1938.

    [2] Podemos dejar aquí a un lado la cuestión del carácter de clase de la URSS. Estamos interesados en la cuestión de una política en relación con los estados obreros en general o con un país colonial que lucha por su independencia. En cuanto concierne a la naturaleza de clase de la URSS, recomendemos, incidentalmente, a los ultraizquierdistas, mirarse en el espejo del libro de A. Ciliga, In the Country of the Big Lie. [En el país de la gran mentira.] El autor ultraizquierdista, sin la menor escuela marxista, desarrolla su idea hasta el final, es decir, hasta la abstracción anarco-liberal [ Nota de León Trotsky].

    [3] La señora Simone Weil escribe incluso que nuestra posición es la misma de Plejanov en 1914-1918. por supuesto, Simone Weil tiene el derecho a no comprender nada. Aunque no es necesario que abuse de este derecho. [Nota de León Trotsky] Simone Weil (1909-1943): intelectual radical francesa quien se convirtió al misticismo y al catolicismo antes de morir de hambre voluntariamente durante la Segunda Guerra Mundial en Inglaterra. Georgi Plejanov (1856-1918): fundador del marxismo ruso, fue dirigente de la facción menchevique en 1903. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial en 1914, apoyó al gobierno zarista y se opuso más tarde a la Revolución de Octubre.


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