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    El comunismo y la cuestión nacional - Amadeo Bordiga - publicado en Bilan (Balance) en mayo de 1934

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    RioLena
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    Mensaje por RioLena Mar Abr 07, 2020 8:29 pm

    El comunismo y la cuestión nacional

    Amadeo Bordiga


    publicado en Bilan (Balance) en mayo de 1934

    publicado en el Foro en 2 mensajes


    En el seno del proletariado revolucionario y comunista, las discusiones a menudo tratan sobre la cuestión de los “principios”, sobre la supuesta contradicción entre estos y la acción, es decir, entre la teoría y la práctica. No es fácil entender claramente este problema. Sin embargo, si no se comprende, toda crítica y toda polémica se convierten en confusión estéril.

    Tanto el viejo oportunismo como el nuevo, que tratan de reducir el alcance de la teoría marxista, que condena y barre todas las ideas innatas y eternas (en las que supuestamente se basaría la conducta humana), hablan de una política carente de principios fijos. El revisionismo clásico de Bernstein, que se incorporó hábilmente al movimiento proletario mientras aparentaba dejar intacta la doctrina revolucionaria de Marx, declaraba: “el movimiento lo es todo, el fin no es nada”. Veremos inmediatamente qué significa eso de que “el fin no es nada” y si es posible prescindir de los principios; veremos también por qué, para el comunismo marxista, los principios no son sino “fines”, es decir, la meta de su actividad. Y no es una paradoja relacionar los “principios” con los “fines”. Cuando el reformismo oportunista se aleja de estos vastos objetivos y guarda la doctrina del movimiento en el desván, lo único que puede hacer es hablar de los problemas actuales que hay que resolver, empíricamente, de cara al futuro inmediato.

    Pero si eliminamos las normas y las guías permanentes, ¿en qué criterio nos basaremos a la hora de actuar? Esto es lo que habría que preguntar a los viejos y los nuevos falsificadores, cuyas obras hemos visto desfilar ante nosotros, renovándose constantemente. ¿En base a los intereses de qué “sujeto” se desplegará la acción? El oportunismo (que era y es un “obrerismo” que remplaza la práctica y la doctrina de la revolución proletaria) decía que la acción proletaria debía inspirarse en los intereses obreros, que según él eran los intereses particulares y corporativos de los trabajadores, y satisfacerlos del modo más sencillo, fácil y breve. De esta forma, las soluciones a los problemas de la acción dejaban de depender de todo el conjunto del movimiento proletario y de su camino histórico, y se situaban en un terreno limitado a pequeños segmentos de la clase obrera y a las etapas iniciales de su camino. Actuando así, el revisionismo abandonaba toda disciplina hacia los principios, de manera más o menos acentuada, pero no por ello dejaba de proclamar su fidelidad al verdadero espíritu del marxismo, que para él consistía en malograr la doctrina y dar al movimiento un carácter ecléctico.

    A través de las complejas experiencias de los trabajadores, a lo largo del desarrollo del movimiento proletario, la lucha contra estas desviaciones ha revestido y revestirá aspectos muy relevantes; pero aunque esta forma de presentar y resolver los problemas y las cuestiones ha sido criticada muchas veces, también ha ido hallando formas cada vez más atractivas con las que embaucar la acción del proletariado. No nos vamos a dedicar aquí a refutar estas teorías de manera general, sino solamente en lo que respecta a un problema particular: esto hará nuestra postura más inteligible.

    Nosotros, es decir, la izquierda marxista, hemos demostrado muchas veces el vulgar truco del que se vale el oportunismo: su supuesta aversión a los principios, a los “dogmas” como los llaman vulgarmente, se limita sencillamente a una obediencia obstinada y ciega a los “principios” de la ideología burguesa y contrarrevolucionaria. Los prácticos, los realistas, los que están hastiados del movimiento proletario, cuando llega el momento, se presentan como los más beatos promotores de las ideas burguesas, a las que pretenden subordinar el movimiento proletario y todos los intereses de los trabajadores.

    La crítica teórica, poniendo de relieve esta circunstancia típica, procede al mismo tiempo a desenmascarar la política del oportunismo socialista en tanto que forma de actividad burguesa, y de sus jefes en tanto que agentes del capitalismo en las filas del proletariado. Al inicio de la guerra mundial, algunos defendieron (teóricamente) la derrota estrepitosa de la internacional oportunista con unos argumentos sorprendentes desde el punto de vista de la teoría y la propaganda socialista. Revelaciones inesperadas, sensacionales “descubrimientos”. Quienes negaban que el socialismo tuviera principios doctrinales y programáticos ahora quitaban al socialismo su originalidad en eso de ser un movimiento sin principios, pues había que subordinarlo, adherirlo incondicionalmente a ciertas tesis hasta entonces extrañas al socialismo y que merecían ser demolidas polémicamente de manera definitiva. El socialismo quedaba reducido a una “sub-escuela” dentro del movimiento de la izquierda burguesa, se adhería a la ideología de la llamada democracia, a la que ya no consideraba, como afirman los enunciados más elementales del marxismo, una doctrina política adecuada para los intereses de las clases burguesas, sino algo progresista comparado con la política capitalista dominante.

    Los traidores de la Internacional “descubrieron” unos principios con los que hacernos frente y con los que supuestamente había que prejuzgar la acción del proletariado. Afirmaban que había que sacrificar inexorablemente todos los intereses, incluso los inmediatos y los de esos grupos particulares que supuestamente antes defendían. Empezaron a agitar tres principios: el de la libertad democrática, el de la guerra defensiva y el de las nacionalidades.

    Hasta entonces, los oportunistas siempre habían dado muestra de una cierta ortodoxia teórica, hablando a las masas de lucha de clases, de socialización de los medios de producción y de abolición de la explotación del trabajo. El súbito “descubrimiento” de nuevos principios sorprendió al proletariado, conmocionó su conciencia de clase y su ideología revolucionaria, saboteó la posibilidad de movilizarse ideológicamente en un sentido clasista, y paralelamente, encubrió la evidente alianza entre los cuadros dirigentes de las grandes organizaciones obreras y la burguesía, suprimiendo de golpe toda posibilidad de reagrupamiento o plataforma para rectificar la acción socialista de la clase obrera mundial.

    Pudimos ver entonces (pocos militantes supieron, y aún fueron menos los que pudieron expresar su indignación y su protesta) de qué se trataba: el proletariado socialista debía abandonar los principios cuando estos eran los de su doctrina de clase, pero en cambio debía inclinarse ante ellos beatamente cuando se trataba de los principios de la ideología burguesa, esas ideas fundamentales que las clases dominantes transforman en una religión para justificar sus intereses.

    La traición al contenido de la doctrina marxista no podía ser más cínica.

    Para dar una idea de los procedimientos que se emplearon en esta incorporación descarada de elementos extraños y opuestos a las más simples formulaciones de la doctrina socialista, citaremos un ejemplo. Conocemos naturalmente el conocido párrafo del Manifiesto Comunista que dice que el proletariado no tiene patria y que sólo puede constituirse en Nación –en un sentido muy distinto además que la burguesía– cuando conquista el poder político. Pues bien, uno de los propagandistas más conocidos del Partido Socialista Italiano, el “técnico” de la propaganda del viejo partido, Paolini, rechazaba este argumento con esta afirmación: para conquistar el poder político primero hay que conquistar… el sufragio democrático; allí donde el proletariado disfruta del derecho de voto, también tiene una patria y unos deberes para con su Nación. Esta tesis, que no necesita comentarios, demuestra que la II Internacional o bien encargaba su propaganda marxista a unos tremendos idiotas o a unos grandes sinvergüenzas.

    Nosotros no nos tomamos en serio la filosofía burguesa y su humanitarismo jurídico. En el concepto comunista, la demolición teórica de esta filosofía viene acompañada de un programa político del proletariado que liquida toda ilusión acerca de la posibilidad de emplear los medios liberales y libertarios de cara a su objetivo revolucionario: la supresión de la sociedad dividida en clases. El supuesto derecho legal de todos los ciudadanos en el Estado burgués no es más que la traducción del principio económico de la “libre concurrencia” y la igualdad en el mercado entre vendedores y compradores de mercancías. Esta nivelación significa, en realidad, que se han consolidado las posiciones apropiadas para que se instaure y conserve la opresión y explotación capitalistas. En relación a esta crítica fundamental que ofrece el pensamiento socialista, si adoptamos como guía de la política proletaria y socialista frente a la guerra el grado mayor o menor de “libertad democrática” que existe en los países enfrentados, sencillamente estamos empleando criterios burgueses y anti-proletarios.

    Por tanto, no insistiremos más sobre el primero de los tres principios que hemos mencionado más arriba. Los dos principios restantes derivan de la misma errónea interpretación teórica: distinguir entre guerras justas e injustas, según sean guerras de anexión o de defensa, o si su objetivo es dar a un determinado pueblo el gobierno que supuestamente desean la mayoría de las masas. Esto supone tragarse que las relaciones entre los Estados y lo individuos se rigen por los principios democráticos.

    Estos son los principios que esgrime la burguesía para crear entre las masas populares una ideología adecuada para su dominio, ocultando sus fundamentos implacablemente egoístas. Mientras que en el moderno Estado capitalista la democracia electoral consiste, de hecho, en un sistema de sanciones jurídicas y normas constitucionales que desde nuestro punto de vista no suministran ninguna garantía efectiva para el proletariado, que en los momentos decisivos de la lucha de clases hallará enfrente a todo el aparato del Estado, en las relaciones internacionales no existen sanciones y convenciones que respondan a una aplicación formal de los principios que derivan de la teoría democrática.

    Para el régimen capitalista la instauración de la democracia en el Estado fue una necesidad inherente a su desarrollo; pero no ocurre lo mismo con las fórmulas extraídas de la teoría democrática sobre las relaciones internacionales, fórmulas que esgrimen los ideólogos promotores de la paz universal basada en el arbitraje, la división de fronteras según las nacionalidades, etc.

    A primera vista, este es un argumento que se presta perfectamente al juego de los oportunistas, que presentan a los grupos capitalistas como adversarios de estas reivindicaciones políticas; en realidad, estos defensores de las teorías puramente burguesas lo que hacen es que el proletariado dé crédito a dichas teorías. Pero el argumento suele volverse en contra de los oportunistas.

    Efectivamente, es absurdo pensar que el Estado burgués modificará su postura internacional cuando el proletariado socialista cese su oposición y, en nombre de la “Unión Sagrada”, abandone su independencia, dejando así al Estado las manos libres para defender sus intereses y su supervivencia. En segundo lugar, el juego criminal de los social-traidores se revela aún más imprudente: frente a las supuestas “utopías” de los programas revolucionarios, abogan por plantear objetivos inmediatos, asumir las posibilidades reales. Y para subordinar la orientación del movimiento proletario, pasan a defender unos objetivos que no sólo carecen de contenido clasista y socialista, sino que son completamente irreales e ilusorios.

    Dan crédito a unas ideas que la burguesía no realizará jamás, aunque le interesa que las masas confíen en ellas. Así pues, la política de los oportunistas impide que la evolución efectiva y práctica de las situaciones avance aunque sea “un pasito”. ¡Se revela como la movilización ideológica de las masas en un sentido burgués y contrarrevolucionario y nada más!

    En lo que respecta al principio de las nacionalidades, no es difícil demostrar que nunca ha sido otra cosa más que una frase para agitar a las masas y, en la mejor de las hipótesis, una ilusión de ciertas capas de intelectuales pequeño-burgueses. Si el desarrollo de grandes unidades estatales fue algo necesario para el
    desarrollo del capitalismo, también es cierto que ninguna de esas unidades se formó sobre la base del famoso principio nacional, que por otra parte es muy difícil de definir concretamente. Un escritor que ciertamente no es un revolucionario, Vilfredo Pareto, en un artículo que apareció en 1918, criticó el supuesto “principio de las nacionalidades”. Mostró que es imposible definirlo satisfactoriamente, así como la flagrante insuficiencia de algunos criterios que parecía que podían caracterizarlo (el étnico, lingüístico, religioso, histórico, etc.).

    En definitiva, las diferentes definiciones se contradicen entre ellas o en los resultados a los que llegan. Pareto hacía también una observación evidente, que nosotros ya hicimos durante las polémicas de la época de la guerra: la mejor solución a los problemas nacionales no son los plebiscitos, pues el poder que logre establecer los límites territoriales en los que se realizará la votación podrá controlar el resultado de ésta, y llegamos así a un círculo vicioso.

    No hace falta que contemos aquí las polémicas que surgieron hace nueve años. En aquella época, a los internacionalistas no les fue fácil demostrar que los principios que invocaban los social-patriotas se prestaban a todo tipo de aplicaciones contradictorias. Cualquier Estado, en caso de guerra, puede decir que se trata de una guerra defensiva, pues quizá el país agresor sea el que termine “sucumbiendo bajo la invasión extranjera”; en cualquier caso, el movimiento socialista revolucionario no varía sus conclusiones, ya se trate de una ofensiva militar o de la defensa; los Estados capitalistas pueden transformar la primera en la segunda. En lo que respecta a las cuestiones nacionales y separatistas, son tan complejas y numerosas que sirven para justificar alianzas muy distintas a las que se han formado en la guerra mundial.

    Por tanto, aquellos tres famosos principios enumerados se contradecían singularmente a la hora de aplicarlos. Nosotros preguntamos aquel entonces a los social-patriotas si les parecía admisible que un pueblo más democrático atacara y sometiera a otro menos democrático, o si aceptaban la agresión militar para liberar regiones anexionadas a otros países y otras cosas por el estilo. Y es que estas contradicciones lógicas se traducían en que –una vez adoptadas estas tesis falaces– se podía justificar la adhesión socialista a cualquier guerra: lo cual, de hecho, sucedió. Y la táctica de la social-traición, que en todos los países empleaba los mismos argumentos, logró gracias a estos disparates alinear a los trabajadores a ambos lados del frente de guerra, los unos contra los otros.

    También nos fue fácil prever que los gobiernos burgueses vencedores, cualesquiera que fuesen, no se preocuparían nunca de aplicar tras la contienda aquellos criterios que habían arrastrado al proletariado a la guerra y que según los social-nacionales garantizaban que la ésta desembocaría en esos objetivos engañosos con los que los jefes indignos embaucaban a los trabajadores.

    No hay nuevos argumentos en lo que respecta a la crítica de las desviaciones social-nacionalistas y su refutación; pero más difícil se presenta y se presentaba, sobre todo en la época en la que se fundó la III Internacional, la solución positiva que había que dar a la cuestión nacional desde el punto de vista comunista. No se puede decir que las tesis del II Congreso (1920) hayan resuelto el problema, y tanto es así que el próximo Congreso, el quinto, va a ocuparse de este asunto.

    Está claro que a la hora de solucionar los problemas relacionados con las posturas políticas y tácticas, la I.C. no adoptará teorías y fórmulas burguesas o pequeño-burguesas. La Internacional Comunista ha restaurado el valor de la doctrina y el método marxista, y su programa y su táctica se inspiran en ellos.

    Partiendo de esta base, ¿cómo se solucionan los problemas, como por ejemplo el nacional? Queremos subrayar tres cosas elementales. Los revisionistas hablaban de examinar los acontecimientos partiendo de las situaciones contingentes y sin preocuparse de los objetivos y los principios generales. Así, llegaban a conclusiones puramente burguesas, tanto más en la medida en que no empleaban los criterios marxistas a la hora de apreciar las situaciones, ni ponían de relieve el juego de los factores económicos y sociales y las contradicciones que se derivan de los intereses de clase. A este respecto, hay quien podría afirmar que la línea comunista correcta consiste en permanecer estrictamente fieles al método marxista de la crítica de los acontecimientos, analizando los hechos y llegando a conclusiones sin ideas preconcebidas. Para nosotros, esta respuesta es peligrosamente oportunista, pues es extremadamente indeterminada. Por otra parte, otros podrían decir que al examen marxista y clasista de una determinada situación, hay que añadir la aplicación de los principios y las fórmulas generales que se obtienen de una negación casi mecánica de las fórmulas burguesas; pero así se peca de un grosero simplismo y un erróneo radicalismo.

    Es cierto que las fórmulas generales y simples son indispensables para la agitación y la propaganda de nuestro partido. En cualquier caso, su peligro es menor que el de una excesiva elasticidad. Pero estas fórmulas deben ser puntos de llegada, resultados, y no puntos de partida en el examen de las cuestiones, cuya crítica a veces el partido y sus órganos supremos deben abordar y definir para poder explicar a las masas de los militantes, en términos claros y explícitos, las conclusiones. Así, por poner un ejemplo, podríamos aplicar esta idea a la fórmula “contra todas las guerras”, que en un periodo histórico dado puede ser útil para separar eficazmente a los verdaderos revolucionarios de los oportunistas que distinguen entre unas guerras y otras, justificando la política de cada burguesía. Pero esta fórmula: “contra todas las guerras”, ciertamente es insuficiente como enunciado doctrinal, aunque sólo sea porque su radicalismo formal, que niega toscamente la postura de la burguesía, podría llevarnos a otra ideología burguesa: el pacifismo de corte tolstoyano. De esta forma, caeríamos en una contradicción con nuestro postulado fundamental acerca del empleo de la violencia armada.




    Última edición por RioLena el Mar Abr 07, 2020 8:36 pm, editado 1 vez
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    El comunismo y la cuestión nacional - Amadeo Bordiga - publicado en Bilan (Balance) en mayo de 1934 Empty Re: El comunismo y la cuestión nacional - Amadeo Bordiga - publicado en Bilan (Balance) en mayo de 1934

    Mensaje por RioLena Mar Abr 07, 2020 8:35 pm

    El camino marxista, que se revela como el camino adecuado para resolver todos estos problemas, no consiste ni en una cosa ni en otra. Y esto debe precisarlo mejor el partido del proletariado revolucionario, aunque ya ha dado algunas brillantes muestras de ello, como es el admirable edificio de la crítica marxista-leninista a las doctrinas democráticas burguesas y la definición de nuestro programa en lo que respecta al Estado.

    Para explicar brevemente qué solución nos parece mejor, diremos que la tesis que dice que la política marxista se contenta con un simple análisis de las sucesivas situaciones (empleando un determinado método, por supuesto), sin necesidad de otros elementos, hay que rechazarla. Si estudiamos los factores de carácter económico y el desarrollo de las contradicciones de clase que se presentan en el análisis de tales problemas, hacemos algo indispensable, pero no tenemos en cuenta todos los elementos. Ciertamente, existen otros criterios que hay que tener en cuenta, criterios que podemos denominar “principios” revolucionarios a condición de no considerarlos como ideas inmanentes, dadas a priori, establecidas de una vez por todas en unas tablas “halladas” en alguna parte y que nadie sabe quién ha grabado. Si se quiere, podemos sustituir la palabra “principios” y emplear el término “postulados programáticos”: siempre se puede precisar más, y debemos hacerlo teniendo presente la necesidad lingüística de un movimiento internacional, nuestra terminología.

    A estos criterios se llega partiendo de ciertas consideraciones, en las que reside toda la fuerza revolucionaria del marxismo. No podemos ni debemos resolver los problemas de los estibadores de Londres o de los trabajadores finlandeses, por ejemplo, únicamente a través del estudio, empleando un método determinista, considerando las cuestiones de carácter espacial y temporal que hay que plantearse para solucionar el problema inmediatamente. Hay un interés superior que guía nuestro movimiento revolucionario, y los intereses parciales no deben entrar en contradicción con su desarrollo histórico. Y es que este interés general no surge directamente de los problemas particulares que afectan a ciertos grupos del proletariado en ciertas situaciones. En resumen, este interés general es el interés de la revolución proletaria. Es decir, el interés del proletariado considerado como clase mundial dotada de unidad y de tareas históricas, que tiende a un objetivo revolucionario: el derrumbamiento del orden burgués. Podemos y debemos resolver los problemas particulares en función de este objetivo superior.

    La manera de conjugar las soluciones particulares con este objetivo general se concreta en los fundamentos que ha adquirido el partido, que son los pilares de su programa y sus medios tácticos. Estos fundamentos no son dogmas inmutables revelados, sino que son a su vez los resultados del examen general y sistemático de la situación de toda la sociedad humana en el actual periodo histórico, en el que hay que tener en cuenta todos los elementos que se desprenden de nuestra experiencia. No negamos que este examen progresa continuamente y que las conclusiones a las que llega se van reelaborando, pero lo cierto es que no podríamos existir como partido mundial si la experiencia histórica por la que ya ha pasado el proletariado no permitiera a nuestra crítica construir un programa y un conjunto de reglas de conducta política. No podríamos existir sin ello, ni nosotros como partido ni el proletariado como clase histórica con una conciencia doctrinal y una organización de lucha.

    Allí donde nuestra posición táctica presenta lagunas y es previsible que se revise parcialmente en un futuro, sería un error proceder a esta revisión renunciando a los fundamentos y los principios que “limitan” las acciones que se pueden llevar a cabo en determinadas situaciones en los diferentes países. La elaboración de unas fórmulas positivas, aunque no fuesen perfectas, sería un error infinitamente menor, pues la claridad y precisión así como la máxima continuidad posible de tales fórmulas de agitación y acción son una condición indispensable para el fortalecimiento del movimiento revolucionario. A esta afirmación, que a algunos les puede parecer arriesgada y excesivamente abstracta, hay que añadir que los elementos que la historia de la lucha de clases nos ha proporcionado hasta el estallido de la guerra y la revolución rusa permiten al partido comunista mundial colmar todas las lagunas y llegar a soluciones satisfactorias: lo que evidentemente no quiere decir que no tengamos nada que aprender en el futuro o que no tengamos que comprobar continuamente la validez de nuestras posiciones con la práctica política. Negarse a “codificar” sin vacilación el programa y las reglas tácticas y organizativas de la Internacional sería arriesgarnos a los peligros del oportunismo, pues nuestra acción correría el riesgo de refugiarse mañana en principios y reglas burguesas, completamente erróneas y ruinosas para la nuestra “libertad” de acción.

    Concluimos de esta forma: los elementos que permiten dar una solución marxista a los problemas de nuestro movimiento son el conjunto de posiciones contenidas en nuestra visión general del proceso histórico, posiciones orientadas al triunfo revolucionario final y general; un estudio marxista de los elementos que se desprenden de nuestro examen. Este conjunto de posiciones deriva dialécticamente del examen de los elementos, de todos los elementos históricos y sociales accesibles. Para el partido revolucionario, este conjunto no reviste un carácter dogmático, pero sí un alto grado de continuidad histórica, una continuidad que nos separa de todos los oportunistas y que, dicho de otra manera, también se refleja en nuestra coherencia doctrinal y táctica, que podríamos calificar de monótona incluso, pero que no obstante nos sirve para separarnos de los traidores y los renegados de la causa revolucionaria.

    ***

    Nos ocuparemos ahora de la cuestión nacional, sobre todo como ejemplo a la hora de aplicar el método que hemos señalado. El examen de esta cuestión y la descripción de los elementos en los que se condensa están presentes en las tesis del II Congreso, que se refieren precisamente a la situación del capitalismo mundial y la fase imperialista que atraviesa.

    Este conjunto de elementos debe examinarse teniendo en cuenta el balance general de la lucha revolucionaria. Un elemento fundamental es que el proletariado pueda disponer, además de un ejército, de unos partidos comunistas en todos los países y de la ciudadela del Estado obrero: Rusia.

    El capitalismo tiene sus fortificaciones en los grandes Estados, y sobre todo en los que han salido vencedores de la guerra mundial, entre los cuales un pequeño grupo controla la política internacional. Estos Estados luchan contra las consecuencias del desequilibrio general que ha provocado en la economía burguesa la gran guerra imperialista, así como contra las fuerzas revolucionarias que se asignan como objetivo derrocar el poder.

    Uno de los recursos contrarrevolucionarios más importantes de los que disponen los grandes Estados burgueses en su lucha contra el desequilibrio general de la producción capitalista es su influencia sobre dos grupos de países: por un lado sus colonias de ultramar, y por otro los pequeños países de raza blanca y economía atrasada. La gran guerra, que se ha presentado como el movimiento histórico que ha logrado la emancipación de los pequeños pueblos y la liberación de las minorías nacionales, ha desmentido estrepitosamente esta ideología en la que los socialistas de la II Internacional creían o fingían creer. Los nuevos Estados surgidos en Europa central no son sino vasallos de Francia e Inglaterra, mientras que los Estados Unidos y Japón consolidan cada vez más su hegemonía sobre los países menos poderosos de sus respectivos continentes.

    A este respecto no puede haber duda alguna: la resistencia a la revolución proletaria se concreta en el poder de algunos grandes Estados capitalistas; una vez se derriben estos, el resto se derrumbará ante el proletariado vencedor. Si en las colonias y los países atrasados existen movimientos sociales y políticos dirigidos contra los grandes Estados en los cuales participan las capas burguesas, partidos burgueses y semi-burgueses, estos movimientos son un factor revolucionario desde el punto de vista del desarrollo de la situación mundial en la medida en que contribuyen a la caída de las principales fortalezas capitalistas. Si tras el derrumbamiento de los grandes Estados sobrevive algún poder burgués en estos pequeños países, estos serían derrotados por la fuerza del proletariado de los países más avanzados, aunque el movimiento proletario y comunista local parezca débil y esté dando sus primeros pasos.

    No podemos considerar como un criterio proletario la idea del desarrollo paralelo y simultáneo de la fuerza proletaria y de las relaciones entre las clases y los partidos en todos los países. Este criterio está más bien relacionado con aquella concepción oportunista acerca de una supuesta simultaneidad de la revolución, en base a la cual se llegó a negar el carácter proletario de la revolución rusa. Los comunistas no piensan en absoluto que el desarrollo de la lucha vaya a seguir el mismo camino en todos los países. Conocen las diferencias que hay que tener en cuenta a la hora de considerar los problemas nacionales y coloniales, pero coordinan su solución hacia el único interés del movimiento, la destrucción del capitalismo mundial.

    Las tesis de la Internacional Comunista, que plantean que es el proletariado comunista mundial y su primer Estado quienes deben guiar el movimiento de rebelión de las colonias y los pequeños pueblos contra las metrópolis capitalistas, aparecen pues como el resultado de un vasto examen de la situación y de una valorización del proceso revolucionario en perfecta correspondencia con nuestro programa marxista. Se coloca muy lejos de la tesis oportunista y burguesa que dice que los problemas nacionales hay que resolverlos previamente, antes de hablar de la lucha de clases, es decir, empleando el principio nacional para justificar la colaboración entre clases, tanto en los países atrasados como en los países capitalistas desarrollados, y defendiendo la recuperación de la soberanía y la libertad nacional. Pero el método comunista no se limita a afirmar banalmente: los comunistas deben actuar en sentido opuesto a la corriente nacional, en cualquier circunstancia. Esto no tendría sentido y sería simplemente negar metafísicamente el criterio burgués. El método comunista se opone a este último “dialécticamente”, es decir, que parte del factor de la clase a la hora de juzgar y resolver el problema nacional. El apoyo a los movimientos coloniales, por ejemplo, deja de ser prácticamente colaboración de clases cuando, a la vez que recomendamos el desarrollo autónomo e independiente de los partidos comunistas en las colonias para que estén preparados a superar a sus aliados momentáneos –mediante un trabajo independiente de formación ideológica y organizativa–, exigimos sobre todo “al partido comunista de la metrópoli” que apoye los movimientos de rebelión. Esta táctica es tan poco colaboracionista que la burguesía la juzga como anti-nacional, derrotista y alta traición.

    La tesis nº 9 (II Congreso) dice que, si no se parte de esa base, la lucha contra la opresión colonial y nacional no es más que una bandera falsa, como lo era para la II Internacional; y la tesis nº 11, epígrafe E, insiste en ello afirmando “que es necesario emprender una lucha decidida contra los intentos de disfrazar de comunista a los movimientos revolucionarios separatistas de los países atrasados que no son realmente comunistas”. Esto demuestra que nuestra interpretación es correcta.

    La necesidad de destruir el equilibrio de las colonias se deriva de un examen estrictamente marxista de la situación del capitalismo, pues la explotación y la opresión de los trabajadores de color se convierten en un medio para acedar la explotación del proletariado de la metrópoli. Aquí surge una nueva diferencia radical entre nuestro criterio y el de los reformistas. Estos últimos se afanan en demostrar que las colonias también son una fuente de riqueza para los trabajadores de la metrópoli, pues ofrecen un mercado para los productos. De aquí extraen nuevas razones para la colaboración de clases, afirmando en muchos casos que el principio de las nacionalidades se puede violar si es para “difundir la civilización” burguesa y para acelerar la evolución del capitalismo. Este intento de modificar el marxismo revolucionario en la práctica se reduce a otorgar al capitalismo prorrogas cada vez más largas, afirmando que el capitalismo aún tiene una larga tarea histórica, cosa que nosotros discutimos, defendiendo que es el momento de acabar con él desencadenando un ataque revolucionario.

    Los comunistas emplean las fuerzas que se dirigen hacia la ruptura del patrocinio de los grandes Estados sobre los países atrasados y coloniales porque consideran que es posible echar abajo las fortalezas de la burguesía y confiar al proletariado socialista de los países más avanzados la tarea histórica de conducir a un ritmo acelerado el proceso de modernización de los países atrasados, no ya explotándoles, sino logrando la emancipación de los trabajadores locales contra la explotación externa e interna.

    Esta es, a grandes rasgos, la correcta posición de la I.C. ante el problema que estamos tratando. Pero es importante ver claramente el camino por el cual se llega a estas conclusiones para evitar relacionarlas con esa fraseología caduca de la burguesía sobre la libertad nacional y la igualdad nacional, ya denunciada en la primera de las tesis citadas como un sucedáneo del concepto capitalista sobre la igualdad de los ciudadanos de todas las clases. Y es que estas nuevas conclusiones (nuevas en cierto sentido solamente) del marxismo revolucionario presentan a veces el peligro de exagerarse y desviarse.

    Por dar algún ejemplo: nos parece que es inadmisible, partiendo de estas bases, que en Alemania se plantee un acercamiento entre el movimiento comunista y el movimiento nacionalista y patriótico.
    La presión que han ejercido los Estados de la Entente sobre Alemania, de manera además tan aguda y vejatoria como hemos presenciado recientemente, no basta para que podamos considerar a Alemania como un pequeño país capitalista atrasado. Alemania es un gran país formidablemente equipado desde el punto de vista capitalista, donde el proletariado está más que desarrollado, tanto social como políticamente. Por tanto no se puede confundir su situación con las condiciones que hemos considerado más arriba. Baste esta afirmación para ahorrarnos un examen más amplio de esta importante cuestión, examen que merece hacerse aparte y no sumariamente.

    Tampoco se refuta nuestra argumentación afirmando que en Alemania el alineamiento de las fuerzas políticas se presenta de tal forma que mientras la gran burguesía no da muestras de una actitud nacionalista acentuada, sino que tiende a coaligarse con las fuerzas de la Entente para una acción contrarrevolucionaria en detrimento del proletariado alemán, el movimiento nacionalista se alimenta de las capas pequeño-burguesas descontentas e inquietas, también económicamente, y que preparan esta solución capitalista. El problema de la revolución desencadenada en Berlín no puede relacionarse sólo –lo que es reconfortante– con Moscú, sino también con París y Londres. Para combatir la Entente capitalista de Alemania y los Aliados no sólo contamos con la fuerza del Estado soviético, sino también y en primer lugar con la alianza entre el proletariado alemán y el de los países occidentales.

    Este es un factor tan importante para el desarrollo de la revolución mundial que sería un grave error comprometerlo con una acción revolucionaria en Francia o Inglaterra en un momento inoportuno. Y esto es lo que sucedería si se convirtiera la cuestión de la revolución alemana, aunque sólo fuera en parte, en una cuestión de liberación nacional, incluso sin la colaboración de la gran burguesía. La desproporción entre la madurez de la actividad del partido comunista alemán y la del francés o inglés desaconseja esta postura errónea, que consiste en oponer al anti-patriotismo de la burguesía alemana un programa nacionalista de revolución proletaria. La ayuda de la pequeña-burguesía alemana (que ciertamente hay que saber encauzar empleando una táctica muy distinta a la del “nacional bolchevismo” y teniendo en cuenta la situación de ruina económica de las clases medias), sería completamente inútil si el capitalismo francés y británico tienen las manos libres en el interior para actuar más allá de sus fronteras, lo que sólo se puede evitar con una postura internacionalista frente al problema de la revolución alemana. Si llega el caso, es en Francia donde debemos preocuparnos más la actitud de las capas pequeño-burguesas, a las que un recrudecimiento del nacionalismo alemán pondría una vez más a merced de las fuerzas burguesas locales. Y algo parecido puede decirse de Inglaterra, donde el laborismo se proclama descaradamente nacionalista ahora que, a cuenta y riesgo de la burguesía británica, está en el poder.

    Esto es lo que sucede cuando olvidamos los principios de la política comunista o los aplicamos cuando están ausentes las condiciones para las que aquellos estaban concebidos.

    El hecho de que el camarada Radek, al defender su táctica en una reunión internacional, haya “descubierto” que los comunistas deben exaltar el sacrificio de los nacionalistas en la lucha contra los franceses del Ruhr, es un fenómeno que tiene cierta analogía con el social-nacionalismo. ¡Y lo hace en nombre del principio, para nosotros nuevo e inaudito, de que hay que defender a quien se sacrifica por sus ideas, sea cual sea su partido!

    Reducir la tarea del gran proletariado alemán a la emancipación nacional es de una bajeza deplorable. Nosotros esperamos que este proletariado y su partido logren la victoria, no ya sólo por ellos, sino por la supervivencia y la evolución económica de la Rusia soviética y para que todo el torrente de la revolución mundial sacuda las fortalezas capitalistas de occidente, despertando a los trabajadores de todos los países que de momento permanecen inmóviles ante los últimos sobresaltos de la reacción burguesa.

    Los desequilibrios nacionales entre los grandes Estados desarrollados son factores que debemos estudiar y examinar atentamente. Pero al contrario que los social-nacionales, negamos tajantemente que estos desequilibrios puedan resolverse por otro camino que el de la guerra de clases contra todos los Estados burgueses. En este sentido, consideramos todo resto de patriotismo y nacionalismo como una manifestación reaccionaria, sin cabida en los partidos revolucionarios de los países cuyo proletariado, disponiendo de una herencia verdaderamente rica en posibilidades comunistas, está llamado a ser la vanguardia de la revolución mundial.


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      Fecha y hora actual: Jue Mar 28, 2024 10:04 pm