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    La sociedad futura - breve artículo de Sylvia Pankhurst - año 1923

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    RioLena
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    Mensaje por RioLena Jue Abr 09, 2020 9:45 pm

    La sociedad futura

    Sylvia Pankhurst - año 1923


    publicado en  "One Big Union Bulletin", Canadá, 2 de agosto de 1923


    Los términos socialismo y comunismo tienen el mismo sentido; significan un tipo de sociedad en el cual la riqueza de la comunidad, es decir la tierra, los medios de producción, de distribución y de transporte, son propiedad común, y en el cual la producción es motivada por las necesidades y no por el provecho.

    Dado que el socialismo es el ideal hacia el cual nuestros esfuerzos van dirigidos, es natural que hubiera unas opiniones diferentes respecto a esta sociedad futura. Ya que vivimos en el seno de una sociedad capitalista, el modo en el que mucha gente contempla el socialismo inevitablemente está influido por sus experiencias en contacto con el sistema actual.

    No es extraño que exista gente que supone que el sistema actual es malo, pero que no tiene bastante imaginación para darse cuenta de las posibilidades de abolir todas las instituciones de la sociedad capitalista. Sin embargo no ganaríamos nada con establece un sistema a medio camino del socialismo. Una mezcla socialismo / capitalismo produciría sólo una infinidad de injusticias, de dificultades y de despilfarro. Las víctimas de estas anomalías no dejarían de luchar por una vuelta al antiguo régimen.

    En su integridad, el socialismo implica la abolición total del dinero, de la venta, de la compra y del salariado. Implica que la comunidad debe darse por tarea abastecer, desde la demanda y un poco en exceso, todo lo que cubre las necesidades y deseos de sus miembros. Todo sistema que mantiene la venta y la compra se acompaña del empleo de amplias partes de la población en tareas no productoras.

    Por este hecho, el trabajo productivo es efectuado por una sola parte de la población, mientras que el resto gaste su energía en la gestión de las tiendas, en los bancos, en la publicidad y en todas las ramas del comercio, que, de hecho, emplean hoy a más de los dos tercios de la población. Siendo dado el sistema monetario, tenemos inevitablemente el salariado. Si las cosas necesarias y deseadas son conseguidas mediante pago, hace falta que los que efectúan el trabajo sean pagados para que obtengan sus medios de subsistencia. El salariado provoca la existencia de instituciones tales como la jubilación, el seguro de enfermedad, las indemnizaciones de paro, la viudedad o (más probablemente y) el auxilio social. La existencia de estas instituciones hace que muchas personas son transferidas de un trabajo productivo a un trabajo puramente administrativo. Un trabajo inútil es creado así, de manera que agrava el peso de los no productores, sostenido por los trabajadores productores. Además, condiciones sociales totalmente en discordancia con la fraternidad comunista son conservadas.

    El salariado convierte la vida del trabajador en precaria. El pago de un salario les da automáticamente a uno o varios funcionarios el poder de enviarlo ahí, al estado precario.

    Tanto tiempo como exista el sistema monetario , toda empresa productora deberá ser organizada según el principio de rentabilidad. Tratará pues de emplear a tan pocos trabajadores como posible de modo que tenga menos gastos en salarios. Tenderá a enviar a la precariedad al trabajador menos competente que una vez desempleado se volverá todavía menos competente. Una clase de inservibles tiende así a crearse. La existencia del salariado provoca casi inevitablemente la desigualdad de los salarios, las horas suplementarias, las primas y los salarios más elevados para las cualificaciones especiales.

    Las distinciones de clase puramente son unas diferencias educativas, de entorno y comodidad material. La compra y la venta operadas por el gobierno dan lugar a la corrupción y para impedirlo crean puestos muy bien remunerados de forma que quienes los ocupan tienen mucho que perder, para que ellos se dejen tentar por la prevaricación y el hurto.


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    Mensaje por RioLena Vie Abr 10, 2020 12:53 pm

    Estelle Sylvia Pankhurst (Mánchester, mayo de 1882 - Adís Abeba, septiembre de 1960) fue activista del movimiento sufragista en el Reino Unido, antiimperialista, antimilitarista, feminista y con ideas socialistas. Junto a su madre Emmeline y su hermana Christabel, fueron conocidas como “Las Pankhurst”, se transformaron en un emblema del movimiento feminista, por su lucha por el derecho al voto para las mujeres.

    En 1903, fundaron la Unión Social y Política de las Mujeres que, entre sus acciones más conocidas, organizó en Londres una movilización de más de 400 mil mujeres sufragistas que terminó incendiando iglesias y comercios durante el desarrollo de la manifestación. Luego de varias de esas acciones Sylvia terminó en la cárcel, se enfrentó a los tribunales con huelgas de hambre, de sed y de sueño, y actuó como su propia abogada defensora.

    A los 24 años, Sylvia Pankhurst abandonó sus estudios universitarios y, en 1911, publicó Historia del movimiento de mujeres sufragistas. En ese momento, empezaban a surgir sus diferencias con la Unión fundada por su madre. La Primera Guerra Mundial ahondó aún más estas divergencias: Sylvia no estaba de acuerdo en apoyar al gobierno británico en la guerra, como sí lo hacía su madre Emmeline, y era firme partidaria de la lucha por la paz. Sylvia, finalmente, se apartó de la organización y fundó el Ejército de Mujeres por la Paz, volcándose en la militancia del Partido Laborista, donde publicó un periódico para mujeres trabajadoras al que tituló El Acorazado de las Mujeres, en homenaje al acorazado Potemkin de la Revolución rusa de 1905.

    Sylvia apoyó la Revolución Rusa de 1917, visitó la Unión Soviética y a su regreso a Inglaterra, pagó con cinco meses de cárcel la simpatía “pro-comunista” que expresaban sus artículos. En 1918, finalmente, se extendió el derecho al voto a algunas mujeres mayores de treinta años; Sylvia denunció que el mismo estaba limitado, además, a las mujeres de clase alta.

    Fue fundadora del Partido Comunista inglés, aunque se alejó años más tarde influida por ideas anarquistas. En los años 1930 apoyó la Revolución Española y colaboró con trabajadoras y trabajadores judíos perseguidos por el régimen nazi en Alemania.

    Luego de ser una activa militante contra la ocupación italiana en Etiopía, se mudó a ese país con su compañero Carlo y su hijo Richard y murió en África en 1960, a los 78 años de edad.



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