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    La ecología a la luz del marxismo-leninismo - Cículo Henri Barbusse de Cultura Obrera y Popular - noviembre de 2016

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    Mensaje por lolagallego Vie Nov 27, 2020 5:52 pm

    La ecología a la luz del marxismo-leninismo - Cículo Henri Barbusse de Cultura Obrera y Popular - noviembre de 2016

    traducido y publicado por Unión Proletaria en 2018

    —3  mensajes—


    Ahora es obvio que incluso más allá de nuestras condiciones de trabajo, nuestras condiciones de vida se están deteriorando, mientras que las de los ricos están mejorando continuamente: comen productos orgánicos, dietas equilibradas, practican deportes y cuidan su metabolismo, extienden significativamente su longevidad, mientras que, entre los nuestros, se disparan las enfermedades cardiovasculares, los cánceres, la obesidad, los desequilibrios psíquicos y fisiológicos.

    Este deterioro de nuestras condiciones de vida está directamente ligado al «productivismo» capitalista [1], marcado por la agricultura intensiva basada en pesticidas y fertilizantes químicos que degradan la fertilidad del suelo, y al desarrollo anárquico y cortoplacista de una industria en crisis estructural y generalizada. Es claro para los marxistas que, mientras la burguesía nos haga pagar por su crisis, también nos hará pagar por las consecuencias ambientales de ésta; el indicador lógico de esto es el surgimiento de luchas relacionadas con la protección del medio ambiente y con nuestras condiciones de vida, más pronunciado en la izquierda que en la derecha: luchamos por nuestra emancipación desde y por medio del trabajo, pero también más ampliamente, por nuestro desarrollo dentro de un mundo que también hay que proteger de las malas acciones del capitalismo que ha alcanzado su estadio superior. Y si el trabajador aislado, como ya lo señaló Marx, no siente de inmediato el papel histórico de su clase en cuanto a la necesidad de derribar el capitalismo que arruina nuestra salud y nuestras vidas, si precisa para ello de una conciencia colectiva de clase y de un partido organizado, sentirá quizás aún menos espontáneamente esta misma necesidad ante el peligro que el sistema acarrea para las generaciones futuras de trabajadores a través de una destrucción del medio ambiente potencialmente irreversible.

    «Mientras existan los hombres, su historia y la de la naturaleza se condicionan mutuamente», escribió Karl Marx en La ideología alemana, y es por esta causa que nace una conexión política natural entre las luchas contra el capitalismo, desde hace algunas décadas. Pero, en un contexto de atraso ideológico y político del movimiento comunista, esta conexión nacida de las aspiraciones históricas de la clase obrera contra los efectos más inmediatos y más sensibles del capital, puede engendrar dialécticamente un freno ideológico contra el cual también necesitamos luchar, a la luz de la teoría marxista, y también sobre la base de la experiencia socialista en la URSS de antes y, hoy, en menor medida (pero todavía significativa), en la Cuba socialista.

    Por lo tanto, que el verde se una al rojo en las banderas de la izquierda actual, traduce a la vez un paso adelante en la unidad del frente militante anticapitalista y una especie de malentendido político que ni los ambientalistas ni, sinceramente, los comunistas parecen querer disipar. La relativa juventud de la ecología política como su base social explica en parte por qué su carácter anticapitalista solo empieza hoy a emerger. Pero la descalificación de las ilusiones relacionadas con el «capitalismo verde», la tendencia a la «marxistización» de lo que comúnmente se llama ecosocialismo son eventos recientes y en gran parte aún inacabados.

    LOS COMUNISTAS, ¿SON PRODUCTIVISTAS?
    El movimiento comunista, por su parte, parece acomodarse en una posición defensiva, incluso a nivel teórico, frente a este nuevo impulso socialdemócrata «verde», cuando, por el contrario, sería necesario tomar la iniciativa y luchar en en el frente ideológico apoyándose sin ningún tipo de complejo en la herencia soviética. Porque ésta fue no solo teórica sino también en gran medida práctica. Si nos tomamos la molestia de recordar algunas evidencias históricas, está en total contradicción con los prejuicios que pueden tener al respecto los militantes «verdes» de hoy.

    Hasta la década de 1950, durante más de treinta años, la URSS fue el país más avanzado del mundo en el campo de la ecología, no solo por su capacidad de proteger el medio ambiente sino también por su elección de las técnicas agronómicas. Y no fue una casualidad. Los defensores del ecosocialismo lo reconocen: solo el socialismo, triunfando sobre la anarquía de la producción y la propiedad privada que caracteriza al sistema capitalista, puede gestionar de manera adecuada y armoniosa la producción agrícola y la defensa del medio ambiente a escala de todo un país.

    Si la ecología política intenta por todos los medios diferenciarse de un marxismo considerado «productivista» o incluso «prometeico» [2], se trata aquí de demostrar cómo, desde un punto de vista teórico e histórico, el socialismo es realmente la «fase superior» [3] de la ecología, y no su rival político.

    Los fundamentos políticos del ecosocialismo recuerdan curiosamente las primeras formulaciones anarquistas y socialistas utópicas del siglo XIX: se trata de ir más allá de la aparente contradicción entre productivismo y ambientalismo, porque la necesidad de desarrollar la producción agrícola e industrial para satisfacer las necesidades de una Humanidad en pleno crecimiento demográfico no se opone necesariamente a la «Naturaleza». Al igual que los canuts de Lyon que, en los comienzos de la lucha del proletariado, atacaban las máquinas-herramientas acusándolas de destruir el empleo, los ecologistas desvían la contradicción real que existe entre el capital y la naturaleza en favor de una contradicción muy idealista e insuperable entre Naturaleza y Progreso técnico.

    Imperfectamente, sin duda, y con las limitaciones impuestas por el cerco imperialista, solo los soviéticos propusieron técnicas para superar esta contradicción entre el capital y la naturaleza sin esta nostalgia preindustrial pequeñoburguesa que caracteriza a la ecología actual.

    Por supuesto, se objetarán los casos de Chernobyl, el mar de Aral, la contaminación de los suelos moldavos con DDT… Pero estamos ante un desconocimiento de la historia alentado por Occidente, que impide a los comunistas replicar como corresponde o que los coloca en una actitud defensiva o nihilista cuyos argumentos son a menudo ineficaces. Hay que decirlo claramente: la agricultura intensiva y el retroceso en la protección del medio ambiente se impusieron tardíamente en la URSS. Es particularmente a partir de Jruschov, y no antes, que se eligió, en contra de la teoría marxista-leninista que había prevalecido hasta entonces, competir con los Estados Unidos de América «triunfantes» por sus mismos métodos y reglas. A partir de esta época, el campo socialista se alineó abierta y resueltamente con las tendencias capitalistas de la agricultura intensiva cortoplacista y destructiva del suelo.

    INCONSECUENCIA DEL REFORMISMO «VERDE»
    Los ecosocialistas reprochan al comunismo, el cual pretenden superar, que haya deducido de una distorsionada lectura de Marx y Engels su indignante «productivismo», a fin de cuentas parecido al de los capitalistas. Pero esta crítica «decreciente» de Marx no es nueva, y aunque hoy se distinga claramente de las ilusiones del «capitalismo verde», el enemigo identificado sería menos la burguesía como clase que una naturaleza humana intrínsecamente irresponsable frente al progreso técnico. Se termina glorificando el modelo de las pequeñas comunidades autosuficientes y aisladas, una especie de retorno fantaseado a la época del falansterio, o incluso al comunismo primitivo.

    Si este modelo no es en sí mismo absurdo en la etapa llamada Comunismo (la desaparición final del estado tras el trabajo político del proletariado durante la etapa transitoria del socialismo), debe recordarse que es por definición imposible alcanzarlo sin transición puesto que partimos de un sistema capitalista de lucha de clases. Es aquí donde los comunistas se distinguen fundamentalmente de los anarquistas o de los socialdemócratas que se reclaman del ecosocialismo, para quienes la etapa del socialismo (dictadura del proletariado) no es considerada necesaria ni deseable.

    Cabe señalar que, paralelamente, las corrientes fascistas (en torno al movimiento «Igualdad y Reconciliación» y otros «survivalistas» en particular) aprovechan oportunamente esta nueva moda ecologista de tintes anticomunistas y maltusianos para proliferar en su seno mitificando la «Naturaleza» y su espiritualidad, nostálgicas del feudalismo, del corporativismo, de sus pretendidos equilibrios sociales y naturales inmutables, hoy profanados por los «magnates de las finanzas apátridas»…

    Volvemos, entonces, a las viejas polémicas de Proudhon y Marx, muy lejos de una supuesta superación del marxismo. Y mientras algunos todavía buscan desesperadamente una «tercera vía» entre el capitalismo y el comunismo de estilo militarista, otros se ven obligados a «reexaminar el marxismo» tratando de adaptarlo a consideraciones que éste no abarcaría espontáneamente.

    El eco-socialismo traduce de hecho una aspiración impaciente, pequeñoburguesa y anti-dialéctica, similar a anteriores llamadas hipócritas a «sintetizar» el marxismo con el feminismo, el antirracismo, el antifascismo o el antiimperialismo, como si el vínculo no fuera obvio… ¿No es gracias al campo socialista, directa o indirectamente [4], que se concedieron derechos civiles a los afroamericanos que luchan en los EE. UU., por temor al desarrollo del bolchevismo? ¿No es gracias a la Revolución de Octubre que el derecho de voto y la elegibilidad se otorgaron a las mujeres? Lo fueron completamente por primera vez en la Rusia soviética en 1918 [5], mientras que este derecho, sin restricciones, sólo fue reconocido en Francia, por ejemplo, ¡en 1944! En cuanto al fascismo, fue derrotado en la década de 1930 en Europa por los Frentes Populares dirigidos por los comunistas, y luego por la Unión Soviética contra el Tercer Reich durante la Segunda Guerra Mundial. Después, las primeras liberaciones nacionales se obtuvieron en una dura lucha animada por las victorias del comunismo vietnamita contra los colonialistas franceses y estadounidenses…

    Por lo tanto, existe una cierta hipocresía en el deseo de «regenerar» el marxismo asociándolo con algún adyuvante supuestamente exógeno, ya sea el feminismo, el antirracismo, el antifascismo, el antiimperialismo o incluso la ecología… Lejos de ser una laguna en el análisis dialéctico materialista y en la práctica del socialismo científico, la ecología es, por el contrario, consustancial a éstos.

    Esto no significa que las luchas «parciales» mencionadas aquí carezcan de razón de ser. Por el contrario, a menudo son centrales en la práctica: entramos en la lucha general contra el capitalismo con nuestros propios motivos originales, desde la mujer oprimida por la mentalidad feudal, al indígena presionado por una multinacional francesa o el afroamericano víctima de la represión policial cotidiana. Pero estas luchas, en su dimensión de masas, como las que practican los militantes contra la «comida basura», por ejemplo, convergen lógicamente si se trata de unirse para vencer al enemigo capitalista común y establecer un nuevo sistema que garantice los derechos de todos con cierta estabilidad.

    Si la Unión Soviética se esforzó en el pasado por proteger el medio ambiente y transformarlo respetando sus equilibrios, si Cuba destaca hoy en día por su capacidad de explotar su suelo y sus recursos energéticos ganándose la admiración de los ecologistas occidentales, no es fruto de la casualidad ni de ninguna concesión táctica destinada a complacer a éstos, sino por una necesidad teórica y práctica vinculada con su modo de producción, incluso si es «productivista».

    PROTEGER LA NATURALEZA: ¿CUESTIÓN CIENTÍFICA Y COLECTIVA O «MORAL» E INDIVIDUAL?
    En el fondo, el principio anti-productivista del movimiento ecologista proviene de un presupuesto filosófico acerca de una Naturaleza idealizada, a la que el trabajo humano no podría por menos que «profanar», oponiendo el progreso humano al progreso técnico. Pero la historia del hombre es, ante todo, la de una domesticación de su entorno, cuyo acto fundador fue la revolución neolítica: la prehistoria está marcada por el paso de las tribus cazadoras-recolectoras a grupos humanos sedentarios que domestican plantas y animales para satisfacer sus necesidades básicas. Fueron los protagonistas del primer «gran plan de transformación de la naturaleza», sin el cual no existirían hoy los caballos, las vacas, las ovejas, el trigo, la cebada y otras mil criaturas moldeadas por el hombre.

    Durante milenios, esta transformación radical del entorno humano se ha generalizado sobre el planeta, desafiando los temores de los chamanes aterrorizados por la inminencia de una venganza celestial. El propio hombre se ha transformado a su vez, especialmente en sus hábitos alimenticios y en sus adaptaciones metabólicas [6], sin que el cielo cayera sobre su cabeza [7].

    En realidad, se trata de distinguir de qué manera las transformaciones del medio ambiente por parte del hombre pueden modificar los grandes equilibrios naturales sin comprometer a largo plazo su capacidad para satisfacer nuestras necesidades, alimenticias o energéticas. En otras palabras, debemos identificar hasta qué punto las modificaciones necesarias del entorno en que vivimos están ligadas a la satisfacción de nuestras necesidades, a nuestros intereses vitales (cantidad y calidad de nuestros alimentos, renovación de la energía necesaria para nuestras actividades) o son consecuencia de la búsqueda del máximo beneficio, característico del sistema capitalista.

    Después, es necesario demostrar por qué es la clase obrera, la base de la producción material cuyo papel histórico es vencer al sistema capitalista para satisfacer a la vez sus intereses y, por extensión, los de toda la humanidad, la que debe estar en vanguardia de la lucha contra esta clase parasitaria burguesa que nos lleva a la ruina, incluso en cuanto a nuestros recursos naturales.

    Es en estos dos niveles donde uno debe comprender tanto el «anti-productivismo» como el anticomunismo del movimiento ecologista primitivo, hasta la etapa ecosocialista. Si esta última es un avance objetivo en el plano de la convergencia de las luchas anticapitalistas, mantiene un potencial de división peligroso a la hora de criticar la opción estratégica de los Estados que luchan por la soberanía nacional contra el imperialismo depredador, la lucha por el empleo de los trabajadores de la industria actual, o incluso -por qué no- un piquete de huelga que recurre a los humos negros y tóxicos de los neumáticos en combustión…

    LA ECOLOGÍA ES CONSUSTANCIAL AL MARXISMO, NO UN COROLARIO SUYO
    Marx lo expone con clarividencia al asociar íntimamente los dos combates sin echar mano del famoso «productivismo» incorpóreo:

    » Y todo progreso de la agricultura capitalista no es sólo un progreso en el arte de esquilmar al obrero, sino a la vez en el arte de esquilmar el suelo; todo avance en el acrecentamiento de la fertilidad de éste durante un lapso dado, un avance en el agotamiento de las fuentes duraderas de esa fertilidad. (…) La producción capitalista, por consiguiente, no desarrolla la técnica y la combinación del proceso social de producción sino socavando, al mismo tiempo, los dos manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajador» (El Capital, Libro 1, 1867).

    Por lo tanto, según Marx, sería posible y obviamente deseable desarrollar técnicas de producción sin aumentar la ruina de tales recursos sostenibles. Es poco conocido que Engels señaló con mayor precisión la responsabilidad del capitalista por la destrucción irracional del medio ambiente. Ciento cincuenta años antes de los primeros ecosocialistas, afirmaba:

    «Por cuanto los capitalistas aislados producen o cambian con el único fin de obtener beneficios inmediatos, sólo pueden ser tenidos en cuenta, primeramente, los resultados más próximos y más inmediatos. Cuando un industrial o un comerciante vende la mercancía producida o comprada por él y obtiene la ganancia habitual, se da por satisfecho y no le interesa lo más mínimo lo que pueda ocurrir después con esa mercancía y su comprador. Igual ocurre con las consecuencias naturales de esas mismas acciones. Cuando en Cuba los plantadores españoles quemaban los bosques en las laderas de las montañas para obtener con la ceniza un abono que sólo les alcanzaba para fertilizar una generación de cafetos de alto rendimiento, ¡poco les importaba que las lluvias torrenciales de los trópicos barriesen la capa vegetal del suelo, privada de la protección de los árboles, y no dejasen tras sí más que rocas desnudas! Con el actual modo de producción, y por lo que respecta tanto a las consecuencias naturales como a las consecuencias sociales de los actos realizados por los hombres, lo que interesa preferentemente son sólo los primeros resultados, los más palpables. Y luego hasta se manifiesta extrañeza de que las consecuencias remotas de las acciones que perseguían esos fines resulten ser muy distintas y, en la mayoría de los casos, hasta diametralmente opuestas» (El papel del trabajo en la transformación del mono en un hombre, 1876).

    Lenin, ¿hace falta recordarlo?, no era más «productivista» que sus inspiradores y compartía esta opinión recordando, por ejemplo, que:

    «La posibilidad de sustituir los fertilizantes naturales por fertilizantes artificiales […] no refuta en absoluto la irracionalidad que supone desperdiciar fertilizantes naturales contaminando los ríos y el aire en los distritos industriales» (Cómo eliminar la oposición entre ciudad y campo, Volumen 5, Obras completas).

    Si la lucha por la protección del medio ambiente se deriva lógicamente de las luchas anticapitalistas, entonces quedará fuera de lugar el supuesto de un determinado instinto del hombre de producir y ensuciar en una funesta huida hacia delante, inherente a su naturaleza profunda.

    Al contrario, solo la ciencia, como trabajo humano permanente en el campo de los conocimientos y de las técnicas, permite a las sociedades prevenir la degradación a la larga de los recursos que podrían explotar de forma espontánea, inmediatamente y hasta el agotamiento. Aquí, nuevamente, podemos demostrar cómo el sistema socialista es más eficiente que el sistema capitalista, no solo teóricamente sino sobre todo y por consiguiente en lo práctico, para implementar estrategias razonables que respeten los recursos naturales.

    En términos prácticos, sabemos cuánto privilegia y financia el sistema capitalista a los sectores de investigación más lucrativos, para satisfacer rápidamente su sed de máximo beneficio. Por el contrario, ralentiza los sectores que son menos rentables de inmediato, o si desea desarrollarlos, es incapaz de inyectar en ellos fondos suficientes, a menos que se trate, por ejemplo, de competir con el pionero soviético en la carrera aeroespacial, mientras éste amenazaba su hegemonía.

    En el nivel teórico, los frenos del «pensamiento único» burgués son bien conocidos por los agrónomos que han intentado disentir. Claude Bourguignon, agrónomo y conferencista muy solicitado por haber reintroducido la biología en los debates de los profesionales de la agricultura, hasta entonces condicionados únicamente por la química (fertilizantes artificiales y pesticidas de la agroindustria), denuncia la desaparición en Francia, en la década de 1970, de las cátedras de microbiología del suelo en la universidad, y la imposibilidad de combatir la agricultura intensiva «química» dentro del INRA [Instituto Nacional de Investigación Agronómica, en Francia].

    Es obvio que un Estado nunca es indiferente, mientras exista, es decir, mientras exista la lucha de clases, a las investigaciones científicas que financia. Pero también es la ideología dominante difundida por este Estado en todas las venas de la sociedad, lo que determina, incluso más que los financiamientos, el trabajo de producción teórica. Veremos en este sentido que el materialismo dialéctico, el paradigma dominante en el socialismo, ha podido alejarse de las aspiraciones occidentales a una agricultura intensiva cortoplacista y preferir una visión integracionista mucho más «ecológica» del medio ambiente, de los seres vivos, e incluso del suelo.

    LA AGROECOLOGÍA: UNA INVENCIÓN 100% SOVIÉTICA
    Ante la evidencia de este avance del campo socialista en el plano de la ecología y de la llamada agricultura «biológica», algunos que la admiten afirman sin embargo que la «traición» contra las primeras innovaciones ecológicas y el paso al ultraproductivismo agrícola no se remontan a la década de 1950 con el revisionismo de Jruschov, sino a la llegada de Stalin al poder en la década de 1920. Ésta es una aberración que es preciso desmentir claramente: los años 30 y 40, por el contrario, corresponden al apogeo de las concepciones y prácticas agroecológicas en la URSS. No sin razón, los comunistas ya criticaban el «triunfo» de la agricultura intensiva capitalista en la década de 1950, cuando aún estaba en su infancia, teniendo que soportar las burlas de los científicos occidentales más destacados, entre los cuales estaba el famoso genetista Jacques Monod.

    Francis Cohen, por ejemplo, un periodista comunista francés que apoyaba a la agronomía soviética atacada de manera virulenta en Occidente, recordaba en 1950:

    «¿Qué utilidad tendría, para los trusts estadounidenses, una agrobiología científica que mejorara el suelo año tras año cuando es más ventajoso, para reducir el precio de costo, participar en un cultivo frenético que destruye, agota el suelo y convierte en desiertos millones de kilómetros cuadrados de tierra cultivable? ¿Qué utilidad tendría, para los capitalistas, una genética que permitiera mejorar las especies vegetales y animales? El objetivo de la genética agrícola es la creación de variedades puras, catalogables y estandarizadas que puedan venderse a los agricultores, garantizándoles tal o cual carácter particular. Las llamadas variedades puras degeneran en dos o tres años cuando están en campo abierto: ¡Tanto mejor, el agricultor deberá volver a comprar las semillas! (Genética clásica y biología michuriniana, Editions La Nouvelle Critique: Science bourgeoise et science prolétarienne, 1950).

    Sobre esta última reflexión, la actualidad proporciona ilustraciones excelentes y sintomáticas. En los últimos años, por ejemplo, los sindicalistas campesinos han estado protestando contra la legislación europea que tiende a limitar y apropiarse de cada vez más variedades de semillas utilizadas en la agricultura. José Bové, diputado de EELV [Europa Ecología Los Verdes] y sindicalista campesino, denunció lo siguiente en 2013 en el Parlamento Europeo:

    «La nueva propuesta de reglamento sobre semillas presentada hoy por la Comisión Europea es contraproducente y peligrosa. Muchos científicos y agencias de la ONU como la FAO están haciendo sonar la alarma. La biodiversidad está en peligro. Las multinacionales se han centrado en crear plantas de alto rendimiento pero frágiles. Solo pueden sobrevivir en un ambiente artificial dependiendo de los fertilizantes químicos y pesticidas, y por lo tanto del petróleo. Esta propuesta, que refuerza el control de los cuatro grandes grupos globales que monopolizan las semillas, debería ser presentada más bien por los lobbistas de Monsanto, Pioneer y Bayer (por nombrar sólo algunos) que sujetaron la pluma utilizada para escribir este texto en la sombra.

    Al reducir los derechos de los agricultores a sembrar sus propias semillas, al restringir las condiciones para el reconocimiento de las variedades por parte de pequeños empresarios independientes, al limitar la circulación y el intercambio de semillas entre las asociaciones y entre los plantadores, la Comisión Europea está barriendo diez mil años de historia agrícola. El increíble número de variedades vegetales que tenemos hoy se basa en el trabajo de selección de cuatrocientas generaciones de mujeres y hombres, y en la transmisión de ese conocimiento a la siguiente generación. La biodiversidad vegetal solo se podrá mantener creando las condiciones para una verdadera asociación entre redes campesinas y agrónomos que no consideran a las plantas como meras reservas de ADN, sino como seres vivos que evolucionan a lo largo de los años adaptándose a las nuevas condiciones que encuentran. (Discurso citado en «Regulación de la UE sobre semillas», artículo del 6 de mayo de 2013, sitio web de Les Verts – Alliance Libre Européenne).

    El diputado verde José Bové, anarcosindicalista conocido por su anticomunismo, al unísono con muchas corrientes altermondialistas habituales del Foro Social Mundial (FSM), describe sin nombrarla una «utopía» que solo la sociedad socialista cubana está realizando concretamente hoy. ¿Por qué tal omisión?

    Las condiciones del bloqueo y la necesidad de un país antiimperialista consecuente, en un sistema en transición al socialismo y, por lo tanto, beneficiándose de ciertas ventajas técnicas de este sistema, llevaron a Cuba a romper con la agricultura intensiva destructiva heredada del período jruschoviano, para lanzarse a la instalación sostenible de una agricultura biológica a gran escala, basada principalmente en la producción agrícola urbana y periurbana, y en todas las técnicas agroforestales. Estas últimas constituyen el modelo de toda la ecología política actual, ya que reintroducen, a través de la plantación masiva de árboles protectores, la vida del suelo, fuente de fertilidad negada por los defensores de la «química» del suelo desde hace más de cincuenta años

    Cuba se ha distinguido con premios de las Naciones Unidas y de varias prestigiosas asociaciones internacionales de protección ambiental (incluida WWF), por su política voluntarista respaldada objetivamente por la planificación socialista y la oportunidad de invertir en estrategias a largo plazo a pesar de la lentitud de sus resultados. Estos dos ejes son característicos del socialismo y antitéticos al capitalismo. De hecho, solo el socialismo puede imponer mediante un plan estatal la ruptura a nivel nacional con los dictados de la agroindustria a favor de una agricultura nacional ahora «bio» e independiente (producción de compost natural fuera del lucrativo mercado mundial de pesticidas y fertilizantes químicos, bancos de semillas locales adaptadas al terreno, agrosilvicultura reforzando la fertilidad natural del suelo sin la necesidad de pesticidas), cuyos productos se distribuyen al pueblo sin aumentos de precios (mientras que éste es obligatoriamente el caso en los países capitalistas). Por otro lado, solo un país socialista puede invertir en políticas que no producen resultados inmediatos, lo que es notoriamente imposible en un régimen capitalista: la agricultura biológica no es un retroceso tecnológico con respecto a la agricultura intensiva, sino todo lo contrario. Por ejemplo, requiere un alto nivel de educación y capacitación, necesariamente costoso, para compensar los efectos inmediatos de un aporte pasivo de insumos químicos (para los cuales no es necesaria ninguna capacitación por parte de los agricultores).
       
       


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    Mensaje por lolagallego Vie Nov 27, 2020 5:53 pm

    Estos dos aspectos solo se pueden contemplar hoy en día bajo el socialismo. Primero, porque una verdadera política ecológica requiere una soberanía nacional total, como podemos ver, lo cual sólo es posible a través de una lucha consecuente contra el imperialismo, y ciertamente no negando la cuestión nacional en beneficio de un ideal inmediato de «revolución permanente verde «. En segundo lugar, porque solo la planificación puede producir resultados frente a la anarquía de la producción (capitalismo), incapaz de asumir compromisos ecológicos hipotéticos para ganar tiempo. Esta victoria de Cuba a nivel ecológico, quizás sorprendente para algunos, no tiene de hecho nada de contingente en la historia del campo socialista en general, y debemos recordar algunos hechos históricos sobre la Unión Soviética de antes de Jruschov para convencernos de ello.

    Desde el punto de vista científico, hay que reconocer que los principales «ecologistas» fueron ante todo soviéticos y fueron honrados por el Estado como tal. Vassili Dokuchaiev, el primer gran especialista de los suelos, fundador de la pedología (en un país con una gran diversidad estructural de suelos en todos los climas) inspiró a los primeros Zapovedniks, estas reservas naturales integrales, cerradas a cualquier intrusión humana, nunca igualadas desde entonces, y que continuaron multiplicándose por toda la URSS, incluso durante la guerra, hasta los decretos de Jruschov que consideraba inútil proteger los entornos de los que la Unión era rica. Fue una ley promulgada por Lenin en 1921 que nacionalizó y desarrolló rápidamente por todo el territorio estas reservas, imposibles bajo el Zar y su propiedad terrateniente feudal de antes de Octubre de 1917.

    Vladimir Vernadski fue el primero, junto con algunos colegas ecologistas, en desarrollar un enfoque interaccionista (materialista dialéctico) de las diversas envolturas terrestres, incluida la vida, cuya noción fundacional de Biosfera se utilizó por primera vez en la URSS. Fue recompensado con muchos títulos gloriosos en aquel momento, y sigue siendo uno de los más importantes científicos que los rusos conocen hoy en día. Siguiendo su estela, los agrónomos Williams y Lysenko fundaron en los años treinta los principios de una agrosilvicultura integral, mejor método para reinstalar la vida del suelo y restaurar su textura, fuente de fertilidad a largo plazo, en contra de la opinión de los agrónomos inspirados por Occidente y partidarios de la «química» del suelo y la agricultura intensiva, como fue el caso de Pryanichnikov por ejemplo.

    En el plano político, es instructivo volver a echar un vistazo a la literatura anticomunista de los años de la Guerra Fría para convencerse de los métodos radicalmente diferentes de los soviéticos de antes de Jruschov para desarrollar su agricultura colectivista, en un contexto extensivo (vastos territorios que fertilizar a pesar de los rigores invernales) en lugar de intensivo (limitación de las superficies cultivables en provecho de las ganancias esperadas como en Europa occidental, por ejemplo). En «Auge y caída de Lyssenko» (Jaurès Medvedev, 1971), best-seller anti-soviético de aquella época, en pleno triunfo de la agricultura intensiva en Occidente, se lamenta, por ejemplo, que la agronomía soviética: «abogaba por no desarrollar la industria de los fertilizantes, dejar los campos en barbecho durante dos o tres años seguidos (…) [también invitando] a renunciar al uso de ciertas máquinas (rastras, tractores) que destruyen la textura del suelo»! Afortunadamente, «Stalin muere en 1953. Jruschov y su gobierno abandonan el ’sistema Lysenko’ de rotación de cultivos, impuesto con autoridad en todo el sector agrícola soviético, pero sin duda ineficaz. Se repiten los métodos estadounidenses de producción de maíz. (…) Durante la Segunda Guerra Mundial, Lysenko [lideró] un proyecto forestal en Siberia e [impuso] una idea sorprendente de plantación en nidos de semillas de árboles para salvar a la tundra de la sequía».

    En un país arruinado por una guerra despiadada, a la espera de resultados inmediatos para recuperarse, se decidió efectivamente en 1948 en la cúspide del Estado e ignorando lo que se pudiera decir en Occidente, el programa más grande de agroforestería nunca imaginado, fuera de todas las limitaciones ligadas con la agricultura capitalista intensiva, practicando en un territorio el doble que Francia una reforestación en bandas de doscientos metros alrededor de los campos cultivados, con técnicas de plantación bajo cobertura vegetal típicas de los sistemas permacultura actual (80% paja y 20% estiércol, siendo lo contrario la norma en Occidente para el compost a pesar de la contaminación de nitratos inherente a estas recetas). Este famoso «Gran Plan de Transformación de la Naturaleza» se silencia curiosamente hoy, o se confunde deliberadamente con la desastrosa «campaña de tierras vírgenes» promovido por Jruschov unos años más tarde, acta fundacional de una «quimización» progresiva de la agricultura soviética a imagen de lo que se hacía masivamente en el Occidente capitalista…

    En términos de energía, podemos agregar que la URSS apostaba sobre todo por un potencial masivo, renovable y no contaminante: las represas hidroeléctricas. En 1932, la represa más grande del mundo, por ejemplo, era soviética, y a partir de este modelo, otras continuaron multiplicándose en los muchos ríos de Rusia, especialmente para el «Gran Plan» de 1948. Mientras tanto, la producción de petróleo se desarrollará resueltamente sólo a partir del período de Jruschov.

    Como en Cuba, pero en una escala mucho más amplia, por lo tanto, la posibilidad de invertir a escala nacional gracias a la nacionalización y a la ausencia de una competencia «desleal» por parte de una agroindustria como hoy, la posibilidad de desarrollar una política voluntarista a largo plazo basada en la independencia nacional contra el cerco capitalista ofensivo en plena guerra fría, se encuentran entre las consecuencias lógicas del sistema socialista, consciente de que el medio ambiente y sus recursos son una de las principales riquezas nacionales a preservar.

    ¿TÁCTICA Y ESTRATEGIA ECOLÓGICAS O ROMANTICISMO VERDE?
    Los antagonismos aparentes entre ecologistas sinceros y comunistas pueden disiparse fácilmente, a corto y largo plazo, ya sea recordando que la construcción misma del socialismo ha visto nacer y desarrollarse en su seno las primeras aspiraciones a proteger el medio ambiente, ya sea indicando que la etapa comunista con la extinción del estado, que el socialismo se prepara como fase de transición, pondrá finalmente de acuerdo a todos los progresistas sobre una producción no impactada por el Estado y sus estrategias locales, racionalizada en torno a los desafíos reales de la humanidad más allá de la lucha de clases: la protección de los recursos naturales que el hombre necesita para realizarse.

    Mientras tanto, en el campo comunista, el diagnóstico relativo a la ecología política combina elementos objetivos, como la caracterización pequeñoburguesa de la base social militante de ésta, con elementos de demarcación más cuestionables en relación con la noción de «productivismo». Conscientes de la necesidad de hacer una distinción política e ideológica entre ellos y la socialdemocracia ecologista, muchos comunistas terminan reclamando positivamente lo que se les reprocha, por falta de otros argumentos, con más razón en el presente cuando los retrocesos ideológicos, la relativa autofobia histórica, la pérdida de los referentes ideológicos del movimiento comunista son considerables.

    Por lo tanto, se trataría para tales comunistas de defender mecánicamente las opciones estratégicas de la energía nuclear o de los combustibles fósiles, incluso de la agricultura intensiva y su agroindustria, por una desdichada confusión entre el marxismo-leninismo y su avatar jruschoviano revisionista, olvidando que éste se construyó pirateando pura y simplemente el modelo estadounidense.

    Pero en este punto se trata de distinguir entre elecciones estratégicas y tácticas. Porque lo que atañe a la elección estratégica y a la traición al marxismo en un país como la URSS elevado al primer rango mundial a nivel industrial en cierta época, debe distinguirse de las elecciones tácticas, transitorias, de los pueblos que luchan por su independencia política y económica.

    Lo que es correcto en un momento de la lucha, como el establecimiento de una NEP [8] por parte de Lenin en la Rusia de los primeros años de la revolución, se vuelve erróneo e incluso reaccionario desde el momento en que el país está en condiciones de construir concretamente el socialismo en una fase superior. De manera similar, si Cuba socialista se ha adaptado al consumo de energía fósil suministrada por el campo socialista para construirse en los primeros años de la revolución en las inmediaciones del gigante imperialista, el país ha podido luego pasar a la rentabilización de energías locales renovables hasta garantizar una relativa independencia energética, y por lo tanto su libertad para salvar y volver a desarrollar de otra manera su modelo social a pesar de la desaparición del «hermano mayor» soviético.

    ¿Se puede, por ejemplo, culpar a un estado que se acaba de liberar del yugo colonial, heredando inmensos recursos petroleros, la infraestructura industrial correspondiente e incapaz de invertir en otros recursos energéticos, por contribuir a la contaminación global por carbono? ¿Cuál sería la naturaleza política de este reproche, cuando uno piensa en el impacto determinante de las campañas mundiales de apoyo de los trabajadores de todos los países a un pueblo que realiza las condiciones de su liberación frente a la cadena imperialista de los belicistas?

    El objetivo no es idealizar el origen petrolero de los capitales que permiten financiar la disminución de la miseria y del analfabetismo en un país como Venezuela, por ejemplo. Menos aún lo es reprochárselo, cuando no hay otra solución inmediata disponible y el país todavía está en gran medida subdesarrollado debido a su naturaleza semifeudal. Por el contrario, se trata de reconocer que dialécticamente el uso transitorio y táctico de este petróleo contribuye, contrariamente a su uso en los países imperialistas e incluso si el impacto ecológico es el mismo, a la consolidación de un sistema que, si logra la independencia y la emancipación popular, cambiará necesariamente los recursos energéticos estratégicos por soluciones «sostenibles» y locales.

    En cualquier caso, es bastante simple saber quién, entre el capitalismo y el socialismo, sean cuales sean sus opciones energéticas en este momento, será más capaz de superar la penuria de energía fósil prevista en las próximas décadas. Solo la planificación socialista puede hacer esta transición con suficiente realismo y sin jugar a perder tiempo, como hacen los estados capitalistas hipócritas en las sucesivas cumbres contra el cambio climático. Solo el arma de la dialéctica nos permite entender que un estado socialista asentado en un océano de petróleo subterráneo, siempre será más útil a largo plazo para la causa de la salvaguarda mundial del medio ambiente que cualquier estado capitalista que haya invertido masivamente en energías renovables.

    En efecto, conocemos el sentido táctico del capital cuando se trata de desacreditar, demonizar o paralizar al adversario. Con esta única condición, es capaz de invertir fuertemente a fondo perdido, si esta inversión no dura demasiado. Así, el imperialismo no ha dudado en hacer brillar con mil luces la ciudad de Berlín Occidental a las puertas del enemigo que era Alemania del Este para avivar la codicia de los habitantes de esta última. Hoy conocemos el alcance de la crisis en Europa y hace ya mucho tiempo que las luces de neón de Berlín sólo brillan para la alta burguesía local.

    Tampoco el imperialismo dudó en sacar a Corea del Sur de su subdesarrollo con transfusiones de miles de millones de dólares, sin rentabilidad financiera, para desacreditar el modelo norcoreano que inicialmente acogía a miles de refugiados económicos del sur.

    A una escala más diaria y local, sabemos cómo los competidores privados, cuando se «abre» un mercado, son capaces de reducir drásticamente sus precios para quebrar económicamente a la empresa nacionalizada, antes de repartirse el botín entre dos o tres de ellos y de elevar los precios muy por encima de los inicialmente practicados por el sector público, una vez que este último ha quedado fuera de juego.

    Tal trampa psicológica ya no debería engañar a nadie: el «capitalismo verde» ahora es cuestionado por los militantes ecologistas sinceros, incluso si siguen siendo críticos respecto de los países del sur que, sin embargo, necesitan nuestro apoyo internacionalista.

    Muchos militantes comunistas han olvidado su sentido de la dialéctica y se han acostumbrado a defender las opciones energéticas o agronómicas independientemente del contexto, como si fuera necesario tener un subsuelo rico en hidrocarburos o uranio para garantizar más justicia social. Es una grave confusión entre la lucha por la independencia nacional, una condición fundamental del cambio social en un contexto pre-socialista, y la construcción de una sociedad sin estado, sin lucha de clases ni contradicción capital-naturaleza en un contexto post-socialista que es su resultado lógico y necesario (comunismo).

    No nos equivoquemos: la repentina toma de conciencia de los países industrializados sobre los efectos dañinos del dióxido de carbono en el clima, a través de la COP21 [9], por ejemplo, tiene un único objetivo: adornarse con las alas angelicales de la ecología para frenar lo más posible el desarrollo de potencias emergentes como China, Rusia, Brasil, India, así como el de una multitud de países más pequeños beneficiados por las oportunidades de esta multipolarización del mundo capitalista y por el debilitamiento de los viejos imperios occidentales. Lo que está en juego es tanto menos «costoso» para nuestros imperios «eco-responsables» por el hecho de que su desindustrialización masiva puede sacarlos gradualmente de la lista de los principales emisores de gases de efecto invernadero (incluso si siguen siendo los principales [10]).

    Alemania, que hoy se enorgullece de ser el líder europeo en el desarrollo de energías renovables, sigue dependiendo en gran medida de la energía nuclear francesa para satisfacer sus necesidades energéticas y sigue siendo el mayor contaminador europeo con su extracciones colosales de carbón, heredadas de la República Democrática Alemana socialista. En los tiempos de la RDA, por el contrario, la producción de energía fósil no se oponía a su imagen «no consumista», entonces paradójicamente objeto de burla por parte de Occidente: como en todo el campo socialista, la escasez de autos individuales no era una virtud «decreciente» (cada cual debía satisfacerse con poco), porque la gratuidad y el desarrollo reconocido del transporte público, conquista tanto social como ecológica, cubría en gran medida las necesidades de los «Ossis» [alemanes orientales].

    Cuando los activistas ecosocialistas y algunos militantes comunistas hayan tomado conciencia y hayan deducido las consecuencias políticas de esta necesaria distinción entre táctica y estrategia energética, entre complejos meandros de la lucha contra el capital y la construcción concreta del socialismo en una etapa superior, habremos dado un gran paso en la lucha general contra los verdaderos responsables de las catástrofes ambientales planetarias.


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    La ecología a la luz del marxismo-leninismo - Cículo Henri Barbusse de Cultura Obrera y Popular - noviembre de 2016  Empty Re: La ecología a la luz del marxismo-leninismo - Cículo Henri Barbusse de Cultura Obrera y Popular - noviembre de 2016

    Mensaje por lolagallego Vie Nov 27, 2020 5:54 pm

    Notas

    [1] El término «productivismo» designa el hecho de «producir por producir», característico del capitalismo ávido de beneficio excedente, y se opone al hecho de producir para satisfacer las necesidades humanas.

    [2] Prometeo es el nombre de un titán que robó el fuego del conocimiento a Zeus, el Dios de los Dioses en la mitología griega, para dárselo a los humanos: éstos podrían, desde ese momento, conocer y explotar la naturaleza en función de sus intereses inmediatos. Será castigado mortalmente por ello.

    [3] El famoso «Imperialismo, fase superior del capitalismo» de Lenin (1916) demostraba a la vez en qué sentido la etapa imperialista era un desarrollo necesario del capitalismo y por qué era la más elevada. Así, por analogía, usamos el término «fase superior»: la ecología política, es decir, la lucha por la protección del medio ambiente, necesariamente pasa por la cuestión del poder político, la cual sólo se puede resolver completamente bajo el socialismo y por medio del socialismo, es decir, mediante la eliminación de una dominación ejercida por la burguesía, como mayor responsable de las catástrofes ambientales actuales.

    [4] A este respecto, véase el importante trabajo del filósofo e historiador Domenico Losurdo y, en particular, su libro «¿Huyendo de la historia?» en las Editions Delga (2007).

    [5] Finlandia es el primer país que garantizó el derecho al voto de las mujeres en 1906, pero únicamente para las elecciones legislativas. Las elecciones municipales, por ejemplo, quedaron sujetas al sufragio censitario.

    [6] La cría de ganado bovino que permite a los humanos, a partir del neolítico, tomar leche hasta la edad adulta ha provocado adaptaciones enzimáticas hereditarias para la digestión tardía de la lactosa. La producción de fécula y gramíneas durante el mismo período condujo, en las poblaciones de agricultores y ganaderos, a la multiplicación del gen de la amilasa en el genoma para digerir mejor el almidón ahora abundante en la dieta.

    [7] Si seguimos el razonamiento de los ecologistas fundamentalistas, entendemos mejor la nueva moda americana de las «dietas paleo»: sus seguidores optan por una dieta exclusivamente de carne y bio, practican deportes extraños que pretenden desarrollar la musculatura original del hombre, saltando de tronco en tronco o aferrándose a lianas. De hecho, se trata de volver a las prácticas paleolíticas que precedieron a la revolución neolítica considerada antinatural y origen del doble «pecado original» productivista que fue la agricultura y la ganadería.

    [8] Al abrir un mercado capitalista restringido, la Nueva Política Económica (NEP) tenía como objetivo, desde 1921, acumular suficiente capital nacional para pasar de un estado todavía muy mayormente feudal a las primeras etapas de una construcción socialista.

    [9] La Conferencia Internacional contra el Calentamiento Global reunió a delegaciones de todos los países en París a finales de 2015 para elaborar un convenio marco dirigido a limitar las emisiones de gases de efecto invernadero a escala mundial.

    [10] Es en valor absoluto que China (10 gigatoneladas de carbono) supera en los últimos años a los EE.UU. (5 GT) y la UE (4 GT), porque en producción por habitante, que es el valor más honesto, los EE.UU. (20 t/h) y la UE (10 t/h) siguen superando a China (8 toneladas/habitante).



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