La ecología a la luz del marxismo-leninismo - Cículo Henri Barbusse de Cultura Obrera y Popular - noviembre de 2016
traducido y publicado por Unión Proletaria en 2018
—3 mensajes—
Ahora es obvio que incluso más allá de nuestras condiciones de trabajo, nuestras condiciones de vida se están deteriorando, mientras que las de los ricos están mejorando continuamente: comen productos orgánicos, dietas equilibradas, practican deportes y cuidan su metabolismo, extienden significativamente su longevidad, mientras que, entre los nuestros, se disparan las enfermedades cardiovasculares, los cánceres, la obesidad, los desequilibrios psíquicos y fisiológicos.
Este deterioro de nuestras condiciones de vida está directamente ligado al «productivismo» capitalista [1], marcado por la agricultura intensiva basada en pesticidas y fertilizantes químicos que degradan la fertilidad del suelo, y al desarrollo anárquico y cortoplacista de una industria en crisis estructural y generalizada. Es claro para los marxistas que, mientras la burguesía nos haga pagar por su crisis, también nos hará pagar por las consecuencias ambientales de ésta; el indicador lógico de esto es el surgimiento de luchas relacionadas con la protección del medio ambiente y con nuestras condiciones de vida, más pronunciado en la izquierda que en la derecha: luchamos por nuestra emancipación desde y por medio del trabajo, pero también más ampliamente, por nuestro desarrollo dentro de un mundo que también hay que proteger de las malas acciones del capitalismo que ha alcanzado su estadio superior. Y si el trabajador aislado, como ya lo señaló Marx, no siente de inmediato el papel histórico de su clase en cuanto a la necesidad de derribar el capitalismo que arruina nuestra salud y nuestras vidas, si precisa para ello de una conciencia colectiva de clase y de un partido organizado, sentirá quizás aún menos espontáneamente esta misma necesidad ante el peligro que el sistema acarrea para las generaciones futuras de trabajadores a través de una destrucción del medio ambiente potencialmente irreversible.
«Mientras existan los hombres, su historia y la de la naturaleza se condicionan mutuamente», escribió Karl Marx en La ideología alemana, y es por esta causa que nace una conexión política natural entre las luchas contra el capitalismo, desde hace algunas décadas. Pero, en un contexto de atraso ideológico y político del movimiento comunista, esta conexión nacida de las aspiraciones históricas de la clase obrera contra los efectos más inmediatos y más sensibles del capital, puede engendrar dialécticamente un freno ideológico contra el cual también necesitamos luchar, a la luz de la teoría marxista, y también sobre la base de la experiencia socialista en la URSS de antes y, hoy, en menor medida (pero todavía significativa), en la Cuba socialista.
Por lo tanto, que el verde se una al rojo en las banderas de la izquierda actual, traduce a la vez un paso adelante en la unidad del frente militante anticapitalista y una especie de malentendido político que ni los ambientalistas ni, sinceramente, los comunistas parecen querer disipar. La relativa juventud de la ecología política como su base social explica en parte por qué su carácter anticapitalista solo empieza hoy a emerger. Pero la descalificación de las ilusiones relacionadas con el «capitalismo verde», la tendencia a la «marxistización» de lo que comúnmente se llama ecosocialismo son eventos recientes y en gran parte aún inacabados.
LOS COMUNISTAS, ¿SON PRODUCTIVISTAS?
El movimiento comunista, por su parte, parece acomodarse en una posición defensiva, incluso a nivel teórico, frente a este nuevo impulso socialdemócrata «verde», cuando, por el contrario, sería necesario tomar la iniciativa y luchar en en el frente ideológico apoyándose sin ningún tipo de complejo en la herencia soviética. Porque ésta fue no solo teórica sino también en gran medida práctica. Si nos tomamos la molestia de recordar algunas evidencias históricas, está en total contradicción con los prejuicios que pueden tener al respecto los militantes «verdes» de hoy.
Hasta la década de 1950, durante más de treinta años, la URSS fue el país más avanzado del mundo en el campo de la ecología, no solo por su capacidad de proteger el medio ambiente sino también por su elección de las técnicas agronómicas. Y no fue una casualidad. Los defensores del ecosocialismo lo reconocen: solo el socialismo, triunfando sobre la anarquía de la producción y la propiedad privada que caracteriza al sistema capitalista, puede gestionar de manera adecuada y armoniosa la producción agrícola y la defensa del medio ambiente a escala de todo un país.
Si la ecología política intenta por todos los medios diferenciarse de un marxismo considerado «productivista» o incluso «prometeico» [2], se trata aquí de demostrar cómo, desde un punto de vista teórico e histórico, el socialismo es realmente la «fase superior» [3] de la ecología, y no su rival político.
Los fundamentos políticos del ecosocialismo recuerdan curiosamente las primeras formulaciones anarquistas y socialistas utópicas del siglo XIX: se trata de ir más allá de la aparente contradicción entre productivismo y ambientalismo, porque la necesidad de desarrollar la producción agrícola e industrial para satisfacer las necesidades de una Humanidad en pleno crecimiento demográfico no se opone necesariamente a la «Naturaleza». Al igual que los canuts de Lyon que, en los comienzos de la lucha del proletariado, atacaban las máquinas-herramientas acusándolas de destruir el empleo, los ecologistas desvían la contradicción real que existe entre el capital y la naturaleza en favor de una contradicción muy idealista e insuperable entre Naturaleza y Progreso técnico.
Imperfectamente, sin duda, y con las limitaciones impuestas por el cerco imperialista, solo los soviéticos propusieron técnicas para superar esta contradicción entre el capital y la naturaleza sin esta nostalgia preindustrial pequeñoburguesa que caracteriza a la ecología actual.
Por supuesto, se objetarán los casos de Chernobyl, el mar de Aral, la contaminación de los suelos moldavos con DDT… Pero estamos ante un desconocimiento de la historia alentado por Occidente, que impide a los comunistas replicar como corresponde o que los coloca en una actitud defensiva o nihilista cuyos argumentos son a menudo ineficaces. Hay que decirlo claramente: la agricultura intensiva y el retroceso en la protección del medio ambiente se impusieron tardíamente en la URSS. Es particularmente a partir de Jruschov, y no antes, que se eligió, en contra de la teoría marxista-leninista que había prevalecido hasta entonces, competir con los Estados Unidos de América «triunfantes» por sus mismos métodos y reglas. A partir de esta época, el campo socialista se alineó abierta y resueltamente con las tendencias capitalistas de la agricultura intensiva cortoplacista y destructiva del suelo.
INCONSECUENCIA DEL REFORMISMO «VERDE»
Los ecosocialistas reprochan al comunismo, el cual pretenden superar, que haya deducido de una distorsionada lectura de Marx y Engels su indignante «productivismo», a fin de cuentas parecido al de los capitalistas. Pero esta crítica «decreciente» de Marx no es nueva, y aunque hoy se distinga claramente de las ilusiones del «capitalismo verde», el enemigo identificado sería menos la burguesía como clase que una naturaleza humana intrínsecamente irresponsable frente al progreso técnico. Se termina glorificando el modelo de las pequeñas comunidades autosuficientes y aisladas, una especie de retorno fantaseado a la época del falansterio, o incluso al comunismo primitivo.
Si este modelo no es en sí mismo absurdo en la etapa llamada Comunismo (la desaparición final del estado tras el trabajo político del proletariado durante la etapa transitoria del socialismo), debe recordarse que es por definición imposible alcanzarlo sin transición puesto que partimos de un sistema capitalista de lucha de clases. Es aquí donde los comunistas se distinguen fundamentalmente de los anarquistas o de los socialdemócratas que se reclaman del ecosocialismo, para quienes la etapa del socialismo (dictadura del proletariado) no es considerada necesaria ni deseable.
Cabe señalar que, paralelamente, las corrientes fascistas (en torno al movimiento «Igualdad y Reconciliación» y otros «survivalistas» en particular) aprovechan oportunamente esta nueva moda ecologista de tintes anticomunistas y maltusianos para proliferar en su seno mitificando la «Naturaleza» y su espiritualidad, nostálgicas del feudalismo, del corporativismo, de sus pretendidos equilibrios sociales y naturales inmutables, hoy profanados por los «magnates de las finanzas apátridas»…
Volvemos, entonces, a las viejas polémicas de Proudhon y Marx, muy lejos de una supuesta superación del marxismo. Y mientras algunos todavía buscan desesperadamente una «tercera vía» entre el capitalismo y el comunismo de estilo militarista, otros se ven obligados a «reexaminar el marxismo» tratando de adaptarlo a consideraciones que éste no abarcaría espontáneamente.
El eco-socialismo traduce de hecho una aspiración impaciente, pequeñoburguesa y anti-dialéctica, similar a anteriores llamadas hipócritas a «sintetizar» el marxismo con el feminismo, el antirracismo, el antifascismo o el antiimperialismo, como si el vínculo no fuera obvio… ¿No es gracias al campo socialista, directa o indirectamente [4], que se concedieron derechos civiles a los afroamericanos que luchan en los EE. UU., por temor al desarrollo del bolchevismo? ¿No es gracias a la Revolución de Octubre que el derecho de voto y la elegibilidad se otorgaron a las mujeres? Lo fueron completamente por primera vez en la Rusia soviética en 1918 [5], mientras que este derecho, sin restricciones, sólo fue reconocido en Francia, por ejemplo, ¡en 1944! En cuanto al fascismo, fue derrotado en la década de 1930 en Europa por los Frentes Populares dirigidos por los comunistas, y luego por la Unión Soviética contra el Tercer Reich durante la Segunda Guerra Mundial. Después, las primeras liberaciones nacionales se obtuvieron en una dura lucha animada por las victorias del comunismo vietnamita contra los colonialistas franceses y estadounidenses…
Por lo tanto, existe una cierta hipocresía en el deseo de «regenerar» el marxismo asociándolo con algún adyuvante supuestamente exógeno, ya sea el feminismo, el antirracismo, el antifascismo, el antiimperialismo o incluso la ecología… Lejos de ser una laguna en el análisis dialéctico materialista y en la práctica del socialismo científico, la ecología es, por el contrario, consustancial a éstos.
Esto no significa que las luchas «parciales» mencionadas aquí carezcan de razón de ser. Por el contrario, a menudo son centrales en la práctica: entramos en la lucha general contra el capitalismo con nuestros propios motivos originales, desde la mujer oprimida por la mentalidad feudal, al indígena presionado por una multinacional francesa o el afroamericano víctima de la represión policial cotidiana. Pero estas luchas, en su dimensión de masas, como las que practican los militantes contra la «comida basura», por ejemplo, convergen lógicamente si se trata de unirse para vencer al enemigo capitalista común y establecer un nuevo sistema que garantice los derechos de todos con cierta estabilidad.
Si la Unión Soviética se esforzó en el pasado por proteger el medio ambiente y transformarlo respetando sus equilibrios, si Cuba destaca hoy en día por su capacidad de explotar su suelo y sus recursos energéticos ganándose la admiración de los ecologistas occidentales, no es fruto de la casualidad ni de ninguna concesión táctica destinada a complacer a éstos, sino por una necesidad teórica y práctica vinculada con su modo de producción, incluso si es «productivista».
PROTEGER LA NATURALEZA: ¿CUESTIÓN CIENTÍFICA Y COLECTIVA O «MORAL» E INDIVIDUAL?
En el fondo, el principio anti-productivista del movimiento ecologista proviene de un presupuesto filosófico acerca de una Naturaleza idealizada, a la que el trabajo humano no podría por menos que «profanar», oponiendo el progreso humano al progreso técnico. Pero la historia del hombre es, ante todo, la de una domesticación de su entorno, cuyo acto fundador fue la revolución neolítica: la prehistoria está marcada por el paso de las tribus cazadoras-recolectoras a grupos humanos sedentarios que domestican plantas y animales para satisfacer sus necesidades básicas. Fueron los protagonistas del primer «gran plan de transformación de la naturaleza», sin el cual no existirían hoy los caballos, las vacas, las ovejas, el trigo, la cebada y otras mil criaturas moldeadas por el hombre.
Durante milenios, esta transformación radical del entorno humano se ha generalizado sobre el planeta, desafiando los temores de los chamanes aterrorizados por la inminencia de una venganza celestial. El propio hombre se ha transformado a su vez, especialmente en sus hábitos alimenticios y en sus adaptaciones metabólicas [6], sin que el cielo cayera sobre su cabeza [7].
En realidad, se trata de distinguir de qué manera las transformaciones del medio ambiente por parte del hombre pueden modificar los grandes equilibrios naturales sin comprometer a largo plazo su capacidad para satisfacer nuestras necesidades, alimenticias o energéticas. En otras palabras, debemos identificar hasta qué punto las modificaciones necesarias del entorno en que vivimos están ligadas a la satisfacción de nuestras necesidades, a nuestros intereses vitales (cantidad y calidad de nuestros alimentos, renovación de la energía necesaria para nuestras actividades) o son consecuencia de la búsqueda del máximo beneficio, característico del sistema capitalista.
Después, es necesario demostrar por qué es la clase obrera, la base de la producción material cuyo papel histórico es vencer al sistema capitalista para satisfacer a la vez sus intereses y, por extensión, los de toda la humanidad, la que debe estar en vanguardia de la lucha contra esta clase parasitaria burguesa que nos lleva a la ruina, incluso en cuanto a nuestros recursos naturales.
Es en estos dos niveles donde uno debe comprender tanto el «anti-productivismo» como el anticomunismo del movimiento ecologista primitivo, hasta la etapa ecosocialista. Si esta última es un avance objetivo en el plano de la convergencia de las luchas anticapitalistas, mantiene un potencial de división peligroso a la hora de criticar la opción estratégica de los Estados que luchan por la soberanía nacional contra el imperialismo depredador, la lucha por el empleo de los trabajadores de la industria actual, o incluso -por qué no- un piquete de huelga que recurre a los humos negros y tóxicos de los neumáticos en combustión…
LA ECOLOGÍA ES CONSUSTANCIAL AL MARXISMO, NO UN COROLARIO SUYO
Marx lo expone con clarividencia al asociar íntimamente los dos combates sin echar mano del famoso «productivismo» incorpóreo:
» Y todo progreso de la agricultura capitalista no es sólo un progreso en el arte de esquilmar al obrero, sino a la vez en el arte de esquilmar el suelo; todo avance en el acrecentamiento de la fertilidad de éste durante un lapso dado, un avance en el agotamiento de las fuentes duraderas de esa fertilidad. (…) La producción capitalista, por consiguiente, no desarrolla la técnica y la combinación del proceso social de producción sino socavando, al mismo tiempo, los dos manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajador» (El Capital, Libro 1, 1867).
Por lo tanto, según Marx, sería posible y obviamente deseable desarrollar técnicas de producción sin aumentar la ruina de tales recursos sostenibles. Es poco conocido que Engels señaló con mayor precisión la responsabilidad del capitalista por la destrucción irracional del medio ambiente. Ciento cincuenta años antes de los primeros ecosocialistas, afirmaba:
«Por cuanto los capitalistas aislados producen o cambian con el único fin de obtener beneficios inmediatos, sólo pueden ser tenidos en cuenta, primeramente, los resultados más próximos y más inmediatos. Cuando un industrial o un comerciante vende la mercancía producida o comprada por él y obtiene la ganancia habitual, se da por satisfecho y no le interesa lo más mínimo lo que pueda ocurrir después con esa mercancía y su comprador. Igual ocurre con las consecuencias naturales de esas mismas acciones. Cuando en Cuba los plantadores españoles quemaban los bosques en las laderas de las montañas para obtener con la ceniza un abono que sólo les alcanzaba para fertilizar una generación de cafetos de alto rendimiento, ¡poco les importaba que las lluvias torrenciales de los trópicos barriesen la capa vegetal del suelo, privada de la protección de los árboles, y no dejasen tras sí más que rocas desnudas! Con el actual modo de producción, y por lo que respecta tanto a las consecuencias naturales como a las consecuencias sociales de los actos realizados por los hombres, lo que interesa preferentemente son sólo los primeros resultados, los más palpables. Y luego hasta se manifiesta extrañeza de que las consecuencias remotas de las acciones que perseguían esos fines resulten ser muy distintas y, en la mayoría de los casos, hasta diametralmente opuestas» (El papel del trabajo en la transformación del mono en un hombre, 1876).
Lenin, ¿hace falta recordarlo?, no era más «productivista» que sus inspiradores y compartía esta opinión recordando, por ejemplo, que:
«La posibilidad de sustituir los fertilizantes naturales por fertilizantes artificiales […] no refuta en absoluto la irracionalidad que supone desperdiciar fertilizantes naturales contaminando los ríos y el aire en los distritos industriales» (Cómo eliminar la oposición entre ciudad y campo, Volumen 5, Obras completas).
Si la lucha por la protección del medio ambiente se deriva lógicamente de las luchas anticapitalistas, entonces quedará fuera de lugar el supuesto de un determinado instinto del hombre de producir y ensuciar en una funesta huida hacia delante, inherente a su naturaleza profunda.
Al contrario, solo la ciencia, como trabajo humano permanente en el campo de los conocimientos y de las técnicas, permite a las sociedades prevenir la degradación a la larga de los recursos que podrían explotar de forma espontánea, inmediatamente y hasta el agotamiento. Aquí, nuevamente, podemos demostrar cómo el sistema socialista es más eficiente que el sistema capitalista, no solo teóricamente sino sobre todo y por consiguiente en lo práctico, para implementar estrategias razonables que respeten los recursos naturales.
En términos prácticos, sabemos cuánto privilegia y financia el sistema capitalista a los sectores de investigación más lucrativos, para satisfacer rápidamente su sed de máximo beneficio. Por el contrario, ralentiza los sectores que son menos rentables de inmediato, o si desea desarrollarlos, es incapaz de inyectar en ellos fondos suficientes, a menos que se trate, por ejemplo, de competir con el pionero soviético en la carrera aeroespacial, mientras éste amenazaba su hegemonía.
En el nivel teórico, los frenos del «pensamiento único» burgués son bien conocidos por los agrónomos que han intentado disentir. Claude Bourguignon, agrónomo y conferencista muy solicitado por haber reintroducido la biología en los debates de los profesionales de la agricultura, hasta entonces condicionados únicamente por la química (fertilizantes artificiales y pesticidas de la agroindustria), denuncia la desaparición en Francia, en la década de 1970, de las cátedras de microbiología del suelo en la universidad, y la imposibilidad de combatir la agricultura intensiva «química» dentro del INRA [Instituto Nacional de Investigación Agronómica, en Francia].
Es obvio que un Estado nunca es indiferente, mientras exista, es decir, mientras exista la lucha de clases, a las investigaciones científicas que financia. Pero también es la ideología dominante difundida por este Estado en todas las venas de la sociedad, lo que determina, incluso más que los financiamientos, el trabajo de producción teórica. Veremos en este sentido que el materialismo dialéctico, el paradigma dominante en el socialismo, ha podido alejarse de las aspiraciones occidentales a una agricultura intensiva cortoplacista y preferir una visión integracionista mucho más «ecológica» del medio ambiente, de los seres vivos, e incluso del suelo.
LA AGROECOLOGÍA: UNA INVENCIÓN 100% SOVIÉTICA
Ante la evidencia de este avance del campo socialista en el plano de la ecología y de la llamada agricultura «biológica», algunos que la admiten afirman sin embargo que la «traición» contra las primeras innovaciones ecológicas y el paso al ultraproductivismo agrícola no se remontan a la década de 1950 con el revisionismo de Jruschov, sino a la llegada de Stalin al poder en la década de 1920. Ésta es una aberración que es preciso desmentir claramente: los años 30 y 40, por el contrario, corresponden al apogeo de las concepciones y prácticas agroecológicas en la URSS. No sin razón, los comunistas ya criticaban el «triunfo» de la agricultura intensiva capitalista en la década de 1950, cuando aún estaba en su infancia, teniendo que soportar las burlas de los científicos occidentales más destacados, entre los cuales estaba el famoso genetista Jacques Monod.
Francis Cohen, por ejemplo, un periodista comunista francés que apoyaba a la agronomía soviética atacada de manera virulenta en Occidente, recordaba en 1950:
«¿Qué utilidad tendría, para los trusts estadounidenses, una agrobiología científica que mejorara el suelo año tras año cuando es más ventajoso, para reducir el precio de costo, participar en un cultivo frenético que destruye, agota el suelo y convierte en desiertos millones de kilómetros cuadrados de tierra cultivable? ¿Qué utilidad tendría, para los capitalistas, una genética que permitiera mejorar las especies vegetales y animales? El objetivo de la genética agrícola es la creación de variedades puras, catalogables y estandarizadas que puedan venderse a los agricultores, garantizándoles tal o cual carácter particular. Las llamadas variedades puras degeneran en dos o tres años cuando están en campo abierto: ¡Tanto mejor, el agricultor deberá volver a comprar las semillas! (Genética clásica y biología michuriniana, Editions La Nouvelle Critique: Science bourgeoise et science prolétarienne, 1950).
Sobre esta última reflexión, la actualidad proporciona ilustraciones excelentes y sintomáticas. En los últimos años, por ejemplo, los sindicalistas campesinos han estado protestando contra la legislación europea que tiende a limitar y apropiarse de cada vez más variedades de semillas utilizadas en la agricultura. José Bové, diputado de EELV [Europa Ecología Los Verdes] y sindicalista campesino, denunció lo siguiente en 2013 en el Parlamento Europeo:
«La nueva propuesta de reglamento sobre semillas presentada hoy por la Comisión Europea es contraproducente y peligrosa. Muchos científicos y agencias de la ONU como la FAO están haciendo sonar la alarma. La biodiversidad está en peligro. Las multinacionales se han centrado en crear plantas de alto rendimiento pero frágiles. Solo pueden sobrevivir en un ambiente artificial dependiendo de los fertilizantes químicos y pesticidas, y por lo tanto del petróleo. Esta propuesta, que refuerza el control de los cuatro grandes grupos globales que monopolizan las semillas, debería ser presentada más bien por los lobbistas de Monsanto, Pioneer y Bayer (por nombrar sólo algunos) que sujetaron la pluma utilizada para escribir este texto en la sombra.
Al reducir los derechos de los agricultores a sembrar sus propias semillas, al restringir las condiciones para el reconocimiento de las variedades por parte de pequeños empresarios independientes, al limitar la circulación y el intercambio de semillas entre las asociaciones y entre los plantadores, la Comisión Europea está barriendo diez mil años de historia agrícola. El increíble número de variedades vegetales que tenemos hoy se basa en el trabajo de selección de cuatrocientas generaciones de mujeres y hombres, y en la transmisión de ese conocimiento a la siguiente generación. La biodiversidad vegetal solo se podrá mantener creando las condiciones para una verdadera asociación entre redes campesinas y agrónomos que no consideran a las plantas como meras reservas de ADN, sino como seres vivos que evolucionan a lo largo de los años adaptándose a las nuevas condiciones que encuentran. (Discurso citado en «Regulación de la UE sobre semillas», artículo del 6 de mayo de 2013, sitio web de Les Verts – Alliance Libre Européenne).
El diputado verde José Bové, anarcosindicalista conocido por su anticomunismo, al unísono con muchas corrientes altermondialistas habituales del Foro Social Mundial (FSM), describe sin nombrarla una «utopía» que solo la sociedad socialista cubana está realizando concretamente hoy. ¿Por qué tal omisión?
Las condiciones del bloqueo y la necesidad de un país antiimperialista consecuente, en un sistema en transición al socialismo y, por lo tanto, beneficiándose de ciertas ventajas técnicas de este sistema, llevaron a Cuba a romper con la agricultura intensiva destructiva heredada del período jruschoviano, para lanzarse a la instalación sostenible de una agricultura biológica a gran escala, basada principalmente en la producción agrícola urbana y periurbana, y en todas las técnicas agroforestales. Estas últimas constituyen el modelo de toda la ecología política actual, ya que reintroducen, a través de la plantación masiva de árboles protectores, la vida del suelo, fuente de fertilidad negada por los defensores de la «química» del suelo desde hace más de cincuenta años
Cuba se ha distinguido con premios de las Naciones Unidas y de varias prestigiosas asociaciones internacionales de protección ambiental (incluida WWF), por su política voluntarista respaldada objetivamente por la planificación socialista y la oportunidad de invertir en estrategias a largo plazo a pesar de la lentitud de sus resultados. Estos dos ejes son característicos del socialismo y antitéticos al capitalismo. De hecho, solo el socialismo puede imponer mediante un plan estatal la ruptura a nivel nacional con los dictados de la agroindustria a favor de una agricultura nacional ahora «bio» e independiente (producción de compost natural fuera del lucrativo mercado mundial de pesticidas y fertilizantes químicos, bancos de semillas locales adaptadas al terreno, agrosilvicultura reforzando la fertilidad natural del suelo sin la necesidad de pesticidas), cuyos productos se distribuyen al pueblo sin aumentos de precios (mientras que éste es obligatoriamente el caso en los países capitalistas). Por otro lado, solo un país socialista puede invertir en políticas que no producen resultados inmediatos, lo que es notoriamente imposible en un régimen capitalista: la agricultura biológica no es un retroceso tecnológico con respecto a la agricultura intensiva, sino todo lo contrario. Por ejemplo, requiere un alto nivel de educación y capacitación, necesariamente costoso, para compensar los efectos inmediatos de un aporte pasivo de insumos químicos (para los cuales no es necesaria ninguna capacitación por parte de los agricultores).
traducido y publicado por Unión Proletaria en 2018
—3 mensajes—
Ahora es obvio que incluso más allá de nuestras condiciones de trabajo, nuestras condiciones de vida se están deteriorando, mientras que las de los ricos están mejorando continuamente: comen productos orgánicos, dietas equilibradas, practican deportes y cuidan su metabolismo, extienden significativamente su longevidad, mientras que, entre los nuestros, se disparan las enfermedades cardiovasculares, los cánceres, la obesidad, los desequilibrios psíquicos y fisiológicos.
Este deterioro de nuestras condiciones de vida está directamente ligado al «productivismo» capitalista [1], marcado por la agricultura intensiva basada en pesticidas y fertilizantes químicos que degradan la fertilidad del suelo, y al desarrollo anárquico y cortoplacista de una industria en crisis estructural y generalizada. Es claro para los marxistas que, mientras la burguesía nos haga pagar por su crisis, también nos hará pagar por las consecuencias ambientales de ésta; el indicador lógico de esto es el surgimiento de luchas relacionadas con la protección del medio ambiente y con nuestras condiciones de vida, más pronunciado en la izquierda que en la derecha: luchamos por nuestra emancipación desde y por medio del trabajo, pero también más ampliamente, por nuestro desarrollo dentro de un mundo que también hay que proteger de las malas acciones del capitalismo que ha alcanzado su estadio superior. Y si el trabajador aislado, como ya lo señaló Marx, no siente de inmediato el papel histórico de su clase en cuanto a la necesidad de derribar el capitalismo que arruina nuestra salud y nuestras vidas, si precisa para ello de una conciencia colectiva de clase y de un partido organizado, sentirá quizás aún menos espontáneamente esta misma necesidad ante el peligro que el sistema acarrea para las generaciones futuras de trabajadores a través de una destrucción del medio ambiente potencialmente irreversible.
«Mientras existan los hombres, su historia y la de la naturaleza se condicionan mutuamente», escribió Karl Marx en La ideología alemana, y es por esta causa que nace una conexión política natural entre las luchas contra el capitalismo, desde hace algunas décadas. Pero, en un contexto de atraso ideológico y político del movimiento comunista, esta conexión nacida de las aspiraciones históricas de la clase obrera contra los efectos más inmediatos y más sensibles del capital, puede engendrar dialécticamente un freno ideológico contra el cual también necesitamos luchar, a la luz de la teoría marxista, y también sobre la base de la experiencia socialista en la URSS de antes y, hoy, en menor medida (pero todavía significativa), en la Cuba socialista.
Por lo tanto, que el verde se una al rojo en las banderas de la izquierda actual, traduce a la vez un paso adelante en la unidad del frente militante anticapitalista y una especie de malentendido político que ni los ambientalistas ni, sinceramente, los comunistas parecen querer disipar. La relativa juventud de la ecología política como su base social explica en parte por qué su carácter anticapitalista solo empieza hoy a emerger. Pero la descalificación de las ilusiones relacionadas con el «capitalismo verde», la tendencia a la «marxistización» de lo que comúnmente se llama ecosocialismo son eventos recientes y en gran parte aún inacabados.
LOS COMUNISTAS, ¿SON PRODUCTIVISTAS?
El movimiento comunista, por su parte, parece acomodarse en una posición defensiva, incluso a nivel teórico, frente a este nuevo impulso socialdemócrata «verde», cuando, por el contrario, sería necesario tomar la iniciativa y luchar en en el frente ideológico apoyándose sin ningún tipo de complejo en la herencia soviética. Porque ésta fue no solo teórica sino también en gran medida práctica. Si nos tomamos la molestia de recordar algunas evidencias históricas, está en total contradicción con los prejuicios que pueden tener al respecto los militantes «verdes» de hoy.
Hasta la década de 1950, durante más de treinta años, la URSS fue el país más avanzado del mundo en el campo de la ecología, no solo por su capacidad de proteger el medio ambiente sino también por su elección de las técnicas agronómicas. Y no fue una casualidad. Los defensores del ecosocialismo lo reconocen: solo el socialismo, triunfando sobre la anarquía de la producción y la propiedad privada que caracteriza al sistema capitalista, puede gestionar de manera adecuada y armoniosa la producción agrícola y la defensa del medio ambiente a escala de todo un país.
Si la ecología política intenta por todos los medios diferenciarse de un marxismo considerado «productivista» o incluso «prometeico» [2], se trata aquí de demostrar cómo, desde un punto de vista teórico e histórico, el socialismo es realmente la «fase superior» [3] de la ecología, y no su rival político.
Los fundamentos políticos del ecosocialismo recuerdan curiosamente las primeras formulaciones anarquistas y socialistas utópicas del siglo XIX: se trata de ir más allá de la aparente contradicción entre productivismo y ambientalismo, porque la necesidad de desarrollar la producción agrícola e industrial para satisfacer las necesidades de una Humanidad en pleno crecimiento demográfico no se opone necesariamente a la «Naturaleza». Al igual que los canuts de Lyon que, en los comienzos de la lucha del proletariado, atacaban las máquinas-herramientas acusándolas de destruir el empleo, los ecologistas desvían la contradicción real que existe entre el capital y la naturaleza en favor de una contradicción muy idealista e insuperable entre Naturaleza y Progreso técnico.
Imperfectamente, sin duda, y con las limitaciones impuestas por el cerco imperialista, solo los soviéticos propusieron técnicas para superar esta contradicción entre el capital y la naturaleza sin esta nostalgia preindustrial pequeñoburguesa que caracteriza a la ecología actual.
Por supuesto, se objetarán los casos de Chernobyl, el mar de Aral, la contaminación de los suelos moldavos con DDT… Pero estamos ante un desconocimiento de la historia alentado por Occidente, que impide a los comunistas replicar como corresponde o que los coloca en una actitud defensiva o nihilista cuyos argumentos son a menudo ineficaces. Hay que decirlo claramente: la agricultura intensiva y el retroceso en la protección del medio ambiente se impusieron tardíamente en la URSS. Es particularmente a partir de Jruschov, y no antes, que se eligió, en contra de la teoría marxista-leninista que había prevalecido hasta entonces, competir con los Estados Unidos de América «triunfantes» por sus mismos métodos y reglas. A partir de esta época, el campo socialista se alineó abierta y resueltamente con las tendencias capitalistas de la agricultura intensiva cortoplacista y destructiva del suelo.
INCONSECUENCIA DEL REFORMISMO «VERDE»
Los ecosocialistas reprochan al comunismo, el cual pretenden superar, que haya deducido de una distorsionada lectura de Marx y Engels su indignante «productivismo», a fin de cuentas parecido al de los capitalistas. Pero esta crítica «decreciente» de Marx no es nueva, y aunque hoy se distinga claramente de las ilusiones del «capitalismo verde», el enemigo identificado sería menos la burguesía como clase que una naturaleza humana intrínsecamente irresponsable frente al progreso técnico. Se termina glorificando el modelo de las pequeñas comunidades autosuficientes y aisladas, una especie de retorno fantaseado a la época del falansterio, o incluso al comunismo primitivo.
Si este modelo no es en sí mismo absurdo en la etapa llamada Comunismo (la desaparición final del estado tras el trabajo político del proletariado durante la etapa transitoria del socialismo), debe recordarse que es por definición imposible alcanzarlo sin transición puesto que partimos de un sistema capitalista de lucha de clases. Es aquí donde los comunistas se distinguen fundamentalmente de los anarquistas o de los socialdemócratas que se reclaman del ecosocialismo, para quienes la etapa del socialismo (dictadura del proletariado) no es considerada necesaria ni deseable.
Cabe señalar que, paralelamente, las corrientes fascistas (en torno al movimiento «Igualdad y Reconciliación» y otros «survivalistas» en particular) aprovechan oportunamente esta nueva moda ecologista de tintes anticomunistas y maltusianos para proliferar en su seno mitificando la «Naturaleza» y su espiritualidad, nostálgicas del feudalismo, del corporativismo, de sus pretendidos equilibrios sociales y naturales inmutables, hoy profanados por los «magnates de las finanzas apátridas»…
Volvemos, entonces, a las viejas polémicas de Proudhon y Marx, muy lejos de una supuesta superación del marxismo. Y mientras algunos todavía buscan desesperadamente una «tercera vía» entre el capitalismo y el comunismo de estilo militarista, otros se ven obligados a «reexaminar el marxismo» tratando de adaptarlo a consideraciones que éste no abarcaría espontáneamente.
El eco-socialismo traduce de hecho una aspiración impaciente, pequeñoburguesa y anti-dialéctica, similar a anteriores llamadas hipócritas a «sintetizar» el marxismo con el feminismo, el antirracismo, el antifascismo o el antiimperialismo, como si el vínculo no fuera obvio… ¿No es gracias al campo socialista, directa o indirectamente [4], que se concedieron derechos civiles a los afroamericanos que luchan en los EE. UU., por temor al desarrollo del bolchevismo? ¿No es gracias a la Revolución de Octubre que el derecho de voto y la elegibilidad se otorgaron a las mujeres? Lo fueron completamente por primera vez en la Rusia soviética en 1918 [5], mientras que este derecho, sin restricciones, sólo fue reconocido en Francia, por ejemplo, ¡en 1944! En cuanto al fascismo, fue derrotado en la década de 1930 en Europa por los Frentes Populares dirigidos por los comunistas, y luego por la Unión Soviética contra el Tercer Reich durante la Segunda Guerra Mundial. Después, las primeras liberaciones nacionales se obtuvieron en una dura lucha animada por las victorias del comunismo vietnamita contra los colonialistas franceses y estadounidenses…
Por lo tanto, existe una cierta hipocresía en el deseo de «regenerar» el marxismo asociándolo con algún adyuvante supuestamente exógeno, ya sea el feminismo, el antirracismo, el antifascismo, el antiimperialismo o incluso la ecología… Lejos de ser una laguna en el análisis dialéctico materialista y en la práctica del socialismo científico, la ecología es, por el contrario, consustancial a éstos.
Esto no significa que las luchas «parciales» mencionadas aquí carezcan de razón de ser. Por el contrario, a menudo son centrales en la práctica: entramos en la lucha general contra el capitalismo con nuestros propios motivos originales, desde la mujer oprimida por la mentalidad feudal, al indígena presionado por una multinacional francesa o el afroamericano víctima de la represión policial cotidiana. Pero estas luchas, en su dimensión de masas, como las que practican los militantes contra la «comida basura», por ejemplo, convergen lógicamente si se trata de unirse para vencer al enemigo capitalista común y establecer un nuevo sistema que garantice los derechos de todos con cierta estabilidad.
Si la Unión Soviética se esforzó en el pasado por proteger el medio ambiente y transformarlo respetando sus equilibrios, si Cuba destaca hoy en día por su capacidad de explotar su suelo y sus recursos energéticos ganándose la admiración de los ecologistas occidentales, no es fruto de la casualidad ni de ninguna concesión táctica destinada a complacer a éstos, sino por una necesidad teórica y práctica vinculada con su modo de producción, incluso si es «productivista».
PROTEGER LA NATURALEZA: ¿CUESTIÓN CIENTÍFICA Y COLECTIVA O «MORAL» E INDIVIDUAL?
En el fondo, el principio anti-productivista del movimiento ecologista proviene de un presupuesto filosófico acerca de una Naturaleza idealizada, a la que el trabajo humano no podría por menos que «profanar», oponiendo el progreso humano al progreso técnico. Pero la historia del hombre es, ante todo, la de una domesticación de su entorno, cuyo acto fundador fue la revolución neolítica: la prehistoria está marcada por el paso de las tribus cazadoras-recolectoras a grupos humanos sedentarios que domestican plantas y animales para satisfacer sus necesidades básicas. Fueron los protagonistas del primer «gran plan de transformación de la naturaleza», sin el cual no existirían hoy los caballos, las vacas, las ovejas, el trigo, la cebada y otras mil criaturas moldeadas por el hombre.
Durante milenios, esta transformación radical del entorno humano se ha generalizado sobre el planeta, desafiando los temores de los chamanes aterrorizados por la inminencia de una venganza celestial. El propio hombre se ha transformado a su vez, especialmente en sus hábitos alimenticios y en sus adaptaciones metabólicas [6], sin que el cielo cayera sobre su cabeza [7].
En realidad, se trata de distinguir de qué manera las transformaciones del medio ambiente por parte del hombre pueden modificar los grandes equilibrios naturales sin comprometer a largo plazo su capacidad para satisfacer nuestras necesidades, alimenticias o energéticas. En otras palabras, debemos identificar hasta qué punto las modificaciones necesarias del entorno en que vivimos están ligadas a la satisfacción de nuestras necesidades, a nuestros intereses vitales (cantidad y calidad de nuestros alimentos, renovación de la energía necesaria para nuestras actividades) o son consecuencia de la búsqueda del máximo beneficio, característico del sistema capitalista.
Después, es necesario demostrar por qué es la clase obrera, la base de la producción material cuyo papel histórico es vencer al sistema capitalista para satisfacer a la vez sus intereses y, por extensión, los de toda la humanidad, la que debe estar en vanguardia de la lucha contra esta clase parasitaria burguesa que nos lleva a la ruina, incluso en cuanto a nuestros recursos naturales.
Es en estos dos niveles donde uno debe comprender tanto el «anti-productivismo» como el anticomunismo del movimiento ecologista primitivo, hasta la etapa ecosocialista. Si esta última es un avance objetivo en el plano de la convergencia de las luchas anticapitalistas, mantiene un potencial de división peligroso a la hora de criticar la opción estratégica de los Estados que luchan por la soberanía nacional contra el imperialismo depredador, la lucha por el empleo de los trabajadores de la industria actual, o incluso -por qué no- un piquete de huelga que recurre a los humos negros y tóxicos de los neumáticos en combustión…
LA ECOLOGÍA ES CONSUSTANCIAL AL MARXISMO, NO UN COROLARIO SUYO
Marx lo expone con clarividencia al asociar íntimamente los dos combates sin echar mano del famoso «productivismo» incorpóreo:
» Y todo progreso de la agricultura capitalista no es sólo un progreso en el arte de esquilmar al obrero, sino a la vez en el arte de esquilmar el suelo; todo avance en el acrecentamiento de la fertilidad de éste durante un lapso dado, un avance en el agotamiento de las fuentes duraderas de esa fertilidad. (…) La producción capitalista, por consiguiente, no desarrolla la técnica y la combinación del proceso social de producción sino socavando, al mismo tiempo, los dos manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajador» (El Capital, Libro 1, 1867).
Por lo tanto, según Marx, sería posible y obviamente deseable desarrollar técnicas de producción sin aumentar la ruina de tales recursos sostenibles. Es poco conocido que Engels señaló con mayor precisión la responsabilidad del capitalista por la destrucción irracional del medio ambiente. Ciento cincuenta años antes de los primeros ecosocialistas, afirmaba:
«Por cuanto los capitalistas aislados producen o cambian con el único fin de obtener beneficios inmediatos, sólo pueden ser tenidos en cuenta, primeramente, los resultados más próximos y más inmediatos. Cuando un industrial o un comerciante vende la mercancía producida o comprada por él y obtiene la ganancia habitual, se da por satisfecho y no le interesa lo más mínimo lo que pueda ocurrir después con esa mercancía y su comprador. Igual ocurre con las consecuencias naturales de esas mismas acciones. Cuando en Cuba los plantadores españoles quemaban los bosques en las laderas de las montañas para obtener con la ceniza un abono que sólo les alcanzaba para fertilizar una generación de cafetos de alto rendimiento, ¡poco les importaba que las lluvias torrenciales de los trópicos barriesen la capa vegetal del suelo, privada de la protección de los árboles, y no dejasen tras sí más que rocas desnudas! Con el actual modo de producción, y por lo que respecta tanto a las consecuencias naturales como a las consecuencias sociales de los actos realizados por los hombres, lo que interesa preferentemente son sólo los primeros resultados, los más palpables. Y luego hasta se manifiesta extrañeza de que las consecuencias remotas de las acciones que perseguían esos fines resulten ser muy distintas y, en la mayoría de los casos, hasta diametralmente opuestas» (El papel del trabajo en la transformación del mono en un hombre, 1876).
Lenin, ¿hace falta recordarlo?, no era más «productivista» que sus inspiradores y compartía esta opinión recordando, por ejemplo, que:
«La posibilidad de sustituir los fertilizantes naturales por fertilizantes artificiales […] no refuta en absoluto la irracionalidad que supone desperdiciar fertilizantes naturales contaminando los ríos y el aire en los distritos industriales» (Cómo eliminar la oposición entre ciudad y campo, Volumen 5, Obras completas).
Si la lucha por la protección del medio ambiente se deriva lógicamente de las luchas anticapitalistas, entonces quedará fuera de lugar el supuesto de un determinado instinto del hombre de producir y ensuciar en una funesta huida hacia delante, inherente a su naturaleza profunda.
Al contrario, solo la ciencia, como trabajo humano permanente en el campo de los conocimientos y de las técnicas, permite a las sociedades prevenir la degradación a la larga de los recursos que podrían explotar de forma espontánea, inmediatamente y hasta el agotamiento. Aquí, nuevamente, podemos demostrar cómo el sistema socialista es más eficiente que el sistema capitalista, no solo teóricamente sino sobre todo y por consiguiente en lo práctico, para implementar estrategias razonables que respeten los recursos naturales.
En términos prácticos, sabemos cuánto privilegia y financia el sistema capitalista a los sectores de investigación más lucrativos, para satisfacer rápidamente su sed de máximo beneficio. Por el contrario, ralentiza los sectores que son menos rentables de inmediato, o si desea desarrollarlos, es incapaz de inyectar en ellos fondos suficientes, a menos que se trate, por ejemplo, de competir con el pionero soviético en la carrera aeroespacial, mientras éste amenazaba su hegemonía.
En el nivel teórico, los frenos del «pensamiento único» burgués son bien conocidos por los agrónomos que han intentado disentir. Claude Bourguignon, agrónomo y conferencista muy solicitado por haber reintroducido la biología en los debates de los profesionales de la agricultura, hasta entonces condicionados únicamente por la química (fertilizantes artificiales y pesticidas de la agroindustria), denuncia la desaparición en Francia, en la década de 1970, de las cátedras de microbiología del suelo en la universidad, y la imposibilidad de combatir la agricultura intensiva «química» dentro del INRA [Instituto Nacional de Investigación Agronómica, en Francia].
Es obvio que un Estado nunca es indiferente, mientras exista, es decir, mientras exista la lucha de clases, a las investigaciones científicas que financia. Pero también es la ideología dominante difundida por este Estado en todas las venas de la sociedad, lo que determina, incluso más que los financiamientos, el trabajo de producción teórica. Veremos en este sentido que el materialismo dialéctico, el paradigma dominante en el socialismo, ha podido alejarse de las aspiraciones occidentales a una agricultura intensiva cortoplacista y preferir una visión integracionista mucho más «ecológica» del medio ambiente, de los seres vivos, e incluso del suelo.
LA AGROECOLOGÍA: UNA INVENCIÓN 100% SOVIÉTICA
Ante la evidencia de este avance del campo socialista en el plano de la ecología y de la llamada agricultura «biológica», algunos que la admiten afirman sin embargo que la «traición» contra las primeras innovaciones ecológicas y el paso al ultraproductivismo agrícola no se remontan a la década de 1950 con el revisionismo de Jruschov, sino a la llegada de Stalin al poder en la década de 1920. Ésta es una aberración que es preciso desmentir claramente: los años 30 y 40, por el contrario, corresponden al apogeo de las concepciones y prácticas agroecológicas en la URSS. No sin razón, los comunistas ya criticaban el «triunfo» de la agricultura intensiva capitalista en la década de 1950, cuando aún estaba en su infancia, teniendo que soportar las burlas de los científicos occidentales más destacados, entre los cuales estaba el famoso genetista Jacques Monod.
Francis Cohen, por ejemplo, un periodista comunista francés que apoyaba a la agronomía soviética atacada de manera virulenta en Occidente, recordaba en 1950:
«¿Qué utilidad tendría, para los trusts estadounidenses, una agrobiología científica que mejorara el suelo año tras año cuando es más ventajoso, para reducir el precio de costo, participar en un cultivo frenético que destruye, agota el suelo y convierte en desiertos millones de kilómetros cuadrados de tierra cultivable? ¿Qué utilidad tendría, para los capitalistas, una genética que permitiera mejorar las especies vegetales y animales? El objetivo de la genética agrícola es la creación de variedades puras, catalogables y estandarizadas que puedan venderse a los agricultores, garantizándoles tal o cual carácter particular. Las llamadas variedades puras degeneran en dos o tres años cuando están en campo abierto: ¡Tanto mejor, el agricultor deberá volver a comprar las semillas! (Genética clásica y biología michuriniana, Editions La Nouvelle Critique: Science bourgeoise et science prolétarienne, 1950).
Sobre esta última reflexión, la actualidad proporciona ilustraciones excelentes y sintomáticas. En los últimos años, por ejemplo, los sindicalistas campesinos han estado protestando contra la legislación europea que tiende a limitar y apropiarse de cada vez más variedades de semillas utilizadas en la agricultura. José Bové, diputado de EELV [Europa Ecología Los Verdes] y sindicalista campesino, denunció lo siguiente en 2013 en el Parlamento Europeo:
«La nueva propuesta de reglamento sobre semillas presentada hoy por la Comisión Europea es contraproducente y peligrosa. Muchos científicos y agencias de la ONU como la FAO están haciendo sonar la alarma. La biodiversidad está en peligro. Las multinacionales se han centrado en crear plantas de alto rendimiento pero frágiles. Solo pueden sobrevivir en un ambiente artificial dependiendo de los fertilizantes químicos y pesticidas, y por lo tanto del petróleo. Esta propuesta, que refuerza el control de los cuatro grandes grupos globales que monopolizan las semillas, debería ser presentada más bien por los lobbistas de Monsanto, Pioneer y Bayer (por nombrar sólo algunos) que sujetaron la pluma utilizada para escribir este texto en la sombra.
Al reducir los derechos de los agricultores a sembrar sus propias semillas, al restringir las condiciones para el reconocimiento de las variedades por parte de pequeños empresarios independientes, al limitar la circulación y el intercambio de semillas entre las asociaciones y entre los plantadores, la Comisión Europea está barriendo diez mil años de historia agrícola. El increíble número de variedades vegetales que tenemos hoy se basa en el trabajo de selección de cuatrocientas generaciones de mujeres y hombres, y en la transmisión de ese conocimiento a la siguiente generación. La biodiversidad vegetal solo se podrá mantener creando las condiciones para una verdadera asociación entre redes campesinas y agrónomos que no consideran a las plantas como meras reservas de ADN, sino como seres vivos que evolucionan a lo largo de los años adaptándose a las nuevas condiciones que encuentran. (Discurso citado en «Regulación de la UE sobre semillas», artículo del 6 de mayo de 2013, sitio web de Les Verts – Alliance Libre Européenne).
El diputado verde José Bové, anarcosindicalista conocido por su anticomunismo, al unísono con muchas corrientes altermondialistas habituales del Foro Social Mundial (FSM), describe sin nombrarla una «utopía» que solo la sociedad socialista cubana está realizando concretamente hoy. ¿Por qué tal omisión?
Las condiciones del bloqueo y la necesidad de un país antiimperialista consecuente, en un sistema en transición al socialismo y, por lo tanto, beneficiándose de ciertas ventajas técnicas de este sistema, llevaron a Cuba a romper con la agricultura intensiva destructiva heredada del período jruschoviano, para lanzarse a la instalación sostenible de una agricultura biológica a gran escala, basada principalmente en la producción agrícola urbana y periurbana, y en todas las técnicas agroforestales. Estas últimas constituyen el modelo de toda la ecología política actual, ya que reintroducen, a través de la plantación masiva de árboles protectores, la vida del suelo, fuente de fertilidad negada por los defensores de la «química» del suelo desde hace más de cincuenta años
Cuba se ha distinguido con premios de las Naciones Unidas y de varias prestigiosas asociaciones internacionales de protección ambiental (incluida WWF), por su política voluntarista respaldada objetivamente por la planificación socialista y la oportunidad de invertir en estrategias a largo plazo a pesar de la lentitud de sus resultados. Estos dos ejes son característicos del socialismo y antitéticos al capitalismo. De hecho, solo el socialismo puede imponer mediante un plan estatal la ruptura a nivel nacional con los dictados de la agroindustria a favor de una agricultura nacional ahora «bio» e independiente (producción de compost natural fuera del lucrativo mercado mundial de pesticidas y fertilizantes químicos, bancos de semillas locales adaptadas al terreno, agrosilvicultura reforzando la fertilidad natural del suelo sin la necesidad de pesticidas), cuyos productos se distribuyen al pueblo sin aumentos de precios (mientras que éste es obligatoriamente el caso en los países capitalistas). Por otro lado, solo un país socialista puede invertir en políticas que no producen resultados inmediatos, lo que es notoriamente imposible en un régimen capitalista: la agricultura biológica no es un retroceso tecnológico con respecto a la agricultura intensiva, sino todo lo contrario. Por ejemplo, requiere un alto nivel de educación y capacitación, necesariamente costoso, para compensar los efectos inmediatos de un aporte pasivo de insumos químicos (para los cuales no es necesaria ninguna capacitación por parte de los agricultores).
Última edición por lolagallego el Vie Nov 27, 2020 5:55 pm, editado 1 vez