Marx y la Revolución Francesa: la 'poesía del pasado'
Michael Lowy - noviembre 2017
Este texto ha sido publicado en la obra colectiva Permanence(s) de la Révolution, París, Éditions la Brèche, 1989. La transcripción y los antetítulos han sido realizados por el sitio Avanti4.be.
—4 mensajes—
Mientras que el film de Raoul Peck sobre el joven Marx está en las salas en este momento , merece la pena interrogarse sobre la relación de Marx con la revolución, y en particular con la Revolución Francesa. Según Michael Löwy, Marx quedó literalmente fascinado por la Revolución Francesa, como otros muchos intelectuales alemanes de su generación; aquella era a sus ojos, sencillamente, la revolución por excelencia –o más precisamente- “la revolución más gigantesca (“Kolossalste”)” que haya conocido la historia”[1].
Se sabe que en 1844, había tenido la intención de escribir un libro sobre la Revolución Francesa, a partir de historia de la Convención. Desde 1843, había empezado a consultar las obras, a tomar notas, a despellejar los periódicos y las colecciones. En primer lugar son sobre todo las obras alemanas, -Karl Friederich Ernst Ludwig y Wilhelm Wachsmuth- pero a continuación predominaron los libros franceses, especialmente las memorias del miembro de la C Levasseur, cuyos extractos llenan varias páginas del cuaderno de notas de Marx redactado en París en 1844. Además de esos carnets (reproducidospor Maximilien Rubel en el volumen III de las Obras en la Pléiäde), las referencias citadas en estos artículos o estos libros atestiguan la amplia bibliografía consultada: L’Histoire parlementaire de la Révolution française, de Buchez et Roux, L’Histoire de la Révolution française, de Louis Blanc, las de Carlyle, Mignet, Thiers, Cabet, los textos de Camille Desmoulin, Robespierre, Saint-Just, Marat, etc. Se puede encontrar una relación parcial de esa bibliografía en el artículo de Jean Bruhat sobre “Marx et la Révolution française ”, publicado en los “Annales historiques de la Révolution française”, en abril-junio de 1966.
El triunfo de un nuevo sistema social
El proyecto de libro sobre la Convención no se realizó pero se encuentran, dispersas en sus escritos a lo largo de toda su vida, múltiples observaciones, análisis, excursiones historiográficas y esbozos interpretativos sobre la Revolución Francesa. Ese conjunto está lejos de ser homogéneo: se muestran cambios, reorientaciones, dudas y a veces contradicciones en su lectura de los acontecimientos. Pero se pueden desprender también algunas líneas de fuerza que permiten definir la esencia del fenómeno –y que van a inspirar toda la historiografía socialista a lo largo de un siglo y medio.
Esta definición parte, se sabe, de un análisis crítico de los resultados del proceso revolucionario: desde este punto de vista, se trata para Marx, sin ninguna sombra de duda, de una revolución burguesa. Esta idea no era, en si misma, nueva: la novedad de Marx ha sido la de fusionar la crítica comunista de los límites de la Revolución Francesa (desde Babeuf y Buonarroti hasta Mosses Hess) con su análisis de clase por los historiadores de la época de la Restauración (Mignet, Thiers, Thierry, etc.) y situar el todo en el marco de la historia mundial, gracias a su método histórico materialista. Resulta de ello una visión de conjunto, amplia y coherente, del paisaje revolucionario francés, que hace destacar la lógica profunda de los acontecimientos más allá de los múltiples detalles de los episodios heroicos o crapulosos, de los retrocesos y avances. Una visión crítica y desmitificadora que desvela la victoria de un interés de clase, el interés de la burguesía. Como señala en un pasaje brillante e irónico de La Santa Familia (1845), que en un rasgo de pluma se apodera del hilo rojo de la historia: “La potencia de este interés fue tal que venció la pluma de un Marat, la guillotina de los hombres del “terror”, la espada de Napoleón, así como el crucifijo y la sangre azul de los Borbones”[2].
En realidad, la victoria de esta clase fue, al mismo tiempo, la llegada de una nueva civilización, de nuevos procesos de producción, de nuevos valores, no sólo económicos sino también sociales y culturales –en resumen, de un nuevo modo de vida. Reuniendo en un parágrafo la significación histórica de las revoluciones de 1848 y 1789 (pero sus observaciones son más pertinentes para la última que para la primera), Marx observa, en un artículo de la Nueva Gaceta Renana en 1848: “Ellas eran el triunfo de la burguesía, pero el triunfo de la burguesía era entonces el triunfo de un nuevo sistema social, la victoria de la propiedad burguesa sobre la propiedad feudal, del sentimiento nacional sobre el provincialismo, de la competencia sobre el corporativismo, del reparto sobre el mayorazgo, (…) de las luces sobre la superstición, de la familia sobre el nombre, de la industria sobre la pereza heroica, del derecho burgués sobre los privilegios medievales.”[3]
Por supuesto, este análisis marxiano sobre el carácter –en último análisis- burgués de la Revolución Francesa no era un ejercicio académico de historiografía: tenía un objetivo político preciso. Tendía, desmitificando 1789, a mostrar la necesidad de una nueva revolución, la revolución social –la que denomina, en 1844, “la emancipación humana” (en oposición a la emancipación únicamente política) y, en 1846, como la revolución comunista.
Una de las características principales que distinguirán esta nueva revolución de la Revolución Francesa de 1789-1794 será, según Marx, su “anti-estatismo”, su ruptura con el aparato burocrático alienado del Estado. Hasta aquí, “todas las revoluciones han perfeccionado esta máquina en lugar de romperla. Los partidos que lucharán sucesivamente por el poder consideran la conquista de este inmenso edificio de Estado como la principal presa del vencedor”.
Presentando su análisis en El Dieciocho Brumario, observa -de forma análoga que Tocqueville- que la Revolución Francesa no ha hecho más que “desarrollar la obra iniciada por la monarquía absoluta: la centralización, (…) la extensión, los atributos y los ejecutantes del poder gubernamental. Napoleón acabó de perfeccionar esta maquinaria de Estado”.
Sin embargo, durante la monarquía absoluta, la revolución y el Primer Imperio, ese aparato no ha sido más que un medio para preparar la dominación de clases de la burguesía, que se ejercerá más directamente sobre Louis-Philippe y la República de 1848… A fin de dejar lugar para lo nuevo, la autonomía de lo político durante el Segundo Imperio -cuando el Estado parece haberse hecho “completamente independiente”. En otros términos: el aparato estatal sirve a los intereses de clase de la burguesía sin estar necesariamente bajo su control directo. Según Marx, no tocar al fundamento de esta máquina parasitaria y alienada es una de las limitaciones burguesas más decisivas de la Revolución Francesa.
Como se sabe, esa idea esbozada en 1862 será desarrollada en 1871 en sus escritos sobre la Comuna -primer ejemplo de revolución proletaria que rompe el aparato de Estado y acaba con esta “boa constrictor” que “amordaza el cuerpo social en las mallas universales de su burocracia, de su policía, de su ejército permanente”. La Revolución Francesa, por su carácter burgués, no podía emancipar a la sociedad de esa “excrecencia parasitaria”, de este “alboroto de gusano de Estado”, de ese “enorme parásito gubernamental”[4].
Las tentativas recientes de los historiadores revisionistas para “sobrepasar” el análisis marxiano de la Revolución Francesa conducen generalmente a una regresión hacia las interpretaciones más antiguas, liberales o especulativas. Se confirma así la profunda observación de Sartre: el marxismo es el horizonte insuperable de nuestra época y los intentos para ir “más allá” de Marx acaban a menudo por caer por abajo de él. Se puede ilustrar esa paradoja por el enfoque del representante más talentoso y más inteligente de esa escuela, François Furet, que no encuentra otros caminos para sobrepasar a Marx que la vuelta a Hegel. Según Furet, “el idealismo hegeliano se preocupa infinitamente más de los datos concretos de la historia de Francia del siglo XVIII que el materialismo de Marx”.
¿Cuales son, pues, esos “datos concretos” infinitamente más importantes que las relaciones de producción y la lucha de clases? Se trata del “largo trabajo del espíritu en la historia..” Gracias a él (el espíritu con una E mayúscula), podemos al fin entender la verdadera naturaleza de la Revolución Francesa: más que el triunfo de una clase social, la burguesía, es “la afirmación de la conciencia de si como voluntad libre, coextensiva con lo universal, transparente a ella misma, reconciliada con el ser”.
Esa lectura hegeliana de los acontecimientos conduce a Furet a la curiosa conclusión de que la Revolución Francesa ha conducido a un “fracaso”, del que sería necesario buscar la causa en un “error”: querer “deducir lo político de lo social”.El responsable de este “fracaso” sería, en último análisis… Jean-Jacques Rousseau. El error de Rousseau y de la Revolución Francesa se contienen en el intento de afirmar “el antecedente de lo social sobre el Estado”. En revancha, Hegel había entendido perfectamente que “solo a través del Estado, esta forma superior de la historia, la sociedad se organiza según la razón”. Es una interpretación posible de las contradicciones de la Revolución Francesa, ¿pero es ella verdaderamente “infinitamente más concreta” que la esbozada por Marx?[5].
¿Cuál fue el papel de la clase burguesa?
Queda por saber en qué medida esta revolución burguesa fue efectivamente conducida, impulsada y dirigida por la burguesía. En algunos textos de Marx se encuentran verdaderos himnos a la gloria de la burguesía revolucionaria francesa de 1789; se trata casi siempre de escritos que la comparan con su equivalente social al lado del Rin, la burguesía alemana del siglo XVIII.
Desde 1844 lamenta la inexistencia en Alemania de una clase burguesa provista de “esa grandeza de alma que se identifica, aunque no fuese más que un momento, al alma del pueblo, de este genio que se inspira a la fuerza material el entusiasmo por la potencia política, de esa osadía revolucionaria que lanza al aniversario en forma de desafío: no soy nada y debería ser todo”.[6]
En sus artículos escritos durante la revolución de 1848 no cesa de denunciar la “bajeza” y la “traición” de la burguesía alemana, comparándola con el glorioso paradigma francés: “La burguesía prusiana no era la burguesía francesa de 1789, la clase que, frente a los representantes de la antigua sociedad, de la realeza y de la nobleza, encarnaba ella sola toda la sociedad moderna. Estaba degradada al rango de una especie de casta (…) inclinada desde el inicio a traicionar al pueblo y a intentar compromisos con el representante coronado de la antigua sociedad” [7].
En otro artículo de la Nueva Gaceta Renana (julio de 1848), examina de forma más detallada ese contraste: “la burguesía francesa de 1789 no abandonará ni un instante a sus aliados, los campesinos. Sabía que la base de su dominación era la deconstrucción de la feudalidad en el campo, la creación de una clase campesina libre, poseedora de tierras. La burguesía de 1848 traicionó sin dudar a los campesinos, que son sus aliados más naturales, la carne de su carne y sin los que ella es impotente frente a la nobleza”[8].
Esta celebración de las virtudes revolucionarias de la burguesía francesa va a inspirar más tarde (sobre todo en el siglo XX) a toda una visión lineal y mecánica del progreso histórico entre algunas corrientes marxistas. Hablaremos de ello más adelante,
Leyendo estos textos, se tiene a veces la impresión de que Marx exalta a la burguesía revolucionaria de 1789 para estigmatizar mejor a su “miserable” contrapartida alemana de 1848. Esta impresión es confirmada por los textos un poco anteriores a 1848, en los que el papel de la burguesía francesa se presenta mucho menos heroico. Por ejemplo, en La Ideología Alemana observa que, en relación con la decisión de los Estados Generales de proclamarse como Asamblea soberana: “La Asamblea Ncional se vio forzada a hacer ese paso hacia adelante. empujada por la masa innumerable que tras de sí”[9].
En un artículo de 1847, afirma en relación con la abolición revolucionaria de los vestigios feudales en 1789-1794: “Timorata y conciliadora como es, la burguesía no llegó hasta esa tarea ni en varios decenios. Por consiguiente, la acción sangrante del pueblo solo le ha preparado los caminos”[10].
Si el análisis marxiano del carácter burgués de revolución es de una notable colegado y claridad, no se puede decir lo mismo de sus intentos de interpretar el jacobinismo, el Terror, 1793. Confrontado al misterio jacobino, Marx duda. Esa duda es visible en las variaciones de un período a otro, de un texto a otro e incluso a veces en el interior de un mismo documento… Todas las hipótesis que avanza no son del mismo interés. Algunas, bastante extremas -y por otra parte mutuamente contradictorias-, son poco conviencentes. Por ejemplo, en un pasaje de La Ideología Alemana, ¡presenta al Terror como la puesta en práctica del “liberalismo enérgico de la burguesía”! Sin embargo, algunas páginas antes, Robespierre y Saint-Just son definidos como los “auténticos representantes de las fuerzas revolucionairas: la masa ‘innumerable’”[11].
Esta última hipótesis se sugiere otra vez en un pasaje del artículo contra Karl Heinzen, de 1847: si, “como en 1794, (…) el proletariado derroca la dominación política de la burguesía”antes que estén dadas las condiciones políticas de su poder, su victoria “solo será pasajera” y servirá, en último término, a la misma revolución burguesa[12]. La formulación es indirecta y la referencia a la Revolución Francesa solo se hace de pasada, a la vista de un debate político actual, pero resulta sin embargo sorprendente que Marx haya podido considerar los acontecimientos de 1794 como una “victoria del proletariado”.
Otras interpretaciones son más pertinentes y pueden ser consideradas como recíprocamente complementarias:
a) El Terror es un momento de autonomía de lo político que entra en conflicto violento con la sociedad burguesa. El “locus classicus” de esta hipótesis es un pasaje de La Cuestión Judía (1844): “Evidentemente en las épocas en las que el Estado político como tal nace violentamente de la sociedad burguesa (…) el Estado puede y debe ir hasta la supresión de la religión (…) pero únicamente como va hasta la supresión de la propiedad privada, al máximo, a la confiscación, al impuesto progresivo, a la supresión de la vida, a la guillotina. (…) La vida política busca ahogar sus condiciones primordiales, la sociedad burguesa y sus elementos para erigirse en vía genética verdadera y absoluta del hombre. Pero ella solo puede alcanzar este fin poniéndose en contradicción violenta con sus propias condiciones de existencia, declarando la revolución en estado permanente; también el drama político se termina necesariamente por la restauración de todos los elementos de la sociedad burguesa”[13].
El jacobinismo parece bajo este ángulo como un vano intento y necesariamente abortado de afrontar la sociedad burguesa a partir del Estado de forma estrictamente política.
b) Los hombres del Terror –”Robespierre, Saint-Just y su partido”- han sido victimas de una ilusión: han confundido la antigua república romana con el Estado representativo moderno. Atrapados en una contradicción insoluble, han querido sacrificar la sociedad burguesa “a una forma antigua de vida política”. Esta idea, desarrollada en La Santa Familia, implica como hipótesis anterior, un período histórico de exasperación y de autonomización de lo político. Conduce a la conclusión, un poco sorprendente, de que Napoleón es el heredero del jacobinismo; ha representado “la última batalla del terrorismo revolucionario contra la sociedad burguesa, proclamada ella también por la revolución, y contra su política”. Es cierto que “no tenía nada de un terrorista exaltado”; sin embargo, “consideraba todavía al Estado como un fin en si y a la sociedad civil únicamente como su tesorero y subalterno, que debía renunciar a toda voluntad propia. Realizó el terrorismo al reemplazar a la revolución permanente por la guerra permanente”[14].
Se reencuentra esta tesis en El Dieciocho Brumario (1852), pero esta vez Marx insiste sobre el engaño de la razón que hace de los jacobinos (y de Bonaparte) los parteros de esa misma sociedad burguesa a la que despreciaban:“Camille Desmoulin, Danton, Robespierre, Saint-Just, Napoleón, los héroes, así como los partidos y la masa cumplieron en la antigua Revolución Francesa el traje romano, y con la fraseología romana, la tarea de su época, a saber la liberación y la instauración de la sociedad burguesa moderna. (…) Una vez establecida la nueva sociedad, desaparecieron los colosos antediluvianos y, con ellos, la resucitada Roma: los Brutus, los Gracchus, los Publicola, los tribunos, los senadores y el mismo César. La sociedad burguesa, en su sobre-realidad, se había creado sus verdaderos interpretes y portavoces en la persona de los Say, los Cousin, los Royer-Collard, los Benjamin Constant y los Guzot”[15].
Michael Lowy - noviembre 2017
Este texto ha sido publicado en la obra colectiva Permanence(s) de la Révolution, París, Éditions la Brèche, 1989. La transcripción y los antetítulos han sido realizados por el sitio Avanti4.be.
—4 mensajes—
Mientras que el film de Raoul Peck sobre el joven Marx está en las salas en este momento , merece la pena interrogarse sobre la relación de Marx con la revolución, y en particular con la Revolución Francesa. Según Michael Löwy, Marx quedó literalmente fascinado por la Revolución Francesa, como otros muchos intelectuales alemanes de su generación; aquella era a sus ojos, sencillamente, la revolución por excelencia –o más precisamente- “la revolución más gigantesca (“Kolossalste”)” que haya conocido la historia”[1].
Se sabe que en 1844, había tenido la intención de escribir un libro sobre la Revolución Francesa, a partir de historia de la Convención. Desde 1843, había empezado a consultar las obras, a tomar notas, a despellejar los periódicos y las colecciones. En primer lugar son sobre todo las obras alemanas, -Karl Friederich Ernst Ludwig y Wilhelm Wachsmuth- pero a continuación predominaron los libros franceses, especialmente las memorias del miembro de la C Levasseur, cuyos extractos llenan varias páginas del cuaderno de notas de Marx redactado en París en 1844. Además de esos carnets (reproducidospor Maximilien Rubel en el volumen III de las Obras en la Pléiäde), las referencias citadas en estos artículos o estos libros atestiguan la amplia bibliografía consultada: L’Histoire parlementaire de la Révolution française, de Buchez et Roux, L’Histoire de la Révolution française, de Louis Blanc, las de Carlyle, Mignet, Thiers, Cabet, los textos de Camille Desmoulin, Robespierre, Saint-Just, Marat, etc. Se puede encontrar una relación parcial de esa bibliografía en el artículo de Jean Bruhat sobre “Marx et la Révolution française ”, publicado en los “Annales historiques de la Révolution française”, en abril-junio de 1966.
El triunfo de un nuevo sistema social
El proyecto de libro sobre la Convención no se realizó pero se encuentran, dispersas en sus escritos a lo largo de toda su vida, múltiples observaciones, análisis, excursiones historiográficas y esbozos interpretativos sobre la Revolución Francesa. Ese conjunto está lejos de ser homogéneo: se muestran cambios, reorientaciones, dudas y a veces contradicciones en su lectura de los acontecimientos. Pero se pueden desprender también algunas líneas de fuerza que permiten definir la esencia del fenómeno –y que van a inspirar toda la historiografía socialista a lo largo de un siglo y medio.
Esta definición parte, se sabe, de un análisis crítico de los resultados del proceso revolucionario: desde este punto de vista, se trata para Marx, sin ninguna sombra de duda, de una revolución burguesa. Esta idea no era, en si misma, nueva: la novedad de Marx ha sido la de fusionar la crítica comunista de los límites de la Revolución Francesa (desde Babeuf y Buonarroti hasta Mosses Hess) con su análisis de clase por los historiadores de la época de la Restauración (Mignet, Thiers, Thierry, etc.) y situar el todo en el marco de la historia mundial, gracias a su método histórico materialista. Resulta de ello una visión de conjunto, amplia y coherente, del paisaje revolucionario francés, que hace destacar la lógica profunda de los acontecimientos más allá de los múltiples detalles de los episodios heroicos o crapulosos, de los retrocesos y avances. Una visión crítica y desmitificadora que desvela la victoria de un interés de clase, el interés de la burguesía. Como señala en un pasaje brillante e irónico de La Santa Familia (1845), que en un rasgo de pluma se apodera del hilo rojo de la historia: “La potencia de este interés fue tal que venció la pluma de un Marat, la guillotina de los hombres del “terror”, la espada de Napoleón, así como el crucifijo y la sangre azul de los Borbones”[2].
En realidad, la victoria de esta clase fue, al mismo tiempo, la llegada de una nueva civilización, de nuevos procesos de producción, de nuevos valores, no sólo económicos sino también sociales y culturales –en resumen, de un nuevo modo de vida. Reuniendo en un parágrafo la significación histórica de las revoluciones de 1848 y 1789 (pero sus observaciones son más pertinentes para la última que para la primera), Marx observa, en un artículo de la Nueva Gaceta Renana en 1848: “Ellas eran el triunfo de la burguesía, pero el triunfo de la burguesía era entonces el triunfo de un nuevo sistema social, la victoria de la propiedad burguesa sobre la propiedad feudal, del sentimiento nacional sobre el provincialismo, de la competencia sobre el corporativismo, del reparto sobre el mayorazgo, (…) de las luces sobre la superstición, de la familia sobre el nombre, de la industria sobre la pereza heroica, del derecho burgués sobre los privilegios medievales.”[3]
Por supuesto, este análisis marxiano sobre el carácter –en último análisis- burgués de la Revolución Francesa no era un ejercicio académico de historiografía: tenía un objetivo político preciso. Tendía, desmitificando 1789, a mostrar la necesidad de una nueva revolución, la revolución social –la que denomina, en 1844, “la emancipación humana” (en oposición a la emancipación únicamente política) y, en 1846, como la revolución comunista.
Una de las características principales que distinguirán esta nueva revolución de la Revolución Francesa de 1789-1794 será, según Marx, su “anti-estatismo”, su ruptura con el aparato burocrático alienado del Estado. Hasta aquí, “todas las revoluciones han perfeccionado esta máquina en lugar de romperla. Los partidos que lucharán sucesivamente por el poder consideran la conquista de este inmenso edificio de Estado como la principal presa del vencedor”.
Presentando su análisis en El Dieciocho Brumario, observa -de forma análoga que Tocqueville- que la Revolución Francesa no ha hecho más que “desarrollar la obra iniciada por la monarquía absoluta: la centralización, (…) la extensión, los atributos y los ejecutantes del poder gubernamental. Napoleón acabó de perfeccionar esta maquinaria de Estado”.
Sin embargo, durante la monarquía absoluta, la revolución y el Primer Imperio, ese aparato no ha sido más que un medio para preparar la dominación de clases de la burguesía, que se ejercerá más directamente sobre Louis-Philippe y la República de 1848… A fin de dejar lugar para lo nuevo, la autonomía de lo político durante el Segundo Imperio -cuando el Estado parece haberse hecho “completamente independiente”. En otros términos: el aparato estatal sirve a los intereses de clase de la burguesía sin estar necesariamente bajo su control directo. Según Marx, no tocar al fundamento de esta máquina parasitaria y alienada es una de las limitaciones burguesas más decisivas de la Revolución Francesa.
Como se sabe, esa idea esbozada en 1862 será desarrollada en 1871 en sus escritos sobre la Comuna -primer ejemplo de revolución proletaria que rompe el aparato de Estado y acaba con esta “boa constrictor” que “amordaza el cuerpo social en las mallas universales de su burocracia, de su policía, de su ejército permanente”. La Revolución Francesa, por su carácter burgués, no podía emancipar a la sociedad de esa “excrecencia parasitaria”, de este “alboroto de gusano de Estado”, de ese “enorme parásito gubernamental”[4].
Las tentativas recientes de los historiadores revisionistas para “sobrepasar” el análisis marxiano de la Revolución Francesa conducen generalmente a una regresión hacia las interpretaciones más antiguas, liberales o especulativas. Se confirma así la profunda observación de Sartre: el marxismo es el horizonte insuperable de nuestra época y los intentos para ir “más allá” de Marx acaban a menudo por caer por abajo de él. Se puede ilustrar esa paradoja por el enfoque del representante más talentoso y más inteligente de esa escuela, François Furet, que no encuentra otros caminos para sobrepasar a Marx que la vuelta a Hegel. Según Furet, “el idealismo hegeliano se preocupa infinitamente más de los datos concretos de la historia de Francia del siglo XVIII que el materialismo de Marx”.
¿Cuales son, pues, esos “datos concretos” infinitamente más importantes que las relaciones de producción y la lucha de clases? Se trata del “largo trabajo del espíritu en la historia..” Gracias a él (el espíritu con una E mayúscula), podemos al fin entender la verdadera naturaleza de la Revolución Francesa: más que el triunfo de una clase social, la burguesía, es “la afirmación de la conciencia de si como voluntad libre, coextensiva con lo universal, transparente a ella misma, reconciliada con el ser”.
Esa lectura hegeliana de los acontecimientos conduce a Furet a la curiosa conclusión de que la Revolución Francesa ha conducido a un “fracaso”, del que sería necesario buscar la causa en un “error”: querer “deducir lo político de lo social”.El responsable de este “fracaso” sería, en último análisis… Jean-Jacques Rousseau. El error de Rousseau y de la Revolución Francesa se contienen en el intento de afirmar “el antecedente de lo social sobre el Estado”. En revancha, Hegel había entendido perfectamente que “solo a través del Estado, esta forma superior de la historia, la sociedad se organiza según la razón”. Es una interpretación posible de las contradicciones de la Revolución Francesa, ¿pero es ella verdaderamente “infinitamente más concreta” que la esbozada por Marx?[5].
¿Cuál fue el papel de la clase burguesa?
Queda por saber en qué medida esta revolución burguesa fue efectivamente conducida, impulsada y dirigida por la burguesía. En algunos textos de Marx se encuentran verdaderos himnos a la gloria de la burguesía revolucionaria francesa de 1789; se trata casi siempre de escritos que la comparan con su equivalente social al lado del Rin, la burguesía alemana del siglo XVIII.
Desde 1844 lamenta la inexistencia en Alemania de una clase burguesa provista de “esa grandeza de alma que se identifica, aunque no fuese más que un momento, al alma del pueblo, de este genio que se inspira a la fuerza material el entusiasmo por la potencia política, de esa osadía revolucionaria que lanza al aniversario en forma de desafío: no soy nada y debería ser todo”.[6]
En sus artículos escritos durante la revolución de 1848 no cesa de denunciar la “bajeza” y la “traición” de la burguesía alemana, comparándola con el glorioso paradigma francés: “La burguesía prusiana no era la burguesía francesa de 1789, la clase que, frente a los representantes de la antigua sociedad, de la realeza y de la nobleza, encarnaba ella sola toda la sociedad moderna. Estaba degradada al rango de una especie de casta (…) inclinada desde el inicio a traicionar al pueblo y a intentar compromisos con el representante coronado de la antigua sociedad” [7].
En otro artículo de la Nueva Gaceta Renana (julio de 1848), examina de forma más detallada ese contraste: “la burguesía francesa de 1789 no abandonará ni un instante a sus aliados, los campesinos. Sabía que la base de su dominación era la deconstrucción de la feudalidad en el campo, la creación de una clase campesina libre, poseedora de tierras. La burguesía de 1848 traicionó sin dudar a los campesinos, que son sus aliados más naturales, la carne de su carne y sin los que ella es impotente frente a la nobleza”[8].
Esta celebración de las virtudes revolucionarias de la burguesía francesa va a inspirar más tarde (sobre todo en el siglo XX) a toda una visión lineal y mecánica del progreso histórico entre algunas corrientes marxistas. Hablaremos de ello más adelante,
Leyendo estos textos, se tiene a veces la impresión de que Marx exalta a la burguesía revolucionaria de 1789 para estigmatizar mejor a su “miserable” contrapartida alemana de 1848. Esta impresión es confirmada por los textos un poco anteriores a 1848, en los que el papel de la burguesía francesa se presenta mucho menos heroico. Por ejemplo, en La Ideología Alemana observa que, en relación con la decisión de los Estados Generales de proclamarse como Asamblea soberana: “La Asamblea Ncional se vio forzada a hacer ese paso hacia adelante. empujada por la masa innumerable que tras de sí”[9].
En un artículo de 1847, afirma en relación con la abolición revolucionaria de los vestigios feudales en 1789-1794: “Timorata y conciliadora como es, la burguesía no llegó hasta esa tarea ni en varios decenios. Por consiguiente, la acción sangrante del pueblo solo le ha preparado los caminos”[10].
Si el análisis marxiano del carácter burgués de revolución es de una notable colegado y claridad, no se puede decir lo mismo de sus intentos de interpretar el jacobinismo, el Terror, 1793. Confrontado al misterio jacobino, Marx duda. Esa duda es visible en las variaciones de un período a otro, de un texto a otro e incluso a veces en el interior de un mismo documento… Todas las hipótesis que avanza no son del mismo interés. Algunas, bastante extremas -y por otra parte mutuamente contradictorias-, son poco conviencentes. Por ejemplo, en un pasaje de La Ideología Alemana, ¡presenta al Terror como la puesta en práctica del “liberalismo enérgico de la burguesía”! Sin embargo, algunas páginas antes, Robespierre y Saint-Just son definidos como los “auténticos representantes de las fuerzas revolucionairas: la masa ‘innumerable’”[11].
Esta última hipótesis se sugiere otra vez en un pasaje del artículo contra Karl Heinzen, de 1847: si, “como en 1794, (…) el proletariado derroca la dominación política de la burguesía”antes que estén dadas las condiciones políticas de su poder, su victoria “solo será pasajera” y servirá, en último término, a la misma revolución burguesa[12]. La formulación es indirecta y la referencia a la Revolución Francesa solo se hace de pasada, a la vista de un debate político actual, pero resulta sin embargo sorprendente que Marx haya podido considerar los acontecimientos de 1794 como una “victoria del proletariado”.
Otras interpretaciones son más pertinentes y pueden ser consideradas como recíprocamente complementarias:
a) El Terror es un momento de autonomía de lo político que entra en conflicto violento con la sociedad burguesa. El “locus classicus” de esta hipótesis es un pasaje de La Cuestión Judía (1844): “Evidentemente en las épocas en las que el Estado político como tal nace violentamente de la sociedad burguesa (…) el Estado puede y debe ir hasta la supresión de la religión (…) pero únicamente como va hasta la supresión de la propiedad privada, al máximo, a la confiscación, al impuesto progresivo, a la supresión de la vida, a la guillotina. (…) La vida política busca ahogar sus condiciones primordiales, la sociedad burguesa y sus elementos para erigirse en vía genética verdadera y absoluta del hombre. Pero ella solo puede alcanzar este fin poniéndose en contradicción violenta con sus propias condiciones de existencia, declarando la revolución en estado permanente; también el drama político se termina necesariamente por la restauración de todos los elementos de la sociedad burguesa”[13].
El jacobinismo parece bajo este ángulo como un vano intento y necesariamente abortado de afrontar la sociedad burguesa a partir del Estado de forma estrictamente política.
b) Los hombres del Terror –”Robespierre, Saint-Just y su partido”- han sido victimas de una ilusión: han confundido la antigua república romana con el Estado representativo moderno. Atrapados en una contradicción insoluble, han querido sacrificar la sociedad burguesa “a una forma antigua de vida política”. Esta idea, desarrollada en La Santa Familia, implica como hipótesis anterior, un período histórico de exasperación y de autonomización de lo político. Conduce a la conclusión, un poco sorprendente, de que Napoleón es el heredero del jacobinismo; ha representado “la última batalla del terrorismo revolucionario contra la sociedad burguesa, proclamada ella también por la revolución, y contra su política”. Es cierto que “no tenía nada de un terrorista exaltado”; sin embargo, “consideraba todavía al Estado como un fin en si y a la sociedad civil únicamente como su tesorero y subalterno, que debía renunciar a toda voluntad propia. Realizó el terrorismo al reemplazar a la revolución permanente por la guerra permanente”[14].
Se reencuentra esta tesis en El Dieciocho Brumario (1852), pero esta vez Marx insiste sobre el engaño de la razón que hace de los jacobinos (y de Bonaparte) los parteros de esa misma sociedad burguesa a la que despreciaban:“Camille Desmoulin, Danton, Robespierre, Saint-Just, Napoleón, los héroes, así como los partidos y la masa cumplieron en la antigua Revolución Francesa el traje romano, y con la fraseología romana, la tarea de su época, a saber la liberación y la instauración de la sociedad burguesa moderna. (…) Una vez establecida la nueva sociedad, desaparecieron los colosos antediluvianos y, con ellos, la resucitada Roma: los Brutus, los Gracchus, los Publicola, los tribunos, los senadores y el mismo César. La sociedad burguesa, en su sobre-realidad, se había creado sus verdaderos interpretes y portavoces en la persona de los Say, los Cousin, los Royer-Collard, los Benjamin Constant y los Guzot”[15].
Última edición por lolagallego el Mar Dic 29, 2020 6:24 pm, editado 1 vez