La lucha contra el «estalinismo»: pretexto para atacar los fundamentos del marxismo-leninismo
Vincent Gouysse - año 2005
publicado en 2020 por Bitácora Marxista-Leninista
—4 mensajes—
«Expondremos principalmente, con la ayuda de las obras «Democracia», publicada en 1990 por Georges Marchais –secretario general del Partido Comunista Francés (PCF) desde 1972 hasta 1994– y «Comunismo: La Mutación», publicada en 1995 por Robert Hue –secretario general del PCF desde 1994 hasta 2001, luego presidente del PCF desde 2002–, el hecho de que a través del antiestalinismo, los revisionistas del PCF atacan en realidad al marxismo-leninismo. Estos no son ataques sobre detalles de la teoría marxista, sino sobre sus fundamentos mismos, ataques que conducen a la revisión total del marxismo en todos sus aspectos.
a) Ataques contra el materialismo dialéctico
«El «marxismo-leninismo», tal como lo reglamentó Stalin, es un sistema coherente, simplista y accesible. La dialéctica se halla reducida a unas pocas «leyes» universales. Todo se desarrolla bajo la tranquila seguridad de las «leyes de la naturaleza». Esta coherencia se combina con una fuerte preocupación por la «pedagogía de masas». (Robert Hue; Comunismo: La Mutación, 1995)
¿Hay en este pasaje una refutación mínimamente seria de la filosofía marxista tal como la expuso Stalin en Materialismo dialéctico y materialismo histórico? Ciertamente no. Hay que contentarse con denunciar el «simplista», «accesible» y «absoluto» de la dialéctica tal como ésta fue «reglamentada por Stalin». ¿Tal como ésta fue reglamentada solamente por Stalin? Venga, Sr. Hue, ¿No ataca usted también, con esto, a la dialéctica tal como la reglamentaron Engels y Lenin?
«La concepción materialista del mundo, significa simplemente la concepción de la naturaleza tal y como es, sin ningún aditamento extraño». (Friedrich Engels; Dialéctica de la naturaleza, 1883)
Robert Hue, rechazando la «deriva cientificista del estalinismo», ¿no se pone así, también, en contradicción con Engels? ¿A qué se ataca aquí pues, si no es al carácter científico de la teoría marxista, a su carácter popular y a su difusión entre las masas?
El pasaje de Robert Hue es importante en el sentido de que sintetiza por sí mismo de una manera perfectamente clara sus concepciones filosóficas antimaterialistas y antimarxistas. Si Robert Hue se abstiene de hablar sobre las concepciones filosóficas de Lenin es porque está en flagrante oposición con este último. Robert Hue está de acuerdo con los empiriocriticistas rusos que en su momento fueron certeramente denunciados por Lenin:
«Bogdanov declara: «El marxismo implica, para mí, la negación de la objetividad absoluta de toda verdad cualquiera que sea, la negación de todas las verdades eternas». (Empiriomonismo, libro III, pp. IV y V)». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin, Materialismo y empiriocriticismo, 1908)
A lo cual Lenin responde:
«La negación de la verdad objetiva por Bogdánov es agnosticismo y subjetivismo». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin, Materialismo y empiriocriticismo, 1908)
Más adelante, Lenin, tratando la relación entre la verdad relativa y la verdad absoluta, afirma que:
«Desde el punto de vista del materialismo moderno, es decir del marxismo, los límites de la aproximación de nuestros conocimientos en relación a la verdad objetiva, absoluta, están vinculados a las condiciones históricas, pero la existencia misma de esta verdad es incondicional como lo es también el hecho de que nos aproximamos a ella. (...) La dialéctica materialista de Marx y de Engels incluye indiscutiblemente relativismo, pero no se reduce a ello; es decir, la dialéctica materialista admite la relatividad de todos nuestros conocimientos no en el sentido de la negación de la verdad objetiva, sino en el sentido de la relatividad histórica de los límites de la aproximación de nuestros conocimientos en relación a esta verdad». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin, Materialismo y empiriocriticismo, 1908)
Como se ve, Robert Hue, so protexto de atacar el aspecto «absoluto» [¡«totalitario!»] de la filosofía marxista-leninista tal como la codificó [Nota: compiló, reglamentó] Stalin, rechazó toda pretensión científica del marxismo y en realidad atacó el leninismo. Robert Hue se sitúa, pues, en el terreno de la filosofía agnóstica, último refugio del idealismo y el fideísmo :
«El fideísmo moderno no rechaza, ni mucho menos, la ciencia: lo único que rechaza son las «pretensiones desmesuradas» de la ciencia, y concretamente, sus pretensiones de verdad objetiva. Si existe una verdad objetiva –como entienden los materialistas–, y si las ciencias naturales, reflejando el mundo exterior en la «experiencia» del hombre, son las únicas que pueden darnos esa verdad objetiva, todo fideísmo queda refutado incontrovertiblemente». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin, Materialismo y empiriocriticismo, 1908)
Tengamos en cuenta también que los métodos empleados por Georges Marchais y Robert Hue para atacar al materialismo dialéctico a través de Stalin nos recuerdan a los métodos utilizados por los empiriocriticistas rusos para atacar la filosofía marxista:
«Porque los discípulos de Mach temen la verdad. Hacen la guerra al materialismo mientras fingen combatir solamente a Plejánov: procedimiento pusilánime y sin principios». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin, Materialismo y empiriocriticismo, 1908)
De la misma manera que los empiriocriticistas intentaban oponer Marx a Engels, «este último era acusado de profesar un «materialismo dogmático» y el «dogmatismo materialista más grosero», de igual modo intentan Robert Hue y Georges Marchais oponer Lenin a Stalin:
«Uno [Lenin] enriquece la teoría, el otro [Stalin] la petrifica». (Georges Marchais; Democracia, 1990)
«Evidentemente, Lenin y sus compañeros de entonces eran en este caso algo más que «dogmáticos» incapaces de creatividad». (Robert Hue; Comunismo: La mutación, 1995)
Los dirigentes del PCF, a la vista está, atacaron los fundamentos de la filosofía marxista bajo el pretexto de la lucha contra el dogmatismo y con esto legitimaron el florecimiento de todo tipo de ideologías «marxistas». Hemos visto, pues, que el PCF se posicionó en el terreno de la filosofía agnóstica, aquella que, como señaló con firmeza Lenin, era una concesión inadmisible al idealismo. Estas concepciones filosóficas son muy antiguas en el seno del PCF, muy influenciadas por las ideas de la revolución francesa de 1789.
El camarada Patrick Kessel había demostrado en su obra: «Del Partido de Thorez» al «pensamiento de Mao» de 1980, el hecho de que el PCF ya en tiempos de Mauricio Thorez estaba muy apegado a la tradición republicana y a la filosofía del Siglo de las Luces. Esto no es una excepción en Georges Marchais y Robert Hue, quienes ponen de relieve su orgullo en apoyarse en las ideas del siglo francés de las luces y en los intelectuales comprometidos del los siglos XIX y XX. Cosa inadmisible tanto para Georges Marchais, quien utiliza las ideas de pensadores de la burguesía democrática –la cual, en el momento del derrocamiento del feudalismo, constituía una clase progresista– con el objetivo de enriquecer el marxismo –¡sic!–, como para Robert Hue, ¡quien mezcla arbitrariamente pensadores comunistas y anticomunistas declarados –como André Gide y Jean-Paul Sartre–!
«La originalidad de nuestra historia consagrada su esfuerzo individual y colectivo para contribuir a la renovación de un marxismo vivo en la línea de pensadores y creadores que, inseparablemente, iluminaron el camino hacia las luchas populares y constituyeron el genio francés. Porque así es Francia: los más grandes fueron aquellos que sellaron su vida y su obra al destino de nuestro pueblo. Fue el anticonformismo de un Rabelais, el rechazo al argumento de autoridad de un Descartes, la crítica social de un Molière o de un Beaumarchais, la convicción democrática de un Rousseau, el compromiso republicano de un Hugo o de un Zola. Estos datos se confirmaron plenamente en el siglo XX con Langevin, Joliot-Curie, Aragon, Eluard, Picasso, quienes eran comunistas, o con hombres como Malraux y Sartre, que no lo eran. Tengo la convicción de que esta tradición francesa, que saca fuerza y grandeza de sus creadores en sus vínculos con el pueblo y la nación, no está cerca de su fin [literalmente: de apagarse]». (Georges Marchais; Democracia, 1990)
«Nuestro país es... de Langevin a Malraux, de Sartre a Aragon, la continuación de una gran tradición de intelectuales ligados a las luchas populares. Esto es un pluralismo estimulante, un «equilibrio en la diversidad», como dijo Gide, que hace que a través de divisiones y conflictos un Pascal haya siempre respondido a un Montaigne, un Voltaire a un Rousseau, un Victor Hugo a un Lamartine, un Valéry a un Claudel. Es la educación nacional para todos, gratuita y obligatoria hasta los dieciséis años. Es el espíritu del laicismo francés». (Robert Hue; Comunismo: La Mutación, 1995)
Es fácil, por lo tanto, ver el hecho de que esta «tradición francesa» «estimula» el «pluralismo» –este galimatías filosófico en el que se mezclan todas las variedades del idealismo, de materialismo mecanicista y psicologismo– conduce a la confusión ideológica más completa, ¡e impide que triunfe la filosofía materialista marxista!
«Pensar que una sola palabra -incluso la bella palabra «comunismo», que tanto aprecio- podría resumir el futuro de la liberación humana, ¡qué locura! El futuro de la civilización, ciertamente, no está encasillado en la uniformidad. ¡Y tanto mejor! Por tanto, la diversidad de pensamientos que se preocupan por el porvenir –y entre ellos, por supuesto, está el comunismo– no pueden ser un obstáculo. La Revolución Francesa no surgió de una única fórmula inscrita en la mente de todos. Por el contrario, fue el encuentro de innumerables sueños de libertad. Esto será todavía más cierto para la civilización plenamente humana que se necesita hoy». (Robert Hue; Comunismo: La Mutación, 1995)
Nos hace falta insistir, sin embargo, en el hecho de que cuando Robert Hue y Georges Marchais destacan la herencia de las ideas de la Revolución Francesa, pasan escrupulosamente en silencio –como toda la literatura burguesa– ante dos de los pensadores más brillantes del Siglo de las Luces, a saber: Jean Meslier y Marat, pensadores que, de sendas maneras, habían empujado la crítica social y el democratismo mucho más lejos que las mentes más ilustradas de la burguesía.
En cuanto a los comunistas utópicos del siglo XIX, ¡ni siquiera se les menciona! Es Robert Hue, a quien su instinto de clase no engaña, el que nos confiesa el porqué del asunto: al hablarnos sobre las raíces históricas que permitieron al estalinismo implantarse en Francia sin que éste fuera «impuesto» desde el exterior, destaca 1): la identificación por los comunistas franceses de las Revoluciones Rusas de Febrero y Octubre de 1917 con las de 1789 y 1793, y 2): «las violentas disputas de sectas y corrientes» que agitaron el movimiento socialista francés.
«Los primeros comunistas franceses «piensan» directamente las dos Revoluciones Rusas de Febrero y Octubre de 1917 en los términos de «1789» y «1793». (...) Desde entonces todo se enredó: revolucionarios y contrarrevolucionarios, girondinos y montañeros, «indulgentes» y «rabiosos», bolcheviques y mencheviques... desde entonces, complots, encarcelamientos, deportaciones, intrigas, la justicia sumaria adquiere un sentido: no el de las condenables monstruosidades, sino el de las violencias inevitables. «¿Queríais una revolución sin revolución?», dijo Robespierre. (...) [El movimiento obrero y socialista francés] había tenido sus saint-simones, sus anarquistas, sus blanquistas, sus anarco-sindicalistas, sus marxistas, sus guesdistas, sus jauressistas. ¿Cómo pudo haber sido desorientado por el sectarismo y el maniqueísmo, por la persecución a los trotskistas, a los «titoístas», a los oportunistas, a los revisionistas, a los «derechistas», a los «izquierdistas», a los «renegados»? Cuando Stalin multiplica las fórmulas retóricas de «luchas en los dos frentes», «contra los dos peligros»: oportunismo-sectarismo, revisionismo-izquierdismo, ¡encuentra perfectamente una sensibilidad –más aún, una «práctica»– francesa!». (Robert Hue; Comunismo: La Mutación, 1995)
Podemos ver que Robert Hue, cuando afirma haber demostrado que hay en Francia «un pensamiento comunista que viene de lejos» y cuando rechaza el estalinismo, rechaza igualmente la violencia revolucionaria y las luchas entre las corrientes socialistas. Pero, entonces, ¿de qué «pensamiento comunista» nos habla Robert Hue, sino el de los pensadores ilustradores de la burguesía? Como cualquier pequeñoburgués, Robert Hue teme la voz de las masas y no llega a comprender el simple hecho de que el eco del bolchevismo en Francia –además de obstaculizado por las concepciones republicanas que ejercieron una fuerte influencia en los comunistas franceses– se debe ante todo al hecho de que Francia es un país capitalista, una sociedad de clases, y del hecho de que el marxismo-leninismo no es un fenómeno específicamente ruso que se podría explicar buscando las causas en la historia de la Rusia zarista.
«El leninismo es el marxismo en el período del imperialismo y de la revolución proletaria, o más exactamente: es la teoría y la táctica de la revolución proletaria en general, la teoría y la táctica de la dictadura del proletariado en particular». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili Stalin; Fundamentos del leninismo, 1924)
Pero no vamos a hablar de «leninismo» con Robert Hue, quien ni siquiera quiere oír hablar de «marxismo», ya que esto, como veremos, abriría el camino al «dogmatismo». Robert Hue trata de «defender» a Marx contra las «distorsiones que éste ha sufrido en la historia». Pero cuando Robert Hue habla de las distorsiones del pensamiento de Marx –y contrariamente a su convicción de negarse en convertirlo en un «autor bienpensante» «separado de todo compromiso y lucha política»–, de hecho, no trata en absoluto ninguna de las graves distorsiones oportunistas de derecha que tienen como objetivo debilitar el pensamiento marxista –ya que él mismo lo «debilitó» magistralmente, como seguiremos demostrando más adelante–, más bien trata las distorsiones con las que «la secta de sus discípulos» lo sometieron. Escuchemos, pues, a nuestro doctor en dogmatismo:
«Esto me lleva a decir unas palabras sobre el «marxismo». No para cerrar el debate, sino para invitarlo. Y por eso no tengo en mente el «marxismo-leninismo» –la cosificación doctrinaria operada por Stalin de la que hablé, y sobre la que no regresó– sino la noción misma de «marxismo» aplicado al pensamiento de Marx. A menudo se cita el chiste de Marx divulgado por Engels: «Todo lo que sé, es que no soy marxista». Se hace, a veces, la reflexión de un pensador ulcerado frente a lo que considera una caricatura de su propio pensamiento. Algo así como «si eso es el marxismo, ¡entonces yo no soy eso!». Pero, ¿No podemos ver, en esta dicotomía, más allá de la anécdota? Más profundamente: como una invitación a no transformar su pensamiento en sistema: ¿en «marxismo»? (...) E incluso si repetimos que el «marxismo no es un dogma sino una guía para la acción», ¡la tentación del dogma está claramente presente en su negación! Ver a «Marx en sus límites», como dijo Althusser. Me parece que tenía razón. (...) Pero por mi parte, me quedo con el nombre de Marx y lo prefiero al de «marxismo». Y creo que es inútil albergar el sueño de un pensamiento global, de una suerte de ciencia absoluta, incluso agregando toda la dialéctica que se quiera como cemento». (Robert Hue; Comunismo: La Mutación, 1995)
Robert Hue, por lo tanto, se pone aquí a la cola de los liberales, quienes ocasionalmente también pregonan que «Marx» estaba «contra el marxismo». Señalamos de pasada que estamos agradecidos con la burguesía por asegurarse que no se produzcan distorsiones dogmáticas en el pensamiento de Marx. El caso es que cuando ciertos representantes de la burguesía se escandalizan por el «dogmatismo» de los dirigentes del PCF, es con toda la razón del mundo que Georges Marchais se rebela: ¿cómo, en efecto, ignorar los esfuerzos realizados por el PCE para liberarse de la concepción doctrinaria del marxismo?
«En la panoplia de clichés anticomunistas, la expresión« «dogmatismo del pensamiento» es una apuesta segura. Sinceramente, creo que este es uno de los reproches más injustos de entre los que nos achacan. ¡Porque no fue ayer cuando nos esforzamos por liberarnos de la concepción doctrinaria del marxismo! El acto decisivo que marcó esta ruptura data, en mi opinión, de 1966, con la celebración de una reunión del Comité Central en Argenteuil, que definió la política de nuestro partido e materia de creación y teoría, al afirmar la plena libertad de la una y de la otra. Sus trabajos fueron publicados. Podemos releer hoy las intervenciones de Waldeck Rochet, Aragón, Jean Kanapa, Roger Garaudy, Guy Besse, André Stil, Michel Simon, Lucien Sève, otros... ¿«Dogmatismo»? Venga...». (Georges Marchais; Democracia, 1990)
Vincent Gouysse - año 2005
publicado en 2020 por Bitácora Marxista-Leninista
—4 mensajes—
«Expondremos principalmente, con la ayuda de las obras «Democracia», publicada en 1990 por Georges Marchais –secretario general del Partido Comunista Francés (PCF) desde 1972 hasta 1994– y «Comunismo: La Mutación», publicada en 1995 por Robert Hue –secretario general del PCF desde 1994 hasta 2001, luego presidente del PCF desde 2002–, el hecho de que a través del antiestalinismo, los revisionistas del PCF atacan en realidad al marxismo-leninismo. Estos no son ataques sobre detalles de la teoría marxista, sino sobre sus fundamentos mismos, ataques que conducen a la revisión total del marxismo en todos sus aspectos.
a) Ataques contra el materialismo dialéctico
«El «marxismo-leninismo», tal como lo reglamentó Stalin, es un sistema coherente, simplista y accesible. La dialéctica se halla reducida a unas pocas «leyes» universales. Todo se desarrolla bajo la tranquila seguridad de las «leyes de la naturaleza». Esta coherencia se combina con una fuerte preocupación por la «pedagogía de masas». (Robert Hue; Comunismo: La Mutación, 1995)
¿Hay en este pasaje una refutación mínimamente seria de la filosofía marxista tal como la expuso Stalin en Materialismo dialéctico y materialismo histórico? Ciertamente no. Hay que contentarse con denunciar el «simplista», «accesible» y «absoluto» de la dialéctica tal como ésta fue «reglamentada por Stalin». ¿Tal como ésta fue reglamentada solamente por Stalin? Venga, Sr. Hue, ¿No ataca usted también, con esto, a la dialéctica tal como la reglamentaron Engels y Lenin?
«La concepción materialista del mundo, significa simplemente la concepción de la naturaleza tal y como es, sin ningún aditamento extraño». (Friedrich Engels; Dialéctica de la naturaleza, 1883)
Robert Hue, rechazando la «deriva cientificista del estalinismo», ¿no se pone así, también, en contradicción con Engels? ¿A qué se ataca aquí pues, si no es al carácter científico de la teoría marxista, a su carácter popular y a su difusión entre las masas?
El pasaje de Robert Hue es importante en el sentido de que sintetiza por sí mismo de una manera perfectamente clara sus concepciones filosóficas antimaterialistas y antimarxistas. Si Robert Hue se abstiene de hablar sobre las concepciones filosóficas de Lenin es porque está en flagrante oposición con este último. Robert Hue está de acuerdo con los empiriocriticistas rusos que en su momento fueron certeramente denunciados por Lenin:
«Bogdanov declara: «El marxismo implica, para mí, la negación de la objetividad absoluta de toda verdad cualquiera que sea, la negación de todas las verdades eternas». (Empiriomonismo, libro III, pp. IV y V)». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin, Materialismo y empiriocriticismo, 1908)
A lo cual Lenin responde:
«La negación de la verdad objetiva por Bogdánov es agnosticismo y subjetivismo». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin, Materialismo y empiriocriticismo, 1908)
Más adelante, Lenin, tratando la relación entre la verdad relativa y la verdad absoluta, afirma que:
«Desde el punto de vista del materialismo moderno, es decir del marxismo, los límites de la aproximación de nuestros conocimientos en relación a la verdad objetiva, absoluta, están vinculados a las condiciones históricas, pero la existencia misma de esta verdad es incondicional como lo es también el hecho de que nos aproximamos a ella. (...) La dialéctica materialista de Marx y de Engels incluye indiscutiblemente relativismo, pero no se reduce a ello; es decir, la dialéctica materialista admite la relatividad de todos nuestros conocimientos no en el sentido de la negación de la verdad objetiva, sino en el sentido de la relatividad histórica de los límites de la aproximación de nuestros conocimientos en relación a esta verdad». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin, Materialismo y empiriocriticismo, 1908)
Como se ve, Robert Hue, so protexto de atacar el aspecto «absoluto» [¡«totalitario!»] de la filosofía marxista-leninista tal como la codificó [Nota: compiló, reglamentó] Stalin, rechazó toda pretensión científica del marxismo y en realidad atacó el leninismo. Robert Hue se sitúa, pues, en el terreno de la filosofía agnóstica, último refugio del idealismo y el fideísmo :
«El fideísmo moderno no rechaza, ni mucho menos, la ciencia: lo único que rechaza son las «pretensiones desmesuradas» de la ciencia, y concretamente, sus pretensiones de verdad objetiva. Si existe una verdad objetiva –como entienden los materialistas–, y si las ciencias naturales, reflejando el mundo exterior en la «experiencia» del hombre, son las únicas que pueden darnos esa verdad objetiva, todo fideísmo queda refutado incontrovertiblemente». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin, Materialismo y empiriocriticismo, 1908)
Tengamos en cuenta también que los métodos empleados por Georges Marchais y Robert Hue para atacar al materialismo dialéctico a través de Stalin nos recuerdan a los métodos utilizados por los empiriocriticistas rusos para atacar la filosofía marxista:
«Porque los discípulos de Mach temen la verdad. Hacen la guerra al materialismo mientras fingen combatir solamente a Plejánov: procedimiento pusilánime y sin principios». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin, Materialismo y empiriocriticismo, 1908)
De la misma manera que los empiriocriticistas intentaban oponer Marx a Engels, «este último era acusado de profesar un «materialismo dogmático» y el «dogmatismo materialista más grosero», de igual modo intentan Robert Hue y Georges Marchais oponer Lenin a Stalin:
«Uno [Lenin] enriquece la teoría, el otro [Stalin] la petrifica». (Georges Marchais; Democracia, 1990)
«Evidentemente, Lenin y sus compañeros de entonces eran en este caso algo más que «dogmáticos» incapaces de creatividad». (Robert Hue; Comunismo: La mutación, 1995)
Los dirigentes del PCF, a la vista está, atacaron los fundamentos de la filosofía marxista bajo el pretexto de la lucha contra el dogmatismo y con esto legitimaron el florecimiento de todo tipo de ideologías «marxistas». Hemos visto, pues, que el PCF se posicionó en el terreno de la filosofía agnóstica, aquella que, como señaló con firmeza Lenin, era una concesión inadmisible al idealismo. Estas concepciones filosóficas son muy antiguas en el seno del PCF, muy influenciadas por las ideas de la revolución francesa de 1789.
El camarada Patrick Kessel había demostrado en su obra: «Del Partido de Thorez» al «pensamiento de Mao» de 1980, el hecho de que el PCF ya en tiempos de Mauricio Thorez estaba muy apegado a la tradición republicana y a la filosofía del Siglo de las Luces. Esto no es una excepción en Georges Marchais y Robert Hue, quienes ponen de relieve su orgullo en apoyarse en las ideas del siglo francés de las luces y en los intelectuales comprometidos del los siglos XIX y XX. Cosa inadmisible tanto para Georges Marchais, quien utiliza las ideas de pensadores de la burguesía democrática –la cual, en el momento del derrocamiento del feudalismo, constituía una clase progresista– con el objetivo de enriquecer el marxismo –¡sic!–, como para Robert Hue, ¡quien mezcla arbitrariamente pensadores comunistas y anticomunistas declarados –como André Gide y Jean-Paul Sartre–!
«La originalidad de nuestra historia consagrada su esfuerzo individual y colectivo para contribuir a la renovación de un marxismo vivo en la línea de pensadores y creadores que, inseparablemente, iluminaron el camino hacia las luchas populares y constituyeron el genio francés. Porque así es Francia: los más grandes fueron aquellos que sellaron su vida y su obra al destino de nuestro pueblo. Fue el anticonformismo de un Rabelais, el rechazo al argumento de autoridad de un Descartes, la crítica social de un Molière o de un Beaumarchais, la convicción democrática de un Rousseau, el compromiso republicano de un Hugo o de un Zola. Estos datos se confirmaron plenamente en el siglo XX con Langevin, Joliot-Curie, Aragon, Eluard, Picasso, quienes eran comunistas, o con hombres como Malraux y Sartre, que no lo eran. Tengo la convicción de que esta tradición francesa, que saca fuerza y grandeza de sus creadores en sus vínculos con el pueblo y la nación, no está cerca de su fin [literalmente: de apagarse]». (Georges Marchais; Democracia, 1990)
«Nuestro país es... de Langevin a Malraux, de Sartre a Aragon, la continuación de una gran tradición de intelectuales ligados a las luchas populares. Esto es un pluralismo estimulante, un «equilibrio en la diversidad», como dijo Gide, que hace que a través de divisiones y conflictos un Pascal haya siempre respondido a un Montaigne, un Voltaire a un Rousseau, un Victor Hugo a un Lamartine, un Valéry a un Claudel. Es la educación nacional para todos, gratuita y obligatoria hasta los dieciséis años. Es el espíritu del laicismo francés». (Robert Hue; Comunismo: La Mutación, 1995)
Es fácil, por lo tanto, ver el hecho de que esta «tradición francesa» «estimula» el «pluralismo» –este galimatías filosófico en el que se mezclan todas las variedades del idealismo, de materialismo mecanicista y psicologismo– conduce a la confusión ideológica más completa, ¡e impide que triunfe la filosofía materialista marxista!
«Pensar que una sola palabra -incluso la bella palabra «comunismo», que tanto aprecio- podría resumir el futuro de la liberación humana, ¡qué locura! El futuro de la civilización, ciertamente, no está encasillado en la uniformidad. ¡Y tanto mejor! Por tanto, la diversidad de pensamientos que se preocupan por el porvenir –y entre ellos, por supuesto, está el comunismo– no pueden ser un obstáculo. La Revolución Francesa no surgió de una única fórmula inscrita en la mente de todos. Por el contrario, fue el encuentro de innumerables sueños de libertad. Esto será todavía más cierto para la civilización plenamente humana que se necesita hoy». (Robert Hue; Comunismo: La Mutación, 1995)
Nos hace falta insistir, sin embargo, en el hecho de que cuando Robert Hue y Georges Marchais destacan la herencia de las ideas de la Revolución Francesa, pasan escrupulosamente en silencio –como toda la literatura burguesa– ante dos de los pensadores más brillantes del Siglo de las Luces, a saber: Jean Meslier y Marat, pensadores que, de sendas maneras, habían empujado la crítica social y el democratismo mucho más lejos que las mentes más ilustradas de la burguesía.
En cuanto a los comunistas utópicos del siglo XIX, ¡ni siquiera se les menciona! Es Robert Hue, a quien su instinto de clase no engaña, el que nos confiesa el porqué del asunto: al hablarnos sobre las raíces históricas que permitieron al estalinismo implantarse en Francia sin que éste fuera «impuesto» desde el exterior, destaca 1): la identificación por los comunistas franceses de las Revoluciones Rusas de Febrero y Octubre de 1917 con las de 1789 y 1793, y 2): «las violentas disputas de sectas y corrientes» que agitaron el movimiento socialista francés.
«Los primeros comunistas franceses «piensan» directamente las dos Revoluciones Rusas de Febrero y Octubre de 1917 en los términos de «1789» y «1793». (...) Desde entonces todo se enredó: revolucionarios y contrarrevolucionarios, girondinos y montañeros, «indulgentes» y «rabiosos», bolcheviques y mencheviques... desde entonces, complots, encarcelamientos, deportaciones, intrigas, la justicia sumaria adquiere un sentido: no el de las condenables monstruosidades, sino el de las violencias inevitables. «¿Queríais una revolución sin revolución?», dijo Robespierre. (...) [El movimiento obrero y socialista francés] había tenido sus saint-simones, sus anarquistas, sus blanquistas, sus anarco-sindicalistas, sus marxistas, sus guesdistas, sus jauressistas. ¿Cómo pudo haber sido desorientado por el sectarismo y el maniqueísmo, por la persecución a los trotskistas, a los «titoístas», a los oportunistas, a los revisionistas, a los «derechistas», a los «izquierdistas», a los «renegados»? Cuando Stalin multiplica las fórmulas retóricas de «luchas en los dos frentes», «contra los dos peligros»: oportunismo-sectarismo, revisionismo-izquierdismo, ¡encuentra perfectamente una sensibilidad –más aún, una «práctica»– francesa!». (Robert Hue; Comunismo: La Mutación, 1995)
Podemos ver que Robert Hue, cuando afirma haber demostrado que hay en Francia «un pensamiento comunista que viene de lejos» y cuando rechaza el estalinismo, rechaza igualmente la violencia revolucionaria y las luchas entre las corrientes socialistas. Pero, entonces, ¿de qué «pensamiento comunista» nos habla Robert Hue, sino el de los pensadores ilustradores de la burguesía? Como cualquier pequeñoburgués, Robert Hue teme la voz de las masas y no llega a comprender el simple hecho de que el eco del bolchevismo en Francia –además de obstaculizado por las concepciones republicanas que ejercieron una fuerte influencia en los comunistas franceses– se debe ante todo al hecho de que Francia es un país capitalista, una sociedad de clases, y del hecho de que el marxismo-leninismo no es un fenómeno específicamente ruso que se podría explicar buscando las causas en la historia de la Rusia zarista.
«El leninismo es el marxismo en el período del imperialismo y de la revolución proletaria, o más exactamente: es la teoría y la táctica de la revolución proletaria en general, la teoría y la táctica de la dictadura del proletariado en particular». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili Stalin; Fundamentos del leninismo, 1924)
Pero no vamos a hablar de «leninismo» con Robert Hue, quien ni siquiera quiere oír hablar de «marxismo», ya que esto, como veremos, abriría el camino al «dogmatismo». Robert Hue trata de «defender» a Marx contra las «distorsiones que éste ha sufrido en la historia». Pero cuando Robert Hue habla de las distorsiones del pensamiento de Marx –y contrariamente a su convicción de negarse en convertirlo en un «autor bienpensante» «separado de todo compromiso y lucha política»–, de hecho, no trata en absoluto ninguna de las graves distorsiones oportunistas de derecha que tienen como objetivo debilitar el pensamiento marxista –ya que él mismo lo «debilitó» magistralmente, como seguiremos demostrando más adelante–, más bien trata las distorsiones con las que «la secta de sus discípulos» lo sometieron. Escuchemos, pues, a nuestro doctor en dogmatismo:
«Esto me lleva a decir unas palabras sobre el «marxismo». No para cerrar el debate, sino para invitarlo. Y por eso no tengo en mente el «marxismo-leninismo» –la cosificación doctrinaria operada por Stalin de la que hablé, y sobre la que no regresó– sino la noción misma de «marxismo» aplicado al pensamiento de Marx. A menudo se cita el chiste de Marx divulgado por Engels: «Todo lo que sé, es que no soy marxista». Se hace, a veces, la reflexión de un pensador ulcerado frente a lo que considera una caricatura de su propio pensamiento. Algo así como «si eso es el marxismo, ¡entonces yo no soy eso!». Pero, ¿No podemos ver, en esta dicotomía, más allá de la anécdota? Más profundamente: como una invitación a no transformar su pensamiento en sistema: ¿en «marxismo»? (...) E incluso si repetimos que el «marxismo no es un dogma sino una guía para la acción», ¡la tentación del dogma está claramente presente en su negación! Ver a «Marx en sus límites», como dijo Althusser. Me parece que tenía razón. (...) Pero por mi parte, me quedo con el nombre de Marx y lo prefiero al de «marxismo». Y creo que es inútil albergar el sueño de un pensamiento global, de una suerte de ciencia absoluta, incluso agregando toda la dialéctica que se quiera como cemento». (Robert Hue; Comunismo: La Mutación, 1995)
Robert Hue, por lo tanto, se pone aquí a la cola de los liberales, quienes ocasionalmente también pregonan que «Marx» estaba «contra el marxismo». Señalamos de pasada que estamos agradecidos con la burguesía por asegurarse que no se produzcan distorsiones dogmáticas en el pensamiento de Marx. El caso es que cuando ciertos representantes de la burguesía se escandalizan por el «dogmatismo» de los dirigentes del PCF, es con toda la razón del mundo que Georges Marchais se rebela: ¿cómo, en efecto, ignorar los esfuerzos realizados por el PCE para liberarse de la concepción doctrinaria del marxismo?
«En la panoplia de clichés anticomunistas, la expresión« «dogmatismo del pensamiento» es una apuesta segura. Sinceramente, creo que este es uno de los reproches más injustos de entre los que nos achacan. ¡Porque no fue ayer cuando nos esforzamos por liberarnos de la concepción doctrinaria del marxismo! El acto decisivo que marcó esta ruptura data, en mi opinión, de 1966, con la celebración de una reunión del Comité Central en Argenteuil, que definió la política de nuestro partido e materia de creación y teoría, al afirmar la plena libertad de la una y de la otra. Sus trabajos fueron publicados. Podemos releer hoy las intervenciones de Waldeck Rochet, Aragón, Jean Kanapa, Roger Garaudy, Guy Besse, André Stil, Michel Simon, Lucien Sève, otros... ¿«Dogmatismo»? Venga...». (Georges Marchais; Democracia, 1990)
Última edición por lolagallego el Dom Ene 03, 2021 8:45 pm, editado 1 vez