La revolución de Barcelona
José Comaposada y Gili - año 1909
publicado por El Salariado en abril de 2018
—4 mensajes—
PRELIMINARES
Para describir los sucesos ocurridos en la capital de Cataluña durante la semana del 20 al 31 de julio último sería preciso, no un relato sintético como el que nos proponemos hacer, sino un abultado tomo de algunos centenares de páginas, en las que se acompañase en todo momento, a la clara explicación de los hechos, el correspondiente comentario.
Más como, dados los límites que nos hemos impuesto, es esto imposible, haremos cuanto nos sea dable para concretar y resumir, con el exclusivo fin de que el lector tenga de los mentados sucesos una idea aproximada, tan imparcial como exacta, desprovista de las exageraciones tan torpes como ridículas transmitidas a todas partes por periodistas y escritores a sueldo de la burguesía reaccionaria, con el propósito de dar cumplida satisfacción a la ruindad de sus bajas pasiones.
***
El embarque de reservistas en el puerto de Barcelona, en el mismo puerto donde se había presenciado el envío de tantos miles de hombres en la flor de su juventud para Cuba y Filipinas, devueltos a la Península en pequeños restos de aspecto hambriento y cadavérico; la reprise de aquellos embarques, presenciado por inmenso público, parte del cual llora aún la pérdida de seres queridos, cuyos huesos quedaron para siempre en las que fueron últimas colonias de España; el llamamiento a los reservistas, casados muchos, con hijos no pocos; las noticias que se recibían de Melilla, nada halagüeñas; la general convicción de que la guerra que acababa de emprenderse no afectaba en lo más mínimo a los intereses de la nación, sino a los de algunos capitalistas, dueños de determinadas minas de Marruecos, y el irritante privilegio, siempre en pie, imponiendo a los desheredados la dolorosa contribución de sangre y eximiendo de ella a los inútiles, a los satisfechos, a los que disponen de un puñado de pesetas, fueron otros tantos motivos de disgusto para el pueblo obrero, que se enternecía al presenciar el despido que padres, madres, hermanas y esposas hacían a los destinados a luchar y acaso a perecer en el Rif.
De este general descontento surgió espontáneo el espíritu de protesta, manifestado en las calles de Barcelona durante la semana anterior a la de la revuelta, en la que repetidos grupos, que fueron siempre disueltos por las fuerzas de Orden público, intentaron, aunque en vano, exteriorizar este sentimiento del pueblo.
Estas tentativas de manifestación fueron reprimidas de una manera brutal por Ossorio -el gobernador más orgulloso y fanfarrón de cuantos han existido desde que hay gobernadores en el mundo- el cual se permitió publicar un bando en el que insultaba a los manifestantes, diciendo de ellos que eran profesionales de la algarada y otras simplezas impropias de un candidato a ministro, según era por aquel entonces el muy hinchado y petulante señor Ossorio y Gallardo. Durante su largo período de mando en el Gobierno civil de Barcelona había tenido este señor el triste don de malquistarse con todo el mundo, estando de él hasta la coronilla, así los industriales como los obreros, lo propio los artistas que las empresas teatrales, cafés, periódicos, etc., etc., pues a todos había molestado, a todos había perjudicado en sus intereses y hecho sentir los efectos de su tiranía y de su incomparable orgullo.
A la masa del pueblo dispuesta a protestar contra el Gobierno por la loca aventura de Melilla, uníase, pues, otra gran masa pronta a hacer algo, fuere lo que fuere, encaminado a poner término a la dictadura, que no por ser de opereta dejaba de resultarle sumamente perjudicial, ejercida desde el Gobierno civil de la provincia.
Habíase empezado a celebrar una serie de mitins de protesta contra la guerra, entre ellos uno de importantísimo en Tarrasa, en el que habían tomado parte anarquistas y socialistas, aprobándose unas conclusiones francamente revolucionarias. Iguales actos se preparaban en Sabadell, Mataró y otras importantes poblaciones de Cataluña. En Barcelona se había iniciado la idea de la celebración de un gran mitin, en el que habían de hacer oír su voz socialistas, sindicalistas y anarquistas, exteriorizando sus sentimientos de aversión y de protesta contra el odioso principio de la guerra en general, y contra la de Melilla en particular.
Las noticias de Marruecos, que empezaban a llegar mutiladas por la censura, eran comentadísimas en todas partes. En el taller, en el café, en el teatro, en el paseo, no se hablaba más que de la nueva calamidad que pesaba sobre España, de la guerra que empezaba a diezmar nuestra juventud, apenas rehecha de las hecatombes de Cuba y Filipinas. La misma censura, tachando lo que al Gobierno no le convenía que fuese del dominio del pueblo, contribuía a hacer mayor la alarma y la intranquilidad. Circulaban noticias estupendas. De tal batallón, que habíamos visto embarcar pocos días antes, solo quedaban con vida contados soldados; los restantes habían muerto víctimas de las balas de los moros o de enfermedades contraídas al llegar al suelo africano.
Nuevos embarques realizados en el muelle hacían más verosímiles las anteriores versiones. Además, como el Gobierno había dicho que sólo mandaría 6.000 hombres a Melilla, y como los embarcados eran ya muchos más, la deducción era lógica.
El domingo 18 de julio, a las cinco de la tarde, abandonaba el cuartel del Buen Suceso otro batallón de cazadores, el de Barcelona.
No siguió a lo largo de las Ramblas, como los anteriores, pero la atravesó en medio de un grupo compacto, apretado, que llenaba la gran arteria y las calles de Santa Ana y Canuda. En las conversaciones, en los semblantes, en las lágrimas vertidas por ancianas mujeres y jóvenes mozas se reflejaba algo de lo que pensaban y sentían. Era aquella una palpitación del pueblo, sincera y expresiva, que no dejaba lugar a la menor duda. En el momento del embarque ocurrió algo que de un modo velado expusieron los periódicos del siguiente día. Exasperó más los ánimos de la multitud que acudía a despedir a los soldados al muelle, la presencia de empirigotadas señoras que repartían escapularios y otras baratijas a los muchachos, no pocos de los cuales los echaron al agua desde la cubierta del mismo vapor que había de conducirlos a Melilla.
El mismo domingo 18 celebró su II Congreso la Federación Socialista de Cataluña, aprobándose en él una protesta contra la guerra y la celebración de una serie de mitins, el primero de los cuales había de ser organizado por la Juventud Socialista de esta capital en brevísimo plazo.
También Solidaridad Obrera, el primer organismo económico de los trabajadores de la región catalana, convocó para el viernes 23 de julio una reunión de delegados de las secciones adheridas, para tratar de la guerra de Melilla. En el orden del día, que fue enviada al Gobierno civil con el oficio dando cuenta de la reunión, no se decía más; no obstante, el gobernador no se limitó a prohibir el acto, sino que mandó el documento a los tribunales. La reunión oficial no se celebró. A la hora anunciada, el gobernador, muy vivo, envió un delegado al local de Solidaridad, pudiéndose convencer este servidor de Ossorio de que los obreros ajustaban su conducta a los mandatos de la primera autoridad civil.
Al propio tiempo, La Internacional de aquella semana lanzaba la idea de convocar inmediatamente un Congreso nacional de sociedades obreras para discutir si procedía acordar la huelga general como protesta contra la guerra de Marruecos.
Es imposible demostrar la rapidez con que se abrió paso la idea. El jueves se publicaba el número de La Internacional, el viernes se convocó la reunión de Solidaridad Obrera, aunque no se llevó a efecto, según dispuso el gobernador. No obstante, el sábado era creencia general que el lunes estallaría la huelga. Hemos dicho creencia general y debemos añadir menos de las autoridades, que, como siempre, ignoraban por completo el pensar y el sentir del pueblo.
LA HUELGA GENERAL
No faltó quien durante la semana que precedió a la de los acontecimientos propuso que el movimiento se aplazase hasta el 2 de agosto, con el propósito de que revistiese un carácter más general, extendiéndose, a ser posible, a todas las poblaciones de España y dándole la uniformidad de que, de otra manera, forzosamente había de carecer. Conforme estaba la mayoría con este razonamiento, pero un número no pequeño de impacientes se opuso a esta proposición, suponiendo que de aceptarse perdería oportunidad el movimiento. Los hechos han evidenciado después la trascendentalísima importancia que la protesta hubiese revestido de haber alcanzado en el resto de España sólo una parte de la consistencia tenida en Cataluña. ¡Quién sabe las consecuencias que hubiera tenido un movimiento general de esta naturaleza, sin la impaciencia de algunos compañeros, entusiastas, sí, pero, en nuestro concepto, equivocados, por esperarlo todo de la acción individual, desconociendo la gran función social llamada a desempeñar por la colectividad obrera! Admiradores de la escuela de Nietzsche, la humanidad no existe para ellos más que en la forma de individuos aislados, sin que la acumulación de esfuerzos de las multitudes constituya ningún factor en la eterna obra de perfeccionamiento social y de progreso humano.
Se iba, pues, definitivamente al paro general; y ya de acuerdo con él todas las fuerzas obreras militantes, sin distinción de escuelas, pusiéronse a trabajar con gran denuedo. Durante el sábado fueron escritas gran número de cartas, dirigidas en su mayoría a diversas poblaciones de Cataluña dando cuenta de la situación y de los propósitos que se perseguían.
El domingo 25 acudieron a Barcelona algunos delegados de organizaciones obreras: unos venían con el fin de ultimar detalles respecto a la celebración de mitins de protesta contra la guerra, otros para asuntos de Solidaridad Obrera, etc., a todos los cuales se les puso al corriente de los propósitos que abrigaba el proletariado barcelonés, prometiendo todos hacer lo posible para secundar el movimiento.
Así transcurrió el domingo, y cerca de la una de la madrugada reunióse por primera vez en pleno la Comisión Ejecutiva de la huelga, compuesta exclusivamente de delegados de entidades obreras, socialistas y anarquistas. Cuanto se ha dicho, pues, de intervención de elementos no obreros, es pura fábula inventada con los más aviesos fines.
A las tres de la madrugada terminó la reunión de referencia, e inmediatamente se transmitieron las órdenes oportunas para que no empezase el trabajo en fábricas y talleres. A las cinco de la mañana había apostadas en todas las grandes vías por donde pasan los obreros que viven en los suburbios al dirigirse a la ciudad, delegados que transmitían el acuerdo de la huelga general, que era recibido con aplausos, particularmente por las mujeres. A medida que se transmitía la orden se constituían espontáneamente nuevas comisiones que recorrían los sitios de trabajo, invitando a abandonarlo a los pocos obreros que, desconocedores unos de lo que ocurría y apocados otros, habían acudido a la labor a la hora de los demás días.
Hasta aquí todo había salido bien. El paro, que ya podía considerarse general, se había efectuado sin la menor protesta, casi sin encontrar la más pequeña resistencia en ninguna parte; tan identificado estaba el pueblo obrero con la protesta contra la desatentada guerra de Melilla, que conceptuaba hecha exclusivamente para defender los intereses de una Compañía minera.
Pero pronto corrió la noticia de que circulaban los tranvías.
La Comisión de Huelga había contado ya con ello. Sabía que Foronda, gerente de la Compañía de Tranvías de Barcelona, diputado maurista y amigo íntimo de Ossorio, no había de conformarse con el paro y era de esperar que pondría los carruajes en circulación, como así lo hizo. Sabía además la Comisión que no podía contar con la cooperación del personal de la Compañía, reclutado casi todo en el distrito de que es diputado cunero Foronda y refractario a la asociación, hasta el punto de haber sido inútiles cuantos trabajos se han hecho para reorganizar la Sociedad de Obreros de Tranvías, en un tiempo la más importante y batalladora de Barcelona y acaso de España. La última tentativa de reorganización costó cerca de un centenar de despedidos y algunas detenciones. Además, Ossorio se atrevió a decir a una comisión de obreros tranviarios que le visitó una vez, que mientras él estuviese en Barcelona los tranvías circularían siempre. Por todo ello, la Comisión de Huelga daba como cosa cierta que la mayor dificultad con que había de tropezar serían los tranvías.
Mas la noticia de que éstos circulaban empezó a divulgarse por los suburbios, y a eso de las nueve de la mañana acudieron al paseo de Gracia, a la Gran Vía y a las Rondas en toda su extensión miles y miles de trabajadores de ambos sexos procedentes de las afueras y dispuestos a impedir la circulación de todo género de vehículos. Se dio la orden de paro a los conductores de tranvías, contestando unos que cumplían órdenes recibidas y haciéndose otros los desentendidos. Pronto una lluvia de piedras destrozó los cristales de algunos coches, mientras la multitud prendía fuego a otros. Acudió al paseo de Gracia, donde se producían estos hechos, alguna fuerza de Orden público, que fue arrollada por la muchedumbre. En todos estos actos tomaron parte activa las mujeres, en su mayor parte de las fábricas. Entonces, se dispararon los primeros tiros.
Ossorio se hallaba como el que despierta de una pesadilla y no acierta a darse cuenta de la realidad.
José Comaposada y Gili - año 1909
publicado por El Salariado en abril de 2018
—4 mensajes—
PRELIMINARES
Para describir los sucesos ocurridos en la capital de Cataluña durante la semana del 20 al 31 de julio último sería preciso, no un relato sintético como el que nos proponemos hacer, sino un abultado tomo de algunos centenares de páginas, en las que se acompañase en todo momento, a la clara explicación de los hechos, el correspondiente comentario.
Más como, dados los límites que nos hemos impuesto, es esto imposible, haremos cuanto nos sea dable para concretar y resumir, con el exclusivo fin de que el lector tenga de los mentados sucesos una idea aproximada, tan imparcial como exacta, desprovista de las exageraciones tan torpes como ridículas transmitidas a todas partes por periodistas y escritores a sueldo de la burguesía reaccionaria, con el propósito de dar cumplida satisfacción a la ruindad de sus bajas pasiones.
***
El embarque de reservistas en el puerto de Barcelona, en el mismo puerto donde se había presenciado el envío de tantos miles de hombres en la flor de su juventud para Cuba y Filipinas, devueltos a la Península en pequeños restos de aspecto hambriento y cadavérico; la reprise de aquellos embarques, presenciado por inmenso público, parte del cual llora aún la pérdida de seres queridos, cuyos huesos quedaron para siempre en las que fueron últimas colonias de España; el llamamiento a los reservistas, casados muchos, con hijos no pocos; las noticias que se recibían de Melilla, nada halagüeñas; la general convicción de que la guerra que acababa de emprenderse no afectaba en lo más mínimo a los intereses de la nación, sino a los de algunos capitalistas, dueños de determinadas minas de Marruecos, y el irritante privilegio, siempre en pie, imponiendo a los desheredados la dolorosa contribución de sangre y eximiendo de ella a los inútiles, a los satisfechos, a los que disponen de un puñado de pesetas, fueron otros tantos motivos de disgusto para el pueblo obrero, que se enternecía al presenciar el despido que padres, madres, hermanas y esposas hacían a los destinados a luchar y acaso a perecer en el Rif.
De este general descontento surgió espontáneo el espíritu de protesta, manifestado en las calles de Barcelona durante la semana anterior a la de la revuelta, en la que repetidos grupos, que fueron siempre disueltos por las fuerzas de Orden público, intentaron, aunque en vano, exteriorizar este sentimiento del pueblo.
Estas tentativas de manifestación fueron reprimidas de una manera brutal por Ossorio -el gobernador más orgulloso y fanfarrón de cuantos han existido desde que hay gobernadores en el mundo- el cual se permitió publicar un bando en el que insultaba a los manifestantes, diciendo de ellos que eran profesionales de la algarada y otras simplezas impropias de un candidato a ministro, según era por aquel entonces el muy hinchado y petulante señor Ossorio y Gallardo. Durante su largo período de mando en el Gobierno civil de Barcelona había tenido este señor el triste don de malquistarse con todo el mundo, estando de él hasta la coronilla, así los industriales como los obreros, lo propio los artistas que las empresas teatrales, cafés, periódicos, etc., etc., pues a todos había molestado, a todos había perjudicado en sus intereses y hecho sentir los efectos de su tiranía y de su incomparable orgullo.
A la masa del pueblo dispuesta a protestar contra el Gobierno por la loca aventura de Melilla, uníase, pues, otra gran masa pronta a hacer algo, fuere lo que fuere, encaminado a poner término a la dictadura, que no por ser de opereta dejaba de resultarle sumamente perjudicial, ejercida desde el Gobierno civil de la provincia.
Habíase empezado a celebrar una serie de mitins de protesta contra la guerra, entre ellos uno de importantísimo en Tarrasa, en el que habían tomado parte anarquistas y socialistas, aprobándose unas conclusiones francamente revolucionarias. Iguales actos se preparaban en Sabadell, Mataró y otras importantes poblaciones de Cataluña. En Barcelona se había iniciado la idea de la celebración de un gran mitin, en el que habían de hacer oír su voz socialistas, sindicalistas y anarquistas, exteriorizando sus sentimientos de aversión y de protesta contra el odioso principio de la guerra en general, y contra la de Melilla en particular.
Las noticias de Marruecos, que empezaban a llegar mutiladas por la censura, eran comentadísimas en todas partes. En el taller, en el café, en el teatro, en el paseo, no se hablaba más que de la nueva calamidad que pesaba sobre España, de la guerra que empezaba a diezmar nuestra juventud, apenas rehecha de las hecatombes de Cuba y Filipinas. La misma censura, tachando lo que al Gobierno no le convenía que fuese del dominio del pueblo, contribuía a hacer mayor la alarma y la intranquilidad. Circulaban noticias estupendas. De tal batallón, que habíamos visto embarcar pocos días antes, solo quedaban con vida contados soldados; los restantes habían muerto víctimas de las balas de los moros o de enfermedades contraídas al llegar al suelo africano.
Nuevos embarques realizados en el muelle hacían más verosímiles las anteriores versiones. Además, como el Gobierno había dicho que sólo mandaría 6.000 hombres a Melilla, y como los embarcados eran ya muchos más, la deducción era lógica.
El domingo 18 de julio, a las cinco de la tarde, abandonaba el cuartel del Buen Suceso otro batallón de cazadores, el de Barcelona.
No siguió a lo largo de las Ramblas, como los anteriores, pero la atravesó en medio de un grupo compacto, apretado, que llenaba la gran arteria y las calles de Santa Ana y Canuda. En las conversaciones, en los semblantes, en las lágrimas vertidas por ancianas mujeres y jóvenes mozas se reflejaba algo de lo que pensaban y sentían. Era aquella una palpitación del pueblo, sincera y expresiva, que no dejaba lugar a la menor duda. En el momento del embarque ocurrió algo que de un modo velado expusieron los periódicos del siguiente día. Exasperó más los ánimos de la multitud que acudía a despedir a los soldados al muelle, la presencia de empirigotadas señoras que repartían escapularios y otras baratijas a los muchachos, no pocos de los cuales los echaron al agua desde la cubierta del mismo vapor que había de conducirlos a Melilla.
El mismo domingo 18 celebró su II Congreso la Federación Socialista de Cataluña, aprobándose en él una protesta contra la guerra y la celebración de una serie de mitins, el primero de los cuales había de ser organizado por la Juventud Socialista de esta capital en brevísimo plazo.
También Solidaridad Obrera, el primer organismo económico de los trabajadores de la región catalana, convocó para el viernes 23 de julio una reunión de delegados de las secciones adheridas, para tratar de la guerra de Melilla. En el orden del día, que fue enviada al Gobierno civil con el oficio dando cuenta de la reunión, no se decía más; no obstante, el gobernador no se limitó a prohibir el acto, sino que mandó el documento a los tribunales. La reunión oficial no se celebró. A la hora anunciada, el gobernador, muy vivo, envió un delegado al local de Solidaridad, pudiéndose convencer este servidor de Ossorio de que los obreros ajustaban su conducta a los mandatos de la primera autoridad civil.
Al propio tiempo, La Internacional de aquella semana lanzaba la idea de convocar inmediatamente un Congreso nacional de sociedades obreras para discutir si procedía acordar la huelga general como protesta contra la guerra de Marruecos.
Es imposible demostrar la rapidez con que se abrió paso la idea. El jueves se publicaba el número de La Internacional, el viernes se convocó la reunión de Solidaridad Obrera, aunque no se llevó a efecto, según dispuso el gobernador. No obstante, el sábado era creencia general que el lunes estallaría la huelga. Hemos dicho creencia general y debemos añadir menos de las autoridades, que, como siempre, ignoraban por completo el pensar y el sentir del pueblo.
LA HUELGA GENERAL
No faltó quien durante la semana que precedió a la de los acontecimientos propuso que el movimiento se aplazase hasta el 2 de agosto, con el propósito de que revistiese un carácter más general, extendiéndose, a ser posible, a todas las poblaciones de España y dándole la uniformidad de que, de otra manera, forzosamente había de carecer. Conforme estaba la mayoría con este razonamiento, pero un número no pequeño de impacientes se opuso a esta proposición, suponiendo que de aceptarse perdería oportunidad el movimiento. Los hechos han evidenciado después la trascendentalísima importancia que la protesta hubiese revestido de haber alcanzado en el resto de España sólo una parte de la consistencia tenida en Cataluña. ¡Quién sabe las consecuencias que hubiera tenido un movimiento general de esta naturaleza, sin la impaciencia de algunos compañeros, entusiastas, sí, pero, en nuestro concepto, equivocados, por esperarlo todo de la acción individual, desconociendo la gran función social llamada a desempeñar por la colectividad obrera! Admiradores de la escuela de Nietzsche, la humanidad no existe para ellos más que en la forma de individuos aislados, sin que la acumulación de esfuerzos de las multitudes constituya ningún factor en la eterna obra de perfeccionamiento social y de progreso humano.
Se iba, pues, definitivamente al paro general; y ya de acuerdo con él todas las fuerzas obreras militantes, sin distinción de escuelas, pusiéronse a trabajar con gran denuedo. Durante el sábado fueron escritas gran número de cartas, dirigidas en su mayoría a diversas poblaciones de Cataluña dando cuenta de la situación y de los propósitos que se perseguían.
El domingo 25 acudieron a Barcelona algunos delegados de organizaciones obreras: unos venían con el fin de ultimar detalles respecto a la celebración de mitins de protesta contra la guerra, otros para asuntos de Solidaridad Obrera, etc., a todos los cuales se les puso al corriente de los propósitos que abrigaba el proletariado barcelonés, prometiendo todos hacer lo posible para secundar el movimiento.
Así transcurrió el domingo, y cerca de la una de la madrugada reunióse por primera vez en pleno la Comisión Ejecutiva de la huelga, compuesta exclusivamente de delegados de entidades obreras, socialistas y anarquistas. Cuanto se ha dicho, pues, de intervención de elementos no obreros, es pura fábula inventada con los más aviesos fines.
A las tres de la madrugada terminó la reunión de referencia, e inmediatamente se transmitieron las órdenes oportunas para que no empezase el trabajo en fábricas y talleres. A las cinco de la mañana había apostadas en todas las grandes vías por donde pasan los obreros que viven en los suburbios al dirigirse a la ciudad, delegados que transmitían el acuerdo de la huelga general, que era recibido con aplausos, particularmente por las mujeres. A medida que se transmitía la orden se constituían espontáneamente nuevas comisiones que recorrían los sitios de trabajo, invitando a abandonarlo a los pocos obreros que, desconocedores unos de lo que ocurría y apocados otros, habían acudido a la labor a la hora de los demás días.
Hasta aquí todo había salido bien. El paro, que ya podía considerarse general, se había efectuado sin la menor protesta, casi sin encontrar la más pequeña resistencia en ninguna parte; tan identificado estaba el pueblo obrero con la protesta contra la desatentada guerra de Melilla, que conceptuaba hecha exclusivamente para defender los intereses de una Compañía minera.
Pero pronto corrió la noticia de que circulaban los tranvías.
La Comisión de Huelga había contado ya con ello. Sabía que Foronda, gerente de la Compañía de Tranvías de Barcelona, diputado maurista y amigo íntimo de Ossorio, no había de conformarse con el paro y era de esperar que pondría los carruajes en circulación, como así lo hizo. Sabía además la Comisión que no podía contar con la cooperación del personal de la Compañía, reclutado casi todo en el distrito de que es diputado cunero Foronda y refractario a la asociación, hasta el punto de haber sido inútiles cuantos trabajos se han hecho para reorganizar la Sociedad de Obreros de Tranvías, en un tiempo la más importante y batalladora de Barcelona y acaso de España. La última tentativa de reorganización costó cerca de un centenar de despedidos y algunas detenciones. Además, Ossorio se atrevió a decir a una comisión de obreros tranviarios que le visitó una vez, que mientras él estuviese en Barcelona los tranvías circularían siempre. Por todo ello, la Comisión de Huelga daba como cosa cierta que la mayor dificultad con que había de tropezar serían los tranvías.
Mas la noticia de que éstos circulaban empezó a divulgarse por los suburbios, y a eso de las nueve de la mañana acudieron al paseo de Gracia, a la Gran Vía y a las Rondas en toda su extensión miles y miles de trabajadores de ambos sexos procedentes de las afueras y dispuestos a impedir la circulación de todo género de vehículos. Se dio la orden de paro a los conductores de tranvías, contestando unos que cumplían órdenes recibidas y haciéndose otros los desentendidos. Pronto una lluvia de piedras destrozó los cristales de algunos coches, mientras la multitud prendía fuego a otros. Acudió al paseo de Gracia, donde se producían estos hechos, alguna fuerza de Orden público, que fue arrollada por la muchedumbre. En todos estos actos tomaron parte activa las mujeres, en su mayor parte de las fábricas. Entonces, se dispararon los primeros tiros.
Ossorio se hallaba como el que despierta de una pesadilla y no acierta a darse cuenta de la realidad.
Última edición por lolagallego el Dom Ene 03, 2021 7:06 pm, editado 1 vez