La ola de huelgas de 1946-47 durante el franquismo
extracto del libro Las huelgas contra Franco, de Llibert Ferri, Jordi Muixí y Eduardo Sanjuán, Barcelona año 1978
publicado en El Salariado en julio de 2017
—4 mensajes—
1946-1947: ESTALLIDO HUELGUÍSTICO
Si bien es cierto que la derrota internacional del fascismo dio lugar a un sentimiento de euforia que se tradujo en una mejor predisposición para enfrentarse a la dictadura, podría ser inexacto afirmar que las movilizaciones de los años 1946 y 1947 estuvieron motivadas única y exclusivamente por la conciencia clara y generalizada de que eran necesarias para derrocar al franquismo. En todo caso, ése era el objetivo de la vanguardia organizada. De los hombres y mujeres que, encuadrados en la clandestinidad, hacían su labor diaria de instigación, de aprovechar cualquier conflicto en una fábrica o en un tajo, por pequeño que fuera, para potenciarlo y a veces extenderlo a otras empresas o sectores.
La mayoría de los trabajadores, aunque conscientes de su derrota histórica en 1939, no eran muy proclives a las heroicidades. Y si estaban dispuestos a ir a la huelga, al plante o la manifestación era porque la miseria resultaba insoportable.
Lo que ocurría casi siempre es que una huelga declarada por cualquier reivindicación conservaba su carácter estrictamente laboral hasta que llegaba la represión. Es decir, en cuanto hacían su aparición los despidos y las detenciones la huelga se transformaba en un arma de lucha antifascista. Porque en la España de los años 40 era imposible separar la sobreexplotación económica de la represión política. En el fondo eran la misma cosa.
Catalunya marca la pauta
Es en Catalunya donde estallan las primeras huelgas importantes de la posguerra mundial. Bartolomé Barba, gobernador civil de Barcelona en aquellos años, escribiría: «A principios del mes de octubre de 1945 se observó ya una gran depresión en la dialéctica política en las hojas y proyectos de la propaganda clandestina (…). Sólo en el mes de diciembre se recrudeció la ofensiva por medio de atracos a la Casa Noyet, productora de champaña, y en tres o cuatro farmacias de la ciudad. Al mismo tiempo se producían, por primera vez, algunas huelgas (…). En resumen, de los 22 sindicatos existentes en la provincia, el movimiento afectó solamente a tres: al textil, al del metal y al de industrias químicas. De las 12 892 empresas del primero, sólo resultaron afectadas 47, y de las 5 044 afiliadas al sindicato del metal, 17 solamente experimentaron vacilaciones e intermitencias en el trabajo. Finalmente, de las 1 853 empresas insertas en el Sindicato Provincial de Industrias Químicas, solamente hubo ciertas dificultades en siete.»[1]
Es obvio que Barba trata de quitarle importancia a aquellas acciones. Sin embargo, resulta altamente significativa su afirmación de que los sectores más afectados fueron los del textil, metal e industrias químicas, o sea, los sectores clave de la economía catalana.
De todas aquellas huelgas la más importante es, sin lugar a dudas, la que llevaron a cabo los trabajadores de la empresa metalúrgica Maquinista Terrestre y Marítima —ubicada en la barriada de Sant Andreu, en Barcelona— en el verano de 1945.
El mismo día de la capitulación del Japón, los 1 800 obreros de la factoría exteriorizaron su satisfacción no presentándose a trabajar por la tarde. Fue una huelga simbólica, pero unánime, claramente antifascista. Al día siguiente la policía y los jerarcas de la CNS se presentaron en la fábrica exigiendo a la dirección listas con el nombre de los instigadores «para poder dar un ejemplo de severidad». Pero los encargados de sección y mandos intermedios obstaculizaron las intenciones represivas. Al cabo de unos días los trabajadores reemprendían la lucha negándose a realizar el turno de noche, en protesta por la aplicación de un irrisorio plus de desempleo concedido a los obreros afectados por la inactividad que originaban las restricciones eléctricas.
Estas acciones, aunque pequeñas, son de gran importancia y marcan un precedente: La Maquinista, la primera gran empresa de Barcelona que fue a la huelga, se convertiría, al correr del tiempo, en eje de todas las luchas del sector metalúrgico.
El campesinado catalán también da sus primeros pasos reivindicativos en 1945. En las comarcas del Baix Ebre y el Montsiá tuvieron lugar durante el otoño violentas protestas de los payeses contra el aumento de los impuestos. Abundaron las palizas a los cobradores y agentes de las denominadas «hermandades» dependientes del verticalismo. En el Montsiá los campesinos acordaron abandonar el cultivo de sus tierras caso de que prosiguieran los abusos.
Al llegar 1946, una auténtica ofensiva huelguística estalla en Catalunya, llegando a alcanzar proporciones preocupantes para el régimen. En los últimos días del año 1945, Barcelona es testimonio de la primera manifestación callejera bajo el franquismo.
El día 13 de diciembre, festividad de Santa Lucía, era tradicional en la ciudad que los estudiantes acudiesen al Barrio Gótico para allí reunirse con las «modistillas», que celebraban su patrona. Pero aquel 13 de diciembre el encuentro no acabó en pasacalle de tuna y galanteos folklóricos. Numerosos grupos de jóvenes, en su mayoría mujeres, empezaron a recorrer las calles céntricas al grito de «Mueran los estraperlistas» y «Abajo el tres onzas», mote con que era conocido despectivamente el gobernador Bartolomé Barba. La policía intervino disolviendo los grupos a golpe de porra, lo que provocaría un apedreamiento de tranvías por parte de los estudiantes. Aquel alboroto era tan sólo el preámbulo de lo que iba a suceder.
La primera sacudida importante de 1946, se localiza en el sector textil. A la huelga declarada en enero en la fábrica Tolrá, de Castellar del Vallès, en protesta por las pésimas condiciones de seguridad e higiene, seguiría la de la empresa Hijos de F. Sans.
Efectivamente, el 2 de febrero, sábado, tras de negarse en el turno de la noche, los obreros adoptan la actitud de brazos caídos en demanda de aumento de sueldo. El lunes 4, la totalidad del personal permanece inmóvil ante los telares pese a las amenazas del inspector de la CNS. El director de la fábrica decide montar un simulacro de negociación con los representantes obreros mientras avisa a la policía para que proceda al desalojo. Los trabajadores se niegan a abandonar la factoría y, ante la posibilidad de enfrentamientos graves, el director desiste. Las reivindicaciones serían aceptadas al día siguiente: 15 ptas. de aumento más la percepción regular del plus de carestía. Al cabo de pocos días los trabajadores vuelven a parar en protesta por el elevado coste de los víveres. Tras una nueva e inútil intervención de la policía, la empresa comunica la instalación de un economato con los alimentos a precio de coste.
La huelga de Hijos de F. Sans da una idea bastante clara de cómo se desarrollaban los conflictos en las precarias condiciones de vida de los años 40. Pero si en aquellos tiempos de hambre y miedo resultaba estimulante para los obreros —y enojoso para el régimen— llegar a paralizar una fábrica o todo un sector, es de imaginar el grado de euforia y de represión a que se llegaba si lo que paralizaba era toda una ciudad. Éste es el caso de Manresa en el oscuro invierno del 1946.
La huelga general de Manresa
Manresa, uno de los más importantes centros de la industria textil catalana, vivía en insoportable estado de tensión desde los últimos meses de 1945. A la angustia permanente heredada en 1939, se añadía la que ocasionaban las constantes restricciones eléctricas, consecuencia, a su vez de la «pertinaz sequía». En cualquier momento la ciudad podía quedarse a oscuras y las fábricas paralizadas. Los obreros tenían que irse a casa, «a esperar que den la luz», sorprendente fenómeno que tanto podía producirse a las tres de la tarde como a las cuatro de la madrugada. Y a pesar de lo intempestivo de la hora, los trabajadores estaban obligados a reincorporarse a sus puestos bajo amenaza de sanción o despido. Por supuesto, no les era abonado el tiempo no trabajado a causa de los cortes de electricidad.
Éste es el motivo que origina el primer conflicto. Los obreros exigieron a las empresas el pago de las horas de restricciones sin necesidad de recuperarlas y, tras un largo tira y afloja, el asunto se resolvió favorablemente. Esta primera concesión de la patronal supuso un auténtico estímulo, y el segundo paso consistiría en pedir un aumento general de salarios para compensar la subida de precios en los artículos de primera necesidad. Tras una corta huelga de brazos caídos, los patronos transigieron nuevamente y accedieron al abono de 45 ptas. mensuales en concepto de plus de carestía de la vida. De esa manera, la clase obrera de Manresa estaba creando las condiciones para la huelga general, que estallaría el 25 de enero de 1946.
Aquel día los trabajadores del turno de tarde de la fábrica Bertrand y Serra, del textil, se niegan a cobrar el sueldo semanal al percatarse de que les ha sido descontada la jornada del día anterior, 24 de enero, no trabajada en virtud de la conmemoración del séptimo aniversario de la «liberación», o sea, la ocupación de la ciudad por las tropas franquistas. Al día siguiente, sábado, los del turno de la mañana adoptan la misma actitud. Se inician conversaciones con la dirección y, al no llegarse a ningún acuerdo, se da la consigna de plante, que se extendería a las demás fábricas de la ciudad a partir del lunes.
Las reuniones entre obreros y empresarios son como un diálogo de sordos hasta que la patronal decide recurrir al lockout. Es entonces cuando tiene lugar un hecho del que es difícil encontrar precedentes en los tiempos que corrían: las obreras de la Fábrica Nova se encierran en las naves en plan de ocupación activa. Una mezcla de asombro, indignación y miedo se cierne sobre las jerarquías políticas y sindicales, que no ven otra salida que la represión. Fuertes contingentes de la Policía Armada llegan a la ciudad para apoyar a la guarnición de la Guardia Civil. Sin embargo, esa estrategia del miedo no hace retroceder a los huelguistas.
Por su parte, el gobernador Barba, al observar que la situación tomaba el carácter de revuelta ciudadana, decide intervenir personalmente, en calidad de mediador, y convoca a los comisionados de todas las fábricas en el salón de actos del Ayuntamiento. Algunos obreros son sacados de sus casas a la fuerza y obligados a asistir a la reunión en que Barba quiere imponer «su» solución: inmediata reincorporación al trabajo a cambio de una vaga promesa de solventar los problemas salariales y de alimentación. Los trabajadores no aceptan verbalismos y conminan al gobernador a firmar un documento en el que se concreten las condiciones pactadas. Barba no transige y la huelga continúa.
A partir de ese momento el conflicto entra en una fase de enfrentamiento abierto. Tomando el ejemplo de la Fábrica Nova, las mujeres de las demás empresas organizan sus propios piquetes y comisiones. El comité de enlace CNT-UGT hace un llamamiento de solidaridad que es secundado por toda la ciudad: cierran comercios, bares y espectáculos. En la calle tienen lugar enfrentamientos entre la Policía y los manifestantes.
Ante el cariz que toman los acontecimientos, y teniendo en cuenta la fuerza de los huelguistas, la patronal y las autoridades ceden. Se celebra una nueva reunión en condiciones más aceptables, menos coercitivas, y se llega a un compromiso: 75 ptas. mensuales de aumento en concepto de plus de carestía; abono de la jornada del 24 de enero; creación de economatos de abastecimiento en las fábricas y promesa formal de no represalias.
La huelga concluyó, pero en las semanas sucesivas todavía se dejarían sentir sus secuelas. A pesar de las promesas de que no habría represión, algunos militantes destacados de la CNT y la UGT serían detenidos y más tarde despedidos de sus empresas. Por otra parte el resentimiento del régimen afectó también al gobernador Barba, que a los pocos meses cesaría en su cargo por no haberse comportado como un «verdadero franquista» al adoptar una actitud dialogante.
En otra vertiente, las repercusiones positivas de la huelga general de Manresa las resume Francesc Perramon con estas palabras: «Gracias a aquellas luchas de los obreros manresanos saldrían beneficiados de las mejoras conseguidas todos los sectores de Catalunya. Desde entonces se implantaron el plus de carestía, que en muchos centros de trabajo todavía persiste, y los economatos de industria. Mejoras que, aunque no resolvieron los graves problemas, ayudaron momentáneamente a soportar las dificultades de aquella hora.»[2]
extracto del libro Las huelgas contra Franco, de Llibert Ferri, Jordi Muixí y Eduardo Sanjuán, Barcelona año 1978
publicado en El Salariado en julio de 2017
—4 mensajes—
1946-1947: ESTALLIDO HUELGUÍSTICO
Si bien es cierto que la derrota internacional del fascismo dio lugar a un sentimiento de euforia que se tradujo en una mejor predisposición para enfrentarse a la dictadura, podría ser inexacto afirmar que las movilizaciones de los años 1946 y 1947 estuvieron motivadas única y exclusivamente por la conciencia clara y generalizada de que eran necesarias para derrocar al franquismo. En todo caso, ése era el objetivo de la vanguardia organizada. De los hombres y mujeres que, encuadrados en la clandestinidad, hacían su labor diaria de instigación, de aprovechar cualquier conflicto en una fábrica o en un tajo, por pequeño que fuera, para potenciarlo y a veces extenderlo a otras empresas o sectores.
La mayoría de los trabajadores, aunque conscientes de su derrota histórica en 1939, no eran muy proclives a las heroicidades. Y si estaban dispuestos a ir a la huelga, al plante o la manifestación era porque la miseria resultaba insoportable.
Lo que ocurría casi siempre es que una huelga declarada por cualquier reivindicación conservaba su carácter estrictamente laboral hasta que llegaba la represión. Es decir, en cuanto hacían su aparición los despidos y las detenciones la huelga se transformaba en un arma de lucha antifascista. Porque en la España de los años 40 era imposible separar la sobreexplotación económica de la represión política. En el fondo eran la misma cosa.
Catalunya marca la pauta
Es en Catalunya donde estallan las primeras huelgas importantes de la posguerra mundial. Bartolomé Barba, gobernador civil de Barcelona en aquellos años, escribiría: «A principios del mes de octubre de 1945 se observó ya una gran depresión en la dialéctica política en las hojas y proyectos de la propaganda clandestina (…). Sólo en el mes de diciembre se recrudeció la ofensiva por medio de atracos a la Casa Noyet, productora de champaña, y en tres o cuatro farmacias de la ciudad. Al mismo tiempo se producían, por primera vez, algunas huelgas (…). En resumen, de los 22 sindicatos existentes en la provincia, el movimiento afectó solamente a tres: al textil, al del metal y al de industrias químicas. De las 12 892 empresas del primero, sólo resultaron afectadas 47, y de las 5 044 afiliadas al sindicato del metal, 17 solamente experimentaron vacilaciones e intermitencias en el trabajo. Finalmente, de las 1 853 empresas insertas en el Sindicato Provincial de Industrias Químicas, solamente hubo ciertas dificultades en siete.»[1]
Es obvio que Barba trata de quitarle importancia a aquellas acciones. Sin embargo, resulta altamente significativa su afirmación de que los sectores más afectados fueron los del textil, metal e industrias químicas, o sea, los sectores clave de la economía catalana.
De todas aquellas huelgas la más importante es, sin lugar a dudas, la que llevaron a cabo los trabajadores de la empresa metalúrgica Maquinista Terrestre y Marítima —ubicada en la barriada de Sant Andreu, en Barcelona— en el verano de 1945.
El mismo día de la capitulación del Japón, los 1 800 obreros de la factoría exteriorizaron su satisfacción no presentándose a trabajar por la tarde. Fue una huelga simbólica, pero unánime, claramente antifascista. Al día siguiente la policía y los jerarcas de la CNS se presentaron en la fábrica exigiendo a la dirección listas con el nombre de los instigadores «para poder dar un ejemplo de severidad». Pero los encargados de sección y mandos intermedios obstaculizaron las intenciones represivas. Al cabo de unos días los trabajadores reemprendían la lucha negándose a realizar el turno de noche, en protesta por la aplicación de un irrisorio plus de desempleo concedido a los obreros afectados por la inactividad que originaban las restricciones eléctricas.
Estas acciones, aunque pequeñas, son de gran importancia y marcan un precedente: La Maquinista, la primera gran empresa de Barcelona que fue a la huelga, se convertiría, al correr del tiempo, en eje de todas las luchas del sector metalúrgico.
El campesinado catalán también da sus primeros pasos reivindicativos en 1945. En las comarcas del Baix Ebre y el Montsiá tuvieron lugar durante el otoño violentas protestas de los payeses contra el aumento de los impuestos. Abundaron las palizas a los cobradores y agentes de las denominadas «hermandades» dependientes del verticalismo. En el Montsiá los campesinos acordaron abandonar el cultivo de sus tierras caso de que prosiguieran los abusos.
Al llegar 1946, una auténtica ofensiva huelguística estalla en Catalunya, llegando a alcanzar proporciones preocupantes para el régimen. En los últimos días del año 1945, Barcelona es testimonio de la primera manifestación callejera bajo el franquismo.
El día 13 de diciembre, festividad de Santa Lucía, era tradicional en la ciudad que los estudiantes acudiesen al Barrio Gótico para allí reunirse con las «modistillas», que celebraban su patrona. Pero aquel 13 de diciembre el encuentro no acabó en pasacalle de tuna y galanteos folklóricos. Numerosos grupos de jóvenes, en su mayoría mujeres, empezaron a recorrer las calles céntricas al grito de «Mueran los estraperlistas» y «Abajo el tres onzas», mote con que era conocido despectivamente el gobernador Bartolomé Barba. La policía intervino disolviendo los grupos a golpe de porra, lo que provocaría un apedreamiento de tranvías por parte de los estudiantes. Aquel alboroto era tan sólo el preámbulo de lo que iba a suceder.
La primera sacudida importante de 1946, se localiza en el sector textil. A la huelga declarada en enero en la fábrica Tolrá, de Castellar del Vallès, en protesta por las pésimas condiciones de seguridad e higiene, seguiría la de la empresa Hijos de F. Sans.
Efectivamente, el 2 de febrero, sábado, tras de negarse en el turno de la noche, los obreros adoptan la actitud de brazos caídos en demanda de aumento de sueldo. El lunes 4, la totalidad del personal permanece inmóvil ante los telares pese a las amenazas del inspector de la CNS. El director de la fábrica decide montar un simulacro de negociación con los representantes obreros mientras avisa a la policía para que proceda al desalojo. Los trabajadores se niegan a abandonar la factoría y, ante la posibilidad de enfrentamientos graves, el director desiste. Las reivindicaciones serían aceptadas al día siguiente: 15 ptas. de aumento más la percepción regular del plus de carestía. Al cabo de pocos días los trabajadores vuelven a parar en protesta por el elevado coste de los víveres. Tras una nueva e inútil intervención de la policía, la empresa comunica la instalación de un economato con los alimentos a precio de coste.
La huelga de Hijos de F. Sans da una idea bastante clara de cómo se desarrollaban los conflictos en las precarias condiciones de vida de los años 40. Pero si en aquellos tiempos de hambre y miedo resultaba estimulante para los obreros —y enojoso para el régimen— llegar a paralizar una fábrica o todo un sector, es de imaginar el grado de euforia y de represión a que se llegaba si lo que paralizaba era toda una ciudad. Éste es el caso de Manresa en el oscuro invierno del 1946.
La huelga general de Manresa
Manresa, uno de los más importantes centros de la industria textil catalana, vivía en insoportable estado de tensión desde los últimos meses de 1945. A la angustia permanente heredada en 1939, se añadía la que ocasionaban las constantes restricciones eléctricas, consecuencia, a su vez de la «pertinaz sequía». En cualquier momento la ciudad podía quedarse a oscuras y las fábricas paralizadas. Los obreros tenían que irse a casa, «a esperar que den la luz», sorprendente fenómeno que tanto podía producirse a las tres de la tarde como a las cuatro de la madrugada. Y a pesar de lo intempestivo de la hora, los trabajadores estaban obligados a reincorporarse a sus puestos bajo amenaza de sanción o despido. Por supuesto, no les era abonado el tiempo no trabajado a causa de los cortes de electricidad.
Éste es el motivo que origina el primer conflicto. Los obreros exigieron a las empresas el pago de las horas de restricciones sin necesidad de recuperarlas y, tras un largo tira y afloja, el asunto se resolvió favorablemente. Esta primera concesión de la patronal supuso un auténtico estímulo, y el segundo paso consistiría en pedir un aumento general de salarios para compensar la subida de precios en los artículos de primera necesidad. Tras una corta huelga de brazos caídos, los patronos transigieron nuevamente y accedieron al abono de 45 ptas. mensuales en concepto de plus de carestía de la vida. De esa manera, la clase obrera de Manresa estaba creando las condiciones para la huelga general, que estallaría el 25 de enero de 1946.
Aquel día los trabajadores del turno de tarde de la fábrica Bertrand y Serra, del textil, se niegan a cobrar el sueldo semanal al percatarse de que les ha sido descontada la jornada del día anterior, 24 de enero, no trabajada en virtud de la conmemoración del séptimo aniversario de la «liberación», o sea, la ocupación de la ciudad por las tropas franquistas. Al día siguiente, sábado, los del turno de la mañana adoptan la misma actitud. Se inician conversaciones con la dirección y, al no llegarse a ningún acuerdo, se da la consigna de plante, que se extendería a las demás fábricas de la ciudad a partir del lunes.
Las reuniones entre obreros y empresarios son como un diálogo de sordos hasta que la patronal decide recurrir al lockout. Es entonces cuando tiene lugar un hecho del que es difícil encontrar precedentes en los tiempos que corrían: las obreras de la Fábrica Nova se encierran en las naves en plan de ocupación activa. Una mezcla de asombro, indignación y miedo se cierne sobre las jerarquías políticas y sindicales, que no ven otra salida que la represión. Fuertes contingentes de la Policía Armada llegan a la ciudad para apoyar a la guarnición de la Guardia Civil. Sin embargo, esa estrategia del miedo no hace retroceder a los huelguistas.
Por su parte, el gobernador Barba, al observar que la situación tomaba el carácter de revuelta ciudadana, decide intervenir personalmente, en calidad de mediador, y convoca a los comisionados de todas las fábricas en el salón de actos del Ayuntamiento. Algunos obreros son sacados de sus casas a la fuerza y obligados a asistir a la reunión en que Barba quiere imponer «su» solución: inmediata reincorporación al trabajo a cambio de una vaga promesa de solventar los problemas salariales y de alimentación. Los trabajadores no aceptan verbalismos y conminan al gobernador a firmar un documento en el que se concreten las condiciones pactadas. Barba no transige y la huelga continúa.
A partir de ese momento el conflicto entra en una fase de enfrentamiento abierto. Tomando el ejemplo de la Fábrica Nova, las mujeres de las demás empresas organizan sus propios piquetes y comisiones. El comité de enlace CNT-UGT hace un llamamiento de solidaridad que es secundado por toda la ciudad: cierran comercios, bares y espectáculos. En la calle tienen lugar enfrentamientos entre la Policía y los manifestantes.
Ante el cariz que toman los acontecimientos, y teniendo en cuenta la fuerza de los huelguistas, la patronal y las autoridades ceden. Se celebra una nueva reunión en condiciones más aceptables, menos coercitivas, y se llega a un compromiso: 75 ptas. mensuales de aumento en concepto de plus de carestía; abono de la jornada del 24 de enero; creación de economatos de abastecimiento en las fábricas y promesa formal de no represalias.
La huelga concluyó, pero en las semanas sucesivas todavía se dejarían sentir sus secuelas. A pesar de las promesas de que no habría represión, algunos militantes destacados de la CNT y la UGT serían detenidos y más tarde despedidos de sus empresas. Por otra parte el resentimiento del régimen afectó también al gobernador Barba, que a los pocos meses cesaría en su cargo por no haberse comportado como un «verdadero franquista» al adoptar una actitud dialogante.
En otra vertiente, las repercusiones positivas de la huelga general de Manresa las resume Francesc Perramon con estas palabras: «Gracias a aquellas luchas de los obreros manresanos saldrían beneficiados de las mejoras conseguidas todos los sectores de Catalunya. Desde entonces se implantaron el plus de carestía, que en muchos centros de trabajo todavía persiste, y los economatos de industria. Mejoras que, aunque no resolvieron los graves problemas, ayudaron momentáneamente a soportar las dificultades de aquella hora.»[2]
Última edición por lolagallego el Dom Ene 03, 2021 8:36 pm, editado 1 vez