Ni tan nuevo ni tan liberal: sobre la fallida categoría de “neoliberalismo”
Manuel Navarrete – año 2018
—2 mensajes—
Recientemente, ha surgido entre gentes cercanas el debate sobre la cuestión del “neoliberalismo”. Por nuestra parte, no asumimos dicha categoría, aunque no hacemos mayor problema de ello en el terreno de la confluencia práctica con compañeros que suelen emplearla. No es un debate terminológico lo que nos interesa: si afrontamos esta cuestión es porque detrás de las palabras se esconden conceptos y, a partir de ellos, se derivan tácticas políticas más o menos acertadas.
Tras la caída del Muro, la izquierda (incluso marxista) parece haber entrado en una deriva en la que se avergüenza de su caudal teórico y lo sustituye, a la ligera, por la primera ocurrencia de cada nuevo teórico universitario que se pone de moda. Así, en los 90 y desde el año 2000, de la mano de Antonio Negri, Ernesto Laclau, Slavoj Zizek o John Holloway entre otros, entraron en el vocabulario de los movimientos sociales, como entra un elefante en una cacharrería, una serie de categorías eufemísticas y “líquidas” como la mundialización, la globalización, el neoliberalismo, el populismo, el ciudadanismo, la multitud, la subjetividad o la transversalidad.
Es cierto que existen autores marxistas, como David Harvey, que sí han aceptado el término neoliberalismo. Lamentablemente, este célebre estudioso de El Capital ha aceptado también muchas otras cosas con las que, desde luego, nos vemos obligados a marcar serias distancias, como eso tan “afrancesado” que también enfatiza Alberto Garzón de que el marxismo debe subordinarse al “ideal Ilustrado” y a los llamados “derechos humanos”. Lo poetizó a la perfección Benedetti: “¿no sería hora de que iniciáramos una amplia campaña internacional por los izquierdos humanos?”.
En la gran mayoría de los casos, quienes hablan de neoliberalismo lo hacen porque oponen a ese “modelo” otro capitalismo más regulado, como si otra versión más humana y justa del sistema fuera posible. Como si todas sus concesiones en forma de “Estado del bienestar” no se hubieran producido sobre la base de la sobreexplotación de mano de obra barata en esos países de la periferia del sistema que, aun formalmente descolonizados, siguieron bajo la cadena del imperialismo.
En consecuencia de esto último, y desde nuestro innegociable internacionalismo, nuestra primera precisión será para enmendar la imperante versión acerca de cuáles son los dos campos antagónicos: no estamos ante una lucha entre “neoliberalismo” y “socialdemocracia”. La alternativa que tenemos delante sigue siendo entre el socialismo y la barbarie capitalista, aun cuando esta última pueda oscilar, en función de las circunstancias históricas (y solo en ciertas zonas del mundo… y a costa de otras), entre enfoques “socialdemócratas” y enfoques “neoliberales”.
Por nuestra parte, pensamos que el caudal conceptual descrito anteriormente (y cuya categoría más señera, la que por lo visto ha hecho más suerte, es precisamente la de “neoliberalismo”) no aporta nada a lo ya avanzado por el marxismo, sino a lo sumo desorientación. Partiremos para argumentarlo de lo escrito por Vicente Sarasa en El día D y su gerundio (primera parte, pág. 38): “En realidad, no ha aparecido ninguna mundialización que no venga de antes, si por ella entendemos la “mercantilización” – o sea, la invasión del capitalismo- de todos los sectores de la actividad económica y social en todos los países. Esto es una tendencia intrínseca a este modo de producción y comenzó a materializarse a gran escala no hace dos décadas, sino hace más de un siglo y medio. Ni tampoco hay “economía de mercado” donde los capitalistas no persigan el neoliberalismo, entendido este como el afán de destruir todas las trabas a la obtención de la máxima rentabilidad”.
*
Así pues, ¿qué hay de nuevo en lo que está sucediendo para alguien que conozca el marxismo? Podría considerarse que eso del “neoliberalismo” alude simplemente a una escuela de pensamiento económico, o a una ideología actualmente en auge. ¿Pero por qué debemos emplear para definir esas ideas una categoría creada por los economistas socialdemócratas en su afán por deslindar los campos antagónicos de un modo nada coherente con el único “otro mundo posible” que no es otro que el socialismo? En efecto, Alexander Rüstow lanza el concepto de “neoliberalismo” en un coloquio de economistas celebrado en 1938. Rüstow defendía “otro liberalismo”, frente al “laissez faire” que se consideraba fracasado tras el crack del 29. Posteriormente, en los 50, la escuela austriaca de Hayek le da al término un sentido completamente distinto, más parecido al actual. En los 70, este sentido es recuperado, pero ahora a modo de crítica, por una izquierda que protestaba contra las barrabasadas de los Chicago Boys en Chile.
En todo caso, ni siquiera es un concepto afortunado para describir las dinámicas del capitalismo internacional en las últimas décadas. Prosigue Vicente, en el mismo texto citado, del siguiente modo: “No estamos, por tanto, ante nada tan nuevo que implique cambiar hasta el lenguaje porque las “viejas explicaciones” ya no sirvan. Efectivamente, lo que está pasando tiene mucho de rancio: los imperialistas, tras la desaparición del dique que suponía el “otro sistema” y el debilitamiento de la lucha por el socialismo, se lanzaron en tromba para recuperar el “tiempo perdido” (¡y el espacio!) en su designio insaciable por buscar donde sea y como sea esa máxima rentabilidad del capital. Y se lanzaron en tromba también allí donde se creían seguros en la burbuja del “Estado del bienestar”. Y es precisamente la mistificación generalizada de estos como “terceras vías” la que ha llevado a muchos a seguir la corriente y a contribuir a mistificar también el lenguaje”.
Más allá del carácter confuso de la categoría, que no es la cuestión principal en juego ahora mismo, está como problema mayor el contenido que suele dársele a este concepto desde el activismo “realmente existente”. ¿Qué es el neoliberalismo, según esa nueva izquierda surgida tras el movimiento antiglobalización? En pocas palabras, según nos cuentan sus teóricos, en una sociedad neoliberal el Estado no intervendría en la economía. Pues bien, en ese caso, ¿cómo llamar neoliberal a una sociedad como la actual, en la que el Estado interviene constantemente en el ámbito económico, aunque lo haga siempre en defensa de los grandes capitales, como por ejemplo cuando se rescata a una banca en crisis? Ya decía Vicente en “Línea revolucionaria y referente político de masas” (artículo que aparecerá en la segunda parte de El día D y su gerundio) que “una política a favor de los intereses populares no puede hacerse sin la creación de una banca pública como contrapunto de la expropiación de la banca privada que está en el origen inmediato de la crisis y a la que van cientos de miles de millones de “ayuda pública” negando, por cierto, ese discurso anti-intervencionista del Estado en la economía con el que nos han estado tanto tiempo machacando”.
Manuel Navarrete – año 2018
—2 mensajes—
Recientemente, ha surgido entre gentes cercanas el debate sobre la cuestión del “neoliberalismo”. Por nuestra parte, no asumimos dicha categoría, aunque no hacemos mayor problema de ello en el terreno de la confluencia práctica con compañeros que suelen emplearla. No es un debate terminológico lo que nos interesa: si afrontamos esta cuestión es porque detrás de las palabras se esconden conceptos y, a partir de ellos, se derivan tácticas políticas más o menos acertadas.
Tras la caída del Muro, la izquierda (incluso marxista) parece haber entrado en una deriva en la que se avergüenza de su caudal teórico y lo sustituye, a la ligera, por la primera ocurrencia de cada nuevo teórico universitario que se pone de moda. Así, en los 90 y desde el año 2000, de la mano de Antonio Negri, Ernesto Laclau, Slavoj Zizek o John Holloway entre otros, entraron en el vocabulario de los movimientos sociales, como entra un elefante en una cacharrería, una serie de categorías eufemísticas y “líquidas” como la mundialización, la globalización, el neoliberalismo, el populismo, el ciudadanismo, la multitud, la subjetividad o la transversalidad.
Es cierto que existen autores marxistas, como David Harvey, que sí han aceptado el término neoliberalismo. Lamentablemente, este célebre estudioso de El Capital ha aceptado también muchas otras cosas con las que, desde luego, nos vemos obligados a marcar serias distancias, como eso tan “afrancesado” que también enfatiza Alberto Garzón de que el marxismo debe subordinarse al “ideal Ilustrado” y a los llamados “derechos humanos”. Lo poetizó a la perfección Benedetti: “¿no sería hora de que iniciáramos una amplia campaña internacional por los izquierdos humanos?”.
En la gran mayoría de los casos, quienes hablan de neoliberalismo lo hacen porque oponen a ese “modelo” otro capitalismo más regulado, como si otra versión más humana y justa del sistema fuera posible. Como si todas sus concesiones en forma de “Estado del bienestar” no se hubieran producido sobre la base de la sobreexplotación de mano de obra barata en esos países de la periferia del sistema que, aun formalmente descolonizados, siguieron bajo la cadena del imperialismo.
En consecuencia de esto último, y desde nuestro innegociable internacionalismo, nuestra primera precisión será para enmendar la imperante versión acerca de cuáles son los dos campos antagónicos: no estamos ante una lucha entre “neoliberalismo” y “socialdemocracia”. La alternativa que tenemos delante sigue siendo entre el socialismo y la barbarie capitalista, aun cuando esta última pueda oscilar, en función de las circunstancias históricas (y solo en ciertas zonas del mundo… y a costa de otras), entre enfoques “socialdemócratas” y enfoques “neoliberales”.
Por nuestra parte, pensamos que el caudal conceptual descrito anteriormente (y cuya categoría más señera, la que por lo visto ha hecho más suerte, es precisamente la de “neoliberalismo”) no aporta nada a lo ya avanzado por el marxismo, sino a lo sumo desorientación. Partiremos para argumentarlo de lo escrito por Vicente Sarasa en El día D y su gerundio (primera parte, pág. 38): “En realidad, no ha aparecido ninguna mundialización que no venga de antes, si por ella entendemos la “mercantilización” – o sea, la invasión del capitalismo- de todos los sectores de la actividad económica y social en todos los países. Esto es una tendencia intrínseca a este modo de producción y comenzó a materializarse a gran escala no hace dos décadas, sino hace más de un siglo y medio. Ni tampoco hay “economía de mercado” donde los capitalistas no persigan el neoliberalismo, entendido este como el afán de destruir todas las trabas a la obtención de la máxima rentabilidad”.
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Así pues, ¿qué hay de nuevo en lo que está sucediendo para alguien que conozca el marxismo? Podría considerarse que eso del “neoliberalismo” alude simplemente a una escuela de pensamiento económico, o a una ideología actualmente en auge. ¿Pero por qué debemos emplear para definir esas ideas una categoría creada por los economistas socialdemócratas en su afán por deslindar los campos antagónicos de un modo nada coherente con el único “otro mundo posible” que no es otro que el socialismo? En efecto, Alexander Rüstow lanza el concepto de “neoliberalismo” en un coloquio de economistas celebrado en 1938. Rüstow defendía “otro liberalismo”, frente al “laissez faire” que se consideraba fracasado tras el crack del 29. Posteriormente, en los 50, la escuela austriaca de Hayek le da al término un sentido completamente distinto, más parecido al actual. En los 70, este sentido es recuperado, pero ahora a modo de crítica, por una izquierda que protestaba contra las barrabasadas de los Chicago Boys en Chile.
En todo caso, ni siquiera es un concepto afortunado para describir las dinámicas del capitalismo internacional en las últimas décadas. Prosigue Vicente, en el mismo texto citado, del siguiente modo: “No estamos, por tanto, ante nada tan nuevo que implique cambiar hasta el lenguaje porque las “viejas explicaciones” ya no sirvan. Efectivamente, lo que está pasando tiene mucho de rancio: los imperialistas, tras la desaparición del dique que suponía el “otro sistema” y el debilitamiento de la lucha por el socialismo, se lanzaron en tromba para recuperar el “tiempo perdido” (¡y el espacio!) en su designio insaciable por buscar donde sea y como sea esa máxima rentabilidad del capital. Y se lanzaron en tromba también allí donde se creían seguros en la burbuja del “Estado del bienestar”. Y es precisamente la mistificación generalizada de estos como “terceras vías” la que ha llevado a muchos a seguir la corriente y a contribuir a mistificar también el lenguaje”.
Más allá del carácter confuso de la categoría, que no es la cuestión principal en juego ahora mismo, está como problema mayor el contenido que suele dársele a este concepto desde el activismo “realmente existente”. ¿Qué es el neoliberalismo, según esa nueva izquierda surgida tras el movimiento antiglobalización? En pocas palabras, según nos cuentan sus teóricos, en una sociedad neoliberal el Estado no intervendría en la economía. Pues bien, en ese caso, ¿cómo llamar neoliberal a una sociedad como la actual, en la que el Estado interviene constantemente en el ámbito económico, aunque lo haga siempre en defensa de los grandes capitales, como por ejemplo cuando se rescata a una banca en crisis? Ya decía Vicente en “Línea revolucionaria y referente político de masas” (artículo que aparecerá en la segunda parte de El día D y su gerundio) que “una política a favor de los intereses populares no puede hacerse sin la creación de una banca pública como contrapunto de la expropiación de la banca privada que está en el origen inmediato de la crisis y a la que van cientos de miles de millones de “ayuda pública” negando, por cierto, ese discurso anti-intervencionista del Estado en la economía con el que nos han estado tanto tiempo machacando”.