Robotización, productividad y Covid-19
Michel Husson
publicado en La Haine en enero de 2021
— mensajes—
Desde hace al menos dos decenios, la temática de la relación entre robotización y productividad del trabajo domina buena parte de los debates entre economistas, no solo marxistas. Ya abordé este tema en esta revista (Husson, 2016 y 2015). En esta contribución desearía insistir en el hecho de que los aumentos de productividad son un factor fundamental en la dinámica del capital, así como esbozar algunas pistas sobre el período abierto por la pandemia.
El papel clave de la productividad
Durante la crisis, las empresas tienen que arrojar lastre: su rentabilidad cae enormemente. Partamos del principio –probable– según el cual su principal preocupación será restablecer esa rentabilidad lo antes posible. ¿Sobre qué factores pueden operar? A nivel global, la eutanasia de las empresas zombi [empresas que siguen activas a pesar de ser deficitarias] va a permitir reducir el montante del capital que hay que valorizar. Quienes toman las decisiones podrán presionar –una vez más– a las subcontratas o tratar de deslocalizar una parte complementaria de sus actividades. Evidentemente, la congelación salarial permite reducir costos, sobre todo si una parte de esa reducción corre a cargo del Estado, que también puede –como ya ocurre en Francia– reducir los impuestos a las empresas.
Y queda una variable fundamental: la productividad del trabajo. Esta variable mide el volumen de los bienes o servicios producidos por cada persona asalariada (productividad per cápita) o por hora de trabajo (productividad horaria). Entre ambas se sitúa la jornada laboral: si se logra prolongarla, como sugiere la patronal, se aumenta la productividad per cápita. ¿Será la crisis la ocasión para poner fin a la tendencia a la baja de los aumentos de productividad?
El agotamiento del aumento de la productividad constituye una característica fundamental del capitalismo contemporáneo: a lo largo de los Treinta Gloriosos la productividad del trabajo aumentó en torno al 5% anual. Actualmente ya no aumenta más que el 1 o el 2%, en el mejor de los casos. El gráfico 1 es la prueba palpable de ello, tanto en el Estado español como en el conjunto de la zona euro.
Se trata de una transformación importante en la dinámica del capitalismo que se subestima a menudo; como ocurre en los últimos libros de Thomas Piketty (Capital e ideología) y de Branko Milanovic (Capitalismo, nada más: un nuevo enfoque para la era de la globalización). Sin embargo, la aritmética es simple: la evolución de la tasa de ganancia depende de la diferencia existente entre el crecimiento de la productividad del trabajo y el aumento del salario, teniendo en cuenta el incremento del capital.
Dicho en términos técnicos, la tasa de ganancia aumenta si el salario se incrementa a una velocidad inferior que la “productividad total de los factores”, que es el promedio de la productividad del trabajo y de la eficacia del capital (Husson, 2016a). Es a partir de esta aritmética como se puede analizar el tránsito al capitalismo neoliberal que ha adoptado la forma de un proceso de desregulación.
La desregulación como sustituto de la productividad
La desregulación se define aquí, en un sentido amplio, como el conjunto de dispositivos orientados a restablecer el beneficio a pesar del agotamiento del aumento de la productividad. Comparamos la evolución de la tasa de ganancia y de la productividad con un índice de desregulación sintético, elaborado a partir de un conjunto de indicadores (participación de los salarios, déficits comerciales, endeudamiento de los hogares, desigualdades, financiarización, globalización) 1/.
El gráfico 2 ilustra esta comparación que abarca al conjunto de los principales países capitalistas (las variables están normalizadas). En él vemos cómo se diseñan las dos grandes fases de la historia del capitalismo contemporáneo. La primera se caracteriza por una caída en paralelo del aumento de productividad y de la tasa de ganancia. Pero, al mismo tiempo, el índice de desregulación permanece más o menos constante. Dicho de otro modo, vemos el agotamiento progresivo del dinamismo de un capitalismo que sigue estando relativamente regulado.
A partir de mediados de los años 1980 se abre el periodo neoliberal en el que la configuración cambia totalmente. Mientras que el aumento de productividad continúa ralentizándose, la tasa de ganancia vuelve a subir al mismo tiempo que el indicador [de la desregulación] comienza a crecer. En la primera fase, en la que la tasa de ganancia y la productividad están estrechamente relacionadas, la dinámica del capital se basa en el aumento de la productividad; en la segunda fase, resulta sorprendente constatar cómo el beneficio y la productividad evolucionan estrictamente en sentido contrario. En adelante, la correlación se dará entre el beneficio y la desregulación, que de ese modo toma el relevo del aumento de la productividad para garantizar el restablecimiento de la tasa de ganancia 2/.
El misterio de la productividad
El problema es que no se comprenden las razones de esta ralentización de la productividad: normalmente, el desarrollo de nuevas tecnologías debería haber dopado la productividad del trabajo. Es la famosa paradoja de Solow, ese economista que ya en 1987 constató que “vemos ordenadores por todos lados, salvo en las estadísticas de la productividad” (1987). El misterio sigue presente hoy en día. Se ha intentado demostrar que se trataba de un problema de medición, que los precios estaban sobreestimados, que era una cuestión de tiempo (¡pero llevamos mucho tiempo esperando!). No son argumentos convincentes. Por mi parte, también puse de relieve las dificultades encontradas en los intentos de modelización en los que la caída del aumento de productividad se explicaba por el paso del tiempo 3/.
Sin embargo, y esta es otra paradoja, últimamente se han multiplicado las predicciones catastróficas. El estudio de referencia, citado en múltiples ocasiones, es el de Frey y Osborne, que en 2013 preveía que, en las dos décadas siguientes, el 47% de los empleos en EE UU estaba amenazado por la robotización.
Ahora bien, estudios más detallados y serios no han logrado discernir hasta el presente el efecto negativo de la robotización sobre el empleo total. Sin embargo, la creciente utilización de robots está reduciendo la parte de los trabajadores y trabajadoras que realizan tareas rutinarias, particularmente las manuales. Es lo que confirma un reciente estudio (Gentile, Elisabetta et al., 2020) en las plantas de Adidas en Ansbach (Alemania) o Atlanta (EE UU), que producen miles de zapatillas al año mediante robots industriales y un puñado de trabajadores y trabajadoras. Los autores remarcan que “antes, estas tareas de producción se habrían realizado en lugares en los que la mano de obra es más barata, como en el Sudeste Asiático”.
Otro estudio referente a Alemania también muestra que la robotización no afecta al empleo total, pero tiene un impacto negativo sobre el empleo en la industria: los autores calculan que, de media, un robot complementario reemplaza dos empleos en el sector manufacturero. De ese modo, los robots serían responsables de la caída de casi el 23% del empleo industrial entre 1994 y 2014 (Dauth, Wolfgang et al., 2017).
Así pues, todos estos estudios convergen para encontrar el efecto de la automatización en la estructura del empleo. Cierto, resulta evidente que las tareas rutinarias y poco cualificadas son más susceptibles de ser automatizadas que las tareas especializadas y más cualificadas. Simplificando, los robots y los ordenadores sustituyen el trabajo rutinario y acompañan en las tareas más especializadas, con las cuales se complementan. Las desigualdades salariales no pueden sino acrecentarse entre estas dos categorías de trabajadores.
A decir verdad, este mecanismo es tan viejo como el propio capitalismo. Ya en 1845, Engels pudo observar que con la introducción de la mula (una máquina de hilar basada en la energía hidráulica) en las fábricas de algodón: “Los obreros conocidos como hilanderos finos (quienes realizan el hilado de hilo fino en la mula) perciben, desde luego, un salario elevado, de 30 a 40 chelines por semana, porque ellos tienen una asociación poderosa que lucha por mantener el salario de los hilanderos y su oficio exige un penoso aprendizaje; pero los hilanderos de hilo grueso tienen que competir con las máquinas automáticas (self-actors) –inutilizables para el hilo fino–, y cuyo sindicato ha sido debilitado por la introducción de esas máquinas, reciben en cambio un salario muy bajo” (Engels, 2019: 207-208).
En los sectores afectados va de suyo que la robotización contribuye al aumento de la productividad. Pero, sin embargo, los estudios de Graetz y Michaels (2018) que confirman esta evidencia no explican la ralentización global del aumento de la productividad. Por tanto, habría una productividad marginal decreciente de la robotización. Así pues, el misterio continúa sin ser resuelto.
Patrick Artous, un economista que no tiene nada de marxista, abre una pista interesante (Artous, 2020). Constata que todo parece ir en el sentido de una aceleración de la productividad: robotización de las empresas, nuevas tecnologías de empresa, investigación y desarrollo, y nivel de educación. Muestra también que la teoría neoclásica no puede dar cuenta de este fenómeno: “La sustitución de trabajo por capital debería conllevar una aceleración de la productividad del trabajo; pero, por el contrario, esta se ha ralentizado”. Su explicación es que, de hecho, la tasa de inversión neta (que toma en cuenta la amortización del capital) ha reculado mucho. Dicho de otro modo, “las empresas no han invertido lo suficiente para compensar la aceleración de la obsolescencia del capital, de ahí el retroceso del aumento de la productividad”.
Ahí tenemos una primera pista para una explicación. A pesar de la caída del precio relativo de los bienes de inversión en las nuevas tecnologías, el volumen de capital necesario es elevado, tanto más cuanto está sometido a un ciclo de vida relativamente corto. Dicho de otro modo, es necesario invertir mucho y, a menudo, el propio volumen de inversión comporta aumentos de productividad decrecientes. Pero esta explicación debe ir acompañada de otra; a saber, el desajuste entre la demanda social que se desplaza hacia sectores de menor productividad y los criterios de rentabilidad capitalista. Esta puede ser la respuesta de fondo a la paradoja de Solow: el flujo de las innovaciones tecnológicas no parece agotarse, pero lo que está en vías de agotarse es la capacidad del capitalismo para incorporarlas a su lógica.
Michel Husson
publicado en La Haine en enero de 2021
— mensajes—
Desde hace al menos dos decenios, la temática de la relación entre robotización y productividad del trabajo domina buena parte de los debates entre economistas, no solo marxistas. Ya abordé este tema en esta revista (Husson, 2016 y 2015). En esta contribución desearía insistir en el hecho de que los aumentos de productividad son un factor fundamental en la dinámica del capital, así como esbozar algunas pistas sobre el período abierto por la pandemia.
El papel clave de la productividad
Durante la crisis, las empresas tienen que arrojar lastre: su rentabilidad cae enormemente. Partamos del principio –probable– según el cual su principal preocupación será restablecer esa rentabilidad lo antes posible. ¿Sobre qué factores pueden operar? A nivel global, la eutanasia de las empresas zombi [empresas que siguen activas a pesar de ser deficitarias] va a permitir reducir el montante del capital que hay que valorizar. Quienes toman las decisiones podrán presionar –una vez más– a las subcontratas o tratar de deslocalizar una parte complementaria de sus actividades. Evidentemente, la congelación salarial permite reducir costos, sobre todo si una parte de esa reducción corre a cargo del Estado, que también puede –como ya ocurre en Francia– reducir los impuestos a las empresas.
Y queda una variable fundamental: la productividad del trabajo. Esta variable mide el volumen de los bienes o servicios producidos por cada persona asalariada (productividad per cápita) o por hora de trabajo (productividad horaria). Entre ambas se sitúa la jornada laboral: si se logra prolongarla, como sugiere la patronal, se aumenta la productividad per cápita. ¿Será la crisis la ocasión para poner fin a la tendencia a la baja de los aumentos de productividad?
El agotamiento del aumento de la productividad constituye una característica fundamental del capitalismo contemporáneo: a lo largo de los Treinta Gloriosos la productividad del trabajo aumentó en torno al 5% anual. Actualmente ya no aumenta más que el 1 o el 2%, en el mejor de los casos. El gráfico 1 es la prueba palpable de ello, tanto en el Estado español como en el conjunto de la zona euro.
Se trata de una transformación importante en la dinámica del capitalismo que se subestima a menudo; como ocurre en los últimos libros de Thomas Piketty (Capital e ideología) y de Branko Milanovic (Capitalismo, nada más: un nuevo enfoque para la era de la globalización). Sin embargo, la aritmética es simple: la evolución de la tasa de ganancia depende de la diferencia existente entre el crecimiento de la productividad del trabajo y el aumento del salario, teniendo en cuenta el incremento del capital.
Dicho en términos técnicos, la tasa de ganancia aumenta si el salario se incrementa a una velocidad inferior que la “productividad total de los factores”, que es el promedio de la productividad del trabajo y de la eficacia del capital (Husson, 2016a). Es a partir de esta aritmética como se puede analizar el tránsito al capitalismo neoliberal que ha adoptado la forma de un proceso de desregulación.
La desregulación como sustituto de la productividad
La desregulación se define aquí, en un sentido amplio, como el conjunto de dispositivos orientados a restablecer el beneficio a pesar del agotamiento del aumento de la productividad. Comparamos la evolución de la tasa de ganancia y de la productividad con un índice de desregulación sintético, elaborado a partir de un conjunto de indicadores (participación de los salarios, déficits comerciales, endeudamiento de los hogares, desigualdades, financiarización, globalización) 1/.
El gráfico 2 ilustra esta comparación que abarca al conjunto de los principales países capitalistas (las variables están normalizadas). En él vemos cómo se diseñan las dos grandes fases de la historia del capitalismo contemporáneo. La primera se caracteriza por una caída en paralelo del aumento de productividad y de la tasa de ganancia. Pero, al mismo tiempo, el índice de desregulación permanece más o menos constante. Dicho de otro modo, vemos el agotamiento progresivo del dinamismo de un capitalismo que sigue estando relativamente regulado.
A partir de mediados de los años 1980 se abre el periodo neoliberal en el que la configuración cambia totalmente. Mientras que el aumento de productividad continúa ralentizándose, la tasa de ganancia vuelve a subir al mismo tiempo que el indicador [de la desregulación] comienza a crecer. En la primera fase, en la que la tasa de ganancia y la productividad están estrechamente relacionadas, la dinámica del capital se basa en el aumento de la productividad; en la segunda fase, resulta sorprendente constatar cómo el beneficio y la productividad evolucionan estrictamente en sentido contrario. En adelante, la correlación se dará entre el beneficio y la desregulación, que de ese modo toma el relevo del aumento de la productividad para garantizar el restablecimiento de la tasa de ganancia 2/.
El misterio de la productividad
El problema es que no se comprenden las razones de esta ralentización de la productividad: normalmente, el desarrollo de nuevas tecnologías debería haber dopado la productividad del trabajo. Es la famosa paradoja de Solow, ese economista que ya en 1987 constató que “vemos ordenadores por todos lados, salvo en las estadísticas de la productividad” (1987). El misterio sigue presente hoy en día. Se ha intentado demostrar que se trataba de un problema de medición, que los precios estaban sobreestimados, que era una cuestión de tiempo (¡pero llevamos mucho tiempo esperando!). No son argumentos convincentes. Por mi parte, también puse de relieve las dificultades encontradas en los intentos de modelización en los que la caída del aumento de productividad se explicaba por el paso del tiempo 3/.
Sin embargo, y esta es otra paradoja, últimamente se han multiplicado las predicciones catastróficas. El estudio de referencia, citado en múltiples ocasiones, es el de Frey y Osborne, que en 2013 preveía que, en las dos décadas siguientes, el 47% de los empleos en EE UU estaba amenazado por la robotización.
Ahora bien, estudios más detallados y serios no han logrado discernir hasta el presente el efecto negativo de la robotización sobre el empleo total. Sin embargo, la creciente utilización de robots está reduciendo la parte de los trabajadores y trabajadoras que realizan tareas rutinarias, particularmente las manuales. Es lo que confirma un reciente estudio (Gentile, Elisabetta et al., 2020) en las plantas de Adidas en Ansbach (Alemania) o Atlanta (EE UU), que producen miles de zapatillas al año mediante robots industriales y un puñado de trabajadores y trabajadoras. Los autores remarcan que “antes, estas tareas de producción se habrían realizado en lugares en los que la mano de obra es más barata, como en el Sudeste Asiático”.
Otro estudio referente a Alemania también muestra que la robotización no afecta al empleo total, pero tiene un impacto negativo sobre el empleo en la industria: los autores calculan que, de media, un robot complementario reemplaza dos empleos en el sector manufacturero. De ese modo, los robots serían responsables de la caída de casi el 23% del empleo industrial entre 1994 y 2014 (Dauth, Wolfgang et al., 2017).
Así pues, todos estos estudios convergen para encontrar el efecto de la automatización en la estructura del empleo. Cierto, resulta evidente que las tareas rutinarias y poco cualificadas son más susceptibles de ser automatizadas que las tareas especializadas y más cualificadas. Simplificando, los robots y los ordenadores sustituyen el trabajo rutinario y acompañan en las tareas más especializadas, con las cuales se complementan. Las desigualdades salariales no pueden sino acrecentarse entre estas dos categorías de trabajadores.
A decir verdad, este mecanismo es tan viejo como el propio capitalismo. Ya en 1845, Engels pudo observar que con la introducción de la mula (una máquina de hilar basada en la energía hidráulica) en las fábricas de algodón: “Los obreros conocidos como hilanderos finos (quienes realizan el hilado de hilo fino en la mula) perciben, desde luego, un salario elevado, de 30 a 40 chelines por semana, porque ellos tienen una asociación poderosa que lucha por mantener el salario de los hilanderos y su oficio exige un penoso aprendizaje; pero los hilanderos de hilo grueso tienen que competir con las máquinas automáticas (self-actors) –inutilizables para el hilo fino–, y cuyo sindicato ha sido debilitado por la introducción de esas máquinas, reciben en cambio un salario muy bajo” (Engels, 2019: 207-208).
En los sectores afectados va de suyo que la robotización contribuye al aumento de la productividad. Pero, sin embargo, los estudios de Graetz y Michaels (2018) que confirman esta evidencia no explican la ralentización global del aumento de la productividad. Por tanto, habría una productividad marginal decreciente de la robotización. Así pues, el misterio continúa sin ser resuelto.
Patrick Artous, un economista que no tiene nada de marxista, abre una pista interesante (Artous, 2020). Constata que todo parece ir en el sentido de una aceleración de la productividad: robotización de las empresas, nuevas tecnologías de empresa, investigación y desarrollo, y nivel de educación. Muestra también que la teoría neoclásica no puede dar cuenta de este fenómeno: “La sustitución de trabajo por capital debería conllevar una aceleración de la productividad del trabajo; pero, por el contrario, esta se ha ralentizado”. Su explicación es que, de hecho, la tasa de inversión neta (que toma en cuenta la amortización del capital) ha reculado mucho. Dicho de otro modo, “las empresas no han invertido lo suficiente para compensar la aceleración de la obsolescencia del capital, de ahí el retroceso del aumento de la productividad”.
Ahí tenemos una primera pista para una explicación. A pesar de la caída del precio relativo de los bienes de inversión en las nuevas tecnologías, el volumen de capital necesario es elevado, tanto más cuanto está sometido a un ciclo de vida relativamente corto. Dicho de otro modo, es necesario invertir mucho y, a menudo, el propio volumen de inversión comporta aumentos de productividad decrecientes. Pero esta explicación debe ir acompañada de otra; a saber, el desajuste entre la demanda social que se desplaza hacia sectores de menor productividad y los criterios de rentabilidad capitalista. Esta puede ser la respuesta de fondo a la paradoja de Solow: el flujo de las innovaciones tecnológicas no parece agotarse, pero lo que está en vías de agotarse es la capacidad del capitalismo para incorporarlas a su lógica.