Cuando queremos dejar a alguien en evidencia nos dedicamos a buscar contradicciones en su discurso. Sea donde sea tiene que aparecer alguna contradicción que le ridiculice, cuantas más mejor. Parece que la contradicción es algo malo de por sí, el peor de los pecados.
Esto se traslada al terreno epistemológico y normalmente se asume que una teoría, para ser científica, debe estar libre de contradicciones. Que aparezca alguna contradicción es síntoma de que algo no va bien y hay que «arreglar la teoría» (cuando no repudiarla por completo).
A diferencia de oriente –que goza de una tradición profundamente dialéctica– el pensamiento occidental es fuertemente metafísico, no-contradictorio, desde allá por los tiempos en los que Aristóteles y sus silogismos impusieran el principio de no-contradicción. Como consecuencia de la influencia de la ideología dominante sobre nuestras conciencias todos hemos asumido el pensar evitando contradicciones, rasgándonos las vestiduras en cuanto hace acto de presencia la más mínima contradicción, por pequeña que sea.
Cuando aparece una contradicción inmediatamente rechazamos de pleno todo el razonamiento; como le suele pasar al que no está seguro de sus razonamientos y a todos esos científicos que «han absorbido tanto positivismo en su educación que lo consideran como un elemento intrínseco de la ciencia y no advierten que es simplemente una manera ingeniosa de explicar el universo objetivo en términos de ideas subjetivas» (1), es decir, que confunden el positivismo con la propia ciencia. Es el peaje a pagar por intentar huir de la filosofía, algo imposible, sólo para caer en una «filosofía mala, a la moda» (2).
También resulta bastante habitual que algunos personajes, queriendo pasar por marxistas, se dediquen a repudiar la dialéctica, a considerarla un contradictorio juego infantil, un residuo hegeliano del que el pensamiento de Marx debería ser depurado. Es el caso de Althusser que, disimulando estar tratando de eliminar el «hegelianismo» de la obra de Marx, donde en realidad dirigía todos sus ataques era hacia la dialéctica. Hoy sus secuaces actuales, junto con algunos «marxistas académicos», desnudan las verdaderas intenciones de su maestro y acaban por sentenciar que no hay dialéctica en Marx. La dialéctica –según ellos– fue un delirio de Engels. Como sabemos, Engels no sólo no era Marx, sino que era su tergiversador, un vulgarizador de la peor calaña.
Cuando Engels publicó el tercer libro de «El Capital» no tardaron los enemigos del marxismo en empezar a hablar de contradicciones; de que el tercer libro se contradecía con el primero; de una supuesta «paradoja del valor»; de, en fin, la inconsistencia teórica del marxismo. En realidad, los cazadores de contradicciones no deberían haber ido tan lejos: como demostraré más abajo, en el primer libro ya tenían contradicciones para dar y regalar.
¿Es inconsistente el método de Marx?, ¿se contradicen ambos libros?, ¿cómo es eso posible? Con otras palabras: ¿son las contradicciones algo a evitar?, ¿una especie de síntoma de inconsistencia teórica?, ¿tienen razón los críticos de Marx cuando acusan al marxismo de «inconsistencia teórica»?
En este punto hay que distinguir las contradicciones formales de las dialécticas. Las primeras son aquellas que nos encontramos al repasar nuestro razonamiento y que surgen como producto de errores de carácter puramente formal, errores fácilmente solucionables por la vía de la corrección y/o la matización. Pero cuando nos topamos con una contracción dialéctica la cosa ya no es tan sencilla, podemos repasar todo lo que queramos pero no nos libraremos tan fácilmente de ella.
En lo que le pasó a Kant: preocupado por la consistencia formal de su sistema acabó enredado en una serie de contradicciones (las famosas antinomias) irresolubles. Si se quedaba con todos los polos de un lado de las contradicciones su sistema tenía consistencia formal. Si se quedaba con todos los polos del otro lado ocurría lo mismo. ¿Con qué polo quedarse entonces si ambos, según la lógica formal, son correctos? Aquí Kant ya tuvo que rendir todas sus posiciones y refugiarse en la teología, en la fe, quedando este punto –las antinomias– como uno de los más débiles –y, a la vez, fuertes– de su sistema. Otros, como Fichte, trataron de ofrecer «soluciones» alternativas a la de Kant pero hubo que esperar a Hegel para comprender el verdadero sentido de las antinomias en las que había caído Kant.
Kant no pudo librarse de esas antinomias porque con lo que realmente se había topado era con contradicciones dialécticas. Estas contradicciones ya no tienen un carácter meramente subjetivo y no pueden ser corregidas por la vía del «repaso». Aquí se están jugando cosas mucho más profundas.
Por supuesto no se va a tratar aquí la historia de la filosofía clásica alemana; únicamente vamos a ver como este tipo de contradicciones objetivas deben aparecer en la teoría, deben ser reproducidas en el pensamiento; sin que esto signifique un perjuicio a la consistencia teórica.
Al principio de «El Capital» Marx analiza una sociedad mercantil genérica, y enuncia la famosa tesis de que el mercado iguala unas a otras las cantidades de trabajo cristalizadas en las diferentes mercancías. Esto no tiene nada de misterioso: las masas de trabajo social se intercambian en el mercado en forma de mercancías. Y, ¿qué es la mercancía? La unidad dialéctica (contradictoria) del valor de uso y el valor (expresado en el valor de cambio). Aquí ya tenemos una contradicción.
El mercado enfrenta a diferentes productores con diferentes grupos de mercancías. Cuando se enfrentan dos poseedores de mercancías, A y B, el poseedor A sólo tiene en cuenta el valor de cambio de su mercancía y el valor de uso de la que quiere comprar. La situación es simétrica para el poseedor B. Ambos poseedores desean el valor de uso de la mercancía opuesta y ambas mercancías se «comunican» mediante sus valores de cambio, expresan su valor en la otra mercancía. Lo que aquí está ocurriendo realmente es que, cuando se produce el intercambio, el valor de uso se trueca en valor de cambio (y a la inversa), es decir: que esos polos contradictorios de la mercancía se transforman el uno en el otro. Desde las primeras páginas de «El Capital» ya nos topamos con contradicciones reales y objetivas que se resuelven de manera igualmente real y objetiva.
Primitivamente este intercambio se hace de forma directa y más o menos exacta, mercancía por mercancía: M – M. Debido a las dificultades para encontrar mercancías equivalentes el mercado engendra un equivalente universal –el dinero– en el que todas las mercancías expresan su valor. El dinero, pues, comienza a aparecer como mediador del intercambio: M – D – M. En este punto vemos dos metamorfosis –no necesariamente simultáneas, como dice Marx– con las que hay que quedarse: M – D (mercancía – dinero) y D – M (dinero – mercancía).
En las sociedades mercantiles masas de trabajo igual se cambian por masas de trabajo iguales. Tampoco aquí hay nada de misterioso y, como hemos visto, todo intercambio se resume en el ciclo M – D – M. Ahora bien, esto no explica cómo surge el valor, sino sólo cómo se intercambia. Si se cambian masas de trabajo iguales no surgirá nunca ningún valor. Pero, cabe la duda, ¿qué ocurre si un vendedor «tima» al otro vendiendo su mercancía por encima de su valor o comprando la ajena por un valor menor? Lo mismo. Si una mercancía M vale 50 y el vendedor A consigue cambiarla por un valor de 60, habrá ganado 10. ¿Pero dónde estaban esos 10? En el bolsillo del que ha pagado 60. No se ha generado nuevo valor, sólo se ha intercambiado valor de manera desigual.
«Por vueltas y revueltas que le demos, el resultado es el mismo. Si se intercambian equivalentes, no se origina plusvalor alguno y, si se intercambian no equivalentes, tampoco surge ningún plusvalor. La circulación o el intercambio de mercancías no crea ningún valor» (3), concluye Marx.
Lo que nos está diciendo Marx es que aquí se ha revelado una contradicción evidente: el valor necesita de la circulación para poder surgir pero –a la vez– no puede surgir de ella. «El capital [valor que se incrementa a sí mismo], por ende, no puede surgir de la circulación, y es igualmente imposible que no surja de la circulación. Tiene que brotar al mismo tiempo en ella y no en ella.» (4).
Es aquí cuando «El Capital» da un giro y de una economía mercantil cualquiera Marx pasa a hablar de una economía capitalista. Pero esto no es un simple método expositivo: es lo que ocurrió realmente. Marx está ejecutando ante nuestros ojos el proceso de deducción de las categorías del capitalismo. Más aún, está reproduciendo en la teoría lo que ocurrió históricamente. Su método es, pues, no sólo lógico, sino lógico-histórico.
Y el que Marx se tope aquí con una contradicción real y objetiva, dialéctica, no se debe a un descuido o a una falta de matización de conceptos. No. Se trata de una contradicción que ocurre todos los días en la realidad: el nuevo valor surge en el margen de la circulación y en ella al mismo tiempo.
Es bien sabido que a partir de aquí Marx sentenciará que para que el dinero se transforme en capital el poseedor de dinero «tiene que comprar las mercancías a su valor, venderlas a su valor y, sin embargo, obtener al término del proceso más valor que el que arrojó en el mismo» (5) y realizará el descubrimiento de la plusvalía, para acabar sentenciando que el ciclo del capital es: D – M – D’. La contradicción anterior quedará resuelta. Pero resolver una contradicción dialéctica no es acabar con ella (algo imposible): es mostrar cómo se desarrolla en la realidad, cómo el sistema mercantil y la propiedad privada sobre la fuerza de trabajo engendran capitalismo.
A pesar de lo dicho, el pensamiento burgués –fundamentalmente metafísico– quizá (y sólo quizá) podría admitir la existencia de contradicciones reales, objetivas; pero jamás podrá admitir contradicciones en la teoría, en el pensamiento. Por eso es común que se nos eche en cara a los marxistas que en la obra de Marx hay contradicciones, como si eso fuese un ataque o el peor de los pecados. A partir de aquí ya empieza todo el cúmulo de retahílas que siempre acaban por donde han empezado: el marxismo no es una ciencia porque tiene contradicciones. Desde que Popper se inventó eso de las contradicciones los nuevos martillos de herejes no han dejado un día de buscar seudociencias en base a este –estúpido– criterio.
Al que no sabe nada de dialéctica es común que le pase como a Böhm-Bawerk y empiece a contar películas sobre la paradoja del valor, sobre el problema de la transformación, sobre los análisis macro y micro, o sobre los veintinueve mil millones de niveles de abstracción que parece tener «El Capital». Los oportunistas infiltrados en el movimiento obrero, trileros y demás farsantes profesionales, también saltan con estas cosas a la mínima creyendo que están criticando a alguien que no son ellos mismos. Como ejemplo podemos poner el caso de Carlos Fernández y Luis Alegre, que hace una década publicaron una penosa obra titulada «El orden de “El Capital”» en la que sostienen aberraciones teóricas como que se pueden calcular los precios de producción sin atender a los valores (6).
Carlos Fernández, un conocido secuaz de Althusser que –siguiendo a su maestro– quiere continuar haciéndose pasar por marxista (y algunos aún le ríen las gracias); también ha publicado recientemente otra obra (7) aún peor que la anterior en la que niega el carácter dialéctico del pensamiento marxista y reitera sus ataques a la doctrina de Marx. El ridículo que hace esta persona es tan palpable que incluso llega a decir que Marx no ofrece una solución dialéctica al paso de M – D – M (producción mercantil simple) a D – M – D’ (producción capitalista). Por supuesto es mentira: como ya hemos visto más arriba Marx muestra cómo se desarrolla esa contradicción, pero quien nunca ha querido saber nada de la dialéctica es normal que no entienda (ni quiera entender) nada.
Por otro lado, quizá no encontremos mejor ejemplo de la influencia de las concepciones filosóficas en la investigación que el caso de la economía política inglesa.
Es bien sabido que Ricardo se acercó mucho al desentrañamiento de la esencia del modo de producción capitalista, pero se topó en muchos casos con las mismas contradicciones que Marx y no supo entenderlas. Pensó que el fallo era suyo y, anclado en la lógica formal nominalista, intentó arreglar como pudo las inconsistencias de su sistema para tratar de presentarlo como no-contradictorio. La contradicción más preocupante que se presentaba ante Ricardo era la que se da entre la tesis de que sólo el trabajo humano genera nuevo valor y la formación de una tasa media de ganancia. Ricardo, atormentado y encerrado en su método de pensamiento formal nunca hallaría una forma satisfactoria de concluir su sistema.
No por nada, quizá con ironía venenosa, anotó Marx en «El Capital» una frase que le hubiese venido muy bien a Ricardo:
«El hecho de que en su manifestación las cosas a menudo se presentan invertidas es bastante conocido en todas las ciencias, salvo en la economía política.» (
Como demostró Marx, la contradicción que atormentaba a Ricardo no era más que otra contradicción real y objetiva del capitalismo que supone que la ley del valor actúe de otra forma, la plusvalía se transforme en ganancia, la ganancia en ganancia media, la ganancia se escinda en sus formas particulares (interés, renta, etc.) y se terminen por formar los precios de producción, alrededor de los cuales oscilan los precios de mercado.
Pero la ley del valor, que rige todo sistema mercantil, no se anula en el capitalismo: sólo cambia su forma de manifestación. En el capitalismo se sigue verificando la ley del valor: la suma de valores coincide con la suma total de los precios y la suma de plusvalías coincide con la suma total de ganancias. Lo que cambia es, pues, la distribución del valor: la forma de la ley del valor, pero no su esencia. Aquí es donde reside, pues, la consistencia del método de Marx, quien –no sin razón– al final de la obra observa que «toda ciencia sería superflua si la forma de manifestación y la esencia de las cosas coincidiesen directamente» (9).
Últimamente, en un proyecto paralelo al de enfrentar a Marx con Engels, se ha puesto de moda la Nueva Dialéctica («New dialectics»): una nueva tropa de trileros y académicos aburridos que, a partir de la crítica del famoso texto de Engels en el que enfrenta las tergiversaciones de los revisionistas neokantianos del método dialéctico; sostienen que en las primeras páginas de «El Capital» Marx no habla de una producción mercantil simple sino de un nivel de abstracción del capitalismo muy alto (como poco a la altura de la estratosfera, parece ser) y que su método es lógico (no lógico-histórico). Una vez más estamos ante otra tergiversación de la dialéctica materialista, de las ideas económicas y filosóficas de Marx, que hay que denunciar como tal.
Si algún lector ha llegado hasta aquí y le interesa esto último quizá podamos hablar de ello en otro momento. Pero por ahora dejemos el terreno de la economía política (o, mejor dicho, de la crítica de la economía política) y vayámonos a algo tan «sencillo» como la física, para descubrir que el mismo movimiento mecánico es ya una contradicción: un objeto está en movimiento porque está y no está en el mismo punto al mismo tiempo. Aquí tenemos ya una bonita contradicción real y objetiva reproducida en las teorías de la física. ¿Va alguien a sostener que la física no es una ciencia?, ¿dónde están Popper y los cazadores de seudociencias?
Notas:
(1) J. D. Bernal, Historia social de la ciencia (5ª ed.), Tomo II: La ciencia en nuestro tiempo, Península, Barcelona, 1979, p. 47.
(2) F. Engels, Dialéctica de la naturaleza, AKAL, Madrid, 2017, p. 169.
(3) C. Marx, El Capital, Siglo XXI, 2017, Libro I, p. 222.
(4) Ibíd., p.225.
(5) Ibíd.
(6) C. Fernández Liria y L. Alegre Zahonero, El orden de «El Capital», AKAL, Madrid, 2010, pp. 515 y ss.
(7) C. Fernández Liria, Marx 1857: El problema del método y la dialéctica, AKAL, Madrid, 2019.
( C. Marx, El Capital, cit., Libro I, p. 621.
(9) C. Marx, El Capital, cit., Libro III, p. 930.
Extraído de: en los próximos días pondré el enlace
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Esto se traslada al terreno epistemológico y normalmente se asume que una teoría, para ser científica, debe estar libre de contradicciones. Que aparezca alguna contradicción es síntoma de que algo no va bien y hay que «arreglar la teoría» (cuando no repudiarla por completo).
A diferencia de oriente –que goza de una tradición profundamente dialéctica– el pensamiento occidental es fuertemente metafísico, no-contradictorio, desde allá por los tiempos en los que Aristóteles y sus silogismos impusieran el principio de no-contradicción. Como consecuencia de la influencia de la ideología dominante sobre nuestras conciencias todos hemos asumido el pensar evitando contradicciones, rasgándonos las vestiduras en cuanto hace acto de presencia la más mínima contradicción, por pequeña que sea.
Cuando aparece una contradicción inmediatamente rechazamos de pleno todo el razonamiento; como le suele pasar al que no está seguro de sus razonamientos y a todos esos científicos que «han absorbido tanto positivismo en su educación que lo consideran como un elemento intrínseco de la ciencia y no advierten que es simplemente una manera ingeniosa de explicar el universo objetivo en términos de ideas subjetivas» (1), es decir, que confunden el positivismo con la propia ciencia. Es el peaje a pagar por intentar huir de la filosofía, algo imposible, sólo para caer en una «filosofía mala, a la moda» (2).
También resulta bastante habitual que algunos personajes, queriendo pasar por marxistas, se dediquen a repudiar la dialéctica, a considerarla un contradictorio juego infantil, un residuo hegeliano del que el pensamiento de Marx debería ser depurado. Es el caso de Althusser que, disimulando estar tratando de eliminar el «hegelianismo» de la obra de Marx, donde en realidad dirigía todos sus ataques era hacia la dialéctica. Hoy sus secuaces actuales, junto con algunos «marxistas académicos», desnudan las verdaderas intenciones de su maestro y acaban por sentenciar que no hay dialéctica en Marx. La dialéctica –según ellos– fue un delirio de Engels. Como sabemos, Engels no sólo no era Marx, sino que era su tergiversador, un vulgarizador de la peor calaña.
Cuando Engels publicó el tercer libro de «El Capital» no tardaron los enemigos del marxismo en empezar a hablar de contradicciones; de que el tercer libro se contradecía con el primero; de una supuesta «paradoja del valor»; de, en fin, la inconsistencia teórica del marxismo. En realidad, los cazadores de contradicciones no deberían haber ido tan lejos: como demostraré más abajo, en el primer libro ya tenían contradicciones para dar y regalar.
¿Es inconsistente el método de Marx?, ¿se contradicen ambos libros?, ¿cómo es eso posible? Con otras palabras: ¿son las contradicciones algo a evitar?, ¿una especie de síntoma de inconsistencia teórica?, ¿tienen razón los críticos de Marx cuando acusan al marxismo de «inconsistencia teórica»?
En este punto hay que distinguir las contradicciones formales de las dialécticas. Las primeras son aquellas que nos encontramos al repasar nuestro razonamiento y que surgen como producto de errores de carácter puramente formal, errores fácilmente solucionables por la vía de la corrección y/o la matización. Pero cuando nos topamos con una contracción dialéctica la cosa ya no es tan sencilla, podemos repasar todo lo que queramos pero no nos libraremos tan fácilmente de ella.
En lo que le pasó a Kant: preocupado por la consistencia formal de su sistema acabó enredado en una serie de contradicciones (las famosas antinomias) irresolubles. Si se quedaba con todos los polos de un lado de las contradicciones su sistema tenía consistencia formal. Si se quedaba con todos los polos del otro lado ocurría lo mismo. ¿Con qué polo quedarse entonces si ambos, según la lógica formal, son correctos? Aquí Kant ya tuvo que rendir todas sus posiciones y refugiarse en la teología, en la fe, quedando este punto –las antinomias– como uno de los más débiles –y, a la vez, fuertes– de su sistema. Otros, como Fichte, trataron de ofrecer «soluciones» alternativas a la de Kant pero hubo que esperar a Hegel para comprender el verdadero sentido de las antinomias en las que había caído Kant.
Kant no pudo librarse de esas antinomias porque con lo que realmente se había topado era con contradicciones dialécticas. Estas contradicciones ya no tienen un carácter meramente subjetivo y no pueden ser corregidas por la vía del «repaso». Aquí se están jugando cosas mucho más profundas.
Por supuesto no se va a tratar aquí la historia de la filosofía clásica alemana; únicamente vamos a ver como este tipo de contradicciones objetivas deben aparecer en la teoría, deben ser reproducidas en el pensamiento; sin que esto signifique un perjuicio a la consistencia teórica.
Al principio de «El Capital» Marx analiza una sociedad mercantil genérica, y enuncia la famosa tesis de que el mercado iguala unas a otras las cantidades de trabajo cristalizadas en las diferentes mercancías. Esto no tiene nada de misterioso: las masas de trabajo social se intercambian en el mercado en forma de mercancías. Y, ¿qué es la mercancía? La unidad dialéctica (contradictoria) del valor de uso y el valor (expresado en el valor de cambio). Aquí ya tenemos una contradicción.
El mercado enfrenta a diferentes productores con diferentes grupos de mercancías. Cuando se enfrentan dos poseedores de mercancías, A y B, el poseedor A sólo tiene en cuenta el valor de cambio de su mercancía y el valor de uso de la que quiere comprar. La situación es simétrica para el poseedor B. Ambos poseedores desean el valor de uso de la mercancía opuesta y ambas mercancías se «comunican» mediante sus valores de cambio, expresan su valor en la otra mercancía. Lo que aquí está ocurriendo realmente es que, cuando se produce el intercambio, el valor de uso se trueca en valor de cambio (y a la inversa), es decir: que esos polos contradictorios de la mercancía se transforman el uno en el otro. Desde las primeras páginas de «El Capital» ya nos topamos con contradicciones reales y objetivas que se resuelven de manera igualmente real y objetiva.
Primitivamente este intercambio se hace de forma directa y más o menos exacta, mercancía por mercancía: M – M. Debido a las dificultades para encontrar mercancías equivalentes el mercado engendra un equivalente universal –el dinero– en el que todas las mercancías expresan su valor. El dinero, pues, comienza a aparecer como mediador del intercambio: M – D – M. En este punto vemos dos metamorfosis –no necesariamente simultáneas, como dice Marx– con las que hay que quedarse: M – D (mercancía – dinero) y D – M (dinero – mercancía).
En las sociedades mercantiles masas de trabajo igual se cambian por masas de trabajo iguales. Tampoco aquí hay nada de misterioso y, como hemos visto, todo intercambio se resume en el ciclo M – D – M. Ahora bien, esto no explica cómo surge el valor, sino sólo cómo se intercambia. Si se cambian masas de trabajo iguales no surgirá nunca ningún valor. Pero, cabe la duda, ¿qué ocurre si un vendedor «tima» al otro vendiendo su mercancía por encima de su valor o comprando la ajena por un valor menor? Lo mismo. Si una mercancía M vale 50 y el vendedor A consigue cambiarla por un valor de 60, habrá ganado 10. ¿Pero dónde estaban esos 10? En el bolsillo del que ha pagado 60. No se ha generado nuevo valor, sólo se ha intercambiado valor de manera desigual.
«Por vueltas y revueltas que le demos, el resultado es el mismo. Si se intercambian equivalentes, no se origina plusvalor alguno y, si se intercambian no equivalentes, tampoco surge ningún plusvalor. La circulación o el intercambio de mercancías no crea ningún valor» (3), concluye Marx.
Lo que nos está diciendo Marx es que aquí se ha revelado una contradicción evidente: el valor necesita de la circulación para poder surgir pero –a la vez– no puede surgir de ella. «El capital [valor que se incrementa a sí mismo], por ende, no puede surgir de la circulación, y es igualmente imposible que no surja de la circulación. Tiene que brotar al mismo tiempo en ella y no en ella.» (4).
Es aquí cuando «El Capital» da un giro y de una economía mercantil cualquiera Marx pasa a hablar de una economía capitalista. Pero esto no es un simple método expositivo: es lo que ocurrió realmente. Marx está ejecutando ante nuestros ojos el proceso de deducción de las categorías del capitalismo. Más aún, está reproduciendo en la teoría lo que ocurrió históricamente. Su método es, pues, no sólo lógico, sino lógico-histórico.
Y el que Marx se tope aquí con una contradicción real y objetiva, dialéctica, no se debe a un descuido o a una falta de matización de conceptos. No. Se trata de una contradicción que ocurre todos los días en la realidad: el nuevo valor surge en el margen de la circulación y en ella al mismo tiempo.
Es bien sabido que a partir de aquí Marx sentenciará que para que el dinero se transforme en capital el poseedor de dinero «tiene que comprar las mercancías a su valor, venderlas a su valor y, sin embargo, obtener al término del proceso más valor que el que arrojó en el mismo» (5) y realizará el descubrimiento de la plusvalía, para acabar sentenciando que el ciclo del capital es: D – M – D’. La contradicción anterior quedará resuelta. Pero resolver una contradicción dialéctica no es acabar con ella (algo imposible): es mostrar cómo se desarrolla en la realidad, cómo el sistema mercantil y la propiedad privada sobre la fuerza de trabajo engendran capitalismo.
A pesar de lo dicho, el pensamiento burgués –fundamentalmente metafísico– quizá (y sólo quizá) podría admitir la existencia de contradicciones reales, objetivas; pero jamás podrá admitir contradicciones en la teoría, en el pensamiento. Por eso es común que se nos eche en cara a los marxistas que en la obra de Marx hay contradicciones, como si eso fuese un ataque o el peor de los pecados. A partir de aquí ya empieza todo el cúmulo de retahílas que siempre acaban por donde han empezado: el marxismo no es una ciencia porque tiene contradicciones. Desde que Popper se inventó eso de las contradicciones los nuevos martillos de herejes no han dejado un día de buscar seudociencias en base a este –estúpido– criterio.
Al que no sabe nada de dialéctica es común que le pase como a Böhm-Bawerk y empiece a contar películas sobre la paradoja del valor, sobre el problema de la transformación, sobre los análisis macro y micro, o sobre los veintinueve mil millones de niveles de abstracción que parece tener «El Capital». Los oportunistas infiltrados en el movimiento obrero, trileros y demás farsantes profesionales, también saltan con estas cosas a la mínima creyendo que están criticando a alguien que no son ellos mismos. Como ejemplo podemos poner el caso de Carlos Fernández y Luis Alegre, que hace una década publicaron una penosa obra titulada «El orden de “El Capital”» en la que sostienen aberraciones teóricas como que se pueden calcular los precios de producción sin atender a los valores (6).
Carlos Fernández, un conocido secuaz de Althusser que –siguiendo a su maestro– quiere continuar haciéndose pasar por marxista (y algunos aún le ríen las gracias); también ha publicado recientemente otra obra (7) aún peor que la anterior en la que niega el carácter dialéctico del pensamiento marxista y reitera sus ataques a la doctrina de Marx. El ridículo que hace esta persona es tan palpable que incluso llega a decir que Marx no ofrece una solución dialéctica al paso de M – D – M (producción mercantil simple) a D – M – D’ (producción capitalista). Por supuesto es mentira: como ya hemos visto más arriba Marx muestra cómo se desarrolla esa contradicción, pero quien nunca ha querido saber nada de la dialéctica es normal que no entienda (ni quiera entender) nada.
Por otro lado, quizá no encontremos mejor ejemplo de la influencia de las concepciones filosóficas en la investigación que el caso de la economía política inglesa.
Es bien sabido que Ricardo se acercó mucho al desentrañamiento de la esencia del modo de producción capitalista, pero se topó en muchos casos con las mismas contradicciones que Marx y no supo entenderlas. Pensó que el fallo era suyo y, anclado en la lógica formal nominalista, intentó arreglar como pudo las inconsistencias de su sistema para tratar de presentarlo como no-contradictorio. La contradicción más preocupante que se presentaba ante Ricardo era la que se da entre la tesis de que sólo el trabajo humano genera nuevo valor y la formación de una tasa media de ganancia. Ricardo, atormentado y encerrado en su método de pensamiento formal nunca hallaría una forma satisfactoria de concluir su sistema.
No por nada, quizá con ironía venenosa, anotó Marx en «El Capital» una frase que le hubiese venido muy bien a Ricardo:
«El hecho de que en su manifestación las cosas a menudo se presentan invertidas es bastante conocido en todas las ciencias, salvo en la economía política.» (
Como demostró Marx, la contradicción que atormentaba a Ricardo no era más que otra contradicción real y objetiva del capitalismo que supone que la ley del valor actúe de otra forma, la plusvalía se transforme en ganancia, la ganancia en ganancia media, la ganancia se escinda en sus formas particulares (interés, renta, etc.) y se terminen por formar los precios de producción, alrededor de los cuales oscilan los precios de mercado.
Pero la ley del valor, que rige todo sistema mercantil, no se anula en el capitalismo: sólo cambia su forma de manifestación. En el capitalismo se sigue verificando la ley del valor: la suma de valores coincide con la suma total de los precios y la suma de plusvalías coincide con la suma total de ganancias. Lo que cambia es, pues, la distribución del valor: la forma de la ley del valor, pero no su esencia. Aquí es donde reside, pues, la consistencia del método de Marx, quien –no sin razón– al final de la obra observa que «toda ciencia sería superflua si la forma de manifestación y la esencia de las cosas coincidiesen directamente» (9).
Últimamente, en un proyecto paralelo al de enfrentar a Marx con Engels, se ha puesto de moda la Nueva Dialéctica («New dialectics»): una nueva tropa de trileros y académicos aburridos que, a partir de la crítica del famoso texto de Engels en el que enfrenta las tergiversaciones de los revisionistas neokantianos del método dialéctico; sostienen que en las primeras páginas de «El Capital» Marx no habla de una producción mercantil simple sino de un nivel de abstracción del capitalismo muy alto (como poco a la altura de la estratosfera, parece ser) y que su método es lógico (no lógico-histórico). Una vez más estamos ante otra tergiversación de la dialéctica materialista, de las ideas económicas y filosóficas de Marx, que hay que denunciar como tal.
Si algún lector ha llegado hasta aquí y le interesa esto último quizá podamos hablar de ello en otro momento. Pero por ahora dejemos el terreno de la economía política (o, mejor dicho, de la crítica de la economía política) y vayámonos a algo tan «sencillo» como la física, para descubrir que el mismo movimiento mecánico es ya una contradicción: un objeto está en movimiento porque está y no está en el mismo punto al mismo tiempo. Aquí tenemos ya una bonita contradicción real y objetiva reproducida en las teorías de la física. ¿Va alguien a sostener que la física no es una ciencia?, ¿dónde están Popper y los cazadores de seudociencias?
Notas:
(1) J. D. Bernal, Historia social de la ciencia (5ª ed.), Tomo II: La ciencia en nuestro tiempo, Península, Barcelona, 1979, p. 47.
(2) F. Engels, Dialéctica de la naturaleza, AKAL, Madrid, 2017, p. 169.
(3) C. Marx, El Capital, Siglo XXI, 2017, Libro I, p. 222.
(4) Ibíd., p.225.
(5) Ibíd.
(6) C. Fernández Liria y L. Alegre Zahonero, El orden de «El Capital», AKAL, Madrid, 2010, pp. 515 y ss.
(7) C. Fernández Liria, Marx 1857: El problema del método y la dialéctica, AKAL, Madrid, 2019.
( C. Marx, El Capital, cit., Libro I, p. 621.
(9) C. Marx, El Capital, cit., Libro III, p. 930.
Extraído de: en los próximos días pondré el enlace
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