Análisis sobre el “trabajo sexual” desde una perspectiva socialista, feminista y transgénero
publicado en marzo de 2021 por la web del Partido (m-l) de los trabajadores - P(m-l)T
traducción realizada por el P(m-l)T de una Carta dirigida a Red Canary Song y al Grupo de Trabajo Socialista Feminista de los Socialistas Demócratas de América de Nueva York
fuente: Proletarian Feminist - 27 de julio de 2020
Advertencia sobre el contenido: violación
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Queridas hermanas camaradas de Red Canary Song y del Grupo de Trabajo Socialista Feminista de los Socialistas Demócratas de América de Nueva York,
Me llamo Esperanza y soy una mujer latina transgénero, feminista y socialista, además de superviviente de la industria del sexo. Os escribo por ser nosotras camaradas en la lucha por el socialismo, y por ser hermanas que presuntamente hemos compartido la experiencia de ser prostitutas. Prefiero el término “prostituta” a “trabajadora sexual” porque la última palabra es demasiado vaga para describir mis experiencias. “Trabajadora sexual” puede incluir a actores y actrices porno, “cam girls”, “sugar babies”, estríperes, prostitutas y demás. Yo no fui actriz porno y no me identifico con esa experiencia. Sin embargo, sí que fui prostituta: mi primera “cita” fue cuando iba caminando por la calle y me recogió un hombre mayor que yo en un coche, después de salir de un club muy tarde por la noche. Al ser una joven en un coche con un hombre mayor, no sabía cómo defender mis límites. Le hice una mamada sin condón, escupí su semen, que tenía un sabor repugnante, y recibí a cambio 80 $.
En la comunidad transgénero se idealiza la prostitución. En un mundo en el que las mujeres trans de color son asesinadas por hombres de su propia raza y clase sin impunidad, en el que los hombres nos follan en privado pero pretenden no conocernos en público, en el que nos niegan los puestos de trabajo, vivienda, nos apartan de nuestras familias y comunidades, puedo entender por qué la prostitución nos hizo sentir poderosas. En varios aspectos, ser prostituta es una forma de rechazo a todo lo que nos han enseñado: Que le jodan al hombre que no quiere cogerme de la mano en público, por ello le cobraré. A la mierda mi familia por rechazarme, a la mierda ese trabajo por despedirme, ya no les necesito. El mundo entero podría rechazarme pero no importa porque puedo valerme por mí misma. Por no mencionar que para aquellas que no tenemos fondos de forma independiente, muchas veces nuestra única opción para acceder a tratamientos médicos para transicionar es a través de la prostitución, nos guste o no.
Pero en realidad, ser una prostituta transgénero no fue tan fácil. Lo que empezó por parecer empoderante en mi cabeza, en seguida se convirtió en una trampa de la que no podía escapar. Cuanto más tiempo se está en la industria, más difícil es escapar. Me han violado más veces de las que puedo contar. Recuerdo algunas de las más violentas. Una vez fui a la casa de un cliente y acepté una bebida que me ofreció. Beber siempre lo hacía más llevadero. Me sentía más confiada y me permitía ignorar el aislamiento y la realidad de lo que estaba haciendo. Me permitía no prestarle atención al fetichismo que tienen los clientes con las prostitutas transgénero, lo cual me producía una fuerte disforia y depresión; me llamaban chico femenino, “shemale”, analizaban minuciosamente qué partes de mi cuerpo eran masculinas o femeninas. Medían mi valor, juzgaban si pasaba por mujer o no, me pedían que no transicionara nunca del todo porque perdería aquello que me hace especial, me presionaban para que parara de hormonarme para así poder tener una erección y eyacular, etc. Este cliente en particular me puso droga en la bebida, y desperté más tarde desnuda y boca abajo, encima de mí estaba él masturbándose. Quería decir que no, pero no podía porque mis extremidades se sentían pesadas y estaba cansada. Volví a perder la consciencia y me desperté a la mañana siguiente con él intentando negociar una tarifa más baja conmigo. Le llamé al día siguiente y le supliqué que me dijera si me había penetrado, para así poder saber si estaba en riesgo de contraer VIH. Le prometí que no le denunciaría.
Os ahorraré el horror de rememorar mis historias, pero os aseguro que fue a peor a partir de ahí. Aparte de las experiencias cotidianas de tener clientes que se quitaban el condón para volver a metérmela cuando pensaban que no estaba prestando atención, la última vez que me violaron fue la más violenta. Después de unos años en la industria del sexo, ya no podía soportarlo más. Me sentía atrapada en la industria y me hacía sentir sola y muy triste. Quería una vida “normal”. Ya no quería dar acceso a mi cuerpo a hombres desconocidos. No quería seguir fingiendo estar bien todos los días con clientes que representaban conmigo sus peores fantasías: A veces les recordaba a sus hermanas menores de edad, a otros a sus madres. Para algunos yo era alguien por la cual debían pagar porque nunca podrían estar con una chica como yo en público. Tenía que tratar con hombres que tenían que drogarse para poder follarme, ya que en sus mentes era tabú. Por aquel entonces no conocía la frase “derecho a salir”, pero viéndolo en retrospectiva sé que eso es lo que anhelaba. El derecho a simplemente decir que no, recoger e irme a por algo mejor. Pero no podía porque, como muchas otras prostitutas transgénero, era indigente y vivía saltando de un hotel a otro, forzada a verme con clientes para poder permitirme una habitación cada noche. Era una existencia solitaria e intensa.
Empecé a sentirme completamente desesperada y con pensamientos suicidas. Acabe refugiándome en un cliente y le conté lo desgraciada que era. Él me dijo que me haría sentir mejor y me dio meta. Nunca lo había probado, pero estaba desesperada por dejar de sentir dolor. Unos días después me encontré atada a una cama, colocada por tomar demasiada meta, sin haber comido desde hacía días y con un hombre blanco penetrándome y ahogándome mientras le pedía que parara. Al final paró cuando terminó. Me robó el dinero y me dejó en la cama con una bolsa de metanfetamina, cubierta con mis propios fluidos por la irrigación que me obligo a hacer tras violarme.
Ya no podía trabajar más; mi cuerpo se cerró. Pero no podía parar, ya que debía seguir pagando por mi habitación. Como si esto fuera poco, a mi madre le diagnosticaron erróneamente cáncer. Tuve que seguir trabajando para pagar las facturas médicas, las vitaminas, los viajes en Uber para ver al doctor. Me quedo corta al decir que me destruyó el alma. Con el último cliente que tuve sentí un abatimiento por todo mi cuerpo mientras me arrodillaba delante de él. Sentí que me estaba violando a mí misma, y no solo “mentalmente”. El sentimiento físico y espiritual que tenía cada vez que me violaban, esa disociación de mi cuerpo, así es cómo me sentí con él. Como no existe el “derecho a salir”, cuando paré de ver a clientes me quedé del todo sin techo. Viviendo en las calles. Han sido unos años realmente largos. Mi experiencia es similar a las de muchas otras mujeres con las que trabajé, teniendo en cuenta también a aquellas que murieron antes de tener la oportunidad de escapar y vivir las vidas satisfactorias y libres que soñaban. Con esta pesadumbre es con la que os escribo esto. Me niego a condenar las innumerables noches que pasé con mujeres que me decían: “sé que va a ser doloroso, hermana, pero solo tenemos que hacer esto durante unos meses más para poder hacernos las operaciones”. Mujeres que cada noche se hundían más en una profunda depresión, que caían en las drogas y de aquella psicosis o por una sobredosis, debido a las condiciones sádicas de nuestras vidas como mujeres trans en la industria del sexo.
Necesito contaros mi historia con grandes detalles gráficos porque es esencial que los lectores que no están íntimamente familiarizados con esta industria entiendan la realidad de muchas mujeres en la prostitución. Es igual de importante entender también que cuando te opones al derecho a salir de ella, estás diciendo que las mujeres que comparten mi experiencia no merecen tener derecho a escapar. Estás negándoles el derecho que más se les roba a las mujeres, el derecho a decir que no.
Reconocer y avanzar entre las llamas de mi trauma no me ha convertido en una víctima como afirman los defensores de la prostitución, sino que me han convertido en una comunista revolucionaria y una estudiosa del feminismo y el socialismo. Para mí, la abolición y la revolución no es un “horizonte”; es una necesidad. Sé que los defensores dominantes y liberales sin principios de la industria del sexo, que se ocultan bajo el nombre de “defensores de las trabajadoras sexuales” no hablan de historias como la mía y como la de muchas mujeres con las que trabajé. Hasta el día de hoy mantengo contacto con mujeres que de verdad se sienten atrapadas, que no tienen derecho a salir, y que sueñan con un futuro emancipado en el que podrán dedicarse a otras profesiones que no pueden alcanzar por cómo las tiene atrapadas la industria del sexo. Por esta razón, respondo a vuestro comunicado llamado “Rights, Not Rescue: A Response to AF3IRM in defense of DSA Resolution [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]” [Derechos, no rescates: respuesta a AFI3RM en defensa de la Resolución #53 de los Demócratas Socialistas de América], que influyó en la equivocada decisión de los DSA de permitir que fuera aprobada.
Última edición por lolagallego el Jue Mar 18, 2021 1:02 pm, editado 1 vez