El origen histórico del Liberalismo político es la Reforma y sus consecuencias. Hay que situar el contexto político adecuadamente para comprender como el surgimiento de la libertad de culto y pensamiento, tan alegremente reivindicada por los liberales, empezó con el proceso de reforma de las instituciones religiosas de los siglos XVI y XVII, verdaderos núcleos de poder de la época. No sólo es el momento de la reforma política de la Iglesia, es el momento también de la limitación de los poderes de los monarcas absolutos mediante principios de diseño constitucional adecuados para proteger las libertades y los derechos básicos.
En los hechos, el Liberalismo político, propicia un pluralismo razonable de doctrinas, lo que se puede considerar como el resultado natural de las actividades de la razón humana en contextos institucionales perdurablemente libres, es decir, entendiéndolo como el ejercicio mismo de la razón en condiciones de libertad. De modo que el éxito del constitucionalismo liberal tiene que ver con el descubrimiento de una nueva posibilidad social mediante la que mantener la explotación de unos seres humanos sobre otros, aplicando pequeñas reformas a las contradicciones más evidentes que atenazaban, como atenazan hoy en día, a millones de personas.
Pero el Liberalismo no reconoce las clases ni la guerra que se libra entre ellas desde el momento mismo de su surgimiento como modo de relación social. Rechaza la lucha ideológica y propugna una paz sin principios, dando origen a un estilo decadente y vulgar, que conduce a la degeneración práctica de todas las organizaciones que lo incorporan a su línea ideológica y práctica, y a sus miembros.
Los Proletarios Revolucionarios estamos por la lucha ideológica activa, pues ella es el arma con que se logra la unidad interna de cualquier Organización Proletaria Revolucionaria (OPR) y demás colectividades revolucionarias en beneficio del combate. Todos los revolucionarios deben empuñar esta arma planteando la lucha contra el Liberalismo en sus diferentes manifestaciones. Algunas de estas formas de manifestación son, por ejemplo:
Que a sabiendas de que una persona está en un error, no sostener una discusión de principios con ella y dejar pasar las cosas para preservar la paz y la amistad, o bien buscando mantenerse en buenos términos con esa persona, rozar apenas el asunto en lugar de ir hasta el fondo, al tratarse de un conocido, paisano, condiscípulo, amigo íntimo, ser querido, viejo colega o viejo subordinado. Así, tanto la colectividad como el individuo resultan perjudicados. Este es el primer tipo de Liberalismo.
Hacer críticas irresponsables en privado en vez de plantear activamente sugerencias a la organización. No decir nada a los demás en su presencia, sino andar con chismes a sus espaldas; o callarse en las reuniones para murmurar después. No considerar para nada los principios de la vida colectiva, sino dejarse llevar sólo por los intereses personales. Este es el segundo tipo.
Dejar pasar cuanto no le afecte a uno personalmente; decir lo menos posible aunque se tenga perfecta conciencia de que algo es incorrecto; ser hábil en mantenerse a cubierto y preocuparse únicamente de evitar reproches. Este es el tercer tipo.
Incumplir los acuerdos organizativos y colocar las opiniones personales en primer lugar; exigir consideraciones especiales de la organización, pero rechazar su propia responsabilidad para que ésta se desarrolle. Este es el cuarto tipo.
Entregarse a ataques personales, armar líos, desahogar rencores personales o buscar venganza, en vez de debatir los puntos de vista erróneos y luchar contra ellos para fortalecer el continuo desarrollo de la organización revolucionaria. Este es el quinto tipo.
Escuchar opiniones incorrectas y no refutarlas, e incluso atender a posiciones contrarrevolucionarias y no informar públicamente de ellas para su justo combate, tomándolas tranquilamente como si nada hubiera pasado. Este es el sexto tipo.
Al hallarse entre las masas, no hacer propaganda ni agitación, no hablar en sus reuniones, no investigar ni hacerles preguntas, sino permanecer indiferente a ellas, sin mostrar la menor preocupación por su bienestar, olvidando que se es un luchador y comportándose como una persona cualquiera. Este es el séptimo tipo.
No indignarse al ver que alguien perjudica los intereses de las masas, ni disuadirlo, ni impedir su acción, ni razonar con él, sino dejarle hacer. Este es el octavo tipo.
Trabajar descuidadamente, sin plan ni orientación definidos; cumplir sólo con las formalidades y pasar los días vegetando: "mientras sea monje, tocaré la campana". Este es el noveno tipo.
Considerar que se han rendido grandes servicios a la revolución y darse aires de veterano; desdeñar las tareas pequeñas pero no estar a la altura de las grandes; ser negligente en el trabajo y flojo en el estudio. Este es el décimo tipo.
Tener conciencia de los propios errores pero no intentar corregirlos, tomando una actitud liberal para consigo mismo. Este es el undécimo tipo.
Todas éstas son manifestaciones del Liberalismo en cualquier tipo de organización social, pero en una organización proletaria revolucionaria el Liberalismo es extremadamente perjudicial. Es una especie de corrosivo, que deshace la unidad, debilita la cohesión, causa apatía y crea disensiones. Priva a las filas revolucionarias de su organización compacta y de su estricta disciplina, impide la aplicación cabal de su política, alejándose así de las masas. Se trata de una tendencia sumamente perniciosa.
El Liberalismo proviene del individualismo explotador de la pequeña burguesía; éste coloca los intereses personales en primer plano y relega los intereses de la revolución al segundo, engendrando así el Liberalismo en los terrenos ideológico, político y organizativo.
Los adictos al Liberalismo consideran los principios teóricos como dogmas abstractos. Aprueban la teoría, pero no están dispuestos a practicarla o a practicar eficazmente la teoría proletaria revolucionaria. Tienen la teoría colectiva y también su Liberalismo, hablan de teoría pero practican el Liberalismo. Llevan ambos en su bagaje y encuentran aplicación para uno y otro.
El Liberalismo constituye una manifestación de oportunismo y es radicalmente opuesto a los intereses revolucionarios. Es negativo y, objetivamente, hace el juego al enemigo. De ahí que éste se alegre si en nuestras filas persiste el Liberalismo. Por tal naturaleza, no debe haber lugar para el Liberalismo en las filas revolucionarias.
Desde la teoría proletaria revolucionaria sabemos darles una eficaz respuesta a todas estas y otras posibles manifestaciones del Liberalismo en nuestras organizaciones. Desde lo positivo, que todas las luchas revolucionarias del conjunto de los seres humanos en sus diferentes contextos históricamente determinados, sabemos extraer las enseñanzas adecuadas y las herramientas para combatir a los enemigos que practican y difunden el Liberalismo dentro de nuestras organizaciones.
El revolucionario proletario debe ser sincero y activo, saber poner los intereses de la revolución por encima de su propia vida y subordinar sus intereses personales a los de la revolución.
Toda persona que se llame revolucionario y que luche por la definitiva sustitución del actual sistema de relaciones fundamentado en la existencia de clases y en el antagonismo práctico entre explotadores y explotados, ha de adherirse en todo momento y lugar a los principios justos y luchar infatigablemente contra todas las ideas y acciones incorrectas, a fin de consolidar la vida colectiva allá donde se manifieste y la ligazón de estas prácticas con las masas. Asimismo, ha de preocuparse más por la organización y las masas que por ningún individuo particular, y más por los demás que por sí mismo. Sólo una persona así es digna de llamarse revolucionario. Todos los revolucionarios proletarios, leales, francos, activos y honrados deben unirse para combatir las tendencias liberales que cierta gente practica, y encauzar a ésta por el camino correcto. He aquí una de nuestras tareas en el frente ideológico.
En los hechos, el Liberalismo político, propicia un pluralismo razonable de doctrinas, lo que se puede considerar como el resultado natural de las actividades de la razón humana en contextos institucionales perdurablemente libres, es decir, entendiéndolo como el ejercicio mismo de la razón en condiciones de libertad. De modo que el éxito del constitucionalismo liberal tiene que ver con el descubrimiento de una nueva posibilidad social mediante la que mantener la explotación de unos seres humanos sobre otros, aplicando pequeñas reformas a las contradicciones más evidentes que atenazaban, como atenazan hoy en día, a millones de personas.
Pero el Liberalismo no reconoce las clases ni la guerra que se libra entre ellas desde el momento mismo de su surgimiento como modo de relación social. Rechaza la lucha ideológica y propugna una paz sin principios, dando origen a un estilo decadente y vulgar, que conduce a la degeneración práctica de todas las organizaciones que lo incorporan a su línea ideológica y práctica, y a sus miembros.
Los Proletarios Revolucionarios estamos por la lucha ideológica activa, pues ella es el arma con que se logra la unidad interna de cualquier Organización Proletaria Revolucionaria (OPR) y demás colectividades revolucionarias en beneficio del combate. Todos los revolucionarios deben empuñar esta arma planteando la lucha contra el Liberalismo en sus diferentes manifestaciones. Algunas de estas formas de manifestación son, por ejemplo:
Que a sabiendas de que una persona está en un error, no sostener una discusión de principios con ella y dejar pasar las cosas para preservar la paz y la amistad, o bien buscando mantenerse en buenos términos con esa persona, rozar apenas el asunto en lugar de ir hasta el fondo, al tratarse de un conocido, paisano, condiscípulo, amigo íntimo, ser querido, viejo colega o viejo subordinado. Así, tanto la colectividad como el individuo resultan perjudicados. Este es el primer tipo de Liberalismo.
Hacer críticas irresponsables en privado en vez de plantear activamente sugerencias a la organización. No decir nada a los demás en su presencia, sino andar con chismes a sus espaldas; o callarse en las reuniones para murmurar después. No considerar para nada los principios de la vida colectiva, sino dejarse llevar sólo por los intereses personales. Este es el segundo tipo.
Dejar pasar cuanto no le afecte a uno personalmente; decir lo menos posible aunque se tenga perfecta conciencia de que algo es incorrecto; ser hábil en mantenerse a cubierto y preocuparse únicamente de evitar reproches. Este es el tercer tipo.
Incumplir los acuerdos organizativos y colocar las opiniones personales en primer lugar; exigir consideraciones especiales de la organización, pero rechazar su propia responsabilidad para que ésta se desarrolle. Este es el cuarto tipo.
Entregarse a ataques personales, armar líos, desahogar rencores personales o buscar venganza, en vez de debatir los puntos de vista erróneos y luchar contra ellos para fortalecer el continuo desarrollo de la organización revolucionaria. Este es el quinto tipo.
Escuchar opiniones incorrectas y no refutarlas, e incluso atender a posiciones contrarrevolucionarias y no informar públicamente de ellas para su justo combate, tomándolas tranquilamente como si nada hubiera pasado. Este es el sexto tipo.
Al hallarse entre las masas, no hacer propaganda ni agitación, no hablar en sus reuniones, no investigar ni hacerles preguntas, sino permanecer indiferente a ellas, sin mostrar la menor preocupación por su bienestar, olvidando que se es un luchador y comportándose como una persona cualquiera. Este es el séptimo tipo.
No indignarse al ver que alguien perjudica los intereses de las masas, ni disuadirlo, ni impedir su acción, ni razonar con él, sino dejarle hacer. Este es el octavo tipo.
Trabajar descuidadamente, sin plan ni orientación definidos; cumplir sólo con las formalidades y pasar los días vegetando: "mientras sea monje, tocaré la campana". Este es el noveno tipo.
Considerar que se han rendido grandes servicios a la revolución y darse aires de veterano; desdeñar las tareas pequeñas pero no estar a la altura de las grandes; ser negligente en el trabajo y flojo en el estudio. Este es el décimo tipo.
Tener conciencia de los propios errores pero no intentar corregirlos, tomando una actitud liberal para consigo mismo. Este es el undécimo tipo.
Todas éstas son manifestaciones del Liberalismo en cualquier tipo de organización social, pero en una organización proletaria revolucionaria el Liberalismo es extremadamente perjudicial. Es una especie de corrosivo, que deshace la unidad, debilita la cohesión, causa apatía y crea disensiones. Priva a las filas revolucionarias de su organización compacta y de su estricta disciplina, impide la aplicación cabal de su política, alejándose así de las masas. Se trata de una tendencia sumamente perniciosa.
El Liberalismo proviene del individualismo explotador de la pequeña burguesía; éste coloca los intereses personales en primer plano y relega los intereses de la revolución al segundo, engendrando así el Liberalismo en los terrenos ideológico, político y organizativo.
Los adictos al Liberalismo consideran los principios teóricos como dogmas abstractos. Aprueban la teoría, pero no están dispuestos a practicarla o a practicar eficazmente la teoría proletaria revolucionaria. Tienen la teoría colectiva y también su Liberalismo, hablan de teoría pero practican el Liberalismo. Llevan ambos en su bagaje y encuentran aplicación para uno y otro.
El Liberalismo constituye una manifestación de oportunismo y es radicalmente opuesto a los intereses revolucionarios. Es negativo y, objetivamente, hace el juego al enemigo. De ahí que éste se alegre si en nuestras filas persiste el Liberalismo. Por tal naturaleza, no debe haber lugar para el Liberalismo en las filas revolucionarias.
Desde la teoría proletaria revolucionaria sabemos darles una eficaz respuesta a todas estas y otras posibles manifestaciones del Liberalismo en nuestras organizaciones. Desde lo positivo, que todas las luchas revolucionarias del conjunto de los seres humanos en sus diferentes contextos históricamente determinados, sabemos extraer las enseñanzas adecuadas y las herramientas para combatir a los enemigos que practican y difunden el Liberalismo dentro de nuestras organizaciones.
El revolucionario proletario debe ser sincero y activo, saber poner los intereses de la revolución por encima de su propia vida y subordinar sus intereses personales a los de la revolución.
Toda persona que se llame revolucionario y que luche por la definitiva sustitución del actual sistema de relaciones fundamentado en la existencia de clases y en el antagonismo práctico entre explotadores y explotados, ha de adherirse en todo momento y lugar a los principios justos y luchar infatigablemente contra todas las ideas y acciones incorrectas, a fin de consolidar la vida colectiva allá donde se manifieste y la ligazón de estas prácticas con las masas. Asimismo, ha de preocuparse más por la organización y las masas que por ningún individuo particular, y más por los demás que por sí mismo. Sólo una persona así es digna de llamarse revolucionario. Todos los revolucionarios proletarios, leales, francos, activos y honrados deben unirse para combatir las tendencias liberales que cierta gente practica, y encauzar a ésta por el camino correcto. He aquí una de nuestras tareas en el frente ideológico.